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CAPÍTULO XXXI
Expedicion del Rey chico contra Salobreña, y hazaña de Hernan Perez del Pulgar
Dominada la capital de los moros por tantas y tan fuertes plazas como tenian los cristianos en sus inmediaciones, y privada de los medios de subsistir, hacíase cada dia mas urgente la necesidad de abrir una comunicacion por donde se recibiesen socorros y refuerzos de Ultramar. Todos los puertos marítimos estaban en poder de los cristianos, y Granada, con el corto remanente de su territorio, habia quedado aislada y sin salida. En tales circunstancias dirigió Boabdil su atencion al puerto de Salobreña. De la situacion y fuerzas de esta plaza, tenida entre los moros por inexpugnable, ya se ha hecho mencion en esta Crónica. En ella mandaba por el Rey Católico el general de artillería Francisco Ramirez de Madrid; pero este caudillo se hallaba á la sazon ausente en Córdoba, y en su lugar estaba por alcaide otro capitan muy ejercitado en la guerra.
Boabdil con la noticia que tuvo del estado de la guarnicion, y de la ausencia del alcaide, se dirigió allá apresuradamente con su ejército, esperando por medio de un movimiento rápido apoderarse de Salobreña, antes que el Rey Fernando pudiese venir á su socorro. Los moradores de la villa eran mudejares, que habian hecho juramento de fidelidad á los cristianos; pero la vista del estandarte de su nacion, y el sonido de las cajas y trompetas moras, despertó el amor pátrio en sus corazones, alborotose el pueblo, aclamaron á Boabdil, y dieron entrada libre á sus tropas en la plaza. La guarnicion cristiana, demasiado débil para resistir á tanta fuerza, se retiró á la ciudadela, donde hizo una defensa porfiada, esperando recibir socorros de una fortaleza vecina.
La nueva de haber ido el Rey moro sobre Salobreña, cundió por la costa inspirando mil temores á los cristianos. Don Francisco Enriquez, tio del Rey, que mandaba en Velez-málaga, convocó á los alcaides y caballeros de su jurisdiccion para que fuesen con él en socorro de aquella importante fortaleza. De los que acudieron á su llamamiento fue uno Hernan Perez del Pulgar, llamado el de las hazañas, el mismo que en una correría que hicieron los caballeros del real de Baza, se distinguió acaudillando á sus compañeros con un pañuelo por bandera. Habiendo reunido un corto número de gentes, se puso don Francisco en movimiento para Salobreña. La marcha no podia ser mas áspera y trabajosa, pues todo era subir y bajar cuestas, algunas de ellas muy agras y precipitosas; y á veces guiaba el camino por la orilla de un precipicio, al pié del cual se veia espumear y agitarse con impotente furia el mar embravecido. Cuando llegó don Francisco con su gente al elevado promontorio que se extiende por un lado del valle de Salobreña, quedó confuso y triste al ver acampado en derredor de la fortaleza un ejército moro de mucha fuerza. El pendon de la medialuna ondeaba sobre las casas de la poblacion, y solo en la torre principal del castillo se veia una bandera cristiana.
Viendo que no era posible, con la poca fuerza que traia, hacer impresion alguna en el campamento moro, ni menos socorrer el castillo, se colocó don Francisco con su tropa en una peña cercana al mar, donde no podia hacerles daño el enemigo; y elevando alli su estandarte, esforzaba á los cercados animándoles con la seguridad de ser en breve socorridos por el Rey. Entretanto Hernan Perez del Pulgar, rondando un dia el campamento moro, observó en el castillo un postigo que daba al campo; y como siempre ardia en deseos de distinguirse con algun hecho brillante, determinó meterse por aquella entrada, y propuso á sus camaradas que le siguiesen. La proposicion era temeraria; pero tambien era temerario el valor de aquellos españoles. Guiados por Pulgar rompieron estos valientes por una parte del real enemigo donde habia poca vigilancia, y llegaron peleando, hasta el postigo de la fortaleza: al instante se les abrió la puerta, y antes que el ejército moro tuviese entera noticia de este arrojo, ya estaban dentro del castillo.
Con este refuerzo cobró ánimo la guarnicion, y fue mas vigorosa su resistencia. Pero los moros, sabiendo que habia escasez de agua en el castillo, se lisonjeaban que la necesidad pondria muy pronto á los sitiados en términos de rendirse. Para que perdiesen esta esperanza, mandó Pulgar que se les arrojase desde los adarves un cántaro de agua, y con él una taza de plata, como en efecto se verificó.
Con todo esto no dejaba de ser muy crítica la situacion de los cercados; la sed que padecian era excesiva, y ya temian no poderse sostener hasta que llegasen los socorros, cuando un dia vieron á lo lejos en el mar una flotilla con bandera española, que venia con direccion á tierra. Surtas las embarcaciones en el puerto, supieron luego los cristianos que venia en ellas Francisco Ramirez de Madrid, con los socorros que se esperaban. En una isleta pedregosa, que habia no muy lejos de tierra, desembarcó Ramirez sus soldados, hallándose alli tan fortificado como pudiera estarlo en un castillo. La fuerza que traia era muy poca para presentar batalla al enemigo; pero no perdia ocasion de molestarlo y distraer su intencion. Asi es que cuando Boabdil daba algun asalto al castillo, luego desamparaba él la isla, y acometia el campamento moro por el un lado, mientras Enriquez, dejando su peña, lo combatia por el otro.
Estando todavia Boabdil ocupado con el sitio de la ciudadela de Salobreña, recibió aviso de que el Rey Fernando, con una hueste poderosa, venia á marchas forzadas en su socorro. No habiendo ya momento que perder, hizo el último esfuerzo contra el castillo, y le dió un asalto furioso, pero inútil, pues fue rechazado como otras veces; y forzado á abandonar el sitio, se puso aceleradamente en marcha para la capital, no sin algun recelo de que le interceptase su contrario. De camino que volvia á Granada, se consoló de su poca suerte, corriendo y asolando las posesiones concedidas últimamente al Zagal y á Cidi Yahye; y despues de haber hecho cuanto mal podia, y dejando en la tierra señales tristes de su venganza, se restituyó á su capital y al reposo de la Alhambra.
CAPÍTULO XXXII
Conspiracion de Guadix, y su castigo: fin de la carrera del Zagal
Apenas se halló Boabdil de vuelta en su capital, cuando apareció Fernando en la vega con siete mil caballos y veinte mil infantes. Habia salido de Córdoba para socorrer á Salobreña; pero teniendo en su marcha aviso de haberse levantado el sitio, habia vuelto camino de Granada, para completar la desolacion de esta infeliz ciudad con nuevos estragos. En esta entrada, que duró quince dias, se acabó de destruir lo poco que habia quedado de la primera tala, y fue tan general la ruina, que no quedó cosa verde ni animal con vida en la superficie de la tierra.
Hecha esta nueva tala, partió el Rey con su ejército para contener una conspiracion que acababa de manifestarse en las ciudades de Baza, Almería y Guadix, cuyos naturales trataban secretamente con el Rey moro para sacudir el yugo cristiano, y volver á su obediencia. El marqués de Villena, instruido de estos movimientos, se presentó repentinamente en Guadix con una fuerza competente, y sacando la poblacion fuera de los muros, con pretesto de hacer alarde de los habitantes que eran aptos para llevar las armas, los excluyó de la ciudad, cerrándoles las puertas. Cuando llegó á Guadix el Rey, le rodearon estos infieles suplicándole que los restituyese á sus casas y familias. Fernando, sin dejar de oir sus quejas, les hizo la proposicion siguiente. “De dos cosas una; que os vais con vuestras mujeres é hijos donde querais, y yo os mandaré poner en salvo, ó me entregareis á todos los que tuvieron parte en esta traicion, para que haga justicia de ellos; y sabed que no se me ha de escapar ninguno”36. La resolucion del Rey no dejaba á los moros otra alternativa sino irse, pues los mas eran cómplices en la conspiracion que se habia descubierto; por lo que partieron con sus familias y bienes para morar en otras partes. Igual partido ofreció el Rey á los moros de Baza y Almería, los cuales, la mayor parte, pasaron al África; los demas, no queriendo dejar la tierra, fueron distribuidos en varias aldeas y lugares indefensos37.
Estando la atencion del Rey Católico ocupada con Guadix, se le presentó alli el Rey anciano Muley Audalla, llamado el Zagal. Con tanto revés, con tantos y tan amargos desengaños, estaba el triste Monarca disgustado é impaciente. En el gobierno de su pequeño territorio de Andarax y de sus dos mil subditos, habia experimentado mas trabajos, que en el gobierno de todo el reino de Granada. Aquel prestigio que le hacia estimar de su nacion, se habia desvanecido desde el punto que los moros vieron su estandarte unido al de Fernando. Volviendo de aquella indecorosa campaña que habia hecho con sus doscientos hombres, llegó á Andarax para sufrir el último golpe de la fortuna. Sus vasallos, instruidos de los triunfos de Boabdil, corrieron á las armas, se juntaron tumultuariamente, y declarándose en favor del jóven Rey, amenazaron con la muerte al Zagal38. El desventurado Monarca, habiéndose con bastante trabajo substraido á su furor, y no quedándole ya deseos de reinar, venia á suplicar al Rey tomase sus posesiones, y le diese el equivalente que fuese de su voluntad, pues queria irse con los suyos al África. Accedió Fernando á sus deseos, y quedándose con veinte y tres poblaciones entre villas y aldeas, le entregó la cantidad de cinco millones de maravedis, y un salvo conducto para su viage. Habiendo asi enagenado su pequeño reino, juntó el Zagal sus tesoros y efectos, que valian mucho, y embarcándose con su familia y otras muchas que le siguieron, pasó á Berbería39.
Y ahora, extendiendo la vista mas allá de la época en que termina esta Crónica, sigamos los pasos del Zagal hasta el fin de su carrera. Su corto y turbulento reinado y su desastroso fin pudieran servir de aviso á la ambicion desenfrenada, sino fuera cierto que contra este género de ambicion son inútiles asi el ejemplo como el precepto. Cuando llegó al África, el Rey de Fetz, sin tener con él piedad ni consideracion alguna, lo hizo prender y arrojar en una prision como si fuera su vasallo. Acusado de haber sido la causa de las disensiones y acabamiento del reino de Granada, y probada esta acusacion á satisfaccion del Rey de Fetz, se le condenó á oscuridad perpetua; y por medio de una plancha de cobre caldeado que se le pasó por delante de los ojos, se le privó enteramente de la vista. Sus riquezas, que acaso habian sido la causa secreta de un tratamiento tan cruel, fueron confiscadas por su opresor, que se apoderó de ellas, dejando en el mundo al Zagal ciego, destituido y sin recursos. En este infeliz estado fue el desgraciado Monarca explorando su camino por las regiones de Tingitania, hasta llegar á la ciudad de Velez de Gomera. El Rey de Velez, que en algun tiempo habia sido su aliado, mostró compadecerse de su suerte, le dió alimento y ropas, y le permitió permanecer tranquilo en sus dominios. La muerte, que tan á menudo arrebata al próspero y dichoso, cuando empieza á probar los gustos que le dispensa su fortuna, suele por el contrario reservar al miserable, para que apure hasta las heces la copa de la amargura. El Zagal arrastró por muchos años una existencia triste en la ciudad de Velez, vagando por ella ciego y desconsolado, compadecido de algunos, despreciado por los demas, y llevando sobre el vestido un pergamino con un letrero en arábigo que decia: Este es el desventurado Rey de Andalucía40.
CAPÍTULO XXXIII
Preparativos en Granada para una defensa vigorosa
Año 1491.
¡Granada, Granada hermosa, reina de jardines, cuán quebrantadas veo tus fuerzas!, ¡cuán ajada y marchita tu hermosura! El comercio que otro tiempo derramaba la abundancia en tu recinto, desapareció del todo; y el traficante ya no acude á tus puertas con los ricos productos de los mas remotos climas. Las ciudades que te solian pagar tributo, ya no reconocen tu dominio; y la bizarra caballería que llenaba la Vivarrambla, pereció en muchas batallas. Sobre las frondosas arboledas de tus generalifes, veo descollar todavia las rojas torres de la Alhambra; pero en sus marmóreos salones solo reina la melancolía; y tu Monarca, mirando desde tus elevados miradores, no descubre sino un yermo, donde antes florecian las verdes glorias de la vega.
Tal es la lamentacion de los escritores moros por el estado deplorable de Granada, á la que no quedaba ya sino la sombra de su anterior grandeza. Las dos últimas talas, sucediéndose rápidamente la una á la otra, habian arrebatado todo el producto del año; y el agricultor, viendo que su industria no servia mas que de atraer nuevos estragos, habia abandonado enteramente el cultivo de la tierra.
En el discurso del invierno hizo Fernando las prevenciones mas diligentes para esta última campaña, en que debia decidirse la suerte de Granada; y en 11 de abril partió para la frontera del enemigo, con propósito firme de poner sitio á la ciudad y de perseverar en él hasta plantar el estandarte de Castilla en las torres de la Alhambra. De los grandes del reino, algunos acudieron con sus personas; pero muchos, cansados por las pasadas fatigas de la guerra, y porque preveian una empresa larga, se contentaron con enviar sus vasallos, equipados á su costa: las ciudades enviaron tambien sus contingentes; y pudo el Rey abrir la campaña con un ejército de diez mil caballos y cuarenta mil infantes. Los capitanes de mas nota que acompañaron á Fernando, fueron don Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, el maestre de Santiago, el marqués de Villena, los condes de Tendilla, Cifuentes, Cabra, y Ureña, y don Alonso de Aguilar. La Reina, con el Príncipe don Juan y las Infantas, doña María y doña Catalina, quedó en Alcalá para cuidar de la subsistencia del ejército, y estar en disposicion de acudir al campo cristiano, siempre que fuese necesaria su presencia.
Entró el ejército en la vega por diferentes puntos; y en 23 de abril sentó Fernando su real en una aldea llamada los Ojos de Guetar, distante como media legua de Granada. Á la vista de tan formidable hueste, se apoderó la consternacion de los habitantes de Granada; y aun muchos de los guerreros se turbaron al considerar el terrible conflicto que les esperaba. Boabdil reunió su consejo en la Alhambra, desde cuyos miradores veia por entre nubes de polvo relucir los escuadrones de Castilla que se enseñoreaban de la vega. Intimidados y confusos, no sabian los consejeros que partido proponerle; pero los mas, temiendo por sus familias, le aconsejaban que se aviniese con el Rey cristiano, y fiase de su generosidad, para obtener términos honrosos. Fue llamado el Wazir ó intendente de la ciudad, Abul Casim Abdelmelec, para que informase sobre los medios con que podia contar el público para subsistir y defenderse; y presentando este ministro el estado de las provisiones, y las listas de los ciudadanos que eran aptos para las armas, dijo, que para algunos meses habia víveres suficientes; “pero ¿de qué sirve, añadió, este recurso provisional, si son interminables los sitios del Rey cristiano? ¿y qué confianza se puede tener de soldados ciudadanos, que bravean y amenazan en la paz, y se esconden en la guerra?”
Oyendo Muza estas palabras, se levantó, y con generoso ardor, dijo: “No hay que desconfiar de nuestras fuerzas. La sangre de aquellos sarracenos que conquistaron á España aun corre por nuestras venas. Ademas de la gente de armas, muy aguerrida, tenemos veinte mil mancebos en el fuego de la juventud. ¿Carecemos de mantenimientos? caballos tenemos veloces, y campeadores atrevidos; dejadlos que vayan á correr las tierras de aquellos infieles musulmanes que se sometieron al cristiano, y pronto los vereis volver con abundantes cabalgadas. Sean ellos nuestros proveedores; que para el soldado no hay vianda mas sabrosa que la que se arrebata al enemigo.”
El entusiasmo de Muza se comunicó á Boabdil. “Haced, dijo á sus capitanes, lo que convenga en esta guerra; que en vuestras manos y valor está la salud comun y la seguridad de todos: vosotros sois los protectores del reino, y á vosotros toca la venganza de tantos agravios, muertes y asolamientos como ha padecido la pátria”.41
Procedióse entonces á señalar á cada uno su deber. Al Wazir se dió el encargo de las armas, provisiones y alistamientos: á Muza el mando de la caballería, la guarda de las puertas y la direccion de todas las salidas y escaramuzas: Naim Reduan y Mohamed Aben Zayde fueron nombrados sus ayudantes. Abdul Kerin Zegrí, y otros capitanes, defenderian las murallas, y los alcaides mandarian en los baluartes.
Estas medidas, y la confianza que inspiraba el nombre de Muza, inflamaron el espíritu guerrero de los granadinos, y en toda la ciudad no se veia sino preparativos para una vigorosa resistencia. Al presentarse el ejército cristiano, se habia cerrado las puertas, y para mas asegurarlas se les habia echado, ademas de los cerrojos, gruesas cadenas. Pero Muza mandó abrirlas de par en par. “Á mi y á mis caballeros, dijo, se ha confiado la guarda de estas puertas: nuestros pechos serán la barrera que las defienda.” En cada una puso una guardia numerosa de soldados escogidos: la caballería estaba siempre á punto de servir, armados los ginetes, y ensillados los caballos. ¿Se acercaba un enemigo? ya habia en la puerta un fuerte escuadron, pronto á lanzarse fuera como rayo que se desprende de la nube. Muza, lejos de ser jactancioso, era mas temible por sus hechos que por sus palabras; y tales hazañas ejecutaba, que la misma vanagloria no podia pretenderlas mayores. Era el campeon de los moros, y era tal, que si Granada tuviera muchos guerreros como él, acaso se hubiera dilatado la conquista de este reino, y el sarraceno por mucho tiempo se hubiera conservado sobre el trono de la Alhambra.
CAPÍTULO XXXIV
Llega la Reina doña Isabel al campo cristiano; desafio del moro Tarfe, y notable hazaña de Hernan Perez del Pulgar
Aunque despojada de sus glorias, y sin esperanzas de ser socorrida, todavia la ciudad de Granada, por la extension y fuerza de sus baluartes y castillos, parecia desafiar todas las tentativas que se hiciesen para tomarla por asalto: habia una guarnicion numerosa, habia valor y patriotismo; y el pueblo, aletargado hasta ahora por las blanduras de la paz, habia tomado en este peligroso trance una actitud imponente.
Conoció Fernando que no se podia tomar á viva fuerza esta ciudad sin mucho trabajo y sangre; y por tanto determinó rendirla con la hambre. Al efecto envió sus tropas á correr los pueblos y valles de las Alpujarras, y fueron saqueados y destruidos muchos de los lugares que proveian de mantenimientos á la capital, en cuyos alrededores discurrian tambien partidas sueltas que sorprendian casi todos los convoyes que se dirigian al enemigo. La osadía de los moros crecia á par de su desesperacion; sus salidas eran frecuentes y vigorosas, y los rebatos que daba Muza con su caballería, introducian á veces el terror y la muerte hasta el centro del real cristiano. Para proteger el campo contra estos asaltos, lo mandó el Rey fortificar con fosos y parapetos, le dió una forma cuadrangular, y puso las tiendas y barracas de los soldados por hileras, figurando las calles de una ciudad.
Acabado de fortificar el campo, vino á él la Reina, con el Príncipe don Juan y las Infantas. El dia despues de su venida, salió con mucho acompañamiento para ver el real y sus alrededores, y donde quiera llegaba, era recibida con aplausos y aclamaciones. Pero la fogosidad de la juventud granadina de ningun modo se disminuyó con la llegada de la Reina; y Muza, viendo que el Rey cristiano se abstenia de dar un asalto, procuraba empeñar escaramuzas, y promover combates singulares entre sus caballeros y los del ejército enemigo. Asi es que apenas pasaba dia en que no hubiese algun encuentro de este género: los combatientes rivalizaban entre sí en el lujo de sus armas y arreos, asi como en las proezas; y sus contiendas mas parecian ejercicios caballerescos ó justas, que combates verdaderos. Pero Fernando, viendo que estos desafios, al paso que costaban la vida á muchos de sus caballeros mas valientes, alimentaban el valor y ardoroso celo de los moros, los prohibió absolutamente; y por entonces cesaron con sentimiento de ambas partes. Mas no por eso dejaron los moros de hacer los mayores esfuerzos para renovarlos. Á veces una cuadrilla de ellos, bien montados, llegaban gineteando hasta las mismas barreras del real, y arrojaban dentro sus lanzas lo mas que podian, dejando en ellas algun rótulo con sus nombres para provocar á los cristianos; pero estos, contenidos por las terminantes órdenes del Rey disimulaban su irritacion.
Habia entre los caballeros moros uno que se llamaba Tarfe, á quien todos respetaban por su temerario valor y grandes fuerzas. Este arrogante moro, en una salida contra el real cristiano, se separó de sus compañeros, saltó con su caballo las barreras del real, y corriendo hácia el alojamiento de los Reyes, tiró su lanza tan adentro, que la dejó clavada en el suelo junto á la puerta del pabellon real. Los guardias salieron en su persecucion; pero ya Tarfe se habia reunido con los suyos, y envueltos en una nube de polvo corrian todos á rienda suelta hácia Granada. Al sacar del suelo la lanza, se halló en ella un rótulo manifestando que iba dirigida contra la Reina.
Grande fue la indignacion de los caballeros cristianos cuando supieron el temerario arrojo de Tarfe, y el insulto que se habia ofrecido á su Reina. Hallóse presente Hernan Perez del Pulgar, el de las hazañas; y resuelto á no ser excedido en valor por un bárbaro, propuso á sus camaradas una empresa de no menos dificultad y peligro. Muchos se ofrecieron á seguirle; pero él escogió solamente quince, que todos eran de gran corazon y de muchas fuerzas. En el silencio de la noche los sacó fuera del campo, y se acercó cautelosamente á la ciudad, hasta llegar á un postigo que daba sobre el Darro, y estaba guardado por algunos soldados de infantería, los cuales, no esperando un ataque semejante, estaban casi todos durmiendo. Acometieron los cristianos, forzaron la puerta, y siguióse una pelea confusa entre ellos y la guardia. Pulgar, sin detenerse á tomar parte en la refriega, hincó las espuelas á su caballo, y se entró por la calle adelante, corriendo furiosamente y sacando centellas de las piedras, hasta que llegó enfrente de la mezquita principal. Apeándose entonces de su caballo, se arrodilla delante de la puerta, toma posesion del edificio como templo cristiano, y lo consagra á Nuestra Señora. En testimonio de esta ceremonia, saca una tablilla que traia, en que estaban escritas en letras grandes las palabras, Ave María, y con el pomo del puñal la clava en la puerta. Hecho esto, monta su caballo, y á carrera tendida vuelve sobre sus pasos. Entretanto se habia alborotado la ciudad, y los soldados iban acudiendo de todas partes; pero Pulgar, atropellando á unos, derribando á otros, y asombrando á todos, volvió á ganar el postigo, y reuniéndose con sus compañeros que aun estaban peleando en la puerta, se retiró con ellos, y regresaron todos felizmente al real. Los moros, que no sabian el objeto de un atentado al parecer tan infructuoso, hacian mil discursos para comprenderlo; pero ¡cuál seria su exasperacion cuando á la mañana siguiente se ofreció á su vista aquel trofeo de valor, aquel Ave María que el intrépido Pulgar habia elevado en el centro de la ciudad! La mezquita que con tan nuevo modo santificó este héroe, se convirtió, despues de la conquista, en catedral42.