Читать книгу: «Un joven en La Batalla»

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© LOM ediciones Primera edición, 2012 ISBN impreso: 9789560003256 ISBN digital: 9789560013262 RPI: 230.080 Motivo de portada: Catalina Marchant V. Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 688 52 73 | Fax: (56-2) 696 63 88 x lom@lom.cl | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Índice

  Presentación

  Introducción

  Lecciones de un carpintero solitario y de un orador errante

  Bibliografía

A Marcela y su paciente compañía

Presentación

La presente recopilación del total de textos de Manuel Rojas publicados por el periódico anarquista La Batalla, entre los años 1912 y 1915, no solo posee un valor documental por constituir los primeros escritos de nuestro autor, sino que testimonia su inicio y búsqueda ideológica. Como él mismo señalara: “No sabía gran cosa de anarquismo y mi credo revolucionario se reducía a algunas consignas o slogans… pero la idea de pertenecer a una redacción –en donde no sabía qué iba a hacer– me fascinó…”. Tal vez de calidad literaria dispar para las miradas rigurosas del crítico y académico, estos textos en prosa y verso son tempranos intentos por dar a conocer sus inquietudes sociales como atento observador de su mundo proletario de infancia y juventud.

Vivimos hoy en un ambiente de desconfianza y rechazo a las gastadas, y a veces enmascaradas, formas institucionales imperantes. Grupos de “indignados”, que se sienten al margen de los supuestos beneficios de la modernidad, protagonizan acciones concertadas y movilizaciones masivas de protesta y, en estas nuevas actitudes antisistémicas, se renuevan ciertas posturas libertarias. Hoy las pancartas demandan igualdad de género y sexo, respeto medioambiental, reconocimiento y valorización de los pueblos originarios y niegan, muchas veces, la institucionalidad política y religiosa.

Hace ya cien años un joven Manuel Rojas llegaba a Santiago tras una travesía cordillerana desde Mendoza. A la Fundación que lleva su nombre le ha parecido oportuno recordar ese momento, contribuyendo a la comprensión no solo del origen del oficio literario del escritor, de sus primeros brotes en aquel “árbol siempre verde”, sino además aportar al análisis del actual escenario social y político que vivimos (o padecemos) no solo en Chile, sino en gran parte del planeta.

Fundación Escritor Manuel Rojas

Introducción

El periódico quincenal La Batalla fue un órgano muy eficiente en la difusión del pensamiento anarquista entre los años 1912 y 1916. Administrado por el panadero catalán Moisés Pascual Prat, se destacó por permanecer en circulación un tiempo prolongado, algo poco común para ese tipo de periódicos, a pesar de la persecución policial ejercida hacia sus colaboradores, la que incluso se extendió a quienes lo distribuían en la vía pública. En 1916, cuando se deja de publicar, se retoma su edición en Valparaíso con otra administración, sobreviviendo hasta 1926. El vacío que provocó su interrupción en Santiago fue llenado por la aparición de Jerminar, un fugaz periódico que habría promovido el surgimiento de la Agrupación La Batalla, entidad santiaguina de apoyo a la publicación libertaria, ahora porteña. Manuel Rojas conoció a Pascual recién llegado de la Argentina.

En aquellos años –señala– Moisés Pascual era un anarquista activo, componente de un grupo más bien revolucionario, opuesto a otro, de tendencias reformistas. Llegó un momento en que la institución u organismo –informal–, que los dos grupos constituían, desapareció, mejor dicho se dividió. Pascual, cabeza visible del primero, decidió sacar un periódico que se llamaría “La Batalla”… Me invitó a formar parte de la redacción y yo acepté encantado. No sabía gran cosa de anarquismo y mi credo revolucionario se reducía a algunas consignas o slogans… pero la idea de pertenecer a una redacción –en donde no sabía qué iba a hacer– me fascinó… Pascual estuvo un tiempo en Santiago, luego se fue a Valparaíso; anduvo embarcado, tuvo buenos trabajos, procuró siempre conservar su independencia y dignidad… Ya con algunos años, se instaló en Santiago, en donde se ha defendido con los trabajos que hace en su propio taller, un taller en el que es el único obrero.1

Pascual aparece también mencionado en la novela de Rojas Punta de Rieles (1960) como un individualista y esquivo carpintero anarquista de gran oficio, contrario a compartir su trabajo con ayudantes y aprendices. Rojas también colaboró vendiendo ejemplares del periódico, como consta en varias de las rigurosas cuentas y balances que se incluían en la última página de cada publicación. Precisamente esta función le provocó un altercado con un compañero anarquista, Teodoro Brown, quien le reclamó por la cuenta de una de las ventas que Rojas no pudo entregarle. Esto determinó que Brown le pidiera dejar la pieza del conventillo que compartían.2 La Batalla mantuvo una amplia gama de contactos internacionales a través de numerosas corresponsalías. José Santos González Vera, uno de sus colaboradores, recuerda las visitas que hacía semanalmente a la casa de Pascual “para revisar los impresos llegados en el último correo. Agradábame sobremanera ver un periódico anarquista de Cantón escrito en chino y esperanto”.3 El periódico se caracterizó por mantener posiciones radicales, sólidas e intransables. En el amplio y variado horizonte del pensamiento anarquista que distingue a esta corriente en Chile, legitimaron el uso de la violencia, no solo como recurso para el boicot y el sabotaje, sino también como forma de protesta y represalia hacia acciones del Estado que consideraban injustas. En sus páginas se encuentran escritos del poeta Gómez Rojas, del ya citado González Vera, de Manuel Rojas y de una serie de autores que militaron activamente en las filas anarquistas. Algunos, como los mencionados, fueron reconocidos ampliamente a través del tiempo, pero muchos han sido rescatados del olvido gracias a recientes estudios historiográficos.

Los textos seleccionados, cronológicamente agrupados de acuerdo a la fecha de publicación, corresponden a la totalidad de los que Manuel Rojas escribió para el periódico.4 Con el seudónimo de “Tremalk Naik” aparece el primer escrito que se le conoce, publicado en el ejemplar del 1 de noviembre de 1912, cuando Rojas tenía solo 16 años y había llegado a Chile desde Mendoza en abril de ese mismo año, luego de cruzar a pie la Cordillera de los Andes. El texto se titula “Efraín Plaza Olmedo” y constituye una encendida y apasionada defensa del acto perpetrado, en pleno centro de Santiago, por un individuo de ese nombre ¿Por qué ese personaje, protagonista de una acción considerada delictual –hoy se diría “terrorista”– , alentó en el joven Manuel un deseo reivindicativo? Acaso la historia de Efraín, quien había optado por automarginarse socialmente, despertó en el incipiente escritor un profundo y auténtico sentimiento de solidaridad por los perseguidos e indefensos, actitud que Rojas mantendría a lo largo de su vida y que, “sacándole el cuerpo” a la obviedad panfletaria, recreará magistralmente en prácticamente toda su obra.

El anonimato de la novelesca vida de Plaza Olmedo se rompe la tarde del sábado 13 de julio de 1912, en la calle Huérfanos, pleno centro de Santiago, cuando un individuo dispara a los transeúntes hiriendo de muerte a dos jóvenes. La policía lo captura con la ayuda de los horrorizados paseantes y es conducido a una comisaría. Al ser interrogado, se identifica como Efraín Plaza Olmedo, carpintero de 26 años, y explica su acción por el odio que siente hacia la burguesía ante el abuso de ésta con la clase obrera. Su indignación habría crecido al ver la indiferencia de la clase gobernante frente a una reciente tragedia ocurrida en el mineral de El Teniente, donde murieron más de cuarenta obreros. La explosión de un polvorín, cercano a cocinerías y lugares de reunión de los mineros, tuvo, por parte de las autoridades, un reconocimiento tardío de la gravedad de lo acontecido y una tardía y negligente reacción. En los interrogatorios siguientes a su detención declara que el revólver usado lo habría adquirido con el propósito de matar al presidente Pedro Montt y a algunos jefes militares involucrados en la matanza ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique en 1907. Ninguno de esos objetivos los cumplió; Montt moriría en Europa en 1910.

Estos antecedentes sorprendieron a la prensa reaccionaria, que califica el acto como obra de un “loco y un degenerado”. Sin embargo los exámenes no arrojaron ninguna alteración mental en Plaza Olmedo, ningún rasgo delirante en su personalidad. Incluso el acusado decide llevar adelante él mismo su defensa.

A mediados de mayo de 1913 se dicta un fallo que lo condena a 40 años de reclusión, 20 por cada uno de los asesinatos; sólo su “irreprochable conducta anterior” lo libró de la pena de muerte. En una entrevista concedida tras las rejas, señala: “Sí. La anarquía ordena no matar; pero por ahora es necesario que caigan muchas cabezas, hasta que la sociedad, aterrorizada, conceda por la fuerza lo que no quiera otorgar por la razón” (“El horrendo crimen de calle Huérfanos. Una entrevista con el reo Plaza Olmedo”, El José Arnero, 29 de julio de 1912). En tres oportunidades, desde su prisión, Plaza Olmedo usaría las páginas de La Batalla para expresar las razones que movieron su acto. A un año de los acontecimientos, se publica con su firma un artículo titulado con una interrogante: ¿Dónde está la culpabilidad? (La Batalla, 1ª quincena agosto, 1913). Plaza Olmedo responde que la culpa está en los privilegios, o más bien en los privilegiados, aquellos sustentados por una masa trabajadora que es mantenida en sumisión e ignorancia, con sus fuerzas mermadas por el alcoholismo y reprimida por el Ejército cada vez que, guiada por destellos de conciencia, desea rebelarse.

Plaza Olmedo era ajeno a cualquier militancia organizada, su accionar era asimilable a la de un anarco individualista. Los escritos de Max Stirner eran el referente ideológico para los anarcoterroristas de Europa y América que criticaban los movimientos sociales y la acción de masas organizadas. Estas acciones individuales solo obedecían a la propia conciencia y en el caso de Efraín Plaza Olmedo se sumaba a un rencor que se venía gestando a partir de una temprana experiencia de su infancia. A la edad de ocho años, a fines de 1894, había ayudado a salvar a unos pequeños de la muerte por inanición, situación extrema provocada por un pariente de los niños para apoderarse de la herencia de éstos. Aquella experiencia traumática, llena de detalles escabrosos y crueles, fue para el niño Efraín determinante en las decisiones de su vida futura. Su acto de la calle Huérfanos se entendía como una venganza ante a la indiferencia de un Estado insensible frente al sufrimiento de los más desposeídos y del inmovilismo de la burguesía que, de espaldas a las injusticias, no se ocupaba de quienes hacían posibles sus privilegios.

El encarcelamiento de Plaza Olmedo se verifica primero en la Cárcel, donde su conducta rebelde obliga a aislarlo en varias ocasiones. Se oponía a ciertas obligaciones de la reclusión, como oír misa dominical, llegando incluso a insultar al sacerdote.

Posteriormente, confirmada su sentencia, pasa a la Penitenciaría y comienza un periodo de abandono donde su figura aparece en la prensa en contadas ocasiones. Un último artículo firmado por él se publica en La Batalla de octubre de 1914. (Mirajes al mundo en La Batalla, 2ª quincena de octubre, 1914). En él condena la manipulación ejercida hacia el pueblo por las burguesías del mundo, obligándolo a combatir en los campos de batalla defendiendo sus intereses patriotas y nacionalistas. Hacia 1922 su situación carcelaria es difícil, ha pasado más de cuatro años sometido en una celda de castigo del patio llamado “de la Siberia” hasta que Carlos Vicuña Fuentes, abogado, político y escritor, intercede por él ante Fernando Alessandri, hijo del Presidente, para que el reo sea trasladado a la cárcel de Talca, donde el régimen carcelario era más tolerable. Se suceden luego varias manifestaciones sindicales que buscan la libertad de Plaza Olmedo.

Hacia 1925 surge de las filas de la Unión Sindical de Panificadores, liderada por miembros de la agrupación con bases anarquistas IWW (International World Workers), un importante manifiesto invitando apasionadamente a unir fuerzas para lograr su libertad definitiva y llamando a una serie de manifestaciones callejeras concertadas para conseguirlo. Por fin, a fines de febrero de ese año, se anuncia el indulto, que es recibido con regocijo por los sectores sindicales que se vuelcan a las calles de Talca y se dirigen a la Cárcel para celebrar la noticia. A las pocas semanas se formaliza la libertad de Plaza Olmedo, quien es esperado en las puertas del recinto carcelario por un par de miles de personas que lo reciben y escuchan el discurso afectuoso con que lo despide el Alcaide. La celebración continúa en la Plaza de Armas de la ciudad, donde se suceden discursos de dirigentes sindicales y finalmente un ovacionado Efraín Plaza Olmedo agradece su liberación y las manifestaciones de apoyo. La solidaridad hacia él prosigue y se reúne dinero para facilitarle vivienda y alimentación. Sin embargo, poco después, la tarde del 27 de abril, a un costado del polvoriento camino a Conchalí y bajo un sauce es encontrado un cuerpo inerte con un balazo en la sien: era Efraín Plaza Olmedo. Para sus compañeros se trataba de un asesinato, ya que no habían visto señales en él que lo llevaran a un suicidio. La conmoción de su muerte llegó incluso a sectores de la prensa que, años atrás, lo habían condenado sin restricción. El 29 de abril, desde la sede de la IWW, salió su cuerpo rumbo al Cementerio escoltado por un cortejo de varias cuadras.

Con este artículo de Manuel Rojas, como se ha dicho su primer escrito publicado, se definía la postura de La Batalla frente a los que apostaban por la violencia. Mientras algunos anarquistas la condenaban, éstos adherían a ella y destacaban las figuras que la ejercían, como fue el caso de Efraín Plaza Olmedo.

El mismo Rojas, 50 años más tarde, lo recordaría en su novela Sombras contra el muro (1964). A través de su otro yo literario, Aniceto Hevia, expresa una postura discrepante con aquella figura y la temeraria acción que exaltara en su juventud:

–No sé qué decirle. Si se tratara sólo de robar, sería pasable, no me voy a asustar porque alguien comete un robo, pero los franceses han matado a varias personas y eso no me parece tan bien. Un anarquista que mate a un verdugo, al responsable de una masacre, llámese Silva Renard en Chile, Falcón en Argentina, Canalejas en España, Perico de los Palotes en otra parte, pase, además arriesgan su vida y su libertad, son como apóstoles, apóstoles de sangre, es cierto; pero matar a un empleado de banco, a un policía, a un cliente, sólo con el pretexto de robar, ya no me gusta tanto. Plaza Olmedo mató a un joven que no conocía sólo porque deseaba manifestar su disconformidad con la justicia y la moral burguesas; eso me parece absurdo: pudo matar a su madre, disparó al bulto.

Súbitamente, Aniceto calló. Se dio cuenta de que se transformaba en latero; había hablado más de lo que tenía por costumbre.

–¿Conoció a Plaza Olmedo?

–Estuve una vez con él.

–¿Qué le pareció? Es el primer hombre que protesta en esa forma contra una matanza de obreros.

–Lástima que lo hiciera así. Me pareció un ser sombrío y habló, como todos, de los burgueses, de los verdugos del pueblo, las palabras de siempre.

–Bueno, no hay otras. Dicen que es hijo natural de un hombre de buena posición.

–Tal vez, no sé.

(Manuel Rojas, Sombras contra el muro. Santiago: Zig Zag, 1964, págs. 189 y 190)

Poco tiempo después, en su novela La oscura vida radiante (1971), relata un episodio donde Aniceto Hevia conoce de una maniobra concertada para rescatar a Plaza Olmedo:

… Efraín Plaza Olmedo… avisó desde la Penitenciaría que en tal día y en tal hora sería llevado a declarar al juzgado del crimen; se conocía el recorrido, lo describía en la carta, y alguien, tal vez Voltaire (Argandoña), dijo que era la oportunidad para librarlo: aún no había sido condenado: se consultó con mucha gente y cada uno dio su plan, ingeniosos unos, brutales otros… hasta que el Chambeco dio el que parecía más factible: pimienta a los ojos a la pasada, ¡puf!, un puñado, un algodón con cloroformo en las narices y listo… y el día en que Plaza Olmedo pasó, con su gendarme al lado, por la calle Teatinos, en marcha al juzgado, un grupo de jóvenes anarquistas lo vio pasar y él los vio también y los saludó con la mirada: ¡Salud, compañeros, salud y revolución! El Chambeco no estaba allí: había caído preso, por lo menos eso contó después.

(Manuel Rojas, La oscura vida radiante. Santiago: LOM, 2007, pág. 188)

El relato de este acto fallido, planificado con cierta dosis de ingenuidad, no sabemos si es solo fruto de la imaginación o corresponde efectivamente a un intento de rescate verídico por parte de un grupo de anarquistas que solidarizaban con Plaza Olmedo.

Estos trabajos literarios iniciales de Rojas están acompañados por textos de otros autores que tratan temas relacionados con episodios significativos en la vida de Manuel Rojas, como la muerte del carpintero Ernesto Serrano y la del argentino Daniel Antuñano, episodios que sirven de base para el escrito que cierra esta compilación.

El resto de los artículos pertenecen a individuos vinculados al autor de Hijo de ladrón, especialmente el español Teófilo Ductil y el propio Antuñano. El primero fue compañero de oficio de Rojas como pintor de carruajes y casas; Antuñano, cercano a Rojas por la aproximación intelectual al pensamiento ácrata5 que ambos compartieron, la que se materializó en la difusión de las ideas a través de escritos como los que aquí se incluyen.

En algunos casos se ha mantenido la ortografía y sintaxis original a pesar de ciertos errores que se deben, a veces, a faltas tipográficas. Esto permite apreciar el valor documental de los textos y situarnos en el momento en que se escribieron.

Se han insertado notas al pie de los escritos que informan sobre el contexto histórico y entregan antecedentes sobre las situaciones, los personajes y los propios autores lo que permite comprender mejor el contenido de los artículos.

Jorge Guerra Carreño

1 Manuel Rojas. Antología Autobiográfica. Santiago: Ercilla, 1962, pp. 246 y 247, LOM, tercera edición, 2008.

2 Rojas señala que “como no rindiera a Brown una cuenta muy estricta de la venta de unos periódicos que me había dado a vender entre los compañeros, me pidió que dejara su casa –era una sola pieza, que daba a la calle, en un conventillo que iba desde Andes hasta Mapocho–… Me fui, sin guardarle rencor, a la pieza de otro conventillo…” (Antología… op. cit.). En el balance N° 8, aparecido en La Batalla de la segunda quincena de mayo de 1913, se indica que de la lista N° 4, a cargo de Manuel Rojas, “no publicamos números por no tener la lista en nuestro poder”. Este dato podría corresponder al hecho que distanció temporalmente a Rojas y Brown.

3 José Santos González Vera. Cuando era muchacho. Santiago: Nascimento, 1969, pp. 143 a 161 y “Los Anarquistas” en Babel, revista de arte y crítica, año X, Vol. xii, Nº 49, Santiago, Chile, 1949.

4 Por esos años Manuel Rojas fue corresponsal del ya centenario periódico libertario La Protesta de Buenos Aires, que inicia su circulación en 1897 contando con la colaboración de destacadas figuras, como Antonio Pellicer, Alberto Ghiraldo y Pietro Gori. También escribe algunos artículos para la revista anarquista Numen, en la cual trabajaba como linotipista, y en la década del veinte con Claridad, la heterodoxa revista de la Federación de Estudiantes de Chile. Algunos de esos escritos fueron compilados por Carmen Soria en el libro Letras Anarquistas, editorial Planeta, 2005.

5 La acracia, como doctrina política, pretendía y compartía con el anarquismo la desaparición del Estado y de sus organismos e instituciones representativas y defendía la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad. Destacan como pensadores y difusores de ese pensamiento: Kropotkin, Bakunin, Proudhon y Steirner, entre otros.

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9789560013262
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