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Читать книгу: «La liturgia del esclavizador», страница 3

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—Vamos a dar una vuelta por el edificio. Aunque veas esto tan triste y solitario, hay muchas personas trabajando por aquí arriba —le informó mientras desviaba la vista hacia el techo del pasillo.

—Ya, ya me imagino. Todo esto es sorprendente, la verdad es que estoy impresionada.

—Pues aún no has visto nada.

Cuando por fin abandonaron el pasillo, entraron en una especie de vestíbulo más discreto que el principal, pero aun así muy amplio y lujoso. Sofás de cuero y mesas de centro de cristal repletas con distintos folletos aparecieron ante sus ojos. La estancia estaba custodiada por un ejército de ocho ascensores. Cuatro a cada lado. Claudia llamó a uno y este abrió sus puertas al instante. En el hueco entraban más de veinte personas de forma holgada. Las dos mujeres entraron en su interior y acto seguido Claudia pulsó el último botón de la segunda hilera de números. El número cincuenta y dos. Las dos hojas de acero se cerraron de nuevo y comenzaron a ascender. En la parte superior de los botones, una pantalla de diez pulgadas les informaba en todo momento del piso en el que se encontraban, de cuantos metros estaban subiendo, de la velocidad y del tiempo que tardaban en hacerlo.

—Tiene pinta de ser rápido —sugirió Alicia.

—¿Perdona?

—El ascensor, digo.

—Sí que lo es. Cuando subimos hasta arriba del todo llega casi hasta los mil metros por minuto que viene a ser unos sesenta kilómetros por hora.

—¡Guau! —exclamó sorprendida—. Una pregunta, Claudia, si no es indiscreción.

—Dime.

—¿Cuántas personas trabajan aquí? Tengo curiosidad.

—Depende un poco de la época en la que nos encontremos. Ahora en periodo vacacional entre dos mil quinientas y tres mil. Durante el resto del año calculo mil más.

—¡Madre mía! ¿Y todas ellas trabajan para este mismo centro?

—Sí, todas dependen directamente del CMTS. Nos dirigimos a la última planta del edificio, donde vive la directora.

—¿Dónde vive? Querrás decir donde trabaja —corrigió extrañada Alicia.

—Donde trabaja y vive. Lo hace todo aquí. Ella se encargará de todo.

—¿Hay más de tres mil personas trabajando en este edificio y me va a atender la mismísima directora? Esto es un poco surrealista, ¿no crees?

—Tu caso no es uno más, Alicia. Lo cierto es que no tengo mucha experiencia, soy una simple recepcionista, pero hasta la fecha nunca había visto a nadie que le hayan hecho tantas pruebas en tan buenos hospitales y no haya conseguido curarse. La directora es una mujer muy solicitada, como podrás comprender, pero antes, cuando la he llamado por teléfono exponiéndole tu caso, no lo ha dudado ni un instante y me ha pedido que te lleve hasta ella. Por eso estamos aquí.

—Siento mucho todos los trastornos que os estoy causando, Claudia.

—Trastorno ninguno. No digas tonterías.

Veinte segundos después ya habían ascendido las cincuenta y dos plantas y las dos hojas del ascensor volvían a abrirse. Una mujer las esperaba al otro lado. Rondaba los cuarenta años y tenía el pelo recogido en una coleta. Vestía unas botas de color beis de tacón bajo, unos tejanos y una camisa blanca de manga larga que se remangaba cada vez que se la ponía.

—Muy buenos días. Tú debes de ser Alicia, ¿verdad?

—Sí.

—Mucho gusto. —Ambas mujeres se dieron dos besos—. Yo me llamo Virginia y soy la directora de todo este tinglado. Bienvenida. —Acto seguido se giró hacia la joven—. Muchas gracias, Claudia, ¿quieres quedarte un rato con nosotras?

—No puedo, jefa. Tengo mucho lio allí abajo.

—Como quieras. Acompáñame, Alicia, vamos hasta mi despacho.

—Muy bien.

A Alicia durante estos últimos meses la habían examinado muchos profesionales de diferentes ramas, pero ninguno de ellos se parecía a la mujer que caminaba a su lado en lo más alto de un rascacielos en el corazón de una gran ciudad como Barcelona. ¿Qué diferenciaba a Virginia del resto y la convertía en alguien distinta? Muchos detalles, desde su desenfadado estilismo hasta su forma de caminar o de pensar. La directora era una mujer muy segura de sí misma, firme y enérgica cuando había que serlo, pero también sabía ser dulce y cariñosa. Alicia se dio cuenta desde el primer momento que tuvo contacto con ella de que era una mujer diferente, especial. Pero había algo que la cautivó sobremanera y que nadie hasta ahora había sido capaz de transmitirla. En ningún momento la trató como una paciente más, sino como una amiga.

El despacho estaba a la altura del edificio. Era una estancia muy amplia y moderna.

—No quiero que te asombres. Quiero que pienses que este lugar es como cualquier otro. Ni más ni menos.

—Eso es muy fácil para usted, pero para alguien como yo que nunca estuvo aquí…

—En primer lugar, quiero que me tutees. Piensa en mí como si fuera, no sé, una amiga tuya o… una hermana. ¿Tienes hermanos?

—Sí, una hermana mayor.

—Perfecto, pues a partir de ahora, mientras estés aquí dentro, tendrás dos hermanas. Yo seré la mediana. ¿Te parece bien?

—Me parece estupendo —le respondió esbozando una tímida sonrisa.

—Muy bien y teniendo claro ese primer concepto, pasemos al segundo. Desconozco por completo qué trastorno te atormenta ni cuántos profesionales te han analizado hasta la fecha, pero si de verdad tienes un problema relacionado con el sueño nosotros te curaremos. ¿Me estoy expresando con la suficiente claridad?

Alicia se quedó mirándola con rostro escéptico, como si no creyera en sus palabras, pero la forma que tenía de pronunciarlas era tan convincente que no le quedó otro remedio que abrir de nuevo tímidamente la puerta de la esperanza.

—Me gustaría mucho creer en tus palabras, Virginia, pero la realidad es muy distinta. He visitado neurólogos especialistas en el sueño, psicólogos, psicoterapeutas… Todo parece indicar que padezco una enfermedad rara porque nadie es capaz de curarme.

—¿Eso es lo que piensas?

—Sí. Y me cuesta mucho creer que vosotros seáis capaces.

—Muy bien. Estás muy preocupada, como es lógico. Vayamos al grano. Explícame con tus propias palabras tu vida desde que empezaste a sentir que algo iba mal.

Alicia respiró hondo y comenzó a exponerle a la directora su problema. Estaba muy nerviosa y comenzó su argumentación con un ligero tartamudeo. Tuvo que parar en dos ocasiones con lágrimas en los ojos. Su interlocutora, sentada enfrente de ella, se limitó a escucharla con toda la atención que una persona era capaz de reunir mientras no dejaba de escudriñarle el rostro y de consolarla en la medida de lo posible.

Antes de terminar su testimonio, la directora se puso en pie y anduvo unos pasos en dirección a la enorme cristalera que envolvía el despacho y desde donde se podía contemplar gran parte de la ciudad. De espaldas a ella pronunció unas palabras que le sorprendieron.

—Perdona que te interrumpa, pero ya he oído suficiente. Te voy a ser sincera, no me gusta andarme por las ramas ni marear la perdiz, por lo que voy a ir directa al grano. Me gustaría aquí y ahora adelantar el diagnóstico de tu trastorno antes de hacerte las pruebas pertinentes. Puede que me equivoque, puede que no esté en lo cierto, pero en mi dilatada carrera profesional he visto y tratado los suficientes casos hasta el día de hoy para aventurarme contigo. Y, por favor, no me malinterpretes, esto no quiere decir que te queramos despachar rápido, ni muchísimo menos. Nuestra intención siempre será analizar en profundidad tu caso y curarte. ¿Estás preparada?

—Sí, sí. A-de-lante —tartamudeó.

Virginia se giró dando la espalda a la torre Agbar, que se intuía tras ella.

—De una forma muy superficial estoy casi convencida de que lo que padeces no es ni más ni menos que una parasomnia persistente.

—¿Una parasomnia? —preguntó extrañada Alicia.

—Sí. Un trastorno de la conducta o comportamiento anormal que tiene lugar durante el sueño. Se dividen en tres grupos: al despertar, asociadas al sueño REM y otras parasomnias. No cabe duda de que sufres de las segundas. Y dentro de ese saco nos podemos encontrar con los trastornos de conducta del sueño REM, la parálisis del sueño aislada y las famosas pesadillas.

—Esas palabras me suenan. Eso mismo ya me lo han diagnosticado algunos de los profesionales que me trataron, que tengo pesadillas, sin embargo, ninguno ha podido…

—Una cosa es diagnosticártelo y otra muy distinta curarte, hermana —la interrumpió la directora—. Las pesadillas son ensoñaciones muy vivenciadas de contenido desagradable que producen una importante sensación de miedo. Ocurren durante la fase REM del sueño y, a diferencia de los terrores nocturnos, predominan en la segunda mitad de la noche y el sujeto suele recordar y es consciente de lo sucedido cuando se despierta. Es mucho más frecuente en la infancia, pero los adultos pueden tener también pesadillas de forma ocasional. En tu caso no se produce de forma esporádica, sino que perdura en el tiempo.

—O sea, que si lo que me atormenta por las noches son simples y meras pesadillas, ¿ellos tenían razón? —la preguntó.

—Sí y no. Todos ellos estaban en lo cierto, eso es indudable, pero les faltó profundizar un poco más, ya que este análisis es bastante superficial. Hay algo que no tuvieron en cuenta y que para mí es la clave.

—¿Y se puede saber de qué se trata? —preguntó ansiosa la joven.

—No quiero que te asustes Alicia. ¿Me lo prometes?

Alicia estaba asimilando todavía las palabras que brotaban de los labios de la directora. Virginia volvió sobre sus pasos y se sentó a su lado.

—¿Me lo prometes? —insistió una vez más cogiéndole las manos con dulzura y mirándola directamente a los ojos.

—Te lo prometo.

Virginia continuó hablando.

—Si de verdad es lo que pienso no te falta razón, tu trastorno es raro, muy raro. Se da en una persona de entre cien millones más o menos. Se da solamente en aquellas personas que han superado un estado de coma y ese hecho es justamente lo que no tuvieron en cuenta. Una parasomnia no es un trastorno inaudito, puede padecerla cualquier persona en cualquier etapa de su vida, pero la cosa cambia cuando se trata de una parasomnia asociada a una ECM. Y mucho.

—¿Una ECM?

—Sí. Experiencia cercana a la muerte. Y ahora viene la parte interesante. Yo soy una persona escéptica, no creo en fantasmas, en espíritus, ni en apariciones demoniacas, pero en lo que sí creo es en todo aquello que acontece dentro del sueño de cada persona. Estoy convencida de que en uno de tus sueños mientras estabas ingresada en ese hospital y aún te encontrabas en estado de coma, algo o alguien pensó que traspasaste una línea, un límite, una frontera, la misma que separa la vida de la muerte y, por consiguiente, ese alguien, quienquiera que sea, dio por sentado que ya formabas parte de su mundo. Pero se equivocó, porque eso nunca sucedió. De alguna manera, viste la luz al final del túnel, pero reaccionaste a tiempo, diste la vuelta y no quisiste continuar.

A la mente de Alicia aterrizaron pensamientos contradictorios. Por un lado, lo que decía sonaba a fantasía. Por otro, aquella mujer no iba muy desencaminada. El pasillo de los espejos, la línea roja en el suelo…

—¿Algo o alguien? —preguntó extrañada la joven.

—Sí, a nosotros nos gusta llamarlos parásitos.

—¿Un… parásito es el culpable de todo lo que me pasa? ¡Dios mío!

—Así es.

—Pero en mis sueños no hay uno solo. Son muchas las criaturas que deambulan…

—Ya me imagino —la cortó de nuevo—. Por norma general es solo uno el que se percata de tu irrupción en su mundo. Y nuestro objetivo no es otro que ayudarte a identificarlo y destruirlo o, en su defecto, enjaularlo para que deje de molestar.

—Admiro tu profesionalidad y tu intuición, Virginia, pero tienes que comprender que me cuesta mucho creer todo esto que me estás contando. No es muy normal que te digan que el causante de tus pesadillas es un parásito que tienes instalado en la cabeza.

—Lo comprendo. Comprendo tu desconfianza. Y, por si te sirve de consuelo, es únicamente fruto de tu imaginación. Tú y solo tú tienes el poder de destruirlo. Nosotros solo te proporcionaremos las herramientas adecuadas para que lo consigas.

—La verdad es que tengo mucha curiosidad por saber cómo lo vais a hacer.

—Todo a su tiempo, hermana. Todo a su tiempo.

6

—Pero bueno, vamos a empezar por el principio, Alicia. Antes de nada, me gustaría explicarte quiénes somos y lo que hacemos. Hay una serie de conceptos que me parece imprescindible que conozcas. Cualquier término que no entiendas o tengas duda dímelo, te lo explicaré sin problema. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

La directora la instó a que la acompañara hasta otro espacio dentro del propio despacho. Ella misma fue la encargada de acomodarla en una silla de oficina negra y muy ergonómica mientras ella hizo lo propio en otra de semejantes características al otro lado de una mesa de despacho muy peculiar. Colocó su móvil de alta gama en un espacio reservado para él. El dispositivo comenzó a cargar la batería al instante, tras el simple y mero contacto con la superficie. Acto seguido, la mesa se encendió como cuando lo hace la pantalla de un ordenador, mostrando ante sus ojos la imagen dinámica de un enorme atrapasueños bailando al son de una brisa imaginaria. A su lado aparecieron infinidad de iconos con los que Virginia comenzó a interactuar. Alicia nunca había visto nada por el estilo.

—La rama de la medicina del sueño es una especialidad relativamente joven dentro de la propia medicina. Aquí, en España, está enmarcada dentro del programa de formación MIR y forma parte de la especialidad médica neurofisiología clínica.

—¿Neurofisiología?

—Sí, la neurofisiología es una rama de las neurociencias que se encarga del estudio funcional de la actividad bioeléctrica del sistema nervioso central, periférico y autonómico, mediante la utilización de equipos y técnicas de análisis avanzado.

—¿Contáis con esos equipos aquí? —la preguntó intrigada.

—Sí, pero ya te adelanto que no servirían de nada en tu caso. La neurofisiología abarca el diagnóstico de ciertas patologías que afectan al sistema nervioso central, sistema nervioso periférico, las enfermedades de la placa motora y el músculo. Además, y esto es lo que nos interesa, se encarga del diagnóstico, tratamiento y seguimiento de los pacientes con trastornos del sueño como narcolepsias, síndrome de apneas e hipo apneas obstructivas durante el sueño, síndrome de piernas inquietas, disomnias y parasomnias.

—Me temo que eso último me incluye a mí —dijo Alicia mientras se acomodaba mejor en la silla.

Virginia se atusó el pelo mientras pensaba en la siguiente pregunta que le formularía.

—Alicia, ¿quieres saber por qué pienso que hasta ahora nadie pudo curarte?

La directora tenía especial habilidad por captar su atención. Y lo conseguía con creces. Ni qué decir tiene que la pregunta cogió tan de sorpresa a la joven que tardó unos segundos en asimilarla y en reaccionar.

—¿Por qué? —preguntó expectante.

—Porque no contaban con los medios necesarios. Es posible que supiesen a qué se enfrentaban, pero no pudieron hacer nada. En la actualidad, cuando sufres de una enfermedad que no tiene cura, los médicos son muy precavidos y no suelen comunicárselo a sus pacientes. Para nosotros las palabras «imposible, irrealizable, inalcanzable e inaccesible» procuramos tenerlas apartadas lo más lejos posible de nuestro vocabulario.

—Entonces… ¿Vosotros sí podéis? —Alicia era consciente de que la respuesta a esta pregunta era la clave.

—Nosotros disponemos de más medios. La tecnología avanza a pasos agigantados, te sorprenderías de lo que somos capaces hoy en día gracias a ella. Sin embargo, aún nos queda mucho camino por recorrer. Es difícil de explicar con palabras Alicia, pero tengo una forma muy peculiar de ver la vida. Me la inculcó mi madre desde pequeña y, como no podía ser de otra manera, ese enfoque me quedó grabado a fuego.

Alicia se acordó de la frase que le dijo el psicoanalista:

«Su rol no es solo curar a las personas, ellos te harán ver las cosas de otro modo».

—¿Y se puede saber qué os hace tan peculiares? Tengo curiosidad.

—Nuestra peculiaridad es... —la directora acarició el medallón que colgaba de su cuello, en la que aparecía el rostro de una anciana, se lo acercó a sus labios y lo besó—, haber descubierto un camino alternativo a la medicina.

Si Alicia hubiera escuchado esas palabras de boca de cualquier otra persona, inmediatamente la tacharía de loca, de imprudente o de extravagante. Pero algo en su interior la repetía con insistencia machacona que Virginia no era una persona que la pudiesen asociar con ninguno de esos tres adjetivos.

—Perdóname, Virginia, pero no sé a lo que te refieres. ¿Un camino alternativo a la medicina?

—Sí. Nuestro secreto ha sido explorar donde nadie se atrevió a hacerlo hasta la fecha. Mi madre tenía toda la razón.

—¿Tu madre? Sin ánimo de ofender y con todos mis respetos, pero… ¿qué pinta tu madre en todo esto?

—No me ofendes, tranquila. Pues mucho, ella fue de las primeras en coquetear con todo esto y de las primeras en pisar este camino del que te estoy hablando. Lo que te voy a contar lo saben muy pocas personas.

—¿Por qué me cuentas todo esto? Siento que estoy invadiendo tu intimidad.

—Te lo cuento porque te vas a convertir, con toda probabilidad, en nuestra segunda paciente oficial en la UOE y eso para nosotros es todo un honor. Sabía que este momento tarde o temprano llegaría, pero una nunca se encuentra preparada del todo. Y te lo cuento también porque me caes bien, porque creo que eres buena persona y porque ya bastante mal lo has pasado en la vida. ¿Te parecen razones suficientes?

Sus labios esbozaron otra tímida sonrisa y ya iban unas cuantas desde que compartía su tiempo con la directora.

—¿Te parece interesante todo esto? —añadió Virginia mientras miraba de reojo la pantalla de su teléfono.

—Sí, la verdad es que es un mundo que desconocía por completo y no puedo negar que me parece realmente fascinante. Hasta ahora nadie había mostrado tanto interés en explicarme todo con tanto lujo de detalle.

—Ponte cómoda. Voy a contarte algo que quizá nunca hayas escuchado. ¿Nunca te has preguntado como inviertes el tiempo en tu vida?

—Lo cierto es que no, nunca me había parado a pensarlo.

—La esperanza de vida aquí en España es de unos ochenta años para los hombres y ochenta y cinco para las mujeres. Las personas que alcanzan esa edad habrán pasado nueve viendo la tele, cuatro conduciendo, más de noventa días en el cuarto de baño y cuarenta y ocho días, aproximadamente, manteniendo relaciones sexuales. —A Alicia se le escapó una sonrisa escuchando esta última puntualización—. Pero cuando se trata de actividades que consumen nuestro tiempo hay una que le gana a todas las demás. A esa misma edad habremos pasado más de veinticinco años durmiendo. Veinticinco años tirados a la basura sin poder ser aprovechados. Mi madre, consciente de ello y como persona terca e inconformista que siempre ha sido, comenzó a darle vueltas y más vueltas al asunto para encontrar una solución a toda esa pérdida de tiempo. Se obsesionó con una premisa: acortar el tiempo de sueño natural.

—Pero… ¿eso no es imposible sin que afecte a la salud? —le interrumpió la joven—. Recortarías tiempo al sueño a cambio de estar cansado los días siguientes. Sería un poco pan para hoy y hambre para mañana, ¿no?

—En teoría, sí, la verdad es que el impulso de dormir es muy fuerte, tanto que le gana incluso al de comer. Tu cerebro se irá a dormir a pesar de tus esfuerzos conscientes de mantenerlo despabilado. No cabe duda de que el cansancio acumulado, tarde o temprano pasa factura. Pero no siempre la teoría y la práctica coinciden. En la época en la que ella vivió no existían medios para estudiar nada de esto, sin embargo, estaba convencida de que no todas las personas necesitaban dormir el mismo tiempo para descansar. Algunas precisaban las ocho horas recomendadas, pero tenía la firme convicción de que otras con seis ya reseteaban sus cerebros y estaban listas para funcionar un día entero. Mi madre fue investigadora y falleció en abril del 2007 sin poder ver su sueño cumplido. Dos años después, cuando el campo de la genética del sueño estaba empezando, otros investigadores como ella en una universidad estadounidense descubrieron e identificaron el que se conocería a posteriori como el primer gen del «sueño breve». Hasta ese momento, nadie pensaba que los genes pudieran influir en los comportamientos del sueño. Esos mismos investigadores al poco descubrieron otro gen y, no hace mucho, un tercero, que, además, ha demostrado que previene los déficits de memoria que acompañan a la falta del sueño. Con esos genes acortaríamos dos horas e incluso se podría bajar de la barrera de las cuatro horas de descanso diario. ¿A qué equivaldría eso? Pues no hay que ser experto en matemáticas para darse cuenta de que estamos hablando de justo la mitad. En vez de perder veinticinco años perderíamos solamente doce y medio. Ni que decir tiene que la obsesión que persiguió toda la vida a mi madre la heredé yo. Tras su muerte recogí su relevo y, bueno… seguí de alguna forma tejiendo la telaraña en solitario. Tanto mi madre como yo compartíamos la idea de que para que la gente viva más tiempo solo existían dos caminos: aumentar la esperanza de vida sobrepasando la barrera de los cien, o incluso de los ciento diez años, hecho impensable en los tiempos en los que vivimos, o acortar el sueño natural, que fue el camino que eligió mi madre. Pero nos equivocamos. Había un camino más. Un tercero. Un camino que estuvo todo el tiempo ahí, esperando ser descubierto. ¿Sabes de lo que te hablo?

La directora le hablaba a una mujer que mostraba un desmedido interés por todas y cada una de las palabras que brotaban de sus labios. Cuando exponía el tema en las conferencias, al principio una vez al mes y ya, por último, todas las semanas, estaba acostumbrada a dejar a gente anónima boquiabierta, estupefacta. Alicia no se trataba de ninguna excepción. La directora continuó con su argumentación sin esperar respuesta a su pregunta.

—¿Y si aprovecháramos el tiempo mientras estamos durmiendo?, mataríamos dos pájaros de un tiro, por un lado, no sacrificaríamos nuestras innegociables horas de descanso y, por otro, nos sumergiríamos en un mundo paralelo, donde podríamos coquetear con infinidad de experiencias diferentes. No viviríamos más tiempo, pero lo aprovecharíamos mucho mejor. Con este nuevo concepto en mi cabeza comencé a documentarme, a explorar, en definitiva, empecé a pisar ese camino alternativo a la medicina del que te comenté.

Alicia ya no tenía ninguna duda. Virginia era una mente brillante, una mujer muy inteligente. De esas que convierten en fácil lo difícil sin apenas esfuerzo.

—¿Aprovechar el tiempo mientras dormimos? Creo que me he vuelto a perder.

—Es muy sencillo. Todas las noches, a los pocos minutos de conciliar el sueño, nuestras mentes se desconectan de la realidad y se sumergen en otros mundos de los que no podemos rescatar nada, al menos de una forma material. Hoy en día, los sueños son la tierra inexplorada de la neurología. Eso es exactamente lo que queremos que cambie. Nosotros somos los que ayudamos a la gente a dominar sus sueños para que puedan vivir cada noche una inmensa aventura, pero, por desgracia, no es tarea nada sencilla.

—¿Por qué? ¿Es complicado?

—No es complicado si sabes cuáles son las teclas que tienes que tocar. El problema es otro. Yo estoy convencida de que nuestras mentes no están lo suficientemente capacitadas. Les falta madurez, bueno, no a todas, a la gran mayoría. Hay otras que están más predispuestas. Hemos descubiertos que los jugadores de videojuegos experimentan más sueños lúcidos que la media de la población.

—Antes has dicho que me voy a convertir en la segunda paciente de la UOE. ¿Qué es eso?

—Este centro atiende al nombre de Centro Multidisciplinar de los Trastornos del Sueño (CMTS) y se divide en dos partes claramente diferenciadas. La Unidad Multidisciplinar del Sueño (UMS) que funciona como cualquier otro instituto u hospital de cualquier ciudad en el cual curamos a las personas que nos visitan con cualquier tipo de trastorno del sueño. Pero contamos también con la Unidad Onírica Experimental (UOE), de la que presumimos ser pioneros en todo el mundo.

—¿Qué diferencia hay entre una y otra? En ambas curáis a la gente, ¿no?

—La primera unidad ya está inventada, nosotros solamente la ponemos en práctica. Es medicina. La segunda la inventamos nosotros explorando. Es el camino alternativo a la medicina.

—¿Y solo habéis tenido un paciente en esta última durante todos estos años? —preguntó sorprendida la joven.

—Hemos tenido clientes, más que pacientes. Hasta la fecha, a esta unidad no nos visitó gente con trastornos, sino gente que quería soñar de forma diferente. Gente que no venía a curarse, sino a saborear nuestro amplio abanico de experiencias.

—Entiendo.

—Bueno, Alicia, volviendo al grano. Tenemos que practicarte una polisomnografía y analizar tu mente en profundidad, pero así, a bote pronto, contamos con dos técnicas distintas de curación para tu caso. Una es más conservadora. La otra más atrevida. La primera técnica la haríamos contigo despierta y consiste en una terapia de ensayo de imágenes, reescribiendo de esa forma tu sueño recurrente cambiando el resultado para que deje de ser traumático. A fuerza de visualizar durante la vigilia un desarrollo distinto a la trama donde un final feliz sustituye al terrorífico, intentaremos modificarte el sueño. El porcentaje de éxito es elevado, en torno al ochenta por ciento.

—Eso mismo ya lo intentaron y no funcionó.

—Lo haríamos en la UMS. Por fortuna, tenemos la otra unidad, junto con una técnica más arriesgada en la que permanecerás durmiendo. Tiene que ver con el poder de moldear la realidad onírica con los llamados sueños lúcidos. Se trata de una actividad en la que serás consciente de estar soñando y podrás manipular a voluntad el desarrollo de tu película onírica bien de forma espontánea o bien inducida mediante aprendizaje y entrenamiento.

La directora inspeccionó los últimos correos electrónicos de la carpeta de entrada de su Mac, echó una rápida ojeada a la pantalla de su móvil y volvió a atusarse de nuevo el pelo.

—¿Qué porcentaje de éxito tiene esta última prueba? —la preguntó Alicia.

—Sinceramente no lo sé. Solo lo usamos en una ocasión, el resto de las veces nos mantuvimos en el campo del placer y el entretenimiento. Acompáñame, me gustaría enseñarte algo.

7

Alicia se encontraba muy cómoda a su lado y, por un momento, había conseguido distraer su mente y olvidarse de las desgracias que le acompañaron durante esta última etapa de su vida. Fiel a su personalidad, seguía mostrándose muy receptiva y expectante por conocer qué sería lo próximo que le explicaría. Fuera lo que fuese, le iba a resultar muy interesante, sin lugar a duda.

La directora abandonó el despacho, móvil en mano, y con una sonrisa en el rostro. Mientras caminaba deslizaba sus dedos por la pantalla buscando a alguien en la agenda. Cuando encontró el contacto que buscaba pulsó el nombre y la tecla de llamada.

—Martín, necesito verte ahora, ¿estás disponible?

—Sin problema, ¿de qué se trata?

—Ahora te lo explico, nos vemos en la sala de las experiencias oníricas.

—De acuerdo, en diez minutos estoy allí.

Sus pasos se dirigieron de nuevo al ascensor. Alicia no perdía detalle de todo lo que se iba encontrando a su paso.

—Vamos a descender un piso, donde se encuentran todas las áreas relacionadas con el plano onírico —le explicó Virginia—. Lo que te voy a enseñar es una sección única en todo el mundo.

—Tengo la sensación de que intentas sorprenderme. No creo que sea para tanto —le dijo Alicia sonriendo.

Cuando por fin se deslizaron a ambos lados las dos hojas del ascensor, Alicia pudo comprobar cómo entraba de nuevo en otra dimensión. Sintió algo similar a lo que había sentido una hora antes en el vestíbulo de entrada. Lo primero que percibió fue un olor muy particular, a incienso quizá. Permanecía todo en penumbra y a medida que avanzaban por los distintos pasillos se iban encendiendo unas luces y apagando otras tras sus pasos. El silencio en aquella planta del rascacielos era, una vez más, sepulcral.

—Los cinco primeros pisos del edificio están destinados a nuestros especialistas médicos, neurofisiólogos, neumólogos, otorrinos, neurólogos, expertos en cirugía maxilofacial, odontólogos, endocrinólogos, psicólogos clínicos… Lo cierto es que contamos con un amplio abanico de profesionales.

—La parte de la medicina.

—Exacto. La parte médica. Pero en ese quinto piso termina todo lo real. Desde el sexto piso hasta aquí hay oficinas. Cuarenta y cuatro pisos entre cuyas paredes hay gente trabajando incansablemente y dando vida a lo que aquí almacenamos y ponemos en práctica. Ellos crean lo que nosotros denominamos experiencias oníricas.

—¿Experiencias oníricas? —repitió Alicia intrigada—. ¿Qué son exactamente?

—¿Te suena el término «onironauta»?

—¿Onironauta? —repitió confusa—. En mi vida lo escuché.

La directora paró de caminar. Ya habían llegado a su destino. Estaban enfrente de una puerta con dos dispositivos electrónicos al lado derecho. Uno a mediana altura que parecía un teléfono de sobremesa con una ranura en el centro y otro justo enfrente de su cabeza que se asemejaba a una cámara web.

—Los onironautas son personas que cobran un estado de conciencia similar al de la vigilia mientras sueñan, lo que se conoce como sueños lúcidos, permitiéndoles reconocer el estado de sueño como tal, experimentando un mayor grado de control. Nuestro cometido prioritario, querida hermana, es curar a la gente, pero gracias a la UOE también pretendemos en un futuro no muy lejano ser creadores de onironautas.

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ISBN:
9788411143288
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