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“El resultado de las elecciones 2018 es el fiel reflejo del sometimiento mediático y la anomia social que vive Colombia. Pero es de rescatar el hecho de que para muchos de nosotros se ha roto el silencio. En la mafia siciliana existe la denominada omertá, o ley del silencio. En Colombia esta ley se resume en la frase coma callado. Y como colombianos la aplicamos para todo.

Vivimos injusticias. Sufrimos situaciones dolorosas en todos los ámbitos.

(…) Todo eso duele y tenemos derecho a sentir dolor. Pero aún más importante: tenemos derecho a expresar ese dolor. No está bien comer callado.

Los invito a acabar con la ley del silencio que nos aprisiona. Acabar con la ley del silencio es muy sencillo, pero debemos tener cuatro cosas muy claras:

- La primera: Defender nuestra dignidad...

- La segunda: Quienes nos rodean tienen dignidad y eso significa que tienen derecho a sentir dolor ante la humillación...

- La tercera: No minimicemos ni justifiquemos las injusticias...

- La cuarta: Seamos conscientes de la importancia de tener criterio político.

Sólo de esa forma acabaremos con esa omertá que tanto daño nos hace y nos tiene alejados de nosotros mismos. Salgamos de la superficialidad, el mundo es más grande de lo que imaginamos, hagamos que esta vida valga la pena. Recuperemos la capacidad de sentir. Así se empieza a construir una Colombia Humana. A esto invitan estos Textos petrificados”.

Angélika María Rivera Benavides


Título original: Textos petrificados

Dirección editorial: Jaime Fernández Molano

Coordinación: Orlando Peña Rodriguez

Diseño y diagramación: Diego Torres

Portada: Persona petrificada. El último suspiro de Pompeya.

En: http://i.pinimg.com/originals/77/95/9c[77959c39c743611593a197179486fb91.jpg

Corrección: Leidi Johana Almeida Castro

Colección: DEBATES

Primera edición: abril de 2019

© Nayib Camacho O.

nayigula@hotmail.com

Corporación Cultural Entreletras

Calle 38 No. 30A - 25 Of. 503 edificio Banco Popular, Centro

Villavicencio, Meta, Colombia S.A.

Contactos: 310 3334801 - 320 2190570 - (8) 662 1091

Correo: corpoentreletras@yahoo.com

ISBN: 978-958-56557-6-8

Hecho el depósito legal

Con la colección DEBATES abrimos un espacio para la reflexión, el análisis y las opiniones independientes. Por las características de esta colección, los autores de los textos aquí publicados son autónomos y responsables exclusivos de sus opiniones plasmadas, por lo cual la editorial queda exenta de cualquier responsabilidad al respecto.

Se autoriza la reproducción parcial o total de este libro siempre y cuando se citen la fuente, el autor, el editor y los responsables de los derechos de propiedad del libro.

Dedicado

a las ciudadanías libres y progresistas de Colombia

a Gustavo Francisco Petro Urrego, querido dirigente

a Ángela María Robledo, aguerrida voz colombiana

a Angélika Ma. Rivera B., con quien resistimos desde las letras, el pensamiento y el amor

a Tomás, Manuela y Juan Pablo

a las atentas lectoras y finos lectores que con sus comentarios, correcciones, sugerencias, observaciones y anotaciones contribuyeron a que estos mensajes fueran más leves y se multiplicaran

a todos aquellos que con orgullo se llaman a sí mismos, petristas

Nota inicial

Los artículos reunidos en este volumen bajo el título de Textos petrificados fueron escritos entre el 28 de mayo y el 17 de junio de 2018. Como una urgente necesidad de expresar mi punto de vista sobre el acontecer político, fueron publicados día a día en Facebook y por WhatsApp. Circularon como sencillas notas de campaña electoral en favor del contenido programático de la Colombia Humana y en apoyo de Gustavo Petro. Carecía de experiencia en el manejo de estos instrumentos mediáticos y me pareció interesante usarlos aun conociendo su desprestigio como soporte divulgativo de tonterías, embustes y mentiras. Consideré indispensable recurrir a la virtualidad para expresar una opinión divergente frente al maligno influjo de los medios masivos de comunicación e invitar a la ciudadanía a situarse lejos de la opinión común, programada y propagada por la hegemonía dominante. Además, también era una oportunidad para fomentar el espíritu de escritura crítica entre la ciudadanía. Dicho de otro modo, no dejarnos quitar la voz.

Esta edición en papel corresponde a la sugerencia y deseo de varias personas por ver reunidos en un libro los distintos textos que como testimonio reflejan un momento histórico único. De igual modo, surgió la idea de que estos textos pudieran ser leídos como continuidad y unidad a la sombra de un árbol en un parque, en las horas ociosas de un viaje, en el reposo hogareño, en muchos y muy diversos momentos, o en la fila de aquellos lugares donde está prohibido el uso de aparatos tecnológicos. Escritos a la velocidad del momento, esta versión corrige los fallos ortotipográficos o sintácticos que se pudieron filtrar al momento de su publicación en vivo. Para la presente edición se agregaron cuatro textos: Elogio de una figura, Colofón crítico, Del sueño a la práctica y Una costumbre poco humana, acotaciones inéditas pero necesarias por corresponder a la defensa, crítica y acción de la Colombia Humana en medio del actual terror.

Finalmente, este libro no tiene carácter académico y mucho menos pretende ser un manual de procedimientos políticos. Espero que estas comprometidas líneas contribuyan a ver con más claridad el destino inevitable que se avecina para que el pueblo organizado se conduzca por sí mismo y a sí mismo, desde la autonomía de sus decisiones, hacia caminos de libertad, equidad y justicia.

Nayib Camacho O.

Prólogo

El resultado de las elecciones 2018 es el fiel reflejo del sometimiento mediático y la anomia social que vive Colombia. Pero es de rescatar el hecho de que para muchos de nosotros se ha roto el silencio. En la mafia siciliana existe la denominada omertá, o ley del silencio. En Colombia esta ley se resume en la frase coma callado. Y como colombianos la aplicamos para todo. Vivimos injusticias. Sufrimos situaciones dolorosas en todos los ámbitos. Cuando nos contratan a tres o cuatro meses, nos obligan a asumir actitudes servilistas y humillantes ante nuestros jefes, pues de no hacerlo corremos un enorme riesgo de perder el puesto. Cuando visitamos urgencias y aunque el dolor sea insoportable, debemos esperar horas y horas, porque hay personas más enfermas que nosotros. Cuando queremos estudiar, viajar, tener cosas bonitas, no lo podemos hacer, pues nuestra capacidad económica nos lo impide. Cuando queremos ser artistas o líderes, sabemos los riesgos que corremos y lo evitamos. Todo eso duele y tenemos derecho a sentir dolor. Pero aún más importante: tenemos derecho a expresar ese dolor. No está bien comer callado.

Los invito a acabar con la ley del silencio que nos aprisiona. Acabar con la ley del silencio es muy sencillo, pero debemos tener cuatro cosas muy claras:

—La primera: Defender nuestra dignidad. Merecemos un trato digno. Recuperemos el amor propio. No somos tan poca cosa como para que se nos trate tan mal. Usted tiene derecho a un contrato a término indefinido y beneficios por su trabajo. Usted se lo merece, porque usted es una persona valiosa. Usted merece atención rápida en urgencias. No debería soportar el dolor en una sala de espera, usted no se merece eso. Usted tiene derecho a decidir qué hacer con su vida, no es justo que tenga que obligarse a trabajar en algo que no ama. Usted merece tener ratos de esparcimiento, buenas vacaciones. Recupere el amor propio y exija un trato digno para usted y los demás.

—La segunda: Quienes nos rodean tienen dignidad y eso significa que tienen derecho a sentir dolor ante la humillación. Escuchémoslos. No los ignoremos, seamos solidarios. Recuperemos la capacidad de sentir dolor ante el dolor ajeno, sin esperar nada a cambio, solo por simple humanidad ante los desprotegidos y los pobres. Tengamos en cuenta las necesidades ajenas y seamos unidos. Y eso significa evitar hacer daño o incomodar a otros. En este punto es fundamental el acercarnos a nuestros hijos, sobrinos, hermanitos. Son personas y más que nadie merecen ser escuchados. No los ignoremos, hablemos con ellos. De los niños podemos aprender más de lo que creemos.

—La tercera: No minimicemos ni justifiquemos las injusticias. Hay una realidad indiscutible, y es que quienes nos oprimen siempre tratarán de justificar el trato que nos dan. Abramos los ojos, no seamos ingenuos, la maldad existe y la ambición también. Si una multinacional le dice que no puede contratarlo a término indefinido, no le crea, no sea ingenuo. Si los dueños de las EPS le dicen que Colombia tiene el tercer mejor sistema de salud del mundo, simplemente crea en lo que ve y vive, evidentemente eso no es cierto. Si un gobernante en campaña le promete el cielo y la tierra, no le crea de primerazo, investigue, lea las propuestas con detalle, revise la hoja de vida y las amistades de ese sujeto, no coma cuento.

—La cuarta: Seamos conscientes de la importancia que tiene tener criterio político. Las decisiones que se toman al ejercer el derecho al voto, nos afectan a todos. No es un tema marginal. Es importante. No más ley del silencio. Su apatía les hace daño a muchas personas. Porque cuando usted no le da importancia a la política, toma decisiones erradas. Edúquese en política, lea la prensa, analice el país, lea historia, converse con la gente en grato debate, sin peleas, sin exageraciones.

Sólo de esa forma acabaremos con esa omertá que tanto daño nos hace y nos tiene alejados de nosotros mismos. Salgamos de la superficialidad, el mundo es más grande de lo que imaginamos, hagamos que esta vida valga la pena. Recuperemos la capacidad de sentir. Así se empieza a construir una Colombia Humana. A esto invitan estos Textos petrificados.

Angélika María Rivera Benavides

Embrujo

En el año 2003, recién comenzaba la pesadilla, leí una revista cuyo título resultaba inquietante: El embrujo autoritario. En ella varios autores presentaban su balance del primer año de gobierno de Álvaro Uribe Vélez. No sé si como una premonición, advertencia, augurio o desgracia, el contenido alertaba sobre el posible devenir del país. Hoy, después de ver los resultados electorales para presidente (2018-2022), primera vuelta, me asaltan una certeza, una promesa y una preocupación. La primera, es que la revista estaba en lo cierto. No considero que este sea un problema de falta de razón, carencia de educación o despliegue de ignorancia, sino de algo que está más allá (ustedes se reirán), pero esto ya es una cuestión de brujería; la segunda se relaciona con la discreta promesa de varios millones de personas que pueden cambiar esta situación. Y la tercera es una preocupación: desde ese mismo año (2003) conozco profesores, estudiantes e intelectuales atrapados en el embrujo del uribismo. Algunos han venido despertando gradualmente. En la contienda electoral hubo un candidato que atrapó el sueño de varios de estos. Las personas tienen derecho a reformarse. Muchos quisieron salir de esta maléfica red a través de una primípara catarsis discursiva alrededor de la democracia, los sueños, la educación y otros temas sensibles. Pero los resultados no se les dieron, de manera que los noto desorientados, cabizbajos, aterrorizados. Su sutil manera de volver al redil es sugerir que no se puede hacer nada, que hay que votar en blanco, que hay que esperar hasta el 2022. Les digo, ya que despertaron de los rezos al sacudir la cabeza, no dejen perder esta posibilidad de sentirse libres. Muchos de ellos crecieron mentalmente (si es que se puede decir eso) en el lapso que va de 2002 en adelante y no conocen el sentido de la palabra libertad. Apenas comenzaron a saborearla ayer y ya se decepcionaron. Dejar atrás un hechizo duele, sobre todo cuando ni siquiera se es consciente de ello. El uribismo no ganó, fue el pueblo quien perdió. A los seguidores y seguidoras de Fajardo (no a los uribistas, porque está visto que es imposible mejorar su estado mental) los invito a no ser obcecados y querer volver al rebaño. Aquí la cuestión no es de amores u odios por Petro. Aquí el asunto es más grave: es de vida o muerte (en el sentido real o simbólico, o como lo quieran entender). Más allá de un modelo económico y dentro de este corral capitalista y neoliberal, la cuestión es sencilla: recuperamos aunque sea un leve sentido de la libertad para el hombre o dejamos que este país siga siendo alumbrado diabólicamente con el tabaco de la desilusión, las velas de la indignidad y las cartas de la explotación. En mi condición de ciudadano, dentro del marco que la ley me ofrece para expresarme, y con el único hechizo que me permito, el del amor, los invito a pensar en Gustavo Petro Urrego como realidad en esta segunda vuelta.

(Mayo 28 de 2018)

Monumental

Ocurrió un domingo 5 de septiembre de 1993. La selección nacional de fútbol de Colombia había llegado a Buenos Aires a disputar el partido final de la clasificación suramericana al Mundial USA 94. Su arribo al Aeropuerto Ezeiza estuvo precedido por el amedrentamiento gritón conque las barras futboleras ablandan a sus rivales. Gran bullicio padecieron los jugadores en el hotel. Sus entrenamientos en cancha ajena fueron concertados para generar desánimo. Cierta intranquilidad los cobijaba antes de saltar al campo de juego. El Estadio Antonio Vespucio Liberti, más conocido como el Monumental de River, estaba a reventar. Ese día Maradona dijo: Las cosas van a seguir como hasta el momento van, Argentina arriba y Colombia abajo. La ensordecedora bulla en las tribunas y el eco de las barras quilomberas no dejaban de alentar al equipo argentino con insistentes cánticos de triunfo mientras la gente en Colombia tomaba asiento frente a sus televisores con el habitual pálpito de perder el tiempo y el partido. La transmisión era solo una excusa de amigos para compartir unas cervezas. Una vez más el hábito colombiano de la desesperanza se había apoderado de los aficionados. El complejo de inferioridad iba de la mano con una derrota incrustada en la cabeza. La gente decía: es contra Argentina, un empate es bueno, con eso vamos. La cuestión era difícil. El equipo tenía que enfrentar a la mismísima selección albiceleste con los melenudos figurines de entonces inflados por las revistas y periódicos del establecimiento. En el campo había que lidiar con árbitros cuyos nombres generaban desconfianza, y además debían encarar a una dirigencia confederada y apoltronada en los hilos de un poder mafioso tejido por Julio Grondona. Con esta previa futbolera nadie se atrevió a imaginar el desenlace del encuentro. Pero el tiempo fue pasando y con él llegaron los goles y la tribuna se pasmó. Los despreciados negros patirrajados, como decían algunos, se levantaron orgullosos y sacaron a relucir su imaginación y su capacidad de triunfo. Y así, donde las cosas parecían imposibles, Colombia pasó directo al mundial y Argentina tuvo que tragarse su grandilocuencia. Sin ocultar su incomodidad, Maradona aplaudió de pie desde su balcón al onceno cafetero.

Nada está escrito. No me interesa propagar actitudes positivas propias de autores sin vitalidad. Pero el desánimo no puede apoderarse del espíritu de los colombianos en esta nueva contienda electoral fijada para el 17 de junio. En la segunda vuelta (aunque parezca imposible, como en el partido mencionado) debemos esperar a que los colombianos, cansados de tanta ignominia y de estar abajo, se levanten para derrotar de manera contundente a los poderosos que siempre los han vapuleado; vencer a los que hasta la camiseta amarilla se robaron para convertirla en otra malvada identificación nacional. En esta ocasión Petro y su equipo representa a esos históricos futbolistas que, encabezados por el Pibe Valderrama, tuvieron el coraje y la decisión de jugar con el corazón y la cabeza, no solo con los pies. Es un deber nacional recuperar la dignidad y superar la abyección. No debemos olvidar que el maligno y efímero poder de Grondona quedó enterrado en su tumba. Quizás en el aire quedó revoloteando su único acierto verbal: Todo pasa. Considerando esta expresión, debemos suponer que la horrible noche en que el Grondona colombiano (o amansador de caballos) tiene sometido al país también pasará y el devenir de Colombia será otro.

(Mayo 29 de 2018)

Rebusque

Las sociedades se organizan alrededor de espejismos y en ellos se refleja su acontecer vital. Convertidas estas quimeras en realidad, allí se activan los procesos productivos, circulan mercancías y los individuos (más allá de su capacidad de pensamiento, sentimiento y acción) creen satisfacer sus necesidades. Hay varios ejemplos de ello: EE UU gira alrededor del consumo; Japón lo hace en torno a la tecnología; Holanda no puede eludir el sentido del placer; España sigue aferrada a la oración; México exalta una alucinada visión de la muerte; Argentina vive en la periferia de sus evaporadas genealogías europeas. Pero interesa saber cuál es la práctica bajo la cual, en medio de su despelote, se organiza Colombia. Creo que la desgraciada cohesión se sitúa en los contornos del rebusque, esa palabra que la RAE circunscribe a una solución ocasional e ingeniosa con que se resuelve una dificultad. Y la mayor dificultad que hemos padecido en Colombia es la carencia de un trabajo digno y libre. Entonces desde ahí se organizan todas las justificaciones y vivencias. Así, el rebusque lo ejerce el vendedor ambulante de tinto que rinde sus bebidas con agua de la llave; el busetero que transporta pasajeros más allá de la capacidad del vehículo y tiene tiempo para servir como expreso dentro de su ruta; también lo practica el profesor de planta, catedrático, ocasional o jubilado que anhela unas horitas, un taller, una conferencia, un proyecto (en horas contrarias a su jornada o en caso de desempleo) para cuadrar sus lamentables ingresos; lo desempeña el artista que se amanguala con jurados y gobernantes para hacerle el quite a las leyes de contratación; y también están en el rebusque los estudiantes, médicos, abogados, ingenieros, veterinarios, deportistas, agricultores, periodistas, banqueros, policías, militares, arquitectos, secretarias, funcionarios, empleados comunes, trabajadores oficiales e independientes, y hasta curas con sus misas de sanación y pastores en ejercicio de sus funciones espirituales dentro de la franja política. No debemos olvidar a los ejecutivos ocultos en las transnacionales y tampoco que el narcotráfico es el más perverso de los rebusques, pues anclado en la ganancia desmedida e inmerecida, somete el cuerpo y la vida al terror de un consumo mortal en toda su dimensión. Pero quienes más se nutren de esta desgracia nacional y más daño le hacen al país son los grandes contratistas y los políticos ambiciosos que con doble militancia reptan sobornando tras el rebusque de avales y votos con el propósito de incrementar sus ganancias personales. Siendo el rebusque un efecto de las carencias, este conduce al sometimiento e incluso a la improvisación de las actividades. La precariedad laboral trae como consecuencia esa grieta por donde se filtran las goteras y los aguaceros de la corrupción, es decir, el desangre del presupuesto y de la vida. Colombia no puede seguir siendo un nicho del rebusque. Debe ser una sociedad que aspire a organizarse alrededor del trabajo justo, digno y placentero como fuente de riqueza inmanente a la condición humana. Petro propone acabar con la situación de indignidad laboral a la que está sometida la mayoría de colombianos. La sola propuesta de acabar con la reforma laboral que el amansador de caballos les impuso a nuestros conciudadanos en beneficio de los poderosos, da cuenta de una visión distinta de las cosas. Los acaudalados y linajudos se oponen a ello y destilan veneno diciendo que este planteamiento pretende acabar con el trabajo. Pregunto: ¿de qué trabajo hablan? Una sociedad respetuosa del trabajo podrá pensar, sentir y disfrutar del consumo, la tecnología, el placer, la oración y hasta de la muerte entendida como un tránsito natural y no como el despojo de la vida que los rebuscadores de tierra (terratenientes) y sudor (empresarios) han ejercido por años en Colombia. Acabar con el rebusque es empezar a ser un país.

(Mayo 30 de 2018)

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9789585655768
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