Читать книгу: «La isla del fin del mundo»

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© Copyright 2020, by Javier Campos

© Copyright 2020 Editorial MAGO

Primera edición: Septiembre de 2020

Colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos

Director: Máximo G. Sáez

www.magoeditores.cl editorial@magoeditores.cl ISBN: 978-956-317-595-0 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Lectura y revisión: MAGO Editores Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

Esta historia está dedicada

a Mario González Kappes y a Rosita Valderrama

allá en La Patagonia.

Nuestra isla no ha estado muy alejada de los lugares donde marcha de otra manera la historia de la humanidad, sino que nadie se ha interesado por nosotros. Fue con esa oración que inició su testimonio El Bibliotecario de la isla. Pero antes de empezar dijo esta frase que despabiló al juez que parecía dormido. “Con la venia de su excelentísima señoría”.

Y continuó. Era raro que nadie supiera de la existencia de un lugar así por el mundo. Nadie había dado con nuestra isla. Ni siquiera los que peregrinaban buscando la vida simple o primitiva, aun cuando eso puede ser filosóficamente muy discutible y antropológicamente como querer vivir en tiempos de las cavernas.

Aquí El Juez Manuel Jesús Marchena quedó aún más despabilado por ese juicio de El Bibliotecario. No lo interrumpió aquí ni después le interrumpiría mucho, ni quiso detenerlo en seco, aunque algunas veces sí lo hizo con él y otros que testimoniarían después porque se iban por senderos que no tenían ningún fin y no se centraban en el asunto que interesaba resolver. Y como empezaba a entender, desde el día anterior, que había llegado a un lugar singular del que no tenía la más mínima idea y nadie le dio datos de ninguna especie antes de emprender el viaje a esta isla, no dijo nada. Concluyó que quizás sería de utilidad toda esa información que en momentos le parecía aburrida y en otros instantes divertida pues era como escuchar lo que decía Sancho Panza a Don Quijote de La Mancha, o viceversa.

Es decir, su excelentísima, no es que no se supiera geográficamente dónde estaba este pedazo de tierra flotante, sino que nadie la había descubierto como lugar alternativo a la vida contemporánea. Y esto pudo parecer bastante raro, o si su excelentísima me permite decirlo sin rodeos, era insultar la inteligencia humana y el desarrollo de los radares y los satélites que estaban bien enterados de lo que había o no había en cada milímetro de agua y de tierra del planeta. Tampoco la habían encontrado los hippies en los años 60 y 70 aunque sí la habían soñado acostados, fumando marihuana en los valles de California, o en aquel famoso festival donde vivieron el paraíso terrenal, escuchando música, haciendo el amor, y bañándose desnudos en los charcos de un campo de Nueva York llamado Woodstock.

Tampoco tendrían, décadas después, la más remota idea los ecologistas del fin del segundo milenio y comienzos del tercero. Probablemente estos últimos no dieron con ella porque andaban en otras cosas, especialmente preocupados por el antiguo Este europeo, tratando de averiguar cómo era que el comunismo produjo tanta calamidad ecológica. Piense su excelentísima en Chernóbil. O por otro lado lo que también siguen haciendo las multinacionales en lo que denominan Uds. “el mundo globalizado”. Tampoco (cosa bien rara) tenían mucha idea de nosotros las cadenas globales al comienzo del Tercer Milenio, ésas que transmitían cada año el famoso programa “realityshow” llamado “Sobrevivientes”. Aquel programa, como sabrá mejor que yo el señor Juez, si es que Ud. ve esos programas por TV. cable, ocurría en una isla desierta, supuestamente desconocida. Nosotros no tenemos TV de ningún tipo porque no usamos electricidad y sería imposible aquí tenerla, sino que nos enteramos por lo que le diré más adelante y con más detalles. A lo mejor ese programa ocurría en una isla del océano Índico. Quizás fuera la isla Diego García, comprada en 10 millones de dólares a los británicos por Estados Unidos. Luego los norteamericanos expulsaron a todos los nativos de un día para otro sin explicarle nada, pero luego se supo que en 1966 y 1969 los norteamericanos habían creado programas para la total esterilización de la población del archipiélago y prohibieron definitivamente volver a su tierra a los isleños que habían viajado o viajaban a islas vecinas. Pero no sólo expulsaron a los indígenas como ratas indeseables es que luego convirtieron la isla en una base militar para controlar todo el oriente medio. Bueno, pero en ese “realityshow” la isla virtual del programa aparecía ignota tanto para la audiencia como para los auspiciadores.

El Juez levantó la mano y lo interrumpió. Mire, vamos a ver señor Bibliotecario, quizás es mejor que no se vaya por asuntos históricos de otra isla y así salte a una isla virtual porque entonces nos vamos a ir por las ramas y nos alejaremos del asunto que debemos resolver. Lo que dice Ud. me ayudará mucho pero no exagere. Aquí parte de la audiencia hizo un largo murmullo. El Juez golpeó dos veces con un martillo de madera que había sobre la mesa y lo usó con fuerza para llamar al silencio.

Lo siento su excelentísima. Ud. dirá que cómo nos enterábamos nosotros de aquellas noticias y los avances tecnológicos si nosotros vivíamos como en la edad de los metales. Eso sí, habíamos superado hace mucho tiempo la edad de piedra. Pero creo que más adelante Ud. podrá encontrar (y entender, así espero) ese aparente eslabón perdido de nuestras vidas con el resto del planeta y se pueda explicar las muertes de tres personas que aquí se investiga y por eso Ud. está aquí.

El Juez Marchena a estas alturas del testimonio no sabía si estaba medio hipnotizado por el relato o por alguna otra preocupación. No quiso parar al bibliotecario por lo que ya había pensado antes. Así que no le quedaba otra alternativa que seguir escuchando y resolver pronto el caso y largarse de allí en tres o cuatro días. Se dijo, a este Bibliotecario se nota que le gusta narrar y parece gozar contando lo que han hecho en este pedazo de tierra abandonado en medio del mar.

Pero la nuestra, señoría, continuó El Bibliotecario, es una isla de verdad. Es decir, aislada del resto del planeta. Como una galaxia diminuta que ningún ojo en el universo había visto antes. O quizás se sabía, pero la consideraban como un pedazo de piedra con algunos arbolitos verdes y nada más. El asunto es que, si nadie sabía de la existencia de este pedazo de tierra, nadie estaba enterado entonces de cómo hemos vivido aquí. En cambio, cosa nada de extraña, los habitantes de nuestra isla jamás nos hicimos las preguntas de por qué nadie nos había descubierto aun cuando todos daban por hecho que el mundo estaba bien repartido y no había nada más que descubrir, excepto algo del Amazonas. Tal dilema en la otra parte del planeta podría haber sido, si quizás nos hubieran descubierto, motivos de disputas históricas, antropológicas, políticas, filosóficas, literarias, religiosas, éticas y ecológicas. El asunto, señor juez, es que aquí no llegaba nadie y tampoco a nosotros nos preocupaba nuestro aislamiento. Mientras más aislados estábamos, tanto mejor. Sin embargo, no era una isla totalmente aislada, perdón por la redundancia y la contradicción su excelentísima, porque la verdad es que sí: alguien aparecía de vez en cuando pero no creía que allí hubiera mucha gente ni menos fuera un lugar estratégico de importancia militar.

Una guerra nuclear o la que fuera nunca comenzaría ni terminaría por aquí ni tampoco sería un puente para lanzar misiles o bombas a otros países ni menos sería isla turística porque era inalcanzable por aire y por tierra y con mucha dificultad por mar. Un submarino se estrellaría en las interminables montañas que hay debajo de estas aguas. Seguro que nos habían visto desde el espacio los modernos satélites que dan vueltas por el planeta o los sofisticados drones, pero seguro la conclusión sería la misma: es una isla sin ninguna importancia.

Cada seis meses un barco de la Marina de Guerra llegaba aquí como en una misión secreta (“top secret” decía siempre El Comandante y los múltiples Comandantes) para entregar a El Regidor de la isla lo que siempre traía en sus bodegas. Es un viaje burocrático, decía El Comandante. Eran cientos de cajas y bolsas con papeles viejos, revistas, diarios, muchísimos libros. Pura basura, repetía él.

El Regidor es nuestra única autoridad elegida por todos. El concepto de líder es distinto para nosotros. Ese líder iluminado que hemos leído en nuestra biblioteca. Ese Mesías que lee el futuro de todo un pueblo y el de cada uno. El que dicta leyes con un grupo pequeño igualmente iluminados. Hemos leído tanto de ellos que decidimos no seguir a ningún líder fuera hombre o mujer sino escucharnos y de allí resolver los problemas de todos. Hay sí individualidades muy sobresalientes que han nacido de nuestra biblioteca que tienen por naturaleza una facilidad para esclarecer muchos asuntos, pero nadie los quiere como líderes sino como grandes asesores o asesoras, les llamamos. Pero quizás no sea fácil para poblaciones de treinta millones o mil millones desterrar a los líderes. Hizo una pausa El Bibliotecario y continuó. Llevábamos una vida tranquila, ¡hasta ahora!, entonces aparecieron estos asesinatos que nunca tuvimos y por eso ha venido Ud. a dictar sentencia. El Juez Marchena pensó que era cierto lo que decía El Bibliotecario. Venía solamente a meter a la cárcel o dictar sentencia por el asesinato de dos marineros de la Armada Nacional.

También tenemos una “seguridad ciudadana”, como la llamamos, siguió El Bibliotecario, que nada tiene que ver con el concepto de policía o militares como lo hay en los lugares de donde su excelentísima viene. Es un grupo de cinco personas que se eligen por un tiempo de seis meses y resuelve los casos que alteren de distinta forma la paz de nuestra gente. No tenemos aquí un lugar llamado cárcel o prisión. El tratamiento de violencia que pudiera existir se resuelve a través de la comunicación oral. No tenemos armas de fuego que podríamos crearlas pues tenemos acero y material para hacer pólvora. Llamamos “Regidor” sólo a imitación de unas cartas coloniales que encontramos en nuestra biblioteca. Un Regidor se elige por 4 años y puede ser removido en cualquier momento por “nosotros”. No usamos ese término de ¨pueblo¨ porque es un término abstracto del que mucho se ha abusado por constituciones e ideologías. Así que todos somos el poder principal en la isla. Como dije, su poder le es dado por todos porque vivimos en una comunidad igualitaria. Ud. dirá señor Juez que estoy haciendo una relación muy burda con la isla de Cuba a partir de 1959, o con un libro llamado “Utopía” del que tenemos varias copias en nuestra biblioteca. U otros libros que hablan de lo mismo. Pero pronto verá Ud. que lo nuestro nada tiene que ver con esas dos islas o con otras que hay por el planeta.

La diferencia es bien clara: nosotros instituimos aquí una información sin restricciones. No censurábamos nada del conocimiento que recibíamos, por eso pudimos desarrollar lo que Ud. señor Juez apenas ha visto en los dos días que lleva por aquí. Recibíamos muchos libros que según El Comandante ya nadie quería leer del lugar de donde los traía. Muchos parecían rescatados de unas hogueras porque muchas páginas estaban quemadas. Muchos diarios en su primera página o algunas del interior venían pintados en negro. Una cantidad de cientos de libros tenemos que analizan la vida sin clases sociales o con clases sociales desde distintas perspectivas. Todo eso lo hemos leído e interpretado en nuestros talleres de educación y de allí sacamos lo que nos pudiera servir. La gente aquí en su mayoría expresa siempre la siguiente idea pregunte Ud. a quien pregunte: “La libertad no solo es el bienestar material para que tengamos todas nuestras necesidades, también es la libertad de soñar distinto a como sueñan nuestros semejantes”. Su excelentísima pensará que es una frase simple o que ya alguien la dijo alguna vez, pero a nosotros nos llevó muchas conversaciones para llegar a ella. El Juez levantó su mano para que se detuviera. Miró su grabadora para comprobar que estaba encendida. Vio la lucecita roja intermitente y le dijo a El Bibliotecario que continuara.

Gracias su excelencia. Lo nuestro es una especie de democracia local y familiar basada en el trabajo artesanal que tomamos de ejemplo cómo se producía en La Edad Media o de otros pueblos en su relación con la naturaleza y el movimiento del sol y de la luna. Todo esto que yo le digo a su señoría jamás ningún Regidor lo contó a los distintos Comandantes porque ellos nunca preguntaron nada. Estaban convencidos que vivíamos como seres que apenas habían descubierto el fuego y estábamos casi en la época recolectora de frutos y de la pesca. Pensaba que éramos alguna etnia indígena perdida en el fin del mundo. Y como nunca nadie bajó a caminar por la isla, no estaban enterados de nada. Sabían sí que era un territorio sin ningún valor estratégico militar. Y que nosotros usaríamos el papel de los libros para hacer hogueras y calentarnos en inviernos fríos aun cuando el clima aquí es templado. Además, nunca hemos sabido con claridad por qué esos cargamentos de libros, diarios, revistas estaban condenados a la basura y a las hogueras. La nave del gobierno, excelentísima señoría, llegaba puntualmente cada seis meses a la isla. Nosotros habíamos organizado una auto-subsistencia total sin necesitar realmente del mundo exterior. Aquí El Juez Marchena con la mano le pidió otra vez que parara un poco su testimonio. Quería anotar algo en su cuaderno de lo que estaba escuchando. Tomó agua de una jarra de cerámica que le habían puesto y se removió en la silla. Le dijo al bibliotecario, continúe por favor.

Gracias su señoría. Como le decía, nosotros ordenamos toda esa información inservible que decía El Comandante y que volvimos a re-usar según nuestras percepciones que nos hicimos de la vida, percepción que salió de esos miles de páginas. Todo lo que tenemos y hecho, y hacemos, lo hemos sacado y reprocesado de nuestra biblioteca pública que por muchos años la ha estado surtiendo únicamente el viaje de esos distintos barcos de la armada nacional por casi 100 años. El Comandante nos decía “no se preocupen que toda esta papelería es inservible para nosotros”. Por eso la biblioteca pública de la isla, su señoría, tiene, en nuestros ciento treinta años, cerca de 66.000 mil publicaciones o más (calculando que por cada seis meses traía cerca de trescientos o más libros y revistas o diarios viejos de todo tipo). Algunas veces le hemos pedido al Comandante traernos unas plantas de algunos árboles frutales, o semillas de distintas hierbas y verduras. Creo que él las traía a escondidas del gobierno.

La última contada de nuestra gente dice que vivimos mil personas en la isla. Repartida pero no muy lejos de nuestro centro por asuntos de seguridad y poder acceder a una rápida ayuda por cualquier emergencia. Hemos organizado el centro según la planificación española pero también la organización de pedazos de tierra para cada persona de nuestra isla según la hacían en las colonias norteamericanas como Massachusetts, en la región de Nueva Inglaterra, o la planificación de campos y ciudades después de la Edad Media. También el sistema de organización de la tierra que tenía el Imperio Incaico, su señoría, todo eso está en los libros, lo nuevo es que nosotros lo hemos adaptado, como dije antes, a nuestra vida. Lo nuestro es una isla-comunidad que se alimenta de lo que producen todos. El microclima es una bendición y ha dado a esta inmensa roca verde una ubicación privilegiada: está rodeada por la cordillera del sur del planeta y aun cuando aquí sea invierno el clima es cálido. Es decir, es un lugar perfecto, idílico y a punto de ser utópico. También tenemos en el este de la isla una mina de carbón y otra de hierro. Por unos manuales aprendimos a producir acero para nuestras necesidades en ciertas construcciones. Tenemos una suficiente producción de sal para el consumo diario y para preservar ciertos alimentos que aprendimos de los indios Tainos o de otras viejas civilizaciones.

No tenemos un sistema de mercado como el de su sociedad de la cual también estamos bien enterados sino un mercado adaptado a nuestras vidas y necesidades según nuestro clima y no bajo la ley de la libre competencia. Cada familia se preocupa de producir uno o dos tipos de productos (por ejemplo, tomates, maíz, ajíes, sal o papas). Otras familias, otros distintos, etcétera. Cuando cada familia saca los productos necesarios para su alimentación semanal un resto sobrante se intercambia en el mercado de la isla tres veces a la semana por otros productos que las familias no producen. Por esa producción de cada familia todos tenemos frutas variadas, verduras, pescado, mariscos, harina o pan, leche de cabra, o carne de venado o de aves o conejos o un tipo de puerco salvaje que habita en la isla, o carne de la gran variedad de pájaros y también de aves migrantes. De esos pájaros vienen el fertilizante natural para nuestros cultivos junto a una técnica aprendida de los aztecas que ponían un pedazo de pescado muerto en el hoyo de la chinampa donde iba la planta de maíz, frijoles, tomate y ajíes. Igual proceso para el cultivo de diferentes tipos de papas como lo hacían la gente de la región de Los Andes.

Lo mismo ocurre con la vestimenta, el calzado. Así que el concepto de dinero no existe. Es el trueque nuestro sistema de intercambio como lo eran en algunos pueblos hace miles de años. Los productos no tienen valor de cambio ni de uso sino “valor de necesidad”. Aquí todos somos dueños de todo y nadie acumula exceso para beneficio propio. Todos somos artesanos como nos llamamos a nosotros mismos cualquiera sea el oficio que hagamos.

Nadie puede tener cosas que otros no tienen acceso porque eso crearía reacciones psicológicas en nosotros respecto al consumo aparte de crearse clandestinamente un mercado negro. Ud. quizá vio algunos relojes instalado en algunas partes de la isla que hemos construido de madera y el mecanismo aprendido de algunos libros. Podemos hacerlos porque tenemos acero. Cada casa tiene un reloj así en su comedor. Además, tenemos una gran campana de metal en la torre de El Cabildo que da la hora desde las siete de la mañana. Nuestro tiempo está bien organizado, pero no vivimos como en La Edad Media aunque producimos como en La Edad Media usando el sistema artesanal como dije antes. No tenemos relojes individuales porque se acordó que no era necesario producirlos porque sería un trabajo inútil usando el acero para hacer pequeñas piezas que tiene el diminuto mecanismo de un reloj. Todo eso llevaría necesariamente a especializar a personas que arreglaran relojes, pero pensamos que eso era una actividad muy pasiva e innecesaria.

Al igual que hicieron los pueblos durante el inicio de la revolución agrícola, tenemos galpones para guardar cierto excedente de alimentos en caso de mal tiempo o fenómenos climáticos adversos durante el año. Es nuestra reserva para tiempos de sequía o falta del alimento para todos nosotros. Allí guardamos harina de trigo, maíz, papas, frutos secos, distintos tipos de cereal, nueces, pescado, carne de venado secada al sol, toneles de agua dulce, semillas de todas nuestras verduras y plantas.

Tenemos el concepto, su excelentísima, que dije antes, llamado ¨valor de necesidad. Es nuestro y lo concluimos de los conceptos de esa teoría llamada marxismo que habla del “valor de uso” y del “valor de cambio”. Tenemos todas las obras de Carlos Marx, de Vladimir Lenin que El Comandante del barco nos dio como regalo especial porque según él, nos decía irónicamente, “en el lugar donde él vivía esos libros no servían más, eran pura palabrería hueca y antes que quemarlos”, nos dijo, “mejor botarlos aquí en esta isla”.

En cambio, los instrumentos de labranza, para cortar árboles o para usar en nuestras construcciones de casas, o utensilios para comer, se fabrican de madera de nuestros árboles o de acero. Las construcciones de botes o canoas para no más de 4 personas las hemos hecho como las hacían los pueblos antiguos. Tenemos instrumentos muy simples de navegación porque no intentamos alejarnos por meses de aquí excepto por varias horas para llegar a las montañas de Los Andes en busca de azufre o cal. Nuestro transporte en la isla son carretas tiradas por algunos caballos que tiene una estatura un poco más baja que el caballo europeo. Algunos caballos salen muy pequeños y otros de más altura. Como dije su excelencia, el caballo enano que tenemos es originario de esta isla de hace miles de años. Pero en lo general todos caminamos mucho por eso no tenemos gente gorda ni obesa entre nuestra población.

Hemos creado instrumentos musicales de madera siguiendo el modelo de muchas civilizaciones que los hicieron para entretenimiento de su gente. Los usamos para el baile y para nuestras fiestas y nuestro circo los usa mucho. Todo eso es un trabajo común de todos los hombres y mujeres de la isla según la edad y se ofrecen a la población. Su ilustrísima pensará que somos parecidos a los Amish del estado de Pensilvania, pero nosotros no despreciamos la tecnología, tampoco prohibimos que los jóvenes enamorados no puedan vivir juntos toda la vida sin tener antes ese compromiso que se llama casamiento según varias copias que tenemos de La Biblia y otros libros profetizadores como como El Corán, El Talmud, El Budismo, El Hindú, El libro de los Mormones, que exigen que la vida conyugal sea para siempre. Si aquí unas parejas quieren perpetuar su unión y desean algún tipo de ceremonia o ritual se hace. Si otros quieren la unión libre, no se prohíbe.

Otra cosa, aquí la gente más anciana trabaja hasta avanzada edad por eso que es difícil encontrar en ellos la depresión, la soledad o el Alzheimer ni nadie desea la jubilación prematura. Sin embargo, su excelentísima señoría, El Comandante del barco del gobierno no se enteraba de lo que pasaba en este islote además, como dije, nunca quiso bajar del barco a caminar por aquí. Nosotros íbamos en nuestras canoas a su camarote del barco a buscar todo ese material que venía en grandes bolsas de plástico y cajas que luego nosotros usábamos para guardas alimentos en nuestros galpones. Por eso resultó extraño que por primera vez bajaran dos marineros del barco y son los que se encontraron muertos en la playa. El Comandante parecía que cuando dejaba la isla, a varias millas, la memoria se le iba esfumando y nos decía que ya nada recordaba del viaje anterior y menos de los otros anteriores ni de lo que nos había entregado en cada viaje. Por eso no informaba nunca nada a nadie ni nada se escribía en los registros del barco, ni El Comandante entregaba información alguna cuando regresaba al continente. Ni reportaba facturas de pedidos y entregas gratis de libros, revistas, diarios viejos. El viaje de su barco era como viajar a la nada o a un basurero gigante para depositar miles de libros y miles de revistas y papeles inservibles, según le decían sus superiores, que era una “orden secreta”. Para El Comandante era un viaje aburrido por el mar. Al parecer, como dije a su señoría, El Comandante luego se olvidada a dónde había ido y de dónde regresaba y por eso nadie sabía qué carajos ocurría en este pedazo de piedra.

Aquí El Juez Marchena volvió a tomar agua y mirar su grabadora. ¿Estaba realmente entendiendo lo que decía El Bibliotecario? Sin duda era muy elocuente y articulado en el manejo de la lengua hablada. ¿A dónde había llegado? ¿Realmente se puede vivir así, sin querer salir jamás de esta isla porque creen que esa es la felicidad? Aquí El Juez se acordó de sus lecturas de libros que hablaban de lugares utópicos que soñaban personajes de obras literarias (rápidamente recordó la isla ficticia que regaló Don Quijote a Sancho Panza). Y ahora estaba en uno de esos lugares. No era un sueño o un deseo, sino que era muy real como se la contaba El Bibliotecario y también El Regidor. Recién llego, se dijo, y no sé si es verdad lo que me está diciendo la autoridad principal y quizás se inventa una isla ante mis ojos para que me la crea. Es lo mismo que hacían en la ex Unión Soviética cuando una vez la visitó. El traductor que le pusieron, por orden del partido, le presentaba la imagen de una gente que vivía la auténtica felicidad humana sobre la tierra, como lo habían aprendido del camarada Stalin que lo decía en sus discursos ante todo el pueblo ruso y nadie se atrevía a contradecirlo. Por favor continúe, dijo El Juez a El Bibliotecario.

Muchas gracias su excelentísima. Sabemos por los datos que nosotros anotábamos en nuestra biblioteca que la visita de aquel barco ya llevaba alrededor de ciento treinta años, entonces realmente eran miles de libros que poseía la biblioteca como dije anteriormente. La visita del barco empezaría, según los propios datos que han llevado los distintos bibliotecarios, con los viejos barcos a vela para luego pasar a las modernas motonaves a vapor desde la mitad del siglo XIX y de fines del mismo siglo. Por 1870 datan nuestros primeros antepasados de la isla que probablemente fueron algunas familias de inmigrantes europeos que se quedaron por aquí, aunque en nuestra población hay una mezcla de algunas etnias indígenas con gente negra y gente blanca de ojos verdes y azules. Probablemente aquí llegaría un velero con mucha gente diversa expulsada de alguna parte y metidos todos en un barco a su suerte. Es eso lo único que sabemos por la memoria oral de algunos pero que al morir dejaron de contar nuestros verdaderos orígenes y casi nada de eso quedó registrado.

Volviendo a la biblioteca, señor Juez, se podría calcular sin exagerar que habrían más de cien mil volúmenes, no sesenta mil como dije antes, pues hay que incluir nuestros propios libros hechos artesanalmente que son reflexiones y nuevas conclusiones que hemos sacado de esos libros recibidos. Todos están catalogados perfectamente de acuerdo a todas las disciplinas humanas. En un lugar aparte y visible están las múltiples enciclopedias. Hasta tenemos cartas de conquistadores. Copias auténticas de algunos códices prehispánicos, constituciones de muchos países, gramáticas de distintas lenguas, historias desde la antigua Mesopotamia, China, India, Europa. Mapas de cualquier región del planeta incluso de antes de la llegada de Colón al Nuevo mundo como unos originales del cartógrafo Toscanelli de 1474. Dos facsímiles del libro de Marco Polo, “Los viajes de Marco Polo”, ediciones auténticas como se publicaron en el año 1.300, y otra edición con anotaciones a mano por Cristóbal Colón que aún no sabemos si es auténtica o un perfecto facsímil copiado por algún fraile. Libros de poemas, comedia y tragedias desde hace muchos siglos. Tenemos volúmenes sobre el origen del universo con fotografías, libros para construir puentes, acueductos, sistema de regadíos de árboles y plantas, construcción de embarcaciones, producción de vidrio, el arte de la pesca que hemos copiado de los grandes pueblos pescadores de hace 3000 años como el antiguo Japón, la China, Egipto, Grecia, Galicia, o de las civilizaciones prehispánicas de Los Andes. Muchos volúmenes ilustrados del casi todo el arte producido en el planeta desde Mesopotamia. Aquí El Juez Marchena anotó rápidamente algo en su cuaderno. Su semblante era de asombro e incredulidad por lo que escuchaba. Lo dejaba hablar sin interrumpirlo. Además, El Bibliotecario no tenía papeles escritos en frente de él. Todo lo decía de memoria.

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