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Puerto de Ideas

de la A a la Z

Puerto de Ideas

de la A a la Z


conmemora diez años desde

el primer Festival

Puerto de Ideas

Valparaíso.

Puerto de Ideas de la A a la Z

Leila Guerriero (ed.)

Santiago de Chile, junio 2020.

Imagen portada: Fotografía de Alfredo Jaar. Buscando a España, 2012.

Esta fotografía fue tomada en unas ruinas en Argel, la capital de Argelia. Es un lugar donde se esconden inmigrantes en la noche antes de tomar pequeñas embarcaciones para tratar de alcanzar la costa española.

Coordinación y corrección de estilo: Loreto Ortúzar.

ISBN: 978-956-9058-36-3

Registro de propiedad intelectual: 2020-A-3732

© Puerto de Ideas

www.puertodeideas.cl

Diseño y diagramación: María Soledad Sairafi

orjikh.editores@gmail.com

www.orjikheditores.com

Puerto de Ideas

de la A a la Z

Edición de Leila Guerriero


Índice

Presentación ~ Chantal Signorio

Abecedario ~ Juan Villoro

A

activismo ~ Raúl Zurita

B

belleza ~ Rafael Gumucio

C

creatividad ~ Pablo Simonetti

Ch

Chile ~ Agustín Squella

D

diálogo ~ Lina Meruane

E

encuentros ~ Sonia Montecino

F

futuro ~ María Teresa Ruiz

G

goce ~ Adriana Valdés

H

habitar ~ Patricio Fernández

I

imaginación ~ Nona Fernández

J

juego ~ María José Ferrada

K

kino ~ Valeria Sarmiento

L

lenguaje ~ Sebastián Errázuriz

Ll

llenar ~ Nancy Yáñez

M

memoria ~ Claudia Campaña

N

nosotros ~ Elicura Chihuailaf

Ñ

ñ ~ Andrea Jeftanovic

O

obsesión ~ Andrés Claro

P

palabra ~ Álvaro Viguera

Q

Qapac Ñan ~ Olaya Sanfuentes

R

realidad ~ Óscar Contardo

S

saberes ~ Francisco Mouat

T

territorio ~ Eugenio Dittborn

U

universo ~ Alejandra Costamagna

V

viaje ~ Rafael Sagredo

W

web ~ Pablo Chiuminatto

X

xenofobia ~ Carlos Peña

Y

yo ~ Constanza Michelson

Z

zaguán ~ Cristián Warnken

Autores

Agradecimientos

Presentación

Chantal Signorio

En este 2020, el Festival Puerto de Ideas Valparaíso cumple una década. Un tiempo que acontece en condiciones completamente distintas a lo que podríamos haber esperado, cuando en aquel principio, con modestia pero solidez, propusimos el sueño común de fundar un festival de las ideas y la creatividad en la ciudad-puerto más importante de Chile. Un ciclo anual que construyó, a lo largo del tiempo, una comunidad que —aunque se da cita sólo una vez al año por tres días— se ha consolidado, fundando una tradición que se repite cada noviembre.

Mirar ese recorrido desde hoy emociona, más aún cuando las circunstancias de este aniversario están marcadas por una pausa en la forma más propia de convocar que tiene Puerto de ideas, que consiste en la reunión y el diálogo en torno a la pasión que mueve a los grandes creadores, investigadores e intelectuales.

El Festival ha crecido con constancia, transformándose en una invitación abierta a conocer el pensamiento y la obra de los invitados a través de un programa que aporta vida a la ciudad de Valparaíso y sus principales espacios culturales. Con formatos heterogéneos, charlas, conferencias, espectáculos, entrevistas, recitales, conversaciones y lecturas se alternan en una secuencia intensa y activa y conforman una agenda repleta, una propuesta cultural comprometida con la formación de audiencias y espectadores, así como con las comunidades educativas de la región. Cada año, en paralelo a las actividades abiertas al público, profesores y estudiantes participan fraguando un vínculo que excede el marco del Festival, con talleres y clubes de lectura que comienzan antes y quedan para siempre. Así, en diez años hemos alcanzado un público cada vez más amplio: ciento sesenta mil personas han asistido a las charlas de más de cuatrocientos conferencistas, y hemos logrado el sueño de convocar y fidelizar a una audiencia atenta.

Para celebrar, a pesar de los tiempos, no quisimos ofrecer una memoria acumulativa, ni un resumen ejecutivo o poético, ni un compendio. La propuesta es este libro coral en torno al abecedario y las palabras, un diccionario dispuesto a aceptar nuevas acepciones e interpretaciones. Es por esto que invitamos a científicos, directores de teatro, artistas visuales, historiadores, poetas, escritores, filósofos, que han participado como conferencistas en el Festival, a escribir acerca de una palabra asignada. Reunimos veintinueve voces nacionales para recuperar la condición comunitaria de la cultura que, sin las audiencias y los espectadores, no existe, se desvanece.

Puerto de Ideas de la A a la Z busca proponer una forma de pensar el porvenir en colaboración, desprendiéndonos por un momento de la idea de futuro y de pasado, tal como pareciera exigirnos este tiempo, esta pausa. Los textos que recoge este libro tributan a ese festival que renueva año a año la vocación por honrar la creatividad, el aprendizaje y la curiosidad.

Abecedario

Juan Villoro

“Ordenar una biblioteca es una manera silenciosa de ejercer el arte de la crítica”, escribió Borges. Esta idea parte de un presupuesto esencial: no hay voces individuales. Toda obra prospera en densidad; depende de precursores y en forma voluntaria o accidental dialoga con otras obras; se beneficia de sus hallazgos, pero también de sus errores: Ptolomeo, que estaba equivocado, permite aquilatar la razón de Galileo.

Al igual que las bibliotecas, los ciclos de conferencias y las mesas redondas se deben a un espíritu gregario y ponen en práctica uno de los más curiosos inventos de la especie: la conversación. Las disertaciones solo adquieren pleno sentido al relacionarse con otras y al someterse al juicio y las intervenciones del auditorio.

Forma de aprendizaje y convivencia, el diálogo no agota un tema ni aspira a resolverlo para siempre. Su sentido profundo solo se descubre mientras sucede. Por el solo hecho de hablar ante los otros, y recibir respuesta, el ponente matiza, complementa, modifica sus ideas. Quien escucha mejora lo que dice.

Lejos de las tertulias que reiteran lo ya sabido o los congresos donde todos piensan lo mismo —la jungla de los loros o el inmodificable pregón de la secta—, Puerto de Ideas, que este año cumple diez años de vida, celebra la diversidad de los oficios y las procedencias. Esta aventura es apoyada por una pedagogía del paisaje. Las conferencias ocurren entre la cordillera y el mar, demostración empírica de que hay asuntos más elevados y más amplios que los nuestros.

Ninguna obra surge como un clásico; son los lectores —el público— quienes le otorgan esa condición. En tiempos de la realidad virtual, los actos de presencia recuperan un propósito cardinal del teatro y aun del rito: congregan para transformar a los participantes. Lo que se dice importa, ante todo, por la manera en que será redefinido e interpretado por el auditorio, forma provisional de la tradición.

Programar conferencias no es muy distinto a acomodar libros con criterio. Toda biblioteca, por pequeña que sea, es un resumen del mundo. Ordenarla implica establecer simpatías y diferencias. La solución más fallida consiste en guiarse por el aspecto de los tomos: cuando se alinean por colores o estaturas sabemos que no han sido leídos. Al asociar el sentido del orden con la crítica, Borges alude a la lógica interna que debe articular los volúmenes. Se puede proceder por temas, corrientes, tendencias, caprichos o supersticiones, sin excluir la clasificación hermética, que solo descifra quien es digno de las claves.

Los libros son tan poderosos que algunas bibliotecas han preferido tenerlos presos. Las obras que merecieron las atenciones de la Inquisición fueron encerradas en celdas con nombres preventivos: “Finis terrae”, “África”, “Inferno”. Como es de suponerse, adquirieron el prestigio de lo inaccesible. “Si hubiera sido posible construir la Torre de Babel sin ascenderla, su construcción hubiese sido permitida”, escribió Kafka. Prohibir estimula.

En tiempos de las redes sociales la censura opera menos por sustracción que por abundancia: son tantas las informaciones —falsas o verdaderas— que resulta difícil discernirlas. Este avasallante acopio de datos hace aún más imperiosa la tarea de establecer un orden.

¿Hay un modo sencillo y abierto de catalogar lo que no tiene fin? Si el conocimiento se entendiera como algo exclusivamente personal e intransferible, las secciones de una biblioteca podrían responder a obsesiones muy particulares: “Cohetes que nunca despegaron”, “Helados que no son de vainilla”, “Estrellas que se descubrirán mañana”. Para librarse de esa atractiva pero no muy útil ordenación, la cultura se ha apoyado en un principio rector que comparte con las farmacias, donde otra clase de remedios se alistan conforme al alfabeto.

Estamos tan acostumbrados a que los diccionarios, las guías telefónicas y las enciclopedias sigan el abecedario que cuesta trabajo volver al tiempo en que las letras existían sin ofrecer índices del mundo.

En el siglo x, Abdul Kassem Ismael, visir de Persia conocido como Saheb (“El Compañero”) creó una biblioteca portátil de 117 mil volúmenes que era trasladada por cuatrocientos camellos. Esa inmensa caravana seguía una secuencia alfabética para localizar los títulos en cualquier momento.

El visir era insólito no sólo por el desmesurado uso de sus camellos, sino por apoyarse en el abecedario. En su estudio del “alfabeto como tecnología”, Ivan Illich recuerda que a mediados del siglo xii la gente memorizaba la estricta sucesión de las letras sin emplearla para clasificar: “Durante ochenta y cinco generaciones, a los usuarios del alfabeto no se les ocurrió la idea de ordenar cosas según el a-b-c”. Los escolásticos del siglo xii transformaron de manera definitiva el arte de leer al concebir la página y estructurar el libro a partir de un título, subtítulos, un índice, párrafos, puntos y aparte, letras capitulares y sumarios. Este “nuevo deseo de orden” fue posible gracias a un eficaz sistema clasificatorio: el abecedario. El instrumento que deletrea el universo ordenó las bibliotecas que le servían de compendio.

Borges afirmó que todo tipógrafo era un anarquista y no juzgó necesario dar mayores explicaciones al respecto. Con el mismo énfasis, Umberto Eco aseguró que no se puede practicar la tipografía sin estar comprometido con luchas sociales. Estas aseveraciones apelan con tal contundencia a la obviedad que vale la pena revisarlas.

¿Qué ocurre con las personas dedicadas a que las letras pasen por sus manos? Nuestro idioma dispone de 27 signos. Curiosamente, el inmodificable abecedario se puede combinar de insólitas maneras. Los tipógrafos experimentaron esa libertad de un modo tan práctico que al despegar la vista de los textos optaron por cambiar el mundo.

Quien actúa en función del alfabeto sabe que el rigor existe para producir lo inesperado. A diferencia de otros aparatos, el lenguaje funciona mejor cuando se desarregla.

A

activismo

De activo: del latín actīvus.

1. Tendencia a comportarse de un modo extremadamente dinámico.

2. Ejercicio del proselitismo y acción social de carácter público.

3. En filosofía: doctrina según la cual todos los valores están subordinados a las exigencias de la acción y de su eficacia.

activismo

Raúl Zurita

Las calles son nuestros pinceles

Las plazas son nuestras paletas

¡A la calle futuristas, tamborileros y poetas!

Es el final de un poema de Maiakovski que se me vino a la memoria porque me pareció que en esas tres sencillas líneas está representada en todo su esplendor la democracia de las palabras; es una invitación a la acción, a tomarse las calles y, al mismo tiempo que las transcribo, me resulta imposible olvidar que su autor se mató a los 36 años dejando una carta que contiene una de las sentencias más tristes (y penosamente comunes) de la historia: “Como se dice, la comedia ha terminado. La barca del amor naufragó contra los escollos de la vida cotidiana”. Es precisamente esa vida cotidiana la que nos dice que una palabra aislada es todo y a la vez es nada. Así, por ejemplo, cuando mencionamos la palabra activismo y la aislamos, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Al activismo de Göebbels arengando a las tropas nazis? ¿O a la famosa frase de Auschwitz, “El trabajo os hará libres”? ¿O más bien es el significado de Stalin llamando a cada ciudadano de la ex Unión Soviética a defender, contra todo internacionalismo, a la madre patria y no a la ex URSS? ¿O es el activismo de Jesucristo en “El Sermón de la Montaña” o el de San Pablo diciendo que aunque hables todas las lenguas y tengas la voz de los ángeles, si no tienes amor sonará como una campana hueca? ¿O yendo más lejos es el activismo infinito de la luz de las estrellas fecundando el Universo? ¿O de los mares y ríos fecundando la tierra?

La palabra “activismo”, como todas las otras, aún cuando a los poetas les subyugue la idea de “La Palabra” y no falten entre ellos esas intragables declaraciones, tan rimbombantes como vacías, donde se nos informa a los otros miembros del gremio que la poesía es la gran sostenedora de la “sacralidad de la palabra en la palabra”. Las razones que nos llevan a descreer de “La Palabra”, para creer en cambio en esa magnitud aleatoria e inabarcable que denominamos una lengua, son las mismas pero con signos opuestos: la palabra acción en sí no representa nada, es un hueco al que se le puede añadir lo que se quiera porque igual el resultado será cero, pero si la sacas del universo de las lenguas que hablamos el mundo entero se derrumba.

No es necesario entonces acudir al clásico desgano de un Borges para vislumbrar que carecemos de todo poder sobre las palabras porque estas, en su pluralidad, no solo no son un invento de lo humano, sino que lo humano es un invento de ellas.

Perdidos en los recovecos y fisuras de esa lengua en la que estamos contenidos y atraídos a la vez por la fatalidad de sus combinaciones en las cuales se encuentran representadas masacres, guerras interminables, emigraciones forzadas. No podemos contra la lengua y ella tiene todo el poder sobre nosotros, de allí posiblemente la fascinación por las palabras únicas, seguramente como un resabio de la palabra Dios, el activista por definición, pero que deja de ser inofensiva si se la acompaña de la palabra “verdad” de la cual sí sabemos algo: que es la más peligrosa de las mentiras: se mata y se muere en nombre de ella.

Arrasados en un mundo que quiere permanentemente imponernos significados únicos, donde ciertas palabras momentáneamente elevadas a los altares, como lo son ahora las palabras democracia, orden, estallido, y la palabra activismo (con toda su carga esperanzadora para muchos y aterrorizante para otros), se van tomando sucesivamente los escenarios, ellas nos traen el recuerdo de un significado transversal que cruzando todas las lenguas, vocablos e idiomas, nos muestra que si la palabra activismo tiene un sentido es solo por la mayor o menor cercanía que pueda tener con otra palabra que es tal vez la única que no requiere de las demás para significarse: la palabra amor. Maiakovski vio la barca del amor estrellarse contra lo que llamó “los escollos de la vida cotidiana”, y luego se mató. Todas las palabras pueden matar, incluso esa, pero también la palabra suicidio tiene distintos significados: morir de amor o morir por amor. Es el único activismo que para mí cuenta.

B

belleza

Cualidad de bello.

Bello

Del latín bellus ‘bonito’.

1. Que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu.

2. Bueno, excelente.

belleza

Rafael Gumucio

La belleza a la que le atribuimos las gracias y las desgracias de la cultura es lo menos cultural que tenemos. Todos los experimentos en la materia indican que Marilyn Monroe es bella en Laponia y en Mongolia, tal como lo fue en Estados Unidos. Su belleza era una forma de poder que ella nunca poseyó del todo y terminó por matarla.

Gracias a Marilyn sabemos, para empezar, dos cosas: que la belleza mata y que por ella daríamos la vida. El arte, el pensamiento, la ética, la religión tienen como fin cercar ese objeto, disminuir ese poder para usarlo con el mismo cuidado y diligencia con que los primitivos aprendieron a usar el fuego sin quemar todas las praderas cada vez que encendían una fogata. No en vano, a la hora de definirla o explicarla, filósofos tan hábiles como Platón, Kant o Spinoza naufragan en la imprecisión, la vaguedad o la simple impotencia. La belleza es algo que no pueden negar, pero desbarata todos sus planes de paz universal y razón razonable. La belleza tuvo la culpa de la guerra de Troya, pero también es culpable de la Ilíada y la Odisea. La belleza separa a los hombres, pero sin ella ¿para qué, para quién hablar?

¿Es la belleza la guerra que emprendemos por ella y la paz con que convertimos la guerra en poema? En esa pregunta se han perdido la mayor parte de las doctrinas que quieren mejorar a los hombres de la enfermedad de ser demasiado humanos. Por eso el judaísmo primitivo, el cristianismo, el islam, el socialismo, y muchas ramas del feminismo han preferido pasar por alto el problema y decretar que la belleza es simplemente un prejuicio cultural. Un atavismo de ayer que, en el mundo justo de mañana, ya no seguirá subyugándonos. Libres de las forma de las cosas, dicen, podremos dedicarnos al fondo de las cosas. Pero lo que amamos en la belleza es que, justamente, no se pueden separar forma y fondo. Que en ella se reconcilian de una manera embriagadora las dos cosas.

La belleza, como la muerte o el deseo, es algo que no podemos definir. Porque sabemos demasiado bien qué es. El papel del arte no es producir belleza sino, al revés, domesticarla para que podamos experimentar sus efectos secundarios. Aprendemos, gracias a siglos de arte y literatura, a llamar belleza a la simple paz del agua en el fondo de una jarra de arcilla y a las olas encontrándose con el acantilado que convertirán, después de siglos, en arena, y a regresar al anochecer a la ciudad y verla perder los últimos rayos de sol en el asiento trasero del auto. Esa belleza es la que hemos aprendido a defender de la otra, de la de las Misses. Una belleza que no sea un privilegio, que no sea una excepción, que sea la regla.

Conseguir una belleza justa, una belleza que no solo lleven sobre sus hombros pocos individuos, es la gran lucha de la cultura occidental. Confieso que he tratado muchas veces de reconciliar belleza y justicia. Confieso que he tratado de amar la sencillez de las cosas tal y como son. Amar el pan, los días martes, la luz de las once y media de la mañana. Pero, lo quiera o no, la belleza sigue siendo para mí esa palpitación que hace que todo parezca provisorio, que la vida parezca un cuento y la realidad una mera carcasa de la que mi cuerpo, libre por un segundo, escapa, sabiendo que tendrá que pagar tarde o temprano por su imprudencia. Pero feliz, sin embargo. Inconfesablemente feliz. Dispuesto a pagar igual.

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95 стр. 9 иллюстраций
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9789569058363
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