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PRIMERA PARTE

EL ESCENARIO MILITAR. GUERRA Y EJÉRCITOS DE CABALLERÍA

I. LAS GUERRAS DE ALFONSO EL MAGNÁNIMO

Nuestro estudio de la vinculación de la nobleza valenciana en la guerra dispone del excepcional marco de observación que suponen las campañas emprendidas por Alfonso V el Magnánimo entre 1420 y 1448. Un periodo, en el que el monarca dirigió en persona sus ejércitos, que destaca por la variedad de frentes y escenarios: entre 1420, su bautismo en las armas con la expedición sarda y corsa, finalizada en el fallido sitio de Bonifacio, y 1448, el final de una larga campaña centro-italiana cerrada con el frustrado asedio a la villa toscana de Piombino. En ese persistente ciclo militar sobresale la empresa de conquista del reino de Nápoles y los posteriores conflictos italianos. La conquista de Nápoles se convirtió en el objetivo prioritario del monarca desde 1421 sólo interrumpido por conflictos dinásticos con Castilla (1425, 1429-1430). A partir de los registros financieros del rey (sobre todo la Tesorería General), fondos de la Cancillería, la información proporcionada por las crónicas, así como diferentes trabajos sobre el reinado del Magnánimo, es posible sintetizar el contexto político-militar de la Corona de Aragón en ese periodo intentando una aproximación global a la composición, estructura y financiación de las fuerzas militares del rey en estrecha vinculación con los imperativos financieros y políticos del modelo de Estado de la Corona de Aragón.[1]

1. LA EXPEDICIÓN NAVAL DE 1420 Y LA PRIMERA INCURSIÓN NAPOLITANA (1421-1423)

A inicios de mayo de 1420, Alfonso V comenzaba sus empresas militares zarpando de Els Alfacs rumbo a Cerdeña, llevando tras sí una flota de galeres, galiotes y naus entre catalanas –partidas desde Salou, Sant Feliu, Cotlliure y Roses– y valencianas –desde el Grao de Valencia– que se conjuntaron en Mahó, en Menorca, y marcharon a Cerdeña a la ciudad de l’Alguer donde se concentró el ejército real. Iniciaba una empresa que había sufrido numerosas prórrogas en su partida: retrasos derivados por la propia inexperiencia directiva de un nuevo rey que iniciaba su andadura militar, pero también retrasos políticos por la dependencia financiera del rey respecto a la sociedad política de sus reinos convocada en Cortes. De hecho, la expedición de 1420, el «bautismo militar» de Alfonso V dirigido a pacificar las rebeliones sardas y combatir la ingerencia genovesa en Córcega, manifestaba hasta qué punto la monarquía carecía de la necesaria independencia política y financiera como para disponer por sí misma de los recursos pecuniarios para movilizar una armada con todo lo que ello implicaba. Y dependencia financiera implicaba dependencia militar.

Y es que Alfonso V, como sus predecesores en el trono, no disponía de fuerzas militares permanentes a su servicio, conducidas por capitanes y comandantes nombrados por él, pagadas regularmente por el erario real y movilizables a su libre deseo. No existía un ejército del rey como tal, sino ejércitos ocasionales: el ejército real era el heterogéneo contingente de tropas que la administración regia movilizaba para campañas determinadas, a cuya finalización se desmovilizaba. Si el rey quería disponer de fuerzas armadas debía recurrir al potencial militar vinculado a la nobleza de sus reinos y a sus principales centros urbanos. Erigir el ejército del rey era movilizar al servicio de la monarquía sólo una parte de ese potencial. El monarca podía tener acceso a la parte del león de ese potencial en el caso de operaciones defensivas circunscritas dentro de los reinos peninsulares de la Corona. Entonces entraban en juego los mecanismos de movilización general defensiva local que daban pie a diferentes cuerpos de milicias urbanas y compañías feudales costeados directamente por nobles y ciudades, aunque generalmente esa movilización obligatoria acabara canjeándose por entregas de dinero. Y es entonces, sobre todo, en ese nivel de amenaza de la integridad territorial de los reinos y por tanto de necesidad defensiva, cuando la sociedad política y sus aparatos institucionales (Cortes y Diputaciones) podía poner a disposición del monarca fuerzas militares substanciales, salidas de ese potencial nobiliario y urbano y movilizadas por una contratación a sueldo merced a la fiscalidad estatal gestionada por la propia sociedad política. De hecho, desde mediados del Trescientos, un modelo de Estado en la Corona de Aragón que dejaba la gestión de la nueva fiscalidad en manos de la sociedad política, de Cortes y Diputaciones,[2] había otorgado a ésta las competencias necesarias para intervenir en materia militar concediendo un estrecho margen de maniobra a las tropas que con los nuevos impuestos fuesen contratadas: sólo podrían servir para operaciones defensivas, dentro de los reinos, o acudir en casos de necesidad en ayuda del monarca a operaciones exteriores. La pérdida de independencia financiera de la monarquía en la segunda mitad del siglo XIV también había equivalido a la reducción de su independencia militar para acceder al potencial armado de nobles y centros urbanos. Alfonso V, como también su padre Fernando I, el primer Trastámara en la Corona, eran conscientes de que si deseaban disponer del margen de maniobra apropiado para dotarse de una fuerza militar significativa debían socavar esa dependencia (política) financiera respecto a las Cortes y Diputaciones de sus reinos buscando una financiación alternativa, bien saneando el patrimonio real o bien poniendo en pie una nueva política financiera basada en el crédito público a gran escala.[3] Para poder contratar a sueldo tropas de caballería, el núcleo de los ejércitos y el desembolso militar más caro, pero también para reclutar contingentes de infantería, sobre todo ballesteros, era necesario disponer de capital con rapidez y libre de la negociación política en Cortes, mediante créditos institucionales asegurados sobre las rentas patrimoniales y reunidos mediante la emisión de deuda pública censal, o recurriendo a la intermediación financiera de mercaderes y banqueros.

Entre 1419-1420 Alfonso V todavía no había puesto en marcha los cimientos de esa nueva política financiera. Aunque dispuso de capital libre de negociación con las oligarquías de sus reinos (un subsidio clerical de 60.000 flor. y una primera entrega –50.000 flor.– de la dote castellana de la reina María) buena parte de la financiación de la armada provino de los donativos y préstamos negociados en Cortes valencianas y catalanas entre 1419 y 1420 (cerca de 100.000 flor.).[4] Gran parte de ese capital se destinó a la contratación y armamento de galeras, el flete de naves para la armada y la compra y fabricación de bescuit para la misma;[5] pero no a la inversión más cara, levantar un ejército a sueldo. Siendo la primera expedición de Alfonso como nuevo rey, confiaba atraerse a su servicio a aquellos nobles, cavallers, donzells u hòmens de paratge y ciutadans de sus diferentes reinos que deseasen enrolarse de forma voluntaria y sin recibir soldada alguna: a todos ofreció sólo gràcies e favors si le servían gratuitamente. En abril de 1419 el rey envió cartas de convocatoria (ampraments) a 619 miembros de las diferentes jerarquías nobiliarias de sus reinos y del patriciado urbano invitándoles a que si querían servirle en la expedición articulasen compañías armadas a su cargo (a sa messió, a ses despeses).[6] A ese mayoritario contingente gratuito, a sa despesa, se le unirían las tropas que el rey contrató a sueldo directa o indirectamente. Indirectamente en la medida en que cada galera contratada aportaba 20 hombres de armas y 30 ballesteros;[7] pero también directamente ya que hemos documentado el reclutamiento de 124 compañías que suponían un contingente de 782 hombres de armas, sin que conozcamos ni la soldada ni el tiempo de servicio.[8] Resulta por tanto arriesgado cuantificar el número de embarcaciones y el contingente participante. Dificulta la labor una financiación de la armada descentralizada, que no fue registrada únicamente en la tesorería real sino, con toda seguridad, en varias contabilidades dispersas paralelas a la misma;[9] pero también unos preparativos fragmentados territorialmente, con armamentos de naves y movilización de tropas diferenciados en Cataluña y en Valencia. Aunque podemos estimar que la flota pudo ser de cerca de 30 galeras y 14 naves,[10] es difícil una valoración global del ejército movilizado ante el carácter de servicio mayoritariamente gratuito de las compañías participantes. Podríamos, no obstante, aventurar que Alfonso V movilizó un ejército considerable integrado por cerca de 1.500 ballesteros y 4.000 combatientes de caballería, de los cuales sólo un millar estarían contratados y el resto integrados en compañías de servicio gratuito.[11] A este contingente se fueron agregando, a lo largo del verano de 1420 en l’Alguer, las guarniciones de las ciudades sardas bajo dominio aragonés y compañías contratadas de gente de armas de los nobles sicilianos.[12] Una vez pacificó los focos sardos rebeldes, pactando con el sedicioso vizconde de Narbona, el rey volvió sus miradas sobre Córcega, donde, tras reforzar militarmente su dominio sobre la ciudad de Calvi, puso sitio a la ciudad de Bonifacio, pro-genovesa, entre la primera quincena de octubre de 1420 y comienzos de enero de 1421. El conocido fracaso en esta operación conllevó el licenciamiento y desarticulación de gran parte de las tropas del rey quien retornó a Cerdeña.[13] Allí celebró un Parlamento en Cagliari en febrero de 1421, asegurándose 50.000 flor. a pagar en cinco años por los estamentos sardos.[14] Posteriormente partió hacia Sicilia donde se concentró, entre fines de febrero y junio, en el refuerzo financiero y militar de su flota y ejército. En junio de 1421 partía de Mesina hacia su primera aventura militar en Nápoles.

La empresa napolitana, que se había gestado en agosto de 1420 tras aceptar el rey la oferta de la embajada de la reina Juana II de Nápoles para que interviniera en su apoyo en las luchas sucesorias internas, suponía un giro en la línea mediterránea tradicional de la Corona de Aragón, que siempre buscaba estabilizar el dominio militar en Cerdeña y Sicilia y anular a Génova. La aceptación de la oferta por Alfonso V abría un nuevo frente diplomático y militar, el napolitano, que acabaría transformándose en el decisivo de su reinado. Así, aunque inicialmente en septiembre de 1420, tras aceptar la oferta, sólo desvió un contingente hacia tierras napolitanas (12 galeras y 3 galiotas al mando de Ramon de Perellós), confirmó su decidida política intervencionista tras liberarse del estancamiento corso y una vez reforzado financieramente en Sicilia, partiendo hacia Nápoles en mayo de 1421. Allí llegó el 7 de julio con una flota de 16 galeras y 8 naves y al mando de cerca de 1.000 ballesteros y 1.000 hombres de armas, siguiéndole «entre señores y caballeros muy pincipales de su corte hasta mil y quinientos».[15] Era, con todo, un contingente insuficiente para combatir a sus rivales, los condottieri Muzio Attendolo y Francesco Sforza, defensores de la candidatura al trono de Luis de Anjou. Precisamente por ello el rey había retrasado su llegada al reino de Nápoles hasta disponer de un mayor potencial militar. Por un lado en el sur del reino, en el ducado de Calabria –título obtenido por el rey como heredero y ahijado de Juana II–, el apoyo de barones locales y la llegada de tropas y provisiones desde Sicilia.[16] Y por otro lado, en el norte, asegurándose el servicio de un condottiere relevante, el noble perugino Braccio da Montone, contratado con soporte financiero florentino y nombrado conestable del reino napolitano.[17] En total, para su primera incursión napolitana, Alfonso V se encaminaba a dirigir nada menos que cerca de 5.000 caballos, aunque el grueso (4.000 caballos) provenían del ejército de Braccio.[18]

Con todo, su situación militar y política iría haciéndose insostenible por su ruptura con Juana II (quien adoptaba como heredero a Luis de Anjou), el estancamiento de las tropas de Braccio y las duras ofensivas antiaragonesas del clan Sforza. Para escapar de una previsible debacle necesitó del apoyo militar y naval sufragado por las Cortes catalanas de 1421-1423 y sólo a cambio de aceptar una ofensiva pactista y la firme promesa de regresar de su aventura napolitana. A comienzos de 1423, recibió una ayuda catalana de 8 galeras y 10 naves con más de 1.000 ballesteros y 500 hombres de armas, capitaneados por el hermano menor del monarca, el infante Pedro.[19] Gracias a esas fuerzas, a fines de octubre de 1423 el rey abandonaba Nápoles de regreso a sus dominios ibéricos con 18 galeras y 12 naves, no sin antes haberse asegurado una base de operaciones en la bahía de Nápoles conquistando la isla de Ischia. En ruta proyectó una ofensiva sobre las costas genovesas que las malas condiciones meteorológicas transformaron en el ataque y saqueo de la ciudad de Marsella entre el 19 y 20 de noviembre de ese año. Cuando llegó a las costas catalanas en diciembre el conjunto de las tropas a su cargo, al igual que la flota, comenzaron a desarticularse. No había necesidad alguna de mantener operativo aquel potencial militar. A comienzos de 1424, del enorme ejército que había estado a las órdenes del rey entre julio de 1421 y diciembre de 1423 (las tropas que trajo el rey, las italianas del condottiere Braccio y algunos barones napolitanos y el refuerzo catalán de 1423), sólo permanecía activo una reducidísima parte: un pequeño contingente acantonado en Nápoles al mando del infante Pedro, al cual se agregaron efectivos comandados por capitanes de Braccio. En total cerca de 1.200 caballos y 1.000 infantes, en su mayoría italianos.[20]

2. LA OPERACIÓN DE PRESIÓN POLÍTICA CONTRA CASTILLA DEL VERANO DE 1425

En diciembre de 1423 Alfonso el Magnánimo regresaba a la península claramente a disgusto y con la firme intención de retornar a Nápoles en cuanto se lo permitieran el contexto político italiano y nuevos preparativos armados. Pero las luchas de facciones nobiliarias en Castilla por el control del Estado, en las que tomaban parte activa sus hermanos los infantes de Aragón (Enrique, maestre de Santiago, y Juan, príncipe-consorte de Navarra) y la resistencia de la monarquía castellana sustentada en la hábil política del favorito real, Álvaro de Luna, iban a arrastrar al Magnánimo a graves conflictos con el poderoso vecino castellano. El encarcelamiento de su hermano Enrique en Castilla (preso desde junio de 1423) impidió al rey acompañar en junio de 1424 a la nueva armada de 24 galeras comandada por Frederic d’Aragó, conde de Luna, que partía de Barcelona hacia Nápoles, de donde rescató al infante Pedro y, tras reforzarse en Sicilia, atacó la pequeña isla tunecina de Kerkenna.[21] En Nápoles, la situación no había podido quedar peor: sólo permanecían bajo dominio aragonés zonas del sur del ducado de Calabria, la isla de Ischia y en la capital las fortalezas de Castelnuovo y Castel dell’Ovo con pequeñas guarniciones.

El monarca asistió a distancia a estas operaciones ya que en el verano de 1424 había tomado la decisión de abordar el problema de la prisión de su hermano Enrique, iniciando preparativos militares para articular un ejército con el que presionar a la facción dominante en Castilla. Entre julio y diciembre de ese año, 993 nobles, cavallers, donzells y ciutadans, catalanes, valencianos y aragoneses, eran convocados por oficiales de dichos reinos y cortesanos para que se preparasen para servir a sueldo del rey.[22] Para financiar los tres meses de servicio ofrecidos, Alfonso V procuró lograr capital eludiendo cualquier tipo de negociación con las Cortes de sus reinos. No quería hacer frente a las resistencias y cortapisas políticas que le provocaría su convocatoria y buscó dinero propio (rentas patrimoniales, subsidios señoriales o clericales, peñora de joyas reales, etc.).[23]

De esta forma reclutó 140 compañías que aportaron 1.476 combatientes a caballo para servir durante tres meses en la frontera de Aragón librándoseles pagos avanzados de la soldada (acorriments) fraccionados en dos entregas: 785 efectivos eran asoldados en Zaragoza por el tesorero Ramon Berenguer de Lorach desde su contabilidad financiera,[24] y 695 caballos en Valencia por Joan Mercader, baile general del reino de Valencia, desde su bailía general.[25] A ellos habría que unir los contratados en el principado de Cataluña por Joan Çafont, oficial de la tesorería, a través una contabilidad al efecto creada en Barcelona, que ascenderían a cerca de 1.000 caballos.[26] Pero también los efectivos asoldados en Gascuña, más de 800 caballos, entre las 300 lanzas del noble Gracia d’Agramunt y otros gascones;[27] así como las compañías lideradas por quienes servían a sa despesa, que en esta ocasión serían las menores; y, finalmente, el apoyo militar desde dentro de Castilla.[28] Al mismo tiempo el rey solicitaba entre abril y mayo de 1425 contingentes de ballesteros a sueldo para tres meses a diversas ciudades y villas aragonesas y del norte del reino de Valencia, por un total de cerca de 450 efectivos.[29]

Así, Alfonso V a comienzos del verano de 1425 disponía a su servicio un formidable ejército: unos 4.000 caballos (de los cuales más de 3.000 a sueldo) y en torno al medio millar de ballestos.[30] Un ejército que, en sus fuerzas de caballería, se acercaba al potencial que tuvo a su servicio en su estancia en Nápoles cuatro años antes. Pero ahora era una operación militar sui generis y de muy corta duración: con la gente de armas acordada para tres meses, no tenía pensado atacar Castilla sino ejecutar una maniobra de presión político-militar. Con esta intención salió de Zaragoza el 29 de junio y entre los meses de julio, agosto y septiembre remontaba el curso del Ebro instalando sucesivos campamentos a lo largo de la frontera navarra con Castilla.[31] Tras una entrevista tensa con su hermano Juan en agosto entre Tudela y Tarazona, rechazaba las presiones de los castellanos partidarios de Enrique de entrar en Castilla hacia Burgos: el peligro de una guerra desaconsejaba la operación. Sin fondos para poder renovar la soldada de las tropas era muy arriesgado: la mejor alternativa era presionar una negociación manteniendo su ejército dispuesto en la frontera. Agilizó las negociaciones con las embajadas castellanas y el 3 septiembre de 1425, junto con cortesanos y su hermano Juan, llegaba a un pacto (Pacto de Araciel) con miembros del Consejo real de Castilla: se aceptaba la liberación del infante Enrique restaurando parcialmente sus dominios, con el compromiso de que mantuviese fidelidad al rey de Castilla. Sin embargo, esperando la liberación de facto del infante, Alfonso V permaneció con su ejército acampado amenzadoramente entre San Vicente (Navarra) y Briones (Castilla) entre el 24 de septiembre y el 14 de octubre;[32] una ubicación perfecta para entrar en Castilla si se rompía lo pactado, favorecida por la docilidad política del reino de Navarra, cuya corona había pasado a manos de su hermano Juan ese mes. Cuando el nuevo rey de Navarra trajo al infante Enrique al lado del Magnánimo, éste trasladó su ejército a Tarazona, donde permaneció hasta el 23 de noviembre: a partir de entonces las tropas que mantenía todavía asoldadas comenzaron a ser licenciadas.

De 1426 a 1428 el rey de Aragón volvía sus miradas hacia la empresa napolitana retomando preparativos navales y militares.[33] En esos años la situación política en Nápoles abría posibilidades de retorno mientras que las arcas de la Tesorería se llenaban con nuevos fondos (dote de la reina, subsidios clericales, donativos de Cortes aragonesas y valencianas de 1428).[34] Los dispositivos militares para una flota se reemprendieron con vigor: durante todo el año 1427 se ofrecíó soldada a miembros de la nobleza para servir con hombres de armas «en la armada que fa de present lo senyor rey»,[35] y la Tesorería real invertía en 1428 cerca de 350.000 ss. en preparativos navales (contratación y construccción de naves y galeras, fabricación de aparejos diversos para la armada).[36] Todo parecía dipuesto para el retorno. Pero una vez más el problema castellano alejó al rey de Aragón de Nápoles.

3. LAS CAMPAÑAS DE LA GUERRA CON CASTILLA DE 1429-1430[37]

La victoria del partido de los infantes de Aragón en la corte castellana pronto se mostró muy frágil. En febrero de 1428 Álvaro de Luna aprovechó las desavenencias entre Juan, rey de Navarra, y Enrique, maestre de Santiago, y alejó a ambos de la corte: obligó al primero a regresar a Navarra y al segundo a partir hacia los dominios de la orden de Santiago en el sur con el pretexto de defender la frontera con Granada. Ante la pérdida de hegemonía de los Antequera en la corte castellana el rey de Navarra logró convencer a Alfonso V de que la única solución era repetir una operación de presión político-militar como la del verano de 1425. A comienzos de enero de 1429 el Magnánimo se entrevistaba personalmente con el infante Enrique en Chelva, y en marzo, en Tudela, sellaba un pacto con Juan de Navarra: la decisión de reunir tropas para dirigirse a la frontera aragonesa había sido tomada.

3.1 Las operaciones del verano de 1429 en el frente aragonés: dos incursiones en Castilla, dos ejércitos

Los preparativos para articular un ejército de caballería comenzaron de inmediato. Las convocatorias (ampraments) se cursaron entre febrero y marzo y ofrecieron soldada para tres meses a quienes aceptasen servir al rey, dejando abierta la posibilidad de continuar el débito armado si se pagaba una nueva soldada.[38] Y al igual que en 1425, para financiar la contratación, la monarquía utilizó capital libre de negociación en Cortes: recurrió al tesoro o cambra real, a sus rentas patrimoniales, al secuestro de rentas y bienes de castellanos, a los restos de subsidios estamentales por cobrar y, sobre todo, a donativos y créditos del patriciado barcelonés.[39]

Con este capital se abrieron tres frentes de contratación de compañías de gente de armas para servir durante tres meses: en el principado de Cataluña, en Barcelona, Lleida y Perpinyà, en el reino de Aragón, en Zaragoza, y en el reino de Valencia, en su capital, Valencia. Para reclutar en esos tres frentes, de nuevo la monarquía flexibilizaría su maquinaria administrativa y financiera. Por una parte la contratación de tropas en Cataluña era gestionada desde la tesorería, directa e indirectamente. Directamente ya que el tesorero Francesc Sarçola reclutó en Barcelona desde su contabilidad financiera 623 caballos;[40] e indirectamente en la medida en que el tesorero comisionó a agentes de su oficio para que contrataran tropas en Lleida y en Perpinyà, en total cerca de 300 efectivos: en marzo de 1429 Bernat Plaça recibía del tesorero 6.885 flor.[41] con los que administraba el reclutamiento de 164 caballos en Lleida;[42] en ese mismo mes, Marc Joan percibía 10.000 flor. para ir a Perpinyà con los que contrataría, supervisado por Bernat Albert, procurador reial dels comtats de Roselló e Cerdanya, unos 150 caballos.[43] Por otra parte y paralelamente, Joan Mercader, baile general de Valencia, y Pere Ferrer, oficial de la tesorería, reclutaron gente de armas en los reinos de Valencia y de Aragón, respectivamente 469 y 595 caballos, a través de dos contabilidades creadas ex profeso en ambos reinos y nutridas con caudales diversos, fondos que no pasaban por la tesorería y se administraban localmente.[44] Las compañías a sueldo, contratadas esta vez –a diferencia de 1425– con un único pago de tres meses de soldada, sumaban un total de 2.000 caballos. A ellos habría que unir los aportados por quienes acudieron a servir gratuitamente («a ses despeses») que, como en 1425, serían una clara minoría.

En conjunto estimamos en cerca de 2.500 combatientes de caballería el ejército que articuló Alfonso V entre marzo y junio de 1429: con esa fuerza comenzaba el 23 de junio una incursión en tierras castellanas acompañado por su hermano Juan, rey de Navarra.[45] Apoyándose en el éxito de la operación de 1425, esperaba que esa exhibición de fuerza, unida a previsibles disidencias entre la nobleza castellana, obligasen al rey de Castilla a restaurar el poder de la rama Antequera de los Trastámara. Su recorrido por tierras castellanas procuró en todo momento presentarlo no como una invasión sino como una misión pacífica para restaurar el bien del reino.[46] Cuidaba así la disciplina de la gente de armas y procuraba la reparación monetaria sistemática de los víveres y suministros que tomaban en su ruta por Castilla.[47] Buscaba apoyos nobiliarios en Castilla, cerca de Hita, pero no los encontró: el condestable Álvaro de Luna y Juan II habían truncado toda posibilidad de disidencia nobiliaria y lo que incialmente consistió en una incursión de presión política, acabó provocando una guerra abierta entre las coronas de Aragón y Castilla: Juan II le declaraba oficialmente la guerra el 29 de junio.

A partir de entonces, tras una batalla campal frustrada entre los días 1 y 2 de julio, las tropas castellanas avanzaron sobre Aragón: a una cabalgada inicial de Álvaro de Luna el 4 de agosto, siguió la marcha de Juan II al mando de un nutrido ejército en dirección a Calatayud, donde se habían retirado los reyes de Aragón y Navarra.[48] Sin embargo, careciendo de los pertrechos y el suministro regular de vituallas necesarios para una guerra de asedio, tuvo que detenerse ante el primer obstáculo militar de relevancia, el castillo de Ariza. La ofensiva castellana quedó estancada. Por el contrario entre julio y agosto, el rey de Aragón logró prepararse para una contraofensiva fulminante en Castilla que, entre el 26 de agosto y el 9 de septiembre, conquistó siete fortalezas (entre ellas Deza, Ciria, Borovia, Vozmediano y Serón) y aseguró firmemente la defensa del frente. Para lograrlo dispuso de una eficiente intendencia[49] y de la práctica reestructuración de las tropas a su servicio, una total renovación de su ejército. La burocracia estatal aragonesa obtendría el dinero necesario para renovar el contrato de la mayor parte de la caballería asoldada, diversificaría sus contingentes reclutando compañías de ballesteros catalanes y valencianos, y movilizaría milicias locales de ciudades y villas del reino de Aragón a través de una convocatoria de servicio general obligatorio, parte de las cuales conmutarían su presencia con pagos en metálico. Para la nueva incursión, la estructura y composición del ejército se renovaría completamente.

El tiempo de servicio de la gente de armas, tres meses, quedaba cubierto a finales de agosto. Las compañías contradas sólo permanecerían en el ejército si se les pagaba un nueva soldada: eran necesarios fondos en gran cantidad y con presteza. Y para lograrlos el tesorero Francesc Sarçola estaba en Barcelona. Gracias a una hábil política financiera, negociando créditos con los dos principales centros urbanos de la Corona (Valencia y Barcelona), los oficiales reales lograron la liquidez necesaria para prorrogar el servicio de sus efectivos asoldados. Así, el tesorero contrató el 3 de agosto con los consellers de Barcelona un crédito de 50.000 flor. asegurado por las rentas del patrimonio real del principado y librado al contado a traves de dos dites en la Taula de Canvis.[50] Con ello se aseguró el servicio a sueldo por un mes más de gran parte del contingente principal del ejército, la caballería pesada: en total 1.360 caballos, cuya soldada sería renovada parte en las jornadas previas al inicio de la contraofensiva, entre el 14 y el 25 de agosto en Calatayud, parte durante la campaña.[51]

Paralelamente, entre julio y agosto se contrató unos 550 ballesteros a sueldo para servir durante dos meses: la ciudad de Valencia aceptaba el 8 de julio correr a cargo con la contratación y envío de 100 ballesteros,[52] mientras que oficiales de la tesorería reclutaban en la primera semana de agosto compañías de ballesteros en Vilafranca del Penedés, Cervera y Barcelona, por un contingente próximo a 450 efectivos.[53] Así a la gente de armas se irían uniendo contingentes de ballesteros profesionales que iban siendo acontonados a su llegada en las estàncies o guarnicions de ocho villas y lugares aragoneses en la frontera con Castilla.[54] En el reino de Aragón el rey realizó una movilización general defensiva de hueste a todas sus ciudades y villas y logró articular milicias locales por cerca de 1.500 efectivos entre ballesteros y lanceros.[55] El ejército real, a lo largo de agosto de 1429, aglutinaba un contingente compacto y coordinado centralizadamente por la burocracia real, parte del cual emprendería la fulgurante ofensiva de conquista de castillos castellanos. Aunque no conservó la totalidad de la gente de armas de la primera incursión, el dinero obtenido permitió renovar la soldada de más de 1.360 caballos, a los que se unirían las compañías de ballesteros reclutadas (en Cataluña y Valencia) y las milicias locales aragonesas. Un ejército diferente del de la ofensiva política de junio, compuesto por un total aproximado de 1.500 caballos y en torno a 2.000 de infantería entre ballesteros y lanceros.[56]

El coste financiero y administrativo para mantener articulado este ejército no pudo, sin embargo, ser llevado más allá de la primera quincena de septiembre. La campaña se cerraría con intentos fallidos de entrar en Castilla por Soria y de ocupar la localidad castellana de Alfaro en la frontera con Navarra, viéndose obligado el rey a regresar a Tarazona el 13 de septiembre.[57] Se había ido agotando el tiempo de servicio de la soldada de gran parte de la caballería y de las compañías de ballesteros.[58] Aunque al inicio de la operación, tras el saqueo de Deza, hubo muchas deserciones de combatientes que huían del ejército con el botín logrado sin la correspondiente licencia,[59] las verdaderas dificultades comenzaron con el agotamiento del tiempo de servicio de las tropas asoldadas para continuar con graves problemas de escasez de víveres y la declaración de una epidemia entre los caballos de su ejército.[60] El resultado fue la práctica desarticulación del mismo, reducido a un contingente de 400 combatientes de caballería y sólo 30 ballesteros, acantonado entre Daroca y Tarazona y en las fortalezas castellanas ocupadas.[61] Ante esta situación hubo de adoptarse una posición defensiva salpicada por cabalgadas e incursiones fronterizas desde ambos bandos.

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852 стр. 54 иллюстрации
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9788437084336
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