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RAFAEL GUMUCIO

Risa adentro

Gumucio, Rafael

Risa adentro

Santiago de Chile: Catalonia, Periodismo UDP, 2020

ISBN: 9789563248012

ISBN Digital: 9789563248029

PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

CH 070.40.72

Este libro forma parte de la colección de periodismo de investigación desarrollada al alero del Centro de Investigación y Proyectos Periodísticos (CIP) de la Facultad de Comunicación y Letras UDP.

Diseño de portada: Trinidad Justiniano

Fotografía de portada: Titi Santos

Retrato del autor: José Antonio de Pablo (Archivo UDP)

Edición: Andrea Palet

Coordinación editorial: Andrea Insunza

Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M. Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

Primera edición: septiembre, 2020

ISBN: 9789563248012

ISBN Digital: 9789563248029

Registro de Propiedad Intelectual: Nº

© Rafael Gumucio, 2020

© Catalonia Ltda., 2020

Santa Isabel 1235, Providencia

Santiago de Chile

www.catalonia.cl@catalonialibros www.cip.udp.cl/investigacion - @cip_udp

Índice de contenido

Portada

Créditos

Índice

Los ojos de Edipo Rey

ENTREVISTAS

Daniel Samper Pizano

Alberto Montt

Paloma Salas

Edo Caroe

Jorge Alis

Stefan Kramer

Mauricio Redolés

León Murillo

Natalia Valdebenito

Adriano Castillo

Delfina Guzmán

Isabel Behncke

REMATE

Animalistas

Bailar

Bares

Biblia

Cárcel

Censura

Chistes

Cine

Comunicación

Destruir

Dios

Educación

Escribir

Ex

Fama

Fe

Flojera

Fontanarrosa

Humoristas

Les Luthiers

Límites

Lobo

Magos

Ménière

Miedo

Minorías

Nuez

Perro

Resentimiento

Riesgo

Sexo adolescente

Speech

Universidad

Tele

Torturadores

A Andrés Rillón,

Premio Nacional de Humor Jorge “Coke” Délano

Los ojos de Edipo Rey

Quizás la mejor manera de estudiar la vida privada de una época es recopilar los chistes que invariablemente esta crea al revés de lo que el poder quiere o puede contar de sí mismo. En estados totalitarios o en dictaduras sangrientas es fácil entender el humor como un espacio de libertad y de encuentro, de alivio y desmentido de las mentiras oficiales. Los que tenemos edad suficiente para recordar la dictadura de Pinochet fuimos testigos de cómo este alegó “asesinato de imagen” cuando la revista APSI intentó sacar un especial de humor en que él era el personaje principal. El filósofo esloveno Slavoj Žižek llena sus conferencias y libros de chistes “estalinistas”, es decir de las burlas habituales con que las víctimas del totalitarismo comunista se desquitaban de la imperfecta perfección del sistema soviético.

En las democracias liberales su supone en cambio que el humor goza de una suerte de “inmunidad diplomática”, que le permite cuestionar el sistema sin que este tome otra venganza que premiar de vez en cuando al chistosito de turno y hacerlo pasar de clandestino a consensual, quitándole toda la gracia. En una democracia liberal los límites del humor son sólo los de la ley y sus reglas bastante vagas y libres sobre la injuria y la calumnia. ¿Por qué entonces no pasa un mes o dos sin que alumnos y periodistas me pregunten, en mi calidad de director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales, cuáles son los límites del humor? Una pregunta que puede parecer abstracta y filosófica pero que empezó a hacerse urgente y sangrienta cuando un grupo de islamistas poderosamente armados disparó a los dibujantes franceses de Charlie Hebdo, que se habían atrevido a burlarse del profeta Mahoma. Al mismo tiempo, a través del humor, y en particular de la stand-up comedy, gran parte de los conflictos no resueltos de la sociedad chilena se han hecho visibles y risibles, y los parlamentarios y las conciencias morales de la nación se preguntan cómo y cuándo deben parar los chistes sobre la política, la iglesia, los hombres, el Estado y la policía.

¿Cuáles son los límites del humor, profesor? ¿Qué se puede decir con humor? Debería, para responder, decir primero que el humor, como los faros en la costa, es lo que justamente ilumina las fronteras del lenguaje. Es lo que dice que allá, más allá, está la alta mar del inconsciente y de la guerra, del insulto y del duelo. Es cierto, hay dolores que no se pueden decir, y hay silencios que no se pueden nombrar, pero todos los testimonios indican que en los campos de concentración y en las guerras el humor florece como los hierbajos entre el pavimento. Es lo que descubrió, por ejemplo, Mauricio Redolés en las cárceles donde terminó su adolescencia. El humor era una forma de decir que los golpeados, los torturados, eran aún humanos. Que eran humanos y se reían de los chistes, que eran distintos de los chistes de sus torturadores, aunque ocasionalmente, y esa es quizás la magia paradójica del humor, el chiste era el mismo y los cautivos reían con los que los tenían encerrados y eran todo eso que la guerra disuelve: la idea de que somos ante todo y sobre todo humanos. Nada más que humanos, y nada menos.

El humor es en los campos de prisioneros lo más parecido a un lujo, porque desvía el lenguaje que sirve para comunicar órdenes a ladridos, como una cuchara que ya no sirviera para comer o cavar y que se volviera soldado de plomo, estatua, adorno. No hay una escena que represente de manera más esencial en qué consiste el humor que aquella en La quimera del oro en que Charlie Chaplin, a la espera de su amada, hace bailar dos pedazos de pan. Con dos tenedores, el pan se convierte en bailarina en esta película de miseria y frío. Un pan que se hace humano, coqueto, sensual, mientras el amante espera una cita que no tendrá lugar. El humor es, así, lo que hay cuando empieza a haber algo más que nada. Cuando no hay nada y las miserias morales y físicas se suceden, como en la mayor parte de la película, es una crueldad que da risa. La codicia lleva al hambre, y el frío al odio asesino. Todos quieren oro y esperan el momento para comerse unos a otros en espera del tesoro que justificará sus exiguas vidas. ¿De qué nos reímos entonces en esa película desoladora y cruel hasta el borde de la paciencia humana? Al final los exploradores muertos de hambre se hacen ricos y encuentran por azar el amor de su vida; es lo menos creíble de la película pero lo aceptamos porque sin ello la exposición de las bajezas humanas, bajezas que nos hicieron gozar, sería insoportable.

La virtud final del humor es que convierte todo en humano, y si tiene un límite es ese, que necesita de seres humanos para que se rían y para que sean víctimas de él. Puede caricaturizar al otro pero al final para que funcione debe haber dos humanos al menos, uno que hace reír y otro que ríe. No hay humor, que se sepa, entre las lechugas y las estrellas. Y si bien algunos animales ríen, no se ha probado que disfruten como nosotros viendo unos panes bailar.

El humor en gran parte cuenta tragedias que terminan bien. O, más bien, tragedias que no terminan tan mal como deberían. O es una tragedia que sigue cuando la tragedia termina. Edipo, al final de Edipo rey, se arranca los ojos para no ver lo que está viendo, su propio e infinito crimen, haberse casado con su madre, haber matado a su padre, haber arrastrado a su pueblo a la maldición y la miseria. El humor son esos ojos separados de Edipo que le dicen que igual no es poca cosa haber hecho un cornudo de su papá, que eso no lo hace cualquiera, que estaba bien buena su mamá y que uno siempre vuelve al lugar del crimen. Son los ojos de Edipo que lo ven mendigar por todo el reino y le recuerdan que en toda su tragedia sigue siendo un hombre con sed, hambre y necesidad de cagar. Ese era el rol que al parecer cumplía el bufón de la corte. El humor son los ojos de los que han decidido no ver más.

El humor en ese sentido es rebelde solo hasta un cierto punto, porque necesita del permiso del rey, que en las sociedades democráticas es el público, para ver lo que el rey no ve. Necesita, para ejercer la labor del famoso “minuto de confianza” que le otorgaba Andrés Rillón a sus empleados en esos viejos capítulos de Jappening con Ja, el programa más bien inocente que en dictadura los telespectadores llenábamos de significados oscuros, porque después de todo sucedía en una oficina llena de zalamería y abusos de poder, que era y no era el Chile de entonces.

El humor es siempre un riesgo porque el humorista debe encontrar algo que no sabe previamente qué es pero que de alguna forma flota en el aire. La mayor parte de los entrevistados en este libro se refieren a ese extraño proceso en que deben al mismo tiempo concentrarse en lo que quieren decir y luego olvidarlo para de repente decir lo que no sabían que querían decir, antes de decirlo. El humor, como el arquero zen, debe dar en el blanco con los ojos vendados. Ese blanco está en la cabeza del público, que es el que completa siempre el chiste. En el humor no sólo debe haber humanos (o panes que se convierten en humanos), sino otro que sostenga el juego. Todos los que han intentado el humor sobre las tablas relatan el trauma infinito de encontrarse con un público hostil o incluso indiferente. El vacío perfecto del humorista haciendo chistes para nadie es quizás la imagen del desencuentro más insalvable con que se puede encontrar una sociedad.

¿Ese es el límite del humor, entonces? El límite del humor es que no tenga nadie para reír con él. El límite del humor es el momento en que se quiebra el pacto que lo hace posible, que es justamente saber que no todo lo que parece es y lo que es no es lo que parece. El humor es un arte que necesita, como cualquier otro ritual sagrado, una congregación y una comunión. Es un milagro que sólo ocurre cuando el humorista y su público quieren que ocurra. Es un lenguaje cifrado y oculto que es el opuesto exacto del que usamos para ponernos de acuerdo en juntarnos a las seis de la tarde en tal esquina. El humor cuenta todas las posibilidades de no encontrarse en esa esquina a las seis de la tarde, porque pregunta ¿qué es una esquina?, ¿qué es las seis de la tarde?, ¿qué es el espacio y el tiempo cuando dejas de darlos por sentados? El humor es el lugar en que nada se da por sentado, donde al final podemos encontrarnos sin ponernos de acuerdo ni en la esquina ni en el tiempo.

Es una forma extrema del “minuto de confianza”. Necesita justamente eso, un espacio de tolerancia a la incerteza que nos permita volver a preguntar todo para al final no saber nada. Es en todos sentidos un ritual de paso, una especie de capoeira que es baile y pelea al mismo tiempo, o como el tango y la cueca que son sexo sin sexo. El humor es una caída libre, una caída doblemente, triplemente libre donde sabemos sin embargo que algo o alguien nos sujeta y nos salvará de rompernos la cara. Reír es jugar un juego del que vamos inventando las reglas mientras lo jugamos. Es así el juego de los juegos, el que les inventa a los otros reglamentos, pero también el que destruye las reglas conocidas para refundarlas perpetuamente. Así, la pregunta por los límites del humor es una pregunta por los límites del juego en una sociedad que siente que las reglas que lo permiten son tan frágiles que no puede darse el lujo de cuestionarlas, ni en broma. Una sociedad que justamente siente que puede quebrarse en cualquier momento, en que las identidades de sus miembros son tan débiles que no pueden soportar el simple escrutinio de la risa. Una sociedad que no puede pensar que las cosas pueden ser al revés de lo que parecen, y si lo piensa debe ser en condiciones y espacios perfectamente delimitados que permitan que la risa tenga límites, es decir que no tenga sentido.

¿Cuál es el sentido de la vida? Para preguntarse eso hay que primero creer que la vida tiene sentido y luego admitir que no lo vamos a encontrar. Que la vida no es lo que debería ser es la raíz de todo humor. Lo que convierte a los creadores e intérpretes de chistes o viñetas en humoristas es la intuición de que quizás es mejor así, que la vida no tiene que ser eso o lo otro, aceptar que nuestro deber es coleccionar sus incongruencias, anotar sus fallas para refugiarnos en ellas cuando la tormenta arrecia.

Las entrevistas aquí reunidas son testimonios de unas vidas en que el humor no es sólo un oficio sino una manera de ver y de vivir el mundo. Algo que confirma la única no humorista del libro, la primatóloga Isabel Behncke, que nos habla de la utilidad y límites del juego en toda especie de animales, incluida la nuestra. Los profesionales aquí reunidos no pueden ser más distintos, pero, a la hora de hablar de su trabajo, todos a su manera citan lo que Jorge Alis llama “remar”, es decir que están acostumbrados a nadar en la incerteza para buscar la solución a los problemas improbables que las incongruencias del mundo nos plantean a diario. ¿Cómo podemos sin hundirnos en el mar de la incerteza remar hacia y con el humor? No hay respuestas estables y seguras, pero lo que el humor permite, y lo que a su vez permite el humor, son esos minutos de confianza en que una sociedad se permite no saber, para aprender todo de nuevo.

RAFAEL GUMUCIO

Director del Instituto de Estudios Humorísticos UDP

14 de abril de 2020

Entrevistas

Daniel Samper Pizano

Cuando el humor es noticia

Octubre de 2011

Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945), considerado el padre del periodismo de investigación en su país, es a la vez uno de los representantes más destacados de esa labor casi imposible que es mezclar periodismo con humor.

Encabezó una unidad especial de investigación del diario El Tiempo de Bogotá, una tarea peligrosa que lo llevó a dejar Colombia bajo el peso de las amenazas constantes, para residir en Madrid. Paralelamente a su labor periodística, se ha dedicado a escribir columnas de humor que ha recogidos en los libros La mica del Titanic y otros artículos para naufragar de la risa, El huevo es un traidor y otros artículos para cacarear de la risa, Ni atacar ni defender, sino todo lo contrario y Breve historia de este puto mundo. Además, ha dedicado tiempo a investigar y recopilar la música vallenata y la obra del grupo argentino de humor musical Les Luthiers.

Alto, delgado, calvo y pelirrojo, su aspecto y pasado caballeroso contrastan con su incapacidad de no intercalar entre dos frases o menos una cantidad infinita de juegos de palabras y chistes dedicados a su mujer, a su hermano (Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia), al embajador que lo alojaba y le pagaba el pasaje, y a él mismo. El humor es en él un instinto irrefrenable que le permite sentirse como en casa en cualquier situación.

Ese manantial imparable de chistes de todo calibre desapareció milagrosamente cuando, en la Facultad, al día siguiente de la entrevista que aquí se recoge, habló a los alumnos de las posibilidades y peligros del periodismo de investigación. No perdió su informalidad ni su simpatía ni su capacidad infinita de hacer bailar las palabras, pero el rigor de los datos, la testarudez del reportero, se manifestaron en su obsesión. El periodismo en serio, ese por el que arriesgó varias veces la vida y que lo mantuvo viviendo lejos de su país, no es broma para ese bromista impenitente que era y es Daniel Samper Pizano. Todo el resto, religión, país, fútbol, música, amor, poesía, es ocasión para más y más chistes, de los que pudimos recoger, por la tiranía del espacio, apenas una parte.

—Tú escribes para Colombia, que es un país marcado por la violencia. ¿Cómo el humor y el periodismo pueden convivir con ese estado de alarma permanente?

Nuestra historia es una historia muy larga de violencia y hemos sido fieles a ella, siempre somos violentos. En esa larga historia, lo que ha salvado al país es su humor, básicamente. De alguna manera su inteligencia, porque tener humor es tener inteligencia. El humor colombiano se mantiene, en cualquier parte donde vayas se mantiene y es distinto de, por ejemplo, el humor español, que a mí me sorprende porque vivo hace muchos años en España...

—¿Te sorprende por distinto o por inexistente?

No entraría yo en esas diferencias porque como español me molestaría mucho, pero el humor español es distinto, el humor español es a una sola banda, es decir, tá y tá y ahí te ríes o no te ríes. El humor colombiano forma parte de esa gran escuela, o sensibilidad mejor, que se llama mamagallismo, que es hablar aparentemente en serio pero estar tomándote el pelo… García Márquez hizo inmortal la expresión, aunque nace en Venezuela en el siglo diecinueve, eso está investigado. Es una manera de sobrevivir, en Colombia sinceramente hay mucho humor, el colombiano es una persona con mucho humor a pesar de toda la violencia. Eso es un poco lo que salva al país. Yo te diré que he tenido experiencias muy cercanas de humor y violencia, las dos, y voy a citar a una persona, a un político por el cual nunca he votado, que es mi hermano, que en fin, ostenta un cargo ahí importante…

—Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia entre 1994 a 1998. ¿Tiene sentido del humor?

Fue Presidente de Colombia, con eso te digo todo (risas). Pero, bueno, las cosas que él decía cuando estuvo enfermo, después de un atentado gravísimo que sufrió, han sido de verdad ejemplo de lo que se puede hacer para sobrevivir. Había un senador, que después murió también de muerte natural, es decir, lo mataron, que es la muerte más natural en Colombia, y este senador se llamaba Cristo, un senador liberal, muy querido. Mi hermano estuvo agonizando como dos meses, tendido en una cámara de cuidados intensivos, con oxígeno, algo muy muy sofisticado, y estaba prohibido el acceso, no podía entrar nadie, entraba mi cuñada a visitar, pero lo logró el senador, que lo quería mucho, logró colarse y entrar. Ernesto, mi hermano, muy sedado porque además tenía que estar con el abdomen abierto por una infección, escucha que lo viene a visitar el senador Cristo. Y dice “¡hijo de puta, me morí!”.

En ese mismo atentado a mi hermano se le desapareció el ombligo, uno no sabe cuándo está de frente y cuándo de espaldas, y ha tenido problemas de espalda justamente, porque no hay ombligo. Bueno, a partir digamos de aquí en la cintura después sí, pero no mucho tampoco, pero entonces tú no sabes bien si está mirándote o no, porque no hay ombligo.

—Pero eso para la política es perfecto.

No creas, el ombligo hace mucha falta, uno nunca se da cuenta de lo del ombligo si no en dos circunstancias: cuando quieres saber si alguien está de frente o de perfil, y es muy útil; también lo recomiendo mucho a los aficionados a la televisión, yo soy muy aficionado al fútbol, como verán, a ver fútbol por televisión, es muy bueno llevar apio a la cama, y echas la sal en el ombligo, entonces estás comiendo. El ombligo parece feo pero es muy muy práctico, de modo que yo lo recomiendo mucho. Ernesto no ve televisión porque no puede, porque le falta el ombligo para la sal y el apio.

—Siendo periodista tener un hermano Presidente debe ser muy difícil, muy complicado, ¿te ayudó el humor en ese sentido?

Si Dios quiere castigar a un periodista, hace a su hermano político, y ahora eso le pasa a Enrique, el hermano del Presidente Santos, que ha sido mi compañero entrañable durante cincuenta años de periodismo; hemos llevado unas vidas paralelas, solo que él se consigue las chicas atractivas y a mí me toca mi mujer, y Enrique ya está viviendo eso, y yo me comunico mucho con él y me dice “ahora entiendo lo que usted me decía, ser hermano de Presidente es una tragedia para un periodista”. Yo dejé de serlo en Colombia, seguí siéndolo en España, que es donde vivo hace muchos años, cuando fue elegido como candidato del Partido Liberal; dije “un país que elige a mi hermano candidato del Partido Liberal, no, no puede ser”.

—¿Te autoexiliaste o ya vivías en España antes?

No, ya vivía en España, me habría exiliado en ese momento, pero ya vivía antes en España. Pero entonces ahí ya resolví que no volvía a Colombia por un tiempo, y durante dos años de la campaña y cuatro del gobierno y dos más dejé de escr ibir, durante ocho años no escribí columnas, no opiné, no dije nada, porque creo que el lector tiene todo el derecho a desconfiar de lo que uno le diga, porque teniendo una cercanía con un tipo muy poderoso no se puede ser independiente, no puede ser.

—¿Cómo se combina el humor con el periodismo de investigación que tú has ejercido en Colombia?

En el ejercicio periodístico he tenido ocasión de escribir columnas de humor; tengo una columna de humor desde hace no sé cuánto, veinticinco años, en una revista de El Tiempo que se llama Carrusel, y he hecho periodismo de investigación. Uno puede hacer todo eso, pero tiene que saber cuándo no se mezcla. Para hacer el trabajo periodístico de investigación éramos profundamente rigurosos, ahí no había las libertades que uno se puede conceder como humorista, era de un rigor absoluto. Pensando que hay un juez chiquito sentado encima de tu escritorio, entonces tú dices una palabra y él te dice “¿dónde está la prueba?”, aquí está la prueba. Ese es el espíritu con el que hay que trabajar en el periodismo de investigación, y la redacción del trabajo investigativo es con ese espíritu. De ahí en adelante si tú puedes probar cada palabra que hay allí, le puedes poner o le debes poner un poquito de agilidad y un poquito de amenidad hasta donde se pueda, pero no es una columna de humor. Una columna de humor se puede hacer mucho más libre, se pueden decir muchas barbaridades.

—O sea el humor te permite decir cosas que el periodismo serio no te deja decir del todo.

Yo creo firmemente también, hablando siempre del humor, en lo que decía el gran Millôr Fernandes, el gran humorista y filósofo brasilero, que decía “la mordaza aumenta la mordacidad”. Eso es verdad, eso lo demostró, por ejemplo, Brasil. En Brasil, en la época de los militares, de la dictadura militar, ¿quiénes sacaron la cara por la gente, por pedir derechos, por exigir un cambio? Cantantes y humoristas. A los otros, los políticos, los perseguían, los mataban, los metían a la cárcel. Cantantes y humoristas. O Pasquim fue la gran publicación satírica de Brasil en esa época, era demoledor incluso con sus silencios, y las canciones de Chico Buarque y de otros de los grandes cantantes. La dictadura llegó a prohibir las letras de varias de esas canciones, y ¿qué hacían los cantantes brasileños? Salían al escenario, como estaba prohibida la letra pero no la música, porque ya hay que ser una dictadura muy jodida para prohibir la música, entonces ponían la música y la gente cantaba, es decir, quince mil personas cantando las canciones de Chico Buarque. Entonces Chico Buarque simplemente callaba y arribaba el micrófono y quince mil voces cantaban la canción. ¿Cómo metes tú presos a quince mil muchachos que están cantando?

—Ese es quizás el inconveniente del periodista que usa humor, que la forma de desautorizarlo es decir “bueno, usted es un payaso, no se lo puede tomar en serio”. ¿Cómo se hace con eso?

No, yo creo que uno tiene que saber que le van a decir eso, es decir, cuando tú entras a pelear y acudes al humor, en este caso, por ejemplo, decir “ah, ese es un payaso, ese tipo no vale la pena”. ¿Por qué? Porque el humor es un arma muy buena, y una persona cuando tiene la posibilidad de escoger entre un libro de Kant y un libro de Woody Allen siempre escogerá a Woody Allen, pero dirá que lee a Kant, porque el humor tiene menos prestigio que la alta literatura, siendo que, repito, el humor ha sido la fuente o el rodamiento, el rodaje de grandes obras literarias. Por ejemplo “Una modesta proposición” de Swift, en que había que comerse a los niños. Eso es directamente humor, y hubo, no sé, no le debería decir, pero hubo sacerdotes que no entendieron bien el sentido de la cosa y se comieron a los niños.

—¿Cómo pasas del humor al periodismo serio? ¿Hay alguna rutina que te permite meterte en un mundo o en el otro?

Yo no cambio mi manera de ver la sociedad ni mi manera de sentir el país cuando escribo humor o cuando escribo relativamente en serio, sigo siendo el mismo, solo utilizo mecanismos distintos. Así como duermo con un pijama muy sexy que nunca llevo a las fiestas para bailar, bailo con una ropa especial que tengo para bailar, es decir, es un traje distinto, pero sigo siendo el mismo.

—¿Cómo diferenciar, cómo no equivocarse de tono?

Es que uno siempre tiene, como periodista, como escritor, tiene sus ídolos, yo tengo mis ídolos y mi máximo ídolo, por lo menos en esa materia, es don Francisco de Quevedo. Quevedo es el tipo que con la misma mano escribió los más hermosos sonetos de amor que hay en la lengua castellana, los más bellos sonetos metafísicos, y los más graciosos poemas escatológicos que se conozcan. Parecería que no fuera el mismo, es el mismo…, y también se puede ver en Cervantes, en Lope, las cosas que escribieron esos tipos eran de esa naturaleza, es decir, una especie de aproximación al ser humano extraordinaria como es la del Quijote, pero también mezclada con otra serie de elementos, las páginas escatológicas de Cervantes son extraordinarias. Ellos no tenían este problema de que o usted escribe sobre humor o usted es un tipo serio en política, eran pluridimensionales.

Esta unidimensionalidad es un invento nuevo nuestro, contra el cual yo modestamente me rebelo. Lo que sí trato es de no utilizar los instrumentos inadecuados. Hay cirujanos que también son aficionados a la electricidad, pero nunca, nunca tratan de arreglar un enchufe con un bisturí y nunca mucho menos abren a un paciente con unas tenazas, es decir, saben que cada cosa tiene su instrumento.

—¿Cómo es tu humor, cómo lo verías tú?

No sabría cómo definirlo, yo tengo la idea de que el humor es primo hermano de la ternura, es decir, que al humor se puede llegar muy rápidamente por la vía de la ternura y que del humor se puede salir por la vía de la ternura. También tengo clara la idea de que lo opuesto al humor no es la seriedad sino la solemnidad; la seriedad no riñe con el humor. También sé que hay distintas clases de humor; por ejemplo, el humor inglés se parece más a lo que tú dices, es un humor heredado de Ben Jonson, que fue este dramaturgo de la época de Cervantes que realmente inventó el humor inglés, que es un humor de tolerancia.

—El don, ese don del que tú hablas, ¿has llegado a racionalizarlo, has llegado a pensar en el don que es el humor? ¿En el caso tuyo de dónde viene, de la universidad con los jesuitas?

Ese es un buen chiste (risas).

—Sí, es que ha creado muchos humoristas la universidad jesuita.

No sé si Álvaro Uribe era de los jesuitas, lo cual echaría tierra a todo, pero, bueno, olvidémonos de él. No, yo creo que es difícil saberlo, yo tengo la tendencia a creer que muchas cosas son heredadas, por ejemplo yo heredé la burricia general de la familia para las matemáticas, somos burros todos, eso es una cosa muy linda. A mi papá no necesitaron hacerle el ADN, me pusieron a mí dos más dos, dije cinco y dijeron “es hijo de Andrés”. Al mismo tiempo hay unos talentos que se heredan, no sé cómo, por el ADN y todas esas cuestiones, por ejemplo el talento para escribir. Yo creo que el talento para reír o para hacer reír, que es distinto, se hereda también un poco. En mi familia eran chistosísimos todos.

—¿Incluido el Presidente?

Es muy gracioso, si vieran al Presidente uno se podría morir de la risa. Pero mis hermanos han sido todos de verdad muy graciosos y en mi casa la hemos pasado siempre muy bien, y los pesares los diluimos con un poco de humor. Y es un humor además en que nos criticamos mucho, por molestar. Creo que es un poco herencia de mi mamá, pero sobre todo porque mi papá era un tipo con mucha chispa, era muy bogotano.

—¿Te han echado de muchas partes por hacer chistes?

No, no me han echado; no me han recibido, que es distinto. Una vez me desafiaron a duelo. Yo había contado que tal tipo no pagaba las cuentas, y tal había sido embajador en algún sitio. Él me dijo “esto solo se puede lavar en el campo del honor”, una cosa ridícula, entonces yo le dije “bueno, yo acepto cualquier arma menos culebra”. Culebra en Colombia son los acreedores… No, no, no, yo dije “escojo arma, escojo culebra”. Yo no tenía acreedores y él sí, entonces desistió. Uno en el humor se puede echar muchos enemigos, a veces injustamente, quiero decir, gente que uno critica injustamente o hace un chiste a costa de alguien...

—¿Lo has hecho? ¿Te acuerdas de alguien?

No, porque me da tristeza. No, uno lo hace, mi hijo lo hace, por ejemplo, que es terrible eso. Sí, a veces por hacer un chiste uno puede llegar incluso a ofender al poderoso y eso está muy bien, y el humor es para eso, pero al débil…, no es buena fórmula pelear con el débil con humor, es un poquito cobarde, ¿no?

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