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CARTAS A THYRSÁ. LA ISLA


RICARDO REINA MARTEL

CARTAS A THYRSÁ. LA ISLA

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2018

CARTAS A THYRSÁ. LA ISLA

© Ricardo Reina Martel

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2018.

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ISBN: 978-84-17334-30-7

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

RICARDO REINA MARTEL

CARTAS A THYRSÁ. LA ISLA

Hay otros mundos, pero están en este.

Hay otras vidas, pero están en ti.

Paul Éluard


A mi padre,

el último trovador y el más grande que haya conocido

sin él, nada de esto hubiese sucedido.

Aire de Roma andaluza

le doraba la cabeza

donde su risa era un nardo

de sal y de inteligencia.

Federico G. Lorca

A quien tanto quisimos

Prólogo

Circulan, todos pasan delante de mí. El mar lo tengo enfrente.

Hace fresco en esta mañana de principios de diciembre. ¿Cómo comenzó todo?

Buena pregunta, lo admito y más desde este sur del sur, lo más al sur posible de todo…

Frente a mí, entre la calima, uno se imagina las cosas de África. La gente pasa circulando, va muy deprisa y hacia ninguna parte. Está rico el café, en este bar marinero y azul. Suceden las horas y el manuscrito, aún se mantiene entre mis manos. Mis vecinos de mesa me observan disimuladamente, poco a poco el paseo marítimo se va animando. Todos parecen saber hacia dónde se dirigen, caminando airosamente como si conociesen su destino.

Es una locura, lo admito, no existe medicación y lo peor de todo, es que tengo la plena convicción de que cuanto se narra en estas páginas, ha sucedido tal cual. No cambiaría un ápice de lo subscrito en estas hojas, sin duda mi vida transcurre y sucede muy distinta de quienes frente a mí lo hacen. Me gustaría poder ser como ellos, ser uno más de estos que se cruzan delante de mí. Pero me es imposible, desde mis primeros años tuve la sensación de ocupar un espacio que no era mío y donde constantemente me preguntaba, aquello de «qué hago yo aquí».

Fue la lectura y el refugio en los viejos libros, lo que me ayudó a trazar una ruta por donde transitaría el resto de mi existencia. Confrontando mi propio mapa interior con un sistema social absurdo, hasta para respirar. Tierra de apariencias y banalidades; en la figura de mi padre hallé refugio, en sus historias y delirios, en el sueño de una tierra perdida y lejana que siempre fue mejor que esta. Nací casi al final de un ciclo social, donde este país se desbarataba por todos lados y constantemente mirábamos hacia fuera. ¿Dónde nos hallábamos nosotros? Todo cuanto llegaba desde el exterior parecía apostillar y ofrecer ciertas garantías de plenitud y regocijo, en contraposición a cuanto aquí sucedía. Nuestro mundo sin duda se deshacía, no había manera de mantener esto en pie.

Entonces llegó mi primera lectura; Robinson Crusoe de Defoe, debía tener los doce años no más, ya por ello podría considerarme un niño prodigioso, de elevada imaginación y ventura. Pocos de cuantos me rodeaban compartían mis anhelos y utopías, quizás algunos de los que jugaban en la calle. El mundo de los mayores significaba restricción y moralidad, la antítesis de un espíritu delicado como el mío. La salvación la hallábamos en una televisión en blanco y negro, aquella que nos hacía compartir un proyecto diario, en donde habitaba un solo lenguaje y una única posibilidad de expresión. A pesar de ello, me podría considerar un joven de avanzado conocimiento, en cuantas entidades de dudosa reputación se cruzaban a mi paso, adorando todo aquello que se encontraba alejado de lo inmediato. El cine fue mi salvador y mi entrega al séptimo arte, me permitió dialogar conmigo mismo, mostrándome ese otro plano donde si existen las cosas…

Dispongo de una gran biblioteca de libros antiguos, herencia de mi padre y primer transmisor de esta diferencia genética a quien debo cuanto soy. El primer libro en propiedad fue La Biblia y el segundo Las mil y una noches, todos ellos regalos de mi padre. Entonces entendí el rumbo que tomaría mi vida, ya que tras la lectura de este segundo libro, elegí a Simbad el marino por encima de todas las creencias disponibles, como mi gran compañero de viaje y futuro mundo de aventuras. Y no precisamente porque tolere la navegación, ni mucho menos. Soy un inepto para ello, padezco de vértigo y me siento incapaz de alejarme de tierra firme. Me refiero a otro tipo de navegación que es capaz de trasferir el océano y los mares. Hablo de la ensoñación y la mente.

Le siguieron; La isla misteriosa de Verne, Viaje al centro de la Tierra, El faro del fin del mundo y decenas de títulos más. Paralelamente llegaría Emilio Salgari con sus tierras vírgenes y demás corsarios. Stevenson y su Isla del tesoro, del que puedo decir que memoricé hasta la obsesión. Casi sin darme cuenta, comencé el viaje y esa absurda predisposición por evadirme, por lo que ya no hubo vuelta atrás.

Con los años intenté comprender el sentido de todo cuanto me rodeaba, «este absurdo infinito» como diría Pessoa; así que comencé mi largo proceso y un viaje hacia la búsqueda con «lo milagroso», tal como manifestó el maestro Gurdjieff. Busqué entre las raíces olvidadas de mi generación, me recorrí el país cuando no era tan usual hacerlo, intentando hallar algún indicio que aliviara y sanara «mi enfermedad».

Mi vida ordinaria se mantenía enclaustrada entre ollas y calderos, pues comencé a trabajar desde muy joven en subterráneos de grasa, donde la luz apenas conseguía entrar. Oculto a la mirada y a la circulación del mundo, desarrollé una capacidad de adaptación y respuesta que me ha posibilitado vivir sin demasiadas dificultades. Así ha ido transcurriendo mi vida, tal como se describe en este libro: entre cavernas amarillas.

Cuando pude marché a Santo Domingo de Silos, San Pedro de Arlanza, San Millán, el Cañón del Río Lobos, en donde dormí en una caverna. Santa Tecla, cuando aún se hallaba sumido en el abandono y la memoria, hasta encontrar la mágica San Andrés de Teixido, ubicándome en una vieja casona de piedra y en donde recuerdo los más bellos atardeceres de mi vida… de eso hace mucho, era demasiado joven.

Luego llegó el Tíbet, considerando su religión y filosofía como primicia insalvable para quien desea avanzar y conocer. Cuando menos lo esperaba apareció una idea, mito o leyenda. Era una noche donde nevaba con desmesurada alegría, no recuerdo el año. Me hallaba en una montaña de la alpujarra granadina, viviendo en una cueva. Entonces un monje me relató la leyenda de Shamballa y su correspondencia con la iniciación del Kalachakra que próximamente ofrecería el Dalai Lama en Barcelona. Mi vida dio un vuelco, pues entonces comenzó esta búsqueda desesperada con otros planos y el encuentro con otras sociedades míticas como Avalon, la isla de Preste Juan, los Bienaventurados, el Dorado, la Atlántida o la isla de los Inmortales…

Busqué hasta la obsesión, creí volverme loco, un chiflado de verdad, nada de alguien fruto de esta hiriente neurosis que nos envuelve a todos. No diré nada más, no estoy autorizado para ello. Todo cuanto relato es el fruto de un encuentro, un proceso que me llevó hasta este resultado; el hallazgo de la isla de Erde. Sus personajes llenan mi vida, entran y salen cuando les viene en gana; hemos abierto una puerta y ahora invito a quienes deseen cruzarla conmigo y aunque parezca una nimiedad lo que digo; Noru me ha otorgado el permiso para ello.

Cómo comenzó todo… me pregunto desde esta playa. No fueron las obras de Marion Zimmer Bradley como a muchos les gustaría pensar, surgió de un relato corto llamado Monte Verita de Daphne du Maurier y quiero pensar que han sido ellas; sus sacerdotisas invisibles, las que han dirigido mi mano y pensamiento. Por lo tanto me hallo en perfecta convicción para atestiguar y dar fe que es desde Monte Verita, donde parte el relato.

Fruto de la terapia, la historia cogió un nuevo impulso, ya que al relatar «el cuento de mi vida» hubo una especie de interrelación y aproximación con los escritos de fantasía. Cuando pasé a darme cuenta, la historia de Thyrsá había quedado estructurada dentro de mi propio relato de vida, junto con otro trabajo denominado Robinson que consistió en reescribir la obra de Defoe en primera persona, terminándose así de culminar el proceso. Todos los personajes que se describen en la obra, son reales; es decir de carne y hueso, excepto Noru que se manifestó en sueños, portando un formidable libro entre sus manos. Los lugares son reminiscencias de donde he estado, la mayoría ya no existen; «la especie», es decir el hombre, los devastó. Mi bosque desapareció junto a sus túmulos y enterramientos, esto es real y no cabe interpretación alguna. Sin embargo, tal como sucede en el relato; aún mantengo la esperanza de que retornen de nuevo. Lo mismo que sucede con la protagonista de esta historia, que sueña desde un corroído castillo que el puente se alce de nuevo y su enamorado le lleve de vuelta a casa, tan real como la vida misma. Aunque la misma escritora ya lo advierta en sus páginas:

“Nadie vuelve una vez haya sido llamado a Monte Verita”.

En la playa de Pedregalejo (Málaga).

Bajo una luna creciente en las largas noches del 2017.

CANTO I
EN LOS DÍAS DE INFANCIA

Algún día, dejaré de oír aullar

esos largos olmos.

Mi frente quedará limpia

y las hojas suspendidas en el cielo,

me incitarán a continuar el baile.


Mis lágrimas de cristal

caerán esparcidas en la tierra,

dibujando mil fuentes inexistentes.

La nostalgia no será eco en el mañana,

las olas bañarán lo justo.


Los senderos se abrirán

mostrando sus prados y flores,

la canción será sencilla,

sumida por lo imperecedero.


Las nubes no serán condena,

ni el vacío bosque,

ni los pastos amarillos del verano.


Solo quedará en el pasado,

un nombre casi borrado por el recuerdo

y alguna perdida melodía.


El presente habrá recuperado su espacio,

la muerte acariciará mi cabello.

Alargaré el brazo,

y la sentiré cerca, muy cerca.

Para cuando llegue ese día.

Volver a comenzar de nuevo,

el eterno retorno hacia lo vivido,

el eterno retorno hacia lo amado;

hacia mi resurrección y muerte…

I - Thyrsá
Los recuerdos del Castillo de la Batida

Todo parecía que volvería a ser y aunque la tierra recuperó su memoria, ya no queda nadie, todos partieron. Es esta una parte de la historia, en la que nadie pudo retomar, ni volver a beber de la sabiduría que colmara el Bosque Padre o el Powa[1] , como también se le solía llamar.

Bajó todo el norte hacia el sur, a intentar consolidar y recuperar la hegemonía de antaño. Ya que ni tan siquiera mi hermana Eleonora, hija del Valle y del aire, lo consiguiera. Se desvaneció la luz de mi mundo, el poder del sol decreció y aunque se recuperaran los ritos y cierta disciplina, la magia de Casalún ya nunca volvió a florecer. Al igual que sucedió en el País, allá en donde se instruyeran los sabios y encantados, donde floreciera el lirio de agua y prosperara el espino; quedó este espacio desierto y mudo para siempre.

Ocurrió que nadie obtuviera la supremacía ni dominio para elevar el culto, ni rescatar los recuerdos del olvido. Yo lo intenté bajando de nuevo al sur, paseando una vez más por los senderos de Lunda[2] , esos que ahora se confunden y se pierden consumidos entre la agreste floresta. Me adentré en lo profundo del bosque y mis ojos volvieron a humedecerse de nuevo, bajo los vapores emitidos por «la fuente del agua que no cae».

Crucé los prados, hasta alcanzar la orilla del Ambrosía, en donde mi mirada volvió una vez más a presenciar la inimitable tonalidad del Valle.

Me pudo la nostalgia del pasado, y tras fracasar y no encontrar aquello que buscaba, decidí subir hacia Luzbarán, la ciudad de la luz, intentando en un esfuerzo póstumo recuperar ese tiempo que ya no vuelve, esa mirada rebelde de los hombres y mujeres de antaño. Mas confieso en estos pergaminos los pormenores de mi fracaso, el esfuerzo inútil de aquel que fue mi último intento. Cuando una ya no es consciente de que no pertenece al lugar e intenta sostener aquellos instantes que justifican la trayectoria de una vida.

Desde la soledad de este castillo, he llegado a entender cuanto le debo al abuelo Arón y la deuda que aún suscribe mi alma con él. Cómo fue moldeando y conformando el carácter de una niña herida y aislada; primero a través de sus bromas y posteriormente aplicando una intensa sutileza, unida a esa exclusiva manera de que disponía para desdramatizar todo cuanto nos atrapaba. Con la presencia del abuelo sané, y como médico del alma, consiguió cambiar el curso y destino de mi vida. Mi ira y rencor fueron cediendo, pues a su lado no cabían dichas emociones, y es que en realidad, no había sido el abuelo quien me hubiese encontrado en Vania[3] . Eso lo entendí mucho más tarde, me hallaba equivocada, y era él quien se curaba a través de mí.

Sucedió un día, cuando ya apenas le quedaba a una capacidad para resolver ni improvisar, que Eleonora mandó cantar a Clara por los bosques del sur. Por lo que Arianna Clara, la musa de Edurín[4] bajó hasta nuestra casa. Intentando romper la monotonía y el tedio que se instauraron sobre el Valle y sus contornos. Y entonces ya no le surgiera la voz, quedando vencida y derrotada bajo la vieja acacia, ahora solitaria y macilenta. El poderoso susurro de la canción se disipó definitivamente y fue entonces cuando la tristeza y el desaliento, se instauraron definitivamente en nuestros corazones. Y aunque todo discernía señalando el fin de nuestra historia, sucede que los humanos nos engañamos, evadiendo el compromiso y el reconocimiento de dejar partir aquello que ya no se sostiene y ni perdura.

Todo esto que cuento sucedió hace mucho tiempo, aunque lo vivo como si estuviese ocurriendo en este presente, donde las noticias de mis hijas, se han ido distanciando con el paso de los años. A la vez que el hombre común se adueña progresivamente y sin control de esta tierra extraordinaria, la que antaño fuera el paraíso de la raza magnificente.[5]

Evoco dichos recuerdos en esta noche de tormentas. Bajo esta luna hermosa de las largas noches de invierno, rememoro la última vez que estuviéramos reunidas; Eleonora, Clarita, Brisella y Anette. Mis hijas a las que tanto he querido. Siendo este, el último intento de persistencia del linaje de Casalún.

Subieron hasta el castillo para darme la aciaga noticia: “Nuestro mundo no se sostiene, madre”. Y engañándome una vez más, les abrí los corazones a la dicha y la esperanza, sumergiéndonos tal como hiciésemos en nuestra juventud, bajo una distendida y vanidosa charla que nos hiciera olvidar el presente. Pero de eso hace ya tanto que la memoria se me escapa, demasiado tiempo lleva una viviendo sujeta al pasado.

Mis miembros se inquietan, mis manos palpitan nerviosas, todo debe estar a punto de concluir. Mi hombre se acerca y su promesa de amor debe hallarse, a punto de consumarse.

Ví[6] , mi amor… mi único amor…

La última madre de Casalún se mantiene refugiada en la Batida, en el norte. Quién le diría a una hija del sur que terminaría su vida al amparo de la selva, bajo el frío y la humedad de estas gélidas tierras. En este desfiladero donde las olas se entregan con desesperada pasión, abrazando los cimientos de un castillo derruido.

El caballero ha de venir… ha de venir por mí, lo reitero. Me ha de llevar y yo lo deseo con locura. Observo desde este enorme ventanal, la constelación y reino de la estrella, anhelando que llegue alguna señal desde Leirá, la isla del Espacio. Esa fue su promesa y ella siempre cumple su palabra. Me despierto cada mañana, tras haber acumulado un sinfín de quimeras y malos sueños durante la noche. Persistiendo siempre bajo una misma ilusión y proyectando mis rezos, hacia la única ambición que me queda por realizar.

Sueño que mi amor llega cabalgando, y el puente de la Valsyria se alza sobre los acantilados. Él no ha envejecido como yo, en Paradiso el tiempo se detiene. Y yo, tan solo soy una anciana que apenas se sostiene. Entonces mi joven y lozano combatiente me alza en volandas y me mima, abrazándome con ternura… y ahora sí que cruzamos el puente, siendo arropada y sostenida por él. Luego llega la luz, esa inmensa luz que se funde en la Crisálida[7] , pasando a ser ambos, una sola unidad para siempre.

El mar lleva varios días agitado, se observan las líneas de Nazca cruzando la noche oscura. Sus surcos luminosos dividen el cielo, ha llegado el momento. Estaba subscrito que habría de ser así. Tantos años aguardando, que bien pudiera ser ahora cuando se cumpla la leyenda. Se perciben tendencias y movimientos allá en lo alto. En cuanto me rodea la oscuridad y la luz del día se apaga, se levanta el viento. Esa brisa impetuosa e impulsiva que resuena, elevándose apasionadamente, al igual que si fuese un último abrazo.

Annette, mi hija y hermana, me protege y me cuida. Acerca leña y agita el fuego, aquí nadie dice nada… hemos olvidado el don de la conversación hace mucho. Al fin nos llegó ese instante en el que sobran las palabras. Ella me arropa, se vuelca mimándome. Coloca sobre mis hombros un chal negro y una roída toga que me cubre las piernas. Sobre mi pecho luzco un único adorno; el Núcleo o la piedra corazón, la herencia de mi madre. Me cuesta respirar, la ropa que me abriga dejó de proferir el calor a mi pecho. Annette renunció al placer y al amor de Daniela por cuidarme, por no separarse de mí.

Estaba escrito que fuese así, pues su amor está en el ofrecer y no mantener nada para sí misma. “Todo cuanto se recoja, ha de ofrecerse de nuevo”, ese es el dogma de su orden, así el linaje adulador[8] se mantiene cohabitando en esa permuta constante.

Espero sentada frente al fuego, de vez en cuando me aventuro y me asomo inquieta al balcón de piedra, anhelando que este sea mi último atardecer en el Urbian:

“La gran ola está por llegar y la tierra quedará sepultada bajo las aguas”— nos dice la tradición.

El comandador me espera con la promesa de la eternidad. ¿Qué es la eternidad?

Cada pocos minutos me despierto, no suelo prolongar las horas de sueño. La luz se filtra por las traslúcidas cortinas de mi habitación y sobre mi mesa el cuaderno se abre como por encantamiento; recibiendo una vez más, una nueva misiva de mi amado que me escribe desde Paradiso. Así, sin más, han ido transcurriendo los últimos cincuenta años de mi vida.

Paradiso es la tierra destinada para aquellas de nosotras a las que aun habiéndolo logrado, les queda un desafío pendiente. Paradiso representa la cautividad y al mismo tiempo la paz.

La tradición nos dice que las madres Mariposas al fin alcanzaron la Tierra de la Primavera, donde aguardan, esperando superar este último eslabón para obtener el don de la Crisálida. Al fin entendieron el proceso encadenado que conlleva la existencia. Ahora nos toca a nosotros pasar a Paradiso, reemplazarlas en esta sencilla cuestión que es el orden sideral del universo.

Cómo comenzó esta historia y todos esos recuerdos que me brindan constante compañía… ¿volver? Por nada del mundo volvería atrás. Ni tan siquiera a mi casa del altozano en Vania, ni a pasear por los bosques, ni el prado.

Celeste hermana mía. ¡Cuánto dolor!

Mis ojos se humedecen al recordar a mi hermana y su trágico destino, ahora cierro los ojos y me dejo llevar, evocando aquellos lejanos días de infancia…

[1] El Powa o Bosque Padre, al sur de la isla queda dividido en dos demarcaciones; el País y Casalún.

[2] Los Senderos de Lunda, son los ocho senderos que parten del Claro de Transparencia, donde cuatro son visibles y cuatro invisibles.

[3] Viejas ruinas de la comarca de Hersia.

[4] Mítico Cantor.

[5] Dioses.

[6] Diminutivo con el que llamaba a Ixhian.

[7] Crisálida; la luz que se haya más allá de todo conocimiento.

[8] Antigua orden, ya desaparecida.

399
429,96 ₽
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0+
Объем:
552 стр. 4 иллюстрации
ISBN:
9788417334307
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
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