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NOMBRES DE MUJER


JOHN SULLIVAN

NOMBRES DE MUJER

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2021

NOMBRES DE MUJER

© John Sullivan

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2021.

Editado por: ExLibric

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ISBN: 978-84-18470-93-6

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

JOHN SULLIVAN

NOMBRES DE MUJER

Índice

Introducción

Yuye, el azote del tabú

El Jardín de los Deseos

Yuye y el turno de Miguel

La Luz del sur

Yuye: bacanal de liberación plena

Cristina en la playa

La casa rural

El regreso de Laura

La venganza de Laura

Catfight, lucha de chicas

Paz, la guerrera del placer

Dominado

Paz castigada

Firmando la Paz

Bárbara

La Bárbara locura

Orgía en construcción

El nuevo local

Retorno al Lliuresex

Morbo de ébano

Sexo tribal

Un final inesperado

El hombre que mira

La musa y la diosa

Sobre el autor

Introducción

Llega un día en que, de repente, tus inquietudes deciden volverte loco y, paradójicamente, recuperar la cordura al mismo tiempo. Quieres salirte de lo que socialmente consideramos «normal» y emprender tu locura artística. La paradoja es que, al mismo tiempo, estás recuperando la cordura al salirte del peor acceso de locura, que no es otro que conformarse con ser uno más, anulando esas excentricidades del alma que son las que nos hacen únicos. Cada persona es única, irrepetible, y por eso no hay nada tan cuerdo como volverse loco para dejar de ser solo uno más dentro de la masa.

Comencé a escribir como cualquiera que empieza sin tener un rumbo claro. Probé persiguiendo la belleza y buscando versos de mármol, intenté encontrar mi lado más descarnado relatando la dureza de la guerra en relatos ficticios o tratando de escribir ensayos sobre la actualidad y la política (reconozco que me encantaban la prensa y los informativos). Busqué épicos relatos, traté de escribir historias llenas de fantasía…, pero no me sentía lleno. No encontraba ese relato que me hiciera disfrutar escribiendo primero y leyendo después. No me sentía realizado escribiendo lo que todo el mundo intenta aunque luego haya que tener un talento especial para destacar.

Dentro de la masa, había acotado en el literario ese espacio en que me hallaba a gusto. Pero no había dejado de ser uno más.

Un día se me ocurrió escribir un relato erótico. No recuerdo por qué, sinceramente. Solo se me ocurrió y me puse a ello. Al principio solo describía un encuentro, una fantasía. Sin más. Lo encontré vacío al leerlo, pero había disfrutado escribiéndolo. Me gustaba cómo se relataba el sexo en ese relato, pero no había nada más. Decidí construir una historia, elaborar una trama que llevara al momento final del clímax. O quizá no tuviera este que ser el punto final. Pero me di cuenta de que construir una historia, elaborarla, incluso ralentizarla, era una buena manera de acumular tensión e insinuaciones para dispararlo todo en el momento de llegar al sexo. Había logrado pasar del porno gonzo a un erotismo más elaborado. El resto ya fue cuestión de escribir y escribir hasta que encontré mi estilo y mi camino. Quizá siguiera siendo uno más, incluso habiendo acotado mi espacio un poco más dentro del relato erótico, pero había encontrado mi lugar, ese donde tarde o temprano podría ser yo, con mis particularidades, dentro de un espacio más limitado.

Escribía relatos, pero no encontraba una historia que alargar tanto que diera para un libro. Hasta que pensé que los propios relatos podrían formar el libro. Busqué un nexo común entre ellos, ver por dónde conectarlos entre sí. Apenas llevaba tres o cuatro y lo único que los unía era la constante presencia de un protagonista masculino, sin nombre, narrando la historia en primera persona. Por lo demás, eran diferentes por los personajes femeninos, la esporádica aparición de algún que otro hombre en la trama, los perfiles físicos, psicológicos y sexuales de cada mujer… Me di cuenta de que los relatos estaban unidos por aquello que los hacía diferentes. Entendí que, además, esos personajes que hasta el momento solo aparecían una vez eran la esencia de la historia, la piedra angular sobre la que giraban. Comprendí que el protagonismo era de esos personajes que aparecían menos. Supe entonces que mi primer libro giraba en torno a esos nombres de mujer. Y tal fue el título elegido.

Me inspiré en distintas etapas de mi vida, en esas compañías que a veces te pide el momento… e incluso en las que no. No digo que esos personajes existan o que, siendo ficticios, representen a nadie de mi vida.

Simplemente, que la etapa vital (aparte del cuerpo) pedía encontrarse con un tipo de persona con la que compartir una hora, una noche, un fin de semana o la vida misma. Que encontrara esa compañía o no es harina de otro costal. Así completé el elenco de personajes que utilizaría. Luego, además, decidí combinarlos. Y sobre todo quería prestar mucha atención a la construcción de cada historia. Lo dicho, un conjunto de relatos edificados sobre nombres de mujer. Y tal se confirmó como el título elegido para mi primera obra.

Nombres de mujer intenta ser al relato erótico lo que un local swingers al intercambio de parejas: un lugar perfecto de encuentro entre elementos y personalidades diferentes que acaban conectándose por un objetivo, que no es otro que disfrutar y hacer disfrutar. Yo quería gozar escribiendo y volver a gozar leyendo. Y lo he conseguido con este libro. Ahora falta que tú, querido lector, confirmes con tu aceptación el objetivo primordial de cada obra, que es hacer disfrutar. De hecho, con cada relato he querido vivir al escribir las sensaciones que quiero que vivas tú cuando me leas. He intentado aglutinar diferentes formas de ser, de vivir el sexo, incluso de adaptar las historias al tipo de sexo que quería narrar y a las mujeres sobre las que giraba el relato. Insisto, esta obra no sería nada sin esas mujeres ficticias que la encarnan o sin sus nombres. Y por eso tiene ese título: Nombres de mujer.

Yuye, el azote del tabú

Llevaba unos meses saliendo con Yuye. Era una chica de mediana estatura, complexión normal, ojos castaños y pelo negro. Físicamente me encantaba, con sus pechos pequeños y firmes y un trasero prieto que era una delicia en la pista de baile. Ese sábado habíamos quedado a comer con Miguel y Josela, un matrimonio amigo nuestro. Eran algo diferentes a nosotros… Por ejemplo, ellos seguían anclados en viejos tabúes, mientras que Yuye y yo estábamos ávidos por experimentarlo todo en el terreno sexual. Ellos eran una pareja muy tradicional, mientras que nosotros tendíamos a buscar siempre cosas nuevas que nos sacaran de la rutina. Y como esas, muchas cosas más. Pero nos compenetrábamos bien y lo pasábamos bien juntos.

Llegamos algo tarde, para no perder la costumbre, y Miguel estaba haciendo uno de esos arroces que tan bien le salían. Josela preparaba unos aperitivos y nosotros traíamos el vino y los postres. Comimos mientras charlábamos animadamente y luego nos sentamos a ver una película. El día era lluvioso y no invitaba a hacer mucho más. Pero Miguel había quedado para visitar a sus padres y se marchó a mitad de la película. Josela se había puesto cómoda, con una camiseta ancha y sin sujetador, con un pantalón de chándal para andar por casa. Yuye, que durante mucho tiempo compartió ese mismo piso con nuestra amiga, tenía algo de ropa en la habitación de invitados y se puso una camiseta de tirantes y un pantalón corto. Yo seguía con mis vaqueros rotos y mi camiseta heavy, tumbado entre las dos. Pero sabía que Yuye no tardaría en empezar alguna travesura.

Ella estaba acurrucada a mi lado, bajo mi brazo, y empezó a besarme juguetona. Josela nos miraba y se mordía el labio. Ella era morena, rellenita y con unos enormes pechos que desafiaban la única contención que suponía la camiseta. Siempre había llamado a sus pechos «las joyas de la corona» porque su forma de vestir, mucho más estrecha que la que llevaba en ese momento, entallaba sus enormes tetazas de manera que todo el mundo se giraba al verla pasar. Pero lo que no sabía nadie, excepto Yuye, es que ella deseaba a mi chica desde hacía años, si bien lo había callado durante mucho tiempo por culpa de esos tabúes en los que vivía enclaustrada.

Decía que se mordía el labio mientras nos veía besarnos y Yuye empezó a pasear su mano por mi cuerpo, con una sonrisa perversa que delataba su intención de provocar a nuestra amiga. Al fin y al cabo, Josela era bisexual, aunque siempre lo había callado, y Yuye estaba loca por rescatarla de ese crisol de prejuicios rancios. Mi chica seguía besándome ante la atenta e impasible mirada de Josela y levantó mi camiseta para pasarme la lengua desde el pecho hasta el mismo cinturón del pantalón.

Desabrochó mi cinturón y mi pantalón, dejando que mi miembro se hiciera notar pese a estar atrapado aún en mis boxers. Pasó la lengua por encima de mi ropa interior buscando excitarme, lo cual estaba consiguiendo. De repente su mano hizo acto de presencia y bajó ligeramente mi pantalón y mis boxers para dejar libre mi animal erguido. Josela tenía los ojos como platos, pero seguía sin decir nada. Miguel hacía un rato que no estaba y aún tardaría en volver. Mirando a nuestra amiga y anfitriona a los ojos, engulló mi verga y comenzó a chuparla con suavidad, buscando que mi erección llegase a su punto más álgido. Josela seguía mirando y sus manos pasaron a rodear su entrepierna, frotándose con ella disimuladamente. Ella estaba excitadísima, pero luchaba por mantener el control y no intervenir, algo que Yuye no iba a dejar así. «Vas a ver a qué sabe la polla de mi chico», le dijo severa mientras la cogía del pelo y la besaba fuertemente. Sus labios volvieron a mi miembro y, de ahí, de vuelta a besar a Josela. Y esta seguía sin hacer o decir nada, dejándose hacer cuando tocaba y observando cuando era el momento.

Yuye se quitó la camiseta y dejó al aire sus pequeños pero firmes pechos. En ese instante Josela abrió la boca, estupefacta, lo cual aproveché para besarla y acariciar sus pechos y abdomen. Ella, fuera de sí, gozaba del momento mientras veía a Yuye seguir con su labor felatoria. Yuye por fin sacó mi miembro de su boca y, quitándose el pantalón corto, demostró por qué la ropa interior no era precisamente una pasión para ella. Se sentó sobre mí y comenzó su particular cabalgada. Cogió de nuevo del pelo a Josela y la acercó a sus pechos, que nuestra amiga no tardaría en empezar a lamer. Esta estaba cruzando el umbral de las fantasías mientras Yuye disfrutaba de mi miembro galopando sobre él. Sus gemidos excitaban más a Josela, que ya sin pudor lamía y mordía los pechos de mi chica. Se quitó la camiseta y las «joyas de la corona» vieron la luz del día. Yo magreaba y lamía sus tetazas y la acariciaba por encima del chándal. Ya podía sentir la humedad que desprendía su excitación.

Intenté quitarle el pantalón y las bragas, pero ella se resistió. «Eso mejor que me lo haga Yuye». Tampoco me dejó lamer su sexo, el cual Yuye tomó para sí sin pedir perdón ni permiso. Lo acariciaba con sus manos mientras esta se retorcía de placer. Luego se puso a cuatro patas para seguir lamiendo a nuestra amiga mientras yo daba rienda suelta a mis ansias de sexo.

Empecé a embestir desde detrás, invadiéndola con mi miembro y haciendo que cada embestida supusiera un lametón más fuerte sobre nuestra amiga. Josela agarró el pelo de Yuye y apretaba su cabeza para sí, deseando que su fetiche, su deseada amiga, bebiera de sus más tórridos jugos. Yo intenté acercar mi falo a la boca de nuestra amiga, que no tardó en rechazarlo. Ella sólo quería disfrutar de Yuye y mi presencia era un elemento totalmente accesorio. Yuye volvió a cabalgarme antes de dejarme colocarla sobre Josela, en un 69, y volver a follarla mientras ellas se lamían.

Josela gemía con más fuerza hasta que su voz estalló en un delicioso orgasmo. Yuye lo lograría poco después. Yo seguí follando a Yuye, penetrando ahora su ano, mientras ellas seguían a lo suyo. A ella le encantaba eso y más de una vez lo había fantaseado con Josela. Nos levantamos y, de pie, seguí rompiendo el culo de Yuye mientras Josela, fuera de sí, empezó a restregarse contra mí buscando ese mismo placer que no me dejaba darle. Eso fue lo que bastó para que mi excitación llegara al máximo. Yuye se colocó frente a mí y esperó a que mi torrente de lascivia cayera sobre sus pechos. Josela en ese momento comenzó a recoger con su lengua mi semen del pecho de Yuye para llevárselo a la boca. Por fin las chicas empezaron a besarse y a pasarse mi semen con la lengua.

Nos duchamos y nos vestimos, porque Miguel ya estaba al caer. Josela aún sentía cierto desasosiego por haber cruzado sus líneas rojas sobre la fidelidad. Luego comentó su extraño consuelo, que consistía en no haber sido penetrada por mí pese a haber caído en la tentación de gozar de mi chica. Pensé para mí que resultaba irónico consolarse con eso cuando había transportado mi semen a la boca de Yuye usando la suya. Pero era mejor dejarlo estar. Josela había dado un paso hacia su propia desinhibición sexual y ya llegaría el turno de Miguel.

Ahora era nuestro propósito.

El Jardín de los Deseos

Eran las doce y cuarto y faltaba poco para llegar. El avión había salido con algo de retraso, pero nada fuera de lo normal. Eva me había invitado a pasar unos días en su casa, en la costa asturiana. Una pequeña unifamiliar, algo aislada del pueblo. Aún quedaría un pequeño trecho en coche desde el aeropuerto, pero, por las fotos que me había mandado, había unas vistas increíbles. Eva era una compañera de trabajo, también desplazada fuera de su tierra natal, con la que los cafés y las circunstancias comunes habían forjado una sana amistad y habían mitigado la nostalgia del hogar. No pocas veces había celebrado aquel afortunado tropezón en el ascensor de la oficina y el café posterior a un encuentro casual en el bar de abajo.

Eva era una chica de mediana estatura, de formas marcadas, de piel morena y ojos verde esmeralda. El contraste entre sus ojos y su tez la dotaba de una mirada felina, llamativa, hipnótica. Sus labios eran gruesos y sensuales, su cuerpo reflejaba sus estrictas rutinas de cuidado personal. Era de esas mujeres por las que cualquier hombre heterosexual se sentiría atraído. Pero la amistad que habíamos forjado me hacía quererla como a una hermana y nunca habría pensado siquiera en ello.

Llegó a recibirme y tomamos un café. Nos fuimos poniendo al día, aunque no había muchas novedades. Ella estaba de baja por haberse operado una rodilla y yo tenía una semana de vacaciones. Hacía un mes que no nos veíamos. Ella estaba más recuperada, aunque caminaba con cierta dificultad, y habíamos suplido la mutua ausencia con llamadas y mensajes. Una vez acabamos nuestras tazas, cogimos un taxi y nos fuimos a su casa.

Me instalé en la habitación que me había preparado y bajé al salón. Había otras dos habitaciones, donde me había dicho que no entrara porque las tenía alquiladas. Mientras charlábamos se nos hizo la hora de comer y nos preparábamos para salir. En ese momento entró Jasmine, la inquilina de la habitación del fondo. Tenía una melena castaña, un cuerpo delgado y en forma, pechos pequeños y un culo prieto y respingón. Nos saludó brevemente y subió a su habitación. Me llamó la atención la intensidad de su mirada. Su rostro era inexpresivo, pero su mirada era tan intensa que no sabía en ese momento si quería follarme o degollarme. Tan desconcertante era su impávida expresión que llegué a sentirme incómodo. «Es enigmática, es difícil saber qué puede estar pensando. Pero es discreta y no da problema alguno», me dijo Eva. Lo cierto es que salí con cierta desazón ante tan desconcertante rostro. Lo mismo me la podía imaginar con un corpiño y unos ligueros a modo de femme fatale que podía imaginármela con una motosierra descuartizando al vecindario. El caso es que pronto volví a sosegar mientras iba charlando con mi «hermanita».

Eva no podía conducir, por lo que llevaba yo el coche. Por eso no lo había traído al aeropuerto. Seguía sus indicaciones y llegamos al restaurante. Está claro que visitar Asturias sin probar la fabada y el cachopo debería ser delito penal. Comimos sin prisas, con más charla de por medio, mientras una chica se acercó a saludar a Eva. Dalia era una imponente mujer latina, de ojos grandes y piel suave, con generosos pechos y nalgas a juego. Una vez nos presentó, Eva remató diciendo: «Se aloja en la habitación contigua a la tuya». Pensé que parecía estar de suerte por la compañía, si bien aún me inquietaba la cara de Jasmine. Y por alguna razón caí en la cuenta de que las dos mujeres tenían nombre de flor. Dalia se sentó en otra mesa, algo más alejada, donde la esperaba otra chica más. «Es Rosa, su novia», me explicó mi amiga al verme seguir a Dalia con la mirada. «También se aloja en la habitación».

Tras la comida salimos a pasear un poco y luego volvimos a casa. Descansamos un poco y merendamos en el salón. Al aroma del café bajaron las tres inquilinas. Supongo que llegaron mientras dormíamos. Los cinco gozamos de la merienda y la conversación de los cuatro. Jasmine no decía nada… Entre su silencio y su desconcertante rostro, impasible pero de mirada intensa, un halo de misterio la rodeaba. Además, vestía con colores oscuros en todo momento. Terminamos la merienda y recogimos todo. Las chicas salieron y nos quedamos solos Eva y yo. «¿Les haces un casting por el nombre para alquilarles la habitación? Las tres tienen nombre de flor», bromeé. «Bueno, se podría decir que estás en el Jardín de los Deseos», me dijo con una sonrisa pícara. Nunca le había visto esa expresión en la cara. Es fácil deducir que me provocó una inmensa curiosidad. Pusimos una película y nos quedamos viéndola. De vez en cuando nos mirábamos y me intrigaba su expresión, con esa sonrisa perversa que nunca le había visto y que parecía haber aparecido para quedarse. Algo tramaba o algo veía venir. Y creo que debí de quedarme con cara de tonto un buen rato, porque no entendía nada.

Cenamos temprano y nos fuimos a dormir. Al día siguiente teníamos planeado ir de ruta por la zona. Eva quería enseñarme su tierra natal y todo cuanto hubiera de interesante por allí. Me quedé un rato en la cama, tumbado en camiseta y boxers hasta que el sueño hizo acto de presencia. No sé qué tiempo pudo pasar hasta que me despertó el sonido de mi móvil. Era un mensaje de Eva. «En el Jardín de los Deseos, tus sentidos son tu guía», decía. Mis pensamientos dibujaron un enorme interrogante, sin saber qué pretendía decirme. Fui un momento al baño, que estaba en la puerta de enfrente. El aire frío que entraba por el ventanuco me espabiló un poco mientras aliviaba mi vejiga. Cuando me estaba secando con algo de papel, oí una leve voz femenina. «Debo de estar medio dormido. A saber qué estaría soñando», me dije. Pero volví a oírlo mientras abría la puerta del aseo. Era un gemido. Y otro. Y otro más. Salí al pasillo, en la oscuridad, y vi que la puerta de las chicas estaba entreabierta. Los gemidos venían de ahí. Y, guiándome por mis sentidos, seguí aquel sonido hasta asomarme a la habitación, mirando desde fuera. La tenue luz de la lámpara de la mesilla me permitía ver a Dalia y Rosa besándose y acariciándose. Parecían excitadas en tanto los movimientos iban cobrando más vida a cada momento. Lo único que no entendía era cómo se habían dejado la puerta entreabierta cuando juraría que hacía un momento estaba cerrada. No pensé mucho más en ello.

Ahí estaba la imponente Dalia con Rosa, una hermosa mujer de tez clara, pelo cobrizo, gordita y de mediana estatura. Ahí estaban dos bellezas que se amaban y se entregaban la una a la otra a la luz de una pequeña lámpara y al calor de su pasión.

Sé que no se debe espiar en las habitaciones, pero la escena era hipnótica. Movimientos acompasados pese a la intensidad, dos bellezas entrelazando sus manos y sus lenguas en un acto lésbico tremendamente erótico. Dalia ahora sujetaba a Rosa desde atrás, amasando con sus manos los pechos de su chica y besándola suavemente en el cuello. Rosa parecía conducir con su mano la cabeza de su novia por su cuello y hombros mientras con la otra mano se recorría el cuerpo en una prolongada caricia que se repetía, yendo a desembocar siempre en su gruta del placer. De vez en cuando echaba su cabeza hacia atrás para que Dalia pudiera besarla en los labios y trataba de morder allá donde su boca alcanzase. Como si mi cuerpo no me perteneciera, como si fuera un acto reflejo, bajé ligeramente mis boxers hasta que dejaran de estorbar y empecé a acariciar mi miembro en justa y suave reacción a la caliente y bella escena que estaba presenciando. Las chicas ahora volvían a estar de frente, las manos de la una recorriendo el cuerpo de la otra, las bocas cosidas en un eterno beso, los cuerpos cada vez más inseparables hasta caer al mismo tiempo sobre la cama… Mi erección era considerable; mis caricias a mi falo eran lo más suaves que podía, buscando prolongar el placer que me estaba dando yo solo mientras presenciaba tan excitante cuadro. Sentí un calor a mi lado que delataba una presencia. ¡Era Eva! Estaba completamente desnuda y observando la escena como yo. Sabía que no la tocaría, que no haría nada con ella por el fraternal afecto que nos teníamos. Pero ahí estábamos los dos, espiando a la bella pareja y masturbándonos ante su escena.

Las flores a veces se transforman en abejas y así lo hizo Rosa, libando néctar de amor del cáliz de su amada, sorbiendo los jugos que le brindaba el sexo de Dalia. Ella miró hacia la puerta y nos vio a Eva y a mí. No obstante, lejos de espantarse u ofenderse, sonrió con picardía y avisó del suceso a su chica, que reaccionó de igual manera antes de continuar con su accionar como si nada hubiera pasado, como si encontrarnos a nosotros espiando y en plena masturbación hubiera sido un paréntesis temporal antes de continuar en sus amorosos lances. Dalia seguía gimiendo mientras Rosa seguía lamiendo, chupando, succionando de su cada vez más húmedo sexo. Eva se apoyaba en mí mientras sus caricias en su propio sexo le habían brindado un silencioso orgasmo y su cuerpo parecía convulsionar. Yo solté mi miembro un segundo, sujetándola para asegurarme de que no cayera al suelo, mientras una sensación cálida envolvía mi miembro y lo humedecía.

¿De dónde había salido? Absorto por la escena y distraído por sujetar a Eva, no había visto la llegada de Jasmine, que ahora permanecía en el suelo, de rodillas y acogiendo con sus fauces mi pene en su máximo esplendor. La joven de mirada intensa y rostro impasible mamaba mi polla suavemente, con parsimonia y sin prisas. No se tocaba, mantenía las manos pegadas al cuerpo. Llevaba un corsé traslúcido que me permitía ver sus pequeños pechos, sus pezones erectos y la evidencia de no llevar nada de cintura para abajo. Eva parecía repuesta ya y seguía masturbándose mientras acariciaba la cabeza de la recién llegada, como si la recompensara por su gentileza hacia mí, como si le dijera: «Buena chica». Tan canina recompensa me hacía más compleja de entender la situación. Todas las inquilinas con nombre de flor, esa puerta entreabierta (pienso que intencionadamente) que dejaba a la percepción ajena la intimidad de aquella pareja, esa caricia perruna sobre Jasmine mientras ella me hacía tan delicada felación… y el mensaje de Eva en mi móvil.

Dalia ahora también quiso ser abeja. Ahora era ella quien acariciaba los pechos potentes de Rosa mientras su boca libaba el mismo néctar que antes había buscado su chica. Esta gemía más suavemente, a la par que los jadeos de Eva volcaban su cálido aliento en mi hombro. Ya no sentía la boca de Jasmine en mi miembro; ahora era su mano la que me masturbaba mientras ella imitaba a Dalia en el sexo de mi amiga. Así estuvo unos minutos, hasta que empezó a atender nuestros genitales de forma alterna, sin atenderse a sí misma para nada. Su expresión seguía siendo nula; su mirada, igual de intensa, como si la cosa no fuera con ella pese a que era la que más se estaba esforzando en esa ruleta de placer que había comenzado con un gemido oído en el baño. Eva puso los ojos en blanco, lanzó un gemido tan fuerte que borró sus anteriores jadeos y un chorro de lujuria salió expelido de su sexo, bañando literalmente a Jasmine, que solo entonces pareció inmutarse un poco. Se limpió un poco la cara con las manos, lo justo para poder abrir los ojos, y volvió a mi falo, ahora imprimiendo más energía a su accionar, como si buscara que yo también me corriera y completar aquel baño de fluidos que acababa de comenzar. Chupaba, me masturbaba, me acariciaba el cuerpo y todo esto sin apenas alterar su rostro. Pero en sus movimientos, ahora algo más enérgicos, parecía que aquel squirting que le había caído encima hubiera despertado a Jasmine y por fin hubiera alguien habitando ese cuerpo que hasta entonces parecía estar poseído por la nada.

Las chicas de la habitación ahora eran a la vez flor y abeja. Estaban haciendo un 69 y la energía parecía brotar también en ellas. Su orgasmo estaba cerca y el mío no tardaría. Jasmine ahora había vuelto a lamer el sexo de Eva, como si lo limpiara antes de besarme y darme a probar los jugos de mi amiga. Levantó una pierna, que sostuve en alto como si de un acto reflejo se tratara, y se introdujo mi miembro en su sexo. Ahora era yo el impávido, reaccionando por instinto a las cosas, pero sin ser capaz de mucho más. Aquel Jardín de los Deseos me había atrapado por completo. Jasmine se movía frenéticamente, buscando su orgasmo por fin, consciente de que el mío vendría pronto también. Dalia y Rosa seguían a lo suyo, con movimientos cada vez más convulsos y gemidos más poderosos; Eva se acariciaba sola, tirada en el pasillo, mientras Jasmine parecía convulsionar y gritaba ya de puro placer. Se agarró a mí, clavando las uñas en mis hombros, y un fuerte alarido de placer quebró aquel ambiente dominado por los gemidos de Dalia y Rosa sumados a los jadeos, ya ausentes, de Eva. Volvió a su relax inicial, a ponerse de rodillas en el suelo, a engullir mi polla con el ansia de hacía un rato. Las chicas de la habitación estallaron de placer, cambiando los gemidos por jadeos, el 69 por caricias ahora más suaves, su enérgico accionar por un relajado abrazo y besos en la cama. Y yo saqué mi miembro de la boca de Jasmine, llegando al éxtasis, que bañó de mí sus pechos y su barbilla. Luego nuestros cuerpos yacieron inertes junto al de Eva, en el suelo, y harían falta unos minutos antes de que nos pudiéramos volver a las habitaciones.

Fue el oído quien me guio a lo que pude ver. Pude degustar los jugos de Eva a través de Jasmine, cuyo tacto en mi sexo me hizo llegar a tal placer. Pude oír los jadeos de Eva, pude sentir el placer de Jasmine, pude incluso meterme en la piel de las chicas y experimentar cómo mis sentidos se intercambiaban con los suyos. Sí, quizá en este Jardín de los Deseos los sentidos fuesen la mejor guía. Y no, no me he olvidado del olfato. Porque, ante esta experiencia, me huelo que en cuanto se pueda lo vamos a repetir.

376,56 ₽
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ISBN:
9788418470936
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Правообладатель:
Bookwire
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