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Raúl Almeida (Lima, 1945), con formación científica y en el área de negocios y finanzas, desarrolló su carrera profesional en empresas transnacionales y como empresario, tanto en el Perú como en el extranjero. Ha realizado además una prolífera actividad de apoyo social y a la educación, sirviendo en el directorio de diversas organizaciones sin fines de lucro, educativas y universidades de los Estados Unidos, donde residió por veinte años. En esta segunda entrega nos enfrenta ante una de nuestras más preciadas posesiones: la Libertad, llevándonos a reflexionar en la necesidad de defenderla, inclusive de nosotros mismos.

Raúl Almeida

REFLEXIONES DE

UNA PERSONA

LIBRE PARA UNA

SOCIEDAD LIBRE




Reflexiones de una persona libre para una sociedad libre

Primera edición, abril de 2021


© Raúl Almeida, 2021


© Paracaídas Soluciones Editoriales S. A. C., 2021

para su sello PSE

APV. Las Margaritas, Mz. C, Lt. 17, San Martín de Porres, Lima, Perú

(+51) 966 457 407

http://paracaidas-se.com/

editorial@paracaidas-se.com


Asesoramiento editorial: Luis Fuentes

Composición: Juan Pablo Mejía

Ilustración de portada: Melissa Siles


Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2021-03703

ISBN N.° 978-612-47660-7-7


Todos los derechos reservados. Queda prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital en forma idéntica extractada o modificada, en español o en cualquier idioma, sin autorización expresa del autor.


Producido en Perú.

REFLEXIONES DE UNA PERSONA LIBRE PARA UNA SOCIEDAD LIBRE

Raúl y yo estábamos una vez atrapados en el caótico tráfico de Lima. Como soy un optimista de la tecnología, acabé hablando de las increíbles mejoras que traerían los carros autoconducidos. Mi argumento era que su impacto positivo sería mucho mayor en una ciudad como Lima que en una ciudad como Londres, porque el problema en sí era mucho mayor.

Raúl se lo pensó un rato y me contestó: «Los carros autoconducidos solo eliminarían un síntoma de una sociedad disfuncional. No su causa. Es más, al haber eliminado este síntoma, seríamos menos conscientes de las diferencias entre esta sociedad disfuncional y una sociedad basada en una mentalidad responsable, lo cual terminaría provocando problemas mucho mayores que los atascos».

Estas conclusiones contrarias y algo más profundas son lo que he llegado a esperar de Raúl. Sospecho que tiene que ver con su formación como físico. Al fin y al cabo, los físicos están formados para abordar la realidad desde los primeros principios y afrontar sus conclusiones sin ilusiones.

Este libro examina la libertad con cierta profundidad, tanto en su naturaleza esencial como en la forma de conseguirla. Al abordar lo primero, Raúl nos lleva a través de los primeros principios de la libertad, de dónde viene nuestra comprensión de la misma y por qué la consideramos valiosa. En cuanto a lo segundo, deduce de estos primeros principios una serie de reglas que le ayudarán a encontrar su propia libertad y a ayudar a los demás a encontrar la suya, incluso cuando la sociedad en su conjunto parezca ir en dirección contraria.

Una de estas reglas me ha llamado la atención, porque revela el típico espíritu contrario de Raúl: «Busca la libertad y serás cautivo de tus deseos. Busca la disciplina y encontrarás la libertad». Tiene un sabor similar al de «practica la pobreza», de Séneca, y en cierto modo me ayuda a recordar que muchas soluciones a los problemas más apremiantes no son exógenas —como los carros autoconducidos que mencioné antes—, sino endógenas: las sociedades libres y prósperas son el producto de mentes disciplinadas. Por tanto, disciplinar la propia mente es el punto de partida si se quiere lograr un cambio para mejor.

Si no disciplinamos la mente, en lugar de liberarnos, los mayores inventos de la humanidad solo servirán para esclavizarnos. Disciplinando su mente, acabará inventando el próximo smartphone. De lo contrario, solo acabará pulsando los botones de «me gusta».

Así que empiece por su propia mente leyendo este libro, y verá hasta dónde le lleva.

Alexander Gallé

INTRODUCCIÓN

Los cambios de los sistemas sociales se han producido como resultado de la acción de las personas que descubrieron que la única manera de resguardar la libertad individual —y lograr el bienestar, el progreso y la justicia— es propugnando cambios en las instituciones que conforman el Estado, de manera que estén al servicio de todos por igual y permitan que todos participen en la toma de decisiones. Asegurándose de esta manera que la clase gobernante no sea la única beneficiaria y que excluya a los demás. En la mayoría de las veces, este cambio se ha dado como consecuencia de coyunturas críticas que han impulsado el accionar de las personas. Como ejemplo mencionaremos los siguientes dos casos.

En 1348 la peste negra se extendía por toda Europa y arrasaba, aproximadamente, con la mitad de la población de las zonas afectadas, ocasionando una inmensa escasez de mano de obra, lo cual afectaba el orden feudal. Este sistema estaba basado en la propiedad de la tierra, que era de la corona y era otorgada a los señores feudales a cambio de su apoyo político y militar. Los señores feudales, a su vez, la entregaba en servidumbre (de donde viene la palabra siervo) a los campesinos, quienes tenían que trabajarla sin recibir remuneración. Estos siervos estaban sujetos a una gran cantidad de cargas y no podían abandonar la tierra sin el permiso de su señor. En Inglaterra y Europa Occidental, la escasez de mano de obra dio como resultado que los siervos reclamaran y obtengan más derechos liberándose de una gran cantidad de cargas.

En 1688 una disputa monárquica, con un trasfondo religioso, entre Jacobo II Estuardo y su yerno Guillermo Enrique de Orange, terminó con el derrocamiento de Jacobo II y la designación de Guillermo de Orange como Guillermo III de Inglaterra, Escocia e Irlanda. La denominada Revolución Gloriosa no hubiera pasado de ser nada más que un cambio de manos del poder si no hubiera resultado en la consolidación del poder político del parlamento, limitando el poder del rey y el ejecutivo, y en que se dispusieran normas que crearon un ambiente propicio para el desarrollo económico, protegiéndose firmemente el derecho de propiedad, incluyendo el de las ideas mediante patentes, prohibiéndose los monopolios concedidos por el Estado y, lo más importante, instaurándose un Estado de Derecho sin precedentes, bajo el principio que todos son iguales ante la ley. No es de extrañar que, en este ambiente propicio, varias décadas después, se iniciara en Inglaterra la Revolución Industrial.

El hecho de que exista un evento detonante no garantiza que el resultado sea la creación de instituciones inclusivas que tiendan a mejorar la calidad de vida de las personas. El resultado dependerá de otros factores, especialmente de la voluntad de enfrentar sin temor la destrucción de lo establecido que siempre causa el cambio. En el caso de la pérdida de mano de obra como resultado de la peste bubónica, mientras en Inglaterra y Europa Occidental los trabajadores conseguían más derechos, en Europa Oriental, en vez de resultar en mayores libertades para los siervos, estos terminaron siendo más oprimidos. Es así como, 150 años después de la peste, llegó a existir una gran brecha de desarrollo a favor de los países de Europa Occidental, donde se habían abrazado instituciones inclusivas que ayudaron el desarrollo económico creativo, frente a los países de Europa Oriental que continuaban siendo economías agrarias basadas en la servidumbre, y donde los gobiernos controlistas se habían opuesto tenazmente al cambio y al progreso.

Hoy, el Perú se enfrenta a una situación similar a la que en 1348 causara la peste negra. Aunque su efecto en la pérdida de vidas no sea igual, el efecto de la pandemia llamada COVID-19 en la economía y la libertad de las personas puede ser de igual magnitud. Lo que resulte de esta coyuntura dependerá en como los peruanos entiendan su libertad personal y quieran labrar su futuro, tanto como país y personas.

La herencia cultural de prácticas y sistemas ancestrales de explotación, reestructuradas en la colonia, ha servido para que en el Perú se consoliden instituciones opresivas, con el fin de permitir que la elite gobernante disfrute del poder y de privilegios autoasignados, que los pone por encima de los demás frente a ley. Situación que defienden mediante el uso de otras instituciones como el clientelismo, la dádiva, el soborno y de la justicia; esta última usada como un arma política. No es cambiando a las personas (gobierno) como esto se va a corregir, lo que se necesita es cambiar las instituciones por otras que respeten el Estado de Derecho y que estén al servicio de todos y no del gobierno de turno o de quienes se benefician de él.

Vale la pena detenerse aquí para reflexionar sobre la diferencia entre Estado y gobierno.

El Estado es el conjunto de instituciones —a) funcionales como el parlamento, el ejecutivo, las cortes de justicia, las regiones, las municipalidades, y b) normativas como la constitución, las leyes y los reglamentos— que la Nación (todos los peruanos) hemos creado con la finalidad de administrar los servicios públicos, cuidar la soberanía, instaurar un Estado de Derecho y gestionar las finanzas públicas, con el único fin de que todos los peruanos puedan lograr en libertad sus objetivos de bienestar, progreso y justicia.

El gobierno, por otro lado, está constituido por las personas elegidas por la Nación por un período determinado para ejercer el mandato de administrar las instituciones del Estado. Los miembros del gobierno no tienen, por consiguiente, la calidad de jefes de la Nación, son sus mandatarios y como tales responsables ante sus mandantes (todos los peruanos) del buen o mal resultado que tengan sus prácticas gerenciales y del buen o mal uso que den a los privilegios que se le ha otorgado.

Es importante entender claramente lo anterior, ya que todo sistema opresivo, como el que existe en el Perú, dedica un gran esfuerzo en inculcar la deificación del gobierno. Presentándolo como una entidad que está por encima del bien, del mal y de la ley. Un ente inaccesible, intocable, como un padre al que hay que obedecer ciegamente, que está dotado de infalibilidad y que por lo tanto no puede equivocarse.

No hay nada más lejano de la realidad. El gobierno está formado por seres humanos y por lo tanto falibles, que pueden corromperse por las tentaciones que se les ofrece en la forma de prebendas, beneficios, zalamerías; que como cualquier otra persona cultiva sus propios intereses e ideologías que pueden no estar en consonancia con los intereses de la Nación. Por lo que, más que nadie, deben estar sujetos al constante escrutinio de la Nación que los ha elegido.

La coyuntura causada por la pandemia, que ha afectado a gran parte de la economía, nos brinda la oportunidad de cambiar las instituciones que tanto daño han causado al Perú, al someter la libertad de las personas a la tiranía de los gobiernos de turno.

Cuando las instituciones creadas por una Nación son opresivas, poniendo trabas al accionar de las personas, solo aquellos enquistados en el sistema por clientelismo o corrupción se benefician. No es por eso extraño que, en el Perú, donde todos y para todo deben pedir permiso al Estado, la corrupción haya adquirido niveles tales que actualmente haya cinco gobiernos investigados por ese motivo. Esto no significa que antes no haya habido otros gobiernos corruptos, sino que siempre se ha encubierto la corrupción, porque en ella estaban involucrados no solo los gobiernos, sino muchos de los agentes económicos que se benefician del sistema. Lo que ha sucedido esta vez, no es que el Estado se haya vuelto moralista de la noche a la mañana, sino que como el escándalo Odebrech se destapó en otro país, el Estado se vio forzado a actuar, pero la acción de sus instituciones ha sido lenta, sesgada políticamente, inoportuna e ineficaz para cuidar los intereses nacionales. Para darse cuenta de esto, basta con reflexionar que la corrupción es un contrato entre dos: el «corruptor» y el «corrupto». El primero es siempre el que más se beneficia. ¿Qué sentido tendría para un corruptor pagar una coima al corrupto si no obtiene un beneficio mayor? Perseguir a los corruptos está bien, porque son funcionarios públicos que deberían haber cuidado el interés de todos y deben ser castigados. Pero el mayor perjuicio para el país lo constituye el sobrecosto que el corrupto permitió en beneficio del corruptor y, lamentablemente, la acción en este sentido, como siempre, hasta ahora ha sido nula, ¿Cuántos corruptores están en la cárcel?, ¿Cuánto se ha recuperado de lo que han robado?

En este libro tratamos de la libertad y del porqué es —juntamente con nuestra existencia— el bien más preciado que tenemos. Es nuestra responsabilidad como seres humanos defenderla y para ello debemos crear instituciones que tengan como principio rector la defensa de la libertad. Debemos oponernos con firmeza a todo acto usurpador que pretenda tratarnos como seres irresponsables que necesitan del tutelaje del Estado con la excusa de librarnos de la carga de la incertidumbre, o de protegernos de peligros que los demagogos se encargan de crear y propalar.

El himno del Perú comienza con la exclamación «¡Somos libres! ¡seámoslo siempre!» pero que solo se ha entendido como la celebración de la libertad del país a la sujeción a otra potencia. Nunca el peruano ha sido realmente libre, ya que las instituciones del Estado no han estado a su servicio, sino que han sido creadas con el fin de controlarlo, creando trabas para el quehacer individual que solo quienes tienen «conexiones» pueden sortear. Tampoco se ha instaurado un «Estado de Derecho» en el que la ley sea igual para todos, ya que esta no se ha aplicado ciegamente cuando se refiere a quienes detentan el poder. Si de verdad los peruanos queremos algún día ser libres, debemos comenzar con reconstruir las instituciones del Estado para que estén al servicio de todos y hoy tenemos la oportunidad de enfrentar esta tarea como parte de la reconstrucción que tenemos por delante.

I

El hombre es libre en el momento en que desea serlo.

Voltaire1

La pequeña frase «YO SOY YO» resume la mejor descripción de una persona: la individualidad (Yo), la realización de la existencia (Soy), el contenido (Yo). «Yo Soy», existo como un individuo único diferente de los demás y de todo lo que me rodea. «Soy Yo», la persona formada durante una existencia, con sus debilidades, fortalezas, defectos y virtudes. La que desea, teme, ama, odia, se alegra y sufre, la que lucha, vence y es derrotada... todo eso y mucho más.

Para que alguien pueda decir «Yo Soy Yo», es indispensable que sea libre en el sentido más profundo de la palabra. Es decir, que no solo sea capaz de decidir realizar una acción siguiendo los llamados del instinto —de lo que son capaces la mayoría de los animales cuando deciden descansar al estar cansados, comer si es que tienen hambre, aparearse si están en celo o reunirse en manadas para protegerse o migrar—, sino que lo haga libre de las ataduras del instinto y de aceptar o rechazar los dictados del grupo. La libertad de la que gozan los animales carece de responsabilidad, ya que sus actos obedecen a lo que les dicta el instinto de conservación. La libertad de la que disfrutamos los humanos —al no estar gobernada por los instintos ni por los imperativos del grupo— es una libertad responsable que nos permite tomar decisiones y afrontar las consecuencias de las acciones que se deriven de ellas.

Ser libre significa que el individuo tiene plena capacidad para tomar decisiones. Un bebé es inherentemente libre, pero su capacidad de ejercerla se encuentra limitada por ser dependiente de sus padres, los que —como responsables de su cuidado— toman las decisiones que afectan su existencia. Ellos son los que deciden dónde ha de vivir, qué, cuándo y cómo ha de alimentarse, cómo se ha de vestir, quién lo ha de curar si cae enfermo. Esta dependencia continúa mientras el individuo va adquiriendo la madurez y las capacidades necesarias para librarse de la tutela y ejercer plenamente su libertad.

Desde muy temprano en el proceso de desarrollo, el individuo comienza a experimentar su capacidad de decidir. Al inicio sus decisiones son llevadas por la curiosidad y serán tan simples como «coger o no coger algo». En la medida en que va adquiriendo experiencias, va construyendo un acervo que le ayuda a formar un criterio que usará para juzgar las situaciones nuevas que se le presenten e irá, gradualmente, volviéndose capaz de tomar decisiones cada vez más complejas como «hacer o no hacer». Es en esta primera etapa formativa que quienes tengan a cargo su tutelaje —sean estos sus padres, familiares o maestros— lo orientarán en el uso de su capacidad de tomar decisiones de modo que aprenda a usar la libertad sin el dominio de la animalidad de los instintos. El tránsito del individuo, desde el necesario tutelaje de sus primeros años a la libertad de la adultez, es un ejercicio personal basado en prueba y error que implica que en el proceso se cometerán errores, dando como resultado experiencias enriquecedoras, así como empobrecedoras. Como resultado de esto, el individuo irá comprendiendo que una situación, manejada de dos maneras distintas, puede dar como resultado dos consecuencias diferentes.

La libertad de la que disfrutamos los humanos es una libertad responsable que nos permite tomar decisiones y afrontar las consecuencias de las acciones que se deriven de ellas.

Aquí es importante detenernos brevemente para reflexionar sobre la importancia de la maternidad y la paternidad, que son decisiones que dos personas toman libremente y que no debería hacerse a la ligera, ya que de ellos dependerá el bienestar y la formación de un ser humano. Lamentablemente, en muchos ambientes culturales los hijos son vistos como bienes, como mano de obra para la actividad familiar, o como un seguro para la vejez de los padres. Y hay casos en los que los padres consideran que los hijos no tienen derecho a ser mejores que ellos. «Para qué necesita estudiar si yo tengo una buena vida como pintor, jardinero, albañil o agricultor; lo que necesita es aprender a trabajar» es un argumento usado en estos casos.

Es en el hogar donde el niño aprenderá a ser acogido o rechazado, incentivado o reprimido, prudente o irreflexivo, resuelto o timorato, veraz o embustero, sociable o retraído, íntegro o desleal, responsable o insensato. Para ejemplificar esto, veamos el caso de dos niños que fallan en una materia en el colegio. El primero, por temor a la reacción de sus padres que no le han enseñado a confiar, oculta el hecho y al hacerlo se priva de la oportunidad de conseguir ayuda y, como consecuencia de ello, sigue fallando, lo que lo convence de que no es capaz, y finalmente decide abandonar los estudios; el segundo, a quien le han inculcado confianza en su relación con sus padres, les comunica el hecho, con lo que consigue que estos le den el apoyo que necesita, de modo que irá superando el problema y descubriendo que sí es capaz, que lo único que necesitaba es que se le ayudara con el método para estudiar y que se le animara a persistir, y así, imbuido de confianza en sí mismo, continuará sus estudios.

Las experiencias que vamos acumulando nos ayudan a tomar nuevas decisiones. Cuantas más oportunidades hayamos tenido de evaluar alternativas y tomar decisiones, habremos aprendido de las consecuencias de estas a través de los éxitos y los fracasos. Cuanto más complejas hayan sido las opciones que nos haya tocado analizar, se habrá enriquecido nuestro acervo cultural. De esta manera las experiencias le servirán al individuo para irse formando como una persona con identidad propia, capaz de discernir, responsable y competente para ejercer su libertad tomando las decisiones que requieran las circunstancias que le irá presentando la existencia. Y será capaz de responder a interrogantes tales como ¿qué intereses debo cultivar?, ¿a qué me voy a dedicar?, ¿qué relaciones he de crear?, ¿a qué organizaciones debo pertenecer?

Que la formación haya sido exitosa o defectuosa no vuelve al individuo más o menos libre, ya que no lo priva de su capacidad de decidir. El resultado es alguien con una mayor o menor habilidad para hacer uso de su libertad. Es por esta razón que encontramos a muchas personas que, al sentirse incapaces de hacer uso de su libertad, buscan reemplazar el tutelaje de sus padres y maestros con el de organizaciones, instituciones u otros individuos para tener así algo o alguien que les dicte qué hacer, resolviendo de esta manera el dilema que les presenta el temor infundido por su incapacidad de asumir la responsabilidad inherente a la libertad. El ejercicio de la libertad siempre conlleva riesgos y responsabilidad. Es un acto solitario. Una persona puede pedir consejo sobre cómo actuar en una determinada situación, pero al final la decisión será suya. Cada individuo es el dueño de un destino que se va construyendo con base en un sinnúmero de pequeñas y grandes decisiones que toma durante su vida. Quienes se sienten abrumados por esta responsabilidad, resuelven someterse al imperio de la voluntad de otros.

La libertad, al ser una cualidad de nuestra calidad humana, es muy valiosa porque es parte de lo que somos. Entender esto es crucial. Cuando renunciamos a la libertad por cualquier motivo, no renunciamos a algo externo que se nos ha ofrecido, como renunciar al regalo que alguien nos quiere obsequiar. Lo que hacemos es renunciar a una parte de nosotros mismos, y con ello a lo que somos: individuos libres. Es por eso por lo que, por más que se trate de privarnos de la libertad, lo único que se logra es limitarla. No es posible quitárnosla, ya que, aun cuando nuestra libertad haya sido limitada, como es el caso del cautiverio, seguimos conservando la condición de seres libres. Al límite, cuando se nos hubiese privado de todas las demás formas de expresar nuestra libertad, nos queda la posibilidad de poder disponer de nuestra propia existencia.

Que la formación haya sido exitosa o defectuosa no vuelve al individuo más o menos libre, ya que no lo priva de su capacidad de decidir. El resultado es alguien con una mayor o menor habilidad para hacer uso de su libertad.

La libertad no califica al individuo, no lo hace mejor o peor, ya que no existe algo como un individuo más libre que otro: todos somos igualmente libres. Lo que puede llegar a suceder es que se nos haya impuesto limitaciones al ejercicio de nuestra libertad, que tengamos algún tipo de incapacidad que resulte en que no seamos capaces de ejercerla plenamente, o que seamos cautivos de vicios o malos hábitos.

En resumen, la libertad: a) Es una cualidad de nuestra condición humana, no es un regalo, no se nos ha añadido, no nos califica; b) Es responsable; c) Está vinculada a nuestra capacidad de razonamiento; y d) Puede limitarse, pero nunca suprimirse.

Nadie puede pretender que la libertad garantice una existencia libre de errores. Mahatma Gandhi2 lo expresaba de la siguiente manera: «La libertad no es digna de tenerse si no incluye la libertad de cometer errores». Lo que el ejercicio de la libertad nos da es una mayor confianza en nuestro accionar. Tal es el caso de un alambrista que, habiéndose entrenado en caminar sobre la cuerda floja, ha adquirido una gran confianza en su habilidad y cada vez se atreve a realizar actos más difíciles, lo que no impide que un día pueda cometer un error, o que suceda algo fuera de su control que resulte en una tragedia.

En la medida en que ejercemos nuestra libertad, los aciertos y los fracasos nos ayudarán a ir adquiriendo confianza en las capacidades que hemos desarrollado, y así seremos capaces de enfrentar la existencia. La vida no es un camino sin dificultades ni obstáculos, ya que, en cada instante, se nos presentarán situaciones imprevistas causadas por las acciones de otros o que son propiciadas por el azar sobre las que tendremos que tomar decisiones, siguiendo nuestro propio criterio o apoyándonos en los dictados de terceros, pero, en cualquier caso, siempre serán actos libres, ya que, aun cuando decidamos seguir el dictado de otros, el hacerlo o no hacerlo, es una decisión personal y libre.

Una decisión se puede definir como la elección entre varias alternativas, que debe estar seguida de una acción coherente con la opción escogida. Esto se puede esquematizar de la siguiente manera:

Elección libre + Acción correspondiente = Decisión libre

Veamos el siguiente ejemplo. Una persona, a quien se le ofrece un billete de 100 dólares y se le pregunta si lo quiere, se enfrenta con dos opciones: «sí» o «no». Si responde «sí» y no hace nada, lo único que ha hecho es escoger entre las dos opciones que se le ha presentado, pero no ha tomado una decisión. Para que su elección se convierta en una decisión, debe tomar el billete que es la acción coherente con la opción escogida. Por el contrario, si respondiese que «no» y no hace nada, esa acción —inacción en este caso— sería coherente con la opción escogida y en consecuencia constituiría una decisión. Entender que escoger o elegir no es lo mismo que decidir es sumamente importante, ya que escoger es solo una reflexión interna que no conlleva responsabilidad, mientras que decidir es una acción que sí la acarrea.

El acto de sufragar es un ejemplo de lo que hemos mencionado, y sigue, más o menos, el siguiente proceso: los votantes van a las urnas a emitir su voto por el candidato que —con base en la información que han recibido durante las campañas— creen más capaz de ejercer un buen gobierno. Asumiendo que solo existen dos candidatos, «A» y «B», cada posible elector tendría las siguientes opciones:

1. Elegir entre los candidatos y emitir su voto a favor del candidato elegido.

2. Abstenerse de sufragar al considerar que ninguno reúne las condiciones que a su criterio son las necesarias.

3. No estar de acuerdo con ninguno y el día de votación asistir y viciar su voto.

4. Escoger a uno de los dos, pero el día de la votación no ir a votar.


Asumiendo que pudiéramos saber qué es lo que la persona pensó e hizo, tendríamos que en los casos (1), (2) y (3) ha tomado una decisión, ya que votar, abstenerse de votar o viciar su voto son actos coherentes con la opción elegida. En el caso (4) la persona solo ha escogido, pero no ha realizado la acción necesaria para que se materialice una decisión.

La libertad no califica al individuo, no lo hace mejor o peor, ya que no existe algo como un individuo más libre que otro: todos somos igualmente libres. Lo que puede llegar a suceder es que se nos haya impuesto limitaciones al ejercicio de nuestra libertad.


En cada instante de nuestra existencia se nos presentan oportunidades para el ejercicio de la libertad. Algunas son tan rutinarias —dormir, levantarse, lavarse, vestirse, comer— que pareciera que no estamos tomando decisión alguna al hacerlas, pero son importantes para nuestra existencia, ya que, si decidiéramos lo contrario, esto podría afectar nuestra vida y, en casos extremos como no dormir o no comer, podría llevarnos a la muerte. Otras pueden ser más complejas como comprar una casa, cambiar de trabajo, mudarse a otro país. Pero por más simples o complejas que sean las situaciones que tenemos que considerar para tomar decisiones, estas siempre se dan como opciones binarias: sí-no, hacer-no hacer, actuar-no actuar, participar-no participar, autorizar-no autorizar. Cada una de las múltiples decisiones que tomamos cotidianamente se traducen en acciones, y es ese acto de decidir lo que nos hace libres.


1 Françoise-Marie Arouet (1694-1778). Historiador y filósofo francés, mejor conocido por su nombre de pluma como Voltaire.

2 Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948). Abogado hindú que lideró el movimiento de resistencia no violenta que llevó a la independencia de la India y que inspiró movimientos de derechos civiles en todo el mundo.

399
525,72 ₽
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ISBN:
9786124766077
Издатель:
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