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Tratado del Apocalipsis

del beato Gregorio López

(1542-1596)

(exégesis histórico profética)



Tratado del Apocalipsis

del beato Gregorio López

(1542-1596)

(exégesis histórico profética)

Ivan Kopylov


Agradecimientos

La publicación de ese libro que ofrecemos al benévolo lector fue posible gracias a la amabilidad del maestro Jaime del Arenal Fenochio, director del Centro de Estudios Interdisciplinares, A. C., quien me abrió las puertas de su institución en el periodo 2019-2020 e hizo todo lo posible para la publicación de este libro. Es un agradable deber para mí expresarle mi agradecimiento más sincero y cordial, no sólo por invitarme a desarrollar mi proyecto en el ceid, sino también por su constante interés en mi trabajo.

Asimismo, expreso mi agradecimiento a los colaboradores del ceid, Alejandro Mayagoitia Stone y Gabriela Díaz Patiño, por fomentar un agradable ambiente de trabajo y por sus útiles consejos.

Al director de Deiman, S. A. de C. V., don José Alberto Medina Flores, le externo mi agradecimiento por su amable interés en mi proyecto y por el apoyo económico a los proyectos que se desarrollan en el ceid.

A la maestra Guadalupe Jaime Mireles y a los becarios del Centro Cultural Deiman les agradezco de todo corazón su apoyo permanente en las cuestiones administrativas y por su amable asistencia técnica.

Tengo el placer y el honor de expresar mi gratitud a mis tutores, los doctores Mauricio Beuchot, Germán Viveros y Vicente Quirarte, así como a los lectores de mi investigación, los doctores Silvia Hamui Sutton y Elio Masferrer por su atenta lectura, su brillante asesoría y por fomentar mi interés por el Apocalipsis, eje temático principal de mis intereses académicos.

A mis excelentes amigas, brillantes colegas y contertulias, las maestras María Esther Guzmán Gutiérrez, Silvia Aquino López y la licenciada Angélica Arreola Medina, les agradezco de todo corazón su sincero interés y útiles sugerencias brindadas durante la creación de esta obra.

Índice

Introducción

Capítulo I Autor, fecha y estructura del libro del Apocalipsis: el paradigma profético y la realidad histórica

I.I. Gregorio López en su diálogo con la tradición: autor y fecha del libro del Apocalipsis

I.II. El sistema histórico y cronológico de Gregorio López: fecha del libro del Apocalipsis

I.III. La estructura del Apocalipsis según Gregorio López: código para su comprensión

Capítulo II El contexto histórico del discurso profético: las epístolas a las siete iglesias de Asia

II.I. El libro de la Revelación como epístola: la pluralidad del género

II.II. Las comunidades cristianas del Asia Menor, su contexto local y el problema de los “ángeles”

II.II.I. Éfeso

II.II.II. Esmirna

II.II.III. Pérgamo

II.II.IV. Tiatira

IIII.V. Sardes

II.II.VI. Filadelfia

II.II.VII. Laodicea

II.III. Lo metahistórico a través de la historia: Asia Menor y los turcos Gog y Magog

Capítulo III La profecía en la construcción de la narrativa histórica

III.I. El libro de los siete sellos como símbolo profético y visionario

III.II. La apertura de los siete sellos como contextualización histórica de las profecías

III.III. El vínculo semántico entre Apoc. 5:1 (libro sellado) y Apoc. 10 (librito agridulce)

III.IV. Los dos testigos como manifestación cíclica de la profecía

III.V. Las profecías medievales como suplemento del discurso apocalíptico

III.V.I. Hildegarda de Bingen

III.V.II. Joaquín de Fiore

III.V.III. Pseudo Metodio y Sibila Tiburtina

Capítulo IV Los falsos profetas, la oposición al profetismo y las aspiraciones proféticas verdaderas

IV.I. Los ejemplos de descalificar o abusar del profetismo: ejemplos históricos

IV.II. Babilonia y las dos Bestias: enemigos de los profetas. El número 666

IV.III. La Nueva Jerusalén como realización de las esperanzas proféticas

Conclusiones

Referencias

Índice onomástico

Introducción

El Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, generalmente se asocia, en la conciencia de las masas, con múltiples desastres que describen el panorama aterrador del fin del mundo. Tal percepción es la base de muchos reportajes de los medios de comunicación; sobre todo en la prensa amarillista, de muchos libros, documentales y películas de ciencia ficción. En sus publicaciones, los partidarios de la teoría conspirativa manejan las imágenes y los datos del Apocalipsis de manera arbitraria para predicar los desastres tecnológicos y naturales que amenazan al género humano en nuestro tiempo o en el futuro cercano. De hecho, el libro del Apocalipsis está compuesto de los tres ciclos séptuples que desempeñan la función de los marcadores estructurales –los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas– y revelan múltiples desastres y catástrofes que no dan tregua al planeta.

Desde el principio los cuatro jinetes del Apocalipsis llevan consigo la guerra, la hambruna y la muerte, luego sigue el gran terremoto que, a su vez, ha dado lugar a otras adversidades: el agua se convierte en sangre, la estrella Ajenjo, que cayó sobre la Tierra y envenenó la tercera parte de las aguas y los ríos, luego aparece la langosta demoniaca que empezó a hacer daño a las personas que no tienen la marca de Dios en su frente. Baste recordar que a finales del siglo xx se vinculó la estrella llamada Ajenjo con la catástrofe de Chernobyl, ocurrida en 1986, dado que este topónimo significa “ajenjo” en ucraniano; en nuestros días, dentro del contexto generado por la pandemia del coronavirus, ha circulado en diversos medios una interpretación extravagante que iguala a esta langosta con el coronavirus, haciendo hincapié en la corona de las langostas. En su momento, el mismo secretario general de la onu, António Guterres, apeló a la imagen de los cuatro jinetes del Apocalipsis al caracterizar los desastres ocurridos en el mundo. El primer jinete se asocia con las tensiones geopolíticas, atentados terroristas y las migraciones descontroladas; el segundo en el cambio climático; el tercero simboliza la desconfianza creciente dentro de la sociedad humana, cuando sigue creciendo el nivel de desigualdad y las autoridades políticas van perdiendo credibilidad; el tercer jinete llamado Muerte representa el lado oscuro del progreso tecnológico, porque, según el secretario de la onu, los avances tecnológicos pueden usarse para incitar al odio, propagar información falsa e irrumpir en la vida privada de la gente.[1]

Vemos que el Apocalipsis sigue siendo un libro vigente entre los interesados del tema de la escatología. Mucha gente lo considera como un libro de presagios que tiene que dar respuestas a todas las preguntas en torno al destino final del mundo, sin tener el conocimiento apropiado acerca de la estructura de ese libro y su contexto histórico. Eso genera muchas especulaciones que aprovechan la credulidad de la gente para construir los esquemas frágiles o hasta absurdos, igualando al Anticristo con Napoleón, Hitler o Stalin, identificando la gran ramera de Babilonia con Estados Unidos de América o con la Unión Soviética, o hasta buscando en el texto del Apocalipsis los presagios de una futura guerra termonuclear.

Tales interpretaciones, en su mayor parte arbitrarias y con poca fundamentación escritural, pero muy populares entre los telepredicadores o los ocultistas de salón con la pretensión de ser clarividentes, de todos modos, tienen su propio razonamiento. De hecho, en el Apocalipsis se encuentran muchos pasajes que pueden ser interpretados como el triunfo de las fuerzas del mal. En el capítulo 13 aparece la Bestia, el aliado de otra Bestia, que es el dragón o Satanás, que al final obtiene el poder sobre todo el mundo. Todas las gentes en la tierra adoraron a la Bestia; más aún, se dice: “Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos” (Apoc. 13:7).[2] La segunda Bestia que se presenta también como el falso profeta, obliga a todos “los moradores de la tierra” que adoren a la primera Bestia, engañándoles con las señales falsas o ejerciendo la coerción económica (13:17 “y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”).

Entonces, el punto culminante del Apocalipsis es el tema del fin del mundo; más precisamente, la descripción de las catástrofes que acompañarán los últimos tiempos, las tentaciones y las plagas que habrán de enviarse a los moradores de la tierra. Por eso se divulgó la opinión que el Apocalipsis es el libro siniestro y espeluznante que tiene que ver con los acontecimientos que habrán de pasar en el futuro remoto. Sólo algunas veces surgen los movimientos que ven el fin del mundo como algo inminente.

Hoy en día tal punto de vista resulta propio para algunas sectas escatológicas; basta recordar a los testigos de Jehová, según los cuales los “últimos días” ya empezaron en 1914 y que Jesucristo regresó y comenzó a reinar de una manera invisible. Hubo también casos más siniestros, entre los cuales destaca el suicidio de grupo cometido por los miembros de la secta estadounidense Davidianos de la Rama en 1993. Podemos considerar tales casos como marginales. De hecho, el paradigma racionalista de la historia que llegó a ser predominante a partir del siglo xviii casi no deja lugar para las especulaciones escatológicas; sin embargo, tales esperanzas han surgido en algunos periodos cruciales de la historia. Las esperanzas apocalípticas en Europa alrededor del año 1000, las Cruzadas, la Reforma que propició el surgimiento de los grupos más radicales como anabaptistas, con su sentido apocalíptico aguzado, la actualización de las búsquedas escatológicas del siglo xix, marcados por el surgimiento del movimiento de los adventistas del Séptimo Día, han reforzado los presentimientos escatológicos que se habían enriquecido por los signos de los tiempos descritos en el Apocalipsis. A veces tales presentimientos generaban las actitudes escapistas y llevaban a la ruptura con el mundo exterior. Por eso hubo cierto prejuicio en torno del libro del Apocalipsis, sobre todo entre algunos protestantes que cuestionaban la dignidad apostólica del último libro del Nuevo Testamento a partir de Erasmo y Lutero.[3] De igual manera, hoy en día mucha gente, y hasta los cristianos, se muestran escépticos en torno al Apocalipsis, considerándolo como algo impertinente o irrelevante.

Sin embargo, los investigadores modernos y los comentaristas que son herederos de una tradición plurisecular del estudio del Apocalipsis[4] tienen una opinión diferente. Conforme al mismo título del libro (ἡ ἀποκάλυψις que significa “revelación”), al autor en su iluminación profética se le revela lo que tuviera que ocurrir en la historia mundial después de la Resurrección de Jesucristo. El autor que según la tradición eclesiástica era san Juan, el apóstol y evangelista, afirma que, conforme el diseño salvífico de Dios, todo el género humano a lo largo de su historia tiene que pasar por el periodo de la lucha entre Dios y las fuerzas del mal, y luego se establecerá el reino eterno de Jesucristo. Gregory Beale define el Apocalipsis como libro de exhortación y así formula su idea general: la soberanía de Dios y de Jesucristo en redimir y juzgar lleva la gloria a los fieles, lo que implica en motivar a los santos para que adoraran a Dios, y así los atributos gloriosos de Dios se reflejan en la obediencia a su palabra.[5] Expresado de otra manera, los fieles cristianos deben tener la esperanza por someterse a la palabra de Dios y por arrepentirse de sus pecados, porque el arrepentimiento abre el camino a la reconciliación con Dios y exime de las tribulaciones que se preparan para los que no quieren obedecer a la palabra divina. En este sentido hay que admitir que la opinión del Apocalipsis como un recuento de catástrofes escatológicas es de carácter superficial; mientras el juicio que define el Apocalipsis como el libro de exhortación y esperanza, se basa en el estudio más profundo. Uno de los portavoces de tal visión ha sido el beato Gregorio López (1542-1596), uno de los primeros ermitaños novohispanos, quien afirmó la necesidad de tener la esperanza en la victoria de la bondad, lo que se manifestará en el triunfo de la ciudad celeste de la nueva Jerusalén, “que es nuestra madre, y nuestra patria, adonde nos veamos y alabemos al Señor eternamente”.[6]

El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López, cuyo análisis crítico y exegético proponemos en esta obra, nos ofrece un modelo diferente no sólo de interpretar las imágenes y los símbolos del libro de la Revelación sino también propone un algoritmo para estructurar el libro, una manera de entenderlo como una composición coherente y bien ordenada. Tal enfoque, como intentamos demostrar en el marco de nuestra investigación, prefiguró muchas estrategias académicas en investigar el Apocalipsis durante los siglos xviii-xx. Por lo anterior, el Tratado de Gregorio López podría servir de contrapeso y alternativa a las interpretaciones superficiales y sectarias que siguen abundando actualmente.

La biografía de Gregorio López que según Antonio Rubial García, “ha ejercido una enorme fascinación sobre las mentes americanas y europeas desde el siglo xvi”,[7] tiene un problema controvertido y, según el mismo Antonio Rubial, “se convirtió para la Nueva España en el paradigma del ermitaño a tal grado que se llamó, sin razón, protoanacoreta e primer eremita de México”.[8] Lo dicho por Rubial “sin razón” se debe al hecho de que el primer ermitaño cuyo nombre pervivió en la memoria colectiva hasta nuestros días fue Gaspar Díez mencionado por Bernal Díaz del Castillo. Al dar un recuento breve sobre los soldados conquistadores que se encontraban en las huestes de Hernán Cortés y su destino, el cronista mencionó a algunos exsoldados que hicieron votos para entrar a la orden franciscana; sin embargo, la elección de Gaspar Díez resultó diferente, lo que relata Bernal Díaz en un fragmento que parece estar teñido de un estilo abiertamente hagiográfico, que nos recuerda los ejemplos de los ermitaños, quienes, después de haber vivido en riqueza terminaron renunciando a sus posesiones para dedicarse a la vida ascética:

Otro soldado, que se decía Gaspar Díez, natural de Castilla la Uieja, e fue rico, ansí de sus Indios, como de sus tratos, todo lo dio por Dios y se fue a los pinares de Guaxocingo, en parte muy solitaria, e hizo una hermita, e se puso en ella por hermitaño, e fue de tan buena vida, e se daua a ayunos, y disciplinas, que se paró muy flaco e debilitado, e dezían, que dormía en el suelo en unas pajas: e de que lo supo el Obispo don fray Juan de Zumárraga, le mandó que no hiziesse tan áspera vida, e tuvo tan buena fama el hermitaño Gaspar Díez, que se metieron en su compañía otros hermitaños, e todos hizieron buenas vidas, e a quatro años que allí estauan, fue Dios servido llevarle a su santa gloria.[9]

El ejemplo que acabamos de citar demuestra que las prácticas del ermitañismo, por tan escaso que sea su número, no han sido ajenas para el nuevo mundo a partir de las primeras décadas de la conquista. Siempre ha habido personas que, atraídos por los ejemplos notables de los ermitaños antiguos, sobre todo de san Pablo de Tebaida, al cual, como veremos, Gregorio López hizo unas referencias respetuosas en su obra, buscaban la vida contemplativa sin unirse a cualquier orden religiosa. Sin embargo, la vida de Gregorio López sigue prestando muchos enigmas y muchas dudas al investigador que siguen sin estar resueltos. No pretendemos dar un recuento detallado de su biografía, eso tiene que ser objeto de una investigación independiente; sin embargo, tenemos que señalar que algunos tumbos cruciales de su vida se encuentran predeterminados por la ideología mesiánica, apocalíptica y profética que profesaba.

Se sabe que Gregorio López nació en Madrid en 1542, en el seno de una familia noble, pero otros detalles acerca de la vida y procedencia de su familia siguen sin estar claros. Gregorio era su nombre verdadero que le fue dado por su patrón, san Gregorio el Taumaturgo, en cuyo día, el 4 de junio, nació el futuro ermitaño. Sin embargo, se desconoce si el apellido López fuera real; tampoco se sabía el nombre de sus padres ni la calidad de su linaje.[10] Tal extrañeza dio lugar a múltiples especulaciones, por ejemplo, que era el príncipe Carlos, hijo de Felipe II, que no se murió encarcelado en el real alcázar de Madrid, sino arrepentido de su vida decadente y cruel, marcada por el trato antipático con su propio padre, decidió cambiar profundamente su vida y dedicarse a la penitencia y la oración. Artemio de Valle-Arizpe en su biografía novelada de Gregorio López trató de justificar la hipótesis de que este último no era otro que don Carlos, el hijo de Felipe II, que terminó huyendo clandestinamente a Nueva España y se convirtió en ermitaño.[11] Según comenta Fernando Ocaranza, “así lo asegura el autor de El misterioso, novela impresa en Guadalajara en el año de 1836 y que hubiera sido mejor llamarla El arrepentido. Don Vicente Riva Palacio, en México a través de los siglos, encuentra posible que don Carlos y Gregorio López hayan sido la misma persona”.[12] Esa versión no tiene sustento, lo que demuestra el propio Ocaranza en su análisis; la discrepancia más contundente consiste en que don Carlos murió seis años después de la llegada de Gregorio López a suelo novohispano; además, la descripción física del príncipe Carlos, que al parecer padecía enfermedades mentales, contrastaba tajantemente con el perfil intelectual de Gregorio López, un erudito brillante de índole renacentista, con conocimientos excepcionales en historia, teología, geografía y medicina.[13] Sin embargo, como piensa Jesús Paniagua Pérez en su investigación reciente, “más probable podía ser que hubiese sido un hijo bastardo del monarca, al que se habría alejado de la corte, como sucedió con su supuesta hija natural, Micaela de los Ángeles, monja en el monasterio de Jesús María de México”.[14]

De todos modos, desde adolescente Gregorio era paje en la corte; era obvio que contaba con todos los requisitos para llegar a ser un noble del palacio. Sin embargo, muy pronto se cansó de la vida cortesana; varias veces se escapó a los bosques de Navarra para llevar vida solitaria, pero su padre lo obligó a regresar a la corte imperial que entonces se encontraba en Valladolid.[15] De todos modos, el joven Gregorio insistió en su derecho de seguir su vocación. Una vez desempeñó el peregrinaje al santuario de la Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura, en el que oyó una voz interior que le llamaba a las Indias. Así embarcó en la nave y se fue a Nueva España, a los 20 años.[16]

Gregorio López tuvo un lema personal formulado por las palabras latinas Secretum meum mihi (Mi secreto es mío). También es un enigma que sigue sin ser resuelto. Unos piensan que podría haberse referido a su supuesto origen regio (aunque no fuera el mismo príncipe Carlos, entonces, podría haber sido el hijo bastardo de monarca, como hemos visto, opción que tampoco podemos excluir por completo); otros los aplican a su supuesta heterodoxia oculta, que implicaría su criptojudaísmo, como pensaba Alfonso Toro[17] o su presunta inclinación a la doctrina de los alumbrados españoles. En torno a la imagen de Gregorio López como un criptojudío encubierto bajo la máscara de un ermitaño que se alejó de las instituciones eclesiásticas y no quiso ingresar a orden religiosa alguna, hemos dedicado una investigación especial a esa hipótesis para revelar su inconsistencia. Por supuesto, Gregorio López ha examinado en su Tratado el papel que desempeñaban los judíos convertidos en los primeros siglos del cristianismo (que según él eran “los judíos verdaderos” que plenamente justifican su nombre, porque “judíos” quiere decir “justos”) y los contrapuso a los judíos infieles que rechazaron a Jesucristo como el Mesías prometido de Israel y por eso formaron parte de la “sinagoga de Satanás”; igualmente tenía mucha conversación con el famoso criptojudío novohispano Luis de Carvajal el Mozo, pero tampoco alcanzaron algún acuerdo y terminaron rompiendo los lazos amistosos. Tales detalles no dicen nada sobre la supuesta inclinación del ermitaño al criptojudaísmo, más bien atestiguan el interés en definir las raíces hebreas del cristianismo primitivo que resultó común para muchos intelectuales del Renacimiento, como lo fue, por ejemplo, Johannes Reuchlin.[18] En torno a su conexión hipotética con los alumbrados, contamos con una investigación sólida de Álvaro Huerga, quien descubrió en el Archivo General de la Nación en México unos testimonios de los alumbrados mexicanos condenados en el proceso de 1598 (auto de fe de 1601), quienes afirmaban que Gregorio López habló de que Dios había de fundar “un nuevo estado después de la consumación del mundo” y declararon, además, que el ermitaño estaba vivamente interesado por conocer cuándo se produciría la aparición de la Jerusalén celeste, descrita en Apoc. 21:5. Según los alumbrados, la curiosidad escatológica de Gregorio López era habitual.[19] El biógrafo de Gregorio López, el padre Francisco Losa, dio un perfil completamente diferente en torno a las creencias escatológicas del ermitaño, diciendo que “se limitaba a esperar pacíficamente a que se desvelasen los misterios, sin alimentar curiosidades vanas”, pero también podría ser una redacción deliberada de Losa quien trataba de mantener a salvo la reputación del ermitaño y protegerlo de las acusaciones posibles por parte de la Inquisición.[20] Sin embargo, Álvaro Huerga llegó a la conclusión de que Gregorio López “no había sido ni un prequietista,[21] ni un alumbrado, sino un asceta y un raro ejemplar de encarnación cristiana en el nuevo mundo, donde dominaban otras fiebres: la del oro, la del poder, la de la evangelización. Es lícito concluir que su figura ‘idealizada’ determinó la ‘imagen europea’ ambivalente o biforme del anacoreta mexicano”.[22]

La única posibilidad de solventar las dudas acerca de la afiliación religiosa de Gregorio López consiste en el estudio minucioso de su Tratado que podría servir como clave para entender sus conceptos teológicos e históricos. Por desgracia, todavía carecemos de estudios de nivel monográfico que tendrían como objeto el análisis multifacético de esa obra. Lo que queremos proponer a nuestro lector es solamente el análisis de uno de los aspectos de su filosofía de la historia expresada en el Tratado, que consiste en la idea de la profecía que, además de ser uno de los pilares ideológicas de la Iglesia verdadera, se va desarrollando constantemente en el transcurso de la historia; no sólo revelando los diseños de Dios sino también marcando los puntos de la transición de lo histórico a lo metahistórico para asegurar la realización de las promesas de Dios sobre el bienestar de sus fieles que también reflejan el optimismo escatológico de los padres de la Iglesia.

Muchas veces se han dado cuenta del carácter ortodoxo de la cosmovisión y la teología de Gregorio López; uno de los primeros convencido de eso fue Juan de Palafox y Mendoza, el obispo y posteriormente virrey y capitán general de Nueva España (1600-1659), quien no sólo leyó atentamente el Tratado sino lo llevó consigo de vuelta a España y lo tenía muy cerca de sí en su lecho de muerte.[23] Dedicamos el presente libro, entre otras cosas, a la reconstrucción de las fuentes que había manejado López en componer su esquema histórico-teológico, entre las cuales destacan los comentarios de san Andrés de Cesarea y otras obras patrísticas. Lo que parecería heterodoxo sería el intento de usar la narrativa del Apocalipsis para rastrear los acontecimientos de la historia del imperio romano para fijar el episodio de la atadura de Satanás por el ángel representado por el papa Silvestre I. Eso marca el milenio que se termina en el siglo xiv; luego sigue el triunfo del imperio otomano que representa los pueblos siniestros de Gog y Magog; esos son los acontecimientos que habrán de preceder inmediatamente a la batalla final de las fuerzas del bien contra el mal.[24] Sin embargo, eso apenas parecería el milenarismo profesado por Joaquín de Fiore e incluso por sus seguidores franciscanos en el nuevo mundo;[25] no fue el milenarismo sino “temporalismo inmediato”,[26] en que, como veremos en el último capítulo de este trabajo, no se proclama la Nueva Jerusalén como una perspectiva utópica, lejana pero teóricamente alcanzable, sino como una realidad meramente espiritual y celestial.

Todas las investigaciones acerca de la biografía de Gregorio López se encuentran basadas en una fuente que es una joya de la literatura hagiográfica novohispana: La vida que el siervo de Dios Gregorio López hizo en algunos lugares de la Nueva España, escrita por el cura Francisco Losa,[27] quien, siendo también un místico, se convirtió en el amigo íntimo de Gregorio. A nuestro parecer, la vida de Gregorio López escrita por Francisco Losa corresponde no sólo con los ejemplos hagiográficos expuestos en las vidas de los santos ermitaños egipcios (en primer lugar, como lo nota Antonio Rubial García, en lo que se refiere a las prácticas ascéticas, como dormir con una piedra en vez de almohada o abstenerse totalmente de la carne, comiendo una vez al día maíz tostado o frutas silvestres),[28] sino también tienen mucho en común con los detalles biográficos de los santos latinos de la época tardoantigua y altomedieval. Por ejemplo, podemos encontrar unos detalles comunes que aproximan a Gregorio López con el obispo norteafricano de los siglos v-vi san Fulgencio de Ruspe, conocido como Augustinus abbreviatus:[29] tanto Gregorio López como san Fulgencio provenían de las familias nobles; ambos se dedicaron a la oración, abnegación, meditaciones, ayuno y vida solitaria teniendo un poco más que 20 años de edad después de un periodo corto en el servicio estatal o cortesano (Fulgencio como procurador y Gregorio como el paje de la corte castellana). Ambos poseían una educación buena y profunda, y por su cuenta aprendían muchas cosas por ser autodidactos (Fulgencio fue muy bien instruido en las letras clásicas, incluso el griego antiguo que le enseñó su madre, una noble mujer llamada Mariana; Gregorio sabía latín, geografía, medicina y otras disciplinas).Vivían ambos en el territorio no civilizado y poblado por los pueblos nómadas (Gregorio entre los chichimecas, Fulgencio entre los mauros, es decir, los bereberes); ambos establecieron unas reglas muy rigorosas de la vida solitaria.[30] Además, el estilo del padre Losa, sobrio y escueto según Rubial García,[31] más bien reproduce los recuentos biográficos de los santos latinos (como san Cipriano, san Ambrosio o el mismo san Fulgencio), tintados por el estilo de unas laudationes funebres (el género que conocemos sobre todo gracias a la biografía de Julio Agrícola escrita por Tácito) que las vidas orientales llenas de milagros, intervenciones de las fuerzas sobrenaturales etcétera. En este sentido la vida de Gregorio López continúa las tradiciones establecidas por la hagiografía latina de los siglos iii-vi. Parece curioso que el mismo cura Losa hace paralelos entre Gregorio López y los jóvenes san Gerónimo y san Hilario, aunque sin adentrarse en los detalles.[32] Este problema, que según nosotros es de mucha importancia filológica, merece un estudio aparte.

La narrativa de la vida de Gregorio López lleva todos los clichés y temas hagiográficos propios de la tradición cristiana a partir de la época tardoantigua, como, por ejemplo, el tema del puer senex, el niño anciano que no tuvo infancia.[33] La narrativa de Losa, a partir de cierto momento, aparece como testimonio de primera mano; incluso, según la nota de Rubial García, “parece que el autor llevaba un diario, ya que a menudo menciona fechas con gran exactitud”.[34]

El cargo del arzobispo Pedro Moya de Contreras, presentado en los años 1577 y 1578, fue el resultado de los rumores que provocó Gregorio López con su conducta de ermitaño, por haberse encontrado fuera de cualquier orden religiosa y con sus prácticas tan raras que habían provocado sospechas de haber profesado algún tipo de herejía. Encargó a los padres Francisco Losa y Alonso Sánchez de la Compañía de Jesús que investigaran las creencias de López; mientras tanto aquellos, “luego de examinar a Gregorio minuciosamente en materias de fe, satisfechos de su religiosidad, rindieron un informe tan cumplido en su favor, que, a consecuencia de él, el propio arzobispo hízole regalar y visitar con frecuencia”.[35]

Al llegar a México, Gregorio López alcanzó a ganar algún dinero trabajando con el escribano Eligio san Román y con el secretario Filomeno Turcios.[36] Desilusionado de la forma de vida que se llevaba en la capital del virreinato decidió irse a Zacatecas, pero unos cuantos días resultaron suficientes “para que presenciara un lance que mucho le impresionó: un día, en la plaza mayor de la ciudad de la plata y del frío, y en el momento de partir unos carros que llevaban el metal codiciado para la capital de la Nueva España, vio gran confusión, y Babilonia de pleitos, juramientos, perjurios, amenazas, riñas y pendencias, y que dos echaron mano a las espadas, y en el mismo punto se hirieron de suerte que a un mismo tiempo cayeron muertos”.[37] Entonces, de ninguna manera veía la Ciudad de México como una representación deseada de la Nueva Jerusalén, al contrario, tal vez la veía como encarnación de Babilonia por su “confusión”. Así que la decisión de López de huir a los lugares más desiertos y despoblados fue más que firme.[38]

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9786079946883
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