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RECONOCIMIENTO DEL TERRITORIO
Una vez afianzada la Independencia, las nuevas autoridades republicanas comenzaron a hacer efectivo su dominio en los espacios territoriales que no habían sido ocupados materialmente durante el periodo monárquico, para lo cual se optó por incorporarlos mediante un proceso de colonización. Para lograr ese propósito se crearon centros poblados y se construyeron vías de comunicación con las áreas ya consolidadas26.
La ocupación del territorio chileno fue un proceso paulatino que se estructuró desde el centro del país hacia los extremos norte y sur. En algunos casos este fenómeno obedeció a la iniciativa privada, en otros fue el Estado el que impulsó su realización, y en no pocos casos correspondió a una complementación de ambos. Hubo en el siglo XIX un evidente cambio de ritmo en ese proceso, al incorporarse por el norte Tarapacá y Antofagasta —lo que, por ocurrir después de 1881, no es tratado aquí— y por el sur, la Frontera, la zona austral y Magallanes. En las áreas marítimas y patagónicas el Estado dirigió el proceso, de manera que al finalizar el siglo XIX la mayor parte del territorio nacional había recibido la estructura jurídico-administrativa propia de la república. Sin embargo, había un espacio que permanecía despoblado debido a que sus condiciones geográficas hacían difícil su ocupación: la Patagonia occidental27.
Las autoridades debieron hacer frente a la organización y administración de la nación, y uno de los problemas con que se encontraron fue la carencia de un conocimiento sistemático del territorio. Si bien existían descripciones geográficas y cartografía de la gobernación de Chile, realizadas tanto por funcionarios de la corona como por naturales del territorio, y también por cartógrafos y viajeros de otras nacionalidades, estas eran bastante generales y las representaciones cartográficas, salvo contadas excepciones, no pasaban de ser simples esquicios. Entre las hispanas podemos mencionar el mapa de Chile publicado por Antonio de Herrera el año 1601, que forma parte de la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano28; el mapa de Chile elaborado por el gobernador Ambrosio Higgins, de 1768, que presentó en Madrid al ministro de Indias Julián de Arriaga, en el que se indicaba con especial detalle la localización de las misiones de los jesuitas; el notable Mapa de América Meridional del cartógrafo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, de 1775 y con tres ediciones más hasta 1785, y el Plano General del Reyno de Chile, elaborado en 1793 por el cosmógrafo Andrés Baleato por encargo del virrey del Perú Francisco Gil de Taboada. Entre la cartografía elaborada por criollos se debe mencionar el mapa de Chile que acompaña la obra de 1646 de Alonso Ovalle, Histórica relación del Reino de Chile, así como el mapa Il Chile regno del L’America Meridionale, que forma parte de la obra de Juan Ignacio Molina de 1776, Compendio de la geografía natural y civil del Reino de Chile. Entre los mapas confeccionados por cartógrafos extranjeros está el titulado Chile, Provincia Amplissima, de 1597, que integra el atlas del holandés Cornelius Wytfliet; el mapa del holandés Johannes Laet, de 1625, titulado Chili, que sirvió de modelo a otros cartógrafos europeos para representar a Chile; el mapa del cartógrafo francés Nicolás Sanson d’Abbeville, de 1656, titulado Le Chili. Por su parte, entre los viajeros, cabe mencionar el mapa levantado por la expedición de Alejandro Malaspina del año 1790, que se diferencia de los otros por la base científica con la cual fue elaborado, pero limitado esencialmente a la costa de Chile.
Dada las imprecisiones de los mapas existentes, las autoridades republicanas se abocaron a la tarea de disponer de cartografía confiable tanto del territorio marítimo como del continental. Para satisfacer lo anterior se realizaron diversos intentos. En el plano marítimo, el piloto Claudio Vila, radicado en Valparaíso, interesó en 1823 al ministro del Interior Mariano Egaña para crear allí una academia náutica, la que, además de formar a los pilotos para la navegación, debería levantar cartografía hidrográfica tanto del litoral como de los puertos, teniendo en consideración la extensa costa del país. Sin embargo, la muerte sorprendió al piloto Vila antes de ver hecho realidad su proyecto. Un propósito similar persiguió en 1837 José de Villegas, director de la Escuela Náutica de Valparaíso, junto a Manuel García y Castilla, que tampoco tuvo éxito. Sin embargo, los levantamientos hidrográficos hechos por algunas potencias europeas, en especial Inglaterra y España, comenzaron a ser muy frecuentes en esta parte de América. En ella se inscribió la cartografía del territorio chileno austral y central levantada por el hidrógrafo inglés John William Norie y publicada en 1822 y 1824, labor a la que colaboró posteriormente el Almirantazgo británico. Los marinos españoles, continuadores de la escuela de Vicente Tofiño de San Miguel, hicieron importantes contribuciones a la cartografía náutica de las costas chilenas, como la realizada por la ya mencionada expedición de Alejandro Malaspina de finales del siglo XVIII.
Las exploraciones marítimas de los hidrógrafos británicos durante el segundo y tercer decenio del siglo XIX, en especial en la región austral, merecen especial atención. De suma importancia fue la expedición encargada por el Almirantazgo al comandante Philip Parker King, quien, con las naves Adventure y Beagle y un destacado grupo de oficiales y científicos, realizó el relevamiento hidrográfico del estrecho de Magallanes y canales adyacentes en tres campañas de diciembre de 1826 a marzo de 1827; de enero a agosto de 1828 y de abril a mayo de 1830. Una misión complementaria, al mando del comandante Robert Fitz Roy en el bergantín Beagle, que zarpó de Davenport en diciembre de 1831, dio término a “una labor sin precedentes por lo extensa, seria y completa”, marcada, además, por dificultades de toda índole29. A un gobierno como el británico, que estaba aplicando un sistemático proceso de expansión colonial por todo el mundo para asegurar su comercio, con seguridad no le era indiferente obtener la más completa información sobre el paso marítimo entre los océanos Atlántico y Pacífico, etapa previa a una posible ocupación territorial. En las indicadas campañas los marinos ingleses exploraron y relevaron también los canales que desde la bahía Tamar se abren hacia el norte. Fitz Roy le encomendó a los tenientes Skyring y Graves esos trabajos, quienes, a bordo del Adventure, llegaron hasta el golfo de Penas. Entre los frutos de esa expedición debe anotarse la exploración por el teniente Skyring y el piloto Kirke del asombroso fiordo de Última Esperanza, descubierto en diciembre de 1557 por el capitán Juan Fernández Ladrillero, y reconocido por tierra solo a partir del decenio de 187030. Por su parte, el comandante Pringle Stokes, a bordo del Beagle, realizó el reconocimiento y levantamiento de la costa exterior hasta el área del golfo de Penas, en el sector de la península de Tres Montes31. En lo que corresponde al área conocida como Aysén, a principios del cuarto decenio el capitán Robert Fitz Roy reanudó las exploraciones, y su práctico William Low recorrió el archipiélago de los Chonos, desde Guafo a Tres Montes. Esos trabajos permitieron disponer de las primeras representaciones cartográficas modernas de la zona occidental de Aysén32. La actividad hidrográfica inglesa se reanudó entre 1866 y 1869 con los levantamientos de la corbeta Nassau, al mando del capitán Richard C. Mayne, y los del Alert, en 1880, y del Sylvia, en 1882-188433.
El interés por disponer de una cartografía de calidad para la seguridad de la navegación de cabotaje en las costas chilenas llevó a que el Ministerio de Marina de Chile publicara en 1843 una carta de gran parte del litoral chileno titulada Carta incompleta de la Costa de Chile, basada en los trabajos hidrográficos realizados por Fitz Roy. Entre 1841 y 1844 los marinos Domingo Salamanca y Leoncio Señoret levantaron pequeños tramos del litoral chileno al norte de Chiloé. Los trabajos iniciales se concentraron en el litoral entre Atacama y Aconcagua, en los cursos y en las desembocaduras de los ríos de la zona central y sur, y en la búsqueda de una comunicación entre el archipiélago de los Chonos y el golfo de Penas34.
La labor de hidrógrafos chilenos de la Armada comenzó a tener significación a mediados del siglo XIX gracias a los levantamientos en el litoral de las provincias de Llanquihue y Arauco, así como también por los realizados en los cursos de los ríos Biobío, Toltén, Imperial, Cruces, Calle Calle, Futa, Maullín y las hoyas de los río Valdivia y Bueno35. Conviene recordar que el plano de la desembocadura de este último río, hecho en 1834, es la primera expresión de la hidrografía nacional36. Destacaron de manera especial las labores de la primera comisión hidrográfica a cargo del teniente Francisco Hudson entre 1855 y 1857 en el extenso litoral entre Chiloé y Magallanes. Posteriormente, entre 1870 y 1874, le correspondió al capitán de fragata Enrique Simpson llevar adelante varias campañas de reconocimiento marítimo para garantizar una navegación segura y para tratar de encontrar pasos que comunicaran la Patagonia occidental con la oriental, lo que supuso la exploración de los ríos y de las llamadas internaciones del mar entre los paralelos 44° y 46° de latitud sur37.
En 1874 se creó la Oficina Hidrográfica, dependiente del Ministerio de Marina, cuyo cometido era la publicación de cartas hidrográficas y la elaboración del Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile. A partir de ese año se iniciaron los trabajos de exploración y relevamiento de la región del estrecho por el comandante Simpson, al mando de la corbeta Chacabuco. Este ciclo hubo de interrumpirse entre 1879 y 1884 con motivo de la guerra del Pacífico38. En enero de 1879 el teniente de la Armada Ramón Serrano Montaner inició la exploración interior de la Tierra del Fuego, partiendo desde la bahía Gente Grande y recorriendo un sector de la sección norte de la isla así como la parte central de ella. La existencia de placeres auríferos en varios ríos fueguinos interesó a un ex oficial de marina, Jorge Porter, quien exploró a fines de 1880 la parte noroccidental de la isla y descubrió la bahía que denominó Porvenir, de la cual hizo un levantamiento preliminar cartográfico e hidrográfico39.
En 1880 asumió la dirección de la Oficina Hidrográfica el destacado especialista Francisco Vidal Gormaz, momento a partir del cual los progresos de esa cartografía en el reconocimiento del litoral fueron muy significativos.
La cartografía continental, representada en este caso por la cartografía topográfica, exhibió también un considerable desarrollo, que tuvo implicaciones científicas, económicas y políticas. En cuanto a lo científico, comenzó a ser confeccionada con métodos cada vez más rigurosos, a fin de asegurar la necesaria confiabilidad para conocer, por ejemplo, las verdaderas dimensiones del territorio chileno. En lo concerniente a lo económico, ella se utilizó para determinar la disponibilidad y localización de los recursos humanos y naturales, y en su dimensión política fue la base fundamental para diseñar la organización político-administrativa de la nación y la correspondiente representación ciudadana.
El desarrollo de la cartografía topográfica nacional durante los primeros decenios del siglo XIX supuso numerosos ensayos para contar con un mapa confiable de Chile, antes de disponer de un levantamiento con cierto grado de exactitud. Ejemplo de un intento frustrado fue el realizado en 1823 por Carlos Francisco Ambrosio Lozier junto a Alberto D’Albe40. Un nuevo rumbo se dio en esta materia con la presencia en el país del joven naturalista francés Claudio Gay y después con la del geógrafo y geólogo Amado Pissis.
Claudio Gay (1800-1873) llegó a Chile en 1828 para incorporarse a un proyecto pedagógico que fracasó. En 1830 el gobierno chileno firmó con él un contrato en consideración a su formación científica, siendo Diego Portales ministro del Interior. Mediante dicho contrato, Gay se obligó a hacer un reconocimiento geográfico del territorio41, el que incluía, entre otros aspectos, la realización de una cartografía nacional, tanto general como de cada una de las provincias chilenas. Firmado el convenio, efectuó la exploración del territorio entre 1830 y 1842. A fines de 1830 comenzó su recorrido por la provincia de Colchagua, instalándose en la ciudad de San Fernando, a partir de la cual visitó durante 1831 su sector costero, central y cordillerano. A mediados de ese mismo año regresó a Santiago e incursionó por el norte de la provincia, para posteriormente dirigirse a Valparaíso, donde, a la espera de un barco que lo llevara a Francia, visitó el archipiélago de Juan Fernández a comienzos de 1832. Su viaje a Francia tenía por finalidad adquirir los instrumentos necesarios para efectuar el levantamiento cartográfico comprometido con el gobierno. Tras su regreso en 1834, reinició el reconocimiento del territorio, abordando el área sur y costera de la provincia de Santiago, para seguidamente dirigirse a recorrer las provincias de Valdivia y Chiloé durante los años 1835 y 1836. Remontó el río Valdivia, visitó las localidades de Corral, Osorno, los lagos Llanquihue, Villarrica, Panguipulli y la Isla Grande de Chiloé, entre otros lugares. En mayo de 1836 inició su regreso al centro del país. Durante ese mismo año se dirigió a la provincia de Coquimbo y se instaló en La Serena, a partir de la cual recorrió la costa de la provincia y el valle del río Elqui. Permaneció en la provincia de Coquimbo gran parte de 1837, ocasión en que incursionó en el valle del río Limarí y el centro-sur de dicha provincia, tanto en el sector costero como en su parte central. El final del año 1837 lo destinó a visitar el área costera y central de la provincia de Aconcagua. A principios de 1838 hizo un reconocimiento del sector cordillerano de la provincia de Santiago por el valle del río Maipo, para dirigirse después al centro-sur del país y recorrer las provincias de Colchagua, Talca, Maule y arribar a la de Concepción por su sector costero. En 1839 reinició su viaje de regreso a Santiago por la depresión intermedia, pasando por las localidades de Chillán, San Carlos, Linares, Talca, Curicó, San Fernando y Rancagua, entre otras. En marzo de ese año viajó al Perú con el objeto de buscar documentación para abordar la historia de Chile, tarea que lo mantuvo ocupado prácticamente todo el resto de 1839 y gran parte de 1840. A fines de 1841 se dirigió a Copiapó para visitar la provincia de Atacama, donde reconoció las localidades de Caldera, Tierra Amarilla, Vallenar y Freirina a comienzos de 1842, culminando con ello el recorrido por todas las provincias de Chile. El único sector que no visitó fue la extensa área comprendida entre el sur de la Isla Grande de Chiloé y Magallanes, aunque la consideró en el mapa general de Chile de 1854 que confeccionó42. Allí representó el área comprendida entre el sur de la Isla Grande de Chiloé y el Cabo de Hornos sobre la base en un mapa levantado por la expedición de Alejandro Malaspina de finales del siglo XVIII. Cabe advertir, para el caso específico de Aysén, que solo se tenía una ligera idea de su fachada occidental y se desconocía totalmente su interior, aunque se sabía que se extendía allende la cordillera de los Andes. Muy lentamente se logró entender a Aysén como una unidad territorial claramente diferenciada de Chiloé y su archipiélago, y de Magallanes, aunque carecía de una denominación geográfica43.
Después de recorrer Gay el país, inició en 1834 la cobertura cartográfica, al disponer de los instrumentos necesarios para ese cometido. El resultado final se alcanzó en 1854, cuando se publicó en París el Atlas de la Historia Física y Política de Chile. La obra cartográfica de Gay está compuesta de un mapa general de Chile a escala de 1:2.000.000 aproximadamente, y de un conjunto de 12 mapas particulares que representan las provincias de Chile con escalas variables entre 1:800.000 y 1:1.500.00044. El mérito de la cartografía de Gay radica en que el país pudo contar por primera vez con un levantamiento cartográfico con base científica, pues la localización de una parte importante de los diferentes lugares registrados en los mapas, con su correspondiente latitud y longitud, fueron determinados astronómicamente, y otros tantos mediante el uso de la brújula45. Se ha afirmado, y con razón, que el trabajo de Gay fue “la base del desarrollo cultural y científico posterior del país, pues fue a partir de sus trabajos que naturalistas como Ignacio Domeyko, Amado Pissis, Rodulfo Amado Philippi, entre otros, iniciaron, completaron y aportaron a la obra de reconocer las características físicas del territorio e inventariar sus riquezas naturales”46.
Mientras tanto, y dado el retardo de Gay, motivado, entre otras cosas, por la envergadura y magnitud de la tarea encomendada, el gobierno decidió contratar en 1848 los servicios del geógrafo y geólogo francés Amado Pissis (1812-1889), atendiendo a la necesidad que tenía ahora el país de avanzar hacia su desarrollo económico, por lo que era menester disponer de una representación cartográfica con la localización de los recursos naturales, especialmente mineros, así como de un instrumento para la gestión y la administración territorial. Dicho contrato fue firmado durante el gobierno de Manuel Bulnes con el ministro del Interior Manuel Camilo Vial. Pissis inició de inmediato sus actividades sin recorrer el país previamente como lo había hecho Gay, sino que se abocó directamente a la realización de lo requerido en el contrato:
D. Amado Pissis se obliga a hacer la descripción geológica y mineralógica de la República de Chile, cuya obra se compondrá de texto y mapas. El texto lo dividirá en dos partes: una correspondiente a la geografía del país en que se indicará la posición geográfica, esto es, la latitud y la longitud de las ciudades, pueblos, cerros y otros puntos notables, calculadas por observaciones astronómicas, sus alturas sobre el nivel del mar, y los demás elementos que deben servir de base a los mapas. Al formar esta parte, el señor Pissis dedicará una especial atención a la Cordillera de los Andes, que examinará del modo más prolijo que le sea posible, a fin de señalar con precisión el filo o línea más culminante que separa las vertientes que van a las Provincias Argentinas de los que se dirigen al territorio chileno, y la situación geográfica de los diversos boquetes que permitan el paso por dichas cordilleras a las varias provincias de la República.
La otra parte comprenderá la geología y mineralogía de Chile; y en ella se dará a conocer la composición geológica de cada provincia, y de todos los productos mineralógicos que se encuentren en ella y puedan ser útiles a algunas industrias, como la indicación exacta de sus asientos.
Los mapas serán el complemento y el resumen del texto, presentando al ojo la configuración exacta de cada provincia, la distancia de un punto a otro, sus alturas respectivas, la extensión de cada formación geológica, la posición de las minas y de todos los productos minerales útiles a las artes y agricultura47.
Las operaciones indispensables para el levantamiento cartográfico, basadas en el método de la triangulación geodésica, obligaron a Pissis a recorrer el país desde el desierto de Atacama hasta el sector inicial de la Araucanía, territorio que no pudo visitar a causa de la belicosidad de sus habitantes. Contó con varios colaboradores, muchos de ellos solo ocasionales, como el astrónomo Carlos Guillermo Moesta, el capitán de ingenieros José Antonio Donoso Fantoval, los tenientes Félix Blanco Gana y Alberto Blest Gana, el ingeniero de minas Pedro Lucio Cuadra, el ingeniero geógrafo Enrique Concha y Toro y el agrimensor Gabriel Izquierdo48.
La labor efectuada por Amado Pissis se tradujo, en su parte cartográfica, en el Plano topográfico y geológico de la República de Chile, a escala 1:250.000, publicado en París en 1873, obra compuesta de 13 hojas, realizada mediante una triangulación geodésica, método que aseguraba un levantamiento de calidad y precisión49. Años más tarde, en 1888, siendo jefe de la sección de Geografía de la Oficina Central de Estadística, publicó un mapa geográfico general de todo el país a escala 1:1.000.000, titulado Mapa de la República de Chile desde el río Loa hasta el cabo de Hornos, basado en los datos acumulados para su mapa a escala 1:250.000.
Por otra parte, la relación escrita de su trabajo fue recogida en los diferentes informes publicados en los Anales de la Universidad de Chile a partir de 1850, tanto de índole monográfica como específica de algunas de las provincias visitadas. En ellos dio a conocer las características físicas y humanas del territorio chileno, producto del conocimiento directo adquirido en sus viajes a terreno, así como de la consulta de otros viajeros y exploradores, en especial de lo realizado por Claudio Gay. Entre estos informes cabe destacar “Investigación sobre la altitud de los cerros culminantes de la cordillera de los Andes”, de 1852, y “Descripción de la provincia de Valparaíso”, de 1858. Todo este trabajo tuvo su expresión final en su obra Geografía Física de la República de Chile, publicada en 1875, en la que reseña en su primera parte, y con gran extensión, la orografía, geología, meteorología e hidrografía de país, bajo el título de Reino Orgánico, y en su segunda parte todo lo relacionado con la vegetación, agricultura y fauna, bajo el nombre de Geografía Botánica50.
Los mapas de Pissis, a pesar de las críticas de que fueron objeto, junto con su texto Geografía Física de la República de Chile, tuvieron gran influencia durante el último tercio del siglo XIX y contribuyeron notablemente al conocimiento de la geografía del país, sobre todo en lo referente a sus potencialidades económicas.
En el proceso de descripción del territorio conviene tener presente también a otros individuos que cumpliendo deseos personales o bien encargos del gobierno o de gobiernos extranjeros exploraron con fines científicos el país durante el siglo XIX. Así, se hicieron reconocimiento de zonas más específicas del país, como ocurrió con Valdivia. En ellos participaron los hermanos Bernardo y Rodulfo Amando Philippi, Benjamín Muñoz Gamero —en 1849 reconoció el lago de Todos los Santos51—, los hermanos Guillermo y Eduardo Frick, Guillermo Dðll, que completó el trabajo de Muñoz Gamero y publicó un mapa de la zona, y varios agrimensores, como Reuter, Harnecker, Siemsen, Eisendecher, Geisse y otros52. Guillermo Cox exploró en 1859 la desembocadura del río Petrohué, y en 1862 emprendió un viaje que lo llevó hasta el lago Nahuel Huapi. Consecuencia de estas exploraciones fue, además de las descripciones del territorio y de sus habitantes y de un mejor conocimiento de la flora y de la fauna, la elaboración de una abundante cartografía, como el mapa de la provincia de Valdivia de Bernardo Philippi, impreso en Alemania en 1846; el de Eduard Poeppig, grabado en París en 1859; el de Guillermo Frick, de 1864, y el de este mismo, de una parte de la provincia, de 1885.
Por su magnitud deben recordarse los viajes realizados por Ignacio Domeyko y Rodulfo Amando Philippi, el primero al desierto de Atacama y a la Araucanía, y el segundo también al desierto de Atacama. Ignacio Domeyko, con estudios en la Escuela de Minas de París, ostentaba el título de ingeniero en minas, y fue contratado por el gobierno chileno con el propósito de formar sus propios cuadros de profesionales y técnicos para fortalecer el desarrollo económico, así como para reconocer los recursos naturales de que disponía el territorio. Recién llegado al país se radicó en La Serena como profesor de Química y Mineralogía en el liceo de esa ciudad. Escribió, asimismo, ensayos y artículos referentes a los minerales existentes en el país y recorrió Atacama, poniendo especial interés en Copiapó, Huasco y Chañarcillo53. Al visitar Domeyko la Araucanía en 1845, lo hizo motivado esencialmente por su curiosidad de científico en el pueblo mapuche y en las características de ese territorio. Las opiniones que formuló en sus escritos tuvieron gran importancia para las autoridades de gobierno ante el debate surgido sobre lo que convenía hacer en una región aún no sometida a la soberanía del Estado chileno54.
Rodulfo Amando Philippi, médico de profesión pero naturalista por vocación, se desempeñó como profesor de Geografía y de Historia Natural en el Colegio Politécnico de Cassel. Inducido por su hermano Bernardo, quien actuaba como agente de colonización de Chile, llegó al país a fines de 1851. Muy pronto fue nombrado rector del Liceo de Valdivia, para trasladarse posteriormente a Santiago, donde ejerció el cargo de profesor de Botánica y Zoología del Instituto Nacional. En 1853 fue nombrado director del Museo Nacional de Historia Natural. La contribución de Philippi al país es muy amplia, pero en lo referente al conocimiento del territorio ella se deriva de las diferentes expediciones científicas que lo llevaron a recorrer gran parte del territorio, lo que le permitió hacer interesantes aportes a la taxonomía de la flora chilena. Mediante decreto del 10 de noviembre de 1853 se le encargó explorar y reconocer el desierto de Atacama, misión que emprendió de inmediato junto a Guillermo Dðll y al célebre cateador Diego de Almeida. El objeto de la exploración era conocer la geología de esa parte del territorio y los diferentes minerales que podía contener para su explotación, así como obtener más información geográfica para el mejor conocimiento de esa porción del país y sus posibilidades de recibir asentamientos humanos55. Aunque la formación académica de Philippi no era la misma que la de Ignacio Domeyko o Amado Pissis, fue el primer naturalista en explorar una zona temida por aislada e inhóspita. Su informe, importante en la descripción y sistematización de la flora y fauna del desierto, no fue alentador respecto de las posibilidades de ocupación, así como de la explotación minera, especialmente por la carencia de recursos hídricos.
El 3 de agosto de 1848 el Congreso de los Estados Unidos encargó al secretario de Marina la preparación de una expedición astronómica al hemisferio sur, destinada a calcular la distancia entre la tierra y el sol. Esta tarea, que se centró en Chile y en los territorios interiores de Argentina, fue llevada a cabo entre los años 1849 y 1852 por el teniente de la Armada James M. Gilliss, quien contó con la colaboración de tres ayudantes. A los trabajos astronómicos y sobre magnetismo terrestre agregó numerosas y agudas observaciones sobre Chile, su población, sus actividades económicas y su vida política. Pero también, y sobre la base de los trabajos de Pissis, Allan Campbell, Gay, “los originales inéditos de los archivos de Santiago” y las propias determinaciones astronómicas de la expedición, elaboró tres planchas que cubrían desde los “supuestos límites de Bolivia”, en el paralelo 25, hasta la isla de Chiloé. Al ayudante principal de Gilliss, el teniente Archibald MacRae, le cupo la tarea de hacer observaciones entre Santiago y Buenos Aires, fruto del cual, en lo que hace relación a Chile, fue el mapa de los pasos de Uspallata y Portillo56.
Menos numerosos y más tardíos fueron los viajes de reconocimiento al interior del territorio magallánico. Aunque se sabe que este era recorrido por baqueanos dedicados al comercio con los indígenas y a la caza de caballos salvajes o baguales, escasas son las descripciones de la región. En mayo de 1869 el inglés Charles Chaworth Musters, ex oficial de marina, salió de Punta Arenas con un grupo de soldados enviados a capturar a un grupo de desertores. Musters llegó al establecimiento de Luis Piedra Buena en la isla Pavón, en el río Santa Cruz, y después, junto a un grupo de tehuelches, realizó una travesía de casi tres mil kilómetros hasta llegar a Carmen de Patagones. El relato de su viaje, publicado en Londres en 1871, puso énfasis en la forma de vida de los tehuelches y dio interesantes antecedentes acerca de las relaciones de estos con los mapuches57.
En 1877 el comandante general de Marina dispuso la exploración de los valles orientales de los Andes y en particular de la región situada al sur del río Santa Cruz. Estuvo a cargo de la expedición el teniente Juan Tomás Rogers, más un guardiamarina, dos marinos, dos baqueanos y el joven naturalista Enrique Ibar. El grupo no solo llegó al río Santa Cruz, sino reconoció el lago donde nace, bautizado como Santa Cruz, hoy Argentino. La instrucción que recibió de dar término a la comisión como consecuencia del motín de los artilleros en Punta Arenas frustró los objetivos geográficos, aunque no los científicos de la expedición. Un segundo intento iniciado a principios de enero de 1879 permitió el reconocimiento del macizo montañoso del Paine y del impresionante distrito lacustre de la zona. Con la información proporcionada por Rogers, el ingeniero Alejandro Bertrand pudo diseñar la primera carta de la Patagonia oriental austral58.
Como consecuencia de la suscripción del tratado de límites con Argentina de 1881 y dado que ese país impulsaba el establecimiento de colonos en la Patagonia, en la vertiente oriental de la cordillera andina, el gobierno chileno redobló sus esfuerzos para reconocer puntos y áreas de interés destinados a la colonización en la vertiente occidental de dicho territorio. Por tal motivo encomendó al capitán de fragata Ramón Serrano Montaner la exploración del valle y río Palena, para, por una parte, conocer su potencialidad colonizadora, y por otra, “determinar la relación en que los mismos se encontraban con respecto de la línea divisoria internacional”59, en especial en lo relativo al nacimiento del río sobre la base de la divisoria de las aguas o de las altas cumbres.