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Ádeiocracia, HIPERliderazgos, Nueva geografía del mundo, Sociedad de la pospandemia

© 2020, Juan Alfredo Pinto Saavedra

www.juanalfredopinto.com

Autor:

Juan Alfredo Pinto Saavedra

Fotografía de carátula:

Santiago Vélez de la Roche

Obra del artista Savoj B. 2010, Nepal.

Colección particular Juan Alfredo Pinto

ISBN: 978-958-59869--3-0

Primera edición: julio de 2020

Bogotá, D.C. Colombia

Producción gráfica:

Opciones Gráficas Editores Ltda.

Teléfono: (57 1) 2372383, Bogotá, D.C.

www.opcionesgraficas.com

Con el apoyo de:



Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.


Conversión ePub: Lápiz Blanco Soluciones Digitales

CONTENIDO

PRÓLOGO

José Antonio Ocampo


I. ÁDEIOCRACIA

• Ádeiocracia

• La lumpenización de América Latina

• Brasil en su laberinto

• La reincidencia Argentina

• Contra la paleo pendulación

• La decrepitud neopopulista

• Contra la pobreza: el mensaje de los Nobel de economía

• Sostenibidad: asunto de límites, la ciudadanía pronuncia su palabra


II. HIPERliderazgos

• Pequeños conductores para grandes problemas

• Sinis et India salutaris convergence

• La constitución India

• 150 Años de Gandhi

• Poderes intermedios

• Turquía: modelo económico de referencia

• Indonesia: un socio de alto potencial para Colombia


III. NUEVA GEOGRAFÍA DEL MUNDO

• Migraciones

• Gaziantep: cómo asimilar medio millón de migrantes en una ciudad de frontera

• Nueva política industrial: más fundamento, menos ideologismo

• Colombia, África e India

• Ciencia, tecnología y sociedad:

• Corredores económicos


IV. LA SOCIEDAD EN LA POSPANDEMIA

• Nuestra vida cotidiana en la pospandemia

• Megatendencias y macroproyectos en el mundo posvirosis 2020

• Covid 19 en Colombia: pérdida coyuntural – ganancia estructural?

• Teletrabajo

• ¿Y dónde es adelante?

• Abrir la puerta de escape a la sombra que proyecta nuestro futuro

• Desde la retrotopía hacia un capital ético, social y sostenible en el florecimiento del humanismo digital

• Un mensaje para Colombia a manera de epílogo

PRÓLOGO

José Antonio Ocampo

Este libro recoge un amplio conjunto de reflexiones de Juan Alfredo Pinto sobre la realidad colombiana, latinoamericana y mundial, tanto en sus dimensiones económicas como políticas, sociales y ambientales. Estas reflexiones lo llevan a formular novedosos conceptos para entender esa realidad e importantes propuestas sobre las acciones para hacer frente a las complejas crisis que enfrentamos, incluyendo el coronavirus. Para ello el autor no solo se remonta a su propia experiencia personal sino también, y en forma muy creativa, a ideas de pensadores antiguos y contemporáneos, tanto de las ciencias sociales y políticas como de la filosofía y la literatura. Los ensayos, algunos publicados en medios de comunicación y otros inéditos, se organizan en torno a cuatro grandes bloques temáticos que se recogen en el título de la obra.

Conocí a Juan Alfredo Pinto cuando era Presidente de ACOPI, cargo que desempeñó en dos períodos y que lo llevó además a ocupar la presidencia de la confederación PYME latinoamericana y la vicepresidencia de la asamblea mundial correspondiente. Los desafíos de las pequeñas y medianas empresas siguen siendo su preocupación, como se observa en algunos apartes de esta obra y en otras publicaciones del autor. Sin embargo, este libro refleja mucho más sus amplias inquietudes de carácter académico y político, al igual que su experiencia como Embajador de Colombia por cerca de diez años en la India, Indonesia, Irán y Turquía. Las inquietudes académicas se han reflejado también en sus tareas como profesor universitario en la Universidad Externado de Colombia, en el Birla Institute of Technology and Science de la India y en muchos otros centros educativos.

El primer bloque temático se organiza en torno al concepto que acuña de Ádeiocracia: “Del griego ádeio, vacío y kratos, poder, la incomunicación entre gobierno y ciudadanía, la perplejidad, el desconcierto, la percepción de una institucionalidad sin enjundia, la no aparición de alternativas”. Este concepto de “vacío de poder” ha estimulado, a su vez, según su visión, “el hartazgo que se plasma en un rechazo popular a la acción gubernamental, con mucho énfasis en el anti y mucha menor capacidad en el pro.”

Este concepto le sirve como marco para analizar la realidad colombiana y latinoamericana. Sobre Colombia afirma que lo que la caracteriza no es una situación dictatorial, como en otros países de la región, sino la polarización y las imperfecciones de los poderes públicos, así como “un sesgo oligárquico en la conformación de las decisiones” y complejos problemas de corrupción que han debilitado la credibilidad en las instituciones.

Uno de los ensayos analiza los paros que han tenido lugar durante la Administración Duque, donde asume una posición crítica frente las negociaciones que promovió, pero también hacia la poca capacidad propositiva de la oposición. Da un fuerte apoyo a la “cultura del diálogo”, utilizando un concepto del Papa Francisco, que “Implica construir nuevos puentes, crear narrativas conectoras, trabar relaciones con sujetos sociales ignorados o excluidos, y practicar la comunicación no violenta hasta llegar a abrazar las paradojas de las transiciones.”

Para entender la realidad de América Latina usa el concepto de “lumpenización”, que se remite a los de lumpenproletariado de Marx y lumpenburguesía de autores marxistas posteriores, entendidos como “desechos de clases en descomposición”. Su referencia es a la lumpenización de la sociedad latinoamericana: la pérdida de sus referentes morales y el desarraigo ético. Se refiere también al lento crecimiento económico de la región en años recientes, el aumento de la pobreza, la mala distribución del ingreso, la precarización laboral y la necesidad de asumir la defensa de las clases medias, que son las principales perdedoras en la “ruleta del pudrimiento”, para utilizar sus palabras. De ahí surgen sus propuestas para la región, que se centran en la necesidad de recuperar la ética social, una política de formalización, el fomento a las micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES), y una internacionalización pragmática con una política industrial activa apuntalada sobre el desarrollo tecnológico.

En términos conceptuales, uno de los ensayos que se recoge en esta parte de la obra llama a superar la dualidad entre desarrollo económico y calidad de vida. Esto lo conduce a la defensa de los conceptos multidimensionales de bienestar y pobreza, que se remontan al Índice de Desarrollo Humano que diseñó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, así como a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y los más recientes Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.

Como lo señala en otro ensayo, estos conceptos se remontan a las contribuciones de varios premios Nobel de economía: Amartya Sen, premio Nobel en 1998, y “Economía Social y Ecológica de Mercado”, un concepto que deriva de sus obras anteriores y en el cual ahonda, como veremos, en la última parte de esta colección de ensayos. Este es un concepto por lo demás afín a mis propias ideas.

Sobre tendencias mundiales, esta parte de la obra se refiere a la nueva geografía mundial: los ascensos de China, India y Brasil, el comercio e inversión extranjera directa entre países en desarrollo (“Sur-Sur”, de acuerdo con la terminología internacional), pero también de la necesidad de superar el dualismo entre exportadores de manufacturas y de materias primas, y de integrarse a las muy diversas cadenas mundiales de valor.

En términos de las tendencias políticas se refiere a la “decrepitud neopopulista”, el delgado hilo que, en su visión, separa el populismo de la dictadura, de tal manera que los neopopulismos son, según su concepción, una fase superior de las dictaduras. Ese concepto lo aplica por igual a gobiernos de izquierda y de derecha, en particular a Chávez y Maduro en Venezuela, López Obrador en México, y al ascenso de Bolsonaro en Brasil, tema sobre el cual ahonda en un ensayo particular.

Estos temas son objeto de una atención más detallada en el segundo y tercer conjuntos de ensayos. En el segundo utiliza y desarrolla otro concepto nuevo, el de ““un mundo de grandes problemas y pequeños líderes”. La visión de una crisis internacional del liderazgo le sirve para analizar tanto la realidad de Estados Unidos como de China. Contrasta en el segundo caso el modelo político chino no democrático con su avance económico y social, y en los países de occidente la “idealización de la democracia tan cargada de deformaciones en la geografía política global” y de inequidades en el acceso al poder.

Esta crisis de liderazgo hace extremadamente complejo enfrentar los serios problemas que caracterizan el mundo actual: la regulación de los mecanismos de información y su relación con la libertad individual, la expansión del armamentismo, la relación entre libertad y seguridad, la incapacidad de reformar el sistema multilateral, la cuestión ambiental y el cambio climático en particular, y el desarraigo ético y la corrupción.

Algunos de los ensayos más interesantes de esta parte de la obra se refieren a la India, un país que, como lo anota siguiendo la visión de otros autores, es una colección de naciones. Uno de estos ensayos presenta los antecedentes históricos y los principios que recoge la Constitución de la India de 1949, una Constitución que respondió muy bien a la riqueza, pero también la enorme complejidad y diversidad de su estructura sociocultural, y adoptó profundos principios democráticos.

Otro celebra los 150 años del nacimiento del padre de la India Moderna, Mahatma Gandhi, y sus principios de resistencia pacífica y desobediencia civil, que desarrolló en Sudáfrica y después plenamente en la lucha por la independencia de la India. Debo decir que comparto con Pinto su admiración por Gandhi como líder político y espiritual. De hecho, lo considero como el más importante del siglo XX, compitiendo como líder político y espiritual con otros gigantes (Franklin D. Roosevelt y Juan XXIII, entre ellos).

Me pareció, sin embargo, optimista su visión sobre las convergencias crecientes entre la China y la India. Creo que las divergencias son mucho mayores y que la falta de una alianza fuerte entre estas potencias mundiales emergentes (más China que India, sin embargo) es la causa de la falta de una verdadera alternativa al predominio de Estados Unidos y Europa Occidental en la gobernabilidad mundial. Me pareció mejor su apreciación sobre la renovada convergencia basada en los valores culturales y filosóficos ancestrales y la forma como en estos dos países “los espacios comunitarios empiezan a prevalecer sobre los tradicionales espacios ciudadanos y se imponen aún sobre los satisfactores que el mercado agrega a las mercancías”.

Esta parte de la obra tiene también observaciones muy interesantes sobre Turquía e Indonesia, otros países en los cuales Pinto ejerció el cargo de Embajador. La parte tercera comienza de hecho, con dos ensayos interesantes sobre la forma como Turquía ha manejado la migración forzosa de sirios afectados por la guerra civil: uno sobre la manera como dicho país ha manejado dicho proceso y otro sobre la ciudad fronteriza de Gaziantep, que ha absorbido medio millón de migrantes. Ambos resaltan la tolerancia y pragmatismo con que ha manejado dicha migración, así como la atención humanitaria, el albergue y registro de migrantes, temas que a juicio de Pinto deben servir de referencia para Colombia.

Varios ensayos en esta parte tratan temas económicos. Uno muy interesante es sobre la necesidad de una nueva política industrial, con más fundamentos y menos ideologismo, que presenta visiones que también comparto. A juicio de Pinto, “La política industrial activa es fundamental en la economía abierta, no se opone a ella, la complementa y la consolida”. Requiere, a su juicio, medidas transversales orientadas a una adecuada dotación de factores de producción, privilegiar la inclusión, y medidas verticales que se deben definir en el ámbito territorial y sectorial, con el objetivo de construir una oferta estratégica. Algunos elementos importantes, que se desarrollan en otras partes de la obra, son el fortalecimiento de las cadenas locales, y la articulación productiva regional y con los corredores productivos internacionales.

Como la construcción de una sociedad del aprendizaje es un elemento esencial de esa política, sus observaciones sobre la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología son muy importantes. Resalto en particular, su énfasis en evitar que la investigación sea apropiada por el gran capital privado: “diseñar un Ministerio de Ciencia y Tecnología que sea un bastión en la defensa del progreso científico y el desarrollo tecnológico y a la vez un defensor de la ética social y del interés ciudadano”.

Esta parte de la obra termina con las consideraciones de los corredores económicos como elemento central de la nueva geografía económica, que hoy en día funcionan en torno la infraestructura, pero ahora serán complementados por corredores digitales. Estos corredores generan cadenas de valor, pero a juicio del autor promueven también acuerdos políticos que pueden ser de gran alcance. De ahí su reclamo de que Colombia debe tener estrategias con mayor proyección regional, de que América Latina se embarque en un nuevo panamericanismo y que no ignoremos procesos regionales que tienen lugar en otras zonas del mundo, en particular en Asia, el continente en ascenso y también aquel en el que Pinto ejerció la función de Embajador.

La última parte de la obra, que se titula “La sociedad en la pospandemia” es la más propositiva en materia de agenda de políticas públicas. Comienza resaltando los cambios sociales profundos que dejará la pospandemia: sobre el sistema educativo, los deportes, las actividades culturales, las prácticas religiosas y el turismo, entre otras, pero también el desarrollo más acelerado de las tecnologías con base informática. En materia de empleo y de organización empresarial, resalta los beneficios de teletrabajo, incluso en materia de productividad, pero también el reconocimiento de los enormes costos de la informalidad, que exige que una de las tareas más importantes hacia el futuro sea la formalización empresarial y del empleo, y un programa masivo de integración de PYMES a cadenas productivas.

En materia de agenda de políticas, el ensayo más importante en esta sección es “¿Y dónde es adelante?” Ahí presenta los elementos de su modelo de “Economía Social y Ecológica de Mercado”, que “ha de ser un sistema complejo que prioriza la consideración ética del progreso económico y tecnológico, trabaja consistentemente en la sostenibilidad (…) se ocupa del bienestar global reduciendo la vulnerabilidad, asignando protagonismo a lo femenino, a la infancia y a los mayores, profundizando la participación ciudadana con independencia del orden político (…) afronta el cambio climático sin ambages y desborda los ámbitos nacionales desde una oxigenada estructura multilateral objeto de cambios significativos”. Y agrega: “La adaptación pospandémica nos ofrecerá el escenario para compensar las cargas y para echar las bases de un orden menos desigual, tendiente a la sostenibilidad. Las reformas económicas deben crear mecanismos de amplio acceso para habilitar sujetos en la economía de mercado que puedan participar como artífices del desarrollo.”

Al modelo de Economía Social y Ecológica de Mercado se agrega la propuesta de un “humanismo digital”, que a su juicio une dos conceptos contradictorios u opuestos: “Humanismo digital es el paradigma que ampara el desarrollo tecnológico para determinar su compromiso humano como vehículo de bienestar integral y aprendizaje social continuo y significativo. El humanismo digital representa el credo que preserva para el hombre la rectoría frente a la tecnología y no su subordinación”.

Termina con unas consideraciones sobre la necesidad de más y mejor democracia, con una visión política “desde la legitimidad de un centro que aisle los extremos y cope el espacio de la afirmación, una sociedad ciudadana que incluya a los sujetos sociales marginalizados”.

Dejo en manos del lector esta obra para que disfrute su riqueza. Y agradezco a Juan Alfredo Pinto la invitación para prologarla.

Ádeiocracia

olibio fue un historiador griego que intentó comprender y explicar la hegemonía del imperio romano y los procesos de auge, descenso y degeneración de la democracia. Para ello construyó la teoría de la anaciclosis según la cual el ejercicio del poder responde a un ciclo de seis fases. La monarquía deviene en tiranía y el grupo más beneficiado dentro del circuito inmediato del monarca se autodefine como noble para conformar una aristocracia que concentra la fortuna y la decisión hasta la decrepitud. Es en esa etapa cuando el grupo de aristócratas se tornará en una oligarquía que agota todas las reservas morales y lleva a sectores sociales a rebelarse, clamando por la participación y el relevo dando lugar al establecimiento de la democracia que conoce períodos de esplendor hasta producir un alejamiento político, económico y moral de sus principios rectores por vía de lo que modernamente conocemos como lumpenización de variadas capas sociales, lo cual da lugar a una de las formas primitivas del populismo llamada en aquel entonces oclocracia, el gobierno de las muchedumbres.

La ciencia política, las ciencias sociales en general y la economía, se han ocupado de asignar nombres y crear categorías que acotan los conceptos y precisan las diferentes formas de distorsión de la democracia. La concentración de la economía y los agudos problemas de distribución de la renta y de la propiedad en América Latina han popularizado la categoría plutocracia, también de origen griego, para hablar del gobierno del poder económico, de los ricos, poseedores del capital y de su capacidad manipuladora. A la alteración a profundidad de la percepción, expresión y participación de la ciudadanía en virtud de la incidencia y el control de la formación de opinión a través de los medios de comunicación y, más recientemente, de las estadísticas de predicción y de los algoritmos de alta complejidad propios del big data se le denomina democracia mediática.

Otra categoría en boga, la cual encontraría variopintos ejemplos en Latinoamérica, sería la llamada kakistocracia, un vocablo acuñado por el profesor de la Universidad de Turín, Michelangelo Bovero, autor de “Una Gramática para la Democracia” quien le dio como significado el de gobierno de los peores, recientemente redefinido como el gobierno de los incompetentes.


La política latinoamericana ha conocido de otras manifestaciones sobre las cuales las ciencias políticas y la sociología se han pronunciado para aclarar el alcance de las denominaciones Polarización y Fragmentación. Básicamente refieren a la manera como las fuerzas políticas se comportan de cara a las elecciones. En la polarización aparecen dos bloques que aglutinan las fuerzas políticas. En la fragmentación el voto se reparte entre diversas tendencias o grupos partidarios y se altera la correlación de fuerzas. Aunque la polarización ha ido variando con los cambios en los métodos políticos, el caso prototípico es el de los radicalismos izquierda-derecha de los cuales no ha escapado nuestro terruño, honrando tristemente la frase que define a Colombia como un país “a la penúltima moda”. Como en los tiempos de la Alemania pre hitleriana el nazismo y la izquierda radical crecieron a expensas del centro, dentro de lo que algunos señalan como el momento previo al colapso de la democracia. En el caso de las elecciones presidenciales la aglutinación de fuerzas en torno a Duque y Petro, redujo la opción para Fajardo y cuando el electorado reaccionó era tarde, la suerte estaba echada. En el caso de las últimas elecciones territoriales en Bogotá, la división entre el centro galanista y el centro derecha, y la fractura de la izquierda, despejó el camino para un centro progresista encarnado por Claudia López, haciendo evidente la fragmentación que ha caracterizado el comportamiento electoral en las elecciones locales de la última década.

Pese a la laboriosidad de sociólogos y politólogos dedicados a encontrar caracterizaciones que identifiquen el comportamiento político y la manera de ejercer el poder por los gobernantes, dentro de las categorías que hemos reseñado, no encontramos una que identifique los casos de mandatarios y gobiernos que han tenido dificultad en la aceptación y comunicación de la tarea de los mandatarios, estimulando el hartazgo que se plasma en un rechazo popular a la acción gubernamental, con mucho énfasis en el anti y mucha menor capacidad en el pro. Y ahí estamos, en plena encalladura, permitiendo que el lumpen se empodere, destruya nuestra descaecida infraestructura y muestre al mundo el escenario de un resentimiento fermentado en variadas expresiones de una cruel desigualdad. En el caso de Colombia, vándalos y resentidos chocaron con el escuadrón anti motines una y otra vez, mientras los estudiantes, trabajadores y las clases medias realizaron a lo largo del año 2020, jornadas de protesta legítimas, llenas de imaginación, que nos dejan advertir posibilidades de reencuentro y sanación colectivas.

Dentro de la evolución de Colombia en materia política y en el proceso del posacuerdo que avanza pese a los tropiezos en la consolidación de la paz, estos fenómenos muestran notables particularidades. El Presidente Duque es un mandatario con legitimidad, de eso no hay duda. Cuesta mucho calificar a Colombia como una tiranía después de la Constitución de 1991. Nuestra democracia tiene graves imperfecciones en sus poderes públicos, muestra en ocasiones un sesgo oligárquico en la conformación de las decisiones y padece niveles de corrupción que descalifican al estado en su conjunto y han dejado sin credibilidad a las instituciones. Aún así Colombia se esfuerza por superar el ciclo de conflicto y configura logros de mejoramiento en la calidad de vida, en la instrucción general, las telecomunicaciones, y en variados aspectos del orden social como la producción artística, el deporte, el avance de la mujer en el proceso hacia la equidad o la mejora en la expectativa de vida al nacer. Al parecer la intención del Presidente y su equipo de obrar modificaciones al Acuerdo de Paz firmado y protocolizado legalmente, al estrellarse con una extensa oposición ciudadana, parlamentaria y de la corte Constitucional, restó credibilidad al mandatario. Otro tanto ocurrió con el proyecto de reforma tributaria presentado como una ley de financiamiento que en su versión original incluía la extensión del IVA a los productos de la canasta familiar mientras aliviaba la carga tributaria al sector empresarial, debiendo ser ajustada en dos rondas parlamentarias. Produjo una sensación de poco compromiso con los más vulnerables que impactó negativamente el respaldo ciudadano a la labor del Gobierno.

Seguramente, todos los actores sociales y políticos en Colombia tenemos una cuota de responsabilidad. Problemas de décadas se manifiestan ahora con vehemencia. El gobierno inicialmente quedó conformado de manera mayoritaria con gente educada, sin experiencia política ni actitud autocrítica. Del ABC en el entendimiento de lo que significa gobernar es saber que la retroalimentación al interior del gobierno es distorsiva y minada por el autoelogio. El ejecutivo ha confundido la consistencia que es virtud, con la porfía que es defecto. Rectificar no es debilidad, por el contrario, es un atributo de los estadistas. El legislativo no ha podido fraguar una relación colaborativa con mediadores de desarrollo regional y pactos que no dependa totalmente de la participación burocrática o contractual. La capacidad propositiva de la oposición deja mucho que desear y el momento del país no brinda un escenario para mezquindades o juegos de negociación. La ruta del diálogo está planteada y debemos todos utilizarla a fondo aguzando la inteligencia colectiva en la generación de proposiciones estratégicas.

Adaptando las tesis gandhianas podemos afirmar que no hay una ruta para el diálogo, el diálogo es la ruta. El Papa Francisco nos habla al oído, como lo hizo recientemente desde Abu Dabi al proclamar su “Documento sobre la fraternidad humana” en el cual invita a todos los hombres sin distingo de ideologías o creencias a “asumir la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”. Tal es la forma de superar el fenómeno de la ÁDEIOCRACIA, la categoría que he acuñado para llamar a la ciudadanía y a los gobiernos a dejarla atrás. Del griego ádeio, vacío y kratos, poder, la incomunicación entre gobierno y ciudadanía, la perplejidad, el desconcierto, la percepción de una institucionalidad sin enjundia, la no aparición de alternativas, han venido proyectando una sensación de vacío que se extiende a toda la sociedad. Tanto el poder como el cuerpo social odian el vacío, por momentos parecemos un tiesto sin contenido y maltrecho. Para superar la ádeiocracia, hay que desafiar responsablemente la imaginación.

A partir del paro nacional del 21 de noviembre de 2019, la movilización vinculó grupos intermedios e incluyó métodos con fuerza creativa en el plano cultural, el país venía preparándose para una fase de diálogo dentro de un fuerte debate sobre los alcances del proceso. El gobierno suscitó una “Conversación Nacional” entendida como una gran retro alimentación de los sectores sociales para que el ejecutivo obtuviera un conocimiento más cercano de los problemas sectoriales y/o regionales que le permitiría actuar en consecuencia. La oposición planteó un diálogo con negociación para lo cual formuló un pliego de más de 100 puntos desde elementos coyunturales o locales, hasta grandes reformas estructurales de los órdenes político y económico, verdaderamente fuera de toda proporción, lo cual hacía temer por un 2020 con un nuevo ciclo de protestas sociales que el gobierno enfrentaría realizando cambios en la coalición parlamentaria, gracias a la entrada de un grupo parlamentario de significativa representación en el Congreso y a la llegada de cuadros con mayor correlación con la política partidista. El año comenzó. Múltiples voces pedían la convergencia nacional hacia un diálogo significante que produjera resultados. Con temeridad inteligente y orientación hacia los logros colectivos. Al final, lo sabemos, los acuerdos son la pauta para la interpretación de la diversidad moral, para la necesaria elección entre pluralismo y fanatismo, desafiando todas las expresiones de imperialismo ético, tanto de quienes hacen uso de la fuerza para imponer su propia moral a otros, como de quienes hacen uso del terror para resistirla.

El diálogo que demandan la situación global y la de Latinoamérica en particular, está más allá de los lugares comunes de los encuentros internacionales de líderes o de las declaraciones de los organismos multilaterales. Implica construir nuevos puentes, crear narrativas conectoras, trabar relaciones con sujetos sociales ignorados o excluidos, y practicar la comunicación no violenta hasta llegar a abrazar las paradojas de las transiciones.

En esas circunstancias estábamos al inicio del corriente año cuando llegó el coronavirus. A la caída en los precios del petróleo, la crisis del sector externo, la devaluación del peso y el bajo crecimiento, a la eliminación de líderes sociales, a las disidencias narco financiadas de las FARC y al desesperado deambular terrorista del ELN vino a sumarse la pandemia cuando Colombia estaba tratando de sortear la migración de casi dos millones de venezolanos de los cuales, poco menos del 80% viene de padecer hambre y abandono, mientras el restante 20% ha perdido los trabajos profesionales, las empresas y negocios menores e incluso muchos de ellos ha sufrido la persecución delincuencial de la nueva forma del paramilitarismo latino, los colectivos terroristas de estado del neopopulismo criminalizado.

Puede ocurrir - la historia a menudo se escribe desde lo improbable – que la pandemia haya servido de acicate al Presidente Duque y que un nuevo grupo de mandatarios territoriales elegidos en los comicios de octubre haya llegado con aires renovadores. Lo que se observa, fuera del retardo en el cierre aeroportuario que produjo una cuota de contagio evitable por llegada de extranjeros portadores o enfermos, y del ascendiente tecnocrático en el diseño de medidas amortiguadoras de la crisis en la Mipyme que puede malograr la protección del empleo y de los grupos intermedios, es un mejor desempeño presidencial, al frente de la emergencia, aglutinante y esforzado. La nación ha respaldado las medidas y la ciudadanía ha hecho del dolor una fuente de convergencia y solidaridad activa. Los trabajadores de la salud y la sociedad civil han realizado un gran aporte. La profundidad del daño económico es tal y la desintegración histórica del tejido social tan honda, que no sabemos si logremos mantener esta articulación reintegradora del alma nacional y de la fuerza productiva de este país probado en las dificultades. El liderazgo presidencial se pone a prueba y la resiliencia de Colombia también. Si queremos llenar de frutos frescos el camino de salida de la ádeiocracia, necesitamos lo mejor de nuestra inteligencia, requerimos de lo que Michael Foucault llama “un brote epistémico”, esto es, en palabras de Iván Illich, “una desviación de imágenes repentina en la conciencia colectiva, en la cual lo inconcebible se vuelve concebible”.

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9789585986930
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