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Reparar (casi) cualquier cosa
Reparar (casi) cualquier cosa
Cómo arreglar objetos cotidianos con la electrónica y la impresión 3D
Paolo Aliverti
Edición original publicada en italiano por Edizioni LSWR con el título: Riparare (quasi) ogni cosa, © Paolo Aliverti 2018.
Título de la edición en español:
Reparar (casi) cualquier cosa
Primera edición en español, año 2018
© 2018 MARCOMBO, S.A.
Traducción: Sònia Llena
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El editor ha hecho todo lo posible para obtener y citar las fuentes exactas de las ilustraciones. Si en algunos casos no ha sido posible encontrar alguna con derechos de autor, está dispuesto a hacer frente a las omisiones involuntarias o errores en las referencias citadas.
ISBN: 978-84-267-2870-8
Producción del ebook: booqlab
Índice
Introducción
El libro
El autor
Advertencias
1. Reparar (casi) cualquier cosa
Aprender a reparar
¿Por qué reparar?
El Montalbano de la electrónica
Desmontar objetos
Trabajo manual y creatividad
2. Componentes electrónicos
Corriente y tensión
Resistencia
Potencia
Los componentes electrónicos en detalle
3. Medidas e instrumentos de medida
Testers y multímetros
Osciloscopio
Alimentador
Frecuencímetro
Generador de señales
Analizador lógico
Chip tester
Programador universal
Trazador de curvas
Verificar los componentes
4. Reparaciones electrónicas
Circuitos y soldadores
Soldar
Desoldar
Técnicas para extraer componentes
La búsqueda de los fallos
Reparar alimentadores
¿Dónde encontrar estos componentes?
Rediseñar
Ejemplos de reparaciones electrónicas
5. Mecanismos y dispositivos: mecánica de supervivencia
Máquinas y mecanismos
Fuerzas
Menos restricciones
Trabajo
La fricción
Máquinas simples
Motores y motorreductores
6. Reparar con una impresora 3D
Impresoras 3D
El proceso de impresión FDM
¡Escáneres 3D para todos!
Reparar con una impresora 3D
Conclusión
Introducción
«Buddha, el Dios, reside en el circuito de una calculadora o en el engranaje de una motocicleta, del mismo modo que en la cima de una montaña o en los pétalos de una flor».
Robert M. Pirsig – Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta
Reparar objetos no es fácil. Este libro no contiene ni la «solución» a todas las averías ni tampoco «reglas» sencillas aplicables de vez en cuando. Reparar objetos es todavía un arte que necesita un periodo de incubación antes de apreciar resultados evidentes. No existen recetas preparadas, aunque he intentado recoger lo que sé en un conjunto de consejos aplicables a distintos casos. Estas páginas os pueden ayudar a aprender una forma de reparar para aplicar en ciertas ocasiones. Aunque el libro está centrado en mi gran pasión, la electrónica, también trata la mecánica y la impresión 3D, pues reparar algo, actualmente, es una tarea bastante complicada.
Antes se fabricaban objetos diseñados para durar lo máximo posible y para ser reparados. Hoy en día ya no es así. Antes se utilizaba menos plástico y más metal, se usaban más tornillos y pernos y menos colas y encajes. Las cosas han cambiado mucho, y no precisamente a mejor. Estamos rodeados de objetos más bonitos, pero que duran mucho menos que antes. Los objetos que nos rodean tienen todos fecha de caducidad y están destinados a romperse en los plazos planeados por sus diseñadores. ¿Cómo es posible? Los circuitos y las piezas mecánicas están sujetos al uso. La corriente calienta los componentes, los engranajes se consumen. ¿Por qué la batidora que mi madre compró en 1971 todavía funciona y la que yo compré el año pasado ya he tenido que tirarla? Si en lugar de un engranaje de metal se coloca uno de plástico, está claro que durará poco. Si un circuito está mal diseñado o es insuficiente, está destinado a quemarse. Las empresas justifican este comportamiento porque así la economía se mueve. Si las cosas se rompen y no se pueden reparar fácilmente, se comprarán otras nuevas. Nos hemos acostumbrado a comprar electrodomésticos a precios escandalosamente bajos y, cuando se rompen, lo más normal es tirarlos a la basura con toda la tranquilidad y comprar otro de inmediato. Si un televisor nos cuesta poco más de 100 y es difícil de reparar, lo más seguro es que nos salga más a cuenta llevarlo a un punto de reciclaje que dejar que un técnico lo repare. Por otro lado, debido a esta tendencia a la baja, incluso los técnicos de reparación, literalmente, han desaparecido. De vez en cuando veo alguna tienda como las de antes con el rótulo «Reparamos TV». En su interior puede verse una mesa de trabajo de aspecto triste y abandonado y, en el escaparate, algún televisor lleno de polvo. Una verdadera lástima, pero se trata de una lucha desigual. ¿Cuánto nos puede pedir un técnico para que su reparación nos salga a cuenta? Si una lavadora cuesta 200 y la reparación necesita media jornada... ya estamos al límite para que nos salga a cuenta.
¿Y qué podemos hacer? ¿Adaptarnos y dejarnos llevar por esta oleada de consumo y reciclaje o intentar cambiar las cosas?
Las nuevas tecnologías pueden ayudarnos a cambiar esta situación. Es cierto que, en la mayoría de los casos, no podremos hacer nada y el desguace será la única alternativa, pero gracias a una impresora 3D, quizás podremos crear aquella pieza que nadie nos quiere vender porque no sale a cuenta. Volver a reparar nos devolverá las destrezas manuales que desde hace tiempo estamos perdiendo y nos permitirá apreciar el trabajo manual, en muchas ocasiones menospreciado.
Para reparar un objeto, a veces se necesitan varios intentos, pero cuando al final lo devolváis a la vida, será un gran momento y os sentiréis realmente satisfechos y agradecidos.
El libro
Este libro es casi un diario de viaje de las experiencias recogidas durante estos últimos años. Algunos temas requieren un conocimiento no básico, sino avanzado, aunque he intentado incluir unas páginas de introducción para los principiantes que quieran acercarse a la reparación. Durante años he estado buscando algún libro que explicara cómo reparar cosas, pero nunca he encontrado nada que me satisficiera. No creo que lo haya escrito yo, ese libro, pero sí espero haber aportado algo.
Quien tenga una formación estrictamente electrónica, encontrará una serie de informaciones que raramente aparecen en los libros técnicos ni se enseñan en la escuela y, sobre todo, un método para hacer frente a las reparaciones. Cada reparación es un caso único y se afronta como tal. En mi opinión, el reparador es como un Montalbano de la electrónica, que recoge indicios, hace preguntas, sigue pistas y, al final, resuelve el caso. Reparar es difícil: al principio son más los daños y las derrotas que los casos resueltos. Se requieren paciencia y determinación, cualidades que un libro, desafortunadamente, no puede enseñar.
El primer capítulo es introductorio y trata de afrontar las reparaciones desde un punto de vista más «filosófico» y conceptual que práctico. El segundo capítulo afronta la parte electrónica presente en cualquier dispositivo moderno. Es un capítulo introductorio, pero visto desde la óptica de la reparación: trata los componentes fundamentales y cómo podrían dañarse. En el tercer capítulo muestro los instrumentos necesarios para realizar reparaciones electrónicas y cómo utilizarlos para comprobar los fallos. El cuarto capítulo explica cómo utilizar estos instrumentos para reparaciones electrónicas, es decir, cómo soldar, desoldar y extraer componentes; además, muestra el proceso de una reparación. El quinto capítulo presenta conceptos teóricos de mecánica, útiles para comprender el funcionamiento de cualquier mecanismo, y, por último, el sexto explica cómo utilizar una impresora 3D para efectuar reparaciones de forma rápida y eficiente.
El autor
Este libro nace de una pasión profunda y duradera que me acompaña desde que era niño. A los diez años pasaba muchas horas en el «taller». En cuanto llegaba de la escuela bajaba al estudio de mi padre, expropiado y transformado en mi taller, y el soldador ya no se apagaba hasta la noche. El escritorio era una tabla de madera que casi nunca ordenaba: estaba literalmente cubierto de libros, revistas y componentes y yo trabajaba en un espacio reducido en el centro, que parecía un pequeño cráter. Una lámpara telescópica iluminaba aquel pequeño anfiteatro artificial. No tenía muchos instrumentos más que el soldador, un pequeño multímetro digital y un tester analógico. Me había construido un alimentador regulable y un generador de señales, pero que solo producía ondas cuadradas.
Pasaba los días experimentando. Recuperaba componentes de televisores viejos y chatarra electrónica e intentaba utilizar las piezas para construir otros circuitos. Deseaba mucho tener un osciloscopio y me habría gustado fabricarme uno digital, porque para mí era más fácil de diseñar. En una de las revistas electrónicas que compraba cada mes apareció publicado el proyecto de un osciloscopio muy básico, que en lugar de la pantalla tenía una matriz de LED, pero que para mí era suficiente. No tenía grandes pretensiones. Una de mis cruces era construir una radio UHF/VHF para escuchar a los aviones. Probé decenas y decenas de circuitos distintos, cambiando las bobinas o algún condensador, sin saber en realidad si funcionarían o no. A veces se oían susurros por los auriculares, otras parecía que se oyeran sonidos, voces perdidas entre el ruido: aquellos eran momentos inolvidables. Sin embargo, después todo desaparecía y regresaban los susurros o, peor aún, el silencio absoluto. No es fácil trabajar sin instrumentos.
Un día vino a mi laboratorio mi tío Andrea con una bolsa de plástico llena de placas electrónicas. Trabajaba en Mapei, una empresa especializada en la producción de colas y adhesivos para azulejos y construcción. Unos años atrás, la empresa había regalado a algunos clientes medidores de humedad que se colocan en el suelo antes de poner los azulejos. Creo que aquellos instrumentos servían para identificar el momento óptimo para la colocación. Mi tío conocía mi pasión y me preguntó si podía repararlos. Acepté de inmediato y me puse manos a la obra.
Creo que tenía trece o catorce años y ese fue mi primer trabajo. No fue fácil repararlos, pero los arreglé casi todos y me gané una pequeña propina, que gasté rápidamente en componentes electrónicos para algún circuito nuevo. Así empezó mi carrera de reparador electrónico.
Después, empecé a estudiar topografía porque decían que el instituto técnico más próximo a la ciudad donde yo vivía no tenía opiniones muy buenas y, por tanto, abandoné «oficialmente» la electrónica para dedicarme a casas y proyectos. Pero este paréntesis no me hizo olvidar mi pasión y, en cuanto me diplomé, me inscribí a ingeniería de telecomunicaciones en el Politécnico de Milán. Siempre elegí las materias por las que sentía curiosidad e interés, a veces incluso arrepintiéndome un poco. ¡Recuerdo una clase del quinto año en la que solo éramos cinco! Era dura pero muy interesante: «Algoritmos y circuitos para telecomunicaciones».
En cuanto me gradué, me desvié de mi camino por enésima vez. Como sabía programar empecé a trabajar como programador, después como analista y más tarde como project manager en distintas empresas. Mi último trabajo como empleado fue en una empresa de transporte ferroviario. Durante aquellos años no lo pasé nada bien porque parecía que los jefes de la empresa, en lugar de favorecer las capacidades personales y a las personas ingeniosas y motivadas, disfrutaran pisoteándolas. Los últimos meses fueron los más duros y tristes.
Finalmente, dejé mi puesto de trabajo y volví, tras varias aventuras, a seguir el camino que había empezado a los trece años. He seguido mi pasión por vías complicadas y difíciles y, al final, esta ha sido la que me ha proporcionado mayores satisfacciones. A menudo no nos damos cuenta de que tenemos en nuestras manos las cosas más preciadas y las descuidamos o, peor aún, las descartamos. He cometido muchos errores en todos estos años pero también creo que he aprendido muchas cosas, la más importante de las cuales es, sin duda, la de detenerse y escuchar las propias pasiones. Ellas sabrán dónde llevarnos, aunque se necesiten mucha paciencia y determinación. Durante estos años he desarrollado muchas actividades y tecnologías relacionadas con el mundo de los makers. He experimentado con startups y empresas, transformándolas en varias ocasiones, buscando un negocio que funcionara. En 2011, fundé la Frankenstein Garage y, más tarde, el FabLab Milano, unas de las primeras startups que se ocupó de nuevo de hardware en lugar de software y apps. Después abrí Fabb srl, dedicada sin demasiado éxito a la impresión 3D, hologramas y diseño de IoT (Internet of Things, Internet de las cosas). Hace unos meses, puse en marcha Reelco (www.reelco.it), REborn ELectronic Company, que lleva a cabo reparaciones electrónicas industriales. Cada día es un nuevo reto y trabajamos con objetos de cualquier tipo, que casi siempre reparamos con enorme satisfacción. En poco tiempo, he dejado mi ático para alquilar un pequeño taller con la ayuda de otros cinco compañeros de viaje y colaboradores. Parece ser que se trata de un negocio acertado y que, finalmente, las cosas empiezan a moverse.
He escrito algún libro, como el Manuale del Maker, algunos textos sobre la impresión 3D y otros libros que podéis encontrar en esta misma colección (Manual de Arduino y Electrónica para Makers). Podéis poneros en contacto conmigo a través de mi sitio web www.zeppelinmaker.it o por correo electrónico a la siguiente dirección: paolo@zeppelinmaker.it.
Advertencias
La corriente eléctrica puede ser muy peligrosa: es invisible y, si no se es consciente o se está seguro de lo que se está haciendo, se pueden sufrir accidentes graves o mortales. No utilicéis nunca en vuestros experimentos una tensión de red de 220 voltios. Utilizad solo pilas o baterías, prestando igualmente la máxima atención.
En este libro se describen actividades que requieren el uso de sustancias químicas que pueden ser peligrosas si se utilizan de forma inadecuada. Seguid siempre las indicaciones señaladas en las instrucciones y usad guantes, gafas y todas las protecciones necesarias.
Si no estáis seguros u os surgen dudas, preguntad a un experto, un amigo o un profesional... En Internet existen muchos sitios y grupos (también en Facebook), aunque no siempre es fácil saber si una persona es o no realmente experta en lo que escribe. Ni el editor ni yo podemos hacernos responsables de los resultados obtenidos en los experimentos descritos en este libro. No podemos dar cuenta de incidentes o daños sufridos en cosas, personas y animales que podrían ocurrir durante la realización de estos experimentos. Trabajad siempre con la máxima atención e intentad prever las consecuencias de lo que estáis haciendo.
1
Reparar (casi) cualquier cosa
¿Qué es la reparación? ¿Todavía tiene sentido reparar objetos? En este capítulo quiero explicar por qué reparar es una actividad que aún puede tener sentido y es importante. Tendréis que aprender distintas técnicas y tener mucha paciencia porque no es sencillo, más bien sería como el trabajo de un investigador de policía. Las nuevas tecnologías os pueden ayudar a crear fácilmente piezas de recambio.
«Ese genio de mi amigo, él sabría lo que hacer, él sabría lo que ajustar, con la herramienta a mano hace milagros».
Lucio Battisti – Sí, viajando
Cuando acababa de cumplir los veinte, tuve la suerte de sacarme el carné de moto. Mis padres, tal vez un poco exasperados por la gran cantidad de folletos y revistas de motos que dejaba en cualquier rincón de casa, me pagaron una parte. Aunque en mi familia no faltaban comodidades, siempre me enseñaron el valor del dinero y del trabajo. Por eso, no quería «aprovecharme» demasiado de la generosidad de mi familia e intenté arreglármelas ahorrando tanto cuanto pude: me presenté al examen sin ir a clase. Estudié mucho e hice el examen en el periodo de introducción del permiso de conducir europeo. Me encontré en una gran sala de las autoridades de tráfico de Milán, donde tuve que esperar durante horas. Mientras esperaba a que me llamaran, me enteré de que el examen para el que yo me había preparado no era escrito, sino oral: ¡un auténtico shock! Inmediatamente me puse a repasar la teoría y, finalmente, pasé tanto la prueba oral como la escrita y obtuve el carné A. Para pasar el examen práctico, me prestó la moto un primo lejano. Era una Moto Guzzi V35 II roja. Después me compré una Guzzi V35C azul: la moto más barata de aquellos tiempos. Tenía unos 50.000 kilómetros y había sido matriculada en los años 80. El chasis, de hierro, era muy pesado y robusto. Me costó un poco más de un millón de liras (unos 500 actuales).
La moto siempre llevaba algún que otro «parche» y, pensando en mis ahorros y en mi autonomía, aprendí yo solo a hacer un poco de mantenimiento. En ocasiones, las intervenciones eran «extraordinarias» y en otras, había que realizar reparaciones bastante atrevidas e improvisadamente mecánicas. Me inspiraba en libros como el de Pirsig, que de técnico tenía más bien poco, aunque quedaba ampliamente compensado por el espíritu filosófico necesario para afrontar estas reparaciones. Por aquel entonces todavía no había Internet tal como lo conocemos ahora: no había vídeos de YouTube que te explicaran con todo detalle cómo cambiar filtros y pastillas de freno. Erais tú, la moto y la llave inglesa. Una vez, cuando volvía de una reunión de motos, pasé por un bache y se rompió una pieza del chasis que sostenía el sillín y el guardabarros. Era evidente que la Guzzi necesitaba ser reparada: los paneles laterales se salían fácilmente porque estaban colocados a presión. El depósito se abría con una goma y, una vez cerradas las válvulas y desconectados los tubos del carburante, era completamente accesible. El motor simple y lineal invitaba a ser explorado. En aquella ocasión, quité el asiento y busqué un sistema para fijar el chasis roto. Conseguí una barra de hierro lisa que entrara fácilmente dentro de los tubos y, una vez colocada, procedí a la soldadura de las partes metálicas. El chasis que sostenía el motor V35 ya era de hierro. Una operación «de carnicero», si queréis, pero hecha con total autonomía y gran satisfacción.
En el garaje de mi casa de Ceriano Laghetto pasaba mucho tiempo reparando la Guzzi, pero también bicicletas y todo cuanto se me rompía. En mi familia siempre ha existido la «cultura del reparar», una actividad antes normal y cotidiana. Mis abuelos, que vivieron durante la guerra, estaban acostumbrados a cambiar y reparar las herramientas agrícolas para su trabajo. De pequeño, yo les seguía y les observaba con interés mientras llevaban a cabo sus tareas y, a menudo, reparaban cosas. Antes, las reparaciones de las herramientas era más fácil porque las cosas se fabricaban de una forma más simple y sin tanta malicia. A veces, algunas herramientas se vendían a piezas: en el consorcio agrario comprabas un mango de madera (o te hacías con una rama grande y robusta), la lama de una pala, unos clavos para fijarla y procedías al montaje. Una vez construida la herramienta, en caso de rotura, ya sabías cómo repararla. Por ejemplo, de vez en cuando era necesario añadir algún clavo para que la pala quedara bien fijada. Estas intervenciones no siempre daban como resultado objetos «bonitos», pero sin duda sí funcionales. Había personas con una atención y una capacidad especiales para crear herramientas y modificarlas.
Todo cuanto fue diseñado y fabricado antes de los años 80 es bastante «accesible», en el sentido de que dispone de tornillos «visibles» que permiten una apertura fácil del objeto. La introducción del plástico limitó mucho las posibilidades de intervención y de reparación de los objetos. Aunque sea un material que puede asumir cualquier forma y sea omnipresente, no es resistente como una pieza de metal o de aluminio. Por otro lado, la fabricación en masa no puede permitirse utilizar materiales tan preciados como el metal. El plástico es muy cómodo, rápido y económico. Los plásticos más utilizados son los termoplásticos: polímeros que pueden ser «deformados» con el calor. El proceso de deformación es reversible, pero sin los instrumentos y los trucos adecuados es difícil intervenir sobre estos objetos para repararlos. No sé cuántas veces he intentado pegar objetos de plástico con supercolas esperando resolver un problema. Mi fe en este tipo de pegado desapareció hace tiempo. Los primeros objetos creados con plástico tenían tornillos. Los tornillos valen dinero y, por tanto, para ahorrar y hacer los objetos aún más bonitos y perfectos, se eliminan a favor de encajes pensados para que no se abran nunca, sobre todo porque no habría ninguna razón para hacerlo. ¿Para qué querríamos desmontar un objeto que no funciona?
Los objetos modernos no contemplan la posibilidad de ser abiertos, inspeccionados y, aún menos, reparados. Observad vuestro nuevo smartphone: una pastilla de jabón negra y brillante con ranuras muy pequeñas, casi invisibles. El cristal de la pantalla forma un todo con el resto del objeto. La batería es interna y no se puede extraer. ¿Para qué querrías abrirlo? Pues porque, por ejemplo, durante su fabricación el cable del altavoz ha quedado «pillado» y, tras unos meses de funcionamiento, el teléfono se ha quedado inexplicablemente mudo. Esto me ha pasado de verdad y confieso que perdí una semana entera pensando que la causa podían ser el software o los posibles efectos de alguna actualización del sistema. Solo cuando el teléfono se declaró inservible tuve el valor de abrirlo. Una operación que debe llevarse a cabo con extremo cuidado, vista la delicadeza y complejidad del dispositivo. Levantando un poco el circuito impreso se notaba que uno de los cables del altavoz se movía libremente... Y ahí estaba el problema. La imposibilidad de sustituir las baterías también es desconcertante. Hasta hace pocos años, los ordenadores y los teléfonos contaban con una batería extraíble. Las baterías no duran mucho y, después de unos cientos de ciclos de recarga, se acaban gastando. Mientras que antes el dueño del objeto podía cambiar la batería por una nueva de una manera muy sencilla, hoy en día esta operación está altamente desaconsejada a favor de la sustitución del dispositivo por uno nuevo o de una intervención por parte de la asistencia técnica que nos hará pagar generosamente por llevar a cabo una operación que, hasta hace poco, todos éramos capaces de realizar.
He llegado a entender en parte la necesidad de crear objetos perfectos e inaccesibles leyendo la biografía de Steve Jobs, que no quería que los clientes abrieran sus productos o traficaran con ellos. Su primer ordenador vio la luz en un periodo muy concreto en el cual la electrónica era muy popular, la gente quedaba para hablar de sus proyectos y para explicarlos y compartirlos con otras personas, un poco como sucede actualmente con la impresión 3D. El Apple II vio la luz en este entorno y estaba rodeado de gente que sentía curiosidad por sus circuitos y deseaba manipularlos para conectarles periféricos hechos en casa. Para Steve esto era inacceptable y consiguió que el primer «Apple» comercial fuera inaccesible, se utilizaron para ello pocos tornillos con cabezas especiales y muy escondidos. Era normal que los ordenadores de aquella época tuvieran un puerto de expansión al cual conectar periféricos de distintos tipos, incluso fabricados por uno mismo, cosa que faltaba en el ordenador de Jobs, y él era plenamente consciente de ello. Jobs sabía que podía hacer un producto de óptima calidad y no quería que nadie lo manipulara. Esta posición tiene su lógica, porque así todo está bajo control. Un sistema cerrado tiene un hardware bien definido y estable, igual que el software que en él se ejecuta. Un sistema de este tipo es más controlable y, por tanto, debería funcionar mejor. De hecho, los ordenadores que fabrica Apple son ordenadores de óptima calidad. El enfoque adoptado por Microsoft e IBM se encuentra completamente en las antípodas del de Apple; ambas empresas se aliaron para crear un hardware modular y de bajo coste sobre el cual pudiera ejecutarse el sistema operativo Windows, adaptable a las distintas situaciones. Esto permitió una rápida y masiva difusión de los ordenadores de escritorio y que naciera el amor/odio por Windows, sistema operativo omnipresente que debe rendir cuentas ante miles de situaciones distintas.
Los productos de Apple fueron muy innovadores y de referencia en todo el mercado. Por esta razón, algunas decisiones tecnológicas y de diseño presentadas por Apple han sido inmediatamente adoptadas por muchos otros fabricantes. Otro ejemplo de innovación que ha marcado este paso ha sido el uso de fuentes de alimentación conmutadas, que ya existían hacía tiempo, pero introducidas por primera vez de forma masiva en un ordenador personal, a voluntad de Steve Jobs, porque el ordenador no podía distraer al usuario con el ruido del ventilador y lo único que podía funcionar sin un sistema de refrigeración era una fuente de alimentación conmutada.
Para empeorar la reparabilidad de las cosas, han surgido otras prácticas poco correctas, como insertar chips dentro de los recambios, una cosa bastante extendida en el ámbito automovilístico y en algunas maquinarias industriales, entre las cuales, las impresoras 3D. Los consumibles tienen pequeños circuitos integrados que llevan la cuenta de las horas de uso y, una vez alcanzado el límite, o bien terminado el cartucho, requieren su sustitución, que debe realizarse con cartuchos y recambios compatibles y oficiales. No es posible recargar o regenerar estas piezas. La presencia del chip está justificada porque así se tiene un mayor control de lo que ocurre. El estado de desgaste de las piezas lo lee un controlador central y, así, no hay peligro de quedarse «averiado». Incluso el Parlamento Europeo ha percibido estas prácticas al límite de la legalidad y hace unos años aprobó una ley, en el ámbito automovilístico, para limitar el uso de recambios «exclusivos» y garantizar la reparabilidad de los vehículos de motor en cualquier taller mecánico, y no solo en aquellos pertenecientes al fabricante.