promo_banner

Реклама

Читать книгу: «Someone to me»

Шрифт:

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

© Vannesa Gutiérrez Rendueles

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

Ilustracion de portada: Victoria Cavalieri

ISBN: 978-84-1114-835-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

A quién tenemos tan idealizados los personajes ficticios, que nos cuesta ver la realidad en las personas reales.

0

Alice

Mi padre siempre repetía de manera incansable que todo pasa por algo.

Que nada es aleatorio en esta vida. Que todo es parte de un plan mayor que los humanos no podemos entender todavía.

Mi vida se basaba en mantenerme refugiada diariamente dentro de aquellos mundos ficticios a los que solo podían llevarme los libros. La vida real, en comparación, era demasiado aburrida.

Cuando era pequeña fui la primera de mi clase en aprender a leer. Mientras que mis compañeros no leían una sola página más de las que nos mandaban como obligatorias, yo devoraba un libro tras otro.

El personaje de ficción con el que más identificada me sentiría gracias a su conexión con los libros sería Matilda, de no ser porque mis padres eran todo lo contrario a los suyos. Ellos me inculcaron el amor por la lectura. A tal punto que me pusieron el nombre de Alice, por Alicia en el país de las maravillas.

Recuerdo a la perfección el día en que mi padre me propuso probar a escribir mis propios cuentos. Mi cabeza podría haber explotado con tan solo imaginar hacerlo. Tenía ideas todo el tiempo, pero, tal y como nacían, desaparecían sin dejar rastro. Nunca se me había ocurrido plasmarlas en un papel para no olvidarlas y, en el momento en que lo descubrí, escribir se volvió otra de mis grandes pasiones.

Lo más destacable en mi escritorio son las incontables libretas que he ido llenando desde los diez años hacia delante, con relatos cuyos géneros iban variando a medida que crecía. Poco a poco la fantasía, magia, aventura y seres mitológicos se convirtieron en drama, romance y, al cumplir los catorce, literatura erótica. Tal vez era muy joven para escribir sobre ese tema, pero culparé a internet de robar mi inocencia a una edad tan temprana. No había buscado ese género de manera intencionada. Me gustaba una boyband y descubrí una página donde escribían historias sobre ellos. ¿Cómo iba siquiera a plantearme la posibilidad de que algo así pudiera existir? No pude resistirme a leerlo y, poco a poco, me enganché a ese género tan nuevo, atrayente, y prohibido.

Día tras día, perdida en mi mente, perdida en el papel. Fantaseando con una vida que jamás sería la mía. O eso creía.

Ansiaba tener una vida más emocionante, llena de drama y romance. Cada vez que tenía la oportunidad de formular un deseo siempre era el mismo.

Vivir dentro de una novela.

Y ahora entiendo el significado de la frase…

«Cuidado con lo que deseas».

1

Alice

Inspiro, espiro. Inspiro, espiro.

Inspiro, inspiro. Espiro, espiro.

Intento normalizar mi respiración, sin éxito.

«Solo necesito cinco minutos», me había dicho. «Cinco minutos y estaré lista». Ya debo llevar como quince aquí metida. Encerrada en el baño de chicas de mi nuevo instituto.

Un nuevo instituto. Una nueva aula con mínimo treinta desconocidos. Y para colmo, ni siquiera estoy cerca de mi casa.

No, no, no. No quiero, no quiero, no quiero.

Inspiro, inspiro, inspiro. Espiro, espiro, espiro. Creo que voy a desmayarme.

Me apoyo en el lavamanos alzando la mirada para verme en el espejo.

Mi tono de piel se encuentra incluso más pálido de lo normal y mi mano derecha juega de manera nerviosa con uno de los mechones ondulados de mi pelo.

Debido a mi baja altura, tan solo consigo verme hasta el cuello, así que doy un par de pasos atrás subiéndome a la taza de uno de los inodoros. Repaso mi delgada figura con la mirada. Mi piel es tan similar a la porcelana que me da una imagen indefensa y vulnerable que parece gritar: «Vamos, métete conmigo. Soy débil y sensible. La presa perfecta para tus burlas».

Agarro los bordes de mi vestido celeste preguntándome si debería o no quitarme el enorme lacito que llevo a juego.

«Te has equivocado, primaria está en el primer piso». Imagino con facilidad la clase de comentarios que hará la gente cuando me vea. ¿En qué estaría pensando al elegir el conjunto de hoy?

Inevitablemente, mi mirada choca con esa parte de mí que he estado evitando todo este tiempo. Mis profundos y poco comunes ojos violeta.

Me bajo de la tapa como si hubiese sido propulsada por un muelle, huyendo de aquel complejo. Tengo una relación de amor-odio con ellos. De pequeña eran la parte que más me gustaba de mí, pensaba que eran mágicos, especiales… Pero mis compañeros del colegio se encargaron personalmente de hacerme creer que es otra de las muchas razones por las que soy «rara».

Ahora pienso que llaman demasiado la atención y me hacen sentir demasiado expuesta.

Más de una vez me he planteado la opción de ponerme lentes de contacto de un color común como el marrón, a juego con mi pelo. Pero no valdría de mucho. De una forma u otra, siempre termino llamando la atención más de lo que me gustaría.

«¿Llevas lentillas ¿Llevas lentillas?», «¡Claro que las lleva, es imposible tener ese color de ojos!». Casi puedo volver a sentir sus dedos presionando mi iris hasta hacerme llorar. «¡Basta, por favor! ¡Mis ojos son así! ¡Por favor!».

Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras recuerdo por qué estoy cambiándome de instituto por cuarto año consecutivo. Siempre coincido con algún antiguo compañero, y si no, con alguien que ha oído hablar de mí. No hay mucha diferencia de uno a otro. Todos actúan igual.

Por eso, mis padres decidieron esta vez cambiarme a un instituto ubicado en un pueblo a las afueras de Londres. Si esto último no funciona, empezaré a tener clases en casa. Demasiado bueno para hacerse realidad.

Salgo a paso de tortuga de mi escondite, encontrándome otra vez con esa puerta abierta de la que salen tantos gritos diferentes. Dios mío. Parece la entrada a una de mis peores pesadillas.

En un arranque de pánico me vuelvo, dispuesta a salir corriendo, pero al girarme choco con un fuerte cuerpo.

―Hey, hey, hey. ¿De verdad creíste que iba a dejarte sola?

Levanto la cabeza y mi mirada choca con unos ojos color púrpura.

―¡Papá!

Me lanzo a abrazarlo ignorando todo a mi alrededor. Si él está aquí, nada importa.

―Prometiste que lo intentarías por mí, princesita. ―Da un toquecito en mi nariz con su dedo y hace un cómico puchero provocándome la primera sonrisa del día.

―Lo he intentado, de verdad que lo he intentado. ―mi voz se quiebra. No quiero decepcionarlo― Pero hay tanta gente desconocida…

―Solo serán desconocidos durante unos segundos ―asegura. ―En cuanto te presentes con tu hermosa sonrisa todos querrán ser tus amigos.

Sé que me habla como si fuera todavía una niña pequeña a pesar de tener quince años, pero me resulta tan dulce y reconfortante que soy incapaz de decirle que no lo haga.

Respiro hondo y me aparto despacio girándome con decisión. Pero, al volver a mirar hacia la puerta, el miedo invade mi cuerpo.

―Venga, princesita, tú puedes. Mientras tú estás aquí yo voy a ir a la librería a escoger tu nueva lectura.

Me vuelvo hacia él, ligeramente sorprendida.

―¿Y si vamos juntos después y la elijo yo?

―Oh, vamos. ―Me mira con diversión―. Sabes que nunca fallo cuando te escojo libros. Y es más divertido que sea una sorpresa. ¿No crees? ―Sabe perfectamente que adoro las sorpresas―. Además, escogeré uno con el que puedas sentirte identificada, como siempre.

―¿Vas a buscar uno sobre una lectora que lo único que hace en su vida es leer y que no tiene ni un solo amigo?

Mi padre levanta una ceja, conteniendo una sonrisa.

―Eso, o… Buscaré uno sobre una escritora insegura que no es capaz de ver su talento.

Desvío la mirada cuando mis mejillas se tiñen de rosa.

―O, por el contrario ―continúa―, puedes rendirte sin haberlo intentado y acompañarme a casa. Nos pasaremos la mañana buscando profesores de cada asignatura, no iremos a la librería y te perderás una nueva historia que podría haber cambiado tu vida.

Me quedo boquiabierta mientras él intenta mantenerse serio y no soltar la risa que se está aguantando.

―¡Papá!

Suelta una pequeña carcajada y revuelve mi pelo con cariño.

―Todo pasa por algo, nada es aleatorio ―dice por séptima vez en esta semana. Resoplo de manera exagerada.

―Está bien, lo intentaré. Pero solo porque quiero un libro nuevo.

―¡Ah! ―finge estar ofendido―. ¿Y no por mí?

―No ―miento―. Por mí.

Me refugio en sus brazos, sintiéndome mucho mejor.

―Te quiero, princesita. Todo va a salir bien, pero llámame si pasa cualquier cosa, por mínima que sea.

Aprovecho la fuerza temporal que me da tener a mi padre aquí y camino a paso rápido. El corazón me late más y más fuerte a cada paso que doy.

Vamos, ya casi, ya casi. Sin pensar, sin pensar.

Al entrar en el aula las voces se desvanecen convirtiéndose en murmullos.

Quiero hacer una vista superficial para asegurarme de que no haya nadie conocido, pero soy incapaz. Todas las miradas están clavadas en mí.

Camino intimidada buscando algún sitio vacío, intentando evitar todo tipo de contacto visual.

Quiero irme. Necesito irme. Necesito desaparecer.

Me dejo caer en el primer pupitre vacío que encuentro, apropiándomelo como el único lugar seguro, rezando para mis adentros por que no tenga ya dueño, y tratando de sacar las cosas de la mochila sin que los temblores en mis manos provoquen que me caiga algunos de los objetos.

―Hey.

Una voz masculina inesperadamente cercana me saca del trance.

Mis fosas nasales se llenan de un fresco olor a lima.

Alzo la cabeza encontrándome con unos profundos ojos azules que me observan con curiosidad.

Fuegos artificiales.

Mis mejillas arden e intento aguantar su mirada.

―Vaya, hasta hace un momento mis ojos eran los más bonitos de toda la clase, pero parece que me has quitado el puesto.

Juego con mis manos bajo la mesa, anonadada, nerviosa, tratando de pensar una respuesta coherente.

―H… Hola. ―tan solo puedo pronunciar el más simple saludo, adornándolo de forma inconsciente con un tartamudeo.

―¿Hola? ―Esboza una sonrisa que casi me hace derretirme en el suelo. ―¿Todo bien? ―su voz adquiere un tono de diversión mientras coloca un mechón rebelde de su cabello rubio.

Creo que me he quedado sin aire otra vez.

Asiento con la cabeza en un movimiento suave.

―Soy Niall ―se presenta a la vez que me tiende su mano.

Siento una corriente eléctrica al estrecharla y me obligo a soltarlo.

―Yo soy… Alice.

¿Es posible que casi me haya hecho olvidar mi propio nombre?

―Muy bien, Alice ―su voz acaricia mi nombre―. Con la excusa de que eres nueva, varios chicos se te van a acercar. Si quieres ahorrarte ese fastidio puedes salir a comer conmigo después de clase. Si ven que te he visto primero no se van a atrever a acercarse.

Intento no quedarme boquiabierta y solo consigo asentir de nuevo, incapaz de pronunciar una sola palabra.

―Genial, te veo luego entonces, Alice.

«Si no vas, te perderás una historia que podría haber cambiado tu vida».

En ese momento era imposible que fuera consciente de que el aleteo de una mariposa puede provocar una tormenta.

2

Eric

Toda tu vida puede cambiar cuando menos te lo esperas.

―Eh, tío. Mira eso. Eh, ps.

El compañero que se sienta detrás de mí insiste en que le preste atención.

Separo la vista del papel en blanco del cual trataba de sacar algo decente con ayuda de mi lápiz.

―Más te vale que no sea una tontería ―me quejo por la interrupción, dirigiendo mi vista hacia donde señala.

Mierda. El lápiz se resbala entre mis dedos cayendo contra la madera de la mesa al ver lo que demanda tanta atención. Una chica que nunca había visto antes intenta esconderse detrás de un hombre que parece ser su padre. Ambos hablan demasiado bajo y es imposible escuchar lo que dicen, pero por el contexto de la situación debe de ser nueva.

Deseo de manera inconsciente que la clase que tiene asignada sea la mía mientras no puedo apartar la mirada de ella, hipnotizado con su presencia.

Piel pálida, complexión delgada, apariencia frágil, baja estatura… (no debe medir más de uno cincuenta y cinco), vestido combinado con un lazo exactamente del mismo color.

Parece una muñeca de porcelana. Nunca había sentido tanta inspiración.

Percibo cada gesto, cada expresión en su rostro, los temblores de su cuerpo.

Y de pronto, entra en el aula.

Mis ojos color avellana chocan durante un segundo con sus ojos… ¿violeta? ¿Cómo es eso posible?

Decidido a ser el primero en presentarme me levanto, pero me detengo en seco al ver que alguien ha sido más rápido que yo.

No me jodas. Niall Settler. Cómo no. Rápido como un lobo, acechando a su nueva presa.

Levanto la cabeza volviendo a revisar el reloj de pared, contando los minutos que quedan para el recreo.

Diez minutos. Solo diez minutos y podré presentarme.

No consigo apartar la mirada de las agujas, que parecen moverse cada vez más lento.

Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos…

La puerta del aula se abre de forma brusca sacándome del trance. Todos nos giramos hacia el conserje, el cual recorre a los alumnos con la mirada.

―¿Alice Evans?

Su nombre queda grabado en mi mente.

Alice. Alice Evans.

Veo como levanta la mano despacio, intimidada. Temo que le digan que se ha equivocado de clase.

―Está tu madre abajo, tienes que recoger tus cosas e irte con ella, es importante.

Sus grandes y preciosos ojos violeta se abren con sorpresa y se levanta de un salto, recogiendo sus cosas con una rapidez y agilidad impresionantes para después salir prácticamente corriendo.

Me quedo callado observando su silueta desaparecer, como si el sueño terminase, como si todo hubiese sido inventado por mi mente aburrida.

Alice Evans.

Su nombre sigue en mi mente, firme y real.

Su apariencia frágil, su vestido celeste, esos grandes ojos violeta.

Echo un vistazo dentro de mi estuche. No tengo ningún color violeta. No tengo ningún color celeste. Vuelvo la vista al papel que continúa en blanco, el bloqueo persiste.

«Alice Evans», tecleo su nombre en el buscador de Instagram mientras camino de vuelta a casa después de las clases. La encuentro.

@aliceypunto_00

Sus ojos destacan entre todas las demás fotos de perfil. Los observo perdiendo la percepción del tiempo, sabiendo en ese momento que podría reconocerlos hasta en la oscuridad.

Al descubrir que su cuenta es privada, mi boca forma una mueca. Respiro hondo dudando si va a aceptar mi solicitud. Mis dedos se mueven solos, enviándole un mensaje.

Eric Jones

¡Hola! Voy contigo a clase. Te has ido muy rápido. ¿Todo bien?

Cuando voy a guardar el teléfono me sorprendo al escucharlo vibrar y enciendo de nuevo la pantalla.

Alice Evans

Hola. ¿Quién eres?

Wow, qué rápido. Camino mientras tecleo una nueva respuesta.

Eric Jones

Me llamo Eric, no hemos llegado a hablar. Quería presentarme, pero no me ha dado tiempo.

Alice Evans

Ohh, vaya. Gracias por hablarme. :)

Las comisuras de mis labios forman una sonrisa. Qué tierna.

Eric Jones

¿Entonces va todo bien?

Insisto al notar que ha evitado mi pregunta y saco las llaves para abrir mi puerta.

Alice Evans

Solo… temas familiares.

Quería curiosear su perfil, pero sus respuestas eran inmediatas y ni siquiera había aceptado mi solicitud.

Eric Jones

Espero que se arregle todo.

Alice Evans

No va a arreglarse.

Decido no seguir insistiendo e intento cambiar de tema.

Eric Jones

¿Quieres que nos demos el número para hablar más cómodamente?

Leído.

Perfecto, genio, la has incomodado.

Espero unos minutos hasta asumir que no va a responder. Me levanto para prepararme algo de comer, pero vuelvo a dejarme caer en el sofá al sentir la vibración del móvil. El sonido se volvió adictivo.

Las comisuras de mi boca se curvan hacia arriba formando una amplia sonrisa al leer solo números en su respuesta. Al agendar el nuevo contacto pulso el botón de llamar por accidente.

Mierda, mierda, mierda.

Iba a colgar, pero ella descuelga la llamada con la misma rapidez que respondía. Tal vez lo cogió por error.

―¡Perdona! ―hablo rápido, nervioso―.Te he llamado sin querer, pero… me alegro de que lo cogieras.

Solo escucho silencio al otro lado de la línea.

¿De verdad ha cogido la llamada o estoy hablando con su contestador?

―¿Alice? ¿Estás ahí? ―insisto un poco más y me quedo en completo silencio intentando detectar el mínimo ruido.

―Hola… ―una voz quebrada y jodidamente dulce inunda mis oídos.

―¡Hey! ―la saludo algo alarmado―. ¿Estás bien?

―Más o menos. Perdón…

Me pongo tenso al darme cuenta de que está aguantando un sollozo.

―¿Quieres que quedemos y que nos conozcamos? ―propongo―. Puedes contarme lo que ha pasado, te vendrá bien desahogarte y distraerte.

El silencio vuelve a invadir la llamada.

―Pero… es que no te conozco…

―Lo sé, pero así podemos conocernos ―respondo con decisión.

―No…, perdón…, pero es que… no sé…

―Vale, vale, tranquila, tampoco voy a obligarte, pero si cambias de idea…

―No creo que cambie de idea. Tengo que irme.

Ni siquiera me da tiempo a despedirme cuando se escuchan los pitidos que anuncian el final de la llamada.

3

Scar Tissue de Red Hot Chili Peppers sonaba a todo volumen en los cascos de Rick mientras caminaba por la calle dando pasos al ritmo de la música con una gran sonrisa en su rostro. Ya podía ver la librería desde allí, solo tenía que cruzar una calle y habría llegado a su destino.

Estaba eufórico e impaciente. Le encantaba escoger libros para su hija, le encantaba darle lecciones de vida a través de los libros, le encantaba ayudarla a cambiar su perspectiva de la vida como habían hecho los libros con él. ¿Pero qué clase de libro podría comprarle esta vez?

Libros de romance adolescente tenía demasiados y de fantasía otros cuantos. Ya le había regalado libros de poesía y thrillers de misterio camuflados de romance. Sonrió de forma más amplia al recordar su carita de enfado e indignación cuando descubrió la verdadera categoría del libro.

Su princesita… Tal vez debería comprarle un libro de autoayuda, pero, conociéndola, quizá se lo tomaba mal. ¿Ayuda para hablar en público? ¿Ayuda para hacer amigos? Todo aquello quedaba descartado. Como alguien la viera con ese tipo de libros sería su muerte social.

¿Debería regalarle un libro de psicología para que ella misma pudiese saber más sobre su ansiedad? No. La conocía lo suficiente para saber que se identificaría con, por lo menos, otros quince trastornos diferentes, se autosugestionaría y acabaría desarrollándolos. Su imaginación era poderosa y peligrosa, como la de su padre.

«Tal vez haya libros sobre escritura». Pensó Rick. «Algún libro que la motive a conseguir terminar alguno de sus relatos». Rio al pensarlo. No era el más indicado para hablar sobre ese tema. Si le regalase ese libro él lo leería primero, lo devoraría antes de que las clases terminaran.

Esa pasión por escribir la sacó de él, y estaba muy orgulloso de ello. Él era escritor, su hija también, y ninguno terminaba sus historias.

Se preguntó si podía ser su culpa, recordando que los primeros cuentos que ella había leído fueron los suyos. La pequeña Alice siempre se quedaba intrigada.

«¿Pero y ahora qué pasa? ¿Cómo acaba? ¿Por qué nunca terminas tus historias, papá?». Él sabía la respuesta, pero nunca se lo dijo. Siempre respondía lo mismo. «Ese es el final del primer libro, escribiré el segundo pronto».

Mentira, todo era mentira. Él nunca terminaba sus historias, porque si lo hacía ya no habría excusa para no intentarlo. Para no mandarlas a una editorial y sacarlas a la luz. Y no estaba preparado para eso.

Él pensaba…, no. Sabía que sus libros eran buenos. Sabía que podía ser uno de los mejores escritores de su generación, y no quería ver que nadie opinase lo contrario. Sabía que siempre alguien opinaría lo contrario.

Cada uno de sus libros estaba ambientado en un lugar diferente, tanto real como imaginario. Había inventado reinos de fantasía especialmente para su hija, había creado las mejores temáticas de misterio con los mejores plot twist imaginables. Esos libros habrían sido best sellers y él lo sabía, pero, aun así, había algo que no le dejaba terminarlos.

¿Miedo? ¿Un bloqueo creativo? ¿Quizá su mente era tan indecisa que no podía decantarse por un solo final? Le encantaban las teorías de mundos paralelos, que cuando se tomaba una decisión una nueva dimensión se creaba a partir de ella. Sin duda era su teoría favorita. Había tantas opciones…, se permitió fantasear sobre ello.

Oh, sí, en una de esas dimensiones él había terminado cada una de sus historias, habían sido publicadas todas y cada una de ellas, eran best sellers y ganaba una pasta indecente por cada libro, así que se la pasaba viajando y documentándose para sus nuevas historias.

Cerró los ojos unos instantes, imaginando con todo detalle ese mundo maravilloso. Esa era la vida que él quería. Si él tuviese la valentía para terminar tan solo uno de sus libros su vida cambiaría por completo y todos sus problemas desaparecerían.

Su familia no era pobre, pero mucho menos era rica. Eran más bien de la clase media. Vivían de alquiler en la calle Baker Street, conocida por Sherlock Holmes, una de sus sagas de libros favoritos. Era un sueño cumplido vivir allí.

Desde niño siempre había querido viajar y no había tenido oportunidad de salir de Londres, nunca. Así que desde pequeño se había dedicado a viajar desde la lectura. Lo recordaba perfectamente mientras sonreía con nostalgia. Recordaba aquel momento cuando tenía seis años y lo llevaron por primera vez a la biblioteca.

Lo primero que le llamó la atención fueron aquellos libros con portadas de lugares que no había visto nunca. Fue corriendo hacia ellos y abrió libro por libro. Solo miraba las fotos, pero eso era suficiente. ¿Había más mundo que Londres? Había más, mucho más. Existían tantos lugares maravillosos que quería visitar.

Recordaba con cariño cómo marcaba aquellos libros, como quien marca su lista de Navidad. Él no quería regalos, él quería viajes. Él no quería cosas materiales, él quería experiencias.

Su trabajo de taxista le permitía ver todo Londres cada día, pero él quería más, mucho más. Tenía un frasco enorme en uno de los cajones de su escritorio con un pos-it que ponía: «Para viajes». Y no se conformaba con tener el suficiente dinero para uno. No, claro que no, él quería hacer un viaje tras otro. Y para eso tenía que ahorrar durante mucho tiempo, pero sabía que merecía la pena.

El mismo pensamiento volvió de nuevo a su mente sin darle ningún tipo de tregua. Si tan solo terminase alguna de sus historias, toda su vida cambiaría para siempre. Podría darle la vida que él no tuvo a las dos princesitas de su vida: su hija y su mujer.

La alegría y la adrenalina invadieron todo su cuerpo.

¿Qué perdía por intentarlo? Ya había perdido suficiente tiempo. Ya era hora de dejar las excusas a un lado. ¿A qué estaba esperando para vivir la vida que siempre había soñado? ¿A que le cayese del cielo? Eso nunca iba a pasar.

Decidido. En cuanto llegase a casa, iba a elegir entre todas sus historias y la iba a terminar, corregir, perfeccionar y mandar a las editoriales.

Todas sus historias eran buenas, lo sabía. Su vida cambiaría en cuanto mandase tan solo una de sus historias.

Por fin se decidió, a sus cuarenta y tres años, a cambiar su vida. A arriesgarse y a luchar por la vida que siempre había soñado.

Lástima que ya era tarde.

Al abrir sus ojos, apenas pudo ver el gran autobús de color rojo que se abalanzó contra él.

4

Alice

Todo tu mundo se puede derrumbar en tan solo un segundo.

Con una palabra, con una acción, con un giro injusto del destino.

Bajo las escaleras lo más rápido que mis piernas me permiten. Me encuentro a mi madre sentada en un banco de madera cerca de la barra del conserje, cubriendo gran parte de su rostro con su artificial pelo liso.

Me tenso al verla. Siempre que se cubre la cara de esa forma está intentando que no la vean llorar. Doy unos últimos pasos hacia ella, jadeante por la carrera.

―¿Mamá?

Ella levanta la cabeza y aparta todo el pelo de su cara para mirarme.

Descubro su maquillaje corrido, sus mejillas húmedas, su rostro de puro dolor. Se levanta sin decir nada y me estrecha con fuerza entre sus brazos. Siento como su cuerpo tiembla, escucho su respiración entrecortada, noto los fuertes latidos que amenazan con atravesar su pecho.

―Mamá… ―intento evitar cualquier mal pensamiento y esperar a que consiga hablar―. Mamá, ¿qué ha pasado?

Responde en sollozos tratando de pronunciar cualquier palabra.

―Papá ―suelta por fin tras mucho esfuerzo, en un susurro.

Un fuerte dolor atraviesa mi pecho cuando lo menciona.

―¿Q…qué pasa con él? ―Intento mantener la calma, sin éxito.

―Un… autobús ―su voz se rompe.

Las lágrimas inundan mis ojos. Si le está costando tanto decirlo… significa que...

Intento aferrarme a la mínima esperanza.

―¿Cómo que un autobús? No, no, no. ―La negación me atrapa―. ¿Ahora está en el hospital? Solo… solo ha sido un susto. ¿Verdad? ―Me desespero cuando no responde―. ¡Mamá!

―Alice. ―Hace un breve silencio, dándose cuenta de que necesito que lo diga. Respira hondo y confiesa por fin―. Papá ha muerto.

En cuanto consigue decirlo se rompe, y yo me rompo con ella, soltando un grito desgarrador.

Mi mundo se derrumba. Y esta vez él no puede sujetarme y evitar la caída.

Toda mi vida he caminado sobre un suelo inestable, agarrada firmemente por sus manos, y cuando parte del terreno se venía abajo, él me mantenía en pie. Pero esta vez todo el terreno se había roto, sus manos ya no estaban, y me precipité inevitablemente al vacío.

Apoyo la cabeza en la ventanilla del coche sin ser capaz de ver nada con claridad, con la mirada perdida, sintiendo unas náuseas horribles que no son debido al viaje.

Tiene que ser una pesadilla, tiene que ser una pesadilla, tiene que serlo.

Tiene sentido, lo tiene. Ese chico rubio parecía salido de un sueño.

Una pesadilla camuflada en un sueño. Eso es. Voy a despertar, voy a despertar. Miro a mi madre de reojo; cómo aprieta el volante con más fuerza de la necesaria, cómo sus labios tiemblan a causa de intentar reprimir el llanto, cómo intenta ser fuerte por mí.

―Papá siempre decía que nada era aleatorio ―suelto con la voz quebrada lo que lleva varios minutos pasando por mi mente―. Que todo ocurría por algo. Pero se equivocaba. ¡Se equivocaba! ―grito en medio del llanto, conteniéndome para no pegarle una patada al salpicadero.

Mamá al verme así se permite llorar conmigo por fin.

Abre la puerta de casa cuando llegamos y un silencio fúnebre invade el espacio. La abrazo con fuerza, incapaz de calmar mis emociones. No sé cuánto tiempo nos quedamos así; sintiendo el reconforte de la otra, sumidas en el dolor, envueltas en el llanto, cada una perdida en sus propios recuerdos.

El timbre nos saca del trance, asustándonos. Nace la pequeña esperanza de que pueda ser él, que es tan fuerte que ha podido escapar de la muerte o, algo más probable, negociar con ella. Pero no. Puedo leer perfectamente la expresión de mi madre. «Puedes irte arriba si quieres». Y eso hago. No quiero el consuelo ni la pena de sus amigas.

Me encierro en mi habitación conteniéndome para no dar un portazo, apoyándome en la puerta y deslizándome contra ella hasta acabar sentada en el suelo, abrazando mis piernas, volviendo a ahogarme en el agua salada.

Los minutos siguen pasando, convirtiéndose en horas. Y no puedo hacer nada. Absolutamente nada más que llorar, recordar y torturar mi mente.

Si tan solo me hubiese ido con él, nada de esto habría pasado.

¿Por qué tenía que pasar esto? Dijo que siempre había un propósito para absolutamente todo lo que pasase. ¿Pero qué oscuro propósito puede tener su muerte?

Mi móvil vibra llamando mi atención y mi mano lo agarra de forma inconsciente leyendo el mensaje en la pantalla.

Golpecitos en la madera hacen que me levante a abrir y siento un gran alivio al encontrarme de frente con mi madre. En su mano derecha lleva un plato con un sándwich y en la izquierda un vaso de zumo de naranja.

405,43 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
170 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788411148351
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают