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TOULOUSE, MARSELLA, PARÍS, ANDRÉSY, BOVINGDON, CHIDDINGFOLD Y DE NUEVO PARÍS (1939-1956)

El 22 de enero de 1939, Negrín ordenó la evacuación de Barcelona. Ese día abandonaba la ciudad Luis Araquistáin con sus libros y objetos de arte gracias a las ambulancias que le facilitó el doctor Eduardo Arín, Jefe de Sanidad Militar. Un recurso que escandalizó a Constancia de la Mora cuando días después vio las bien equipadas ambulancias estacionadas ante el ayuntamiento de Cerbère. Negrín debió apurar la salida y los servicios del Jefe de Gobierno retiraron libros muy recientes dejados en su residencia por Fernando Vázquez Ocaña, socialista y director de La Vanguardia entre octubre de 1937 y enero de 1939 y jefe de prensa del presidente del gobierno desde mayo de 1937 hasta abril de 1939. En alguno de esos libros –las Nuevas Crónicas de Gerardo Rivera, de Juan José Domenchina, publicadas en Barcelona a fines de 1938– puede leerse esta dedicatoria: «A Fernando Vázquez Ocaña este libro de crónicas absolutamente inactuales. J. José Domenchina. Ba enero 1939». Contenida muestra de estoicismo en una ciudad enmudecida por la derrota.31

«Un silencio completo y enormes remolinos de papeles rotos y quemados, empujados por el viento que entraba por las esquinas y bocacalles acogió a los “vencedores”». Así evocó Constancia de la Mora en Doble esplendor –unas memorias acabadas de escribir en Nueva York en el verano de 1939–, la llegada de las tropas de Yagüe a Barcelona el 26 de enero. Esas hogueras, que hacían desaparecer documentos comprometedores y también sirvieron para combatir el frío, tardaron en apagarse. En la retirada hacia la frontera, ya cerca de Figueras, Ehrenburg encontró a Sávich y a Kótov quemando la biblioteca de la embajada soviética en una masía. «No iban a dejar libros rusos a los fascistas», le dijeron. Kótov, que según observó Eherenburg, quemaba los libros con delectación, no era otro que Leonid Eitingon, agente de la NKVD que no tardaría en aparecer por México para acabar con Trotski. Ovadi Sávich, corresponsal de la agencia Tass, hispanista y asistente al Congreso de Escritores de Valencia, había preparado en colaboración con Manuel Altolaguirre la edición de dos dramas de Alejandro Pushkin, publicados en Barcelona en 1938. También los encontramos entre los libros de Negrín.32

Negrín salió de España el 6 de marzo de 1939. Un avión pilotado por Diego Hidalgo de Cisneros le llevó del aeródromo de Monóvar a Toulouse. Allí estaban ya su biblioteca y su archivo de cuyo traslado desde Barcelona se ocupó José de Arizmendi, un oficial del Cuerpo de Carabineros, quien, algo después, ante el avance alemán y siguiendo instrucciones de Francisco Méndez Aspe, se trasladó a Marsella, y solicitó la ayuda de Gilberto Bosques, cónsul de México. Las cajas contenían una parte de la biblioteca y los documentos relativos a su gestión como ministro y jefe de Gobierno. Todo quedó bajo custodia de las autoridades diplomáticas mexicanas. Una parte de los libros y documentos –los de carácter más privado, quizá– pronto viajó de Toulouse a París; la otra –de índole más oficial y asociada a la guerra– lo hizo a Marsella en 1941.33 Tardarían en reunirse.

La biblioteca personal quedó acomodada en un apartamento de la Avenida Charles Floquet en el que residió Negrín hasta mediados de 1940. En mayo de 1939 de camino a México –donde participó en la recepción de los pasajeros republicanos del Sinaia en el puerto de Veracruz– se detuvo en Nueva York para ver a sus hijos y mantener algunas entrevistas políticas. Fue entonces cuando Luis Quintanilla, llegado en enero para ocuparse del Pabellón Español de la Feria Internacional de Nueva York que canceló el final de la guerra, debió dedicarle su recién aparecido All the Brave, título tomado –recuerda el pintor– de una poesía que celebraba el heroísmo español en la época napoleónica, un símil recurrente en la España republicana. Con dibujos de guerra y textos de Elliot Paul, Jay Allen y Ernest Hemingway, el libro lo había editado el sello neoyorquino Modern Age Books. «A Juan Negrín –leemos al pie de un poema de Wordsworth– con un fuerte abrazo de nuestra vieja amistad. Luis Quintanilla. New York. Mayo 1939». La dedicatoria la acompaña el dibujo de una botella de sifón, un guiño privado, una burlona alusión al laboratorio de Negrín, un motivo que Quintanilla ya había utilizado en los frescos pintados en la Ciudad Universitaria. Este ejemplar de All the Brave está en una biblioteca particular francesa y quizás llegó a ella con la dispersión de los libros que durante unos años, ya muerto Negrín, estuvieron en la residencia veraniega que su hijo Juan tenía en Niza.34 Es otro de sus libros olvidados. De vuelta en París, en julio de 1939, Negrín se tropezó en más de una ocasión con la periodista Josefina Carabias que le recordó vigoroso y atento a la Oficina de Ayuda a los Refugiados Españoles, en el Boulevard Hausmann. También se encontró con Max Aub, que pronto sería detenido, con quien había comentado el proyecto de crear una colección de clásicos españoles en Gallimard y de otra serie de libros sobre la guerra con el editor Léon Pierre-Quint, director de Saggittaire. Algo después –ya desde Londres– Negrín apoyaría a José Bergamín –a través de su hombre de confianza, el doctor José Puche– en la recién creada Editorial Séneca.35

El avance alemán obligó a Negrín a abandonar París el once de junio de 1940. Antes de hacerlo, quizá ayudado por sus amigos Germaine y Jules Moch, debió depositar su biblioteca en Andrésy, una pequeña localidad cercana a París, al amparo de Maître Coquelin, un notario de simpatías republicanas.36 El 21 de junio, provisto de un pasaporte mexicano, Negrín embarcó en Burdeos con destino a Inglaterra. Lo hizo «en un barco carbonero desmantelado», se lee en el Informe de Luis Ignacio Rodríguez Taboada, Ministro de México en Francia, a quien Negrín entregó «para su custodia, restos del archivo republicano, que dejaba en los “trailers”, así como prendas y objetos de su uso personal». Esos documentos viajaron a Marsella y allí se reunieron con los procedentes de Toulouse.37

La presencia de Negrín en Inglaterra resultó incomoda para el gobierno de Winston Churchill que pronto le informó de que debía abstenerse de participar en actividades políticas, invitándole a abandonar el país. No fue así. Negrín, que contó con el apoyo de los laboristas, mantuvo una vida política discreta y promovió empeños culturales como The Juan Luis Vives Scholarship Trust, creado en mayo de 1942, o el Instituto Español de Londres, proyecto de Pablo de Azcárate, abierto a comienzos de 1944. Colaboró en algún experimento científico con la Royal Navy y con J. B. S. Haldane, catedrático de biometría de la Universidad de Londres, y en 1941 fue invitado en dos ocasiones por la Sociedad Fabiana, núcleo intelectual del laborismo. Mantuvo un trato muy cercano con Azcárate y con Antonio Ramos Oliveira, colaborador de The Left Book, quien hizo una elogiosa consideración de Negrín en su Politics, economics and men of modern Spain, 1808-1946, que Victor Gollanz publicó en 1946: hombre de ciencia que las circunstancias –no su deseo, precisó Ramos Oliveira– convirtieron en líder indispensable de la guerra y de la República. Negrín se incorporó a la escena del exilio republicano londinense y el periodista y escritor Esteban Salazar Chapela, que dirigió el Instituto Español hasta su clausura en 1950, le mencionó en alguna ocasión –sin ocultarlo bajo seudónimo, como sucede con otros protagonistas– en Perico en Londres, autobiografía y novela memorialística, como la caracteriza Francisca Montiel Rayo, aparecida en Buenos Aires, en 1947.38

Negrín llegó a Londres sin libros, pero se apresuró a comenzar una nueva biblioteca, ahora orientada hacia la bibliofilia, una decisión que no descuidaba el valor de mercado que pudiera lograr con el tiempo. Algunas pistas ofrecen las memorias de Pablo de Azcárate y los partes de los agentes de la embajada española. Un informe para el duque de Alba de 27 de julio de 1940 precisaba que días atrás Negrín y Feli López habían visitado librerías en Bedford Street y en Charing Cross, así como establecimientos de venta de microscopios y material químico. «Ha comprado una verdadera biblioteca» –anotó el antiguo embajador republicano y cercano amigo de Negrín, en diciembre de 1940. Para entonces había alquilado Dormers, una bella casa de campo en la localidad de Bovingdon, que distaba 38 millas de Londres. Allí fue acomodando un laboratorio químico-fisiológico y sus recientes adquisiciones. Negrín –se lamentó Azcárate en febrero de 1941–, se ha encerrado «con la biblioteca que se ha comprado y unos cuantos “pasatiempos”». «Todo el espacio disponible en la casa en que vive en Bovingdon –precisó el espía del duque de Alba en octubre de 1942– está llenó ahora de libros caros».39

Negrín fue reuniendo una valiosa librería en la que había repertorios de bibliógrafo, literatura científica contemporánea, algunos incunables españoles y numerosas ediciones de los siglos XVI a XVIII. Justamente, una obra médica del Renacimiento –Novae veraeque Medicinae (Medina del Campo 1558), de Gómez Pereira–, que había adquirido en la librería de Albrecht Rosenthal, en Oxford, fue la ocasión para un cruce de cartas con Araquistáin en 1944, un irónico ejercicio de esgrima epistolar. Araquistáin, recién nombrado representante en Londres de la Junta de Liberación Española –lo que mereció algún sarcasmo de su corresponsal–, le ofrecía intercambiar el libro de Gómez Pereira por cualquier otro de un valor análogo. Negrín no atendió la sugerencia –«no quisiera desprenderme de él»– y en su respuesta demostró un solvente conocimiento de la literatura histórico-médica española. El anhelo del regreso a España –el avance de la guerra apuntaba el éxito aliado– es manifiesto y compartido por ambos. Araquistáin se mostraba interesado en coordinar una Historia de la Ciencia Española –un estudio que rehabilitara, escribe, la difamada cultura hispánica– y animaba a Negrín a volver al antiguo oficio de editores y «resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa».40

En 1945 vencía el contrato de arrendamiento de Dormers y Negrín decidió adquirir Combe Court, una hermosa propiedad de estilo isabelino situada en la localidad de Chiddingfold, 42 millas al sur de Londres. Un nuevo traslado de la biblioteca. La mudanza no concluyó hasta octubre de 1946 y para entonces, circunstancias políticas y también de índole familiar aconsejaban fijar la residencia en París lo que sucedió de manera definitiva a fines de 1947. Los libros comprados en Inglaterra entre 1940 y 1947 se debieron quedar en Combe Court, aunque en los viajes entre París y Chiddingfold, regulares hasta mediados de los años cincuenta, también iban y venían libros y revistas.

La mayoría de la biblioteca inglesa quedó en Inglaterra hasta que fue subastada entre 1957 y 1958, tras la muerte de Negrín. En septiembre de 1957 la firma John D. Wood & Co gestionó la venta de Combe Court, junto con el mobiliario, colecciones de discos y algunos libros. El catálogo no los describe, pero menciona lotes de novelas, obras de jardinería, fauna, o fotografía, y en una de las entradas se precisa: «The War on Spain, 4; other Works on Spain, 10». Estos primeros debieron ser, quizá, libros que quedaron aislados en alguna dependencia y de menor valor económico. Los valiosos salieron al mercado meses después. «En Sotheby –escribió Rómulo Negrín a su hermano Juan en noviembre de 1957– me dijeron que estaban haciendo la agrupación de los libros para preparar el catálogo y que la venta no la podrían hacer antes de fines de enero. Ninguna fecha concreta, pues no querían comprometerse, dada la gran cantidad de libros que tienen que cataloga». El catálogo de Sotheby, publicado en 1958, ofrecía 544 lotes que se subastaron en dos sesiones celebradas a comienzos de febrero. Por esos días, Rómulo informó a sus hermanos Juan y Miguel del resultado de la primera subasta: «En el caso de los libros, las ediciones de libros franceses, aún las buenas, han sido las que se han vendido mal, luego vienen las ediciones inglesas, y las que mejor se han vendido han sido los libros españoles y los alemanes».41

Entre los libros franceses estaban los veintiocho volúmenes de la primera edición de la Encyclopédie (París 1751-1772); también la edición príncipe del Traité élémentaire de chimie (1789), de Lavoisier; repertorios como el de Jacques-Charles Brunet, Manuel du Libraire et de l’amateur de livres (París, 1860-1878, 8 vols.); y las obras completas de Molière y de Balzac, aunque estas no se vendieron y se conservan en París, en el domicilio familiar. En lengua inglesa, Francis Bacon, Charles Darwin, Thomas Carlyle, los Sketches de William Bradford (1810) y el muy raro –«No copy has been offered for sale by auction in this country or America for the past twenty-five years», se lee en la entrada– de Bernaldino Delgadillo de Avellaneda, A Libell of Spanish lies, impreso en Londres en 1596. Entre los libros alemanes, junto a variadas colecciones médicas, como los 36 volúmenes de Ergenbisse der Physiologie (Wiesbaden-Múnich 1902-1932), se ofrecían obras completas de Goethe y Schiller; los Schriften (1925-1928), de Sigmund Freud; Werke, de Rainer Maria Rilke (Leipzig 1927); y la primera edición de Die Bestimmung des Menschen (Berlín 1800), de Johann Gottlieb Fichte. Aunque había ejemplares muy valiosos de la cultura humanista con autores como Tomás Moro o Ptolomeo, el rango y la densidad de la alta bibliofilia se alcanzó con libros españoles como el ya citado de Gómez Pereira. Valgan algunos ejemplos. La Compendiosa Historia Hispanica, de Rodrigo Sánchez de Arévalo, impresa en Roma hacia 1470; las Epistolas de Séneca (Toledo 1502); Crónica abreviada de España, de Diego de Valera, la Valeriana, como la llamó el autor, en las prensas sevillanas de Cromberger, en 1543; Los Seys libros de la Galatea, de Cervantes, por Cormellas (1618); diferentes ediciones de El Quijote; el Discurso Poético, de Juan de Jáuregui (1624); Conquista y Antigüedades de las Islas de la Gran Canaria (1676), de Juan Núñez de la Peña, que hace unos años editó Antonio Bèthencourt; el arbitrismo de la Representación al Rey (1732), de Miguel de Zavala, que se considera «An important work on political economy, of American interest»; los elegantes 18 volúmenes del Viage de España, de Antonio Ponz (1772-1794), o la Bibliotheca Hispana Vetus (Madrid, 1788, 2 vol.), de Nicolás Antonio, ambas en la Imprenta de Joaquín Ibarra. En un conjunto en el que, con la salvedad de la literatura científica y médica, predominan los autores clásicos sorprende encontrarse el Picasso, 1930-1935, de Christian Zervos (París, Cahiers d’Art, 1935), o Poems (Londres, The Dolphin Book, 1939), selección de poemas de García Lorca preparada por Rafael Martínez Nadal, traducidos por Stephen Spender y J. L. Gili, y editados por The Dolphin Book, sello que Gili había creado en 1934.42

A fines de 1947 Negrín se instaló en París en un amplio piso de la avenida Henri Martin, cercano al Trocadero. Fue entonces cuando pudo recuperar aquella parte de su biblioteca depositada en 1940 en Andrésy, al amparo del notario Coquelin. En 1945 con ocasión de un viaje a México, Negrín solicitó al Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Castillo Nájera, que se le permitiera recuperar los libros que en 1941 habían quedado en Marsella bajo la protección de las autoridades mexicanas. La respuesta fue atenta e inmediata y en 1946 esas cajas viajaron de nuevo, en esta ocasión de Marsella a la notaría de Andrésy, ahora atendida por Georges Pelé.43 Allí permanecieron hasta 1954 cuando siguiendo instrucciones de Mariano Ansó, llegaron a París. Después de quince años, se reunían los libros y papeles que habían salido de España en 1939.

Por un tiempo, entre 1947 y 1954, hubo de nuevo dos bibliotecas, una en Chiddingfold y otra en París y aunque entre ellas hubo trato y vaivén de papeles, la biblioteca abierta, viva y renovada fue la francesa. En el que fue despacho de Negrín, al hojear algún libro puede uno encontrar una nota de 1952 del editor de los Keesing’s Contemporary Archives, o un saludo de la librería londinense John & Edward Bumpus, fechado en octubre de 1956, pocas semanas antes de su fallecimiento.

Los libros de estos años mantienen el gusto por lecturas muy variadas, entre el documentado relato biográfico de Robert Capa, Slightly Out of Focus (1947), y algún libro de Albert Camus, a quien debió conocer a través de la actriz María Casares, amiga de Feli López de Dom Pablo, que le dedicó La devotion a la croix, adaptación del auto sacramental de Pedro Calderon de la Barca (París, Gallimard, 1953). Obras de Einstein o de Norbert Wiener recuerdan la atención por la ciencia, interés que le llevó a colaborar con Raymond Moch, investigador del Laboratorio de Física Atómica del Collège de France.44 Atento a la política internacional, en abril de 1948 publicó unos artículos en el New York Herald Tribune en los que defendió que España no debía quedar excluida del Plan Marshall, una opinión muy criticada por el exilio. No obstante, desde México llegaron amistosos envíos como Recordación de Cajal (1952), homenaje editado por la revista Cuadernos Americanos en el que participaban discípulos y amigos como José Puche Álvarez o Arturo Rosenblueth; 50 años de arquitectura española (1900-1950), de Bernardo Giner de los Ríos; y No (1952), de Max Aub, que le dedicó el libro «con la devoción de siempre». Aub, también expulsado del Partido socialista en 1946, escribió la necrológica «Juan Negrín, el guerrillero», que no corrió de molde hasta 1967.45 También de la diáspora proceden dos libros: el Gulliver de Jonathan Swift, ilustrado por Luis Quintanilla (Nueva York, 1947), con una dedicatoria cómplice a quien «también conoce quienes son los pequeños, los grandes, los filósofos, los sabios y los Yahoos»; y Spanien mot Franco (1949), resultado de una estancia en Estocolmo, que incluye una traducción del poema de Machado dedicado a Lorca, preparada por Ernesto Dethorey, periodista y traductor que durante la guerra civil había estado muy vinculado a la embajada de España en Suecia.46 Un folleto de su biblioteca, Beograd 1936-1956, recuerda que en el otoño de 1956 Negrín viajó a Belgrado, donde los voluntarios yugoeslavos celebraban el veinte aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales. Alguna fotografía le muestra con un grupo de combatientes. Debió ser la última. Fue también su último viaje. Falleció en París el 12 de noviembre de 1956.

Días después, el 27 de noviembre, un documento notarial ofrecía una sumaria descripción de los muebles y objetos del domicilio de Negrín, entre ellos una cámara Leica. En su despacho «quatre bibliothèques ouvertes entièrement garnies de livres brochés ou reliés français et étrangers»; en el pasillo: «Soixante quatorze rayonnages contenant des livres brochés et reliés soit en Français soit en langue étrangère». Por entonces se decidió la venta de Combe Court, así como de los libros, cuya subasta en Sotheby produjo unos beneficios netos de 9.000 libras.47 La biblioteca de Henri Martin, enriquecida con los libros no vendidos en Londres, se mantuvo al cuidado de Feli López, si bien Juan y Rómulo Negrín quisieron conservar algunos libros y documentos. «Papá –escribió Juan a su hermano el 16 de noviembre de 1956– me habló con mucho más detalle que en otras ocasiones de los libros que preparaba y particularmente de la parte dedicada a la guerra de España. Me pidió comprobara y añadiera ciertos datos, fechas y detalles con ayuda de papeles y documentos que yo guardo».48 Los libros y papeles retirados por Juan –entre ellos una colección completa de la Editorial España– fueron a Nueva York aunque acabaron en una residencia que este tenía en Niza, y no parece que sus heredero hayan mostrado interés por conservar el legado. Algo similar ocurrió con los impresos –entre los que había algún incunable– que Rómulo se llevó a México.

No fueron esos los únicos libros olvidados. A los de Jules-Étienne Marey y Jacques Loeb, a los que ya me he referido, podría añadirse una cuidada edición de El Príncipe, de Maquiavelo que, según comentó Serrano Suñer, le ofreció Negrín en un vuelo entre Madrid y Las Palmas, en la primavera de 1936, cuando ambos eran diputados. Debió haber muchos más. A partir de 1969, Feli López viajó con alguna regularidad a Madrid para visitar a sus familiares y en ocasiones lo hacía con los libros que estaba leyendo. Uno de ellos ya no volvió a París y debemos darlo por desaparecido. Era –debo la noticia a Carmen Negrín–, la Historia de la guerra en España, de Julián Zugazagoitia, publicada en Buenos Aires en 1940, un ejemplar que en los márgenes tenía anotaciones de Negrín relacionadas con el asesinato de Andreu Nin. En los dramáticos días de la retirada republicana, en enero de 1939, recordó Zugazagoitia que todo su consuelo intelectual se lo procuraban dos lecturas, El sermón sobre la muerte y la Meditación sobre la brevedad de la vida, de Bossuet, y las cartas de amor de sor Mariana Alcoforado al caballero de Chamilly: «A Negrín le interesó Bossuet. Se lo negué. El libro me servía para hacer ejercicios de serenidad». Ese sermón barroco que Negrín no consiguió leer en el castillo de Figueras y que con toda probabilidad nunca leyó, es quizá otro de los libros olvidados.49

Al igual que la biblioteca de Alberto Manguel, reunida a lo largo de una vida peregrina, la de Negrín es el resultado de diferentes bibliotecas fragmentarias. Bibliotecas interrumpidas o abandonadas y vueltas a comenzar al albur de una vida nómada y del caleidoscopio de sus cambiantes intereses como lector. Esta nota es apenas un esbozo de las identidades lectoras de Negrín. Un apunte a la espera de una precisa catalogación de los fondos del Archivo de la Fundación Juan Negrín y del inventario completo de los libros, revistas y folletos que se conservan en el domicilio familiar, en París. Algunos no han podido ser desembalados desde aquel último traslado de Andrésy, en 1954, y se conservan con razonable desorden en baldas y rimeros cumpliendo la exigencia que, a juicio de Umberto Eco, debe tener toda biblioteca: participar de la azarosa condición de Rastro. 50

DOCUMENTOS

DOCUMENTO 1

Carta de Luis Araquistáin a Juan Negrín, Londres, 24 de marzo de 1944

Londres, 24 / 3 / 1944

Querido Negrín: Gracias por la invitación. Temo que no pueda asistir. Desde hace seis o siete años, no sé por qué aciaga influencia de algún astro, cuando llega esa festividad abrileña nunca falta un gripazo más o menos ibérico o alguna otra pejiguera por el estilo que hace más imperiosos mis hábitos eremíticos y acentúa mi natural misantropía.

Pero usted, que sabe disimular la suya con delicadas cortesías y goza de una salud a prueba de bombas y galopes del tiempo, véngase por casa cualquier día próximo a comerse un arroz, regado con algún caldillo galo que aún queda, avisando con un par de días de anticipación, de paso que me trae su adhesión a la Junta auténtica y no suprema. Por el artículo adjunto verá que también se lo pide Finki, y a él, como representante de la nueva generación, no puede usted negárselo.

De paso también me traerá usted un libro de Gómez Pereira que no hace mucho vendió el librero Rosenthal, de Oxford, y como en este país no hay seguramente más que dos personas a quien esa obra interesa, usted y yo, sólo usted debe ser el comprador. A pesar del título, el libro trata de Medicina menos que de otros asuntos que a mí probablemente me interesan más que a usted: el asunto es un poco largo de explicar ahora y ya se lo diré cuando nos veamos. De modo que hará Vd. una obra de justicia cultural y caridad humana canjeándome ese libro que busco desde hace años por algún otro de mi biblioteca que sea también digno de la suya.

Tengo que hablar mucho con usted de libros en relación con una Historia de la Ciencia Española, de tipo colectivo, que quisiera planear y comadrear [¿] cuando, terminada la guerra, me aparte para siempre de nuestra estúpida política y vuelva a nuestro antiguo oficio de editores. Ojalá estuviera usted también animado de análogos propósitos y dispuesto a resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa, a ver si rehabilitamos nuestra desconocida y difamada cultura hispánica. El libro de su amigo el judío Braunthal, tan ignorante como audaz, ha removido mis posos patrióticos y quisiera dedicar el resto de mis días a esta obra de redescubrimiento. Un abrazo

Luis Araquistáin

[Fundación Juan Negrín, Archivo, Carpeta 29, número 27. Texto autógrafo escrito en papel timbrado de la Junta Española de Liberación / Spanish Committee of Liberation. Mexico City. United Estates of Mexico. / Delegation in Great Britain: 113 Arthur Court, Queensway, London, W.2].

DOCUMENTO 2

Carta de Juan Negrín a Luis Araquistáin, Bovingdon, 25 de marzo de 1944

Bovingdon, 25 de marzo de 1944

Q. A.: Acabo de echar un vistazo a su carta, con el membrete de su última tienda de juguetes. Me han divertido mucho: carta y letrero.

Por cierto, adviértale al cartelista que ESTATES se letrea STATES desde hace muchos, muchísimos años, salvo en una acepción que no es la que aquí conviene. ESTATES es del siglo XVIII.

Gran pena que su «malaise» periódica coincida con el 14 de abril hasta en los años bisiestos. Si, como yo, estuviera Ud. mitridatizado contra los males «de humano origine» no le aquejarían tales dolencias.

A buen seguro no habrá pasado por sus mientes que voy a leer esas buenas diez onzas de legajo que me envía. Aunque maniático e indiscriminador coleccionista de libros, me horroriza todo lo impreso, restrinjo mis lecturas al Kempis y al Sermón de la Montaña.

Muy recomendable para el hígado y para preservar ilusiones. Seguro remedio de perenne juventud. Más seguro que el caldero de Medea.

Le envío por fin el «Duden» inglés. Ya me dirá, cuando nos veamos, que le parece. De algo así me imagino haberle oído hablar, hace muchos años. Bastante antes de que el primer «Duden» alemán (1935) se publicara; pero creo más bien que U. pensaba en algo más completo, que equivaldría a la combinación de éste y el J. Casares. ¿Me equivoco?

El único libro por Gómez Pereira que tengo es: Novae veraeque Medicinae, experimentis et evidentibus rationibus comprobate. Prima pars (Dícese que la única publicada) Franciscus a Canto, Methymnae Duelli, Anno 1588 [sic, por 1558].

No quisiera desprenderme de él; ni creo que sea esto lo que busca. Es un tratado exclusivamente médico. El primer capítulo se epigrafía: «Calorem febrilem et naturalem ejusdem esse speciei»; el último: «De morbillo et variolis»; los restantes 21 intercalados versan sobre fiebres, infecciones y contagios. Obra de controversia sobre la concepción galénica de fiebre e infecciones, su principal atractivo estriba, para mí, en que sienta como base que la observación y la experiencia personales, ilustradas por la razón, han de prevalecer en Ciencia y Filosofía, como fuente de adquisición del conocimiento, sobre el saber transmitido, la tradición y la autoridad consagrada. Se anticipó así –con otros– a poner en práctica el criterio que más tarde había de aplicar Galileo, y que muchos atribuyen a éste último. Por lo que indirectamente conozco, presumo que G. P. pudiera ser uno de los precursores –con Vives, entre otros–, de Fr. Bacon y R. Descartes. Como el «Novum Organum» y el «Discours de la Méthode» son, con «L’introduction à l’étude de la Medécine expérimentale» de Cl. Bernard, las obras clásicas de la Criteriología y Metodología de la investigación científica moderna, ando hace tiempo tras de la «Antoniana Margarita», para confirmar o desvanecer mis barruntos. Esta es sin duda la obra que U. también persigue. Si cayera en mis manos no la soltara por las razones que van y por las que vienen.

G. P. fue quizá uno de los médicos españoles del XVI que mejor conocían la Escuela Cordobesa, cuna –antes y más que Salerno– del renacimiento médico, escuela revolucionaria, no sólo en Medicina sino en Ciencia y Filosofía.

Porque sospecho que Pereira ha sido el primero, o uno de los primeros, en manejar en bruto, las nociones de «behaviourismo», «reflejo condicional» y «automatismo», tal y como han sido recreadas y estilizadas en la psicofisiología contemporánea.

Porque sospecho que él, con Vives, los dos Valdés, Servet, Valles, Huarte y algún otro, más o menos contemporáneo, son el exponente de lo que era la verdadera cultura española de la época, de la que –siempre en la cuerda floja de los presentimientos– presumo solo conocemos retazos y quizá los menos significativos e importantes. No creo que fuera estéril el encaminar en ese sentido los escudriños de manuscritos y obras no conocidas, no sólo en España, sino más que nada en las colecciones de Universidades, Sociedades sabias, etc., en los Países Bajos, Italia y el Vaticano. ¡Esencial para adquirir la noción exacta de lo que fue nuestra contribución a la Cultura desde fines del XV a mediados del XVI! ¡No me cabe duda!

También barrunto que G. P. –cronológicamente uno de los primeros alienistas– debió de informar en el caso del Príncipe Carlos, y que su informe, quizá con el de Basil –médico flamenco que hizo trepanar a D. Carlos, cuando este medio se desnucó al caer por las escaleras de Palacio– formaba parte del expediente abierto por Espinoza, siguiendo las órdenes de Felipe II; expediente archivado en Simancas, desaparecido de Simancas, y cuyos rastros mi olfato me llevaría a buscar en los antiguos Archivos Imperiales Privados (Secretos) de Viena. Si yo me dedicara a tales cosas.

Vea U. si hay motivos para que me interese el precitado gallego. Como infiero que a U. también le interesa, he hecho estas consideraciones, algunas de las cuales no creo encuentre en la bibliografía. Otros datos podrá encontrar en las Historias de la Medicina de Chinchilla y Hernández Morejón (que no tengo); en las «Abhand. z. Gesch. d. Med». de Max Neuburger; en los «Beitr». (¿) de Karl Sudhoff. Nada de esto tengo. Otros aspectos, no médicos, es probable los encuentre en el cajón de sastre de Cejador (en la London Library, si no se lo ha tragado el Blitz; un ejemplar, carísimo en Maggs) y en el estudio de Narciso Alonso Cortés. Si no recuerdo mal algo publicó la Junta, el Centro de Estudios Históricos, o alguna de esas Instituciones Norteamericanas de Investigaciones Hispánicas. No recuerdo cual.

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