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EL ANUNCIO CADUCADO

ISA RUANO


Primera edición. Febrero 2021

© Isa Ruano Fuentes

© Editorial Esqueleto Negro

esqueletonegro.es

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esqueletonegro@outlook.com

ISBN 978-84-123251-3-3

Queda terminantemente prohibido, salvo las excepciones previstas en las leyes, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y cualquier transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual según el Código Penal.

INDICE

I 7

II 17

III 27

IV 32

V 38

VI 46

VII 53

VIII 55

IX 66

X 74

XI 82

XII 84

XIII 95

XIV 105

XV 109

XVI 118

XVII 121

XVIII 126

XIX 129

XX 136

XXI 139

XXII 143

XXIII 148

XXIV 151

XXV 166

XXVI 168

XXVII 175

I

Jaime entreabrió sus adormecidos ojos y se revolvió en la cama cubriéndose la cabeza con la manta. No quería ser molestado por la dañina claridad matinal que ya empezaba a colarse por la persiana casi totalmente subida. Otra vez olvidó bajarla, como casi todas las noches de casi todos los fines de semana que volvía a casa con alguna o bastantes copas de más y lo último que tenía en su cabeza era bajar la maldita persiana para que la luz de la mañana siguiente no le molestase.

Pensó en levantarse y bajar la dichosa persiana para poder seguir durmiendo más cómodamente en la oscuridad, pero al removerse de nuevo, todo su organismo se agitó y se revolvió de una manera desagradable y violenta en su interior, por lo que finalmente decidió seguir tumbado, mientras que por un ínfimo instante, su mente adormilada se preguntaba con cierta inquietud que hora sería, pero daba igual la hora que fuese, la noche anterior estuvo de marcha, bebió como un cosaco y al llegar a casa a las tantas, no se fijó en la persianita, lo que quería decir, que era fin de semana y podría estar todo el tiempo que quisiese en la cama hasta que su organismo atiborrado de alcohol fuese volviendo a la normalidad, no tenía que madrugar... su mente no dejaba de tribular sin permitirle volver a conciliar el sueño... o ¿¡sí tenía que hacerlo!?

La inquietud se apoderó completamente del resacoso Jaime y su mente, aún empañada por los restos del alcohol, se posó sobre esa delgada e invisible línea fronteriza que divide el país en el que la gente se desconecta de la realidad y todo puede ocurrir, del país en el que todo lo que puede ocurrir es real.

Por fin, y tras dar alguna vuelta más en la cama, las dudas y la incertidumbre le hicieron pasar al país de la realidad.

Despertó con la imperiosa necesidad de recordar que día y que hora serían, pero lo primero que le vino a la cabeza, fue un impresionante e incesante pinchazo que le hizo cerrar de nuevo los ojos y llevarse las manos a sus sienes, gesto que, a su vez, le hizo sentir unos incontrolables deseos de vomitar y que a duras penas pudo contener.

Después de unos segundos de increíble malestar en los que permaneció sin moverse con los ojos cerrados, cesaron en parte las náuseas y el dolor de cabeza, enjuagó su pastosa boca con su propia saliva y notó como a su mente llegaba un poco de claridad que le permitió recordar espesamente, que la noche anterior había estado tomando las primeras cervezas mientras veía el partido de fútbol del... ¡¡miércoles!!

Dio un salto y se incorporó de la cama con toda la rapidez que le permitió un nuevo y más poderoso estallido en su cabeza que llegó acompañado de nuevas y más incisivas nauseas a la vez que en su estómago comenzaba a formarse una voraz tormenta y sentía como subían imparables por su esófago todos los relámpagos y truenos del mundo.

Intentó dirigirse al cuarto de baño y tambaleándose, consiguió llegar a tiempo de inclinar la cabeza hacia el wáter para descargar un revuelto de bilis y restos de las bebidas que había tomado la noche anterior y que los órganos que se encargaban de eliminarlos y depurarlos, no habían sido capaces de hacerlo en su totalidad.

Debilitada un poco la tormenta, volvió lentamente a su habitación sujetándose la cabeza con las manos para apaciguar, en parte, la desagradable sensación de que, en cualquier momento, se le iba a desprender violentamente de sus hombros; se sentó en la cama y miró el reloj de su mesilla, comprobando con horror lo que ya se temía desde hacía unos momentos: eran las ocho y treintaicinco minutos y no era fin de semana, sino como ya había deducido, era jueves, luego entonces, hacía treinta y cinco minutos que debía de encontrarse en su trabajo.

Se vistió todo lo deprisa que le permitió su agobiante malestar físico y sin desayunar nada más que unos pausados tragos de leche y de agua junto con una aspirina y rezando para que sus padres no se levantasen en ese instante y le atosigasen con sus charlas, se dispuso a recorrer el trayecto que separaba su casa del lugar de trabajo, intentando que las náuseas no le hiciesen vomitar en su propio coche.

Durante el trayecto de tres escasos kilómetros que todos los días, de lunes a viernes, recorría en su coche desde su casa hasta el almacén donde trabajaba, Jaime se sumió en la más absoluta penumbra. Se encontraba mal, ya no tanto por su estado físico, que había mejorado sensible y milagrosamente después de tomar los tragos de leche y la aspirina, sino porque después de casi siete años trabajando en LOGÍSTICA RM, era la primera vez que iba a llegar tarde sin una causa que pudiese justificar tal hecho, porque desde luego que no era justificable que se hubiese despertado tarde y con una resaca de campeonato y además se hubiese olvidado de poner el despertador, o peor aún, que le hubiese puesto y lo hubiese apagado sin ni tan siquiera darse cuenta. No, no lo podía justificar. Pero ese tampoco era el mayor problema, él era un buen empleado, un trabajador competente y eficaz, como lo demostraba el hecho de que hacía poco le habían nombrado jefe de grupo. No pasaría de una pequeña bronca con sonrisa incluida por parte del encargado y ahí quedaría cerrado el asunto.

Pero había algo más que le hacía sentirse mal y eso, le asustaba, porque estaba a punto de llegar a la treintena y nunca antes recordaba haber tenido ese agónico sentimiento, salvo quizá, en una época que en aquel instante le vino con nítida claridad a la memoria. Contaría entre 19 y 20 años y la relación con su padre no pasaba por su mejor momento, suponía que por tantos fines de semana llegando a casa al amanecer o sin aparecer hasta el domingo, algo que no hacía mucha gracia a sus padres, en especial a su progenitor, y aunque le constaba que sus padres le adoraban, también entendía que hubiesen preferido verle estudiar más, sacarse una carrera y salir formalmente con una buena chica en vez de tanta juerga. Pero él trabajaba y cumplía con los deberes de la casa y a ellos, no les sacrificaba económicamente, por eso, no le sentaba especialmente bien que su padre, en especial, le abroncase y de ahí que tuviesen pequeñas discusiones. Una de las temporadas en que esas pequeñas batallas entre padre e hijo se hicieron más frecuentes, coincidió con las vacaciones de verano, que pasaban casi en su totalidad en el apartamento de la playa, que, para gran admiración de Jaime, su padre había sido capaz de comprar, además del piso donde vivían y el coche, con tan solo su salario de la fábrica textil donde trabajaba, todo ello para el disfrute y beneficio de la familia entera. Sin embargo, aquel verano su madre sufrió una extraña enfermedad que afortunadamente se fue con el verano, pero que le impidió visitar el apartamento de la playa como de costumbre y le obligó a quedarse en casa. Su padre, su hermana pequeña y el propio Jaime, fueron a pasar unos días al apartamento, principalmente por la insistencia de su madre de que estaba bien y podía quedarse en casa en compañía del otro hijo, que aquel verano tampoco podía ir al apartamento por cuestiones laborales.

A Jaime le encantaba pasar las vacaciones en el pequeño apartamento, allí había pasado momentos inolvidables, como la primera vez que hizo el amor con una chica, una preciosa jovencita con cara angelical que fue a pasar las vacaciones a la casa de su amiga, una vecina habitual del complejo de apartamentos; y aquel año, a pesar de la enfermedad de su madre, también le hacía ilusión ir, pero nada más llegar allí tuvo una nueva confrontación con su padre.

—¿Cómo está mama? —preguntó a su padre nada más levantarse y aún medio adormilado.

—Bien, dice que hoy ya no se ha tenido que volver a echar —le contestó su padre sin apartar la vista del televisor‒. Le he dicho que la llamarías luego, que habías venido a las siete y estabas aun durmiendo.

—Joder —murmuró Jaime—. ¿Por qué lo dices? ¿Qué querías que no hubiese salido en toda la noche y que me hubiese levantado a las nueve para hablar por teléfono con mama? Ya está mucho mejor y para estar en este plan, mejor nos habíamos quedado en casa —dijo levantando algo más la voz.

—Sólo te digo que estés un poco más pendiente de tu madre. Pero si encima te vas a cabrear porque te digo eso, creo que tienes razón, mejor nos habíamos quedado en casa —dijo esta vez su padre mirándole a la cara.

Pero Jaime ya no escuchaba nada, solamente tenía claro que su padre le volvía a echar en cara que se divirtiese como lo hacía cualquier otro chico de su edad, pero ahora con el pretexto de que su madre estaba enferma. Así que sin pensarlo mucho y con aquella idea fija en su cabeza, le dijo a su padre que, para estar discutiendo en vez de disfrutar de las vacaciones, se volvía para casa. Y aun sabiendo que su conciencia no se quedaba en absoluto tranquila, así lo hizo. Al día siguiente se despidió de su padre y de su hermana con un escueto y seco “me vuelvo a casa, ya nos veremos” y se dirigió a la estación de autobuses donde compró el billete de vuelta y regresó solo a su casa. Pero en el autobús no pudo dejar de pensar en lo sucedido con su padre el día anterior. Podía ser un cabezota que no era capaz de entender a su hijo de 19 años, pero lo realmente triste era que estaba viendo como la relación entre los dos cada vez se iba más al garete, y el dejar a su padre allí solo, con su hermana, no lo arreglaba en lo más mínimo. Al pensar aquello, un enorme sentimiento de culpa y tristeza llenó todo su ser, al mismo tiempo que aparecía otro completamente distinto, pero de igual intensidad: la sensación de que tenía que actuar rápidamente para cambiar aquella situación.

A ello se dedicó y lo primero que hizo cuando regresó su padre del apartamento a los pocos días, tiempo que por cierto se le hizo eterno, fue pedirle disculpas. Y aquel arrepentimiento resultó efectivo, porque a partir de entonces, las cosas se suavizaron entre ambos y hubo más comprensión y entendimiento por parte de los dos.

Después de diez años de aquellos sucesos con su padre, mientras Jaime conducía hacia su trabajo con 45 minutos de retraso, aquellos intensos e incisivos sentimientos que le asaltaron aquel verano en el autobús, volvieron a aparecer, pero esta vez no era la relación con su padre lo que necesitaba salvar.

Cuando llegó al trabajo, el encargado no le recibió con una sonrisa ni le dijo medio riendo “¿qué pasa Jaime, se te han pegado las sabanas?”, sino que le echó una mirada que hizo que a Jaime se le revolviese otra vez el estómago y dando golpecitos a su reloj con el dedo índice, le dijo, con una voz que hubiese hecho salir corriendo al mismísimo Rambo:

—¡Qué horas son estas, macho! El camión está a punto de venir y no tenéis nada preparado. Ya podéis daos prisa.

“Maldita sea, el jodido camión”. Entre la desagradable resaca y aquellos acusadores sentimientos que no habían dejado de atormentarle, Jaime había olvidado por completo que el día anterior dejaron a medio preparar la carga que debía de estar lista para poder salir a primera hora de aquella misma mañana, urgentemente.

—Lo siento Álvaro, se me ha parado el despertador —se le ocurrió decir al mismo tiempo que nuevas nauseas se esforzaban por subir desde su estómago, lo que hizo que apenas se le entendiesen las últimas palabras—. Estate tranquilo que el camión sale a la hora prevista —se esforzó en decir con claridad.

Álvaro le hecho una mirada que Jaime entendió muy claramente: “más vale que sea así”.

Prepararon la mercancía y cargaron el camión en tiempo récord, aunque Jaime tuvo que ir disimuladamente en varias ocasiones al lavabo a luchar contra los pinchazos de su cabeza y la tormenta, algo más debilitada, de su estómago.

Al final había salido bien librado, pero, ¿y la próxima vez que no se enterase de qué había sonado el despertador? Porque si seguía así, con aquel ritmo de vida que no le llevaba a ninguna parte, seguramente habría una próxima vez y tal vez dos, y tres...

Jaime empezaba a estar cansado de tantas resacas que le hacían sentirse a morir cuando se levantaba de la cama, de tantas bocas pastosas y dolores de cabeza al levantarse por las mañanas. Cada vez eran más frecuentes aquellos despertares y ya no era lo mismo que cuando empezó esa etapa de su vida después de finalizar su relación con Virginia. Había roto con ella después de cuatro años saliendo juntos y cuando terminaron, la palabra que sin duda mejor reflejó su estado de ánimo, fue la de libertad. Con 26 años se encontraba joven, con dinero, atractivo y con muchas ganas de divertirse y pasarlo bien, y aunque casi todos sus antiguos amigos mantenían una relación sentimental más sólida o habían rehecho sus vidas en otras direcciones distintas a la suya, siempre había alguien dispuesto para salir a tomar unas copas, bailar e intentar ligar con las chicas durante todas las noches de todos los fines de semana, como en los viejos tiempos antes de salir con Virginia.

Pero aquella nueva etapa de libertad parecía fundirse como un cubito de hielo expuesto al sol del verano, sin duda, algo estaba cambiando dentro de él, en su cabeza, en su percepción de la vida. Esas resacas cada vez más impresionantes, y ya no solo durante los fines de semana, ya no eran señal de que lo había pasado bien. Ya no se divertía tanto como antaño, cada vez conocía a menos chicas y las visitas a los clubs de alterne empezaban a ser muy frecuentes, demasiado frecuentes. Su vida empezaba a tomar una dirección que él no deseaba y todo lo que le ocurrió aquel día, dormirse, el recuerdo de sus vaivenes con su padre, el llegar tarde al trabajo y el justo enfado de Álvaro, eran la gota que colmaba el vaso.

Por eso, durante el resto de todo aquel día, tumbado en la cama, sin apenas haber probado bocado y esperando a que la resaca fuese desapareciendo, no pudo evitar pensar con angustia y con cierta desesperación, que debía de hacer algo para dar otro rumbo a su vida, necesitaba un cambio de rumbo que le aportase nuevas ilusiones, otras percepciones diferentes, pero... ¿qué podía hacer?


II

Hacía un mes que Eva había llegado a la ciudad y empezaba, sino a ser plenamente feliz, sí por lo menos a no recordar con tanta frecuencia su amargo y reciente pasado que le había hecho aterrizar en aquella enorme y desconocida ciudad.

En especial, aquel sábado se estaba riendo tanto que no lloraba de pena y de rabia por primera vez desde hacía bastante tiempo. Cada vez se encontraba más a gusto en “el grupo” que con tanto cariño la había acogido.

“El grupo” solía juntarse los viernes y sábados, generalmente a partir de las siete u ocho de la tarde y su lugar de encuentro desde su formación, era el pequeño, pero acogedor pub, “El Cielo”; aunque aquel sábado se habían reunido después de comer, ya que Rubén cumplía años y como acostumbraban, aunque habían sido pocos los cumpleaños desde su formación, el miembro del grupo que se convertía en un año más viejo, compraba una tarta o unos pasteles y se los comían acompañados de unos cafés y unas copas en “El Cielo”.

Después de comerse los pasteles y de prepararse unas copas, se pusieron a jugar a las cartas, y Eva, con el ánimo rozando niveles altísimos, sin duda por causa de los dos combinados de vodka con piña que se había tomado, pidió que le enseñasen a jugar al Mus, a lo que se ofreció inmediatamente y con gran euforia, Rubén, cosa que no sorprendió demasiado a los demás miembros del grupo, pues desde la llegada de Eva al mismo, todos se habían ido dando cuenta del desbocado aumento que iba experimentando el interés que Rubén iba poniendo en ella, hasta el punto de que ya todos pensaban que estaba completamente enamorado.

Y seguramente así era. Rubén, en el día de su cumpleaños, se encontraba inmensamente feliz y lleno de dicha sentado al lado de Eva, intentando enseñarle a jugar al Mus rodeados por el resto del grupo, al que sin duda debía el haberla conocido. Todo en su vida era fantástico y dio gracias a Dios por haberle otorgado la oportunidad de formar aquel grupo y acto seguido, conocer a Eva, la chica más maravillosa del mundo; porque él había sido uno de los fundadores del grupo, algo que ocurrió después de conocer a Luis durante el último mes de octubre, circunstancia que ocurrió seguramente, por la gran admiración que Luis despertó en él. Le vio por primera vez en el estanco de su propiedad y que él mismo dirigía y gestionaba. Le causó una grata impresión la manera tan segura, y a la vez sencilla y amable, con la que aquel tipo hablaba y pedía tabaco, adornada con aquel gracioso acento andaluz y que, junto con un rostro de piel morena y de un increíble atractivo, Rubén pensó enseguida que aquel chico volvería locas a un gran número de mujeres tan solo con mirarlas y dirigirlas unas simpáticas palabras. Le volvió a ver asiduamente por el estanco, y por la natural simpatía de Luis, no era difícil que los dos mantuviesen largas conversaciones de cualquier tema por trivial que éste fuese, y sin apenas darse cuenta, Rubén se encontró tomando unas cervezas en el cercano pub “El Cielo” en compañía de Luis. Enseguida pudo comprobar de una manera más personal que, efectivamente, Luis era una persona muy agradable con la que se podía hablar de una manera sencilla y amena de cualquier cosa, exceptuando su pasado, del que apenas hablaba y del que solo pudo saber que la última ocupación de Luis había sido la de “guardayates” en una importante ciudad costera del sur y que, desde allí, había llegado directamente a buscarse la vida en la gran ciudad.

Empezaron a salir juntos de copas por lo locales de moda de la zona y Rubén pasó una temporada francamente buena, no recordaba haberlo pasado tan bien, al menos, desde la época en la que salía de marcha con su amigo el guardia civil. Disfrutaron de la vida nocturna, y el atractivo y agradable carácter de Luis, hacían que tuvieran numerosas ocasiones para conocer chicas, por lo que a Rubén no le faltaban las oportunidades de tener algunos “rollos”, de los que por otra parte, no terminaba sacando ningún otro provecho.

Su admiración por Luis iba en aumento día a día, hasta que poco antes de Navidad, éste salió de la discoteca donde se encontraban acompañado de una atractiva rubia y Rubén no volvió a saber de él hasta los primeros días del mes de febrero, fecha en la que Luis se presentó de nuevo en el estanco, así sin más, y al volver a verlo, Rubén sintió una gran satisfacción que quiso disimular intentando parecer molesto por su inesperada desaparición y por no haber contactado con él en todo aquel tiempo, pero una disculpa de Luis referente al poder de las mujeres para absorber todo el tiempo disponible de un hombre, sirvió para que el dueño del estanco despidiese a su supuesto enfado y aquella misma tarde, terminasen nuevamente tomando unas copas en “El Cielo”.

Rubén no se molestó en preguntar a Luis donde había estado todas aquellas semanas, supuso que disfrutando de la compañía de la atractiva rubia con la que se había marchado, porque sabía que no le hablaría de ello, así que se dedicaron a conversar animadamente como hacían antes de la inesperada desaparición.

Cuando se disponían a levantarse para marcharse a sus casas, Rubén preguntó, intentando ocultar su ansiedad por escuchar la respuesta:

—Te llamo el viernes o... ¿tienes qué ver a la rubia?

—No —sonrío Luis—, probablemente ya no la veré más, pero quiero descansar, por lo menos una temporada.

—¿Descansar? ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a estar sin salir de tu casa todo el tiempo como un ermitaño? —preguntó extrañado Rubén.

—No hombre, me refiero a llevar una vida más tranquila, más sosegada. Las noches son fantásticas, pero te dejan un poco hecho polvo después de un tiempo.

—Ya, tú lo que quieres es una chavala a tu lado —dijo algo apagado Rubén.

—No exactamente, he pensado que podríamos formar un grupo.

—¿Un grupo? —preguntó extrañado Rubén, pero a la vez animado, ya que con aquel “podríamos”, parecía que Luis aún contaba con él, fuesen cuales fuesen los planes que tenía en su cabeza.

—Sí, “El Cielo” sería como nuestro cuartel general, y de paso le animamos el ambiente a “Guille” —dijo señalando con un movimiento de la barbilla al hombre que atendía a los clientes detrás de la barra y que también era el dueño del pub.

—¿Cuartel general? Creo que te has vuelto loco, Luis. ¿Y qué vas hacer? ¿Ir preguntando por la calle a la gente si quieren reunirse contigo en un pub que está pegadito a tu casa para formar un grupo?

—No, escucha —dijo Luis como un padre que intenta explicar los deberes a su hijo—. He pensado en poner un anuncio en algún periódico, en la sección de contactos. Daríamos mi antiguo móvil como teléfono de contacto y entre los dos seleccionamos a los miembros que más nos gusten.

Rubén guardó un momento de silencio como un alumno al que le cuesta asimilar una complicada explicación del profesor.

—Pero... ¿Por qué quieres hacer eso? —preguntó por fin.

—Ya te lo he dicho, Rubén, necesito pasar una temporada tranquila, y que mejor manera que formar un pequeño grupo de chicos y chicas elegidos por nosotros, a los que les guste pasar las tardes jugando a las cartas, a los bolos, al futbolín, que les guste pasar un fin de semana tranquilo en el campo rodeados por la naturaleza y qué sé yo, todas esas cosas que hace la gente tranquila.

A Rubén no le hizo mucha gracia la idea del grupo, y mucho menos la del anuncio, ¿qué clase de gente se podría conocer a través de un periódico? Seguramente tíos y tías medio tontos y totalmente reprimidos y deprimidos que no serían capaces de tener sus propias amistades. Gente ridícula. Pero, por otra parte, sabía que Luis estaba decidido a llevarlo a cabo y no quería perder su amistad, por supuesto que no. Estaba seguro que si fuese mujer o gay, ya estaría perdidamente enamorado de él.

De esa manera y sin perder demasiado tiempo, empezaron a formar “el grupo” y en el mismo mes de febrero, ya estaban “entrevistando” a los candidatos y candidatas. No tuvieron que hacer muchos descartes, porque tampoco fueron muchas las llamadas que recibieron, y después de dos semanas, ya lo tenían formado y compuesto por tres chicas y cinco chicos incluidos ellos dos, y para sorpresa de Rubén, “el grupo” empezó funcionando de una manera satisfactoria. Lo pasaban francamente bien y sus actividades, se asemejaban bastante con la idea inicial de Luis de llevar una vida tranquila, era divertido y los componentes no parecían reprimidos ni ridículos, al menos la mayoría y probablemente, con el tiempo, podría formar pareja con alguna de las tres chicas, que no estaban del todo mal.

Pero los planes de Rubén sufrieron un inesperado cambio, cuando a finales de marzo, Fátima, una de las componentes femeninas del grupo, se presentó en “El Cielo” diciendo si podían admitir en “el grupo” a la chica que le acompañaba.

Eva fue admitida de inmediato y en las dos semanas siguientes que pasaron, Rubén se enamoró de ella. Se sintió hechizado al instante por aquella preciosa pelirroja, porque Eva era bonita, pero diferente a cualquier otra guapa mujer de suaves rasgos y perfectas simetrías en su rostro. Mirar a Eva era distinto. Mirarla, era sentir de inmediato una fuerte atracción producida por el intenso magnetismo que emanaba de sus grandes y preciosos ojos oscuros que resaltaban en una increíble pero perfecta armonía, sobre su cara blanca y su cabello pelirrojo.

A Rubén no le importó lo que los otros chicos del grupo pudiesen sentir por Eva, ella tenía que ser para él, ni siquiera lo que pudiese sentir su gran amigo Luis, al que, por otra parte, informó enseguida de sus sentimientos hacia Eva e incluso le pidió ayuda en la conquista de la chica.

Nunca había sentido nada parecido por ninguna otra mujer y en poco tiempo, Rubén tomó la decisión de hacer todo lo posible y todo lo imposible por conseguirla, y aquella noche, precisamente el día de su cumpleaños, estaba decidido a declararla su amor, aunque después de las copas, dudaba si aquel sería el mejor momento, Eva no paraba de reír y de bailar en la minúscula pista de “El Cielo”, sin duda había bebido más de lo que acostumbraba. En realidad, todos estaban más animados de lo normal, “al fin y al cabo estamos celebrando mi cumpleaños” pensó Rubén.

Decidieron pasar toda la noche en “El Cielo”, que, aunque no solía abrir de madrugada, cuando “el grupo” decidía pasar la noche allí, “Guille” no ponía ningún problema y les permitía quedarse en el local.

La pequeña pista de baile enseguida se abarrotó por todos los miembros del grupo que bailaban y reían animadamente, exceptuando a Luis, que se encontraba en la también pequeña cabina de discos pegada a la pista, haciendo de improvisado pinchadiscos. De pronto se paró la música y se oyó la voz de Luis intentando emular a los marchosos disc—jockeys de moda que tanto hacen bailar a la multitud en las grandes discotecas y salas de baile.

—¡Ladies and Gentlemen! Esta canción que va a sonar a continuación está dedicada al caballero que hoy cumple 32 años. Perdóname por delatarte. ¡Felicidades pedazo viejo!

Una romántica canción sin ningún tipo de ritmo bailable, salvo de una manera muy, muy lenta, empezó a escucharse por los altavoces y todos empezaron a despejar la pista entre simpáticas protestas hacia el “pincha”.

Rubén, enseguida comprendió lo que Luis pretendía y sin pensárselo dos veces, pidió a Eva que bailase con él. Ella aceptó para su infinita satisfacción y enseguida sintió como toda su sangre empezaba a circular por sus venas a una increíble velocidad. Era la primera vez que sus manos tocaban a Eva tan íntimamente, y al sentir la presión del cuerpo de la chica contra el suyo cuando la cogió por la cintura, experimentó un estado de bienestar que deseó durase eternamente, pero todo volvió a la normalidad cuando una pieza musical de un estilo algo más movido sustituyó a las canciones lentas y ella se separó nuevamente de él.

La fiesta continuó su curso y cuando ya de madrugada todos se despidieron y se fueron yendo a sus casas, Rubén no pudo evitar que aflorase con una gran fuerza, el recuerdo de Eva bailando bien pegadita a él. Anduvo en la fresca noche los pocos metros que separaban “El Cielo” de su casa sumergido en un angustioso sentimiento lleno de fuertes contradicciones, por una parte, la certeza que tenía de que nada podía entrometerse en su camino hacia la chica, a la que no parecía disgustar su compañía y que seguro terminaría enamorándose de él, aunque después de bailar juntos, ella se había acercado mucho menos a él, pero eso no significaba nada, claro que no, tan solo era un signo de su timidez; pero por otra parte, no terminaba de llegar ese momento en el que todo se volviese dicha y felicidad y su relación con Eva fuese una realidad, y eso le corroía el alma.

Llegó a la puerta del bloque de edificios donde se encontraba su piso y no pudo evitar ponerse a llorar de rabia, maldiciéndose por no haber sido capaz de decirla claramente lo que sentía por ella. Se tranquilizó enseguida diciéndose que tenía tiempo y que no debía precipitarse, todo iba a salir bien, aunque una pequeña inquietud cruzó por su mente como una fugaz y negra visión.

III

A la mañana siguiente, Eva se despertó con una resaca que quizá, para otra persona que hubiese estado un poco más acostumbrada que ella a beber alcohol, no hubiese sido tan fuerte o en todo caso, aguantable, pero para ella era la peor resaca que jamás había tenido nadie sobre la fac de la Tierra.

No tenía ni idea de lo que podía hacer para mejorar su estado físico y no tener que estar todo el día en la cama con la cabeza debajo de la almohada intentando no pensar en el terrible dolor de cabeza y el odioso mal cuerpo. Valientemente, se levantó y pensó que una aspirina y una ducha podrían ayudarla algo.

Mientras se duchaba lentamente, intentando no agitar demasiado su revuelto estómago, el recuerdo de Rubén apretándola contra él mientras bailaban la noche anterior en la pequeña pista de “El Cielo”, llegó a su cabeza, recordó cómo se apartó algo confusa cuando terminó la pieza de baile, había notado en sus palpitaciones y en la forma en que la apretaba contra él, algo más que simple afecto y atravesando la barrera del alcohol, aparecieron las dudas. Después del baile decidió acercarse lo menos posible a Rubén, algo que no le resultó muy difícil, porqué debido al estado de ánimo que invadía a todo “el grupo”, todos estaban con todos y nadie dedicaba especial atención a nadie.

En los días que llevaba con “el grupo”, no se había planteado la posibilidad de salir con ningún chico, tenía que superar, mejor dicho, debía de ayudar a su madre a superar la reciente experiencia que las había arrancado de su pueblo, de su casa, de sus vidas y las había colocado en aquella nueva vida. Día a día lo estaban consiguiendo e incluso su madre ya tenía algunas amigas y salía a divertirse de vez en cuando. Debía de dedicar toda su atención a que todo continuase por aquel camino, luego, ya vendría el tiempo de los novios y los amores. Si es que llegaban.

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