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Laberintario


Rodríguez Cárdenas, Sebastián

Laberintario : antología de cuento / Sebastián Rodríguez Cárdenas. -- 1a. ed. -- Bogotá : Taller de Edición Rocca, 2020.

Incluye datos del autor en la pasta.

ISBN 978-958-52943-0-1

1. Cuentos colombianos - Siglo XXI I. Título II. Serie


CDD: Co863.5 ed. 23 CO-BoBN– a1057499

© Sebastián Rodríguez Cárdenas

© Taller de Edición • Rocca® SAS

Colección Ex-Libros

Primera edición, TALLER DE EDICIÓN • ROCCA®, 2020

Octubre de 2020

Bogotá, D. C., Colombia

ISBN: 978-958-52943-0-1


Edición y producción editorial: TALLER DE EDICIÓN • ROCCA® SAS / COLECCIÓN EX-LIBRISCarrera 4aA No. 26A-91, oficina 203 Teléfonos: (57+1) 243 2862 - 284 8328 taller@tallerdeedicion.com www.tallerdeedicion.com Bogotá, D. C., Colombia
Edición al cuidado de: Liza J. Ariza
Diseño y diagramación: Juan Pablo Rocca Barrenechea
Fotografía de autor: Lania Velásquez
Ilustración de cubierta: Bartolomeo Veneto - Ritratto di gentiluomo col labirinto (1510)

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor y del editor.

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia


© Lania Velásquez

SEBASTIÁN RODRÍGUEZ CÁRDENAS (Manizales, 1993) estudió Derecho en su ciudad natal, sin encontrar en las leyes más que un resquicio para la literatura. Apasionado por la relación entre las letras y el poder, continuó sus estudios superiores en filosofía política y jurídica en University College London, dedicándose al intersticio entre el derecho y la filosofía desde la academia.

Entre los temas más recurrentes de su obra se encuentran la música, la historia, el arte, la moral, la metafísica y la pregunta persistente por el poder, implicando reflexiones sobre la libertad, el absurdo, la textura de las leyes y los límites del lenguaje.



»Da Labyrinthe nun das Labyrinth verwirren, Wo soll euch Ariadne sein?«

Goethe - Zahme Xenien, 2 (1827)

«No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene ni anverso ni reverso ni externo muro ni secreto centro»

Borges - Laberinto (1969)

EL UNO, EL MÚLTIPLE

Seis de once personas concuerdan en que la eutanasia es la mejor opción, No son personas, Todo individuo de la especie humana, El problema, señor juez, es la multiplicidad de individuos en la individualidad, Sé cuál es el problema, señor procurador, dígame, usted qué opina, Opino que es un caso difícil, nunca antes visto, por lo menos nunca en mi carrera, Vaya opinión, Usted pidió mi opinión, no mi concepto, Dos de las seis «personas» de las que habla son menores de edad, No sé a qué vienen las comillas si usted representa a las otras cinco, No represento a las otras cinco, lo representó a él, Él, y aquí sí aplican las comillas, es «múltiple», Vamos a ponerle orden a esto, señor abogado, presente su caso y que nadie lo interrumpa, Gracias, señoría, el caso es muy simple: Verónica, Matilde, Rebeca, Gregorio, Publio, menor de edad y Filipo, también menor de edad, sostienen que la múltiple personalidad es causa suficiente para solicitar la muerte, pues a todos ellos les resulta insoportable llevar una existencia como esta; según nuestra legislación, no es posible aplicarle la eutanasia a una persona que padezca una enfermedad mental, pero en todos los casos debe prevalecer la autonomía de los habitantes del cuerpo, Qué pruebas pretende hacer valer, Tengo las declaraciones de cada una de las personas, No son personas, señor juez, Son personas, es preciso que se las entienda como personas, por qué no puede un cuerpo ser habitado por más de una persona, A ver, qué apellido tienen Verónica o Publio, Comparten el apellido, naturalmente, Ahí está, no son personas distintas, Entonces, según usted, señor abogado, las personas de una misma familia no son personas distintas, Concedido, pero dígame entonces cuáles son las identificaciones de cada uno, También comparten la identificación, este es un tecnicismo que no importa; claramente el derecho no se ha adaptado a un caso como este, Puede aportar alguna otra prueba, Además de las declaraciones ante notario, tengo videos de cada una de las personas declarando que la vida no es viable en un estado de itinerancia, y que bajo estas condiciones, resulta preferible la muerte, Es la misma persona, Cuando veamos los videos será clarísimo que son personas distintas, Quisiera escuchar lo que, cómo se llama, tiene que decir, Quién, El solicitante, Los solicitantes se llaman Verónica, Matilde, Rebeca, Gregorio, Publio, menor de edad y Filipo, también menor de edad, A cualquiera de ellos, A cualquiera no, señor juez, pues debo reconocer que algunos se oponen, Quiénes se oponen, Se oponen Rigoberto, María Eugenia, Mario Eugenio, Francisco y Juan, Y cómo sabemos que se oponen, Me buscaron también en mi despacho para manifestármelo; por cierto, su señoría, Juan es mudo, Señor juez, esto es francamente absurdo, Nada de absurdo, es un problemón, Señor procurador, le agradezco si se ahorra esa clase de comentarios, Disculpe, señor juez, estoy anonadado, Yo también, si le soy sincero, Desde mi perspectiva todo está muy claro, hay más personas que consideran que una vida múltiple es una vida indigna y tras considerarlo largamente han decidido que la buena muerte es la mejor forma de llevar una vida digna, No son personas, Señor abogado, tiene algo más que decir, que no sea repetir una y otra vez que no son personas, Disculpe, señor juez, pero es simple, este caso ni siquiera debió llegar a estas instancias, una personalidad no es una persona, Querido colega, qué diferencia a una persona de una personalidad, Para empezar, el cuerpo, No ha oído usted de los siameses, Es distinto, son cerebros distintos, En este caso es un mismo cerebro, pero mentes distintas, Qué diferencia a un cerebro de una mente, La identidad, para empezar, Señor juez, ni siquiera es una enfermedad terminal, no podemos permitir que quien quiera suicidarse lo haga sin más, El suicidio no es un delito, Tampoco es una invitación ni algo de lo que deba ser partícipe el Estado; además, por qué no se mata si lo que quiere es morir, Porque Rigoberto, María Eugenia, Mario Eugenio, Francisco y Juan se oponen, Eso quiere decir que aún hay dudas sobre la voluntad de perder la vida, Hay dudas en ellos cinco, los otros seis están de acuerdo, Dos son menores de edad, Cómo se llaman, Me alegra ver que estamos de acuerdo por fin en el lenguaje; Publio y Filipo son los menores de edad, El problema es quitarle la vida a una persona, No, el problema es negarle la autonomía a seis personas, Cómo pretende usted que matemos a seis y dejemos vivos a cinco, Es un problema aritmético, seis son más que cinco, Dos son menores de edad, desde esa perspectiva serían cinco contra cuatro, La eutanasia puede aplicarse a menores de edad, Sólo en casos excepcionales, Señor abogado, no le parece que este es un caso excepcional, Es una locura, eso es lo que es, Abogados, el médico perito dice que son personalidades distintas, el problema es determinar cuál de los «yo» es el verdadero, No veo cómo podríamos aplicarle la eutanasia a seis de las personalidades y dejar a las otras cinco intactas, la ciencia sólo llega hasta cierto punto, También el derecho, también el derecho, Cuál es su decisión, señor juez, Veamos los videos, Para mí es muy claro, Para mí también, esto es un despropósito, hay que cerrar el caso, Tomemos un receso, Cuánto tiempo, El necesario.

* * *

AGOGÉ

Sóstenes estuvo despierto mucho antes que los demás.

—Duerme, Sóstenes, la campaña está lejos de terminar —dijo sin volverse uno de los soldados.

—Aún puedo oler su ceniza en mi piel.

—Es normal, un hermano nos duele a todos en igual medida. Ello no te excusa de dormir. Si no duermes debilitarás aún más la línea de defensa y ahora que Acroneos ha partido con el barquero, el flanco derecho caerá con facilidad si le niegas a tu cuerpo el descanso que necesita.

—No puedo dormir, Clinias. Agradezco que no rechaces mi dolor como los demás, pero tu dolor no es igual al mío. Fue mi culpa.

—Fue culpa suya, su descuido fue su muerte. No comprendo el dolor que predicas como algo tuyo, Sóstenes. ¿Por qué prefieres a Acroneos y lo pones por encima de los demás, en el pedestal de los dioses, como si fuera tu deseo su inmortalidad y no su gloria, como si no fuera uno más de los hijos de Lacedemonia? Los ritos están consumados y ya ha pasado el tiempo de la pira. Sigue el descanso, luego la comida y de nuevo la batalla. Si quieren los dioses, la victoria, o al menos, la muerte.

—¿Por qué no puedo yo pasar vigilia en su honor? Lo vi morir a mi lado, Clinias, tomó mi mano para que no la tomase la muerte y, a pesar de todo, los dientes de las Keres siempre llegan más profundo que los deseos de los hombres.

—Tuya será la culpa de la caída si nos privas a ambos del sueño con tu insensatez, Sóstenes. No discutiré más contigo al respecto.

—Es casi el alba, Clinias. Lo intuyo por la luz que perfora la noche, no habrá daño en esperar para ver al sol, inmutable ante la muerte de Acroneos.

Clinias, que hasta entonces había hablado de espaldas, recostado sobre el hoplón, se incorporó. Encontró a Sóstenes con la daga en su brazo y el rostro cubierto de lágrimas.

—Acaba contigo de una vez, Sóstenes —dijo mirándolo con desprecio—. Me acusas a mí y a tus otros hermanos de conciliar el sueño sin que nos mueva la muerte de Acroneos, como si dormir o morir no fuera todo un mismo deber. Faltas a tu padre que ocupó tu puesto antes que tú, faltas al deber de lo colectivo escudándote en un sentimiento individual, como si fueses sólo uno y nada más que uno. Claro, tienes un nombre: Sóstenes. Pero Sóstenes es como llamamos a un miembro, a un brazo, a una lanza o al escudo; a una parte del todo. Y tiene nombre todo aquello no porque pueda pensar o sentir separado del cuerpo, sino para articular la totalidad. Si perdieses tu mano, no se dolería más tu otra mano que el resto de tu cuerpo, por mucho que ambas manos se hubiesen unido antes de la despedida. Tú, mano traidora, harías mejor en amputarte del cuerpo cuya vitalidad reniegas, pues es preferible una muerte honorable sin miembros en el campo que la alevosía de la mano inquieta que, en vez de luchar, anhela.

—Me acusas, Clinias, con la lógica de la ciudad, de los dioses y de los padres. Tu acusación es certera como la punta de lanza que atravesó a Acroneos y alcanzó, de paso, mi propio cuerpo y mi propio espíritu. Sin embargo, ignoras que la acusación no es nunca sosiego del llanto. Si pongo la daga en mi brazo no es porque mis miembros pretendan traicionar a mis hermanos. Y tampoco me niego al deber del sueño por el placer de la alevosía, pues al igual que Acroneos tú has luchado y has dormido esta guerra a mi lado, y sabes bien que he recibido las flechas de tus enemigos, haciendo de mi espalda tu hoplón. No digo todo esto como si no fuera el deber de una mano proteger a la otra, no pido agradecimiento por ser el escudo que te protege, pero sí pido que no confundas mi vigilia con la traición. ¿La razón? No la sé, ¿no está escrito en las leyes de los dioses que habrá de dolerse de los muertos? O tal vez sí, Clinias, tal vez tengas razón y mi corazón haya hecho de Acroneos un ídolo con su propio pedestal, porque Sóstenes y Acroneos valen más para mí que toda Esparta. A fin de cuentas, cuando la luz del sol despierte tanto a los amigos como a los enemigos, la falange no se resentirá de la ausencia de Acroneos y ni siquiera de la de Sóstenes, pues, como la hidra, el cuerpo de la ciudad cura sus heridas con nuevas armas. ¿Cómo puedes exigirle a la cabeza cercenada el preocuparse por el cuerpo más que por sí misma, si todo le indica que sus hermanos pondrán las monedas sobre sus ojos, sólo porque aquello hace parte del deber? Estoy cansado del deber, Clinias, estoy cansado de ser la mano que puede ser cercenada y reemplazada. Soy la mano traidora que, muriendo, se salva a sí misma. Ver a Acroneos morir no me dolió tanto como verme, a mí mismo, aún vivo. He transgredido los deberes, lo acepto, lo quiero. He besado a Acroneos con más afecto que a cualesquiera otro de mis hermanos. He agradecido su cercanía en el lecho con libaciones secretas a los dioses, e incluso si los dioses se resienten por ello y las libaciones y los besos son las causas de su muerte, que sea entonces mi encuentro con las Moiras mi castigo, pues repetiría toda transgresión en nombre del dolor. Es por eso que en la noche no he comido del pan ni he bebido del vino, es por eso que mi sueño ha sido intermitente y es por eso que prefiero abrazar la deshonra, porque Acroneos valía más para mí que la ciudad, la vida y el servicio.

»Clinias, tus hermanos despiertan, toma esta daga y cumple con tu deber, amputa el miembro gangrenoso y salva el cuerpo de la total degradación. Acroneos estará esperándome en la orilla, y en tus manos pongo las monedas para el barquero. Cumple, pues, tu obligación.

* * *

LABERINTO 1

¡Ah!, el placer de leer juntos, es casi el mismo placer que leer solos, solo que acompañados, solos, solo. Obvio. Solo o sólo. Leíamos juntos a Joyce: A sugarsticky girl, God wants blood victim. Base barreltone voice1 Después se volvía y preguntaba ¿en qué puede trabajar una mujer violada? Muy pocos buses. No tengo ni idea de cómo encontrarla, podría pasar en cualquier momento. Demasiados buses. Da igual… subirse y esperar. Ella siempre me miraba un poco extraño. Olor a bus con conductor. Noche de concierto y ni una sola idea. El viento tiene un sabor a arroz. Pupilas pequeñas, párpados pesados. Distorsionado, como perdido. ¿Y si quisiera matarme? «No, no creo», decía ella al otro lado del mundo. Cómo saber si los capullos florecen cuando nadie los ve. Unos senos gigantescos: los llamarían turgentes y he ahí un tópico. Ideas de concierto. Risas. «Ya, cálmate». Imperativo. Dolorde muela en la sien, como una perforación en la nada. Llueve un poco afuera, mejor tomar un taxi. ¿Bajas? No, bajo. Alicia en el violín, como Chopin en el piano. Una mujer violada podría trabajar de músico, no, claro que no, claro que sí, claro que no; demasiada compasión, es como ver a un sordo tocando… pero Beethoven… Beethoven no cuenta. Joyce no se lee solito. Lo ojos como un yunque, dos yunques. Un perfume a cal y azufre, silencio, nocturno por favor. Cómo te van fallando las aptitudes de psicópata! Enloqueces, nadie es mejor psicópata que yo. Vaya premio. Catafalco. Allá en frente hay siempre un catafalco, como el licor de uva, no de vid. Es como aprender a quitarse a la vez el pantalón y las medias. Falta protocolo, falta tiempo. Es un arte, hay que ser disciplinado, pero normalmente lo aprecian. 12:10. Tienes que aprender a escribir de día. Tú, usted, riqueza literaria. Hablando de rameras. Poetizas de fin de semana, deberían matarlas a todas! Te faltan signos de exclamación. No estoy tan alterado como parezco. Nunca te ha pasado que escribes algo y quieres firmarlo con un nombre completamente distinto al tuyo. No, nunca, pero hay gente así, es como un fetichismo por el pseudónimo. Ah claro, no es que a mí me pase. No, claro que no. Estoy en la región de Arica, siempre hemos estado tan cerca. ¿A qué horas se puede tomar el té? Con todos los signos, más riqueza literaria, la riqueza está en las formas o en las apariencias. Un esclavo ¿Por qué corres? Con toda libertad. Huir siempre es regresar. Tan fácil como leer o montar en bicicleta, la ironía de los iletrados ¿Se dice iletrados o analfabetas? Se dice infantes. Infantes son los escritores con pseudónimo. Pero hay que esconderse. ¿Le tienen miedo a la verdad? No, le tienen miedo a la mentira sobre su desaparición. Desaparecer es pronominal. Por supuesto que no, desaparecer es un acto político, siempre requiere de los demás.

* * *

Notas

1 Fragmentos del episodio 8 del Ulysses de James Joyce: Una niña azúcarpegajosa (…) Dios quiere víctima de sangre (…) Voz de bajo barríltono.

DISPUTA EN ALEMÁN SOBRE FONDO POLACO

—No ha cruzado la línea —objetó el guardia.

—Qué importa —dijo el otro—, sabe que no debe estar ahí. Además es un musulmán. Si lo matas, con el movimiento cae en la zona neutral; no pasa nada.

—Pero los pies están dentro.

—¿A cuántos conoces que hayan sancionado por matar a algún judío?

—Aquí, ninguno, pero en los campos cerca de Berlín sí disciplinan a los soldados por dispararle a los prisioneros.

—Sí, pero allá son casi todos soviéticos, valen algo, con ellos se puede negociar. A nadie le importa lo que pase aquí, Berlín está muy lejos.

—¿Por qué no se mueve? Voy a gritarle.

—No puedes gritarle, estarías advirtiéndole, es contra las reglas.

—¿Es contra las reglas advertirle, pero no matarlo?

—No es lo mismo. Tienes permitido matar, pero advertirle está prohibido.

—El letrero no dice que esté prohibido.

—Dice que se dispara sin advertencia, está implícito.

—El letrero es para ellos, no para nosotros.

—Claro que es para nosotros, la mayoría no sabe alemán. Dispárale de una buena vez.

—Allí, donde está, dispararle es contra las reglas. Si da un paso, lo mato —dijo acomodándose el fusil contra el hombro.

—No es contra las reglas dispararle en el límite.

—¿Cómo no?

—Está desafiando la autoridad, nuestra autoridad. No debería ni siquiera acercarse y aun así, se para allí. Es un subversivo y cuando se trata de subversivos sólo disparas.

—Claro que importa, es como clavarle el cuchillo por la espalda. No somos bárbaros, las prohibiciones existen por algo —dijo volviéndose hacia el compañero de guardia.

—¡Qué importa! Esto ni siquiera es Alemania. Si quieres lo hago yo, muévete —dijo el otro tomando su fusil de la pared. Cuando se acercó a la ventana, el prisionero estaba inmóvil en el suelo.

—¿Ves?, se nos escapó.

—¿De qué hablas? Está muerto.

—Sí, pero no por una bala en el cráneo, ahora todos van a creer que pueden acercarse a la zona sin ninguna consecuencia.

—Si quieres disparar, dispara, da lo mismo.

—No da lo mismo, no le disparo a cadáveres.

—¿Por qué no es lo mismo?

—No me hables, estoy de mal humor.

—No es para tanto, el problema se solucionó por sí mismo y no rompimos las reglas.

—No estoy tan seguro.

—¿Qué hora es?

—La una.

—¿Apenas?

—Sí, qué turno tan largo.

* * *

MANOS VACÍAS

¿Tenía que matarse frente a los niños? Nunca los quiso demasiado, eso lo entiendo. Puede pasar, pero cualquiera evitaría volarse el cerebro como si fuera un espectáculo. A duras penas he podido calmarlos. Inicialmente me preocupé por el ruido del disparo, pero ahora se escuchan bastantes sin importar la hora del día. Ahora la ciudad tiene el sonido de una supervivencia selvática. Nada es como antes. Nadie puede juzgar como errónea una verdad compartida, era que lo creíamos todos, como ver el sol después del invierno, de estos inviernos tan rudos.

Hace días que no comemos algo sólido, sólo un poco de agua, bastante sucia por demás. Incursionar en la ciudad es una proeza que ya no estoy dispuesto a realizar, la última vez pude conseguir apenas un mendrugo y estuve a punto de morir fusilado unas cuatrocientas veces por soldados, niños, ancianos, bandidos, famélicos y maniáticos. En fin, ella gastó la última bala en su sien. Calculo que no pasaban las tres de la mañana cuando el estruendo nos despertó para encontrarla muerta, la sangre alcanzó a salpicar a la pobre de Mina, desde entonces no habla y llora bastante. ¡Maldita zorra! No Mina, su madre, por supuesto. Nos dejó a todos muertos, con un cadáver de más. El frío es fuerte y tuvimos que desnudarla para no echar a perder las prendas. Después, Hans y yo la arrojamos por la ventana mientras la pequeña dormía. Hans es un muchacho valiente, tiene ideas que, para mí, habrían sido un orgullo un par de años atrás; hoy son puros remordimientos y dolores de cabeza. Mina es sólo una niña, ¡ha vivido tan poco!, ha visto demasiado en esa corta vida, pobrecilla. Yo soy un hombre desgastado, como los pocos que quedan, lo suficientemente incapaz para no morir en la guerra, lo suficientemente imbécil para mantenerme con vida. En la escuela me decían que me faltaban…, yo no podría decir qué es lo que me falta, pero seguro me falta alguna cosa, o de tenerla, la tengo mal puesta. Es como si tuviese el espíritu dislocado. Hans habla mientras duerme, me distrae y me aterra un poco. Algún día contará todo lo que vivimos aquí con desprecio y dolor, y su padre no será más que una figura en la niebla.

Solía haber ruidos de sirenas todo el tiempo, tan seguidos que se eternizaban en el aire y uno podía escucharlos aun cuando el silencio fuera arrasado por el ruido de la artillería. Ahora nada arrasa el silencio, crepita en todas partes.

*

Parece que no va a salir el sol. Las mañanas me gustaron hasta que cada una de ellas se convirtió en un recordatorio del hambre. Nadie sufre como nosotros. He considerado hacerme pasar por uno de ellos: los llevan quién sabe a dónde y les dan comida, habitación… gente afortunada.

Hubo una época en que dábamos asco de lo felices que éramos. La bebé relucía con su rostro precioso y generaba sonrisas por donde asomaba sus mejillas, y Hans... Hans tenía las formas de todo un coman-dante: fuerte, rozagante y, sobre todo, entregado a la causa nacional. Y ella… Ella era un sol y una luna, un destello prístino con sus penetrantes ojos azules y sus labios acaramelados. Sabía robarme el aliento con un susurro, postrarme de rodillas cuando desnudaba su cuerpo y quitarme la vida con apenas un roce de sus manos. Recuerdos: manantiales de toda esperanza fingida y fuente inagotable de toda nostalgia que deja a los espíritus exhaustos.

Hans ya no habla, pero aún logra conciliar el sueño. Mina, inmóvil, tiene los ojos pegados al techo y no logro descifrar qué atrapa su atención. Quizás mire en su interior, quizás se miente a sí misma. Tiene unos ojos preciosos, grandes, de un gris germánico y vivaz, pese al tono de ancianidad y amargura, tan cansados, como si quisieran morir. Pero Mina no sabe aún cómo morir, al fin y al cabo, para someterse a la muerte tiene uno que vivir, aprender a sufrir es sólo parte del proceso. Hace falta reír y querer perpetuarse en los momentos felices, entregarse a la idea de yacer en la nada conservando burbujas dibujadas con la nostalgia de los buenos recuerdos; ella no los tiene. El día más feliz de todos llega y estás muerto. Estos niños deben aprender a morir, su madre no pudo enseñarles, su padre nunca ha sido bueno en ello, porque no ha sido feliz.

Diese Kinder müssen sterben lernen2, lo digo a voz plena, sin pensar; Mina no reacciona y Hans cierra los ojos con fuerza, lo saben y están aprendiendo. La felicidad no parece ser necesaria, la gente vive para morir y no para ser feliz. Por lo demás, me temo que se me ha asignado irrevocablemente la posición de maestro. Miro el arma buscando una salida; quizás ella no era una mala madre después de todo, quizás encontró un buen motivo para tirar del gatillo, ¿puede alguien acaso morir sin ver la muerte antes en vida? No tenía derecho a mostrársela a los niños, no lo tenía, no lo tenía, no lo tenía… Lloro, como debí haber llorado dos días atrás cuando le quité la ropa a su cadáver y lo lancé por la ventana. Tienen razón los sacerdotes: los suicidas no merecen un funeral.

Hans ha asumido la labor de buscar comida. Ha aprendido a robar aquello que no tiene dueño, quizás haya matado a su primer hombre y nadie podría reprochárselo. Hoy ha salido sin decir palabra. Se alió con su hermana para matarme de soledad. Tengo los pies entumecidos a causa del frío y no tengo energías para moverme. Mina sigue inmóvil, me aterra más que lo que pueda suceder, lo que pueda no, lo que va a suceder, pero aun sin dirigirme la mirada, sé que me culpa por la muerte de su madre. Pero no fui partícipe de esa elección, se suicidó como se debe, sin decirle a nadie, sin pensarlo; meditar es comenzar a vivir de nuevo y por eso sigo vivo. ¿Dónde será mi funeral? ¿Será mi tumba esta ciudad de cicatrices? ¿Puede un padre matar un hijo, prometiéndole… mintiéndole sobre la resurrección?

Hans regresa con las manos vacías, con los ojos escondidos, sabe que el oficio de inquisidor lo practico con certeza. Puedo sentir su miedo porque me ha mentido muchas veces. Se ha vuelto mejor en mentir, ya no le tiembla la voz, pero sus piernas a duras penas se sostienen, tiene migajas de pan en sus guantes y en su abrigo: ha comido a espaldas de su padre. Como su madre, ha traicionado a su familia… cuando reaccioné Hans estaba en el suelo y Mina, con una presteza desconocida, se lanzó a ayudarlo. Todo estaba consumado. La sangre salía por la nariz, que se hinchaba a la par con su mejilla. Se levantó con la ayuda de su hermana y se alejaron de mí tanto como lo permitía la habitación. La noche vino pronto y con ella el arrepentimiento. Para ellos vino el sueño. Para mí, acompañada con la culpa, arribó la determinación: Auferstehn, ja auferstehn wirst du, mein Staub, nach kurzer Ruh3… qué hermosa canción.

Aún conservo la píldora con cianuro potásico. No alcanza para todos, por supuesto. En tiempo de guerra morir por sí mismo es un honor que no todos pueden permitirse.

Mina duerme en el regazo de su hermano. Duermen profundamente. Se sienten seguros cuando están juntos. Ella es la parte fácil, el punto débil y vulnerable; Hans, en cambio, es prácticamente un soldado, con la ventaja de haber comido un poco más que yo. Aquí, un poco marca el todo.

La pequeña abre la boca como invitándome a asesinarla, se me acelera el pulso, doy un paso, dos, permanezco junto a ella, la boca sigue abierta, la píl-dora en su lengua, cerrarle los labios, el crujir de los dientes, los ojos sorprendidos, los ojos aterrados, el movimiento convulsivo y los ojos apagados. Hans se despierta y grita con un terror pánico, con un llanto exasperado, lo ha perdido todo en tan pocos días, me golpea con una fuerza sobrehumana y yo sonrío con auténtico orgullo mientras caigo por las escaleras. Siento su cuerpo enfurecido avanzando sobre mí como una bestia nocturna, pero esgrimo la pistola sin balas que llevo en mi abrigo y el muchacho cae hacia un lado, no veía venir la retaliación de su padre. La sangre le baña el rostro y la ropa, como las malditas migajas con las que tanto me ha ofendido, ¡insolente!, le grito y camino hacia él. Se incorpora de nuevo, un golpe más en la cara ya deformada, irreconocible, no estoy matando a mi hijo, no, no, ha muerto en la nieve, ha muerto en la guerra, es un héroe y se sacrifica por su familia, ¡aleluya, un héroe nacional! Su cráneo golpea con fuerza el arma y él también convulsiona y se muere tan rápido y hay sangre y dientes por todos lados y mi mano todavía puede acariciar la última píldora, la píldora de ella porque tontamente prefirió dispararse, tonta, ¡tonta y muerta!, corro a tu encuentro como el homicida de tus hijos y Dios me perdonará porque los filicidas comprenden a sus semejantes.

La meto en mi boca saludando la muerte. Todos cerramos los ojos. El hambre se va y afuera sólo hay nieve y la nieve es rojiza y la ciudad se derrumba y soy grande pues mis hijos no sufren la derrota de nuestra patria. Vaterland, la tierra les ha enseñado a morir como su padre y como su madre. Mueren, mueren con sus miradas de odio, pero resucitarán, ¡sí! ¡Resucitarán! Sterben…um zu leben!4.

* * *

Notas

2 Estos niños deben aprender a morir.

3 Fragmento de la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler: ¡Resucitarás, si resucitarás, polvo mío, tras breve descanso!

4 Fragmento de la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler: ¡Morir… para vivir!

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9789585294318
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