Читать книгу: «El evangelismo y la soberanía de Dios»

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CONTENIDO

  PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

  PREFACIO

  INTRODUCCIÓN

  Capítulo I LA SOBERANÍA DIVINA

  Capítulo II LA SOBERANÍA DIVINA Y LA RESPONSABILIDAD HUMANA

  Capítulo III EL EVANGELISMO

  Capítulo IV LA SOBERANÍA DIVINA Y EL EVANGELISMO

EL EVANGELISMO

Y LA SOBERANÍA

DE DIOS

J.I. Packer

Publicaciones Faro de Gracia

P.O. Box 1043

Graham, NC 27253

Publicado por:

Publicaciones Faro de Gracia

P.O. Box 1043

Graham, NC 27253

www.farodegracia.org

ISBN 978-1-629460-18-5

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Inter-Varsity Press para traducir e imprimir este libro, Evangelism and the Sovereignty of God, al español.

© 1961 Inter-Varsity Press

All rights reserved. This translation of Evangelism and the Sovereignty of God first published in 1961 is published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

© 2007 Traducción por Publicaciones Faro de Gracia. Todos los derechos reservados. Traducción al español por Glenn A. Martínez, la revisión por Moises Zapata, MTW. La portada fue deseñada por Matthew Gordon.

Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio - electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro - excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Primera Edición, impresa en México, 2008

Segunda Edición, impresa en Colombia, 2014.

Published by Publicaciones Faro de Gracia at Smashwords.

CONTENIDO

PREFACIO

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

I

SOBERANÍA DIVINA

II

LA SOBERANÍA DIVINA

Y LA RESPONSABILIDAD HUMANA

III

EL EVANGELISMO

IV

LA SOBERANÍA DIVINA

Y EL EVANGELISMO

PRÓLOGO
A LA SEGUNDA EDICIÓN

Antes de que J. I. Packer se convirtiera en una súper estrella evangélica con la publicación del libro El Conocimiento del Dios Santo en 1973, ya había hecho importantes contribuciones para los lectores evangélicos. Packer tenía un talento natural para abordar los temas clave de una manera concisa y poderosa. Lo que otros harían en tomos largos y pesados, Packer lo abordaría, limpia y directamente, en un pequeño libro de tres o cuatro capítulos. La llamada fuerte y sonora para la centralidad en Dios mucho antes del libro, Sed de Dios, de John Piper o incluso, del libro El Conocimiento del Dios Santo, del mismo Packer, se vió en la pequeña introducción de Packer para la reimpresión de La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo, de John Owen (publicado bajo el título, Vida por Su Muerte por Publicaciones Faro de Gracia). La pérdida de la fe en la Escritura el doctor Packer confrontó en el pequeño libro, “Fundamentalismo” y la Palabra de Dios. Y en julio de 1961, apareció el libro que ahora tiene usted en sus manos, El Evangelismo y la Soberanía de Dios.

El título resume el contenido e invita al lector de una manera perfecta. Personas distintas son llamadas a leer el libro a través de este título sencillo. ¿Estás interesado en el evangelismo? Este libro lo va a abordar de una manera directa al explicar lo que es y la necesidad que hay de él en términos que son tanto simples como teológicamente cuidadosos. Le va a ayudar a evangelizar mejor. ¿Está interesado en la doctrina de la soberanía de Dios? Este libro es para usted. En la forma más básica pero informada, Packer aborda la sencilla interrogante, “Si Dios tiene el control, ¿por qué debemos hacer cualquier cosa? ¿Por qué debemos trabajar? ¿Por qué debemos orar? Y sobre todo, ¿por qué debemos evangelizar?” Packer aborda esta cuestión de una manera tan clara y bíblica que este libro es bueno para cualquiera que esté comenzando a luchar con preguntas con respecto a cómo la soberanía de Dios puede encajar en cualquier área de la responsabilidad humana. Muchas veces he recomendado este libro a cristianos fieles que están confundidos sobre cómo deben pensar en lo referente a la oración, las misiones, la ofrenda – cualquier área en la que nuestros esfuerzos pudieran ser erróneamente desafiados en contra de la propia acción necesaria de Dios. Packer nos introduce a verdades claras, maneja la Escritura con un cuidado ejemplar y nos da la cantidad justa de ilustraciones y de aplicación.

En este libro se diferencia con todo cuidado una antinomia de una paradoja. Lo opuestos se explican. El golpe bajo teológico nunca se hace. Packer insiste en que la soberanía divina y la responsabilidad del hombre son doctrinas que no se tienen que reconciliar. Más bien son, como las llama Packer, “amigas.” A lo largo y ancho de este libro el acuerdo se asume con elegancia mientras Packer nos lleva a dejar de lado las viejas divisiones y, una vez más, a evaluar conjuntamente la Biblia y al Dios de la Biblia. Aunque se escribió hace casi cincuenta años, este libro es atemporal. El Evangelismo y la Soberanía de Dios fue escrito como una cálida experiencia cristiana, y supone que el lector lo está leyendo con ese mismo afecto por Dios. En este libro la especulación se desvanece y la confianza aumenta. Y mientras eso sucede, nos hallamos como evangelistas cada vez más fieles – ¡y más frecuentes! Si a usted le gustaría compartir esa experiencia, haga lo que muchos otros lectores han hecho, lo que yo he hecho, lo que muchos a los que les he dado este libro a lo largo de los años han hecho: orar y seguir leyendo.

Mark Dever

Pastor Principal

Capitol Hill Baptist Church

Washington, D.C.

PREFACIO

El núcleo del presente ensayo se recoge de una ponencia dada en la Pre-Mission Conference del London Inter-Faculty Christian Union el 24 de octubre de 1959. Lo hemos ampliado para que sea más útil. Su origen, así como su temática de naturaleza práctica, explican el estilo homilético en que se ha escrito. Para que el propósito de este ensayo no sea mal interpretado, permítame aclarar desde un principio lo que no es.

No es una receta para la acción evangelística de nuestros días, aunque sí avanza principios importantes en la formulación de cualquier estrategia evangelística.

No es una aportación a la controversia contemporánea sobre los métodos modernos de la evangelización, aunque sí incluye principios que ayudarían en resolver dicha controversia.

No es una crítica de los principios de la evangelización utilizados por un individuo o por un grupo de individuos, aunque sí abarca principios útiles para evaluar toda actividad evangelística.

Pero, entonces, ¿cuál es el propósito de este ensayo? Es una obra de razonamiento bíblico y teológico que pretende esclarecer la relación entre tres realidades: la soberanía de Dios, la responsabilidad del hombre y el deber evangelístico del cristiano. Este último es el tema; la soberanía divina y la responsabilidad humana se tratan sólo en conexión con el evangelismo. Nuestro propósito es, pues, abolir la sospecha de que la fe en la soberanía absoluta de Dios limita nuestro reconocimiento y nuestra respuesta a la responsabilidad evangelística. Pretendemos mostrar que sólo este tipo de fe puede fortalecer a los cristianos para ganar terreno en la obra evangelística.

Con este ensayo no pretendo establecer una “ortodoxia de la Inter-Varsity Fellowship (IVF)”. Los límites de la “ortodoxia IVF” se definen en la base doctrinal de la misma. Más allá de esos límites, los miembros de la IVF son libres para “pensar y dejar pensar”, como diría John Wesley. Así que ninguna opinión sobre ningún tema puede presentarse como la única permitida. Es muy probable que haya otros miembros de la IVF que no estén de acuerdo con este autor en relación a este tema. Sin embargo, el autor tiene el derecho a su propia opinión y no se puede esperar que él las esconda cuando cree que son bíblicas, importantes y edificantes.

J. I. Packer

INTRODUCCIÓN

Los siervos de Cristo están siempre y dondequiera bajo un mandato estricto de evangelizar. Espero que lo que voy a compartir en estas páginas sea un incentivo a la realización de esta tarea. Espero, también, que cumpla otra función. Entre los cristianos de hoy en día hay un examen de conciencia y una contienda acerca de los medios y los métodos del evangelismo. Quiero discutir los factores espirituales que juegan un papel en el evangelismo, y espero que lo que voy a decir sea útil en resolver algunos de los desacuerdos y debates de la actualidad.

El tema de este ensayo es el evangelismo, y lo abordaré en conexión a la soberanía de Dios. Esto quiere decir que me limito a discutir únicamente los aspectos de la soberanía divina que sean necesarios para pensar correctamente acerca del evangelismo. La soberanía divina es un tema bastante amplio: incluye todo lo que abarca el perfil bíblico de Dios como Señor y como Rey en su mundo, “del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11), dirigiendo y ordenando todo acontecimiento en el mundo para el cumplimiento de su propio plan eterno. Tocar este tema en su totalidad involucra hacer sondeos en las profundidades no solamente de providencia, sino también de predestinación y escatología, y eso es más de lo que podemos y necesitamos intentar aquí. El único aspecto de la soberanía que nos interesará a lo largo de estas páginas es la gracia soberana de Dios. O sea, el acto todopoderoso de Dios de traer pecadores impotentes a Sí mismo, por medio de Jesucristo.

Al examinar la relación entre la soberanía de Dios y la evangelización cristiana, tengo en mente un propósito fijo. Hoy en día, por todas partes está diseminada la sospecha que una afirmación plena de la soberanía divina socava una concepción sana de la responsabilidad humana. Se ha pensado, además, que una fe robusta en la soberanía de Dios es nociva a la salud espiritual del cristiano, puesto que conduce a un hábito de inercia complaciente. Más específicamente, se piensa que esta fe llega a paralizar la evangelización, porque le quita al cristiano tanto el motivo de evangelizar como el mensaje del Evangelio. El supuesto es, básicamente, que no se puede evangelizar con eficacia si no está uno preparado para fingir, mientras evangeliza, que la doctrina de la soberanía divina no es cierta. Pretendo mostrar que esto es absurdo. Pretendo poner de manifiesto, además, que lejos de ser un factor nocivo a la evangelización, la fe en la gracia soberana de Dios es lo que sostiene al evangelismo, pues es ella la que nos da fuerza y ánimo para evangelizar con constancia y esmero. El evangelismo no se debilita frente a una fe en la soberanía de Dios. Muy al contrario, la evangelización sin esta doctrina será siempre débil y falto de poder. En la medida que avancemos espero que esto se haga más patente.

Capítulo I
LA SOBERANÍA DIVINA

No intentaré probar la verdad general de la soberanía de Dios en el mundo, pues no hay necesidad. Sé que si usted es cristiano, esto ya lo cree. ¿Cómo lo sé? Bueno, pues, sé que si usted es cristiano, usted ora, y el fundamento de sus oraciones es la seguridad de la soberanía de Dios en el mundo. En sus oraciones, usted pide y agradece. ¿Por qué? Porque sabe que Dios es el autor y la fuente de todo lo que usted tiene ahora y de lo que espera tener en el porvenir. Ésta es la filosofía básica de la oración cristiana. La oración de un cristiano no es un acto que intenta exigir que Dios actúe según nuestros deseos, sino es un reconocimiento humilde de nuestra dependencia y desamparo total. Cuando nos arrodillamos, sabemos que no estamos en control de los eventos de este mundo; asimismo reconocemos que somos impotentes para satisfacer nuestras necesidades terrenales; todo lo que queremos, ya sea para nosotros o para otros, proviene de la mano todopoderosa de Dios.

En el Padre Nuestro vemos que éste es el caso aun con “nuestro pan de cada día.” Si la mano de Dios nos provee con nuestras necesidades físicas, sería inconcebible sugerir que no nos provee con nuestras necesidades espirituales. A pesar de lo que postulemos después en discusiones teológicas, todo esto es tan claro cuando estamos orando, como la luz del sol. Efectivamente, lo que hacemos cada vez que nos arrodillamos para orar es reconocer la impotencia de nosotros mismos y la soberanía de Dios. Por lo tanto, el hecho de que un cristiano ore es una confesión positiva de su creencia en la soberanía de Dios.

Tampoco intentaré demostrar la validez de la verdad específica de la soberanía de Dios en cuanto a la salvación. Pues esto usted también lo cree. Esto lo afirmo por dos razones. Primero, usted le da gracias a Dios por su regeneración, y ¿por qué hace usted esto? Porque usted sabe que Dios es el único responsable por ella, pues usted no se salvó a sí mismo, sino que Él fue quien lo salvó. En agradecimiento usted reconoce que su conversión no fue el resultado de su propio afán, sino fue obra de la mano todopoderosa de Dios. Reconoce que su conversión no fue producto del azar, la probabilidad, o las circunstancias ciegas. No fue producto de un accidente que usted asistió a una iglesia cristiana, escuchó el evangelio, y vio que su vida carecía del Señor. Si usted se convirtió por medio de sus propias lecturas de la Biblia o por medio de algunos amigos cristianos, o aun por medio de un evangelista, usted sabe que su arrepentimiento y su fe no provienen de su propia sabiduría y prudencia. Quizá usted buscó y rebuscó a Cristo, quizá usted pasó por muchas tribulaciones en su búsqueda de un significado, y quizá usted leyó y meditó mucho tratando de encontrar una orientación, pero ninguna de esas cosas hace que la salvación sea obra suya. Cuando usted se entregó a Cristo, el acto de fe fue suyo, pero esto no quiere decir que usted se salvó a sí mismo. De hecho, ni se le ocurre pensar que la salvación sea obra suya.

Se siente responsable por sus pecados, indiferencias y obstinaciones frente al mensaje del evangelio, y nunca se glorifica por su santificación en Cristo Jesús. A usted nunca se le ha ocurrido dividir el mérito de su salvación entre sí mismo y Dios. Nunca ha pensado que la contribución decisiva de su salvación fue suya y no de Dios. Usted nunca ha dicho a Dios que, aunque Él le diera la oportunidad de la salvación, usted se da cuenta de que no hay que darle gracias a Él porque usted mismo tuvo la astucia de aprovechar la oportunidad. Su corazón se repugna y sus rodillas tiemblan al pensar en hablarle a Dios de esa manera. Pues nosotros agradecemos que Dios nos haya dado un Cristo de quien recibir confianza, consuelo, fe y arrepentimiento. Desde su conversión, su corazón le ha guiado de esta manera. Usted da toda la gloria a Dios por todo lo que Él hizo en salvarle, y usted sabe que sería blasfemia y soberbia no agradecerle por llevarle a la fe. Entonces, en su concepto de la fe y cómo la fe es otorgada, usted cree en la soberanía divina; así también creen todos los cristianos en el mundo.

En conexión a esto, será de gran beneficio escuchar unas palabras de una conversación entre Charles Simeon y John Wesley, anotada el 20 de diciembre de 1784 en el Diario de Wesley.

“Señor, entiendo que a usted se le llama un Arminiano, y a mí a menudo me llaman un Calvinista; por lo tanto, entiendo que debemos sacar nuestras espadas. Pero antes del comienzo de la batalla, con su permiso le haré algunas preguntas... Disculpe, buen señor, ¿se siente usted una criatura depravada, tan depravada que nunca hubiera contemplado voltear su rostro a Dios, si Dios no hubiera puesto esa disposición en su corazón de antemano?”

“Sí,” contesta el veterano, “definitivamente soy una criatura depravadísima y no puedo hacer nada por mi propia disposición.”

“Y ¿se siente usted inquieto al recomendarse a sí mismo a Dios por su propio mérito, o busca usted la salvación sólo por la sangre y justicia de Jesucristo?”

“Sí, no hay otro camino a la salvación que no sea por Cristo.”

“Pero suponemos, mi apreciado señor, que usted fue salvado primero por Cristo, ¿no necesitará usted salvarse luego por obras?”

“No, Cristo salva desde el principio hasta el fin.”

“Si admite usted que Dios volteó el rostro de usted a Él por medio de la gracia, ¿seguirá usted el camino estrecho de la salvación por sus propios esfuerzos?”

“No.”

“Entonces ¿será usted guiado a cada hora y a cada minuto como un bebé en los brazos de su madre?”

“Sí, así me guiará Dios.”

“Y ¿está toda su esperanza de llegar al Lugar Santísimo envuelto en la gracia y misericordia de Dios?”

“Sí, toda mi esperanza está en El.”

“Entonces, señor, con su permiso guardaré de nuevo mi espada, porque éste es mi Calvinismo, ésta mi elección, mi justificación por fe, mi perseverancia final; en fin, es en sustancia todo lo que creo, y así lo creo; y, por lo tanto, en vez de buscar términos y frases que nos separen, busquemos mejor aquellas cosas en las cuales estamos de acuerdo.”1

La segunda manera en que reconocemos la soberanía de Dios en la salvación es que oramos por la conversión de otros. Ahora, ¿sobre qué fundamento debemos interceder por ellos? ¿Nos limitamos a pedirle a Dios que los lleve a un punto donde ellos mismos puedan decidir si quieren ser salvos, independientemente de Él? Yo dudo que usted ore así. Creo, más bien, que usted ora en términos categóricos que Dios, simple y decisivamente, los salve; que Él les abra los ojos ciegos, endulce sus corazones amargos, renueve sus naturalezas depravadas e incite sus voluntades para recibir a Jesucristo como su Salvador. Usted le pide a Dios que prepare todo lo necesario para que ellos puedan ser salvos. Usted nunca le pediría a Dios que no los lleve a la fe, porque usted ya sabe que eso es algo que Dios no puede hacer. ¡Nunca haría usted tal cosa! Cuando usted ora por los incrédulos, reconoce que está dentro del poder de Dios llevarlos a la fe. Pide que Él lo haga, y reposa en el conocimiento que Su poder es lo suficientemente grande para cumplir con su petición. El poder de Dios es aún más grande: esta creencia que anima su intercesión es la gran verdad de Dios escrita en nuestros corazones por la obra milagrosa del Espíritu Santo. Entonces, cuando usted ora (y cuando un cristiano ora es de lo más sano y sabio), usted sabe que es Dios quien salva al hombre; usted sabe que lo que hace a los hombres voltear sus rostros hacia Cristo es la voz misericordiosa de Dios llamándolos hacia Él. Por consiguiente, tanto por la práctica de intercesión para otros como por el hecho de dar gracias por nuestra propia salvación, nos damos cuenta de que la gracia de Dios es soberana, y así es que todos los cristianos en el mundo reconocen la gracia soberana de Dios.

Hay una controversia perenne en la Iglesia concerniente al señorío de Dios en cuanto a la conducta humana y la fe redentora. Lo que se dijo anteriormente debe definir nuestra posición al respecto. La esencia del problema es distinta a lo que aparenta. Pues no es cierto que algunos cristianos creen en la soberanía divina mientras que otros adoptan una perspectiva opuesta. La verdad es que todo cristiano cree en la soberanía divina, pero algunos no saben que lo creen; así, imaginan e insisten que rechazan la doctrina. ¿Cuál es la causa de esta situación inoportuna? La raíz del problema es la misma de casi todos los problemas en la Iglesia --la introducción de especulaciones racionalistas, la pasión por la consistencia sistematizada, el rechazo del misterio, la idea de que Dios no puede ser más sabio que el hombre y la subyugación de las Escrituras a la lógica humana.

La Biblia enseña que el hombre es responsable por sus acciones, pero el hombre no ve (ni puede ver) cómo esto puede compaginar con el señorío soberano de Dios. Creen que las dos ideas no pueden co-existir, aunque co-existen en la Biblia y, por lo tanto rechazan la idea bíblica de la soberanía, para preservar la idea de la responsabilidad humana. El deseo de simplificar la Biblia por medio del abandono de doctrinas bíblicas es un acto de lo más natural para nuestras mentes perversas y depravadas. Tampoco nos sorprende que aun los hombres más buenos se encuentren atrapados por esa inclinación. Ésta es la razón por la que esta controversia ha persistido en la Iglesia por tantos siglos. Sin embargo, la ironía de la situación se manifiesta cuando los defensores de cada partido oran. En la oración vemos que aquellos que rechazan la doctrina realmente lo afirman con la misma certeza que aquellos que la defienden.

¿Cómo ora usted? ¿Pide usted su pan de cada día? ¿Usted le agradece a Dios por su salvación? ¿Ora usted por la conversión de otros? Si ha contestado “no”, sólo puedo decir que dudo que usted haya nacido de nuevo. Pero si ha contestado “sí”, pues eso afirma que, a pesar de cómo usted había pensado antes con respecto a este tema teológico, en su corazón usted cree en la soberanía de Dios, así como cualquier otro cristiano. De pie podemos construir argumento tras argumento, pero de rodillas todos estamos de acuerdo. Y ahora, tomemos este acuerdo como punto de partida.

1 Horae Homileticae, Preface: i.xvii-xviii.

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