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Cuanto más inundadas de cortisol, menos creativas son las personas. Cuando una situación nos pone a la defensiva, en nuestro cerebro se activa el hipocampo, que es el responsable de mediar entre los inputs que nos llegan del exterior y la corteza cerebral. Esta, junto con la memoria, nos ayuda a la toma de decisión. El hipocampo aprende rápido (la corteza, en cambio, es una aprendiza lenta). El primero siempre está receptivo a todo lo que sucede. Y con cantidades razonables de miedo, un cortisol razonable se vuelve hiperactivo: hay ansiedad saludable —porque nos estimula a ver hasta dónde somos capaces de ir— sin llegar a ser un miedo neurótico, porque no me congela.

Cuando hay un miedo razonable, el hipocampo colabora con la creatividad, pero si sobrepasa cierto nivel, el hipocampo mengua y perdemos el acceso a la creatividad para enfocarnos solo en la supervivencia. Eso significa que trabajamos más con lo reptiliano o básico. Ante el terror, reaccionamos huyendo, luchando o congelándonos, las funciones más básicas, un proceso que podemos entender mejor si conocemos la teoría polivagal de S. Porges1. En esta situación no podemos crear nada, porque solo tratamos de sobrevivir.

El miedo bien utilizado en los seres humanos es un modulador entre el interior y el exterior. Pero cuando se vuelve neurótico es una interferencia.

¡La gente de hoy tiene más miedos!

Hoy en día hay muchos más estímulos. Antes, para comunicarnos, escribíamos una carta, ahora, en un segundo tenemos una respuesta. El nivel de estímulo (respuesta) está demasiado acelerado. Las personas oscilan entre el mundo virtual y el real muy rápido, y los momentos de transición complejos son importantes porque el sistema nervioso a nivel de recepción está obstruido y las personas crean más disfunciones como la ansiedad o el burnout (estar quemado, agotado). Hoy en día hay perturbaciones inherentes a nuestra cultura que en el pasado no existían.

Antes, podían tener mucho miedo a cosas muy concretas, pero ahora, la cantidad de problemas que pueden causar interferencias son tantos que la gente tiende a convertir estos temores en obsesiones y compulsiones.

Como resultado de tantos estímulos, los pacientes refieren mucho en la consulta que se sienten bombardeados. En el pasado esto no era una queja común, aunque sí hablaban de tener miedo al padre, al jefe o a no tener dinero, cosas que todavía ahora tenemos. Hoy, pero, además de estos tenemos mucho más: las noticias, internet, el teléfono, el pánico a engordar o quedar calvo, la presión de no tener tiempo para los niños, etc. En resumen, hoy en día todo da miedo.

Dicen que somos libres, pero lo somos menos que nunca; estamos en una jaula dorada llena de lujos, pero sin tiempo, con el miedo y la presión de ser una mejor madre, un mejor padre, una mejor mujer, un mejor hombre, un mejor profesional, etc.

Y aquellos que no pueden cumplir con esta pauta determinada por la sociedad se vuelven inseguros, se vuelven menos interesantes, se asustan, comen de forma compulsiva, engordan y luego entrar en un ciclo negativo es un clímax.

Los miedos neuróticos que no tienen una base real socavan a las personas y las conducen al TOC, a los ataques de pánico severos, a las fobias u otras enfermedades, todo porque el sistema está sobrecargado.

Los temores más allá de las sobrecargas pueden provenir de un trauma de choque o del desarrollo relacionado con situaciones muy antiguas, pero con el tiempo la gente las fue normalizando. Por ejemplo, se puede aceptar que alguien le tenga pánico al color amarillo. Pero lo más importante es entender por qué: tal vez tenga algo que ver con un episodio en el que un ladrón que llevaba puesto un suéter amarillo la agredió. Es la asociación típica que hizo el sistema, pero no entendemos de inmediato por qué.

El miedo se expresa en un campo informativo que tenemos tanto dentro como fuera de nosotros. Es en este diálogo donde puedo intentar hablar con mi temor y preguntarle «¿Eres un león o una persona con el pelo muy largo que me recuerda a un león?».

Cuando damos rienda suelta a nuestro instinto, puede hacernos temer a alguien que ni siquiera conocemos. Pero si hablamos de ello, podemos entender que tal vez esta persona nos recuerde a alguien que nos maltrató, y entonces lo racional puede ayudarnos a comprender que no es esa persona, sino que es alguien similar o que huele parecido.

A partir de esta comprensión de los hechos, podemos negociar con nuestra autorregulación. Podemos entender, podemos respirar mejor, pero necesitamos más que eso, tenemos que autorregularnos al mismo tiempo que nos regulamos con el exterior, y este proceso puede ser lento.

¿Cómo cuidar los miedos?

Es importante, en primer lugar, entender si en realidad tenemos miedo, porque a veces no lo sabemos con certeza: tenemos malestar pero no identificamos el sentimiento que hay detrás.

El autoconocimiento llegó a los seres humanos como una bendición y como una maldición. Como una bendición porque nos impulsa a hacer cosas increíbles; como una maldición porque nos puede llevar a ser más crueles, incluso a maltratar, en un extremo.

¿De qué tengo miedo?

En una consulta en la que identificamos el miedo como una emoción limitante, deberíamos explorar en la anamnesis2 qué es lo que teme esa persona. ¿Ser abandonado? ¿Ser maltratado? ¿Fallar?

Como ya hemos mencionado, el temor no nace de la nada, sino de algo real que la persona ha vivido o vive (o algo que se ha construido en la mente). Por ejemplo, si has oído decir muchas veces que los hombres son malos, te lo creerás.

En la película sobre la biografía de Elton John se explica que el hecho de que tuviera miedo de ser abandonado le hizo cometer excesos, volverse muy dependiente, muy necesitado. Es el comportamiento típico de un perfil con tendencia «oral», como lo llamamos en psicoterapia. A él lo que podía ponerlo en peligro era estar solo, porque venía de algo muy antiguo: una profunda soledad en la infancia, una madre muy fría que no lo abrazó y un padre que decía que solo estaba con su madre por su culpa.

Por eso es muy importante entender de dónde viene el miedo, darle la bienvenida y aceptarlo para hacer las paces con lo que no queremos ver.

Una de las cosas que a las personas les cuesta más aceptar es hablar sobre la causa del miedo, pero la verdad es que cuando se niegan a hablar sobre el tema se sienten enojados, lo rehuyen. Se abstienen de hablar de sí mismos porque el contacto con la tristeza es muy difícil. Mientras haya una negación de su historia, el temor se instala y la persona se siente insegura, aunque no sepa por qué. Pero para compartir tus miedos, tienes que hacerlo con alguien en quien confíes, que sea mentalmente ágil y amable con nosotros y con nuestra historia.

¿Cuántas veces no sabemos a lo que tememos?

En muchas ocasiones no sabemos a qué tememos. Tenemos la sensación, pero no hacemos la conexión con el contenido, con el significado. Entonces, cuando el miedo se aclara y existe la posibilidad de hacer este puente hacia él, también es posible replantear nuestra propia historia.

Esta es una de las formas, aunque hay varias maneras en las que puedo replantear lo que tengo adentro y lo que veo afuera, de entender lo que me hace sentir alerta.

Para cuidar los temores cuando no son reales, es necesario no solo comprender, sino también replantear y reorganizar el cuerpo, el sistema nervioso central, el sistema vegetativo simpático y el parasimpático. Son necesarios un reinicio y una reprogramación, y darle tiempo al cuerpo para que se acostumbre. Solo en contacto con la nueva sensación puedo dialogar, respirar, tomar un descanso.

Hay muchas técnicas y herramientas para acceder a los miedos, pero además de la técnica, se requiere dedicación y disciplina, y en la terapia (vista como un espacio seguro) la mejora va apareciendo. Por supuesto que es un proceso lento, porque si he sufrido durante cuarenta años, a lo mejor no necesitaré otros cuarenta para tratarme, pero sí que podría necesitar al menos cuatro meses para notar diferencias, y es probable que en los próximos cuatro años mejore mucho.

El cuerpo necesita nuevas sinapsis, nuevos genes que se despierten y viejos genes que se apaguen. El cuerpo es lo que sustenta la energía, la emoción y la mente. Así que la materia también muta, porque si estamos hechos de agua, estamos llenos de iones, electrones y electricidad que cambian.

¿El miedo es inconsciente?

La mayoría de las veces la gente solo es capaz de mencionar la incomodidad. Cuanto más desconectada esté la persona de su autoobservación, autocuidado y autoestima, más desconectan su pensamiento de su sensación y, por lo tanto, es posible que ni siquiera sean capaces de identificar que tienen miedo de algo.

Alguien puede incluso ser funcional, pero un día, por ejemplo, se va de vacaciones y de repente, sin saber cómo explicarlo, le da acidez gástrica, o una alergia, o un ataque de pánico porque se detiene y no está acostumbrado a detenerse. Cuando esto ocurre de forma evidente, las sensaciones que siempre han estado ocultas o disfrazadas emergen con mayor claridad.

Cuando las sensaciones de alerta duran mucho tiempo, crean uno de los principales estados de enfermedad: el estrés. El terror continuo crea estrés, y el estrés en picos muy altos conduce al agotamiento, por lo que el cuerpo puede ceder.

Por eso es importante cuidar el miedo, ayudar a la persona a entender que es neurótico, que es desproporcionado a lo que está pasando, que es un detonante y que cuando se detiene, puede llevar a la persona a un estado de desequilibrio muy grande.

Tener miedo es legítimo, no hay nada malo en ello, el problema aparece cuando la persona se ha apartado por su culpa sin haber intentado percibir o explorar los sentimientos que hay detrás. Y las reacciones varían mucho de persona a persona, hay quienes acceden a la raíz muy rápido, hay quienes acceden poco a poco. Hay gente que ante un miedo inminente se congela en el momento del enfrentamiento, pero luego se van y tienen descargas, por lo que también es importante entender de qué tipo de materia está hecho nuestro cuerpo y cómo reacciona en estados de peligro.

Experimentar miedo y malestar por personas diferentes puede provocar reacciones dispares, y eso no significa que sea más grave para una que para la otra. Algunas pueden tener una descarga emocional momentánea, otras no reaccionan y otras se descargan en privado después, sin que nadie las vea.

Quienes observan estos diferentes comportamientos desde el exterior pueden pensar que quienes no reaccionan están mejor. Pero no es exactamente así. Hay quienes que ante un problema reaccionan con normalidad y unos meses después sufren un infarto. Por otro lado, una persona puede incluso llegar gritar y estar totalmente desconectada; y otra puede no expresarse, pero tener una experiencia muy enriquecedora porque se encuentra en un proceso de autoconocimiento o traducción interna.

Para trabajar con el miedo, es importante comprender la diferencia entre expresión y experiencia. De qué se ocupa y qué hace que mejore la condición del individuo. No se trata de la expresión, esto puede no permitir una descarga adecuada, lo que hace que la persona realmente se mime es aprender, replantear su historia y tomar conciencia del cuerpo. Está transformando una experiencia y se somatiza.

Puedo ser coautor de mi estado

La crisis resultante de un miedo real pone a la gente ante dos hipótesis: peligro y oportunidad.

Si las personas encuentran sus recursos internos y externos, esta experiencia puede hacerlas superarlo, les permite ponerse en contacto con recursos que ni siquiera sabían que tenían y con cualidades que tenían ocultas. Es lo que se llama el momento AHA; después de todo, creo que soy capaz, algo dentro emerge que dice que no da tanto miedo, ¡puedo hacerlo!

O puede suceder lo contrario, la persona se vuelve más asustada, nerviosa, ansiosa, con mucho cortisol y al cabo de entre uno y tres años, incluso puede desarrollar cáncer.

Cuando una persona está expuesta al miedo, ya sea interno, externo o real, ¿debe cuidarlo siempre?

Eso sí, hay que dialogar con la sensación, ser curioso, dedicarle un rato sin obsesión para ver el tema. Casi deberíamos decir: «Hola, miedo, ¿de qué tienes que hablarme?».

Lo que queremos es acabar con la sensación, cuando lo importante es observar sin críticas.

El ser humano quiere ser visto; incluso con miedo, si alguien nos dice «¡tienes miedo!» significa que nos está mirando a nosotros y a nuestro problema. Y a veces, como no podemos admitirlo, es importante que alguien nos lo diga.

Existe la idea de que sentir pavor es para los débiles, pero el temor es una condición natural del ser humano. La cuestión no es intentar ser fuerte, sino saber estar en contacto con la fuerza y la vulnerabilidad.

En Japón, los jugadores de sumo se retiran de sus familias muy jóvenes y están sujetos a un entrenamiento muy duro. Una vez, murió la madre de uno de estos luchadores y como estaban cerca de una competición importante, no se lo dijeron. Cuando se enteró, quiso pegar a todos, tuvo un ataque de rabia y frustración. Lo encadenaron y todos temieron su terrible furia, trataron de calmarlo de varias formas hasta que llamaron a una terapeuta para hablar con él. Era pequeña, pero no le mostraba miedo, al contrario, lo miraba y le decía: «Veo que estás triste y cansado». En ese momento, se calmó. Porque en la urgencia de querer curar al otro, perdemos la oportunidad de un contacto profundo con la situación, con la posibilidad de decir: «¡esto es lo que está pasando!».

El miedo es una de esas emociones en las que tenemos que admitir: «Tengo miedo». Tenemos que tener curiosidad por el sentimiento: «¿cuándo me pasa a mí?», «¿Cuánto dura?», «¿Qué noto en mi miedo?», «¿Qué sensaciones atraviesan mi cuerpo?», «Si pudiera contar la historia mental, corporal y emocional cuando tengo miedo, ¿qué ritmo tendría?».

Qué hacer en situaciones de miedo

Pedir ayuda es fundamental para que una persona fortalezca su yo interior. En función de ello, y si tiene la estructura para ello, afrontar el miedo puede ser bueno, pero es importante recordar que es peligroso forzar las cosas. En algunas situaciones, puede ser mejor no enfrentarlo de inmediato.

La situación no es solo un hecho, pues estamos vinculados a un problema con muchas dimensiones.

Criticar a la persona no es una solución; no debemos decir qué hacer, sino brindar apoyo para lo que necesite.

Lo importante es tener a alguien que nos acompañe en el proceso. Contar con alguien, no que nos diga qué hacer, sino simplemente que nos acompañe, que nos apoye si es necesario.

El problema es que a veces también evitamos ver el miedo de los demás. Tenemos dificultad para enfrentarnos a los que lloran. Se nos acaba la paciencia. Y, sin duda, para ayudar a alguien se necesita tiempo.

¿El miedo es contagioso?

Solo si la otra persona también se encuentra en un estado frágil, porque depende de la estructura de cada uno. En un grupo, en cambio, es más complejo, porque si hay varias personas con preocupación se puede crear un pánico de masas. Como dijo Rousseau: «Los grupos son perversos». Porque las personas individuales pueden estar tranquilas, pero en grupo pierden el control.

Cuando hablamos de seres humanos, hay muchas variables a tener en cuenta: está la personalidad y la historia de cada uno. Y debemos poner todos estos datos en la ecuación.

¿Tiene cura el miedo?

En el tema humano, nada se puede curar en realidad y afortunadamente. ¿Por qué debería querer no tener miedo? Eso podría ser arriesgado, pues podría ponerme en peligro. Ahora mejora el miedo neurótico, autorregúlate, tranquilízame, eso es bueno. Pero no hasta el extremo, no queremos curar nuestros miedos, ¡queremos usarlos bien!

¿Puede existir el miedo al éxito?

Por supuesto, puedes temer a las cosas buenas. Después de todo, ¿qué es el éxito? Estar expuesto; lo que implica mucho trabajo. Es como dicen los japoneses: si sacas la cabeza, es más fácil cortártela.

El triunfo expone a las personas, las pone en un lugar de vulnerabilidad, sobre todo porque todos sabemos que el éxito puede ser efímero, e incluso la tragedia de no lograr la condición de éxito permanente puede ser desorganizante.

Por todo esto, diría que es razonable tener miedo al triunfo, porque si no me cuestiono sobre mi éxito, me voy a fijar en mi ego, en mi neurosis.

Resumiendo cómo debemos abordar el miedo:

 Identifica el miedo;

 Sé curioso;

 Dialoga con él;

 Intenta empezar a cambiar los comportamientos más fáciles;

 Realiza los cambios a tu propio ritmo: algunos solo pueden hacerlo más lentos y otros lo hacen rápidamente.

Cuando se introdujo el humanismo en la psicoterapia, la gente empezó a mirar a la persona de forma individual. Hay muchas formas de abordar el miedo, pero la gente da signos explícitos e implícitos de dónde está el camino. Desarrollar el verdadero sentido de seguridad porque el miedo es algo muy antiguo, una falta de seguridad que muchas veces ya es muy sofisticada y quita la posibilidad de experimentar la vida. Por eso se dice que lo neurótico mata al erótico, el neurótico teme sentir, por eso evita vivir para no exponerse al miedo.

Como terapeutas, debemos crear un vínculo seguro y una sensación de seguridad con el paciente y luego sumergirnos en el problema. Sin embargo, el miedo debe abordarse en el momento adecuado, porque la persona debe estar preparada para ello.

1 Teoría desarrollada por el autor Stephen Porges.

2 La anamnesis es una entrevista realizada por el profesional de la salud (psicólogo o psicoterapeuta) con el paciente, que pretende ser un punto de partida en el diagnóstico de una patología.

Tema 2

CONFIANZA PERSONAL Y

CONFIANZA EN CLÍNICA

«No se necesitan muchos rituales para que exista la confianza. ¡No se trata de tener, se trata de ser! Para tener seguridad, alimentamos la creencia de que tenemos que tener muchas cosas, cuando en realidad la base de la seguridad es no tener, ¡es ser! Y cuanto más soy, menos necesito tener.»

Es interesante centrarse en la etimología de la palabra confianza: «con fianza», es decir, algo confiable, que da una garantía. La confianza es bidireccional: doy y recibo, así que me siento completo y con una sensación de seguridad. Por eso, más que una idea abstracta, es un estado y tiene un profundo aspecto somático; es decir, a la confianza, para identificarla como tal, hay que sentirla. No pasa directa a través de la corteza, sino a través de los sentidos. Por supuesto, la corteza está involucrada, pero toca un lado muy visceral, donde el sistema autónomo vegetativo es el que nos dice por intuición, y antes de que llegue al cerebro, si es confiable o no.

La confianza es un estado sensorial, porque los sentidos son las puertas al mundo interior y exterior; se modulan, se abren y se cierran según la atención y el significado que damos y recibimos del mundo. Entonces podemos decir que la confianza está muy ligada a lo somático, a lo sensorial, lo que nos permite fiarnos no es la mente, es el soma.

Solo después de sentir, la mente interpreta estas sensaciones. Luego asocia ideas y comienza a comprender a nivel cognitivo por qué confía o no.

Este sentimiento está ligado a los sentidos, a los ritmos, a las curvas emocionales, a los pulsos. Tenemos golpes de creer y de dejar de hacerlo y estos tienen su propio ritmo en respuesta a los desafíos de la vida.

La confianza es somática, involucra hormonas y una sensación de seguridad. Además, está asociada a estados ambientales: puedo estar más seguro de noche o de día, en un contexto determinado o en otro. Es común que la gente diga «hoy me fue bien porque me sentí seguro».

Pero la confianza comienza como algo intrínseco: primero tengo que creer en mí mismo, rescatar mis recursos y luego, ya lo haré en el otro. Por eso, la seguridad está ligada al estado emocional del individuo: saber que el cuerpo lo acompaña, que las ideas están en orden.

La confianza externa nace de nuestra seguridad interna. Aunque, a nivel de vínculo, los seres humanos a menudo pensamos que solo podemos tener fe en nosotros mismos cuando existen muchos signos de refuerzo externo que confirman lo que es seguro o inseguro. Esto puede llevar a la persona a un lugar difícil, a hacer algo solo cuando reconoce todas las señales de seguridad. Pero esto es negativo, porque la persona pierde toda posibilidad de correr riesgos, de romper las reglas, y crea dependencia de la validación del otro.

La confianza está directamente relacionada con la biografía y la línea de tiempo de uno: ¿cómo he construido mi biografía? ¿Cuál es mi narrativa? ¿Qué me digo a mí mismo sobre mi historia?

Un ejercicio interesante es graficar mi línea de seguridad personal y ver si puedo identificar más bien aspectos positivos o negativos, así podré discernir si mi pasado me permite tener un lugar seguro y confiable o no. Puede ser que sienta que he construido varios momentos de confianza porque fueron significativos y se quedaron grabados en mi memoria. O, al contrario, tengo demasiados momentos de desazón, lo que me dificulta confiar en mi instinto, mi receptividad, lo que viene a mí a través de los sentidos.

Si siento que no he tenido un buen resultado, puedo crearme la idea de que «mi antena» está rota. Las personas a menudo se desilusionan de sí mismas y retroceden, entonces entregan el poder al mundo exterior para ver si este las valida. En este proceso, el poder se puede traspasar a un gurú o un mentor, es decir, a una tercera persona de la que acaba por volverse dependiente.

Las personas desconfiadas también pueden entablar relaciones tóxicas porque carecen de autoridad interna. Puede suceder incluso dentro de las familias, con padres o hermanos. Esto a menudo tiene que ver con el sistema familiar que puede enviar un mensaje ambiguo. Por un lado, la familia dice: «Ve por la vida», pero, por otro lado, dice: «No te vayas, no eres capaz». Son esta clase de declaraciones las que interrumpen el flujo de estado y provocan un trauma explícito del desarrollo.

Otras veces, es ambiguo. Por ejemplo, se anima a los niños a salir al mundo, pero, al mismo tiempo, son muy infantilizados y se les otorga muchos bienes materiales para que sigan siendo dependientes. De esta manera se les quita la confianza que tienen para salir al mundo, porque saben que siempre pueden volver a la base. O puede ser incluso más explícito, cuando los padres dicen: «Ya verás lo que cuesta la edad adulta...». Cuando estos mensajes son transmitidos por personas importantes, por aquellos que son nuestras referencias, nos entran a través de los sentidos y perturban nuestra autoestima. El gran problema es que la imagen de nosotros mismos se construye desde una edad muy temprana, «si me valoro, querré mostrárselo al mundo». Pero si no nos valoramos, también se lo mostraremos a todos, presentándonos frágiles y débiles en la lucha por los objetivos de nuestra vida. Si alguien nos validó, será más fácil para nosotros creer en nosotros más adelante. Nos lo planteamos como la voz crítica más significativa: es cariñosa, justa y coherente con nosotros mismos, es el mejor antídoto para cualquier inseguridad.

El terapeuta en la consulta también necesitará mantener este estado para sí mismo: debe ser una inspiración para los demás y transmitir la idea de que es posible.

Tener autoestima significa que hay una razón valiosa para amarnos. Estas razones, al ser positivas, se hacen visibles y se transmiten a los demás convirtiéndose en un regalo —entonces hablamos de generosidad—. Es una posibilidad de compartir desde el corazón lo que tengo internamente y de poder ayudar al otro sin agotarme (o desenergetizarme).

Al donar al mundo lo mejor que tengo, lo que siento que me ayuda y, por lo tanto, lo que me es valioso, mi acción es completa y válida. Le doy al mundo algo que creo que contribuye a hacer de él un lugar mejor y en el proceso estoy reconociéndome. Es una certeza interior que reflejo en el otro, una que dice que para mí esto es posible. Pero el convencimiento interno por sí solo no está garantizado. El talento y la capacidad no son suficientes, y este es el gran tema clínico en el que tenemos que trabajar, ¡solo querer no es poder! Querer es solo una parte, porque dedicar, dar consistencia y poder dar un paso atrás también son fundamentales. Porque no es solo querer, es querer ir. Se trata de experimentar, se trata de no darse por vencido. Es conjugar verbos en gerundio y no en tiempo presente. Es una acción en curso. Dedicarte con atención y entregarte al mundo, son parte de este proceso, porque si analizamos lo que más necesitan las personas, es atención, es sentir que alguien está ahí para ellos de verdad para darles la bienvenida, para escucharlos y para, eventualmente, ayudarlos.

Pero esto solo es posible si estoy genuinamente conmigo mismo, porque si estoy para el otro, pero desconectado de mí mismo, estoy exhausto. E incluso puedo estar solo para el otro sin estarlo para mí, pero siempre será de forma ambigua, desconectada. Lo que pasa aquí es que la persona dice «estoy solo para ti», pero en realidad la persona es para que el otro se sienta indispensable.

La generosidad y la confianza de que puedo ofrecer algo es la única forma saludable de vinculación. Las demás son neuróticas. El verdadero movimiento de dar es muy claro, no tiene desgaste y es somáticamente fluido.

La verdadera generosidad siempre depende de la atención plena hacia los demás y hacia mí. Me coloco en el lugar en el que estoy bien conmigo mismo, en mi piel, y así luego puedo estar bien para el otro. Pero, por ejemplo, si estoy para que el otro me admire o adore, entonces ya no es saludable.

Con una confianza sana podemos descansar, y los otros, también. La verdadera intimidad solo se puede construir cuando se bajan las fronteras, se quitan las máscaras y puedo tener la certeza de que la otra persona no me lastimará.

Confianza significa seguridad sentida en diferentes dimensiones de nuestro ser. Y en esta posibilidad que nos proponemos creamos una «suma» que, cuanto más consistente, más permite el crecimiento proporcional de la fe en el otro.

En el cuerpo, este sentimiento se traduce en una respiración lenta y sonora, un suspiro de placer, pero no porque esté descansando, sino porque me siento seguro, en casa.

La confianza es la base de cualquier relación y también es una de las cosas más eróticas que hay. Los que confían irradian carisma y alegría, que elevan la serotonina y la oxitocina y hacen muy atractiva a una persona, porque sonríen no con el tipo sofisticado de un adulto, sino con el aire espontáneo de un niño, y transmite un mensaje de verdad.

Cualquier tipo de actuación requiere muchas máscaras. Con la seguridad vienen el magnetismo y la seducción, porque la persona no tiene que hacer nada, tiene confianza sin sentir que lo es, sino simplemente ser.

Por supuesto, este sentimiento siempre se puede cultivar, profundizar y podemos aprender a ser conscientes de cómo está presente en nuestra vida, ya sea de forma sana o no.

En este sentido, la confianza en que podemos dar la vuelta incluso en los malos momentos, porque ya la hemos dado muchas veces, alimenta la esperanza. A medida que expandimos los momentos de gracia y disminuimos los momentos de desgracia, también podemos ser una inspiración para aquellos a quienes seguimos.

Entre las parejas, por ejemplo, hay personas que exigen constantemente una prueba de amor y piden al otro que les diga todo el tiempo que le ama. Esta clase de demostración de la lealtad no debería existir, porque cansa. Debe venir siempre de forma espontánea. En realidad, una pareja no debería exigir fidelidad al otro, sino tener la seguridad interior de que si está con él es porque quiere y luego los dos, desde su lugar de confianza, deciden que quieren ser exclusivos el uno al otro. Cuando uno de los dos no dice la verdad, es muy fácil acusar, pero la verdad es que cuantas más promesas haces, más fácil es romperlas.

La confianza es algo que se construye con el tiempo, no se debe cobrar. Y más importante que el miedo a la traición es si la otra persona es digna de esa fe en ella o no.

Cuando en la terapia de pareja es posible hacer que se liberen de los conceptos de la fidelidad y la infidelidad y se enfoquen en cuán confiables son —primero para ellos mismos y luego para el otro— el miedo a que su pareja se vaya comienza a disminuir. Esto es saludable porque la inseguridad solo aleja a la pareja, y hace que siempre estén en tensión. Es deserotizante.

Recuerdo un ejemplo de una pareja a la que asistí que se decían: «Lo que sé es que ahora mismo me gusta estar contigo y compartir mi vida contigo; por tu parte, haz lo que quieras». En esta apertura que se generó entre ellos, existía la posibilidad de quitar a ambos un peso del corazón: habían estado en esta situación de miedo a la traición durante tres años y cuando entendieron el verdadero significado de la confianza, esto dejó de ser un problema.

Los celos son patológicos porque debemos aprender a que aunque queremos al otro para nosotros, es un adulto, y debemos dejarlo ir, solo se quedará si quiere. Es muy interesante decirle al otro: «estoy contigo y estoy dispuesta a dejar que te quedes o te vayas». Podemos poner nuestra mejor versión y esperar que la otra persona se quede, podemos creer en nosotros, pero siempre debemos tener la noción de que, si él quiere irse, nosotros también tendremos que aceptar.

Vi una pareja muy divertida donde él estaba triste porque ella no estaba celosa, pero ella estaba sana y dijo que no se iba a permitir caer en esa angustia. La confianza es primordial. La falta de ella en los demás solo refleja la falta de seguridad que tenemos en nosotros mismos. Es el simbiótico que no quiere ver las piezas que faltan. Escuchamos tantas veces la expresión «Si no estás celoso es porque no te gusto», cuando en realidad no hay celos en el amor profundo porque se cree en la relación y porque se confía en uno mismo. Cuando dejas ir las creencias limitantes, comienzas a vivir de acuerdo a ti mismo y tienes la oportunidad de valorar lo que tienes y lo que debes honrar.

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185 стр. 9 иллюстраций
ISBN:
9788412088991
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