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No podemos acabar esta introducción sin agradecer a los autores de todos los capítulos, tanto en formato papel como en formato electrónico, su colaboración para llevar adelante este proyecto. Ellos han hecho la parte más importante del mismo. Al igual que Aurelio Martí Bataller, Mélanie Ibáñez Domingo e Inmaculada García Contell, cuyo trabajo en la organización del congreso y en la edición de estos textos ha sido esencial. Sin ellos tres, todo este trabajo hubiera sido extremadamente más complicado y prácticamente imposible de asumir.

Por otro lado, no podemos olvidarnos de las instituciones que han hecho posible todo este proyecto, desde la celebración del Congreso a la publicación de estos resultados. En primer lugar, debemos agradecer la gran implicación de la Diputació de València, a través de su Delegació de Memòria Històrica y su diputada delegada Rosa Pérez Garijo, que hizo posible la celebración del congreso, así como también al Ajuntament de València, que, a través de su Regidoria de Patrimoni Cultural i Recursos Culturals, dirigida por Glòria Tello Company, colaboró para la realización de dicho encuentro científico. Finalmente, la Conselleria d’Educació, Investigació, Cultura i Esport ha hecho posible la publicación de estos resultados, gracias a una ayuda concedida a través del programa destinado a la organización y difusión de congresos, jornadas y reuniones científicas (AORG2017-039). Y, del mismo modo, dicha Conselleria ha colaborado también a través del Grupo de Excelencia del programa PROMETEO Grup d’Estudis Històrics sobre les Transicions i la Democràcia (GEHTID, GVPROMETEO2016-108) financiado por ella, ya que los miembros del comité organizador son miembros de dicho grupo y han contado en todo momento con el respaldo del mismo, sobre todo de su investigadora principal, Aurora Bosch Sánchez, a la que también queremos expresar nuestra gratitud.

Por último, no podemos olvidar a las diferentes instancias de la Universitat de València que han hecho posible el desarrollo de estas tareas: el Departament d’Història Moderna i Contemporània, la Facultat de Geografia i Història, y el Aula d’Història i Memòria Democràtica.

Gracias a todos porque con vuestro trabajo, ayuda y colaboración ha sido posible llevar adelante lo que hemos querido manifestar con el título de este capítulo: no dejar de recordar y no dejar de recordarlo.

1. Con este título, procedente del poema 1936, de Luis Cernuda, queremos hacer un doble homenaje tanto al poeta sevillano de la Generación del 27, exiliado tras el final de la Guerra Civil, como a Ronald Fraser, historiador pionero en el uso de las fuentes orales para el estudio de este conflicto en su obra Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 1979.

* Los autores forman parte del Grupo de investigación de excelencia PROMETEO de la Conselleria d’Educació de la Generalitat Valenciana, GEHTID (Grup d’Estudis Històrics sobre les Transicions i la Democràcia, GVPROMETEO/2016/108).

2. En 2007, la cifra de volúmenes dedicados a esta cuestión rondaba los 40.000, en J. Blanco Rodríguez: «La historiografía de la Guerra Civil Española», Hispania Nova, 7, 2007.

3. E. Moradiellos: «Ni gesta heroica ni locura trágica: nuevas perspectivas históricas sobre la guerra civil», Ayer, 50, 2003, pp. 11-39. Para el caso valenciano, A. Calzado, R. C. Torres: «República i Guerra Civil al País Valencià. Un estat de la qüestió», El contemporani: revista d’història, 17, 1999, pp. 38-44; A. Girona: «La historiografia valenciana de la guerra civil: inventari de propostes i resultats», en R. Monlleó (ed.): Castelló al segle XX. I Congrés d’Història Local Contemporània, Castelló, Universitat Jaume I, 2006, pp. 435-453; J. M. Santacreu Soler: «Els estudis locals de la Guerra Civil al País Valencià entre el 1986 i el 2006», en A. Girona, J. Navarro (eds.): Fa setanta anys. La Guerra Civil al País Valencià (1936-1939), València, PUV, 2009, pp. 191-204; J. Navarro, «Ressons de la capital antifeixista. La València de 1936-1937 en la historiografía», en J. Navarro, S. Valero (eds.): València, capital de la República (1936-1937). Vol. I. El món mira a València, capital de l’antifeixisme, València, Ajuntament de València, 2016, pp. 278-318.

4. J. Navarro, M. Ferrer, T. Morant (eds.): Tot està per fer. València, capital de la República, 1936-37, València, Universitat de València, 2016.

5. Ciclo de conferencias y actividades «València, capital de la República, 2016-1936», celebrado en la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València durante los cursos 2015-2016 y 2016-2017, dirigido a los alumnos y al público interesado. T. Morant: «Un incòmode record. Commemoracions (i oblits) institucionals de la València capital de la República, 1976-2016», en J. Navarro, S. Valero (eds.): València, capital de la República, cit., p. 272.

6. Ibid.; J. Navarro, S. Valero (eds.): València, capital de la República (1936-1937). Vol. II. Com es viu una guerra? La vida quotidiana d’una ciutat de rereguarda, València, Ajuntament de València, 2017; íd.: València, capital de la República (1936-1937). Vol. III. La ciutat de la saviesa. València, capital de l’educació i la cultura, València, Ajuntament de València, 2018.

7. E. Galdón Casanoves: «A València l’ataquen. València es defén», en J. Navarro, S. Valero (eds.): València, capital de la República (1936-1937). Vol. III, cit., pp. 356-357.

8. Valencia en la memoria, consultable en <http://www.museosymonumentosvalencia.com/valenciaenlamemoria/>.

9. Organizado por la Universitat de València y la Delegació de Memòria Històrica de la Diputació de València y celebrado entre el 25 y el 27 de octubre de 2017 en la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València.

10. Ver los balances reseñados anteriormente.

11. J. Fontana et al.: La II República. Una esperanza frustrada. Actes del congrés València Capital de la República (abril 1986), València, Edicions Alfons el Magnànim-Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1987.

12. El congreso fue organizado por una comisión nombrada a iniciativa del Ayuntamiento de Valencia, dirigido entonces por Ricard Pérez Casado. De dicha comisión formaron parte los profesores de la Universidad de Valencia Jordi Palafox, Teresa Carnero, Alicia Yanini y Leticia Álvarez.

13. A. Girona, J. M. Santacreu (dirs.): La Guerra Civil en la Comunidad Valenciana, 18 vols., València/Alacant/Barcelona, Editorial Prensa Valenciana/Editorial Prensa Alicantina/Critèria, 2006-2007.

14. A. Girona, Javier Navarro (eds.): Fa setanta anys. La Guerra Civil al País Valencià (1936-1939), València, Universitat de València, 2009.

15. El coloquio se celebró entre el 14 y el 16 de diciembre de 2006 en el marco de la Cátedra Alfons Cucó de Reflexión Política, del Departament d’Història Contemporània de la Universitat de València.

16. Un análisis similar se hacía ya hace más de una década. Ver A. Girona: «La historiografia valenciana de la guerra civil: inventari de propostes i resultats», en R. Monlleó (ed.): Castelló al segle XX. I Congrés d’Història Local Contemporània, Castelló, Universitat Jaume I, 2006, pp. 438-439.

17. A. Calzado Aldaria: «Los abastecimientos como eje central de la moral de guerra y de la simbología de los nuevos poderes en la retaguardia republicana durante la Guerra Civil», en este mismo volumen, pp. 295-314

18. Esta es una reclamación constante de la historiografía valenciana. Ver A. Girona: «La historiografia valenciana», cit., y A. Calzado: «La Guerra Civil des del País Valencià: un balanç historiogràfic, 2007-2017», Afers: fulls de recerca i pensament, 92 (2019), en prensa.

19. La FETT es analizada en A. Bosch: Ugetistas y libertarios. Guerra Civil y revolución en el País Valenciano, 1936-1939, València, Institució Alfons el Magnànim, 1983, y S. Valero: Republicanos con la monarquía, socialistas con la República. La Federación Socialista Valenciana durante la Segunda República y la Guerra Civil (1931-1939), València, PUV, 2015, pp. 237-249.

20. En este sentido, es ejemplar el trabajo realizado por Antonio Calzado desde la Safor y la Vall d’Albaida. Ver A. Calzado: Segunda República y Guerra Civil. La Vall d’Albaida, 1931-1939, Ontinyent, Associació de Veïns el Llombo, 2012; íd.: Simat. Cent anys d’història, 1900-2000, Simat de la Valldigna, Ajuntament de Simat de la Valldigna, 2010, pp. 74-104; y A. Calzado, B. Martí: Revolució i Guerra a Gandia, Gandia, Papermuro, 2017.

21. Estas inquietudes también en J. L. Rubio-Mayoral, A. Durán Cotón; «Revolución, utopía y educación: la atención a la infancia durante la Guerra Civil española (1936-1939)», en Educar en temps de guerra. XXII Jornades Internacionals d’Història de l’Educació, València, Institució Alfons el Magnànim, 2016, pp. 331-342.

22. M. d’Ascenzo: «Istruzione popolare e assistenza a Bologna durante la Grande Guerra», en Cultura e sport a Bologna negli anni della Grande Guerra, 1915-1918, Bologna, Persiani, 2017, pp. 44-60; íd., «Teachers, propaganda, assistance and education during the Great War in Bologna«, Educar en temps de guerra, cit., pp. 211-220.

23. La sección monográfica de Educació i historia: revista d’història de l’educació, 32, 2018, coordinado por Juan Manuel Fernández Soria, está dedicada a la historia política de la educación.

24. Fundamentalmente las obras escritas y/o coordinadas por Manuel Aznar Soler, que han incluido tanto investigaciones como documentos de la época. Entre las más recientes ver M. Aznar: València, 4 i 10 de juliol de 1937. El Segon Congrés Internacional d’Escriptors per a la Defensa de la Cultura i la delegació del País Valencià, Sevilla, Renacimiento, 2017.

25. Entre las más sólidas cabe destacar la investigación desarrollada por Javier Navarro para el mundo libertario. Entre otras publicaciones del autor, ver J. Navarro: A la revolución por la cultura: prácticas culturales y sociabilidad libertarias en el País Valenciano (1931-1939), València, Universitat de València, 2004.

26. Dos obras colectivas recientes que muestran el desarrollo de este tipo de estudios son E. Peral, M. Olivas (eds.): Cultura y Guerra Civil Formas de propaganda dentro y fuera de España, Madrid, Escolar y Mayo, 2016; B. de las Heras (ed.): Imagen y guerra civil española. Carteles, fotografía y cine, Madrid, Síntesis, 2017.

27. J. Peinado Cucarella: La defensa de la ciudad de Valencia, 1936-1939. Una arqueología de la Guerra Civil española, Valencia, Universitat de València, 2015, tesis doctoral inédita; E. Galdón: La batalla por Valencia: una victoria defensiva, Valencia, PUV, 2012.

28. D. Alegre Lorenz: La batalla de Teruel. Guerra total en España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2018; y J. B. Ruiz Núñez: «El bombardeo aéreo como atributo de la guerra total: la población de la retaguardia sublevada como objetivo de guerra del gobierno republicano», Revista Universitaria de Historia Militar, 6, 2014, pp. 54-67.

29. Un ejemplo a desarrollar sería el de R. Llopis Sendra, L. Botella Ivars: «Fer la Guerra. Diccionari i testimonis dels combatents de Benissa en la Guerra Civil (1936-1939)», en formato electrónico en esta publicación.

30. Algunas aproximaciones a través de la correspondencia se han realizado ya en J. Cervera Gil: «Historias mínimas: Las cartas en la Guerra Civil Española», Hispania nova, 15, 2017; y J. Matthews: Voces de la trinchera: cartas de combatientes republicanos en la Guerra Civil Española, Madrid, Alianza Editorial, 2015. Un buen ejemplo del uso de estas fuentes, aunque no específicamente para combatientes se puede ver en V. Sierra: Cartas presas. La correspondencia carcelaria en la Guerra Civil y el franquismo, Madrid, Marcial Pons, 2016.

31. Son estudios imprescindibles, entre muchos otros, E. Moradiellos: La perfidia de Albión. El gobierno británico y la guerra civil española, Madrid, Siglo XXI, 1996; íd.: El reñidero de Europa. Las dimensiones internacionales de la guerra civil española, Barcelona, Península, 2001; Á. Viñas: El honor de la República: entre el acoso fascista, la hostilidad británica y la política de Stalin, Barcelona, Crítica, 2009; íd.: La soledad de la República: el abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Soviética, Barcelona, Crítica, 2006; id.: El escudo de la República: el oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937, Barcelona, Crítica, 2007; I. Saz: Mussolini contra la II República: hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936), Valencia, Alfons el Magnànim, 1986; A. Bosch: Miedo a la democracia: Estados Unidos ante la Segunda República y la Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 2012; A. Espasa: Estados Unidos en la Guerra Civil Española, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2017; D. Kowalsky: La Unión Soviética y la Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 2003.

32. Aún sigue siendo la obra de referencia la visión de conjunto sobre la justicia republicana en guerra, J. Rodríguez Olazábal: La administración de justicia en la guerra civil, Valencia, Alfons el Magnànim, 1996.

33. C. Fuertes Muñoz: «La Guerra Civil Española en los libros de texto de la democracia: apogeo y pervivencia de la narrativa equidistante», en este mismo volumen, pp. 359-378.

34. R. Saavedra: «La protección del patrimonio histórico-artístico durante la Guerra Civil. Enfoques y perspectivas de estudio», en este volumen, pp. 257-272.

PRIMERA PARTE

LA FLEUR AU BOUT DU FUSIL.

POLÍTICA EN TIEMPOS DE GUERRA CIVIL

LA GUERRA DE LA RETAGUARDIA: DIVERGENCIAS REVOLUCIONARIAS

José Luis Martín Ramos

Universitat Autònoma de Barcelona

Uno de los lugares comunes más extendidos en la historia de la guerra civil, y muy particularmente por lo que se refiere a Cataluña, es el que la divide en dos etapas: antes y después de los sucesos de mayo de 1937; y, a renglón seguido, el relato histórico se centra en la primera de ella, menospreciando –excepto para los principales acontecimientos militares: primera invasión de Cataluña por los sublevados, batalla del Ebro, y segunda y definitiva ofensiva– toda la segunda etapa. Ese lugar común es consecuencia de la pretensión de un enfrentamiento en la retaguardia entre un proyecto revolucionario, impulsado por los anarquistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y su réplica contrarrevolucionaria por parte del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Resuelto el enfrentamiento en mayo de 1937 con la derrota de los primeros, lo que viene después se considera poco más que un trámite militar, de desenlace inevitable, en el marco de un triunfo de la contrarrevolución o del fin del impulso revolucionario de julio de 1936; en otros términos, el fin de la política en la retaguardia catalana, subrayado por la insidiosa afirmación de un control comunista creciente –del PSUC– y la subordinación de Cataluña, y de la República, a los intereses de la URSS, en general, y de Stalin, en particular.1

Ese relato, que no refleja en absoluto la realidad, desprecia el hecho de que la segunda etapa es la más larga y en última instancia la decisiva de la guerra; que la guerra dura más de dos años y medio, en su naturaleza y en su evolución fáctica, y la dinámica y la confrontación política interna en la retaguardia también, y no solo los diez meses y medio que van de julio de 1936 a mayo de 1937. No cae en la cuenta de que la revolución, los procesos revolucionarios, siempre ha sido un hecho histórico que no tiene propietario único; ni en la inglesa, ni en la francesa ni en la rusa podemos sostener que hubo «una» revolución en el sentido de «un solo proyecto» revolucionario, ni siquiera un solo protagonista social o un solo agente organizado. Y, lo que es peor, falsea el proceso histórico de la sublevación militar y fascista y de la guerra civil, el hecho incontestable de que la propuesta y la acción contrarrevolucionaria correspondió a los sublevados. En el campo republicano, en Cataluña, la formulación de propuestas revolucionarias como respuesta a la sublevación y consecuencia de su derrota en ese territorio, tampoco fue única, ni predicha o prefijada, sino plural; puestas en práctica con la correspondiente diversidad de teorizaciones legitimadoras y el desarrollo de políticas diferentes, en congruencia con el contenido concreto de sus proyectos revolucionarios.

Esa pluralidad de proyectos, en la circunstancia extrema de una guerra civil, de una lucha a todo o nada, generó una intensa dinámica política notablemente conflictiva, por más que pudiera haber puntos de encuentro y momentos de compromiso, que llevó en el extremo a los enfrentamientos de mayo de 1936; una dinámica de conflicto que respondía y era a su vez condicionada por la evolución de la guerra y su incidencia efectiva sobre la población y el territorio catalán. La intensidad del conflicto político no se redujo después de mayo de 1937, cambió de protagonistas principales y de formas e instrumentos; e incluso se elevó y se hizo más compleja con la instalación del Gobierno de la República en Barcelona, octubre de 1937, y la conversión de la retaguardia catalana en principal retaguardia política de la República. La historia política de la retaguardia no se dividió en esas pretendidas dos etapas, una de afirmación y otra de negación; expondré aquí que en una primera aproximación puede considerar por los menos cuatro, y aún la última de ellas sería susceptible de dividirse.

DE JULIO A NOVIEMBRE DE 1936. SUBLEVACIÓN, RESPUESTAS REVOLUCIONARIAS Y PACTOS

La derrota de los sublevados en Barcelona, que determinó el desenlace en toda Cataluña, fue producto de la acción coincidente de las fuerzas de orden público, bajo el mando de la Consejería de Gobernación del Gobierno de la Generalitat, y los militantes de las organizaciones obreras, y en menor medida también las republicanas, que fueron sumándose a la lucha de manera creciente, a medida que pasaban las horas y los sublevados perdían iniciativa y quedaban sitiados. En el transcurso de los acontecimientos, del 19 al 21 de julio, el protagonismo de las fuerzas armadas, sufriendo bajas sin poder reponerlas, decreció al contrario del de los obreros que acabaron controlando las armas de los cuarteles y con ellas las calles de la ciudad. El resultado no solo fue el de la derrota de la sublevación, sino al propio tiempo un nuevo escenario social y político, imprevisto, de retroceso de la capacidad de control de las instituciones de gobierno y de fragmentación del ejercicio del poder, reclamado por centenares de comités territoriales y sectoriales constituidos durante y después de la lucha. Lluís Companys, Presidente de la Generalitat, consciente del cambio de escenario, propuso a las organizaciones sindicales y a las políticas del Frente Popular un pacto: constituir un Comité que asumiera la organización de la continuidad de la lucha, dirigida a renglón seguido hacia Zaragoza –donde sí habían triunfado los rebeldes–, y regulara la actividad de los comités y los hombres armados, mientras el Gobierno de la Generalidad mantenía en sus manos la administración civil. Contra ese compromiso, García Oliver, líder hasta entonces del Comité de Defensa de la CNT, propuso aprovechar el control de las calles por los obreros armados para proclamar la revolución social, pero su posición no tuvo eco y se materializó el pacto propuesto por Companys, si bien no en los términos que habría querido Companys, de subordinación del Comité a su autoridad, sino en los que impusieron las organizaciones obreras, de horizontalidad.

Entre el Comité Central de Milicias Antifascistas –que así se denominó finalmente– y el Gobierno de la Generalitat se configuró una dualidad de funciones, en la cual el CCMA asumió algunas que iban más allá de la promoción de la movilización miliciana y la lucha contra los sublevados en el frente de Aragón; en particular funciones de represión interna y la puesta en marcha de un nuevo sistema de abastecimientos de la población, sobre la base de la red de comités. No hubo, empero, dualidad de poder; por más que aquella actuación en la represión interna produjera conflicto, tanto más cuanto que las fuerzas de orden público estaban desarboladas de hecho y en parte movilizadas hacia el frente, lo que proporcionó una completa libertad de acción a las patrullas más o menos vinculadas a las organizaciones y una parte de ellas, las de Barcelona, teóricamente subordinadas a la autoridad del CCMA. A pesar de todo, este último no se alzó como contrapoder de la Generalitat; lo que es más, ni el Gobierno ni el CCMA, a pesar de la voluntad enfática de llegar a asumir esa centralidad que proclamaba, pudieron sustraerse e imponerse a la fragmentación del poder que significó la multiplicación de comités que, por su parte, tampoco llegaron a constituir una red general ni siquiera de coordinación. Esa insólita dispersión de la autoridad, prolongada a lo largo del verano, se vio favorecida por la creencia de que la guerra sería corta, así como por el hecho de que esta se mantuvo fuera del territorio catalán, sin afectar masivamente a la población catalana, con lo que no hubo sobre aquélla razones de fuerza mayor que obligaran a superarla y a imponer criterios firmes de unidad y de recuperación, aunque fueran limitadas a criterios de centralidad y autoridad en la toma de decisiones.

En esa etapa inicial, la lucha contra el faccioso se extendió, individual y colectivamente, a la lucha contra el sistema económico y social del que había sido base social dominante; la persecución del propietario, del patrón o del amo y la lucha contra el sistema de propiedad. La respuesta antifascista fue interpretada por todos sus protagonistas como una respuesta propositiva de transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas existentes. La derrota de la sublevación produjo, estimulada por la dispersión de la autoridad y la fragmentación del poder, una reacción revolucionaria. Una en términos generales, pero diversa, plural, en sus contenidos y protagonistas. Los anarquistas y el POUM la entendieron como una revolución específicamente proletaria, fundamentada en el nuevo poder miliciano y patrullero –en la cuota de poder que habían obtenido–, con un programa colectivista –de colectivización sindical, hay que añadir– de todos los medios de producción y distribución; aunque diferían desde luego en el papel del partido político y del estado, ateniéndose el POUM a una lectura que pretendía ser ortodoxa del leninismo, algo que los anarquistas, obviamente, no podían compartir. Por otra parte, esa revolución proletaria era también concebida de manera diferente en el propio campo anarquista, en el que el proyecto del estado sindical no era el mismo que el de la confederación libre de los comités.

Esas concepciones –insisto en su heterogeneidad– de la revolución proletaria no era lo mismo que la revolución popular defendida por el PSUC, que constituía una prolongación de la propuesta frentepopulista, evolucionada de táctica de defensa ante el avance del fascismo a, tras la sublevación, programa de transición hacia el socialismo sobre la base de la alianza del proletariado, el campesinado pobre y no propietario, y segmentos de las clases medias que compartían el antifascismo y podían compartir la etapa de transición. Esta revolución popular no solo era frentepopulismo político. Había de asumir un programa de compromiso de intereses, que podían llegar a ser contradictorios, pero no antagónicos, entre clases trabajadoras, jornaleros del campo, pequeños propietarios de la ciudad y del campo y cuadros, técnicos y profesionales; por lo tanto, el punto de encuentro no podía ser el colectivismo sindical –ni el colectivismo, a secas–, sino una combinación de propiedad colectiva, pequeña propiedad privada, cooperativismo y propiedad pública, municipal o nacional. Ese era un programa diferente al de la CNT-FAI y al del POUM, pero no era un programa contrarrevolucionario, sino el de una revolución diferente, en sus términos y plazos. Y resultaba, además, un programa más adecuado para dar respuesta a la guerra, cuando éste dejó de ser la soñada rápida victoria del antifascismo, y se convirtió en un prolongado conflicto civil, todavía más complejo de lo que habitualmente son los conflictos civiles, por las implicaciones internacionales directas, no ya en el conflicto, sino en el sentido de su desenlace.

En esa pluralidad de propuestas revolucionarias, cabe incluir también la concebida por ERC, al menos hasta la primavera de 1937, no en los términos de cambio social –en que lo hacían la CNT, el POUM y el PSUC–, sino de cambio político combinado con un plan de reformas sociales; estas últimas encontraban inicialmente en el mundo campesino una amplia coincidencia –no total– con la propuesta de revolución popular del PSUC. Cambio político focalizado en una redefinición federal, y si llegaba a ser posible confederal, de la organización de la República, volviendo a su deseo inicial –de ERC– del 14 de abril de 1931; y cambio social, centrado en la defensa de la pequeña propiedad y rechazo del monopolio capitalista.

Todos esos proyectos se fueron concretando durante el verano, y aplicando parcialmente en la medida en que cada uno de sus defensores tuviera mayor o menor fuerza para imponerlo; sin que ningún poder central, institucional, ni siquiera ninguna autoridad, pudiese hacer otra cosa que contemplar el proceso disperso y contradictorio de transformaciones de hecho. Los sindicatos, muy particularmente la CNT, llevaron a cabo por cuenta propia colectivizaciones en la industria y el comercio; los rabasaires, y los arrendatarios en general, se posesionaron de las tierras y el producto que de ella obtenían, dejando de pagar sus rentas a los arrendadores; los inquilinos de fincas urbanas, con los sindicatos de la construcción de por medio, dejaron de pagar también los alquileres y pusieron en manos de aquellos –unos por convicción, otros porque no tenían otro remedio– el mantenimiento de las fincas urbanas; las patrullas marginaron por completo, en el control del orden interno, a las fuerzas de orden público, que solo subsistían en los cuarteles de las capitales de provincia; el Gobierno de la Generalitat, acuciado por la caída de los impuestos, que dejaron de pagarse, intervino los depósitos estatales de líquido y valores existentes en Cataluña, en las sucursales del Banco de España y del Ministerio de Hacienda, «confederalizando» de hecho las finanzas públicas. No obstante, de la misma manera que la multiplicación de comités no llegó a articular una nueva estructura administrativa y de poder general, la multiplicidad de cambios –en buena medida más reactivos que propositivos– en la base económica, en la seguridad interior o en las relaciones con la República, no alcanzaba a configurar un nuevo sistema y sí a generar nuevas tensiones, ahora en el seno mismo del antifascismo, de los sectores sociales que le daban soporte y de sus agentes políticos y sindicales.

El pacto de julio entre la Generalitat y las organizaciones antifascistas fue deteriorándose, desbordado por la dispersión de iniciativas y los cambios que se iban produciendo. Ninguno de sus dos polos, ni el Gobierno de la Generalitat ni el Comité Central de Milicias Antifascistas, consiguieron imponerse y por ellos mismos dar respuesta firme a la evolución de la situación, y ni tan siquiera consolidarse en los propios ámbitos que se adjudicaban, sumando a la fragmentación del poder y la toma de decisiones una creciente interinidad por parte de quienes estaban, teóricamente, en la cúspide. El CCMA no consiguió imponer su autoridad en el mundo de los comités, aunque lo intentó, ni entre las columnas milicianas de las que tuvo que limitarse a ser un promotor en compañía de las organizaciones antifascistas. Y la Generalitat no pudo sacar adelante la iniciativa, promovida por Companys y el PSUC, de recuperar autoridad formando un nuevo gobierno de corte frentepopulista, con el apoyo o el acatamiento de los sindicatos, con Joan Casanovas como Conseller Primer; no duró ni una semana en el tránsito del mes de julio al de agosto, derribado por la presión de una parte de la CNT (García Oliver) avivada por una maniobra política personal de Tarradellas. Desde comienzos de septiembre, la confirmación de que la guerra sería larga –tras el éxito del puente aéreo, servido y protegido por Hitler y Mussolini, que trasladó a la Península las tropas de África bajo el mando de Franco– dejó en evidencia que la interinidad no podría mantenerse y que era necesario un nuevo pacto político, que actualizara el improvisado en julio.

El segundo pacto tuvo dos componentes: la formación de un gobierno de la Generalitat de unidad, con Tarradellas como Conseller Primer en el que se integraban todas las organizaciones presentes en el Comité Central de Milicias Antifascistas, que se autodisolvía al propio tiempo; y el desarrollo por el nuevo ejecutivo de una política de recuperación de la autoridad institucional, tanto por lo que se refería al propio gobierno catalán –acatado por todas las formaciones que estaban representadas en él– como a los gobiernos municipales, con la disolución de los comités locales y la plena reposición de los ayuntamientos, con una nueva composición que ya no podía ser la surgida de las elecciones de 1934, y que fue, finalmente, la misma que existía en el Gobierno de la Generalitat. A ello se añadía la voluntad de acordar un programa de gobierno sobre las transformaciones en la estructura económica, la «nueva economía», el control del orden interno con el fin de la intensa violencia de retaguardia padecida en el verano, y la reorganización militar de las milicias y formación de un nuevo ejército, sumándole los contingentes producto de la movilización de las quintas más próximas. Esta última voluntad se concretó en el pacto previo entre la CNT, la FAI, el PSUC y la UGT, formalizado en el comité de enlace constituido por las cuatro organizaciones, asumido como programa propio por el Gobierno de la Generalitat y presentado públicamente por aquellas en el mitin de La Monumental, el 25 de octubre. Sus puntos principales eran: un compromiso sobre la política de colectivizaciones, que dejaba a salvo un segmento menor de pequeña propiedad sometida al control obrero e introducía una intervención supervisora de la Generalitat, cuyas formas y alcance habían de ser desarrolladas; la subordinación de las patrullas locales a los nuevos gobiernos municipales y del importante Cuerpo de Patrullas de Barcelona a una Junta de Seguridad Interior, integrada en la Consejería homónima; la recogida de armas largas y de guerra en la retaguardia para ser transferidas al frente; y el impulso de un Ejército Popular de Cataluña, que se coordinaría con el de la República.

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9788491344094
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