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Yu tsita (los ancestros)

Durante el carnaval y las fiestas de Corpus Christi, en algunas danzas aparecen personajes llamados tsita (abuelo o ancestro). El concepto designa a los abuelos que viven o ya murieron y que la gente recuerda por sus nombres individuales, pero también a los ancestros más antiguos, aquellos que ya no tienen una identidad diferenciada y que se recuerdan como un grupo social. Los personajes se caracterizan por género a partir de sus vestimentas: faldas, delantal y blusa si son femeninos, y pantalones, camisa y sombrero si son masculinos; pero sus vestidos los portan al revés mostrando las costuras, son prendas fabricadas con costales o les cosen manojitos de hierba y pasto para dar la impresión de sucio, raído, viejo. En algunas comunidades usaban máscaras de madera, pero es más común que se cubran la cara y la cabeza con pedazos de manta, paliacates o telas de colores, que sólo tienen una apertura para los ojos (Vázquez, Chávez, Herrera y Carreño, 2016).


Durante el carnaval y 80 días después en el Corpus Christi, tras la Semana Santa, bailan junto a un torito hecho con varas y papel maché, adornado con listones de papel de china de colores, cuyos cuernos son hechos con verdaderos cachos de vaca. La danza no tiene una coreografía definida y los tsita participan “jugando” entre sí, “bailando” con el “toro” y con el público, haciendo travesuras, golpeando y correteando a los niños.

En la danza aparece el comportamiento metafórico que la sociedad y la cultura jñatjo imagina asociada con los tsita (los ancestros), a veces “juegan” y otras “castigan” a los jñatjo con los que se atraviesan en el camino. Antes los juegos eran más “violentos” y se incluían mímesis sexuales que ahora rara vez se hacen. Su aparición en el calendario ritual es en el momento en que se preparan las tierras para sembrar o se ha sembrado y se esperan las primeras lluvias, pues es una fiesta movible que depende de la Semana Santa.

Nu ngumú (la casa)

Los pueblos de los jñatjo de Michoacán están dispersos, no se concentran en un centro, el cual está ocupado por la iglesia, el panteón y la jefatura de tenencia; por tal motivo tampoco hay muchas calles, lo que abundan son las veredas, que pasan por las orillas de los terrenos, la mayoría de los cuales no están cercados, pero se indican sus límites por hileras de árboles, magueyes o zanjas de agua, algunas veces hay una barda de piedra, una cerca de madera, y ahora más usualmente cercas con alambre de púas o mallas metálicas.

La casa de los jñatjo está construida, generalmente, en un extremo del terreno con madera; se coloca sobre unas vigas que a su vez se ponen sobre piedras para aislar el suelo de tablas de la tierra húmeda, en una región donde llueve mucho. Frente a ellas se coloca un pequeño portal que permite acceder a la casa sin mojarla, realizar algunas actividades sin someterse a las inclemencias del tiempo, como desgranar, secar las mazorcas mancornadas, bordar, tejer o recibir a las visitas. Adentro está el dormitorio, donde puede haber varias camas de madera, un arcón donde se guarda la ropa o un ropero, y a veces un par de ventanas de madera pequeñas. Ahí también se coloca una mesa con santos, un pequeño adoratorio que solía estar afuera y que ahora sólo algunas familias tienen en su solar.


El adoratorio es una pequeña “casa” de madera del tamaño de un armario, tiene una o dos aguas, una puerta y una mesa, y sobre ella o clavadas en la pared hay algunas reproducciones de la Virgen de los Remedios de Zitácuaro, que se celebra el 1 de septiembre; de la Candelaria de San Lucas de Tierra Caliente; del Señor del Monte, cuya fiesta es el Miércoles de Ceniza en Tlalpujahua; también del Señor del Rescate de San Felipe del Progreso, que se festeja el tercer miércoles de enero; del Señor del Cerrito, que se festeja el 3 de mayo en Jiquipilco, Estado de México, el centro de un señorío jñatjo prehispánico (Hernández, 2000: 11-17).

Las imágenes corresponden a devociones de la familia, pero también locales y regionales. Junto a ellas se colocan cruces de madera que representan a los difuntos cercanos a la familia, identificados como tsita (abuelo, anciano), veladoras, flores y sahumerios con copal; de un lazo cuelgan las ropas femeninas con que se visten las cruces el 3 de mayo, y si es este mes, las cruces son vestidas y colocadas en las esquinas de las casas en los rumbos cardinales. El adoratorio es el lugar donde se resguardan las cruces que representan a los miembros difuntos de la familia, generalmente en tres o cuatro generaciones, sin embargo, en el pasado, las cruces familiares podían remontarse a miembros más antiguos, que ya no eran conocidos, pero cuyas cruces se mantenían dentro del adoratorio (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Ma kjoko tüü (el sepelio)

Los tratamientos que sigue el pueblo jñatjo de Michoacán para la muerte inician incluso antes de que ésta llegue formalmente. Algunos rezanderos se encargan de lograr que los enfermos desahuciados o aquellos que se debaten entre la vida y la muerte encuentren su camino hacia el más allá. Los rezos para “ayudar a bien morir” son aquellos que se realizan durante los rituales del entierro, pero sin perturbar al enfermo (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

El rezandero elige su responsabilidad por diversos motivos; don Fidel Sánchez lo hizo desde joven adulto, cuando por ser autoridad, juez de la tenencia de Crescencio Morales, San Mateo del Rincón, hirió a una persona con su arma de cargo, razón por la cual pasó un tiempo en la cárcel. Su labor como rezandero le ha dado prestigio y ha formado parte de las autoridades de su comunidad, incluso a un grupo donde él participó se le debe la compra del terreno para establecer el nuevo panteón del pueblo a mediados de los años setenta, cuando se dejó de enterrar en el atrio de la iglesia.

Ser rezandero no implica recibir un pago por los servicios rituales que ofrece, es una “voluntad”, algo que se toma como responsabilidad de parte de quien se asume como tal y puede acudir o no al rezo; no obstante, quienes “lo invitan” cuando alguien de una familia muere, generalmente “el padrino de corona”, le entregan al finalizar sus acciones “pa’l refresco” en dinero, algo de la comida que se ofrece u otros bienes, como puede ser maíz. Un rezo, durante el velorio, dura más de 12 horas y si bien se alternan los rosarios con alabanzas y hay descansos, suele ser pesado para alguien que, como don Fidel, tiene 83 años (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Cuando el señor Sánchez empezó su labor, todavía los rezanderos mantenían las formas antiguas, había algunos antifonarios en latín, que se guardaban en la iglesia local y se usaban en los oficios de difuntos, pero como sucedía con las misas hasta la reforma del Concilio Vaticano Segundo, la gente no comprendía. Él fue de los primeros rezanderos de Crescencio Morales en comprar, afuera de la iglesia de Zitácuaro, varios impresos en español que, desde tiempo atrás, se usaban para los rosarios de difuntos y para “levantar la cruz” al término del novenario. El primero es un “alabancero”, con una compilación de cantos que se realizan en el Santuario de Atotonilco, Guanajuato, a donde acuden muchos peregrinos del Bajío, la Meseta Tarasca y Tierra Caliente; en él se encuentran los cantos más usuales como “El Alabado”, “Buenos días, paloma blanca” y “Te vas, ángel mío”. El otro es un cuadernillo en octavo engrapado, con una tipografía antigua, que contiene los rezos del rosario y el “ritual católico” para levantar la cruz, el cual se aplica al finalizar el novenario cuando se lleva la cruz de madera o metal. Luego consiguió un libro para el oficio de difuntos, donde vienen los rezos y rogativas que se usan cada día en las tardes para pedir por el alma del difunto (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).


Cuando alguien de la comunidad muere, la familia manda un mensajero que avisa a los fiscales que están en la iglesia del pueblo; éstos le entregan un cirio pascual y una campana de mano que se utiliza durante los rezos. Los fiscales ponen al sacristán a tocar las campanas de la iglesia para avisar que hay un difunto: un golpe de la campana grande, una pausa y luego uno de la esquila, así llaman durante lapsos de tiempo, de toques y descansos toda la tarde, parte de la noche y luego en la mañana; los cohetes sólo suenan cuando es un niño el que muere (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Los habitantes del pueblo se enteran así que alguien falleció y comienzan a preguntar “¿dónde fue el difunto?”. Usualmente acuden llevando algunas velas, aunque ahora las veladoras son más comunes, flores, café, azúcar, pan o galletas, también puede ser dinero para contribuir con la compra de la caja o ataúd (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Los familiares buscan una pareja que sean padrinos de corona, que puede ser cualquier pareja de adultos con la que tengan amistad o se quiera establecer un vínculo más estrecho, incluso pueden ser los hijos del difunto. Normalmente es el padrino de corona quien invita al rezandero para que acuda, además, es el encargado de llevar flores y la corona, que se coloca detrás del ataúd donde se pone al difunto y la cruz de ceniza o madera, la cual se pone debajo de la caja, que es la que se colocará en el panteón; además, debe acudir a llevar la cruz y otra corona al término del novenario (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

A veces se viste al difunto con las ropas de un santo o una virgen, y el padrino compra la ropa; usualmente los niños son vestidos de angelitos, colocados en una mesa adornada con flores, hasta el momento en que se llevan al panteón cuando se ponen en el ataúd. A los muertos grandes se les llora, pero no a los niños, quienes por morir “sin pecado entran a la Gloria” (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

El difunto se lleva sus mejores ropas, el resto se quema o se coloca dentro del ataúd. Antes, si era un hombre, se le colocaba un itacate con tortillas, un jarro con agua, su mecapal y un machete de tejamanil como los que se usan para ir al monte, pues los hombres tienen una relación estrecha con el bosque; si era una mujer, se le colocaba una servilleta bordada con las tortillas, pues era “tortillera”; cuando eran casados se partía un guangoche y se dejaba la mitad en el ataúd y otro para el esposo que quedaba vivo, con él se enterraría al morir; cuando eran solteros se les colocaba dinero, pues se supone que no tenían quién les hiciera las tortillas (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Hacia la media noche el padrino coloca al difunto una corona en las sienes fabricada con flores y palma, de las que se bendicen el Domingo de Ramos, y se le coloca en la palma de la mano derecha una cruz de palma bendita (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Al terminar la velación, el difunto es llevado a misa a la iglesia de Crescencio Morales, donde hay un sacerdote permanentemente. Al finalizar la misa, se conduce al panteón, y una vez ahí se coloca en la capilla mientras se cava la fosa, luego se entierra, se coloca la corona, la cruz de madera, velas y flores en el montículo de tierra, pues usualmente no hay lápida. Es común que se siembre en medio del montículo una siempreviva, planta que da unas flores amarillas y que se dice evita el mal de ojo (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

El levantamiento de la cruz implica un ritual interesante. La noche del octavo día se sacrifica un borrego, el cual se guisa en barbacoa. La zalea del borrego se coloca sobre la cruz de ceniza donde estuvo el ataúd, en cada punta de la cruz y en el centro se pone una vela, un ramo de flores y un plato que contenga partes del borrego, un pedazo de pierna, espalda y montalayo. El cráneo del borrego va donde estuvo la cabeza y sobre él se pone la palma bendita que llevaba el difunto en su mano derecha durante la velación. Se reza un rosario guiado por el rezandero, quien está donde estuvieron los pies del difunto, en tanto que el padrino se coloca de pie detrás de la cabeza del borrego, donde estuvo la cabeza del difunto, y sostiene la cruz que se pondrá en la tumba, detrás de él se pone la segunda corona. La ropa que se quemó, y a veces la ceniza que se usa para el Miércoles de Ceniza en la iglesia de Crescencio Morales, se coloca en un pequeño ataúd de madera, en el cual también se pone la cruz de ceniza o cal al final del levantamiento, el cual se entierra a los pies de la tumba. Al terminar el rosario, se hace una rogativa y se van apagando las velas, se levanta la cruz de ceniza, que se coloca en el ataúd pequeño, el padrino y los asistentes se dirigen al templo con una mujer que va frente a ellos con un sahumerio; al llegar a la puerta del atrio, se sahúman la cruz atrial y la que está frente a la puerta del templo, la puerta del templo y el altar (estos dos últimos en forma de cruz), en tanto los padrinos hacen una cruz con la cruz, las flores y la corona, luego se dirigen al panteón, donde también se hace la cruz a la entrada y a los cuatro puntos cardinales frente a la tumba; se pone la cruz en donde se colocó la cabeza del difunto, la caja con las cenizas de la cruz a sus pies, la nueva corona detrás de la cruz, las flores y las velas (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Al regresar a la casa, la familia ofrece el carnero que se colocó en la cruz al rezandero y ellos comen el resto del carnero. La hija de don Fidel, doña Guadalupe Sánchez, recuerda que su papá siempre llevaba la barbacoa de los novenarios, la cual “está limpia y no sabe a nada” (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista). Cristina Ohemichen asegura que el “levantamiento de la cruz” se realiza en Crescencio Morales al mes de enterrado y luego cada año, durante los siguientes dos (Ohemichen, 2002: 129).

Al cumplirse un año, se realiza el “cabo de año” en el aniversario de la muerte, durante el cual se hace una misa y un rosario por el alma del difunto. Al terminar hay de nuevo una comida ritual para conmemorar y recordar a la persona desaparecida (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

El mismo rezandero puede guiar la velación, los rosarios del novenario, el levantamiento y el cabo de año, pero en cada momento puede ser sustituido y realizado por otro, todo depende del padrino de corona, quien es el encargado de “invitarlo” y “agradecerle” su actuar (Fidel Sánchez, 29 de octubre de 2016, entrevista).

Nu mbaxua yo Añima (Día de los Fieles Difuntos)

El Día de Muertos no hay que tener un rezandero en casa, sin embargo, alguien en la familia, el padre o la madre, debe elevar una plegaria por cada ancestro muerto de quien se tiene memoria y por el “ánima sola”, que representa a esos ancestros y muertos que no tienen quién los recuerde. El día 31 en la noche se reciben a los niños difuntos, se les colocan alimentos propios de la edad, frutas, dulces y bebidas que les gustaban; el altar puede tener niveles o ser plano y colocarse sobre una mesa, se llena con hojas de pino, ocoxal o de cedro, luego hasta arriba y en el centro del altar se coloca a San Miguel, arcángel que lucha contra el demonio, se le enciende una vela y se le reza un padrenuestro y un avemaría; a él se le pide que les dé permiso a las ánimas de salir. Enseguida se van colocando fotos u objetos que recuerdan a los parientes difuntos, se les prende una vela, se les coloca un ramo de flores, se les reza y se les llama invitándolos a que vengan y acompañen a la familia (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).


Doña Guadalupe Segundo nos dice que ella siempre habla con su papá y otros familiares difuntos mientras pone la ofrenda con la comida y bebidas que les gustaban, como chocolate, pan, café, alcohol, atole, mole, calabaza en tacha y caldo de res amarillo (mole de olla). A veces la llama de las veladoras se “entristece”, “se hace chiquita”, como que se quiere apagar, es cuando las ánimas de los difuntos se sienten acongojadas o a disgusto, ella les platica y trata de alegrarlos, entonces las llamas de las veladoras “se alegran” y crecen, bailando sobre el pabilo constantemente (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).

En la mañana del día 1 de noviembre se recibe a los familiares adultos, a veces se les marca el camino a la ofrenda con flores de cempaxúchitl que los jñatjo siembran en sus patios o compran con quienes lo han hecho, pues esos días surten a Zitácuaro de estas flores, de pericón o Santa María, nubes blancas, ramos de novia y de coronas que ahora se fabrican con flores artificiales y listones de papel dorado plástico. Ese día van por las cruces de madera o metal de las tumbas de los parientes y las pintan con algunos jóvenes del pueblo de negro, gris o rojo, con las letras en blanco o negro que tienen el nombre y la fecha de los fallecidos; ahora es común agregarle a la pequeña placa al centro de la cruz algunas “memorias” o “recuerdos” que normalmente se colocan en las lápidas, pero que las autoridades locales han prohibido para que el espacio del panteón esté mejor aprovechado, pues comienza a ser insuficiente (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).

El día 2 en la mañana el sacerdote acude a celebrar una misa de difuntos en el panteón, sus ayudantes realizan una larga lista con todos los familiares que recuerdan a sus muertos, mientras se colocan en una fila que va de puerta a puerta del panteón, con sus coronas, ramos de flores, cruces recién pintadas, recipientes con agua y veladoras. El sacerdote inicia la celebración recordando a todos y cada uno de los difuntos, lo que puede durar una hora, pues hoja tras hoja aparecen los muertos enterrados desde los años setenta en el panteón nuevo, salvo los que tienen familiares que han migrado a las ciudades de México o a Estados Unidos (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).

Mientras los padrinos de corona o los familiares más cercanos están sosteniendo los adornos, los más jóvenes deshierban, amontonan la tierra en las tumbas, las riegan y preparan para recibir una o más cruces en cada sepulcro, pues la falta de espacio hace que se aproveche enterrando a varios familiares en cada espacio; es común que las cruces se coloquen una tras otra “amontonadas”, a pesar de que se han remozado, y que no se vean los nombres y memoriales de los difuntos. Se coloca en una cubeta o bote un ramo profusamente adornado con varios tipos de flores, a veces junto a la planta de siempreviva que se coloca al nivel del vientre de la persona enterrada, en su pecho va un jarro o botella con agua bendita, pero puede ser una bebida de otro tipo, vasos de plástico con refresco, botellas de tequila o cerveza; detrás de las cruces se entierran una o dos coronas y en los pies otras más, en tanto que en el nivel de los hombros, manos y pies van pares de veladoras que se encienden, a pesar de que sea la una de la tarde y el sol caiga a plomo. Las mujeres inciensan o sahúman y algunos elevan algunos rezos rápidos (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).

Algunas familias deciden comer ahí o continuar tomando pulque y cerveza afuera del panteón, pero la mayoría regresa a casa para levantar la ofrenda, comer e ir a visitar a vecinos y amigos intercambiando la comida, el pan y la fruta de la ofrenda. Al terminar, algunos dejan un plato con comida, fruta, pan y una vela en un camino cerca de la casa, la cual es para que las ánimas solas no entren a la casa y para que aquellos que se van se lleven un itacate; cualquier animal o persona que pase puede consumir la comida, pero debe dejar los platos, velas y flores, como una señal de que las ofrendas han sido consumidas por las ánimas de los visitantes (Guadalupe Segundo, 2 de noviembre de 2016, entrevista).


Dos o tres grupos de música tradicional se pasean entre las tumbas, primero sin que, aparentemente, nadie les haga caso, pero al terminar la misa disputan para tocar dos o tres piezas en las tumbas de sus familiares, cada ronda de tres canciones, alabanzas o zapateaditos cuestan cien pesos, y para las cuatro o cinco de la tarde ya han juntado más de mil pesos cada uno de los músicos. En general se empieza con una alabanza o música religiosa como “Buenos días, paloma blanca” o “Te vas, ángel mío”, pero puede ser una de Juan Gabriel, “Amor eterno”, luego la familia pide un zapatiado, un chote, un jarabe, para contrarrestar las lágrimas que se comenzaron a vertir, enseguida puede ser una canción que le gustaba al difunto o que les recuerde algo en particular, como “El muchacho alegre,” y los familiares varones que han estado tomando cerveza para contrarrestar el calor que tienen por el trabajo en el arreglo de la tumba, comienzan a regar con cerveza la tumba, el llanto crece y de las lágrimas se pasa al sollozo y al grito abierto. Los músicos se cambian y van a otra tumba, y así continúa hasta llegar la tarde.

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