Читать книгу: «Jaime Garzón: mi hermano del alma»

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Por: Marisol Garzón Forero


Editor: Guillermo Camacho Cabrera

Diseño y diagramación:

Gatos Gemelos Comunicación

Impresión: Instituto San Pablo Apóstol

©Todos los derechos patrimoniales y de autor de esta obra y su contenido son propiedad de Marisol Garzón Forero. Se prohíbe reproducir, almacenar o transmitir cualquier parte de este libro y sus imágenes en manera alguna ni por ningún medio sin previo permiso escrito de la titular de los derechos.

ISBN: 978-958-44-5432-4

Bogotá D.C., Colombia,

Sur América, Agosto de 2009 Primera Edición, 2009

Conversión a ePub

Mákina Editorial

https://makinaeditorial.com/

Favor lavarse bien las manos

antes de sentarse a leer este libro

Léase con calma o en familia

o con amigos, que Jaime no

tiene ningún afán.

Para pasar las hojas no es necesario

mojarse los dedos con la lengua

A Dios,

el dueño de la existencia,

a la PALABRA hecha vida,

a su presencia amorosa en mi Historia

le entrego este libro que es mi mejor ofrenda,

el fruto de mis manos,

mi regalo predilecto.

Índice

La Alegría de vivir

Héctor Osuna

Jaime estaba en medio de un grupo de muchachos que reía con él y zumbaba. No era todavía Jaime Garzón, era el hermano de Alfredo. Así se me presentó: “Yo soy el hermano de Alfredo Garzón, usted es Héctor Osuna, ¿verdad? ¿Y qué hace aquí tan solo?”, “Espero el bus o un taxi, porque tengo mi carro varado en la 61”. “¡Vamos!”

Me fui con él, que tan espontáneamente se ofrecía a desvararme. Yo miraba con sorpresa su rostro juvenil, su cabello despeinado, sus cejas pobladas, su tez tolimense (pero era bogotano) y su alegría alocada. Confiaba plenamente en que era el hermano de Alfredo, aquel ser apacible, de inteligencia recóndita, meditador, frailuno y de risa impredecible.

Llegamos a Chapinero (veníamos en taxi desde la avenida Chile) hasta donde estaba aparcada mi belleza, color habano, Dodge 1.500. “A ver, abra el capó”, obedecí, acostumbrado a mi total ignorancia mecánica, pese a contar con un cierto sentido automotor. Se retiró uno de los zapatos, me dije: este tipo es loco y cual Nikita Kruschev le dio tremendo alpargatazo a mi batería. No me importó. Yo sólo cuidaba la carrocería impecable de mi hermoso cacharro.

Encienda. Y listo, emprendimos la marcha. Le ofrecí llevarlo hasta su casa, donde además quería mostrarme los dibujos de Alfredo. Me impresionaron. Vivía en aquella noble casa de San Diego con su inefable mamá, doña Daisy, educadora amorosa, remedada más tarde por él en la voz de Dioselina Tibaná.

Era indómito, charlatán, cansón y noble de corazón. No podía ser menos, hijo de tan amorosa madre, en cuya ancianidad y muerte me hallé. Ví a Jaime, meses o algún año más tarde, de overol azul, cual obrero francés, pintando de acuerdo con un código riguroso de colores los frescos de la iglesia parroquial de Tocaima. Alfredo era el artista de los hermosísimos cuadros murales, que quedaron en un solo lado de la nave. Jaime era el principal artífice, que obedecía a la yuxtaposición cromática, ya que se trataba de una moderna interpretación evangélica en tonos planos. Reía, alborotaba y aplicaba brocha. ¡Cómo debieron quererlo los de su combo y, por supuesto, sus hermanos, Marisol, valga el ejemplo, quien titula esta obra: “Jaime, mi hermano del alma”!

Era temiblemente espontáneo. Siempre le he tenido algún espanto a los que responden rápido y esto desde el colegio, a los que daban la inmediata solución matemática. Una noche fui a saludarlo, andaba yo con Alfredo, en el teatro de la Castellana, luego de su interpretación en “Mamá, Colombia”. Venía Jaime con no sé qué bártulos, libros y folletos en sus brazos ocupados y arrojó todo al pavimento para regalarme un abrazo. Reímos a carcajadas.

No estuve en todo lo de Jaime, pero no puedo olvidar que la primera edición de su “Quac, el noticero” la vió en mi televisor, echado literalmente en el piso de mi apartamento. Comenzaba el gobierno de Samper y había sido invitado a continuar alborozando a la tropa del Guardia Presidencial en las fiestas navideñas. El presidente Gaviria lo había privilegiado bastante y Jaime fue fiel divulgador de su Constitución, la muy violada del 91.

Como todos los colombianos, no me perdía sus programas televisados. Su parafernalia, sus máscaras políticas, sus tramoyas. Me preocupaban sus dientes volados para quien tanto se reía y gesticulaba. Un día me llamó y me contó que sería sometido a tremenda cirugía bucal. No volví a saber de él hasta cuando apareció, para sorpresa de todos, un extraño personaje en la televisión: Heriberto de la Calle, desmuecado, tiznado, con voz de gremio lustrador. He creído que nadie lo reconoció y que yo fui el primero, entre otras razones, porque no se me escapan fácilmente las fisonomías y porque además contaba con el aviso de su dentadura, que le había sido extraída, casi en su totalidad. Una hermosa prótesis lució después.

Una fría mañana de agosto de 1999, no me había incorporado de la cama, cuando alguien de mi casa se acercó y me dijo: “mataron a Jaime”. Jaimes hay muchos, pero Jaime era sólo él. Estremecimiento, desconsuelo, desesperanza por la recuperación de esta patria herida. Asesinaban el humor, moría la juventud, moría el hijo para una madre dolorosa. Que ella era como una casita vieja, solía decirme doña Daisy, a la que cada día le aparecía un daño: ella misma se asimilaba a su propia casa de San Diego, donde todavía hace cuna el recuerdo. No sigo.

NB. Este libro intimista, de remembranzas familiares, que bien pueden llamarse históricas, toda vez que Jaime alcanzó la nombradía nacional, estaba faltando para cerrar el ciclo vital de quien mereció estatua. Cuando miro su bronce de cuerpo entero, en las inmediaciones de la Feria Internacional, el cual es de gran acierto representativo, obra de un sobrino del maestro Pinto Maldonado, me pregunto: ¿cuántas estatuas habré conocido y tratado personalmente? Esta fue una de ellas, con la cual dialogué en franca camaradería. H.O.

El álbum de fotos


A mi Tía Cookie (Rafaela Forero, q. e. p. d.)

este “álbum de fotos”

porque de ella aprendí:

la templanza en la fe,

la alegría del compartir,

la sencillez en la entrega.


Marisol Garzón Forero

Mi nombre es Marisol, Marisol Garzón Forero, realmente mi nombre completo es María Soledad pero desde niña me han dicho Marisol y, honestamente, a mí me gusta que la gente me llame simplemente, Marisol.

Mis hermanos son Jorge, Alfredo y Jaime Garzón Forero y hoy quiero invitarles a ustedes a que sigan a mi casa, a que entren y se sienten cómodos en la sala porque voy a abrir para ustedes mi corazón, mis recuerdos y algo que la fotografía digital característica de este siglo XXI está acabando: mi álbum de fotos, el de mi familia, el de nuestra niñez con toda la carga de remembranzas, anécdotas y sobre todo, de vida.

¿Por qué mi álbum de fotos? Bueno, para mi familia y para mí es muy significativo porque es recordar la historia, es la huella, la lectura que uno puede hacer a través de las fotos de todas las personas con quienes tuvimos y tenemos vínculos. Hoy por ejemplo, veo fotos, lo uno a todo esto que mi Mamacita me contaba, hago interpretaciones y entiendo muchas cosas que a la luz del transcurrir de los años, se ven de otra forma.

Yo quiero contarle a la gente que conoció a Jaime, a ustedes mismos, quiénes éramos nosotros, quiero que sepan que somos hijos de una familia sencilla, humilde pero muy trabajadora, muy honesta, con valores muy profundos que quería una casa, un hogar, una ciudad, un país, un mundo para todos, compartido, al servicio de todos, donde todos cupiéramos, tuviéramos los mismos derechos, los mismos compromisos, el mismo amor por lo que hacemos.


Mi papá, Félix; Marisol; mi Mamá, Daisy; y mis hermanos, Alfredo, Jaime y Jorge.

Hablé con algunas editoriales para escribir este libro y ellas necesitan gente famosa, cosas extravagantes para contar, necesitan que yo revele cosas que no tengo por qué revelar. Mi pretensión solamente es un compromiso conmigo misma, con mi historia, con la historia de Jaime, con la de mi familia, con nuestros valores de crianza.

Le conté a mi Médica la Doctora Catalina Mosquera que estaba escribiendo este libro y le decía que era muy duro porque es recordar cosas, situaciones, momentos tal vez olvidados o que no había elaborado; ella me decía “pero le va a servir mucho Marisol porque es como sacar del alma muchas cosas que están metidas allá”. Por eso quiero contarles todo a ustedes a través de este pasar las fotos de mi álbum.

Yo tengo muy presente que cuando llegaba alguien a mi casa (uno no lleva a cualquier persona a su casa, cuando alguien llega es porque se le abren las puertas, el corazón, la historia y esa persona se hace digna de la confianza de uno y uno también es digno de la confianza de esa persona), lo primero que uno hacía, antes de prepararle las onces que eran con chocolate caliente, era decirle “venga nos sentamos” o “siga y se sienta” y uno sacaba el álbum de fotos y le comenzaba a contar “este es fulano, este es zutano, y este es… no sé quien es”, entonces mi Mamá le contaba a uno quién era y comenzaba una conversación alrededor de las imágenes y los momentos. Para mí misma repasar el álbum de fotos es volver a ver muchas cosas de las que uno no sabía pero en las cuales participó, que después del paso del tiempo se ven con otros ojos y también se disfrutan.


Jorge de 1 año y medio

Yo siento que el álbum deja ver mucho, las fotos dicen muchas cosas de lo que uno es, con quién anda, qué gestos tiene, qué actitud toma, quién es. Por ejemplo, yo encontré algo muy lindo: mi Mamá tuvo que adorar a mi hermano mayor Jorge, eso lo fui descubriendo porque le tomó fotos al mes y al otro mes y al año, ¡cada mes!, mostrando cómo para ella fue tan significativo él, tan importante. Por eso cuando Jorge se va a Estados Unidos para mi Mamá es muy duro, pero con las fotos es como tener a los seres queridos ahí. Yo, por ejemplo, veo todas las mañanas la foto de mi Mamá y la saludo porque para mí es recordarla en su gesto de cariño, de picardía, de ternura, de todo lo que encierra una Mamá.

Hace algún tiempo tuve la oportunidad de leer un hermoso libro de Celia Cruz que me dejó mi tía Cookie (Rafaela Forero) y que me inspiró. Son pistas de Dios acerca de lo que tenía que hacer este año, cuando Jaime cumple diez de ser asesinado. Vi fotos muy lindas de Celia niña, cuenta cómo eran de pobres, cómo desde su cantar, desde ganar concursos allá en La Habana en emisoras sencillas, comenzó a darle posibilidades a su familia siendo premiada con mercados, con algún dinero y después de verla triunfar con tanta elegancia y sencillez, me conmoví.


Jaime y Marisol

Quiero, a través de las fotos, contarles a ustedes cómo fue ese Jaime que me dio la mano toda la vida y con quien estuvimos juntos desde niños. Mi Mamá nos enseño a tomarnos de la mano, a ir juntos, a responder el uno por el otro, a obedecerle al grande y a cuidar al pequeño. Yo quiero que este acercarse, embarcarse y meterse dentro del mundo de los Garzón Forero sea una experiencia maravillosa para quien lea este libro, pero también significativa para quienes no conocieron a Jaime o para los niños y jóvenes que hoy están creciendo.

Muy bien. Bienvenidos. Creo que así estamos más cómodos. ¿Quieren tomar algo?, ¿una aguadepanela con queso?, ¿un chocolatico?, ¿un jugo? Voy a seguir hablando un poco más fuerte mientras voy a la cocina a prepararles algo…

Este libro también tiene una pretensión didáctica. Enseñar y aprender a través de la palabra, de los recuerdos y de la interacción, lo importantes, lo únicos que somos todos y la capacidad que tenemos de construir valores y una sociedad que se mire a sí misma con ojos de niño, con toda la capacidad de cambio, justicia y solidaridad posibles.

Está salpicado de recuerdos no solo míos sino de mis familiares, de personas que compartieron con Jaime, de su mejor amigo del colegio, de sus profesoras. Algunos escritos suyos de puño y letra se incluyen en las hojas de este libro y al final la transcripción de una conferencia suya en la Corporación Universitaria de Occidente que circula en un video y que me pareció interesante y lúdico dejar que ustedes conozcan.

Escribir ha sido recordar, ver a Jaime en las fotos de familia, su risa y su forma de ser, su picardía, sus bromas, su cariño, su sencillez, su inteligencia y genialidad. Quiero que este libro, este recorrido por mi familia, por mi historia, sea un homenaje a la vida.

Sigan por favor a la mesa y se sientan que acá están el chocolate y la aguadepanela. También hay queso y si quieren pan o galletas. Hay algunas almojábanas y arepitas para el que quiera. Voy a poner estos individuales para proteger la mesa y acá hay cubiertos. ¡Ah!, y muchas gracias por venir a mi casa. Por estar acá. ¡Por aquí siempre a la orden!


Sentados de izq. a der.: Patricia, Alfredo, mi Abuelita María, mi Tío Ramón, Martica, Margarita y Jorge. De pie desde la izq.: mis Tías: Cookie, Soledad y Emita con Marisol en los brazos.


Facsímil del cuaderno de trabajo de Jaime Garzón cuando cursaba segundo elemental (1966).

Nuestras raíces


A mi Tía Emita,

que nos dio un techo para ser felices,

que nos tendió su mano cuando

más lo necesitábamos, que nos dejó

conocer el valor de la solidaridad,

que se privó de muchos “gustos

propios” por darnos una vida digna.


Mis Abuelos Maternos: Carlos Julio Forero y María Portella

Para hablar de nuestras raíces necesariamente debo referirme a mis abuelos, comenzando la centuria de 1900. Para ello, antes que ustedes llegaran, miré el álbum de fotos con mi tía Emita y con mi tío Alberto, ambos hermanos de mi Mamá.

Mi abuelo materno, Carlos Julio Forero Murcia era originario de Ubaté, un pueblito al norte del departamento de Cundinamarca en los límites con Boyacá y mi abuela materna María Portella Cabrera, nació en Fresno al norte del Tolima en los límites con el departamento de Caldas.

Mi abuelo era carpintero, hijo de familia adinerada y mi abuela era hija única. Por razones que desconozco la familia de mi abuela se trasladó de Fresno a Mariquita, en ese tiempo la gente hacía ese viaje a pie y antes de llegar al destino se quedaban en casa de las amistades que tenían. Cuando se trasladaron, mi abuela era tan solo una niña.

Como mi abuelo era carpintero, posiblemente atendiendo oportunidades de trabajo, viajó a Mariquita a laborar en el Ferrocarril, una empresa importante que tenía allí la base principal de mantenimiento de todas las máquinas y coches de pasajeros. Allá conoció a mi abuela, él veinte años mayor que ella y se casaron. Mi abuela leía muy bien, de forma perfecta y de aritmética sabía bastante. Ambos sabían leer y escribir perfectamente.

Mis tíos y mi mamá nunca conocieron a la familia de mi abuelo Carlos Forero, solo supieron que tenía una hermana llamada Soledad y que mucho tiempo después algunos familiares de mi abuelo vivieron en Guaduas, Cundinamarca.


En el centro: Mi Tío Alberto, a la izq. mi Mamá (Daisy) y mi Tía Bertha

Cuando comenzó a construirse la base de la Fuerza Aérea Colombiana en Palanquero municipio de Puerto Salgar Cundinamarca, mi abuelo renunció al ferrocarril de Mariquita y se fue a trabajar en la construcción de esa base aérea. Para la época la familia ya había crecido, habían nacido mi Mamá Daisy, la mayor, junto con sus hermanos Bertha, Alberto y Emita, y los seis se desplazaron hasta La Dorada donde pasaron un tiempo no muy largo.

Una vez finalizados los trabajos asignados a los carpinteros en la base aérea de Palanquero, mis abuelos y su familia se establecieron en Honda Tolima, porque vino la construcción del muelle de Caracolí, de gran importancia para la época por la navegación que tenía el Río Magdalena, ya que los barcos que venían de Barranquilla y Cartagena por el Canal del Dique llegaban hasta Honda. El gobierno de Alfonso López Pumarejo, Presidente colombiano nacido en Honda, hizo construir un muelle y mi abuelo fue uno de los trabajadores haciendo las obras de carpintería, las formaletas y posteriormente arreglando los barcos.

Al vivir en Mariquita mis abuelos fueron prósperos, tuvieron un almacén, un colmado como llamaban en la época a las tiendas de comestibles, donde vendían artículos y cosas para los campesinos. Mi abuela tenía una niñera que le ayudaba con mi tío Alberto y mi tía Emita recuerda que mi tía Bertha se comía los dulces y enseguida se metía debajo de una almohada. Aunque en Mariquita la familia pudo vivir muy bien, hubo un suceso que hizo que pasaran de la comodidad a la pobreza y tuvieran que irse a vivir a Honda. Allá pudieron reconocer la mano de Dios en la vida, en medio de las dificultades.

En Honda nació la quinta hija de mis abuelos que fue mi tía Mary y después nació mi tía Soledad. Hay distancia entre ellas porque mi abuelo, que era muy andariego se fue para Maracaibo Venezuela y después estuvo en la Guerra contra el Perú cuando Perú quería quitarle a Colombia lo que hoy es el trapecio amazónico. Hubo reclutamiento y donaciones de joyas, la gente se quitaba sus anillos para comprar armas y mi abuelo se fue para allá, él era aventurero y cuando regresó nació mi tía Soledad y luego mi tía Rafaela más conocida como mi tía Cookie. Estando así la familia, se quedó viviendo en Honda.

En la guerra Colombo-Peruana a mi abuelo le dispararon en una pierna, por eso él decía que “es una estupidez meterse uno en esas revoluciones” y aunque no tenía nada más que dar como contribución a la guerra, además de su participación directa, ofreció el par de argollas de Matrimonio. A mi Mamá le quedo muy grabado el día que él se fue porque se lo encontró en el Puente Pearson, ella llevaba la leña en la espalda y decía que él la miró con tristeza y le dijo: “pobre la Daisyta, cómo le toca de duro” y se despidieron.

Durante la ausencia de mi abuelo, mientras él luchaba en la guerra contra el Perú, mi abuela luchaba en Honda por sostener a la familia. Para mantener a todos los hijos tuvo que apoyarse en las amistades y en sus comadres, quienes le ayudaban. Mi abuela entonces, vendía quesos en la plaza traídos de Ubaté a través de un Señor de apellido Laverde que se los mandaba a Don Antonio Rubio, hoy fallecido y padrino de una de mis tías. Por la amistad y el compadrazgo, Don Antonio les dijo a mi abuelita María y a mi Mamá que se encargaran de la venta al detal de los quesos, ya que él tenía un granero muy famoso en la plaza de mercado donde llegaban Señoras muy distinguidas a mercar y a dejar sus cosas.


Plaza de Mercado de Honda (Tolima)

La vida en Honda fue muy difícil, pues mis abuelos vivían en una calle sin pavimentar llamada “Calle Nueva” sin alcantarillado, con letrinas en lugar de sanitarios, llena de ranchos de paja y solares grandes con árboles de mango adentro. Mi abuelo ya estaba trabajando en el Puerto de Caracolí y les pidieron la casa que era arrendada; en ese tiempo pagaban unos tres pesos mensuales por el arriendo, pero era difícil conseguirlos.

Mi tío Alberto debía llevarle el almuerzo a mi abuelo hasta Caracolí, que queda yendo para La Dorada y todos los días le ponían un sombrero y un portacomidas, para que caminara los tres kilómetros de distancia hasta el puerto en construcción para que el abuelo pudiera almorzar, estudiaba en la escuela pública en tanto mi tía Bertha estudiaba con las Hermanas de La Presentación debido a la amistad de mi abuela con las Monjas. Mi tío Alberto, quien hoy tiene ochenta años, actualmente queda como el hermano mayor de la familia de mi Mamá,

Las Monjas eran propietarias de un terreno llamado Praga, que tenía una casa muy modesta en una loma ubicada junto al puente ferroviario Pearson en Honda, mi abuela consiguió que las Monjas le arrendaran la casa por muy poco dinero y la familia se fue a vivir allá en la Calle Madrid en el Alto del Rosario. La casa era pequeñita, tenía dos cuartos y una sala además de una estufa de leña en la cocina. Mi abuelita María hizo mucha amistad con las Monjas, tanto que a mi Mamá le gustaba estar con ellas y se iba para allá siempre después del colegio.


Hermanas de La Presentación de Honda

Mis abuelos eran muy bravos y de mal genio, sin embargo en la crianza mi abuelo nunca golpeó a mis tías aunque sí les halaba las orejas, él consentía mucho a mi tía Bertha, a quien le decía de cariño Tica, ella se disfrazaba de mendiga y le pedía plata y él le daba. A mi tío Alberto en cambio, lo ponía a ayudarle a sembrar yuca en la casa de las Hermanas trabajando con el azadón y en algún descuido del tío o cuando no hacía algo que le había ordenado el abuelo, este le decía “¡usted no sé qué carajos!” y lo castigaba.

Mi abuela era muy católica, muy religiosa, siempre se relacionaba con las Monjas del colegio y las del hospital en Honda hasta el punto que la gente no la llamaba por su nombre y apellido sino que le decían María La de Praga, porque así se llamaba la casa que las Hermanas le arrendaron para vivir con la familia.


Ana Josefa Cabrera (hermana de mi bisabuela Margarita la Mamá de mi Abuelita María)

Mi bisabuela Margarita, tenía una hermana llamada Ana que era muy pobre, ella vivía donde unos parientes en una casa de bahareque del otro lado del puente ferroviario Pearson y transitaba todos los días por el puente del ferrocarril, saltando por entre los durmientes y sin pasamanos mientras pasaba el río. Era una mujer anciana y generosa que le ayudaba a mi abuela en los oficios y que todas las tardes se devolvía caminando por el puente de más de cien metros de largo, con el peligro que pasara el tren y la arrollara.

Honda era tan importante que tenía una sucursal del Banco de la República y una oficina de importaciones y exportaciones, como había electricidad todo el café llegaba a Honda, lo trillaban lo empacaban y lo subían al barco para distribuirlo en Barranquilla o en Cartagena, era un puerto con mucho movimiento.


Mi Mamá (Daisy) y mi Tía Emita (der.) en el Puente Pearson en Honda (Tolima)

Mi abuela María era muy trabajadora e indudablemente luchó para hacer de su familia lo mejor, ella conocía a muchas personas pudientes e influyentes gracias a su labor en la Plaza de Mercado de Honda, quienes le iban a comprar queso y mantequilla fina a la venta que era parte del granero de Don Antonio Rubio. Mi abuela aprovechaba para hablar con esas personas y consiguió trabajo para mi Mamá, para mis tías y para mi tío aún siendo niños; ella fue una mujer que supo relacionarlos con diferentes personas para que salieran adelante, con esa mirada especial hacia la vida.

Mi tío Alberto recuerda que vivieron en diferentes sitios, a cada rato debían mudarse y aunque el arriendo valía tres pesos mensuales a veces no había cómo tenerlos y se atrasaban en el pago. En la Plaza, para hacerse una idea del valor del dinero, con veinte centavos se hacía mercado, se podía comprar un centavo de yuca o un centavo de papa, en tanto que un huevo valía tres centavos. Por ello, mi tío Alberto siempre tuvo en la cabeza tener una casa propia, porque veía el sufrimiento de la familia cuando los dueños pedían la casa y tenían que mudarse.


Mi Abuelita María, mi Tía Emita (der.) y mi Tía Cookie

De la familia, mi tía Emita y mis abuelos fueron los últimos que salieron de Honda en 1955, se fueron para Bogotá un tiempo antes de la muerte de mi abuelito Carlos. Él murió del corazón, pero mi tía Emita cree que murió de un derrame cerebral porque recuerda que él le decía “fróteme la frente” en el momento en que le pasó eso. Mi tía Emita recuerda que cuando estaba enfermo, el abuelo le decía al médico: “Doctor, yo fui muy andariego”.

Yo le pregunte a mi tío Alberto por qué no tuvo el mismo oficio de carpintero que mi abuelo y me dice que él no le veía mucho futuro a ese oficio en ese momento histórico y quiso hacer otras cosas, por eso terminó siendo Jefe de Oleoductos de ECOPETROL donde comenzó como mensajero, cosa que cuenta con mucha humildad pero también con mucha honestidad y alegría.

Los abuelos vienen a vivir a Bogotá a una casa de inquilinato en el barrio Tejada donde vivían mi tío Alberto y también mi tía Bertha con su esposo, mi tío Ramón Acosta. Mi tío Alberto tenía un cuarto, mi tía Bertha y mi tío Ramón otro, había una salita y en el otro cuarto estaban mis abuelos, ahí murió mi abuelo en 1957. Luego de ello al dueño de la casa, el señor Peña, se le casaba un hijo y pidió la propiedad, lo que se convirtió en un problema grande.

Mi tío trabajaba en ese tiempo en la Empresa de Energía Eléctrica, donde laboró catorce años para luego pasar a ECOPETROL y el señor Peña le dijo a mi tío que si quería le vendía una casa que él tenía en Fontibón u otra que tenía en el barrio Restrepo, que fuera a mirarlas y le contara. A todos les gustó más la casa de Fontibón, que en esa época era un municipio anexo a Bogotá y mi tío compró esa casa en quince mil pesos. Dice mi tío Alberto que era mucho dinero, “con mis ahorros le pagué una parte y el resto se lo quedé debiendo, y cada primer día del mes le pagaba como diez o cien pesos, algo así”. En ese tiempo mi tío Alberto era soltero y compró la casa después de que mi Mamá y mi tía Bertha estaban casadas y ya tenían hogares aparte. Mi tías Cookie, Soledad y Emita, también solteras, se fueron a vivir con él y con mi abuela. La Casa de mi tío Alberto en Fontibón siempre fue de puertas abiertas para todos especialmente para nosotros, las nuevas generaciones.


De izq. a der. Mi Tía Cookie, mi Abuelita María, mi Tía Emita y mi Tía Soledad

Mucho después de la muerte de mi abuelo Carlos, mi tía Emita va a vivir a Estados Unidos y luego, cada año, mi abuelita María viajó a Nueva York, invitada por ella con pasajes pagados por mi tío Alberto. Duraba seis meses allá y seis meses en Colombia hasta su fallecimiento en Palm Beach, el 10 de mayo de 1974. El 17 de mayo repatriamos su cuerpo y la sepultamos en Jardines de Paz en Bogotá con un vacío interior muy grande y gran tristeza, yo recuerdo bien ese momento.


Obituario fallecimiento de mi Abuelita María Portella vda. de Forero

Estoy segura que mis abuelos y bisabuelos estarían orgullosos por haber sacado adelante a la familia, sobrellevando todas las vicisitudes, habiendo hecho de ello parte de su propia felicidad, de lo que nosotros somos hoy y sobre todo, de lo que llegó a ser Jaime para este país. Se deduce la clase de valores y la formación que tuvieron nuestros abuelos, mis tías, mi tío y mi Mamacita.

De los recuerdos que los nietos tenemos de mi abuelita María, mi hermano Jorge dice que “era muy seria pero nos traía regalos cuando llegaba de Estados Unidos”. En Fontibón, cuando se acababa la programación de la televisión, como a las once o doce de la noche, nos ponía a rezar y cuando alguien comenzaba a cabecear, decía “claro para ver televisión no le da sueño, pero para rezar el Rosario sí”. Mi tía Emita dice que “siempre rezábamos el Rosario todos unidos”. Y Jorge remata diciendo que hoy se acordó de mi abuelita María, que era hincha del Sagrado Corazón de Jesús “en vos confío”.


Mi Abuelita María Portella

De mis abuelos paternos solo se que se llamaban Benjamín Garzón y María del Carmen Cubillos y no puedo decir prácticamente nada, porque realmente no sé nada de ellos ya que con las únicas que nos tratábamos era con mi tía Blanca y con mi abuela Carmen y las dos ya murieron.

908,75 ₽
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Объем:
223 стр. 139 иллюстраций
ISBN:
9789584454324
Издатель:
Правообладатель:
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