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Hacia una relación consciente con la tecnología

Manuel Ruiz del Corral


Título original: Ser Digital, hacia una relación consciente con la tecnología

Primera edición: Mayo 2017

© 2017 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Manuel Ruiz del Corral

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Sergio Santos Palmero

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

Fotografía del autor: Juan Cantador Marina

ISBN: 978-84-16994-28-1


No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

A Gabriel y Paula, mis hijos, anclas de mi presente y sonrisas de mi trascendencia. Para que vuestras consciencias estén siempre despiertas.

Para que levantéis sin fisuras vuestra mirada a la vida.

Prefacio

En la antigua Grecia ya se advertía que esta parte del libro debía ser corta y sencilla y que no tenía otro objetivo que explicar los motivos e intenciones que han llevado al autor a escribirlo. Y es aquí donde juego mi único y apenas transcendente papel.

Me encantaría que este libro no se leyera solo por su contenido –que bien merece, como comprobará el lector, más de una lectura e incluso llegar a convertirse en un libro de cabecera–, sino que se hiciera por lo que el autor representa en cuanto a conocimiento y sabiduría en el mundo de hoy. Conocí a Manuel Ruiz del Corral siendo profesor suyo y desde el primer momento me llamó poderosamente la atención su singular relación con el mundo, pues si bien se trata de un alto directivo en el área de las últimas tecnologías y gran conocedor del mundo digital, él es además un compositor de música cuyas obras han sido interpretadas en grandes salas de conciertos de Europa. Ni que decir tiene que su amplio conocimiento y experiencia de muchas y diversas materias me demostraba que me encontraba ante una persona de una inusual inquietud intelectual y una enorme sensibilidad, algo que, como comprobará el lector, queda patente en el contenido del libro.

Descubrí por tanto en el autor a un hombre «imprescindible», parafraseando a Bertolt Brecht, en este nuevo renacimiento de la Humanidad. Su creatividad y su criterio le constituyen en un referente como autor en el propósito para el que escribe: aumentar la consciencia de los lectores en un área en la que de hecho creo que somos poco conscientes. En un mundo de manipulación constante donde muchas veces nos ponen, y nos ponemos, al servicio de la tecnología y no al contrario, es muy importante que se eleve una voz autorizada dispuesta a poner orden y a mostrarnos que el buen uso de la tecnología es un gran paso para la Humanidad, pero que su mal uso puede conllevar el empobrecimiento de nuestra esencia más humana.

El camino de este libro se fraguó en largas y enriquecedoras conversaciones en una cafetería frente a una taza de té. Como se gestaban los libros antaño, con esa liturgia de idas y venidas, de largos y elevados pensamientos que a veces nos conducían a oscuros callejones sin salida, pero que siempre merecía la pena explorar por la atracción hacia lo desconocido.

Aunque la tecnología va muy rápido, este libro es atemporal, ya que no solo habla de datos y de las tecnologías más punteras en la actualidad (móviles, redes, inteligencia artificial, etc.), sino que entronca todo ello alrededor de una serie de reflexiones humanísticas sobre la esencia de nuestros cambios de comportamiento actuales, de nuestra evolución, que forman parte de algo mucho más amplio e importante que sin duda seguirá en vigor independientemente de que cambien los dispositivos y las empresas protagonistas de este nuevo salto en el desarrollo del ser humano.

Me gustaría destacar también el gran esfuerzo y dedicación del autor por las muchas horas de madrugada quitadas al sueño para regalarnos este tratado humanista sobre como la tecnología puede ser nuestro principio o nuestro fin, porque, como nos ha sucedido siempre, está en nuestras manos elegir el futuro de nuestras creaciones. En definitiva de eso va el libro: de como esta nueva era nos puede permitir transcender y dar un gran paso hacia adelante en la Historia de nuestra especie o, por el contrario, convertirnos en unos nuevos esclavos, o peor, en robots propiedad de un ente sin alma llamado «Big data».

Quiero agradecer a Manuel sus muchas ganas de compartir su visión y sabiduría con los demás. Como le decía un día, siempre admiro a la gente que cree que lo extraordinario no está en conseguir la utopía sino en atreverse a alcanzarla.

También deseo finalmente darle las gracias porque me haya considerado merecedor de escribir estas breves líneas para su libro. Y, como decía al principio, espero y confío haber provocado y estimulado al lector «consciente» a seguir leyendo, pues estoy seguro de que disfrutará del reto ético e intelectual que supone este libro. Empiece a leerlo y lo descubrirá.


Enrique Salas

Conferenciante, consultor y profesor

Prólogo

Mi abuelo solía mirar el mar para predecir las tormentas. Recuerdo verle erguido y concentrado, con las manos en la espalda, y decirme con autoridad tras un largo silencio: «mañana va a llover, ya verás». Nunca supe si era la dirección del viento, la estela de las nubes, o la fuerza del mar lo que le daba esa seguridad en lo que decía. Tampoco recuerdo con exactitud si acertaba siempre en sus predicciones. Lo único cierto es que aún conservo esa imagen dentro de mí y la vívida sensación de estar compartiendo algo místico que me fascinaba mientras miraba el mar con toda mi atención.

Hace poco tiempo, y en uno de mis últimos paseos por esa misma playa, no pude evitar detenerme. «Abuelo, mañana va a llover, ya verás», escuché decir a un niño de unos siete años mientras deslizaba su dedo pulgar sobre su smartphone con la cabeza agachada y sin desviar la mirada. Aquel hombre se encorvaba hacia el pequeño, acompañándol0 fascinado por toda esa sucesión de imágenes y sonidos que les llevaban de una cosa a otra sin pausa. Ponían tanta energía y atención en lo que estaban viendo que incluso el mar, imponente, parecía ya no estar allí para ellos.

Me invadió un cierto sentimiento de nostalgia mientras me preguntaba cómo algo tan pequeño era capaz de transformar tan profundamente ese instante. Proyecté en ese chico mis emociones y sentí que la mística de mi recuerdo ahora carecía de sentido. Ya no era necesario observar pausadamente, ni tampoco elevar la vista más allá de nosotros para encontrar las respuestas. Ahora todas ellas parecían estar en la palma de nuestra mano, de inmediato y al alcance incluso de los pulgares más pequeños.

Es una época privilegiada la que nos ha tocado vivir; no hay duda de que la tecnología ha revolucionado la sociedad. Una revolución que ha sido además silenciosa porque, salvo que nos detengamos conscientemente a comparar nuestros hábitos y necesidades con las de hace tan solo unos pocos de años, todo ha ido tan rápido que ni nos hemos dado cuenta.

Hemos cambiado. Hoy, con nuestros dispositivos personales inteligentes («smart») podemos comunicarnos al instante, casi sin esfuerzo. Desde nuestros teléfonos, «tabletas», ordenadores y relojes de pulsera, podemos compartir rápidamente lo que pensamos, vemos o sentimos con muchas personas simultáneamente, a través de redes sociales como Facebook o Twitter. Podemos acceder a toda la información pública del mundo a partir de un solo gesto en Google. Podemos comprar cualquier producto sin movernos del sofá y que nos llegue a casa en pocas horas. Podemos, en definitiva, ser más rápidos, más eficientes y más productivos, porque se nos da la oportunidad de perder menos tiempo en lo aparentemente irrelevante y aprovecharlo para lo que queramos. El ser humano parece destinado a vencer la barrera del tiempo y del espacio.

La promesa que nos hace esta nueva tecnología es fascinante: tenemos más poder y la oportunidad de ser más libres. Podemos ser, por tanto, más felices.

Vemos las sonrisas de las personas cuando se sienten conectadas e inmediatamente atendidas. Vemos también el entusiasmo de las familias cuando se acercan a sus seres queridos con un mensaje, una llamada, una fotografía, un vídeo… aunque estén en el otro extremo del mundo. Vemos como las personas con dificultades físicas o dependencias eliminan los muros de la comunicación gracias a la tecnología, o como los pequeños emprendedores prosperan y revitalizan entornos rurales gracias a las redes. También vemos como los artistas tienen más medios para crear y expresar sus ideas sin necesidad de depender de terceros, o como vivimos en una sociedad cada vez más participativa que presiona a los gobiernos para ser más transparentes con la publicación de sus datos. Podemos mirar también un poco más allá y percibir los primeros pasos de la nueva industria digital (esa que llaman 4.0) en servicios de Telemedicina, Urbanismo inteligente y Atención Social: hoy podemos operar a un paciente a distancia con robots de extrema precisión, ser guiados por la ciudad a través de la ruta menos congestionada para llegar a tiempo al colegio a recoger a nuestros hijos, o mantener monitorizadas las constantes vitales de nuestros mayores a través de nuestro móvil.

Me he dedicado más de veinticinco años a estudiar la tecnología, desde introducir unos y ceros en circuitos del tamaño de una onza de chocolate para medir como los impulsos eléctricos afectan al sistema nervioso de una persona, hasta diseñar las aplicaciones de Internet más complejas. Veo que la promesa de la tecnología se ha convertido en realidad, y eso que aún es solo un embrión de la verdadera revolución que está por llegar a corto plazo. Pero no puedo evitar sentirme inquieto porque, si me detengo y soy honesto conmigo mismo, me doy cuenta de que yo también actúo como ese niño de la playa: a veces agacho la cabeza y pierdo de vista el imponente mar que tengo delante de mí, y no soy capaz de levantar la mirada ni tampoco me doy cuenta de ello. Y percibo, con una sutil tensión en el estómago, que esa actitud entra en conflicto con mis recuerdos, valores y experiencias más esenciales. Pero aún así no puedo evitar seguir reaccionando a las notificaciones de mis dispositivos.

Hemos cambiado. En lo más cotidiano, vemos parejas que comparten una velada íntima sin apartar la vista de sus teléfonos móviles. Vemos padres frustrados por no poder competir con la conexión a Internet de sus hijos, conductores que consultan obsesivamente sus teléfonos mientras conducen en modo automático, amigos que comparten la noticia de su paternidad en sus redes sociales antes de hacerlo a su círculo más cercano, bebés exhibidos por sus padres en Internet, apropiándose de su imagen y anulando el derecho a decidir de sus hijos en una red que nada olvida, personas que se escabullen para grabar y compartir una pelea antes que intentar pacificarla, antes incluso que evitarla, viandantes que caminan sin rumbo tecleando en su teléfono, niños que cruzan la calle solos mientras sus cuidadoras se ríen de un vídeo viral, adolescentes que se despiertan varias veces en la madrugada por las alertas de sus dispositivos...

En el trabajo, vemos jefes y colaboradores que utilizan de forma compulsiva sus gadgets tecnológicos, descuidando la atención a las personas de su equipo, compañeros que pasan largos minutos repasando sus tareas comunes en mensajes en el móvil, separados físicamente por dos o tres mamparas de distancia...

Recibimos largas horas de formación sobre técnicas de liderazgo y gestión que fracasan estrepitosamente cuando vibra un móvil encima de la mesa. Cada vez son más habituales los horarios indefinidos y la disponibilidad permanente (24x7, lo llaman), y encontrar personas con crecientes dificultades para concentrarse en tareas abstractas, hacer una lectura en profundidad o prestar atención de forma sostenida a una conversación. Tanto o más que para desconectar de la actividad laboral en su tiempo libre, con los consecuentes síntomas de estrés y ansiedad.

¿Qué nos está ocurriendo? ¿Realmente se cumple la promesa que esperábamos de la tecnología? ¿Es cierto que somos más productivos y eficientes, que podemos decidir lo que queremos, que tenemos más poder, que tenemos la oportunidad de ser más libres? ¿Podemos ser más felices? Si no es así, ¿es culpa nuestra?

Este es el debate que me inspira a escribir este libro, y mis palabras se dirigen a aquellas personas que sienten un conflicto similar en su interior o que se identifican con alguno de los comportamientos anteriores, con la intención de comprenderlos mejor y mejorar sus hábitos, su rendimiento o su calidad de vida. Sea cual sea cada caso, en este libro se pueden encontrar algunas claves para entender cómo y por qué están cambiando nuestras mentes, nuestros comportamientos y nuestras necesidades como consecuencia de la transformación digital de la sociedad. Estas claves son mayormente útiles para las personas que valoran especialmente las relaciones personales en su vida diaria, o que conviven con elevadas cargas de trabajo y responsabilidad. El lector también podrá utilizar algunos conceptos de este libro para optimizar la estrategia de marketing de su empresa y adaptarla a las nuevas expectativas de la sociedad.

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El primer capítulo del libro explora las grandes cifras de penetración y uso de las tecnologías de la información en el mundo, junto con una explicación acerca de las bases de la gran revolución: la predicción del futuro, la inteligencia artificial, la conexión de los objetos o los nuevos materiales que permitirán crear un sensor en casi cualquier superficie.

El segundo capítulo profundiza en la revolución silenciosa, en como la tecnología está cambiando nuestras mentes y nuestra capacidad para prestar atención, creando nuevos condicionamientos y hábitos sociales. Partiendo del estudio de las necesidades universales del ser humano y desde la perspectiva de la evolución biológica de nuestro cerebro, se desgranarán las bases de como los diseños digitales inciden en nuestra forma de percibir la vida en su dimensión más profunda, y como nuestros hábitos modelan nuestros instintos, creando una difusa frontera entre entretenimiento, entusiasmo, dependencia y adicción a la tecnología.

El tercer capítulo aborda la descripción de los nuevos hábitos de las personas desde una perspectiva psicológica, social e incluso comercial. Aquí se desarrollarán fenómenos muy actuales como la identidad digital, la necesidad de compartir información en las redes sociales, la estandarización de las emociones, los «linchamientos digitales» o la pérdida de la percepción de la seguridad y la intimidad.

Por último, el cuarto capítulo aporta una serie de criterios para construir puentes hacia una relación más sana con la tecnología, incluyendo herramientas aplicables a la vida cotidiana y a actividades de alta carga intelectual o elevada responsabilidad. Estos criterios pueden además integrarse en las tradicionales técnicas de liderazgo, gestión de personas y gestión del tiempo, de forma que estas últimas sean realmente efectivas y no queden obsoletas.

La llegada de la era digital es un hecho constatable e imparable en nuestras vidas. Como tecnólogo, será incompatible encontrar en mis palabras un discurso que se oponga a ello, pero tampoco realizaré una apuesta incondicional por la tecnología ni por su futurible potencial para convertirnos en algo similar a «súper-hombres», especialmente cuando su diseño más cotidiano está afectando negativamente a nuestras capacidades y valores más esenciales.

En este difícil término medio, navegaré junto al lector a lo largo de este libro, tratando de aportar herramientas para que él elabore sus propias respuestas y también nuevas preguntas. Habré cumplido mi mayor objetivo si las personas que hayan compartido conmigo este viaje se declaran al final más libres de decidir hacia donde mirar. O, al menos, que cuando no sean capaces de levantar la mirada de sus manos al pasear por la orilla del mar, consigan mantenerse despiertos para darse cuenta de ello y verse a sí mismos.

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Capítulo Uno. LA CHISTERA MÁGICA DE LA NUEVA CIENCIA

Christine acababa de superar su primer trimestre de embarazo. A sus dieciséis años su situación era todo un contratiempo y su familia no era precisamente pudiente. Aunque su cuerpo y su prudencia le permitían mantener su maternidad en total secreto, dentro de poco tiempo tendría que compartir la noticia con todo su entorno.

Ajena a sus futuras responsabilidades y, como cada viernes, se disponía a canjear con entusiasmo varias ofertas personalizadas en su habitual centro de estética, un local reluciente en la planta baja de un centro comercial situado a dos manzanas de su casa. Aquel espacio no era más que otro anónimo punto de venta dentro de la enorme red de centros comerciales, pero para Christine constituía un refugio personal y exclusivo al haber sido clasificada por la empresa como cliente «premium»: no solo compraba allí habitualmente utilizando su tarjeta de puntos, sino que era una usuaria muy activa en la red social de la tienda que opinaba sobre los productos que más le gustaban y se los recomendaba a sus contactos de Facebook(R). Ese día, además de comprar un nuevo gloss labial que prometía largas horas de duración y probar un nuevo perfume, aprovechó para llevarse un par de jabones neutros para su piel (más seca que de costumbre), algodones, y también un suplemento vitamínico recomendado en Internet para fortalecer las defensas, idóneo para hacer frente a un otoño especialmente lluvioso y de fuertes contrastes térmicos.

Paul, su padre, era un hombre conservador y de firmes convicciones religiosas. Llevaba treinta minutos dando vueltas por un pasillo de la séptima planta de aquel imponente edificio, apretando en sus manos un puñado de papeles con contrariedad mientras observaba la lluvia a través de los verticales ventanales. Después de la espera y de decenas de llamadas previas para obtener esa cita, por fin se abrió la puerta del despacho del director comercial. Paul tomó asiento y esparció unos arrugados cupones por la mesa, dejando ver un importante número de ofertas de productos prenatales, juguetes y ropa de bebé destinados a su hija. Tratando de controlar su agresividad, trasladó su profunda indignación por la actuación del centro, la cual, desde su punto de vista, estaba indudablemente orientada a fomentar el embarazo a tempranas edades y representaba la crisis de valores de la sociedad americana y sus familias. Tras un intenso discurso, su interlocutor, atónito e incapaz de encontrar una explicación a lo sucedido, reforzó los fundamentos morales de su política comercial y reconoció que el caso era un error casual y material que no volvería a suceder.

Lo que Christine y su padre no sabían (ni por supuesto lo sabía tampoco el director comercial del centro), es que Andrew, un brillante estadístico e informático de Dakota del Norte, había irrumpido en sus vidas. No de forma directa ni dirigida a ellos en particular, pero en ningún caso de forma casual o accidental.

Andrew llevaba varios años en el departamento comercial de la empresa creando predicciones automáticas por ordenador para mejorar los resultados de ventas. Utilizando terminología técnica, Andrew era un científico de datos y diseñaba modelos predictivos y de inteligencia de negocio. Su trabajo no consistía en generar trivialidades tales como publicar información sobre la última moda de zapatillas deportivas para jóvenes o enviar ofertas de juguetes en el período prenavideño a los padres. Su ciencia consistía en algo mucho más ambicioso: predecir lo que iba a suceder y anticiparse a la competencia.

Apoyado en la tecnología denominada «Big Data»(R), diseñó una solución informática que almacenaba los datos de cada compra realizada, junto con los hábitos de los clientes fidelizados con tarjetas de puntos y las opiniones de las redes sociales. Teniendo en cuenta que la red comercial de su empresa era una de las primeras de Estados Unidos con fuerte presencia en casi todas las ciudades, su sistema generaba una enorme cantidad de datos cada segundo, datos que Andrew metía en una especie de «chistera» informática que le devolvía, a golpe de clic y, como por arte de magia, las relaciones y afinidades entre ellos. En otras palabras, con su chistera podía ver fácilmente que en junio se compraban más bañadores que en agosto, que la diferencia de las ventas electrónicas entre hombres y mujeres se iba reduciendo cada vez más, o que las clientas más jóvenes solían comprar productos cosméticos cada primer viernes de mes al salir de la escuela y estrenando su paga mensual.

Resultados más o menos evidentes para cualquier departamento comercial que analice sus compras y sus clientes pero que Andrew decidió enriquecer cruzando más conjuntos de datos, tales como los registros del clima de cada ciudad, la renta media de las familias o la tasa de natalidad. Ahora su chistera (es decir, un conjunto de fórmulas matemáticas previamente programadas en una herramienta informática perfeccionada a lo largo de la Historia de la estadística y la matemática) le permitía descubrir patrones invisibles que superaban en muchos casos el sentido y la capacidad de análisis de la inteligencia humana.

Una de las aplicaciones más brillantes de todo ese trabajo fue diseñar un modelo para predecir el embarazo en fechas tempranas, aquellas en las que aún no se manifiesta y durante las cuales algunas personas como Christine son precavidas incluso para anunciarlo. Christine nunca podría imaginar que las lluvias que había sufrido su ciudad durante el último mes no justificaban la compra de un jabón neutro, o que el suplemento vitamínico que había adquirido estaba enriquecido con zinc y contaba con un alto número de «me gustas» por parte de clientas embarazadas en Facebook. Tampoco imaginaba que los algodones eran uno de los productos más comprados durante la gestación y la lactancia por todas las clientas del país. Ni tampoco que el resto de cruces de datos, suposiciones y decisiones que se añadieron de forma automática casi en el momento de su compra, hicieron que la chistera de Andrew predijera que estaba embarazada. O, en realidad, que tenía una probabilidad de embarazo del setenta y uno por ciento.

El sistema informático estaba programado para dictar una instrucción al departamento comercial, de forma que se enviasen cupones de productos prenatales a las clientas con una probabilidad de embarazo superior al setenta por ciento. Así fue como los cupones acabaron en manos del padre de nuestra protagonista, el cual, pocos días después, tuvo a bien disculparse con el director comercial en una breve llamada telefónica tras un fuerte enfrentamiento con su hija como consecuencia de aquel «imprevisto».

860,87 ₽
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181 стр. 2 иллюстрации
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9788416994281
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