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Conclusiones

A lo largo de este capítulo se expuso la evidencia que demuestra que la obesidad es una enfermedad. Es importante destacar que esta es causada por múltiples factores, por lo que se torna urgente determinar el grado de responsabilidad que tiene cada uno de ellos en su génesis y desarrollo. Esta simple medida permitiría contar con objetividad y claridad para establecer planes, programas y estrategias mundiales para lograr, al menos, su control (Heshka y Allison, 2001; Kolata, 1985; Pollack, 2013). Estamos seguros que esta medida es controversial y que señalar que una causa tiene mayor o menor grado de participación en la génesis de la obesidad, desatará discusiones, protestas e intervenciones de los grupos con intereses económicos vinculados. A nadie le gusta ser señalado y mucho menos que se afecte algún tipo de interés; sin embargo, consideramos que es una medida práctica, económica y fácilmente desarrollable.

Por otro lado, señalar a la obesidad como enfermedad determina la responsabilidad que tiene el estado en su prevención, diagnóstico y control. Las pruebas son contundente al mostrar el fracaso de las políticas gubernamentales mundiales establecidas para controlar el desarrollo de esta enfermedad. Los gobiernos deben necesariamente escuchar otras opiniones para implementar nuevas políticas que integren además de la dieta y el ejercicio, elementos centrados en el comportamiento alimentario. Recientemente se ha propuesto como medida innovadora establecer grupos multidisciplinarios que permitan desarrollar estrategias regionales, que tomen en cuenta el comportamiento alimentario y las condiciones particulares en las que se desarrollan las enfermedades alimentarias (Políticas en nutrición deben manejarse a nivel regional en México, 2013; López-Espinoza y Martínez, 2012).

Esta propuesta de realizar un abordaje regional, multidisciplinario y centrado en el comportamiento alimentario, para la investigación y estudio del fenómeno, ha permitido generar una red de colaboración científica, denominada Red Internacional de Investigación en Comportamiento Alimentario y Nutrición (RIICAN), que permite la interacción del conocimiento sobre alimentación con diversos grupos científicos a nivel internacional. Dicha red, creada el 1 de julio de 2014, integra inicialmente investigadores de Francia, España, Argentina y México. Su objetivo principal es realizar, promover y difundir todas las vertientes y perspectivas de la investigación científica relacionada con el comportamiento alimentario, la alimentación y la nutrición. El presente libro es uno de sus trabajos iniciales de investigación y difusión.

Ahora bien, retomando nuestro análisis sobre la obesidad, le pedimos a lector que considere las similitudes que la obesidad tiene con la contaminación. Todos sabemos los elementos que contaminan, sin embargo, se siguen utilizando, de forma individual y mundial; existen guerras, muertes, negocios, ganancias, fuentes de empleo, discusiones sobre qué es un contaminante y qué no lo es, costos intocables de intereses, y un sinnúmero de elementos más. Así, que para finalizar el presente capítulo, volvemos a formular una pregunta que tiene como objetivo principal llamar a una profunda reflexión sobre lo que hacemos en torno a la contaminación, ¿está la humanidad dispuesta a terminar con la contaminación y su economía de oro? Seguramente, el lector tendrá las respuestas finales y adecuadas a la interrogantes aquí planteadas.

Esperamos que el presente trabajo sea en el mejor de los casos, un elemento de discusión y reflexión para el público en general y una obra de consulta para todos aquellos estudiantes que tienen la inquietud de desarrollarse como investigadores del área alimentaria. Seguros estamos que este trabajo contribuirá a generar nuevas interrogantes en el sublime camino de la ciencia.

Notas

1 El presente capítulo se realizó gracias al apoyo otorgado a Antonio López-Espinoza, por parte del Conacyt mediante el proyecto CB 156821.

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CAPÍTULO 2
¿Tenemos la culpa de estar gordos?
alejandro macías macías
yolanda lizeth sevilla garcía
Introducción

El 31 de octubre de 2013 el gobierno de México, encabezado por Enrique Peña Nieto, puso en marcha la Estrategia Nacional para la Prevención y el Control del Sobrepeso, la Obesidad y la Diabetes (Moreno, 2014). Esta iniciativa es una más de las que se han implementado desde el gobierno para intentar frenar lo que ya es un grave problema que afecta la salud de un alto porcentaje de la población, así como las finanzas del Estado y la economía del país.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el sobrepeso y la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de grasa en el cuerpo, lo cual puede ser perjudicial para la salud. Se dice que cuando una persona tiene un índice de masa corporal (IMC)1 igual o superior a 25 tiene sobrepeso, mientras que si este indicador supera el nivel de 30, entonces la persona es obesa.

En 2008 un total de mil 400 millones de personas en el planeta tenían sobrepeso, de los cuales más de 200 millones de hombres y casi 300 millones de mujeres padecían obesidad. Adicionalmente, en 2010 la misma organización calculaba una suma de alrededor de 40 millones de menores de cinco años con sobrepeso. Es este sentido, la obesidad se ha convertido en un grave problema a nivel mundial (OMS, 2012, 2014).

Los datos anteriores permiten situar el sobrepeso y la obesidad como una pandemia, pues estos van más allá de una cuestión estética, al ser causantes de buena parte de las enfermedades “modernas” que afectan a la humanidad. Según la OMS (2012), esta pandemia es responsable de 44% de la diabetes tipo II que se presenta en todo el planeta, 23% de las cardiopatías isquémicas y entre 7 y 41% de los diferentes tipos de cáncer; cada año mueren alrededor de 2.8 millones de personas adultas como consecuencia de la obesidad.

Cabe señalar que México es uno de los países que actualmente sufre más por esta situación. En el año 2012, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut), 48.6 millones de adultos mayores de 20 años tenían sobrepeso, lo que representa 71.3% del total de habitantes. A su vez, 32.4% presentaba obesidad; de esta cifra predominaba el sexo femenino con 37.5%, mientras que el masculino contaba con 26.8% (Gutiérrez et al., 2012). Se calcula que en 2010 murieron 83 mil personas en el país debido a la obesidad, motivo por el cual esta enfermedad se convierte en la segunda causa de mortalidad (Rivera-Dommarco et al., 2013).

En lo que respecta a la obesidad infantil, la Ensanut 2012 declaró que 9.7% de los niños menores de cinco años tenía sobrepeso, situación que se repitió en 5.7 millones de niños entre 5 y 11 años, es decir, 34.4% de la población total en ese rango de edad. Finalmente, también 35% de los jóvenes entre 12 y 19 años padecía sobrepeso u obesidad, lo que representa más de seis millones de personas.

En resumen, en 2012 el sobrepeso y la obesidad afectaron a más de 60 millones de mexicanos, esto es más de la mitad de la población de este país. Una cifra realmente alarmante que muestra con claridad que el exceso de peso dejó de ser desde hace mucho tiempo un asunto de elección individual, para convertirse en un grave problema de salud pública que impacta en la estabilidad física y emocional de las personas, en la productividad de los trabajadores, en la economía del país y en las finanzas del Estado (Rtveladze et al., 2013). Ante ello, preguntas obligadas son: ¿quiénes son los responsables del crecimiento tan desorbitante de este problema?, ¿somos los consumidores los que no hacemos adecuadas elecciones al momento de decidir qué comer y cuánto ejercicio físico hacer o son aquellos que nos proveen de los alimentos?, ¿cuál ha sido la responsabilidad del Estado en esta situación?

Tales preguntas intentarán ser respondidas en el presente capítulo, en el cual se argumenta que el crecimiento desmedido del sobrepeso y la obesidad en México durante los más recientes 25 años, es producto de una tendencia mundial, pero sobre todo de diversas políticas públicas que han motivado una industria alimentaria que genera grandes beneficios privados, además de elevados y graves costos públicos, mismos que no podrán revertirse si el Estado no implementa medidas que, más allá de responsabilizar al consumidor de su estado nutricional, realmente impliquen un cambio de orientación en la política alimentaria.

Nuestra estructura genética no nos ayuda a controlar el sobrepeso y la obesidad

El problema del peso excesivo en el cuerpo humano es relativamente reciente en la historia de la humanidad, pues es hasta el siglo XVIII en que esta vivió sino en condiciones de hambre, sí de escasez. Lo anterior incluso llevó a Thomas Malthus a escribir en 1798 que el hambre jamás sería erradicada, ya que una mayor producción de alimentos conllevaba un incremento de la población, hasta que esta sobrepasaba la oferta de alimentos (Malthus, 1998).

Es hasta después de la Revolución Industrial del siglo XIX –liderada por Estados Unidos y los países europeos, quienes desarrollaron nuevas tecnologías para expandir la frontera agrícola de sus países, incrementar los rendimientos en la producción agrícola y pecuaria, mejorar los medios de distribución a través del desarrollo del ferrocarril y la industria naviera, y garantizar una mayor conservación de los alimentos–, que se pudo romper la predicción malthusiana, iniciando una época de crecimiento constante en la producción alimentaria, que incluso ha llegado a ser de superabundancia. A ello hay que agregar el desarrollo de un sistema internacional de producción y distribución de alimentos, en un principio comandado por los gobiernos de los países más desarrollados, pero posteriormente dirigido por grandes conglomerados agroindustriales privados.

Ahora bien, bajo las condiciones de gran escasez y dificultad para acceder al alimento en las épocas del hombre nómada, quien además debía desarrollar una gran actividad física tanto para la búsqueda de sus satisfactores como para protegerse de otras especies mucho más fuertes que él, los que lograron sobrevivir fueron aquellos cuyo cuerpo tuvo adaptaciones para poder resistir tales condiciones. Fue así que genéticamente el cuerpo se preparó para mantener reservas de energía a largo plazo en forma de grasa; el sistema genético se programó para desarrollar un gusto especial por el sabor de las grasas y de las proteínas, así como por el sabor dulce de las féculas y los azúcares, dado que de ahí se obtiene energía en forma de hidratos de carbono.

Además de esto, el sistema del cuerpo humano generó un sesgo a favor del consumo excesivo a fin de mantener el equilibrio de energía y, sobre todo, de tener reservas para épocas de escasez. Es por ello que cuando bajan las reservas de grasa, el incremento del apetito se multiplica inmediatamente, pero cuando sucede lo contrario, el mecanismo de saciedad no responde con la misma rapidez ni con la misma proporcionalidad, por lo que el individuo puede seguir comiendo en exceso, aun después de que sus reservas de grasa ya hubieran regresado al nivel normal (Roberts, 2009: 165).

Una vez que el cuerpo ha engordado, buscará mantener esa situación; es decir, si los niveles de grasa disminuyen un poco, se activarán inmediatamente los mecanismos para que el individuo coma más a pesar de que sus reservas de grasa estén muy por encima de una situación crítica.

Otro factor que actúa en favor de la obesidad actual en el ser humano tiene que ver con la poca actividad física que practica, al ser un ser sedentario y con cada vez menores oportunidades de activar su cuerpo (OCDE, 2010). Así, mientras que su estructura orgánica fue forjada para conservar la mayor cantidad de grasa en el cuerpo en una época en que se quemaban grandes cantidades de calorías por la frecuente actividad física, en la actualidad sucede lo contrario: se tiene acceso a mucha mayor cantidad de comida (buena parte de ella con alto contenido calórico), a la vez que el sedentarismo cada vez es más severo, existiendo pocas oportunidades de ejercitar el cuerpo.

En resumen, nuestro cuerpo fue estructurado para sobrevivir en condiciones totalmente distintas a las que hoy tenemos. Si hace dos siglos la obesidad era un fenómeno marginal concentrado principalmente en las clases altas, con el paso de los años se convirtió en un problema que comenzó a afectar a todos los estratos de la población. Asimismo, hace solo tres décadas que la prevalencia de sobrepeso y obesidad se daba principalmente en los países más desarrollados (Estados Unidos a la cabeza), mientras que las demás naciones tenían como prioridad el combate a la desnutrición. Es a partir de la década de 1990 que esta enfermedad comenzó a dispararse en todo el mundo, dejando de ser un asunto personal ligado a la estética, para convertirse en una pandemia de altos costos para la humanidad. En este drástico cambio, más allá de decisiones individuales, sin duda un partícipe clave ha sido la agroindustria que ha crecido de forma desorbitante a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Antonio López Espinoza
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