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Capítulo Tres
El propio Ozgood, conduciendo cuidadosamente un todoterreno impoluto demasiado bueno para la carretera por la que viajaban, mostró a Slim una pequeña casa que en su momento perteneció al guardés. Estaba al final de un viejo camino serpenteante de acceso que había sido remplazado por una vía más corta hasta la parte trasera de la propiedad, dejando el antiguo acceso desatendido. Al estar ahora sin usar, la casa estaba rodeaba por un bosque en el fondo de un valle, al que se podía acceder siguiendo un camino casi imperceptible a través de los árboles que marcaban una ladera, cruzando un pequeño puente sobre un arroyo, antes de zigzaguear hasta fuera de la granja. Luego se abría paso subiendo la colina hasta el otro lado, en dirección al pequeño pueblo donde Slim había advertido el chapitel de la iglesia. Mientras la carretera ascendía abruptamente, doblándose sobre sí misma, Slim se sintió cansado con solo mirarla.
Con una palmada en la espalda y una promesa de estar en contacto, Ozgood dejó solo a Slim, haciendo girar el coche con mala cara ante las zarzas del arcén y volviéndose cautelosamente por donde había venido.
La granja no parecía muy impresionante desde el exterior, con zarzas creciendo en un lado hasta abrirse paso sobre un espacio techado y una grieta en una ventana de la fachada, tal vez por el impacto de un pájaro. Sin embargo, tenía electricidad y agua caliente y una estufa de gas y Ozgood había previsto un envío semanal de comida para que Slim estuviera abastecido durante la investigación.
También había bichos escondidos detrás de un tablero, en un zócalo en el pequeño cuarto de estar y en una estatua de madera de un zorro en el dormitorio. Alta calidad, mucho más nueva y cara de la que nunca tuvo Slim en el ejército o en casos anteriores, un lugar tranquilo donde se podía oír caer un alfiler o dar un suspiro.
Fuera cual fuese la razón por la que Ozgood pensara tener que controlar a Slim, este prefería trabajar en privado, así que rellenó con vaselina todos los micrófonos para amortiguar el sonido hasta hacerlo casi inaudible. Ozgood tardaría en darse cuenta de lo que había ocurrido, tal vez el suficiente como para generar una confianza mutua.
Slim, tras volver a su ruina zozobrante el tiempo suficiente como para llenar dos maletas con todo lo que tenía, desempacó sus pertenencias en un mueble con varios cajones. Tras llenar solo los dos superiores de los tres que tenía, se estremeció por lo ligera y provisional que era ahora su vida. Podía desaparecer en un momento sin dejar ningún rastro.
Tal vez ese fuera el plan. Slim no era tan ingenuo como para confiar del todo en Ozgood y estaba claro que el terrateniente pensaba lo mismo. Era una desconfianza mutua que probablemente beneficiara a ambos.
Slim acabó de vaciar las maletas y salió de la casa. Mientras cerraba la puerta, le llegó un crujido de los árboles de al lado de la casa y un hombre entró en el camino.
Unos ojos legañosos lo miraban y una boca casi desdentada le sonreía.
—Me llamo Croad —dijo el recién llegado—. El jefe me dijo que le mostrara el lugar.
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Capítulo Cuatro
Desvencijado como el techo de un viejo pajar, Croad era una edad indeterminada, pero, por su pasión por el fútbol de los ochenta, Slim adivinó que su nuevo guía tendría unos cincuenta años.
—Ya ve, estuve a punto de llegar al banquillo del QPR cuando Wilkins estaba en lo más alto —dijo Croad, desconcertando a Slim que ese hombre cojo como un tocón de árbol pudiera siquiera haber caminado erguido alguna vez, no digamos ya ser lo suficientemente bueno con el balón en los pies como para llegar a la entonces Primera División.
—Si no hubieran tenido un equipo tan bueno entonces, lo habría logrado. Marqué diez goles en tres partidos con las reservas, pero celebré mi convocatoria del sábado con una botella de whisky y una ramera que conocí en el Soho. Al saltar por una ventana cuando llegó su marido, me desgarré los isquiotibiales en una valla del tranvía y luego caí delante de un autobús de la línea 94 a Piccadilly. Podría haber sido peor si no hubiera estado frenando para parar, pero eso es lo que pasó. —Señaló algo—. Ah, aquí está el vado. La carretera sube hasta un cruce. A la izquierda está el pueblo, a la derecha se va a la granja Weaton, pero no la use si llueve mucho y hay mucha agua sobre la carretera, pues es probable que se quede atascado, si no tiene tracción a las cuatro ruedas.
Slim estaba tan maravillado ante la inesperada transición de una historia casi heroica a otra de ríos crecidos como para no mencionar que no tenía permiso de conducir en vigor.
Weaton sigue siendo terreno de Ozgood, pero tienen un arrendamiento fijo a largo plazo, así que hay que mantener las narices fuera de allí.
—¿Cómo es Mr. Ozgood?
Croad se encogió de hombros.
—¿Oficial o extraoficialmente?
—Extraoficialmente, por supuesto —dijo Slim, sabiendo bien que cualquier cosa que dijera probablemente llegaría a oídos de su nuevo jefe de una manera u otra—. Quiero decir, ¿es el tipo de hombre que merezca ser chantajeado?
—Depende de a quién se lo pregunte. ¿Lo normal no es que cuanto más dinero tengas más larga sea la fila de hombres que quieran robártelo?
Slim sonrió.
—Por eso tengo tantos amigos.
Croad emitió una risa áspera.
—Usted y yo también.
—Estoy seguro de que sabe por qué estoy aquí. Mr. Ozgood quiere saber por qué le está chantajeando un hombre muerto. —Slim calló, recordando la advertencia de Ozgood de que no dijera nada acerca de la verdadera razón de la muerte de Dennis Sharp.
—Sí. Dennis Sharp, algo inesperado. Un tipo tranquilo, trabajador, bien pagado, iba a casa o al pub, un tipo normal.
—Oí que murió en un accidente de automóvil.
Croad asintió.
—Sí.
Slim esperó más información, pero, al no recibir ninguna, dijo:
—¿Cerca de aquí?
Croad asintió. Dejó de arrastrar los pies por un momento y se dio la vuelta.
—Le voy a llevar allí. Órdenes del patrón. Mejor empezar por el principio, ¿no?
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Capítulo Cinco
—No hay por aquí muchas curvas cerradas como Gunhill Hollow —dijo Croad, agitando la mano hacia la carretera que caía abruptamente fuera de la vista tras el cambio de rasante de la colina mientras los árboles se cerraban sobre ella como manos protectoras—. Quiero decir, no puedes esperar que haya una curva así si te has perdido y conduces por aquí por primera vez. —Croad sonrió, mostrando unos dientes salientes y negros—. Usted tendría cuidado, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió Slim, inseguro de si lo tendría o no después de un trago o dos.
Caminaron entre los árboles, con sus sombras recortadas sobre ellos, la temperatura bajando rápidamente y el aire seco del sol de la tarde convirtiéndose en húmedo y brumoso contra la piel de Slim.
La carretera se estrechaba y caía en una fuerte pendiente, con su superficie llena de agujeros y desigual, con parches de guijarros de asfalto quebrado crujiendo mientras se movían bajo los pies. Slim tuvo la incómoda sensación de que estaba caminando sobre la cara cubierta de granos de acné de un gigante hace tiempo muerto y enterrado.
Croad se detuvo donde la carretera se volvía abruptamente sobre sí misma, en una fuerte pendiente descendente hacia el verde musgoso del valle. Se colocó al borde y se inclinó, con las manos rodeando sus ojos.
—Sí, sigue ahí.
—¿El qué?
—El viejo Ford. La furgoneta de Sharp.
Slim se acercó.
—¿El coche sigue ahí?
—Lo que queda. Sharp llegó a la curva a gran velocidad. Evitó los árboles más grandes y se estrelló a un par de cientos de metros más abajo en el bosque. Trataron de sacarlo con una grúa, pero oí que el cable se soltó dos veces y a la tercera no pudieron moverlo. La policía lo revisó en busca de pruebas, hicieron su trabajo en el sitio y luego lo dejaron al alcance de todos.
Slim miró hacia abajo en la oscuridad de los árboles.
—No veo nada.
—No queda nada más que un chasis oxidado cubierto de zarzas, pero ahí sigue. Vamos, se lo enseñaré.
Croad salió de la carretera, bajando inmediatamente por la ladera de la colina. Tras dar un par de pasos, quedó por debajo de su altura. El entrenamiento militar de Slim se puso en marcha y se agachó, revisando el sotobosque en busca de algo que estuviera fuera de lugar, algo sintético o alterado por el hombre.
Una carcajada le hizo mirar arriba.
—¿Quién se cree que es, Schwarzenegger? No hay nada de lo que preocuparse por aquí. Esto no es Vietnam, soldado.
Slim se preguntó cuánto sabia Croad de su pasado, pero lo dejó pasar, sonriendo:
—Me gustaban los bosques cuando era niño —dijo, algo que en su momento fue cierto, pero que había cambiado desde entonces. Tampoco le gustaban los espacios abiertos, pero al menos tenías más oportunidades de ver a tu enemigo.
—Como a todos —dijo Croad, dándose la vuelta y alejándose—. No hay nada de lo que preocuparse, salvo unos pocos fantasmas. Dejaron el coche, pero se llevaron el cadáver de Den.
Slim se apresuró a ir tras Croad, alcanzándolo cuando el hombre mayor se paró en una maraña de maleza que sugería que había algo escondido debajo. Un poco más adelante, un afloramiento de piedra surgía del suelo y tras ella aparecía un barranco hacia un torrente de agua.
—El eje delantero de atoró en esa roca —dijo Croad, tropezando con la maleza y golpeando el afloramiento con un movimiento sorprendentemente ágil—. Los muy cerdos hicieron su investigación y luego dejaron el coche aquí para que se pudriera. Los chicos solían venir aquí a fumar maría, lo llamaban el viejo Den, como si todavía estuviera por aquí.
—¿Siguen bajando aquí?
—Se cansaron que arrancar los hierbajos, supongo. —Croad sonrió—. O se asustaron. Más de un par de jóvenes se sentaron en el asiento caliente y no volvieron a este bosque.
—¿El asiento caliente?
Croad se inclinó y apartó una mata de zarzas retorcidas con las manos desnudas, echándolas a un lado para mostrar una ventana lateral sucia y rota.
—El asiento delantero del conductor. Donde el viejo Den se encontró con su creador.
6
Capítulo Seis
Ozgood le había dicho que durante su investigación no había preguntas que no se pudieran hacer a quien viviera en sus propiedades.
Con una taza de café que había dejado toda a noche en el filtro, Slim dispersó grandes fotos aéreas de la zona que le había proporcionado Ozgood, comparando los edificios y carreteras con los de un mapa anotado.
Las fotos abarcaban treinta años y en ese tiempo un par de propiedades habían cambiado de manos. Otras, que en su momento estaban en terreno despejado, habían quedado ocultas bajo árboles que habían crecido, mientras que otras previamente escondidas ahora se veían solas y aisladas en zonas clareadas o jardines.
La mansión se encontraba en pleno centro, como una abeja reina, rodeada por extensos jardines. Estos iban desapareciendo en un bosque que descendía gradualmente hacia los valles de dos ríos adyacentes, convirtiendo las propiedades de Ozgood en un diamante, aunque realmente no convergían del todo.
Al noroeste del río se encontraba el pueblo de Scuttleworth, un grupo apretado de casas rodeando una iglesia, y rematado por dos tiendas una frente a otra en un extremo y un parque comunal: en realidad poco más que un terreno con matorrales que Slim había visto en su paseo en coche. El cementerio era el terreno más grande, alargándose en dos prados separados por una línea de árboles, aunque al norte de Scuttleworth había un par de naves industriales: un bloque gris que parecía una fábrica colgada al borde de un valle y la otra un espacio gris abierto con varios coches estacionados y un par de vehículos de construcción: un garaje.
La residencia actual de Slim, la antigua casa del vigilante estaba casi a mitad de camino entre los dos y solo era visible como una mancha marrón a través de los árboles. La antigua carretera de acceso, claramente visible en un mapa fechado en 1971, era apenas una línea de puntos en el más reciente fechado en 2009, reemplazada por una nueva más al este.
Slim contó otras catorce casas o propiedades que no pertenecían a la finca de la mansión o a Scuttleworth. Dos grupos eran grajas, mientras que Croad había identificado una hilera de tres como antiguas viviendas sociales que Ozgood había comprado y ahora alquilaba. Todas las demás pertenecían a aparceros locales.
Croad estaba esperando fuera cuando salió Slim, con la boca amarga por el exceso de café, pero con su mente sintiéndose por una vez refrescantemente aguda. Había empezado, como siempre, a contar los días de sobriedad. Ahora cuatro sin beber, seis desde que se emborrachó y doce desde que se despertó en un lugar distinto de aquel donde recordaba haberse ido a dormir. El estímulo de la cafeína hacía que palpitara su corazón, pero el atractivo desarrollo del caso Ozgood empezaba a despertar una curiosidad que solo un barril de alcohol podía enterrar. Era sin duda una tela de araña, pero si podía desentrañarla de alguna manera, podría conseguir que le pagaran por una vez y esa eterna búsqueda de un sentido para su existencia podría apaciguarse por un tiempo.
—¿Listo, muchacho? —rechinó Croad—. He tenido un día ocupado agitando el fango que tenemos delante.
Slim asintió, suspirando para sus adentros, preguntándose durante cuánto tiempo tendría que disfrutar de la abrasiva compañía de Croad antes de poder continuar solo con la investigación.
Croad también tenía coche, un antiguo Morris Marina, que parecía más viejo que su dueño. De un color verde desvaído, tenía una discordante puerta de color rojo cromado y una zona azul en el techo que parecía tapar un agujero en lo alto. Slim debió quedarse mirando, porque Croad se rio de repente y dijo:
—Techo solar. Casero. El aire no funciona.
Slim consideró decir algo acerca de las ventanas, pero se lo pensó mejor. En su lugar, dijo:
—¿Cuál es nuestra primera parada?
Croad sonrió.
—Imaginé que empezaríamos a trabajar de inmediato. Le llevo a ver al fantasma.
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Capítulo Siete
Mientras el automóvil de Croad saltaba y rebotaba por caminos rurales de los que Slim estaba seguro de que no estaban en sus mapas aéreos, el aire entraba por el agujero del techo mientras el tablero pintado de azul que normalmente cubría la abertura se encontraba a sus pies. Slim estaba seguro de que nadie que se fuera a encontrar con un fantasma real pasaría el rato hablando de partidos hace tiempo olvidados del Queens Park Rangers.
—El nombre del tipo era Mickey —estaba diciendo Croad, tamborileando en el volante con los dedos—. Le acabó yendo bastante bien, llegó a ser internacional con Escocia. Pero el día que apareció era el novato en el entrenamiento. La noche anterior a su primer partido con los reservas, le llenamos las botas con polvos de guindilla. Un día de barro y niebla, todo mezclado. Le dio la sarna o algo así. Decía que los pies le picaban tanto que prácticamente se rascaba hasta quedarse sin piel.
—¿La sarna? —musitó Slim, fingiendo interés mientras Croad resoplaba de la risa.
—Al chico le hubiera ido fatal si no se lo hubiera tomado deportivamente… Ah, aquí estamos. La casa de Den.
Una cancela cubierta de viña la separaba de la carretera. El edificio que había detrás (era difícil decir si era una casa) tenía las ventanas tapiadas, pero la puerta principal había sido reventada y la entrada invadida por arbustos y zarzas. Slim salió del coche y se acercó a la cancela, viendo ahora un segundo piso escondido entre las ramas.
—La casa de Den —repitió Croad mientras salía y rodeaba el coche para unirse a Slim en la cancela—. Después de llegar el primer mensaje, Ozgood me hizo venir aquí a echar un vistazo, a ver si aparecía Den. Estuve vigilando durante semanas. Nada.
—Pensaba que Sharp estaba muerto.
—Lo está. O debería estarlo. Los fantasmas no pueden escribir cartas ni mandar correos electrónicos, ¿verdad?
Slim dejó a un lado la cancela hasta un muro de piedra enterrado y subió por él. Si eso había sido alguna vez algo parecido a un jardín, hacía mucho de eso, reemplazado por un bloque denso de zarzas que se prendían a los vaqueros de Slim mientras este se abría paso.
—¿Va a entrar? —preguntó Croad—. Necesitará esto. —Se inclinó por encima de la cancela para dar una linterna a Slim—. Los jóvenes han destrozado el lugar, así que Ozgood lo hizo tapiar, ya que no se volvió a alquilar.
—Me gustaría conocer a esos jóvenes —dijo Slim—. Seguro que tienen historias que contar.
—En el parque los viernes por la noche —dijo Croad—. Los encontrará en el jardín de la cerveza, bebiendo sidra barata. Eso hace que siga funcionando la tienda de Cathy.
Slim asintió. Tomó la linterna y apuntó hacía la oscuridad. Las siluetas de objetos de cocina en descomposición aparecían en medio de la vegetación. Pisando con cuidado, dio unos pasos hacia el interior, pero no había nada que ver, salvo la ruina de la casa. Cristales rotos, pedazos de albañilería y unas pocas piezas no identificables de metal sostenían a los sospechosos habituales de una propiedad abandonada: unas pocas latas aplastadas de Special Brew en un par de charcos, revistas pornográficas y un condón polvoriento y usado que se había dividido en el extremo correspondiente.
A sus espaldas, Croad dijo:
—Yo soy el responsable de las cervezas. Con respecto al resto, no tengo nada que ver.
Slim apagó la linterna.
—Aquí no vive nadie —dijo—. Creo que es hora de dejar de hacer turismo y de que alguien me cuente acerca de la naturaleza de ese supuesto chantaje.
Croad sonrió.
—Usted manda. ¿Lo quiere en el coche o fuera de él?
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Capítulo Ocho
Pocos minutos después se sentaron delante del viejo Marina de Croad, con vasos de café sobre sus regazos. Croad sacó una hoja de papel y se la pasó a Slim, que la dejó sobre sus rodillas mientras leía.
—La primera —dijo Croad.
—Querido Oliver —leyó Slim—. Iré directamente al grano, puede que te sorprenda oír de mí, pero no estoy muerto como esperabas. Pido perdón por eso. De hecho, la tragedia que crees que me ocurrió nunca pasó. Estoy muy vivo. Estoy vivo, pero muy frustrado. Y ahí entras tú. Verás, sé lo que hiciste y creo que ya es hora de que lo pagues. También sé todo lo demás. Acudiré a la policía si no haces exactamente lo que te digo. Tuyo, Dennis.
La nota acababa con una solicitud de medio millón de libras en efectivo que había que dejar en una bolsa en un paso elevado de la cercana autovía A30. Día y hora: 6 de septiembre a las siete y cuarto de la tarde.
Slim se burló mientras la devolvía.
—La tarifa habitual del chantajista —dijo—. Ningún detalle concreto. Supongo que la ignoraron.
—Por supuesto, dijo Croad—. Mr. Ozgood es un hombre de negocios. Recibe cartas como esta todos los días. Esta no pasó de su secretaria. Así que el chantajista pasó a ser un poco más específico.
—Muéstremela.
—Esta es la primera que llegó hasta Ozgood.
Slim tomó la hoja y empezó a leer, esta vez en silencio.
Querido Oliver,
He advertido que no te presentaste el 6 de septiembre.
No sueles faltar a una cita importante, ¿verdad?
Creo que no te das cuenta de que hablo en serio.
Sé lo que hiciste. ¿Crees que tu
dinero te sacará de esta? Sí, bien que lo hizo.
Esa suerte que tienes. No la tenemos los menos privilegiados.
El precio ahora es de un millón.
Eso podría reparar parte del daño que causaste.
Dile a Ellie cuando la veas,
que nunca olvidaré su sonrisa
cuando me dijo que me quería.
Y pregúntale acerca de ese arañazo en su espalda.
La zarza… No sabía que estaba allí.
Seré tu sombra hasta ver tu dinero,
a las seis en punto del 2 de otubre
en el mismo lugar que antes.
Dennis
Slim miró al frente.
—Supongo que Ozgood se tomó esta algo más en serio.
—No se equivoca —gruñó Croad—. Durante la supuesta violación, Ellie Ozgood recibió un arañazo en su espalda, tal y como dice la carta de Den. Había una espina en su piel y los forenses en la investigación inicial la vincularon con una planta concreta del jardín de Den —señaló Croad—. Esa misma, aunque ha crecido un poco desde entonces. Habría bastado para condenarlo si Ellie no hubiera retirado la denuncia.
—¿Que ella qué? Ozgood me dijo que el caso fue sobreseído.
—Sí, eso fue algo delicado. Elli retiró la denuncia. Dijo que era de mutuo acuerdo. La chica había cumplido dieciséis un mes antes, poniendo a Den a salvo. Él tenía treinta y ocho. A Mr. Ozgood no le gustaba, no creía a Den ni a ella. No podía haber sido que su pequeña estuviera liada con el jardinero, ¿entiende? Así que se ocupó personalmente del asunto.
—Eso entendí.
Croad sonrió, pero por primera vez lo hizo de una manera siniestra. En la penumbra que atravesaba los árboles, la cara del viejo parecía un esqueleto amenazador.
—Los tres mosqueteros —dijo.
—¿Qué?
—Solo nosotros tres sabemos lo que hizo Ozgood esa noche. Él, por supuesto, yo y ahora usted. Le debo una vida y ahora usted también. No se debe saber, ¿queda claro?
Slim decidió no mencionar que parecía que el propio Ozgood había roto su vínculo sagrado alardeando de lo que había hecho ante Kay Skelton. Por el contrario, dijo:
—¿Me está amenazando?
—Solo dejando las cosas claras. Llevo mucho tiempo a su servicio y me he ganado su confianza. Usted no. No considero que me deba nada, así que le dejo claro con quién está trabajando.
Slim suspiró. La tentación de largarse era fuerte, pero también la atracción por el pub más cercano y tal vez eso fuera más probable que lo matara.
—Entiendo —dijo.
—Bien. Pues hay más. Siempre hay más, ¿verdad?
Slim frunció el ceño, sin estar seguro de qué quería decir Croad, pero el viejo le pasó otra hoja de papel.
—Tercera y última —dijo.
Querido Oliver,
Esta es realmente tu última oportunidad de pagar. No
olvides lo que hiciste a Scuttleworth, o
cuánto destruiste.
Ahora por todo el daño
que me hiciste debes pagarlo. Tienes la oportunidad
de reparar lo que causaste.
9 de noviembre, a las 5:25 de la tarde.
Un maletín de cuero atado al noveno poste.
Nos vemos,
Dennis
Slim le devolvió la carta.
—Sabe lo que le voy a preguntar, ¿no?
Croad sonrió.
—Soy muy agudo. Llegó hace ocho días. Tenemos poco más de dos semanas hasta el día del pago. No sabemos a qué se refiere con todo eso de reparar las cosas. No son más que amenazas y mentiras. Pero el problema es la niña.
—¿Ellie? ¿Por qué?
— Mr. Ozgood quiere dejarla fuera, que nada la perjudique.
—¿Pero…?
—Es terca como una mula y no quiere irse. Dice que no le preocupa ninguna amenaza de nadie. Eso da que pensar, ¿no?
—¿Ozgood planea entregar el dinero?
—No, si puede evitarlo. Por eso está usted aquí.
—No soy especialmente rápido en mi trabajo —dijo Slim—. No estoy seguro de poder ahorrarle dinero.
Croad rio.
—¿Cree que a Mr. Ozgood le preocupan un par de millones? Todavía no lo entiende, ¿verdad? Nadie se enfrenta a Mr. Ozgood. Dennis Sharp lo hizo una vez y murió. A quienquiera que esté enviando estas cartas le pasará lo mismo. Está aquí para evitar que Mr. Ozgood se manche las manos con sangre o al menos dejar tan poca como para poder lavárselas fácilmente.