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Mayté Ciriaco

Periodista, cofundadora de Salud con lupa y reportera en la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio. Es egresada de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Trabajó en el sitio de investigación Ojo Público y en la organización SembraMedia. Asimismo, participó en las investigaciones internacionales “Paradise Papers: Secrets of the Global Elite” e “Implant Files”, coordinadas por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). En 2018, ganó el Premio Gabo a la mejor cobertura por el especial “Venezuela a la fuga”. Fue becaria del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ), de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y del Gobierno de India para cubrir el Foro de Salud de Madres y Niños realizado en este país.

ORCID: 0000-0001-6045-7705


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© Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
Autora:Mayté Ciriaco Ruiz
Edición:Luisa Fernanda Arris
Corrección de estilo:Claudia Prieto Requejo
Diseño de cubierta y diagramación:Dickson Cruz Yactayo
Editado por:Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú)Teléfono: 313-3333www.upc.edu.pePrimera edición: agosto de 2021Versión e-book: agosto de 2021
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)BibliotecaMayté Ciriaco RuizNiñas sin infancia. La normalización del abuso en la selva peruanaLima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2021ISBN de la versión epub PDF: 978-612-318-350-9ABUSO DE MENORES, DELITOS SEXUALES, VIOLACIÓN, VIOLENCIA FAMILIAR, NIÑAS, ADOLESCENTES, PERÚ362.760985 CIR
DOI: http://dx.doi.org/10.19083/978-612-318-350-9Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2021-09063Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.El contenido de este libro es responsabilidad de la autora y no refleja necesariamente la opinión de los editores.

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A mi familia, cada uno de ustedes escribió estas líneas conmigo.

A mi tío Pepe, cuya voz inspira mis pasos en este camino.

A mis abuelos Juana y Héctor, las dos personas que más admiro.

Prólogos.

Criar como jugando

Mi familia es un matriarcado. De generación en generación, las mujeres nos hemos atrevido a forjar nuestros propios destinos. Las que quisieron ser madres lo han sido; y las que no, viven felices sin el estigma del qué dirán. Mayté, a quien conozco desde siempre, conforma este gremio donde los nombres femeninos no se asocian necesariamente a la reproducción, a la cocina ni a servir la mesa, ni siquiera para jugar. Mujeres que, como otros clanes, tomaron sus propias decisiones cuando así lo desearon. Pertenece al grupo de las muchachas que conduce el timón de su vida y, si se equivoca, frena su coche, mete reversa y cambia de dirección. Con miedo, incertidumbre o pura frescura, construyen su futuro. Son libres para hacerlo. Les pidieron permiso a sus voluntades, a sus conciencias y escucharon con atención los consejos de quienes se acercaron a ellas con amor para ayudarlas a encontrar su camino.

Puedo afirmar que pertenecemos a un clan privilegiado. Las historias de nuestras vidas pueden no tejerse del modo en que soñamos, pero finalmente conseguimos arroparnos con lo que hemos construido con puro esfuerzo y decisión.

A los 13 años, tanto en mi generación como en la de Mayté, nuestros conflictos eran las tareas del colegio, los exámenes sorpresa, el trabajo en grupo, un problema económico familiar y, en algunos casos, la enfermedad de un pariente que nos arrastraba hacia una pena profunda que se disipaba con el canto alegre de otras amigas, quienes llegaban a iluminar nuestras tinieblas. A los 13 años, ninguna de nosotras, ni por asomo, pensaba en embarazarse, criar a un hijo, casarse con su violador o que sus padres la vendan a quien le hizo daño. Esto solo podía ocurrir en las películas de terror, en guiones dignos de un Óscar o en un thriller, de esos que te impiden dormir por varias noches. A los 13 años, ninguna de estas ideas se hubiese asomado ni en el más oscuro de nuestros pensamientos.

Sin embargo, en el Perú, esa espada sobre la cabeza, esa volcadura por la pendiente más alta del mundo recae de generación en generación en otras niñas de 13 años. Escondidas en hermosos parajes selváticos, estas criaturas duermen temblando de miedo en la ribera del río más grande del planeta porque nadie ha querido ver que detrás de esta belleza se puede esconder un infierno verde, donde no solo se mueren los peces, sino que las plantas gritan auxilio y los animales se extinguen. En este mismo lugar, las niñas no pueden hablar ni gritar que les robaron su infancia, les atravesaron la inocencia, las entregaron, las dañaron: destrozaron su alma. Ese titular no existe.

La diferencia de nacer en Lima o en Indiana, Mazán o cualquier otra comunidad nativa de este país no solo se relaciona con la distancia, o con la falta de servicios u oportunidades. Se asocia con algo más terrible. Es como abrir la puerta a un infierno para el cual no estás preparada, donde, así seas una criatura, cada paso que das debe ser en silencio y con cuidado de no ser vista. Si te descubren, una mano te tomará del cuello, te llevará a empellones a un sitio que no querrás recordar, te quitará la ropa y te violará, y no importa que tengas 13 años.

Por ello, es tan importante la lectura de esta publicación, en la cual Mayté encarna el grito desgarrador de las niñas de estas comunidades de Loreto. Transforma en letras el llanto, traduce en cifras el dolor, revela en blanco y negro las leyes que protegen a los violadores y retrata a quienes se plantan delante de ellos para abrirles las puertas de la impunidad. Comisarios, apus y padres de familia: todos amparados en alguna sinrazón. El comisario menciona que la víctima no se mostró nerviosa al contar cómo la violaron; entonces, como ni siquiera parpadeó, es mentira. El apu, desde su trono de poder, sostiene que si el agresor pertenece a la misma etnia no debe ser denunciado porque no se puede oponer a sus propios “hermanos”. Además, si es un profesor, tampoco porque si lo expulsan de la comunidad no se sabe cuándo el Ministerio de Educación (Minedu) enviará su reemplazo. Por lo tanto, es mejor un docente violador que nada. Asimismo, para que el papeleo de la impunidad adquiera un mejor rostro, la solución es la multa: 500 soles en mano o un pequepeque nuevecito. Los padres aceptan, pues si es un profesor sueñan que se “lleve” a su hija. Así será una boca menos que alimentar. Si, por cuestiones del destino, la menor queda embarazada, la negociación puede alcanzar un precio más alto. Ningún adulto pierde: ni el comisario ni el apu ni los padres. Las niñas son como animalitos. Sin chistar, se deben casar con el violador o ver en un pequepeque el precio de su dolor. Nadie voltea a mirar cómo están destrozadas, que ellas permanezcan viviendo en las tinieblas de sus recuerdos, donde nadie quiere entrar a rescatarlas.

¿Cuán apartados estamos de esa realidad? De Lima a Iquitos, a una hora y 52 minutos en avión. Luego, 40 minutos por río hasta Indiana y, de esta localidad a Mazán, 15 minutos en mototaxi. Esta es la distancia que nos separa del infierno descrito con brillantez y precisión por Mayté Ciriaco Ruiz, una periodista que describe con el nervio expuesto la situación que padecen cientos de niñas pertenecientes a las comunidades de la selva peruana. Leer este libro indigna, impacta, enoja y golpea. Después, no se puede seguir viviendo como si esto no existiese, como si no nos hubiéramos enterado de que esta desgracia estalla frente a nuestras narices. En un lugar próximo, las niñas de 13 años son obligadas a entrar, a empujones y sin piedad, en un juego tenebroso. Encontremos en este libro la gran oportunidad de cambiar las reglas por el bien de ellas y de todas, por un país donde las niñas nunca más deban criar a sus hijos como jugando.

Elsa Úrsula Picón

Periodista de investigación y comunicadora

para el desarrollo en Unicef Perú

El viaje de Mayté

En Iquitos, el bullicio de las motos ensordece casi todo. Como si el tumulto del progreso, del negocio y de los vendedores apagara la voz de las personas. En este lugar, el ruido moral cubre los gritos de las víctimas, reduce los reclamos, los desaparece e invisibiliza. Esta es la normalidad. En la selva peruana hay niñas que, cuando escuchan el timbre del recreo, salen de sus salones para amamantar a sus hijos recién nacidos. Esta imagen es tan cotidiana como la del mototaxista que reconoce que eres turista y te ofrece sexo barato e ilegal con una menor de edad. Estos relatos aparecen en el presente libro, pero antes es necesario conocer la historia detrás de la historia.

En algunas circunstancias, tu profesión te permite ser testigo de hechos extraordinarios. Desde el periodismo es posible estar muy cerca, en el mismo lugar, de momentos que cambian a un país o que lo marcan para siempre. Desde la docencia sucede algo similar. A veces, un profesor de Periodismo puede visualizar el futuro de sus alumnos, por supuesto, condicionado por diversos factores. En ocasiones, es solo una intuición o corazonada. Sin embargo, en otros casos, hay claridad, como si supiéramos que algo es inevitable. Esto me ocurrió cuando conocí a Mayté Ciriaco.

La vi por primera vez en la clase de Introducción al Periodismo, donde destacaba por sus opiniones y su madurez. Era imposible que pasara desapercibida. En este curso, en el cual aprendió a diferenciar una nota informativa de una crónica, sus intervenciones siempre eran muy precisas y, aunque en ese tiempo todavía combatía contra una timidez propia de la juventud, su voz ganaba autoridad conforme avanzaba el ciclo.

Luego de esta experiencia, no volví a verla hasta unos años después. La encontré en el curso Periodismo Literario, una de las últimas asignaturas de la carrera. La reconocí de inmediato, y comprobé lo que sucede cuando una persona esforzada, apasionada por su vocación y comprometida con la mejora continua se cruza con un programa de formación minucioso y bien estructurado. Era ella, pero algunas cosas habían cambiado. La timidez se había reducido para convertirse en una seguridad sostenida por experiencias previas. Sus ideas seguían siendo claras; sin embargo, se sumaba un mayor conocimiento, referencias y horas de vuelo.

Recuerdo cuando hace algunos años mencionó por primera vez que quería escribir este libro. Fue un sábado en la tarde durante las primeras semanas del ciclo. Acostumbrado a escuchar a los alumnos que quieren cumplir sus sueños de conocer a su futbolista favorito o a su banda de rock preferida, me interesé muchísimo cuando Mayté se refirió a las historias que ya conocía sobre la normalización del abuso sexual en la selva peruana. Su preocupación era legítima.

Desde ese día, he observado la entrega de Mayté por un tema que abrazó y no soltó. He notado su pasión por contar bien una historia, así como visibilizar una realidad tan poco discutida a nivel nacional. He advertido, también, sus momentos de duda, obstáculos que debió superar y circunstancias en las que necesitaba tomar distancia del tema. El viaje de Mayté con este libro es el de alguien que se atreve a conocer de cerca un mundo oscuro, impune, injusto; y que desciende a las profundidades de un abismo, sobrevive y regresa para contar lo que vio, escuchó y sintió.

Mayté es una expedicionaria universal, una narradora submarina que se sumerge hasta donde sus pulmones se lo permiten.

Sobre este libro es necesario mencionar algunos aspectos importantes. Primero, si bien el tema puede haber sido tratado en otros formatos y publicaciones que privilegian las estadísticas patrocinadas por las ONG o entidades del Estado, esta es una obra que cuenta la historia desde adentro. La periodista recorrió pueblos, conversó con víctimas, surcó ríos buscando testimonios y atravesó la selva peruana con el afán de conseguir la fuente más valiosa, además de tener mucha paciencia para lograr las declaraciones oficiales.

Esta publicación es, en cierto sentido, una mecha que enciende el rastro de pólvora. Es el fósforo que debería desencadenar una gran explosión de conciencia y claridad sobre lo que ocurre con las niñas en la selva peruana, quienes frecuentemente son entregadas a su violador para que no sean una carga económica para la familia.

Esta obra debería dolernos a todos; conmovernos; y provocarnos un vacío en el estómago, frío en nuestras manos y calor en el corazón. No hay manera de que la estética de la prosa nos distraiga ni que, al terminar de leer, no sintamos el pecho ardiendo. La autora nos revela nuestras propias cicatrices, heridas abiertas, moretones incurables, vientres abusados, e hijas y hermanas sometidas.

La escritora narra las tinieblas y el horror con la inteligencia, calidez y autoridad de quien ha recorrido las mismas sendas que las víctimas y los victimarios, ha estado en el lugar de los hechos y ha conversado presencialmente con los protagonistas.

El trabajo de Mayté ha sido impecable y, fruto de ello, es este libro: el primero de muchos. Una obra que honra al buen periodismo, a los buenos investigadores, y a todo aquel que busca la verdad y no renuncia ante los obstáculos. Ante ustedes, se abren estas páginas que, estoy seguro, no olvidarán.

Daniel Goya Callirgos

Periodista, escritor y docente universitario

Introducción

“Ana”, una adolescente de metro y medio, cabello negro, ojos marrones oscuros, voz temblorosa y mirada dulce, solo quería ir al colegio para continuar sus estudios de secundaria. Ni su madre ni sus tías ni sus primas los habían culminado. Por ello, sus padres no estaban muy convencidos; pero, como siempre que quiere algo, “Ana” insistió tanto que consiguió que accedieran. Su sonrisa por ese logro no desapareció de su rostro hasta dos semanas después de iniciar las clases.

Ocurrió un viernes de 2019. “Ana” tuvo la mala fortuna de ser la última niña en bajar del pequebús, una movilidad escolar que recoge a los adolescentes del distrito de Indiana para que acudan al colegio en el centro de la ciudad, en Iquitos. Los llamados pequepeques son embarcaciones de madera similares a una canoa o un bote utilizados por los habitantes de la selva peruana para transportarse por los ríos. El pequebús fue creado en 2014 con el objetivo de que más niños asistan a clases y concluyan su educación escolar. Antes de que “Ana” pudiera llegar a tierra, el conductor abusó de ella. La adolescente prefiere no detallar cómo sucedió, aunque asegura que aún tiene pesadillas sobre ese día. “Ojalá los recuerdos se fueran. Tal vez, así podría volver a dormir en paz, descansar”, dice con la mirada baja.

Tras un mes sin asistir al colegio, “Ana” retomó sus clases. Después de todo, la adolescente afirma que se sentía “afortunada”, pues no había quedado embarazada como algunas vecinas a quienes les sucedió lo mismo. “Ana”, con 12 años, aún podía cumplir su sueño: estudiar una carrera universitaria.

El Ministerio de Salud (Minsa) menciona que cada día cinco niñas menores de 15 años se convierten en madres. Según los datos del Registro del Certificado de Nacido Vivo (CNV), en 2020 y en medio de la pandemia por el COVID-19, el número de partos de niñas embarazadas menores de diez años se triplicó, mientras que los de niñas entre 11 y 14 años sumaron 1155.

En 2017, las cifras del Observatorio de Seguridad Ciudadana de la Organización de Estados Americanos (OEA) revelaron que el Perú es el segundo país con mayor violencia sexual en América del Sur. Así, solo durante el primer periodo de confinamiento, debido a la pandemia, se denunciaron 7138 casos de este tipo. El 78% de las víctimas era menor de edad.

En las cárceles peruanas, el número de internos por casos de abuso sexual también ha aumentado. En 2018, los ingresados por abuso sexual a menores de edad ocupaban el segundo lugar (8121), solo después de aquellos recluidos por robo agravado. En enero de 2019, esta cifra subió a 8878; en enero de 2020, a 9511; y, en enero de 2021, a 9674. Este fue el único delito que se incrementó en la población penal entre enero de 2020 y enero de 2021. De esta manera, la pandemia acrecentó los números comprobando que los agresores se encuentran en casa. Según las cifras de la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), en 2021, el 80,8% de los agresores sexuales forma parte del entorno de la víctima. ¿Cómo denunciar a tu padre, abuelo, tío, primo o maestro? A mediados de 2020, el Minedu destituyó a 1103 docentes y trabajadores administrativos sentenciados por este crimen.

Pese a que las cifras en el país son alarmantes, estas no representan la totalidad de los casos de violación y abuso sexual si se considera que solo el 5% de las agraviadas denuncia, según reporta la Organización Mundial de la Salud (OMS). En el Perú, es complicado para la víctima acusar a su agresor, ya que generalmente es alguien de su entorno. Asimismo, lo más probable es que su demanda se pierda (solo 1 de cada 25 recibe condena), y existe un miedo muy fuerte a la revictimización y al juzgamiento social.

María Ysabel Cedano, directora del Estudio para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Demus), ha explicado en repetidas oportunidades que “existe un tema de carácter sociocultural e impunidad en el acceso a la justicia”. Las víctimas son denigradas cuando se atreven a denunciar con frases como “con qué ropa vestía”, “por qué caminaba sola por ese lugar” o “qué hizo usted para que su agresor reaccionara así”. Estas preguntas las revictimizan, sobre todo, en las comisarías del país; mientras que la actitud con el acusado es más comprensiva y siempre hay una excusa: “Estaba borracho”, “estaba drogado” o “tiene un problema de salud mental”.

La situación se complica para las niñas, adolescentes y mujeres de Iquitos y Amazonas. ¿Qué sucede cuando tu población, comunidad o familia ha normalizado el delito, y prioriza otros problemas como la escasez de maestros o dirigentes por encima de tus derechos y dignidad?

Distintos lugares de la selva peruana grafican la respuesta a un cuestionamiento que parece increíble. Indiana, Mazán, Puinahua (Loreto) y Nieva (Amazonas) son cuatro distritos donde denunciar por una violación sexual es una traición a la familia, una ofensa al vecino, un peligro de quedarse sin dirigentes y maestros, y un prevalente temor de las adolescentes a convertirse en la próxima víctima que truncará sus sueños no por el abuso —que han normalizado y lo perciben como un hecho que podría sucederles—, sino por quedar embarazadas como consecuencia de ese crimen.

Los estudios antropológicos realizados en estas zonas revelan que el abuso sexual conforma una cadena de hechos en la cual el victimario tantea hasta dónde puede llegar con la víctima. El 83% de los abusadores se encuentra en casa e inicia la prueba con alguna palabra que usualmente no obtiene una respuesta que lo detenga. Luego, seguirá en ascenso y realizará un tocamiento o una propuesta indebidos que tampoco serán frenados. Entonces, terminará en una primera violación que, según el informe Controles domésticos para la prevención de violaciones a mujeres adolescentes (2016), en el 97% de los casos, no será denunciada. La familia de “Ana” no quiso delatar a su agresor a pesar de que lo conocía y la adolescente volvió a subir a un pequebús para ir al colegio, rogando que el conductor no fuera su atacante.

Si ya era complicado vivir en un país donde la justicia favorece al agresor, quien siempre tiene una excusa o motivo para su crimen, y denigra a la víctima con la intención de culparla de lo que le sucedió, es mucho más difícil para estas niñas, adolescentes y jóvenes luchar contra la ideología de una comunidad que cree que posee un sistema de justicia, que el delito no es tan grave, que se puede superar; o cambiar la perspectiva de una víctima resignada a un destino que sabe que no puede controlar.

Lima, mayo de 2021

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Estos son los espacios donde transcurreNiñas sin infancia. La normalización del abuso en la selva peruana:
https://editorial.upc.edu.pe/recurso-ninas-sin-infancia/

Capítulo 1.

Mazán: el pueblo de las niñas

que tienen niños

“Bris” se asoma a la ventana, observa con atención y huye.

—¿Sabes lo que ha pasado con “Bris”? —pregunta seriamente Nancy Guerrero, jefa de la Defensoría Municipal del Niño y del Adolescente (Demuna) de Mazán, a la madre de “Bris” una vez que esta la ha recibido en la sala de la pequeña casa que tiene su madre en aquel distrito de Maynas, Loreto, la región más grande del Perú.

El lugar es una pequeña pieza cuadrada y oscura en la que los rayos del sol, única forma de iluminación, atraviesan los espacios entre los tablones de madera que conforman las paredes de la casa. Una fotografía antigua de un hombre joven se eleva sobre una vieja banca, donde se han sentado las dueñas de la casa. De izquierda a derecha, se encuentran ubicadas madre, hija y abuela.

—Sí, mi madre ya me lo ha dicho —responde, en aparente tono despreocupado, esta mujer menuda y de tez morena, vestida con un polo verde de manga corta y un pantalón de algodón negro, mientras acomoda en su regazo a una niña pequeña de unos dos años que ha corrido hacia ella porque tiene hambre y quiere que la amamante.

—¿Qué piensas? —pregunta Guerrero, quien, después de días de intentar contactarla, al fin puede conversar con ella.

—Yo le dije tantas veces que algo podía pasarle, que tuviera cuidado y dejara de escaparse —contesta enojada.

—Pero ¿por qué se escapaba, pues? —inquiere Guerrero.

—No sé. Todo es su culpa.

La madre de “Bris” baja la mirada. Su visión se detiene en su pequeña hija, a quien da de lactar sobre su regazo. Esta empieza a berrear sin motivo aparente. La mujer sonríe, reniega y llora. Al otro extremo de la banca, su madre también derrama lágrimas silenciosamente. Todos lloran, menos “Bris”.

***

“Fue mi ñaña”, dice “Bris” mientras juega con el vestido blanco de su hermanita. Lo acaricia con suavidad entre sus pequeñas manos. Las uñas de sus dedos han sido mordidas hasta desaparecer. La niña eleva el vestidito y sonríe al mirarlo. De repente, su expresión cambia. “Yo lloraba”, dice con el ceño fruncido. “Le pedía a mi ñaña —como llama a su hermana mayor— que me dejara dormir, que me dijera dónde podía descansar, pero ella me repetía que debía ir a acostarme con mi ‘marido’”.

La pequeña de 13 años, tez morena, cabello lacio oscuro, ojos achinados de color marrón, con la figura y el tamaño de una niña de apenas ocho años, que recién parece iniciar su etapa de desarrollo, presiona con fuerza las cintas que rodean el vestidito. Minutos después, se relaja e intenta formar un nudo con ellas. “Soy menor de edad”, repite una y otra vez ajustando el nudo hasta que a simple vista se vuelve imposible de desatar. “¡Soy menor de edad! ¿Cómo puedo tener marido?”, suspira al tiempo que termina su relato bajo la mirada atenta de su madre y su abuela.

***

Sin entrada propia, Mazán es uno de los 11 distritos de la provincia de Maynas, Loreto. Para llegar a este pueblo, tres veces más grande que la ciudad de Lima, es necesario navegar en lancha durante 40 minutos por el río Napo hasta arribar a su vecino distrito, Indiana. Una vez en tierra, decenas de jóvenes —que manejan motocarro (mototaxi)— se ofrecen a transportar a los pasajeros a Mazán en un viaje de diez minutos, que cuesta ocho soles, hacia un lugar donde el 79,9% de las mujeres afirma haber sufrido de violencia sexual en alguna etapa de su vida y una de cada tres tuvo un hijo durante la adolescencia producto de una violación.

A estas conclusiones llegaron los investigadores del Laboratorio de Criminología de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), quienes, tras un año de trabajo en el distrito, publicaron el Estudio de estimación del impacto y prevalencia de la violencia sexual contra mujeres adolescentes en un distrito de la Amazonía peruana (2013).

En una oficina del tercer piso del pabellón de Ciencias Sociales de la PUCP, uno de los autores de esta publicación narró cómo eligieron a Mazán, un distrito de niños en el que es inusual ver adultos caminando por las calles, para realizar una investigación sobre el embarazo adolescente. Los argumentos para seleccionar esta zona no se relacionan con su alta tasa de embarazo adolescente ni con alguna característica particular, sino con el tamaño del poblado y la cantidad de habitantes, lo cual se adecuaba más al presupuesto del que disponían. En este contexto, los resultados del estudio se tornan más potentes; pues, a pesar de que Mazán fue escogido al azar, es un punto focal de violencia contra la mujer. Así, se concluyó que el embarazo adolescente del lugar está bastante ligado a la violencia sexual, lo cual presenta un numeroso y preocupante subregistro.

Si bien los ministerios y autoridades han señalado que el problema del embarazo adolescente en la selva peruana se relacionaba con la precocidad sexual en la Amazonía y el desconocimiento de los métodos anticonceptivos, esta solo era una mirada incompleta de la realidad.

En 2013, Sofía Vizcarra, Nicolás Zevallos y Jaris Mujica realizaron la investigación en este distrito de paso atestado de casitas de madera rodeadas de grandes zonas verdes, donde decenas de niños corren, saltan y juegan sin control. La mayoría de las personas de la zona es comerciante o maderero.

El estudio demostró que los informes oficiales realizados por los ministerios habían soslayado un factor determinante para explicar las alarmantes cifras del embarazo adolescente: el abuso sexual. “El problema está en que este delito no se denuncia”, señalaron a través de correos Mujica y Vizcarra. Se ha convertido en parte de una sombría normalidad, donde no hay presencia del Estado y a este no parece importarle.

—¿Por qué realizar una investigación sobre el embarazo adolescente?

—Hay una alta tasa de embarazo adolescente en la selva, sobre todo, en Loreto, del 30%, el doble de la cifra oficial peruana, que es del 15%. Nosotros teníamos la hipótesis de que los factores con los que las autoridades explicaban esta situación no eran suficientes —revelaron los investigadores.

No se equivocaron, el estudio demostró que la violencia era un factor determinante en las altas tasas de embarazo y que no se había considerado entre los causantes.

—Según los resultados del trabajo de campo, ¿cuál fue el porcentaje de embarazo adolescente que era consecuencia de violación sexual en Mazán?

—Para 2013, este porcentaje era del 56%. Es decir, en más de la mitad de los casos, las mujeres habían quedado embarazadas producto de una violación —explicaron.

—¿Qué otra revelación mostró el estudio realizado en Mazán?

—Comprobamos que, en el 90% de los casos encontrados, las violaciones se asociaban a una persona cercana del entorno de la víctima; es decir, familiares, amigos de la familia, vecinos, profesores o trabajadores de la zona: siempre era alguien que la víctima podía identificar.

Este es un patrón que se repite y no solo en Mazán. En 2018, la Adjuntía para la Niñez y la Adolescencia de la Defensoría del Pueblo reveló que, en el Perú, el 70% de los violadores vivía cerca del entorno de sus víctimas. A inicios de 2021, la cifra aumentó en un 10%.

***

En una pequeña comisaría ubicada casi al final del distrito, el entonces comisario de Mazán, Juan Collantes Ruiz, explica en un tono desesperado por qué el caso de “Bris” parece haberse estancado en las investigaciones.

“La hermana declara que la niña miente”, aseguró este hombre corpulento y colorado encargado de enviar a Loreto todas las investigaciones a las que se debería dar seguimiento. Al marcharse de la casa de la pequeña “Bris”, la única funcionaria de la Demuna del distrito, Nancy Guerrero, una mujer de 40 años que hasta hacía una década se dedicaba a impartir clases de manualidades, se ofreció a servir de guía en la búsqueda de información sobre lo sucedido con la adolescente. Confiesa que está muy interesada en el caso de la menor de 13 años vendida por su hermana y que sabe que, con la compañía de fuereños, podrá ejercer presión sobre las autoridades del lugar.

Nancy Guerrero inicia el recorrido por la comisaría. La verdadera locación está en reparaciones y, por el momento, los oficiales trabajan en un pequeño recinto de un solo piso, ubicado en una calle más arriba, donde han dispuesto tres escritorios, una radio grande que suena a todo volumen y una carceleta provisional detrás de un triplay. Los visitantes más frecuentes son mujeres y hombres que en estado de ebriedad protagonizan fuertes peleas en la vía pública.

—Aquí las mujeres y los hombres beben licor todo el día y después se golpean entre sí —dice el técnico de tercera Antonio Escaveno, un hombre alto de aspecto bonachón que cuenta sin reparos todo lo que sucede en Mazán y cómo los policías deben arreglárselas para resolver los problemas.

—Ahorita, ¿cuáles son los delitos más frecuentes del distrito?

—Créame, el gran problema es la violencia producto de la bebida —interrumpe el comisario Collantes Ruiz, quien se ha acercado rápidamente al escritorio para evitar que Escaveno continúe hablando. Ambos visten unas botas negras, un pantalón verde militar y un apretado polo plomo de la policía.

—Pensé que eran del Ministerio de la Mujer (MIMP) —comenta luego de escuchar sobre qué tema queremos conversar—. Hace meses que hemos estado llamando para que instalen un Centro de Emergencia Mujer (CEM) porque nosotros no podemos con todo —revela Collantes.

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9786123183509
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