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Antes que te cases, mira (bien) lo que haces

Primera edición en papel y ePub, mayo 2020

De la presente edición:

D.R. © Martín Casillas de Alba

ISBN 978-607-8636-64-8

ISBN ePub: 978-607-8636-80-8

Responsables en los procesos editoriales:

Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Formación de interiores: Maria L. Pons

Diseño de la portada: Francisco Ugarte y Gonzalo Lebrija

Maquetación de portada: DCG Jocelyn G. Medina

Realización ePub: javierelo

Hecho en México / Printed in Mexico

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

¿Cómo hubiera podido yo entonces, cegado,

apasionadamente enamorado de Justine,

recibir esas verdades desagradables?

¿El amor es ciego por naturaleza?

Claro, sé que yo esquivaba el pensamiento

de que Justine pudiera serme infiel

mientras la poseía –¿quién no procede así?

Lawrence Durrell.

El cuarteto de Alejandría. Balthazar.

A Gabriela Casillas Cabezut,

musa de todas estas historias.


Agradecimientos

Nada mejor para el lector que alguien haya leído el manuscrito y le haya propuesto al autor cambios, mejoras, cortes y agregados para que el libro cumpla su objetivo. Esa lectura estuvo a cargo de María Elena Barbieri, escritora, correctora y profesional del mundo editorial, quien se se metió a fondo para que hiciera aquello que me pareció tenía razón para que los lectores puedan disfrutarla a fondo.

Los conozco desde hace mucho tiempo pero, hasta hace poco, establecí contacto directo con Francisco Ugarte y Gonzalo Lebrija, dos artistas tapatíos contemporáneos de fama internacional que me ofrecieron diseñar las portadas de mis libros. Les tomé la palabra y diseñaron la portada de Catarsis para colmar las grietas del alma (BonArt, 2019) que me gustó tanto que llegue a dudar qué era mejor, si el continente o el contenido. Ahora que me han confirmado que pueden hacer el diseño de Antes que te cases, mira (bien) lo que haces (BonArt, 2020), no puedo estar más feliz y públicamente agradecido por contar, una vez más con su diseño.


Reconocer las huellas

Nada más satisfactorio para los viejos que compartir sus experiencias con los jóvenes. De eso trata este libro: de compartir con ellos lo que he descubierto en relación a esas conductas que los enamorados tratan de ocultar, para compartirlo con ustedes y que, a lo mejor, les pueda servir de algo en la vida.

En El nombre de la rosa Umberto Eco hace decir al franciscano Guillermo de Baskerville, dirigiéndose al novicio Adso de Melk que, “durante todo el viaje te he estado enseñando a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla como si fuera un gran libro”. Se trata del viaje que hicieron cuando el novicio acompañaba a Baskerville para recorrer la Abadía que estaba trepada en la montaña, al norte de Italia, como si fuera el viaje que hacemos en la vida en un solo sentido.

“Reconocer las huellas”, de eso se trata y para eso, les daré a conocer los hallazgos que he logrado tener a través de algunas historias reales o ficticias, de tal manera que a los lectores que les quede el saco se lo pongan y no caigan en los mismos errores que hemos cometido los viejos.

De algo sirve conocer algunas de estas experiencias que he tenido, por ejemplo, leyendo la obra de Juan Ruiz de Alarcón que tituló El examen de maridos, donde nos enteramos del testamento del padre de doña Inés, quien le dejó, además del marquesado y sus propiedades, un escrito que decía así: “Antes que te cases, mira lo que haces”.

El marqués sabía que su hija heredaba el marquesado, y por eso, se convertía en una muy atractiva persona a la que seguramente le lloverían pretendientes, tal como lo intuía Beltrán, el viejo escudero:

Beltrán: (Al cebo de doña Inés

pican todos, pues es gran cosa

gozar de mujer hermosa

y un título de marqués).

Doña Inés le hizo caso a su padre. Y para cumplir con lo que él le propuso, se le ocurrió apuntar cada una de las características de sus pretendientes para decidir quién sería el mejor candidato para casarse, tal como lo explica a sus sirvientes:

Doña Inés: Que elegir esposo quiero

con tan atentos sentidos

y con tan curioso examen

de sus partes, que se llame

el examen de maridos.

[...]

Aunque informarme procuraré

de la voz, la compostura,

y, las partes personales

de cada cual, por los ojos.

Tal vez ella ya sabía que al amor lo pintan rey, niño, ciego, loco y dios y por eso registra de manera objetiva todo lo relacionado con los pretendientes, así como lo que opinan de ellos otras personas, para que al final pueda hacer un balance considerando propiedades, excelencias, compostura y partes personales.

Más adelante, Gracioso, otro de los sirvientes de doña Inés, le hace una pregunta que resulta ser clave para este libro: ¿Cómo va a conocer eso que no se ve a primera vista? Es decir, ¿cómo va a reconocer “los disimulados engaños”? Por experiencia, sabemos que una vez casados los engaños salen a flote y lo que estaba escondido puede ser causa de daños mayores:

Gracioso: Y es que en vuestros pretensores

me han dicho que examináis

lo visible, y no tratáis

de las partes interiores,

en que muchas veces vi

disimulados engaños,

que causan mayores daños

al matrimonio: y así,

quiero saber qué invención

o industria pensáis tener,

o qué examen ha de haber

para su averiguación.

Justo esa era la idea en la que estaba trabajando después de haber platicado con Gabriela mi nieta, una bella joven, enamorada, arquitecta de interiores, casadera y rodeada de amigas… en donde cada una de ellas estaba pasando por las experiencias que se tienen en el amor juvenil. De esas pláticas me di cuenta que era necesario poder llamarles la atención para que reconocieran las huellas de los disimulados engaños, ya fuesen propios o ajenos.

Entonces, pensé que con estas historias las nuevas generaciones podrían conocer cómo detectar estas huellas –como las que hay en el mundo y nos hablan como si fuera un gran libro– para que, en caso de que se hicieran presentes durante su noviazgo, las reconocieran y tomaran alguna medida y, si fuese necesario, lograran separarse antes que sea demasiado tarde y se les complique más la vida. Se trata de reconocer los disimulados engaños, propios o de la pareja, para que los proyecten en el porvenir y se imaginen cómo sería la vida cotidiana una vez que salieran a flote, para evaluar si creen que podrían vivir con ellos o, de plano, evitarlos.

Todo parece, según lo que exploró Freud, que entre otras cosas, podemos amar a otra persona gracias a las perfecciones a las que hemos aspirado tener en nuestro propio Yo y que, ahora, deseamos tener a través de esa otra persona, haciendo este rodeo para satisfacción de nuestro narcisismo. Por eso, vamos a ver también cuáles serían algunas de esas perfecciones que deseamos suplantar.

En todos los casos hago referencias a ciertas buenas obras de teatro, poemas o novelas para reforzar las huellas, causas y efectos de eso que tenemos o que tiene nuestra pareja, que muchas veces somos incapaces de reconocer. En cada capítulo menciono y cito partes de esas obras de manera clara y directa.

Empezamos con Afrodita, la bella muchacha de provincia que una vez casada fue encerrada en una jaula de oro, sin que ella tuviera tiempo de darse cuenta de los planes que traía entre manos su prometido, quien la arrancó de su tierra con todo y sus raíces para aislarla de todo aquel que tuviera algo que ver con su pasado. La referencia literaria es La prisionera, el quinto tomo En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

A esta historia le sigue la de una mujer que no supo darse cuenta de que su novio era un golpeador en potencia, uno de esos sádicos que practican, como decía Carlos Silva, el box casero o, peor todavía, el knockout psicológico y que, con el tiempo, queman la vida de la pareja y la convierten en un infierno. La tragedia de Otelo, el moro de Venecia de Shakespeare es la obra con la que podemos ver el fenómeno y algunas características de los golpeadores.

Luego, tratamos el caso de quien era considerado un simpático mentiroso, aunque pasado el tiempo resulta ser más bien un mitómano que padecía tal trastorno psicológico que lo hacía mentir de manera compulsiva gracias a esa imagen distorsionada que tenía de sí mismo, además de un cierto delirio de grandeza. Hay dos obras a las que hago referencia: El mentiroso, una novela corta de Henry James y La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón, en donde podemos conocer en detalle el perfil de un encantador mitómano.

Otra situación es aquella en que las parejas sufren por un amor apasionado y, al mismo tiempo, luchan contra la culpa, producto de los sentimientos de infidelidad, tal como les pasó a Tristán e Isolda, como la cuenta Wagner en esa ópera, en donde los dos amantes no pudieron contener su pasión después de haber bebido un brebaje con el que se ataron apasionados por el resto de sus vidas: él, sabiendo que traicionaba a su amigo el rey, quien sería el marido de Isolda y ella que planeaba y deseaba hacer el amor a escondidas.

Por supuesto que no falta el típico personaje encantador que se guardó muy bien sus disimulados engaños para que nadie se enterara de que era un impostor que creía amar a su pareja cuando, en realidad, era un cazador de fortunas quien, con el tiempo, se dio cuenta de su frustrado matrimonio. Algo se parece a Félix Krull y sus Confesiones escrito por Thomas Mann.

Otro caso es aquel en el que uno de los integrantes de la pareja considera y trata al otro como si fuera un objeto de su propiedad. Estas personas creen tener la autoridad para que la otra parte sea y haga lo que ellos quieren que haga y sea. Me ha servido de muleta el Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, así como, de La fierecilla domada del mismo autor.

Incursionamos también en la historia de esos hombres que son unos reconocidos villanos que abusan de la fragilidad de la mujer para seducirla antes de botarla al cesto de la basura. Así lo hace el duque de Gloucester, antes de ser coronado como Ricardo III, miembro de la familia York quien había matado tanto al marido de Lady Ana como a su suegro Enrique VI, al final de la Guerra de las dos Rosas. En este caso exploramos en detalle la escena en donde nadie puede creer lo que vamos viendo que logra el desalmado duque. Por supuesto, detallamos esa seducción que, como él mismo dice, nadie nunca lo había hecho tal como lo escribió Shakespeare en Ricardo III.

Luego, hay una historia en donde vamos a explicar las ventajas y los beneficios que se pueden tener cuando somos capaces de reconocer el amor a primera vista. Ese amor que casi nunca falla, aunque a veces nos confundimos y, más que amor, es el deseo carnal el que gana a primera vista. El amor y el deseo, los dos al mismo tiempo, fue lo que les pasó a Romeo y Julieta de Shakespeare, así como en las reflexiones que hace Lauire Maguire en sus ensayos que, para estas fechas, sólo se encuentran en inglés como: Where There’s a Will There is a Way.

Conviene recordar lo que son capaces de hacer algunas mujeres, como las dos hermanas que le sirvieron de modelo a Mozart para componer Cosí fan tutte o Así son todas, una historia en donde conocemos el drama que puede generarse hasta el fin de los días si en un momento de debilidad, en medio de un especie de juego sexual, se lleva a cabo un intercambio de parejas.

Otro caso, similar a los que se dan en nuestros días, es aquel en que la madre del novio es el centro de poder que mantiene para continuar siendo la mandona de su hijo aun después del matrimonio. No le permite a su hijo que se desentienda de ella para darle su lugar a la esposa tal como lo podemos ver en la tragedia de Coriolano, el famoso y valiente general romano, tal como la escribió el bardo de Stratford-upon-Avon.

Helena, es una mujer valiente, decidida y obsesionada por casarse con un jovencito marqués, sin que le importe que ella era una huérfana adoptada por la marquesa. Está obsesionada por casarse con el hijo único de la marquesa y para lograrlo, aplica la estrategia que se desprende de la frase que da título a la obra de Shakespeare: A buen fin no hay mal principio. Veamos los riesgos que toma esta mujer para lograr finalmente realizar su obsesión, como pueden actuar algunas de las acosadoras que hemos conocido en nuestros días.

Qué sucede cuando una de las partes no oye ni ve ni escucha lo que le dicen amigos y parientes sobre su pareja con la que pretende casarse. Es ilustrativo, sobre todo por las consecuencias de haber actuado como sordo y ciego, cautivo por el magnetismo de la atracción sexual. Tomo algunos fragmentos de las Elegías de Duino de Rainer María Rilke para enfatizar esos sentimientos.

En fin, todos estos casos y sus circunstancias han sido tomados o de la vida real o de la literatura, tal como lo podrán ver en cada uno de los capítulos, para que así le tomemos el pulso a nuestra relación y los que pretenden a su pareja para que están listos y esa relación logre ser por el resto de sus vidas, cuando vean su relación desde otros puntos de vista a través de las artes escénicas, que muchas veces ilustra mejor las causas y posibles efectos de lo que sabemos no son otra cosa que unos disimulados engaños.

El diablo sabe más por viejo que por diablo… Sin duda, he sido uno de esos enamorados incapaces de ver durante los noviazgos los engaños propios como los ajenos. Soy uno más de esos que reconocen que el amor es ciego y por eso imposibilita ver huella alguna de los defectos que se ocultan. Hasta que un día descubrimos cómo es que nos hemos engañado para que la vida de la pareja deje de convertirse en un purgatorio y tengamos la esperanza de una segunda oportunidad.

Nadie es perfecto. Por eso, se trata de llamar la atención, como lo hizo el marqués a su hija, para que vean a tiempo, para que conozcan y sopesen la conducta, el modo de ser y, sobre todo, las huellas de aquello que no está a la vista, para que, ante las simulaciones, decidan ser tolerantes o no y vean si la situación se puede convertir en algo insoportable.

Retomemos por un momento El examen de maridos de Juan Ruiz de Alarcón en donde el conde es uno de los pretendientes de doña Inés, un hombre que no se burla del matrimonio, como sus amigos que se refieren a sus esposas como si fueran el enemigo y aseguran que el matrimonio es una desgracia. Nada, el conde sabe que hay diferentes tipos de matrimonios y que no todos son infelices, tal como lo aclara y asegura que todo depende de la pareja con la que uno se ha unido, pues “cuando son en todo iguales los dos sujetos, no hay, si el amor los conforma, más paraíso en el suelo”:

Conde: Que “quien por amores se casa,

vive siempre descontento”,

según lo afirma el refrán,

dice el Marqués; y es muy cierto,

cuando por amor se hacen

desiguales casamientos;

pero cuando son en todo

iguales los dos sujetos,

no hay, si el amor los conforma,

más paraíso en el suelo.

Se trata de llamar la atención a los enamorados para que tomen nota y hagan su examen de sus cónyuges, ya que, en todos los casos los disimulados defectos pueden estar en cualquiera de las dos partes. Doña Inés siguió el consejo de su padre y apuntó defectos y virtudes de sus pretendientes sin dejar de tomar en cuenta eso que sentimos y que tiene que ver con la atracción física que, en automático, nos mueve el tapete y muchas veces le gana a la razón tal como le pasó a doña Inés, a pesar de haber registrado todo lo de sus pretendientes. Finalmente decidió por el conde, con el que le temblaban las piernas.

Hay quienes creen que esta es una misión imposible porque a veces somos incapaces de ver la realidad como es. Si estamos enamorados y escondemos nuestros defectos lo mejor posible y si estamos infatuados por el interés, el deseo o la atracción, no vemos ni oímos lo que nos digan de la pareja, aunque los defectos estén a la vista. Esto es así debido a que lo común es que nos engañamos creyendo que, cuando nos casemos, todo va a cambiar.

Si trotamos por las brechas del interés o de la atracción física, que nos impiden ver el otro tal como es, podría suceder que un día nos demos cuenta de la verdad, aunque sea un poco tarde, pues ya nos han puesto la soga al cuello y hemos prometido vivir juntos hasta que la muerte nos separe.

La ceguera del enamoramiento dura un buen tiempo y el drama comienza el día en que se aclara el panorama, como sucede en el otoño, cuando el viento nos deja ver la región más transparente del aire y vemos con claridad los defectos y las virtudes de la otra persona. Pero para entonces ya estamos atrapados en la tela de araña y la vida de la pareja se convierte en algo parecido a una tragedia griega.

Es difícil, si no imposible, conocer y aceptar los defectos del otro, sobre todo si está implícito el deseo que domina la escena mientras tratamos de cazar la pieza que perseguimos como si fuera un tesoro. Entonces, no reconocemos los defectos y las manías, aunque visibles, puesto que, lo que deseamos, es poseer a la otra persona sin que importen los disimulados engaños de cualquiera de los dos. Con la lectura de estas historias los amantes se podrán dar cuenta de lo importante que es reconocer las huellas y proyectarlas en el porvenir para ver en esos espejos los posibles efectos en la vida cotidiana.

Enamorarse implica asumir riesgos y para dimensionarlos no hay otra posibilidad más que acudir a la intuición. Si detectamos esas huellas lo mejor será integrarlas a la matemática amorosa, en la que el deseo se encarga de distorsionar la ecuación con una cortina de humo producto del fuego de la pasión y las ganas de explorar el desnudo, recorrer valles y colinas, ignorando los posibles engaños.

Como el padre de doña Inés, hago mi propio testamento para las nuevas generaciones y les dejo este libro como tal. Esperando que ustedes encuentren a la persona con la que deban casarse y le hagan caso al ciego impulso del corazón antes de tomar esa gran decisión.

Si tienen un buen amigo o un pariente cercano que opine de la pareja sin tapujos ni truco alguno, vale la pena escucharlos y no reaccionar, como muchas veces lo hemos hecho, negando esas opiniones, ya que ellos no están enamorados de nuestra pareja, por lo que pueden ver con claridad lo bueno y lo malo, neutralizando los efectos del flechazo que deja a los enamorados inertes.

Así lo dice el marqués, otro de los finalistas que se rindió desde que vio por primera vez a doña Inés:

Marqués: ¿De una vista niño ciego,

dejas un alma rendida?

¿De una flecha tanta herida,

y de un rayo tanto fuego?

¡Loco estoy! Ni resistir,

ni desistir puedo ya;

todo mi remedio está

sólo en vencer o morir.

Muchas veces nos hacemos ilusiones de que pueden cambiar, de que puede desaparecer lo malo y venir lo bueno, no lo dudo, en algunos casos sucede como excepción a la regla. Pero, lo que sí sabemos es que cuando descubrimos los defectos propios o los ajenos podemos actuar para corregirlos, sin necesariamente naufragar. En esos casos hay que saber pedir ayuda y aceptar lo que hemos estado simulando, reconociendo que durante el noviazgo no lo pudimos ver, hasta que con el tiempo se convirtió en algo insoportable. Especialmente, si nos sentimos atrapados en una tela de araña y no sabemos cómo salir para poder ser aquella persona que un día soñamos que podríamos haber sido.

Los que identifiquen algunas huellas podrán hacer un alto en el maratón de sus pasiones para que los efectos de la flecha del ciego y nalgón Cupido disminuyan. Y, antes que otra cosa, miren lo que hacen, imaginando causas y efectos de aquellos engaños, propios o de su pareja. Así es como he tratado de despejar la niebla, tomar conciencia y describir algunas de las características de los enamorados para que no confundan la ilusión con el deseo y la realidad con lo imaginario.

De eso trata este libro.

Jóvenes lectores, y lectores de todas las edades, vayan mis buenos deseos en esto de llamarles la atención para que antes que se casen, miren lo que hacen, porque cuando son en todo iguales los dos sujetos, no hay, si el amor los conforma, más paraíso en el suelo.


La otra prisionera

Era tan bella como Afrodita. La recuerdo aquella noche en que se sentó en una butaca adelante en el concierto de los viernes en el Teatro Ángela Peralta. La veía de espaldas, sus trenzas doradas coronando la cabeza la hacían ver como una diosa romana o un ángel de la guarda. Aunque yo aún no sabía que “la belleza no es sino el nacimiento de lo terrible”, como decía Rilke en la primera de las Elegías de Duino, por lo pronto me imaginaba toda clase de cosas solo de verla.

Afrodita emanaba un halo que atraía las miradas de los que estaban a su lado, era una estela perfumada oliendo a flores de lavanda cuando en el intermedio pasaba entre nosotros. Sabía que era bella y lo disfrutaba. Era “devorada con los ojos por las mujeres y los hombres que trataban de sorprender el secreto de su elegancia y de su belleza”, como escribió Proust En busca del tiempo perdido para hablar de la duquesa de Guermantes cuando el narrador la veía en la ópera y traía su abrigo rojo estilo Tiépolo.

Afrodita se daba el lujo de escoger a los que le gustaban para jugar con ellos al amor… Así fue aquel día de primavera cuando por azar vi cómo se besaba (¡como dios manda!, le dijo Julieta a Romeo) con el afortunado del momento. Pero, un día, previa cita, llegó un joven de la capital para negociar con el padre y la familia un posible matrimonio.

Afrodita no tuvo tiempo de nada, mucho menos de conocer los disimulados engaños: fue tomada por sorpresa. Muy pronto su padre la convenció de que iría a un paraíso una vez que saliera de su casa, lejos de ellos que, para entonces, ya vivían separados desde hacía tiempo. Las consideraciones del padre también tenían que ver con que estaría lejos de su madre que desde hacía tiempo y para entonces bebía con singular alegría.

Sin más, Afrodita aceptó lo que su padre le sugería sin mayores problemas. Menos inconvenientes tuvo cuando al día siguiente empezó a recibir regalos: joyas, perfumes y promesas. El conquistador la llevó a pasear en un deportivo último modelo −como no tenía ninguno de sus pretendientes, encantadores y ricos, pero austeros−. Con eso, el galán apantalló a la población, parte de su estrategia para sacar de golpe y porrazo a los que hasta entonces jugaban con ella e intentaban pretenderla con calma, como se acostumbraba en la provincia en aquella época, dándole tiempo al tiempo para consolidar la relación.

Rápidamente, celebró su compromiso y ofreció una fiesta en el Gran Hotel, a la que habían invitado a los happy few de la sociedad local, sobre todo, a los que la conocían y admiraban su belleza. Nadie sabía que esa sería la penúltima vez que la veríamos, la última fue pocos meses después, el día de su boda.

Nadie se imaginó, excepto la madre de Afrodita, cuáles eran los planes del galán. Con el tiempo, no podíamos creer lo que había sucedido: desde que se casaron él se la llevó envuelta en papel de celofán con todo y sus bien disimulados planes, sin dejar huella alguna de lo que podría haber detrás de ese orgulloso y acomplejado hombre de negocios. Como ya dijimos, nadie, con excepción de la madre de Afrodita, que intuyó qué era lo que escondía. Aunque no le hicieron caso, como a Casandra; decían que era al alcohol el culpable de esas ideas que llegaban desde las oscuras profundidades del inconsciente.

Por el amor natural y la admiración que sentía por Afrodita, su madre fue la única que alcanzó a decirle que tuviera cuidado, que mirara bien lo que hacía, para que no se fuera con la finta de la riqueza y el poder que el personaje le ofrecía. Pues, cómo saber qué clase de ser humano es aquel que la arrancó con todo y sus raíces de su tierra natal para llevársela y encerrarla en una jaula de oro. Dicen que lo hizo por celos amorosos, que resultaron ser más bien patológicos, como lo dice Proust en La prisionera, en uno de los siete tomos En busca del tiempo perdido, como podemos asociar con las citas de este capítulo, por ejemplo:

Los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa caprichosa, imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo, a veces diferente por completo en otro... (que para encubrirlos) no podía privarse de regalarle algo cada día.

No la hemos vuelto a ver después de medio siglo: ninguno de los que la conocíamos, queríamos o deseábamos, así como sus familiares y amigas, mucho menos los amigos, como el galán de aquella tarde que la besaba mientras tarareaba la vieja canción de Consuelito, “Bésame mucho, como si fuera la última vez”. Sabemos que cuando llegó a su nueva casa la encerraron para convertirse en espíritu puro, chiflando en su soledad como lo hacía Albertina en La prisionera:

Albertina no parecía contenta, silbaba, cosa que hacía solamente cuando tenía algún pensamiento amoroso o cuando nuestra presencia la importunaba o la irritaba.

La última vez que la vi fue cuando llegué de Europa: un fin de semana en su departamento, unos meses antes que se cambiara a su jaula, para nunca más saber de ella. Le prohibieron que nos hablara y que la fuéramos a ver, ni siquiera cuando nació su primer hijo o el mío.

Había quedado encerrada, dicen que así fue lo que le dijo un día a su madre unos meses antes que muriera con el corazón partido. Entonces, Afrodita empezó a beber para evadir el chaleco de fuerza. Impotente, se olvidaba así de su realidad y de la gran trampa en la que había caído.

Antes de quedar preñada le pusieron una enfermera-guarura. En el tiempo parió uno tras otro, cuatro o cinco hijos, no estamos seguros.

La mantenían encerrada en su cuarto, como pez en la pecera, imaginándose mil maneras de escaparse. Aunque cada día era más difícil, entre parto y parto, gracias a las frías y nocturnas copulaciones, poseída como si fuera un animal del zoológico, se entregaba con los ojos cerrados para luego ser cuidada en las labores del parto. Pasó el tiempo y nunca más la volvimos a ver. Un día dejamos de reconocerla cuando la vimos en una foto de la sección de sociales de algún evento de caridad, convertida en un espectro. Su cirujano plástico le planchaba las arrugas.

Esa muchacha que conocí de joven, ahora estaba blanca y contraída, como una viejecita maléfica. Parecía indicar que es necesario que en el fin de fiesta de una obra de teatro los seres se disfrazasen de tal modo que no se les reconociera... Ahora comprendía lo que era la vejez: de todas las realidades es quizá aquella de la que más tiempo conservamos una noción puramente abstracta, mirando los calendarios, fechando nuestras cartas, viendo casarse a nuestros amigos, a los hijos de nuestros amigos, sin comprender, sea por miedo, sea por pereza, lo que esto significa, hasta el día en que vemos una silueta que nos es totalmente desconocida...

El noviazgo fue, como les dije, muy breve. El pretendiente tenía prisa, como si se le fuera a escapar su negocio; breve fue la ilusión del amor, como breve fue la conquista sin tener un momento para considerar lo que estaba haciendo ni poder ver lo que le esperaba antes que se casara con bombo y platillo.

Una boda precipitada –decía Jacinta en La verdad sospechosa de Ruiz de Alarcón– “es tener muy poco seso o gran gana de casarse”. Afrodita, o tenía poco seso (como algunas de sus amigas envidiosas opinaban, pues no podían creer que existiera una muchacha en flor tan bella como Afrodita) o grandes eran sus ganas de casarse. Y ganas de quedar bien con su padre una vez que la convenció de que era el mejor partido, además que saldría de su casa, para pasar a ser la mujer de un hombre poderoso, que pronto la llevaba a restaurantes que nadie antes la había llevado, prometiéndole el cielo y las estrellas, regalándole el anillo de compromiso con un brillante alto en quilates para poderlo presumir, mismo que se lo entregaron durante una cena familiar en casa del pretendiente, cuando su madre se quedó en shock al ver cómo servían la sopa hirviendo de una jarra, como si fuera agua fresca.

Así fue como su madre comprendió la clase de infierno a donde iba su hija, pero Afrodita no le hizo caso. Tal parece que no tuvo tiempo de montar en su caballo ni preguntarse quién era en realidad con el que se iba a casar: bajo de estatura, hablaba en voz baja –como lo hacía Marlon Brando en El padrino de Francis Ford Coppola–, siempre rodeado por guaruras. Era un puritano en lo familiar, liberal en su vida particular, pues, según las costumbres familiares se valía tener una amante o una segunda familia, por si las moscas, desconociendo a los bastardos bien alimentados y sostenidos, que defendían su bastardía como Edmundo en Rey Lear de Shakespeare, diciendo:

¿Por qué habría yo de soportar el yugo de la costumbre y permitir que el mundo con su arbitrariedad me desherede, y sólo por tener doce o catorce lunas menos que mi hermano? [...] ¿Por qué como bastardos? ¿Por qué como ilegítimos a quienes obtuvimos de la furtiva lascivia de la Naturaleza más gallardía e ímpetu que el que en un lecho insípido, tedioso y duro sirve para procrear una tribu de necios, engendrados entre el sueño y la vigilia?

Extremadamente celoso, era uno de los bien disimulados defectos que escondía, respaldado por el dinero y los regalos que le llevaba casi todos los días a su prometida durante el breve noviazgo, así como la promesa de vivir en una casa grande con jardín de por medio, vigilancia a la entrada, jardineros, mucamas, cocinera con dos pinches, un chofer a su servicio y dos coches a sus órdenes.

908,02 ₽
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185 стр. 9 иллюстраций
ISBN:
9786078636808
Издатель:
Правообладатель:
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