Читать книгу: «Miedos Desvelados»

Шрифт:

MIEDOS DESVELADOS

Miedos Desvelados

Jordi Moreno

Primera edición Mayo 2021

© Jordi Moreno

© Editorial Esqueleto Negro

Diseño portada y contraportada:: Isabel Solbes

www.esqueletonegro.es

info@esqueletonegro.es

ISBN 978-84-123251-6-4

Queda terminantemente prohibido, salvo las excepciones previstas en las leyes, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y cualquier transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual según el Código Penal.

Prólogo

Ahondando en el terror

Todavía me estremezco y tiemblo cuando a deshora escucho crujir los muebles de mi casa. No hay noche que transcurra sin imaginar fantasmales figuras surgir por la oscura rendija que deja la entreabierta puerta de mi habitación.

La pregunta es:

¿Mi mente se nutre de la angustia y la tensión que provoca el terror, por la simple satisfacción posterior de saber que todo es mentira? Tan solo otra pregunta podría responder en parte a la continua y compulsiva pasión por crear de la que sigo felizmente preso:

¿Puede que sean los elementos del terror quienes me buscan para que los libere del rechazo generalizado, al necesario lugar que merecen con mis palabras?

Me gustaría pensar que es así. Que los seres humanos caemos en el típico error de huir de nuestros miedos, cuando en realidad necesitamos sentirlos y sacarlos afuera mediante las herramientas que disponemos cada uno. Entre los mayores placeres que hay en la vida, está el de escuchar y el de ser escuchados, sea en el contexto que sea.

Pero tenemos miedo. Miedo a mostrarnos tal y como somos, miedo a decir lo que pensamos, a que la gente nos diga lo que piensa de nosotros. Miedo a perder lo que tenemos, a que nos lo roben. Miedo a confiar en la gente. Miedo a las sectas, a las tribus urbanas, a ciertos animales... en definitiva, miedo a nosotros mismos.

Si tanto tiempo influye en nuestra mente... ¿Por qué no utilizarlo a nuestro favor y dejar de lado las preocupaciones, cuando se trata de experimentarlo para nuestro entretenimiento? Y más sabiendo que la mejor y única manera de huir del miedo es la de enfrentarse a él.

Sinceramente pienso que contando historias como las que propongo en este libro, se puede llegar a pasarlo bien viviendo las ensoñaciones de cada relato, con el horror que sufren mis personajes. Porque no hay que olvidar que todo sueño alberga una pesadilla. Y mi manera de seguir soñando es desvelarlas una a una... sin ningún miedo.


Hace años alguien cogió mi mano y leyó mi destino.

Acarició cada surco y trazó la magia de mis sueños cumplidos.

A Cris, la eterna musa y brillante luz de mi camino.

INDICE

Un extraño regreso 11

Caricias 27

A medianoche 41

Una piedra en el camino 53

Malos hábitos 67

La nariz de payaso 81

Trazos en la oscuridad 101

Evelyn 113

Inseparables 133

La percepción dormida 151

Sepultado en el olvido 167

El pueblo 185

Tiempo 205

Agradecimientos 221

Un extraño regreso

Mi mujer, mi hijo de apenas siete años y yo, sufrimos un brutal accidente de coche que por poco nos hizo perder la vida. Permanecimos ingresados en el hospital más de cuatro meses, concretamente en la zona de cuidados intensivos. Cuando nos dieron el alta y regresamos a nuestro hogar, deseábamos volver a nuestra rutina y tomar las riendas de nuestra vida, pero por desgracia todavía requeríamos de la ayuda de varios médicos, que frecuentaban habitualmente nuestro piso para ayudarnos a mejorar.

Un buen día y sin previo aviso, dejaron de venir. No hubo explicaciones de ningún tipo, simplemente nos dejaron solos. Por fortuna, nuestro estado físico al fin nos permitía llevar una vida “normal” dentro del tremendo shock emocional que habíamos sufrido.

Fue durante la dulce quietud de la primera noche en soledad, justo en la fase más placentera de nuestro sueño, cuando escuchamos aquel inquietante ruido en el interior de la casa. Mi mujer se despertó sobresaltada. Yo al principio no le di importancia, supuse que había sido el seco golpe de un portazo. El ligero desnivel en la tarima flotante provocaba en ocasiones que se cerraran las puertas que acompañaban al largo pasillo. Aun así, agarré con fuerza su mano y salimos juntos de la habitación para echar un vistazo. Buscamos nuestras miradas en la oscuridad, intentando transmitirnos mutuamente una incierta aunque necesaria sensación de seguridad. Entramos en la habitación contigua. Nuestro hijo dormía plácidamente, ajeno a aquel extraño sonido que nos impulsó a levantarnos de la cama.

Volvimos al pasillo. Tanteando la pared encontré la clavija que encendía todas las luces del techo, pero en el mismo instante en el que yo las accionaba, estas se apagaban súbitamente, como si alguien las apagara al unísono accionando el conmutador desde el otro lado. Volví la vista hacia nuestra habitación y me cercioré de que la lámpara permanecía encendida. Estaba claro que no se trataba de ningún fallo eléctrico. En ese momento empecé a preocuparme realmente. ¿Y si alguien se había colado en nuestra casa? Éramos pocos vecinos, la mayoría con edad avanzada. Solo nosotros y puede que varias parejas en el edificio rondábamos los treinta o cuarenta años.

Hubiera sido relativamente fácil para alguien engañar a los vecinos para colarse en un piso, haciéndose pasar por algún familiar cercano. Aunque a decir verdad, poco botín habrían obtenido de ninguno de nosotros. Asustados y sin soltarnos de la mano, nos introducimos en la cocina para proveernos de varios cuchillos. Escuché la nerviosa y entrecortada respiración de mi esposa y la abracé apretando su cuerpo contra el mío. Al salir de la cocina y adentrarnos en el pasillo, volvimos a escuchar ese terrible ruido. En esa ocasión sonó con mucha más claridad, distinguimos lo que parecían ser una especie de crujidos. Agudizando el oído comprobamos que el lugar de donde procedían, era nuestro despacho. Avanzando con cautela, percibimos un repentino parpadeo en el rastro de luces que ocupaban todo el techo. Llegamos hasta la puerta. Sin dudarlo un momento alargué con decisión mi mano hacia el pomo. Aquel incomprensible parpadeo cobró de golpe una intensidad frenética.

Cuando mi mano alcanzó la puerta escuchamos algo que surgía de la habitación del niño. Ese nuevo alarido penetró en nuestro cuerpo sumiéndonos en el más profundo pánico. Sentimos como un aterrador soplo de aire frío nos recorría la espalda, No eran golpes, no eran crujidos… eran los gritos de terror de nuestro hijo. Corrimos hacia su cuarto y, justo antes de llegar, la puerta se cerró de golpe. Forcejeamos con todas nuestras fuerzas pero no conseguimos abrirla.

Desesperado, cogí carrerilla para intentar echarla abajo y entonces vi algo detrás de mí que me paralizó por completo. Era él. Estaba en mitad del pasillo balanceándose alegremente en su caballo de madera. Una tenue aura violácea envolvió aquella fantasmal imagen. Me acerqué despacio a la vez que repetía su nombre. Él solo me miraba, regalándome su frágil sonrisa, parecía querer dirigirse hacia mí, pero en lugar de eso se colocó con parsimonia frente a la puerta del despacho. Esta se abrió de golpe y sin darnos tiempo a reaccionar, unas huesudas y agrietadas manos surgieron del interior y lo zarandearon con violencia hasta introducirlo en el despacho. La puerta volvió a cerrarse ante nuestro frustrante y desesperado intento por alcanzarlo.

Todo quedó en silencio. Busqué mi móvil en la habitación para hacer una llamada de socorro a la policía. Pero resultó inútil, no había cobertura. El teléfono fijo tampoco daba ninguna señal. No teníamos Internet, nada funcionaba. Hasta la luz de nuestro dormitorio se había apagado tras el último portazo. Abrimos las ventanas y a gritos intentamos llamar la atención de algún vecino. Me parecía imposible que ninguno de ellos escuchara algo de lo que estaba ocurriendo en el interior de nuestro domicilio. Pero lo cierto fue que nadie vino a prestarnos su ayuda.

Angustiado, traté de encontrar a ciegas en un armario alguna herramienta contundente que pudiese atravesar la puerta. Palpé los distintos objetos y hallé entre ellos una vieja linterna. La encendí e iluminé a mi alrededor. Afortunadamente mi mujer seguía a mi lado. Las puertas estaban cerradas, pero un pequeño detalle se nos había pasado por alto: un misterioso sobre blanco que asomaba bajo la entrada de la puerta principal. Como hipnotizados por aquel extraño hallazgo, encaminamos nuestros pasos hacia él. Cogí tembloroso ese pedazo de papel y abrí el sobre. En su interior encontramos una fotografía. Alumbrando con la débil luz de la linterna, pudimos apreciar con claridad la imagen que allí se desvelaba. Aparecíamos nosotros tres. Mi mujer y yo estábamos totalmente rígidos y pegados a una pared. Nuestro pequeño se adivinaba detrás de nosotros tumbado boca abajo sobre su caballo de madera. Di la vuelta a la fotografía y leí una frase escrita en una caligrafía que nos resultó muy familiar:

«Formaréis parte del nuevo comienzo».

Dejé la fotografía en el suelo y miré a mi mujer en la oscuridad. Un nuevo y escalofriante estruendo dentro de la casa nos heló la sangre… eran las carcajadas delirantes de nuestro hijo rebotando en cada una de las paredes. Con un simple movimiento de cabeza logramos saber qué pensábamos cada uno y cuál iba a ser el siguiente paso. Nos acercamos con lentitud hasta el despacho y, tras tomar aire, llamamos a la puerta golpeándola varias veces con firmeza. De repente escuchamos un ligero balbuceo que surgía del interior de la habitación. Sabíamos que era nuestro pequeño, quería decirnos algo. Pegamos los oídos para intentar entender lo que decía y lentamente notamos que su voz se iba transformando; su garganta se rompía con cada palabra que pronunciaba y los tonos agudos eran solapados por una infernal serie de gorgoteos.

Un terror indescriptible nos atrapó por completo al comprobar cómo en pocos segundos su dulce voz, se tornaba profundamente grave, ronca y temblorosa. Le siguieron fuertes golpes desde el interior que deformaron la puerta y provocaron el súbito desvanecimiento de mi esposa. Yo la agarré del brazo antes de que su cabeza impactara violentamente contra el suelo. Regresé a la cocina, arrastrando su cuerpo para mojarle la nuca y hacer que volviera en sí. Al instante abrió los ojos; estos denotaban incertidumbre y el pánico más absoluto. Nos abrazamos indefensos ante aquella sucesión de hechos inexplicables.

Un reflejo del exterior proyectado desde la calle llamó nuestra atención. Esperanzados ante la posibilidad de encontrar ayuda cruzamos el pasillo y nos acercamos a la ventana del comedor. Sin dudarlo, la abrí lentamente. Todas las farolas de nuestro vecindario estaban apagadas. Vislumbramos una silueta encorvada que portaba una enorme antorcha en su mano izquierda. Poco a poco más siluetas indefinibles se acercaron a la luz. Pude apreciar los rasgos de algunos de aquellos rostros. Eran realmente extraños. Uno de ellos tenía la frente arrugada contrastando con la piel tersa de sus mejillas. A otro parecía surgirle un tejido nuevo que rasgaba lentamente el anterior. El individuo de la antorcha alzó la cabeza y me miró fijamente a los ojos. Me agaché devolviéndole la mirada y observé con detenimiento sus facciones; parecían las de un verdadero monstruo. Su piel palpitaba, respiraba, como si de su interior fuese a surgir algún ser diabólico. Su pelo encanecía a ráfagas provocadas por el intenso fragor de la antorcha. Un intermitente temblor hizo que se moviera con extrema violencia su ojo derecho, el cual rodaba lentamente en espiral, mostrando un color blanco antinatural que dejaba entrever la espantosa visión de una oscura cuenca vacía; estaba literalmente a punto de salirse de su órbita. Yo solo pude correr la cortina aterrorizado. Busqué a mi mujer en la penumbra para hallar en ella un alivio tras ver aquellas escalofriantes imágenes que ya se habían guardado en mi retina.

Alumbré con la linterna la habitación dando una vuelta de trescientos sesenta grados. Palmo a palmo la busqué desesperado… pero ella ya no estaba junto a mí. Seguidamente escuché un nuevo y sonoro portazo dentro de la casa. Me sentía tremendamente asustado y confundido. Ni siquiera tuve fuerzas para gritar el nombre de mi esposa. Me detuve en mitad del pasillo y volví a coger aquella fotografía del suelo: no había ninguna duda de que algo macabro se escondía tras aquella imagen. La examiné con detenimiento y me concentré en los detalles. Supe que el lugar donde se había hecho era nuestro despacho; ese despacho que no nos permitía entrar y que mantenía atrapado en su soledad a mi pobre hijo. En la imagen los tres teníamos los ojos cerrados y la piel completamente pálida, parecíamos formar parte del mobiliario. El caballo de madera donde yacía mi pequeño también había perdido color e incluso había cambiado de forma. Su lomo era más denso y robusto, como el de un ser humano excesivamente musculado, hasta podía intuirse en él un perverso rostro de gesto burlón y enfurecido.

Quise pensar que todo era producto de un mal sueño y que en breve lograría despertar. Pero sabía que todo aquello era demasiado real, demasiado vívido para que mi cuerpo por sí solo no se hubiera despertado de un fuerte impulso. Fue entonces cuando escuché un murmullo por las escaleras. Pensé aliviado que volvían algunos vecinos a sus casas y corrí hasta la puerta para pedir auxilio. Puse el ojo en la mirilla, pero la luz de la escalera tampoco funcionaba. Me armé de valor y abrí la puerta con lentitud. Llegué al hueco de la escalera y lo iluminé tímidamente con la linterna. Divisé decenas de personas que se cubrían el rostro con largas y viejas prendas negras. Sin plantearme nada de aquella perturbadora visión, les lancé un grito de auxilio. No obtuve respuesta, tan solo siguieron subiendo en fila de forma mecánica, como fantasmas unidos por una cuerda invisible. No tardé en distinguir entre ellos a aquel siniestro hombre de la antorcha.

Retrocedí de nuevo hasta mi casa y cerré la puerta. Mi respiración se aceleró hasta tal punto que pensé que iba a desmayarme. Las lentas pisadas de aquellas personas se escuchaban cada vez más cercanas. Me dirigí de nuevo al despacho para intentar de nuevo echar la puerta abajo, pero una imagen hizo que me detuviera. Percibí la figura de una mujer en mitad del pasillo. La alumbré con la linterna y reconocí aquel rostro: se trataba de nuestra vecina. Su cuerpo se retorcía lentamente de dolor. Gritaba sin parar. Sus alaridos provocaron en mí una mezcla de terror y desesperación que me dejaron inmóvil. Su piel se estaba cuarteando, su cabeza temblaba a toda velocidad, y una lánguida y deforme joroba le estaba surgiendo de la espalda. Pude apreciar la mirada de horror que desprendían sus ojos. Se le abrió la boca de par en par en una mueca horrenda que parecía querer decir algo, pero únicamente pude entender la primera palabra:

«Huye...»

El resto de la frase se le enredó en la lengua haciendo imposible comprender nada de lo que decía. De repente, su voz se transformó en un sonido tan gutural y desagradable que superaba mis sentidos. Era como si de sus cuerdas vocales emergieran las voces de varios animales enfermos. Escuché cerca de la puerta los arrastrados pasos de esos terroríficos seres infrahumanos. Corrí hasta la cocina evitando ver de nuevo en lo que se estaba convirtiendo aquella mujer. Me guardé el cuchillo y me escondí bajo la ventana. Pensé que la única manera de seguir con vida era permanecer en silencio y esperar la oportunidad idónea para, en el mejor de los casos, saltar desde ella hasta el piso inferior. Empezaron a llamar a la puerta ininterrumpidamente. Yo seguía agachado en la cocina paralizado por el terror.

Hubo una pausa. Escuché perplejo cómo alguien abría la puerta con una llave. No pude soportar el miedo que sentí en aquel momento y abriendo con cuidado la ventana corredera, decidí saltar por la cocina al piso de abajo. Mis pies impactaron con el techo del patio y poco a poco fui avanzando hasta encontrar una pequeña abertura en la pared. Busqué en mis bolsillos, el cuchillo había producido un pequeño corte en mi pierna, un ligero reguero de sangre corrió por mis muslos y llegó hasta mis tobillos. La linterna dejó de funcionar. Seguramente se había roto al zarandearse demasiado cuando salté de un piso a otro. Me introduje por aquel agujero y recordé que ese piso llevaba tiempo en obras. Puse atención a los objetos que se hallaban en la habitación haciendo un titánico esfuerzo con los ojos para distinguir algo en la oscuridad. Pude ver algunas herramientas, un cubo, una pala y varios recortes de periódico encima de una mesa. Avancé despacio por la estancia, la humedad se me calaba en los huesos y un desagradable hedor impregnaba aquel lúgubre lugar.

Cuando había atravesado gran parte de la habitación, me pareció ver un cúmulo de trapos viejos en el suelo que trazaban un nuevo camino. Sin dudarlo emprendí aquella siniestra senda en busca de alguien o algo que me ayudara a encontrar una explicación a los inexplicables sucesos que estaban ocurriendo. Noté en el suelo una extraña sensación viscosa e inestable. Mis pisadas deformaban los trapos de una manera muy irregular, como si dentro de ellos hubiera alguna extraña sustancia que los rellenaba ligeramente.

Me detuve para agacharme y coger uno de ellos; el tacto era húmedo, casi pegajoso. Tiré con fuerza y comprobé asqueado como arrastraba conmigo algo más que un trapo sucio... Se trataba de los restos de un brazo humano. La piel estaba arrugada, fría y suave, pero no tenía músculo ni hueso, era como si se le hubieran extraído del interior todas sus articulaciones. Mis ojos ya se habían acostumbrado completamente a la oscuridad. Aceleré el paso para intentar buscar la puerta de salida a la calle. Cada vez me topaba con nuevos cuerpos tirados en el suelo. Yo intentaba esquivarlos pero me resultaba imposible, había muchos más de los que podía imaginar. Estaba seguro de que aquello había sido premeditado. Sentí que me encontraba en una especie de macabro almacén donde hacían pruebas con cadáveres.

Agitando con fuerza la linterna pude hacer que volviera a funcionar. Alumbré tembloroso a mi alrededor e iluminé algunos de sus rostros. Tenían los ojos inyectados en sangre y lo que quedaba de su piel estaba flácida y pegada a los huesos de la cara. Reconocí entre ellos a algunos vecinos y conocidos de mi barrio que no superaban mi edad. Volví sobre mis pasos recordando los recortes de periódico que había encontrado unos metros atrás. Llegué hasta aquella vieja y polvorienta mesa y cogí uno de los recortes. La fecha del periódico correspondía a cuatro meses antes, casi el mismo tiempo que hacía desde que sufrimos el accidente. Me dispuse a leer uno de los titulares:

«Hemos olvidado nuestras raíces. Los centros no dan abasto para acoger a tanta gente».

Bajo aquellas palabras aparecía una foto donde se hallaba mi padre, rodeado de otros ancianos con pancartas en sus manos. Me detuve un instante y pensé en lo que se había convertido su vida. Siempre fue tremendamente activo, muy luchador. Me dolió en su momento, pero luego supe que tomé la decisión acertada alojándolo en aquel asilo. Quería seguir ejerciendo como científico una vez jubilado y no lo podía permitir; carecía de raciocinio en sus métodos. Recuerdo que sus experimentos no tenían ningún sentido. Probaba cosas realmente extrañas y perturbadoras. Estaba obsesionado con encontrar algo nuevo para llegar a ser reconocido entre sus colegas de profesión. Yo estaba seguro de que mi familia hubiera corrido un verdadero peligro si se hubiese quedado en nuestra casa. Ese fatídico accidente de coche hizo que no pudiera visitarlo durante meses. Aunque lo peor fue sin duda no poder controlar sus movimientos, esas salidas periódicas que le permitían en la residencia. Observé nuevos papeles en la mesa. Estaban llenos de fórmulas. Había algunas definiciones explicativas de pruebas sobre intercambios genéticos por vía oral.

Leí más a fondo:

«El propósito de este experimento será intercambiar cierto número de células entre personas jóvenes y otros de la tercera edad. Primero emparejaremos algunos cuerpos de jóvenes y ancianos para transmutarlos. Les haremos un cultivo y los utilizaremos como modelo para crear el primer fármaco. En todos los casos, el cuerpo más longevo deberá adquirir los beneficios del más joven, al mismo tiempo que este sufrirá las carencias y posibles enfermedades del anciano, manteniendo los dos la misma estabilidad mental que tenían antes del experimento. La dosis se basará en una única píldora para cada uno y el tiempo en hacerles efecto variará dependiendo del tipo de paciente. Puede provocar alucinaciones y en algunos casos mutaciones dolorosas en los individuos más débiles…»

No podía seguir leyendo. Comprendí que todo aquello era una brutal locura iniciada y perpetrada por la mente enferma de mi padre. Alguien le habría ayudado desde algún hospital para conseguir las muestras de los cultivos y el material necesario para realizar aquella atrocidad.

De pronto escuché unos pesados golpes en el interior de la casa, el sonido se apreciaba muy cerca de mí. Giré la cabeza muy despacio y se me cortó la respiración al contemplar cómo aquellos despojos de piel y huesos se estaban levantando. Corrí atravesando la habitación y cerrando los ojos para evitar ver aquella terrible escena. Impactando contra algunos de aquellos seres inertes pude llegar hasta una puerta. Sentí el tacto putrefacto de varios dedos consumidos acariciar mi cuello antes de intentar abrirla, pero estaba cerrada con llave. Me eché hacia atrás y empecé a darle patadas mientras trataba de quitarme de en medio aquellos muertos en vida. Se agolpaban cerrándome el paso cada vez más. Cuando ya creía que sus huesudas y pútridas manos iban a reducirme, conseguí que la puerta cediera. Me metí en aquella habitación y volví a cerrar. Alumbré con rapidez el interior y vi un par de sillas que coloqué en la puerta como pude para intentar que no entraran.

Me senté en el suelo completamente exhausto. No podía creer que todo lo que estaba ocurriendo fuera real. Dejé que pasaran un par de minutos hasta cerciorarme de que nadie forzaba la puerta y me levanté. Era una habitación muy amplia. Anclados a las paredes había un gran número de acristalados armarios donde se apreciaban múltiples frascos de varios medicamentos. Me acerqué hacia uno de ellos, estaba ligeramente abierto. En él únicamente se encontraba un frasco cuadrado. Lo cogí y lo revisé detenidamente. Había una pequeña etiqueta en el dorso que ponía «Dosis regenerativa». Pensé que en su contenido se hallaba la solución. Podía intentar regresar a casa y darle una píldora a esa mujer para detener su transformación, luego buscaría a mi hijo y le daría otra para hacer que todo volviera a la normalidad. Pero sabía que no iba a ser tan sencillo. No encontraba a mi esposa. Estaba solo, totalmente solo en mitad de aquella terrible locura. Debía ser rápido y metódico en mis movimientos para lograr cumplir con mi propósito.

Al otro lado de la habitación hallé una puerta. Me dirigí hasta ella y giré el pomo con suavidad, estaba abierta. Sentí un tremendo alivio al comprobar que comunicaba con la salida a la escalera del edificio. Con el frasco en mi bolsillo y el cuchillo en el otro, iluminé con la linterna el camino y me dispuse a subir a mi casa. No tenía llaves, así que debía utilizar la astucia para introducirme de nuevo en ella. Subí peldaño a peldaño con lentos pasos, evitando hacer el más mínimo ruido. Llegué hasta la puerta principal y puse mi oído en ella para intentar escuchar algo del interior.

Una quebrada voz resonó dentro de mi casa y no tardé en saber de quien se trataba:

«Hoy es un gran día, al fin nos sentiremos útiles. Somos libres. Pero esto solo es el principio. La dosis ha sido repartida por todos los centros del país. Varios de mis amigos se encargarán de mezclarla con el resto de pastillas que a todos nos obligan a tomar. En breve el mundo nos valorará como nos merecemos. Nunca más viviremos el abandono y la marginación social a la que hemos sido sometidos. Ahora llevaremos las riendas. Hemos creado el verdadero equilibrio. La experiencia y la juventud estarán unidas para siempre...»

Esperé el momento idóneo y llamé al timbre. Escuché varios suspiros de sorpresa y los pesados pasos de mi padre acercándose a la entrada. Justo en ese momento corrí escaleras abajo hasta que llegué al contador de luces y activé el generador. Todo volvió a estar iluminado. Salí al exterior y rodeé el edificio para intentar entrar por el otro lado. Trepé por una tubería y salté al patio interior del primer piso. Con la luz en funcionamiento debía encontrar algún teléfono para hacer una llamada de socorro. Rompí la ventana que daba acceso al interior de la casa. Busqué un interruptor y lo accioné. Comprobé que había vuelto al piso en obras, pero en aquella segunda ocasión no vi cuerpos en el suelo. Me pregunté hacia dónde habrían ido. Revolví toda la casa pero no encontré ningún teléfono. Me propuse encontrar la forma de subir y recordé que desde el patio del primer piso podría trepar hacia las habitaciones de mi casa; si conseguía llegar hasta ella, podría intentar rescatar a mi hijo. Medí mentalmente la distancia hasta las ventanas. Empecé a trepar despacio y sentí que me faltaba el aire. De repente una serie de dolores aparecieron por todo mí cuerpo. No sabía lo que me estaba ocurriendo. Estaba extenuado, como si ese pequeño esfuerzo supusiera algo tremendamente agotador.

Cuando había recorrido la mitad del camino, volví a calcular la distancia y me desplacé lentamente por la pared saltando entre las pequeñas molduras. Me sentí de nuevo extrañamente agotado, pero no le di más importancia y lo achaqué a la ansiedad y los nervios. La ventana del despacho estaba abierta solo por una parte. Me aposenté de cuclillas en la pequeña cornisa y me coloqué frente a ella. La cortina verde de la habitación me impedía ver el interior. Alargué mi mano para correrla suavemente y distinguí al menos dos personas sentadas en el suelo, una de ellas era mi hijo. Parecía feliz y contento. Sentí un gran alivio al verle tan bien. Junto a él estaba su caballo, lo mecía con cariño a la vez que acariciaba tiernamente su inerte y frondoso crin de madera. Intenté reconocer a la otra persona que estaba con él, pero mi posición hizo que me resultara imposible verla con claridad. Era el momento. Tenía que entrar. Guardé la linterna en mi bolsillo y cuchillo en mano me propuse saltar dentro de la habitación.

De repente sentí una presencia cerca de mí. Intenté obviarla y concentrarme en el interior del despacho para poder reconocer a la persona que estaba con mi hijo. Súbitamente unas manos agarraron con fuerza mis piernas e hicieron que me precipitara al patio del primer piso. El terrible golpe en el suelo me dejó dolorido y consternado. Me incorporé como pude e intente encender la linterna, pero resultó inútil, el impacto había roto la bombilla por completo. A tientas conseguí ubicarme pegado a la pared. En ese preciso instante una ronca respiración tras de mí me hizo estremecer. Me di la vuelta lentamente y contemplé en la penumbra el perverso semblante de mi padre. Pude apreciar en su mano el frasco que hasta ese momento guardaba en uno de mis bolsillos. Me regaló una torcida sonrisa y sacó de su chaqueta un pequeño espejo. Dio unos pasos atrás hasta que la luz del edificio iluminó su silueta. Aquel hombre de la antorcha era él, siempre fue él.

Un flash de luz iluminó mi mente, al fin lo comprendía todo; las alucinaciones con el caballo de madera y esa foto cambiante, la monstruosa transformación de las personas que habían tomado esas píldoras, la manipulación del sistema eléctrico para evitar el contacto con la gente del exterior. Debía recuperar ese frasco como fuera, supe que en él podría encontrar la salvación.

Cojeando y tambaleante me puse a su altura y saqué el cuchillo. Mi padre se mantuvo inmóvil, únicamente sonreía. Me fijé en sus rasgos; su piel lucía una juventud insólita, no tenía una sola cana en el pelo, hasta su cuerpo había recuperado musculatura y la postura de su espalda llegaba a ser del todo erguida. No parecía él, de hecho, se parecía mucho a otra persona. Descubrí horrorizado cómo su cuerpo se estaba transmutando con el mío. Tenía mi envergadura, mi mirada, mi sonrisa, incluso su altura era idéntica a la mía.

Al observarme impactado por aquella visión, mi padre se me acercó con el espejo en sus manos hasta situarlo justo delante de mi rostro. Una indescriptible sensación de terror me invadió por completo al ver cómo mis rasgos habían envejecido notablemente. Me retiró el espejo y volví la vista hacia él. Observé cómo abría lentamente el frasco con la «Dosis regenerativa» y me ofrecía una de esas pastillas. Yo lo miré desconfiado. En ese instante unas palabras surgieron de su boca:

—Acéptala, hijo, no tienes otra opción. Por cierto, no te preocupes por tu mujer y mi nieto. Ellos no han tomado nada del fármaco. Tan solo ella ha ingerido unos tranquilizantes y ahora duerme a pierna suelta en el despacho. Cuando despierte pensará que todo ha sido una pesadilla. El crio está junto a ella jugando con su caballo. Manipulé su voz con un distorsionador para que creyeras que formaba parte del cambio y hacerte llegar hasta este momento. Te gustará saber que disfrutó mucho con ese juego. Aunque tú sentiste miedo, ¿verdad? Has de reconocer que mis ideas han producido el efecto deseado. Merezco de tu parte un reconocimiento, ¿no crees? Todo lo conseguí en tu ausencia. Fue un placer hacerme tan amigo de tu doctor, él fue quien me proporcionó gran parte del material que he utilizado para crear esta maravilla. Creo que has tenido algún contacto con él y con el resto de sus compañeros cerca de aquí. Pobrecillos, ellos se han llevado la peor parte. Se han convertido en despojos humanos. Aunque, a decir verdad, hay que mirar el lado positivo. Quienes eran enfermos terminales, ahora son jóvenes experimentados con toda la vida por delante.

382,08 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
241 стр. 2 иллюстрации
ISBN:
9788412325164
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают

Новинка
Черновик
4,9
163