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LAS AZULEJERÍAS

DE LA HABANA

CERÁMICA ARQUITECTÓNICA ESPAÑOLA EN AMÉRICA

INOCENCIO V. PÉREZ GUIELÉN

PUV

2004

© de la edición: Universitat de València, 2004

© de los textos, fotografías y dibujos: Inocencio V. Pérez Guillén, 2004

Edición: Publicacions de la Universitat de València

Diseño: Antoni Domènech

Textos, fotografías y dibujos: Inocencio V. Pérez Guillén

ISBN: 978-84-370-9422-9

Depósito Legal: V 1878-2004

Realización e impresión: La Imprenta, Comunicación Gráfica, S.L.

LAS AZULEJERÍAS DE LA HABANA

CERÁMICA ARQUITECTÓNICA ESPAÑOLA EN AMÉRICA

EL 14 DE DICIEMBRE DE 1982 la Comisión para la Educación, la Ciencia y la Cultura de la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad el núcleo monumental y urbanístico de La Habana Vieja. Desde esa fecha hasta la actualidad circunstancias como las leyes patrimoniales o el boicot de los Estados Unidos de Norteamérica no han sido factores especialmente favorables para la conservación de elementos originales en La Habana. Sin embargo, todavía hoy, permanece in situ, afortunadamente intacto, el más importante conjunto de cerámica arquitectónica española del siglo.

Sólo el profesor de Historia del Arte de la Universitat de València Inocencio Vicente Pérez Guillén podía abordar la empresa de reconstruir y clarificar el panorama cerámico en la ciudad de La Habana. Su trayectoria profesional impecable, la rigurosidad y seriedad de sus publicaciones, y su conocimiento vasto y profundo de la azulejería valenciana de los siglos XVIII y XIX hacía presagiar un trabajo con todas las garantías. Muestra de ello son trabajos como el que publicó en 1991, La pintura cerámica valenciana del siglo XIIII, o en 1996, en dos volúmenes, Cerámica arquitectónica valenciana. Los azulejos de serie (siglos XVI-XIX), o en 2000, tres tomos con Cerámica arquitectónica. Azulejos valencianos de serie. El siglo XIX, y, más recientemente, en 2002, La cerámica arquitectónica valenciana. Los productos preindustriales: del siglo XV al XIX. Ahora, una vez concluido el libro La Cerámica arquitectónica española en América: Las azulejerías de La Habana, estamos seguros de la afirmación inicial.

Tal y como se revela en el libro que presentamos del profesor Pérez Guillén, la mayoría de los conjuntos cerámicos estudiados, inventariados y sistematizados, procedentes tanto de colecciones públicas como privadas, no son de origen sevillano, como se venía afirmando, sino que se trata de azulejos holandeses del siglo XVII, catalanes del XVIII y XIX y, la mayor parte, con bastante diferencia, son importaciones valencianas de fábricas de la ciudad de Valencia, de Castellón de la Plana, de Manises, de Quart y, fundamentalmente, de Onda.

Sin embargo, con la relevancia que supone la identificación de las fuentes cerámicas de La Habana por el profesor Pérez Guillén, no se cierra el capítulo de aportaciones de este libro. Por primera vez, a pesar de su excepcional importancia, estas azulejerías han sido fotografiadas, inventariadas y ordenadas en este riguroso estudio de las azulejerías de La Habana del periodo colonial. Además, esta obra tiene el valor añadido de al menos preservar en forma de documento gráfico y escrito unas piezas que corren serio riesgo de desaparición física, ya que la mayor parte de los edificios que las contienen se encuentran en estado ruinoso, debido fundamentalmente al abandono sufrido durante casi medio siglo.

Sólo desde la aplicación de una seria y rigurosa metodología se explica el resultado de este libro. La distancia geográfica no ha sido, como podría pensarse, el principal problema con el que se ha encontrado el autor del libro. La investigación de campo se centró en un exhaustivo rastreo de todos los edificios del centro histórico de la capital de Cuba y de los ensanches del siglo XIX: Calzada del Cerro, Paseo del Prado… También se han revisado los fondos procedentes de derribos que se conservan en los almacenes del Museo del Gabinete de Arqueología, así como los fondos del Museo de la Ciudad en el Palacio de los Capitanes Generales, de la Casa de la Obrapía, de la Casa del Árabe y de alguna incipiente colección privada. El estudio se ha completado además con el análisis de los fondos arqueológicos procedentes de distintas campañas de excavaciones.

Toda esta información se presenta ordenada de forma cronológica, estilística, por orígenes fabriles, tipologías, funciones, fuentes y modelos. El resultado es un libro, con casi cuatrocientas páginas a color, donde se revisan las importaciones americanas desde el siglo XVI al XIX, con especial incidencia en las importaciones valencianas de Onda, las azulejerías religiosas y civiles y un estudio de las tipologías cerámico-arquitectónicas detectadas en La Habana clasificadas según el tipo de azulejo utilizado, por sus dimensiones, según su ubicación, por la estructura del despiece y por su organización.

A continuación el profesor Pérez Guillén pasa a exponer un inventario de casi quinientos modelos cerámicos de serie de origen valenciano, ordenados según distintas categorías. Aunque también se analizan los azulejos seriados no valencianos. Otro capítulo importante de esta obra lo constituye el estudio de las series de paneles con paisajes y floreros del siglo XIX que se pintaron por encargo, que no se produjeron en serie en las fábricas de origen. Concluyendo el estudio con la exposición de algu nos conjuntos neorrenacentistas del periodo poscolonial de Sevilla y Talavera. A continuación se expone la bibliografía general y tres índices: de fábricas citadas, en el que además de la denominación se hace una breve referencia a cada una de ellas con los datos conocidos en la actualidad, un índice topológico, con las direcciones de calles y edificios de La Habana que se han estudiado, y un índice general.

Así pues, es una satisfacción poder contar con un libro de esta magnitud, cuya visión transversal de la Historia del Arte formaliza una concepción hoy plenamente aceptada, donde procesos y centros de producción, fabricantes, iconografía y otros diversos aspectos se interrelacionan para dibujar un perfil amplio de la presencia de la azulejería en la capital de Cuba. Un trabajo bien elaborado, clarificador de las distintas secuencias de la azulejería de la ciudad de La Habana, riguroso metodológicamente, serio desde el punto de vista analítico y revelador de las profundas y constantes relaciones entre España y América.

RAFAEL GIL SALINAS

Vicerrector de Cultura

QUIERO EXPRESAR mi más entrañable recuerdo y mi sincero agradecimiento a Leandro S. Romero Estébanez que fue Director del Gabinete de Arqueología de La Habana y que me brindó desde el primer momento su apoyo incondicional. A medida que yo lo convencía de la importancia extraordinaria de las azulejerías habaneras y le confirmaba lo que él había intuido desde años atrás, más me animaba a llevar a cabo el trabajo –árduo– de inventariar y sistematizar este conjunto cerámico único. Mi llegada al Gabinete fue tan sorprendente para mí –a la vista de lo que allí se conservaba– como para él, que tenía un cúmulo de informaciones erróneas al respecto, llegadas, hay que decirlo, de fuentes hispanas. Su generosidad, proporcionándome cuantos datos poseía, sin contrapartidas, acompañándome físicamente en mis periplos habaneros para facilitar mi trabajo, además del placer del descubrimiento de lo inédito, ha dejado en mí una huella de afecto imborrable.

Pero el libro no hubiera sido posible sin la aportación decisiva de Roger Arrazcaeta Delgado, que sucedió a Romero en la dirección del Gabinete de .Arqueología. Me proporcionó nuevos datos, me abrió todas las puertas de otros museos e instituciones, me concedió todas las facilidades para que los importantes fondos de la institución que dirigía pudieran ser estudiados por mí sin traba alguna. Compartimos duras jornadas de trabajo de campo; duras para mí por el clima de La Habana en agosto, por la edad y la premura, pero placenteras sin medida por su ayuda y compañía; me mostró con erudición y profundo respeto –mútuo– muchos lugares inéditos, incluso aquellos a los que acceder suponía riesgos que por fortuna no se cumplieron.

Agradezco también al pueblo de La Habana su generosidad sin límite; casi nunca se nos impidió el acceso a los ámbitos más privados y casi siempre sus moradores fueron amables y pacientes, proporcionando todo tipo de informaciones –salvo en una ocasión– a pesar de las duras condiciones en las que en algún caso se tomaron los datos y la evidente incomodidad a la que sometimos a muchos de ellos.

Mi reconocimiento ha de extenderse también a quienes han posibilitado la publicacón del libro tal como yo lo había deseado siempre: el Museu del Taulell d’Onda y su director Vicente Joan Estall i Polés; el consistorio del que directamente depende esta institución, presidido por D. Enrique Navarro Andreu y la Universitat de València, especialmente su Vicerrector de Cultura Dr. Rafael Gil Salinas.

IV. PÉREZ GUILLÉN

1
AZULEJERÍAS
EN LA HABANA


AZULEJERÍAS EN LA HABANA:
LAS IMPORTACIONES Y LOS USOS ARQUITECTÓNICOS

EL NÚCLEO MONUMENTAL Y URBANÍSTICO de La Habana Vieja fue declarado por la Comisión para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en sesión celebrada el 14 de diciembre de 1982, Patrimonio de la Humanidad. Es una de las causas por las que la preservación en La Habana de elementos originales de todo tipo es realmente excepcional e incluye, prácticamente intacto el más importante conjunto de cerámica arquitectónica española del siglo XIX que permanece in situ.

La mayor parte de estas azulejerías –según hemos podido comprobar– son importaciones valencianas (fábricas de la ciudad de Valencia, de Castellón de la Plana, de Manises o Quart de Poblet, pero sobre todo de Onda) y no sevillanas, como en Cuba se estimaba hasta ahora generalmente.

Aunque Onda es la localidad con mayor número de fábricas identificadas (El Bólido, La Campana, Cipriano Castelló Alfonso, Eloy Domínguez Veiga, La Esperanza, El León, El Molino, Nueva Ondense, La Valenciana), quedan en minoría si las comparamos con el conjunto de centros de producción detectados; sin embargo el volumen de las exportaciones procedentes de esta localidad castellonense en el periodo colonial, a juzgar por las azulejerías descubiertas, es superior al que llegó del resto de procedencias. Es por ello el de La Habana sin duda el mayor conjunto de azulejos de Onda del siglo XIX existente en la actualidad. Resulta además ampliamente representativo del comercio exportador a América, ya que el puerto de La Habana –donde nunca existieron hornos cerámicos– fue receptor y redistribuidor para el resto del continente, mientras perteneció a la Corona de España, de este tipo de productos cerámicos llegados de la metrópoli. A pesar de su importancia excepcional, estas azulejerías no han sido hasta la fecha fotografiadas ni inventariadas y mucho menos objeto de un estudio riguroso como el que proponemos.


Nuestro trabajo de investigación abarca varios aspectos: investigación de campo, la más extensa; consistió en un exhaustivo rastreo, edificio por edificio, del centro histórico de la capital de Cuba y de los ensanches del siglo XIX (Calzada del Cerro, Paseo del Prado, etc.). Además realizamos una revisión completa y toma de muestras de los fondos procedentes de derribos –a lo largo de muchos años– que se conservan en almacenes del Museo del Gabinete de Arqueología y no han sido inventariados hasta ahora. Igualmente contamos con los fondos –escasos pero de gran interés– del Museo de la Ciudad en el Palacio de los Capitanes Generales; de la Casa de la Obrapía; de la Casa del Árabe y de alguna incipiente colección privada.


Incorporamos a nuestro estudio una serie de hallazgos inéditos procedentes de campañas de excavaciones arqueológicas realizadas por especialistas cubanos, sí inventariados, pero no estudiados hasta ahora.

Todas estas azulejerías han sido sometidas a un trabajo de sistematización que supone su ordenación cronológica, estilística, orígenes fabriles, tipologías, funciones, fuentes y modelos, etc., tras el cotejo con productos valencianos, con la documentación que conocemos y con la casi inexistente bibliografía especializada al respecto.

LAS EXPORTACIONES DE AZULEJOS EN AMÉRICA

El mercado americano fue para la azulejería valenciana del siglo XIX un estímulo nada desdeñable para la producción; sólo conocemos datos estadísticos de la exportación de azulejos a distintos países del Nuevo Continente en la segunda mitad del siglo XIX, recogidos por la Dirección General de Aduanas y Aranceles a partir de 18491. Entre esta fecha y 1860 no disponemos de cifras de azulejos enviados desde cada puertoaduana español y únicamente conocemos la cantidad global que llega a cada país americano. Hay que determinar pues, a partir de los restos que permanecen allí aún in situ, la procedencia hispana más concreta y la intensidad del flujo exportador de cada centro. A partir de 1861 sí sabemos las procedencias portuarias y por consiguiente el área geográfica de fabricación.

El puerto de Cádiz, del que procederían los azulejos holandeses de La Habana (cfr. cat. 468 ss.) apenas exporta azulejos en el siglo XIX y cuando lo hace se trata de cantidades muy poco importantes, lo que evidencia la escasa envergadura industrial de la azulejería sevillana que, hasta que el propio puerto de Sevilla fiscalice las salidas, debe utilizar necesariamente esta vía por su proximidad geográfica. En 1864 se embarcaron por el puerto de Cádiz 7.000 azulejos, pero no con destino a América sino “a África” y sí se exportaron en cambio ladrillos a Cuba, donde como veremos no había hornos cerámicos, ni siquiera para elementos constructivos de producción sencilla. En 1865 fueron expedidos desde Cádiz 5.000 azulejos y ya no se menciona más exportación hasta 1876 en que la cantidad fue de 3.800 Kg2; luego descendió: en 1877 tan sólo de 1.000 Kg y en 1879, 127 Kg, una cifra casi ridícula que no fue mucho mayor en 1881 (1.300 Kg) pero aún disminuyó en 1883 (40 Kg) y 1885 (90 Kg). A partir de 1886 Cádiz aumento las ventas de azulejos a América pero siempre en cantidades muy modestas si se comparan con las que aquellos años salían desde Valencia o Barcelona sólo hacia ese continente3. Hasta final de siglo únicamente en dos casos la exportación azulejera desde Cádiz tuvo algún relieve; en 1890, cuando salieron más de 11.000 Kg y sobre todo en 1892 cuando se alcanzaron más de 14.000 Kg, superando –ese año– al puerto de Valencia que registró excepcionalmente una baja precisamente entonces. Si se relacionan las exportaciones de Cádiz con la producción de Sevilla hay que mencionar enseguida que esta ciudad empezó a remitir desde su propia aduana, y de forma simultánea a Cádiz, partidas de azulejos desde 1883. Estas cantidades fueron al principio también muy modestas4 (304 Kg en 1883, pero destinados a países europeos y africanos y 165 Kg en 1884 que sí fueron a América) y aunque luego se incrementaron –en 1895 se sobrepasaron los 14.000 Kgy en 1896 los 15.000 Kg; en 1899, 11.873 Kg– muchos años sólo fueron algunos centenares de kilos los exportados. Incluso teniendo en cuenta que en 1898 y 1899 se incorporaron a esta actividad exportadora los puertos de Algeciras (11.091 Kg) y Ayamonte (28.726 Kg), las cifras en el mejor de los casos están muy lejos de las valencianas. En términos generales hay que admitir la perdurabilidad de los vidriados de forma que incluso fragmentados, reducidos a escombros o víctimas de reformas de los edificios que los contenían, deben permanecer, bien in situ bien soterrados, en espera de una investigación arqueológica que sin duda acaecerá en el futuro5.

Por el puerto de Málaga salieron sólo ocasionalmente (en 1891, Y entre 1894 y 1899)6 azulejos. En 1894 llegaron a más de 11.000 Kg, pero los otros años fueron cantidades muy poco importantes.

Alicante sí exportó sistemáticamente productos cerámicos en el siglo XIX: ladrillería, lozas y barros vidriados ordinarios con destino a Argelia; en 1880, excepcionalmente salieron de allí 1.270 Kg de azulejos. En 1886 coincidiendo con el inicio de la actividad de una fábrica de mosaicos situada en el sur de Valencia, La Alcudiana, se expidieron desde Alicante 4.000 Kg de mosaico y loseta que debían proceder de esa fábrica y al año siguiente esa cantidad se incrementó hasta 41.123 Kg. Sin embargo, en el resto del siglo no se embarcaron más azulejos por este puerto.

Palma de Mallorca tampoco exporta azulejos a pesar de contar con alguna fábrica; de su puerto salen partidas de “barro obrado” hacia Argelia principalmente y según las clasificaciones de Aduanas, tejas o ladrillos. En 1892, sin embargo, se exportaron 10.000 Kg de azulejos. Este hecho singular viene a coincidir con otros que deben relacionarse: también excepcionalmente Castellón saca directamente por su puerto azulejos en 1893 (12.000 Kg) y Alicante ve dispararse hasta más de un millón7 de Kg de barro ordinario vidriado, lozas y vajilla, quizá algún azulejo, hasta el punto de que ese mismo año han de incorporarse a las exportaciones de estos materiales los puertos próximos de Denia, Torrevieja y Santa Pola8.


El puerto de Castellón a pesar de existir fábricas de azulejos en la propia ciudad y sobre todo en la vecina Onda no exporta azulejos en todo el siglo XIX. No tenía categoría administrativa ni técnica para ello; en 1873 no pasaba de ser un “pequeño fondeadero”9; como hemos visto hubo un intento en 1893 que continuó al año siguiente, pero en 1894 la cifra de ventas fue más baja (8.220 Kg) y en 1895 dejó de exportar azulejos.

Onda, que ya en 1873 era un importante centro productor de cerámica arquitectónica de revestimiento, aunque mantuvo una intensa relación comercial –vino, algarrobas, higos secos– con el puerto de Burriana, nunca exportó por allí azulejos. Tenía en cambio en esa fecha una nueva carretera que comunicaba la población –cuatro coches diarios– con todos los trenes de Villarreal10 que podían acceder directamente a Valencia y su puerto. Desde 1860 Castellón estaba conectado con Valencia por ferrocarril y desde 1893 un tren de vía estrecha unía Onda con el puerto de Castellón.

Las aduanas –los puertos– por los que salieron pues de forma constante y sistemática importantes partidas de azulejos en el siglo XIX, fueron en definitiva los de Barcelona y Valencia.

Entre 1849 y 1870 el registro de datos de tales exportaciones hacia América está efectuado en número de azulejos por lo que toda comparación ha de tener en cuenta que los valencianos son de 20 a 21 cm de lado, mientras que los catalanes miden alrededor de 13 cm, es decir, tienen menos de la mitad de superficie; ello significa por ejemplo que en 1862 salieron de Valencia poco más de 60.000 azulejos, mientras que de Barcelona lo hicieron casi 80.000; el peso y en definitiva la superficie chapable con lo exportado por el grao valenciano supera ampliamente las ventas exteriores del barcelonés.

Entre 1861 y 1872 las exportaciones valencianas a América triplican como mínimo a las catalanas; incluso las superan en 1867 cuando desde Barcelona salen excepcionalmente más de 380.000 piezas, por las razones –extensión superficial y grosor de las piezas– que apuntamos antes. Después de la pausa del periodo republicano tras el destronamiento de Isabel II, a partir de 1875, se reanudan las exportaciones con un predominio valenciano hasta 1886; entre esta fecha y 1894 es Barcelona la que envía azulejos en grandes cantidades a América, mientras que las que salen de Valencia son algún año casi insignificantes, así en 1892 desde Cataluña se vendieron más de 400.000 Kg y desde Valencia apenas 10.000. Pero la relación se invierte de nuevo en 1895 y el puerto de Valencia bate cifras en los últimos años del siglo con más de 480.000 Kg, a mucha distancia por encima del de Barcelona.

El puerto de Valencia no sólo exportó azulejos; otros materiales cerámicos para la construcción como baldosas y mosaicos –sobre todo de Nolla–, refractarios, etc., fueron objeto también de ventas exteriores, contabilizados en los registros de aduanas en un apartado específico.

LAS IMPORTACIONES CUBANAS

En la isla no existieron en todo el periodo colonial hornos cerámicos por lo que incluso los ladrillos comunes hubieron de ser importados; este hecho que puede hacer comprensible la abundancia de construcciones pétreas o el uso del adobe para las más humildes, explica las abundantes importaciones de azulejos y evita que, en cualquier caso, puedan establecerse atribuciones equívocas de una producción local como sucede en México con Puebla. Además no hay que olvidar la sensación de frescor y limpieza que los azulejos confieren sobre todo en un clima cálido como el cubano y ciertas peculiaridades del interiorismo arquitectónico local que no se dan en la península.


Vista de la ciudad y puerto de La Habana. Litografía de E. Laplante.


EL SIGLO XVI: LA AZULEJERÍA SERLIANA SEVILLANA Y TALAVERANA (420-431)

La importación de azulejos españoles debió iniciarse ya a finales del siglo XVI. Conocemos ejemplares11 procedentes del convento de San Francisco de La Habana que son de indudable fabricación talaverana o trianera, con las características comunes a los azulejos que se hacen en estos centros, o que fabrica Lorenzo Madrid en Manresa (Barcelona) o Antonio Simón para el Colegio del Corpus Christi de Valencia en torno a 1600. El convento de San Francisco fue edificado efectivamente entre 1580 y 1600 aunque a finales del siglo XVII el edificio que se hallaba en un estado ruinoso hubo de ser reconstruido, erigiéndose la actual iglesia entre 1719 y 173812. Los restos cerámicos deben proceder de la fábrica antigua por sus características: en un caso se trata de una cinteta con un trenzado serliano muy difundido en la azulejería tardorrenacentista13; en el otro de un azulejo cuadrado con un círculo inscrito, una roseta central y decoraciones angulares en los espacios residuales, del mismo periodo; ambos perfilados con azul, con el cromatismo característico con predominio del amarillo/azul, mezclan decoración pintada con el empleo de los fondos blancos en reserva por lo que parecen piezas de transición al siglo XVII.

EL SIGLO XVII

En el siglo XVII los azulejos que llegan a Cuba son muy escasos; es un periodo de claro predominio de la azulejería holandesa y, en España, de los azulejos catalanes, pasado ya el esplendor de Sevilla y Talavera. De la azulejería holandesa sólo restan fragmentos rescatados en excavaciones arqueológicas por el equipo del Gabinete de Arqueología dirigido por Roger Arazcoeta. La cronología, al igual que la de los azulejos catalanes más antiguos llegados a Cuba oscila entre finales del siglo XVII y primer cuarto del XVIII; de Puebla (México), a pesar de la importancia de sus azulejerías no se importaron apenas y sólo conocemos dos ejemplares de serie atribuibles a este centro; de cada uno de los dos modelos debieron comprarse muchas más piezas cuyo paradero se ignora. En nuestro catálogo este periodo comprende los apartados dedicados a los azulejos de serie catalanes (457-465), azulejos de serie holandeses (468-474) y azulejos de Puebla (México) (466-467).

EL SIGLO XVIII

En el siglo XVIII, después de la Guerra de Sucesión, y concluida la peste de Marsella, sobre 1725, la azulejería valenciana se impone definitivamente al resto de las españolas. Las fábricas están en la misma ciudad de Valencia, capital del antiguo reino, intramuros; son talleres familiares no muy extensos, pero que llegan a conseguir implantarse en el mercado debido a una serie de factores: pureza del color; calidad del vidriado; adaptabilidad constante a las sucesivas modas ornamentales; adaptación tipológica a la arquitectura; intervención de pintores formados en la Academia de Bellas Artes de San Carlos; estímulo de la Real Fábrica de Alcora inaugurada en 1727 con ceramistas y modelos franceses, etc. A pesar de ello las exportaciones a Cuba son raras:

El San Francisco de Paula de la calle Inquisidor

Es el más antiguo panel de tematica religiosa conocido en Cuba y de un periodo en el que Valencia aún los producía muy escasamente. Sin embargo, el auge que allí tuvo esta tipología no quedó reflejado en Cuba, donde hay que esperar más de un siglo hasta encontrar otra obra similar, el San Francisco de Asís de la calle Empedrado.

Azulejería barroca valenciana seriada (1-6)

Aunque no es posible pronunciarse por ahora de forma concluyente los azulejos barrocos valencianos más antiguos que encontramos en Cuba son los conservados en el Gabinete de Arqueología de La Habana (cfr. i)14 que corresponden al reinado de Fernando VI, sobre 1745-1750, muy similares a los del arrimadero del trasagrario de la Virgen de Albuixech (Valencia) de esa fecha. Pertenecen a la prolífica serie de bandas diagonales polícromas de formato grande (un palmo valenciano de lado)15 producida seguramente en los hornos de la fábrica de los Ferrán en la calle de las Barcas de Valencia. Los de mitadad del siglo XVIII que incluimos en nuestro catálogo como valencianos bien pudieron proceder de Puebla (México), cfr. 3 a 6.

La Vista del puerto de La Habana de casa Justinario

Sobre 1780 se importaría un centro cuadrado de pavimento para la Casa de Justinario que se halla en la actualidad expuesto en la de la Obra Pía. Es excepcional en La Habana aunque no hay que descartar que se importaran otros pavimentos en este periodo, pero dada la extrema fungibilidad de los mismos por su emplazamiento debieron ser destruidos y sustituidos por suelos marmóreos que las grandes familias instalaron en sus palacetes y residencias de forma generalizada en el siglo XIX.


El conjunto clasicista del convento de Belén

En 1795 el convento de Belén de La Habana realizó un importante encargo para su iglesia concluida poco después de 1718 y que tenía un hospital anexo que contaba entre los mejores que la congregación poseía en las Indias. Conocemos documentalmente esta obra pero ni tenemos constancia de que efectivamente llegara a instalarse en Cuba, ni queda de ella rastro alguno en el actual templo.

EL SIGLO XIX

Los paisajes de la calle Obrapía

Del primer cuarto del siglo XIX son los dos paneles con Vistas de La Habana realizados en Valencia sobre 1825 para la casa de la calle Obrapía 160. Deben ser cuadros cerámicos de género; la veduta había hecho furor a finales del siglo XVIII. Pero no se prodigaron en la azulejería valenciana. Son posiblemente junto al centro de pavimento del siglo XVIII con la Vista del Puerto, y los arrimaderos del Paseo del Prado 252, los únicos paneles que evidentemente se realizaron por encargo expreso para La Habana, porque casi todo el resto de pintura cerámica conservada –paisajes y floreros– es similar a lo que se conserva en Valencia de ese periodo. Sin embargo, estas vistas de La Habana no sentaron precedente, y fue la azulejería seriada –incluidos paneles seriados– la que de forma abrumadora se importó en lo sucesivo.

El programa mitológico-histórico del Paseo del Prado

La casa palaciega del Paseo del Prado 252, en La Habana, contiene en la planta baja un conjunto de dos arrimaderos, serie de zócalos realizados en Valencia sobre 1838. El del ingreso contiene una serie de cinco cuadros que representan divinidades del Olimpo grecorromano. El del patio interior, mutilado en algunas zonas, ofrece cartuchos eclécticos que centran medallones ovales con bustos de hombres ilustres –los uomini famosi de los programas cuatrocentistas– de perfil, a la antigua.

El San Francisco de Asís de la calle Empedrado

A pesar del esplendor que en Valencia había tenido desde el último cuarto del siglo XVIII la pintura cerámica religiosa y de que seguía teniendo gran aceptación en el XIX, no llegó a Cuba más que de una forma meramente testimonial a pesar de lo que su gran manejabilidad –un panel despiezado cabe en una pequeña caja– haría suponer. Un ejemplo de este tipo de azulejería es el San Francisco de Asís ubicado en un patio interior de la calle Empedrado, de La Habana, que estudiamos en el capítulo correspondiente.


El árabe Paseo del Prado 252

Azulejería de serie del siglo XIX (7-346)

Como vimos, entre 1807 y 1817 la Sociedad Española de Amigos del País de Valencia convocó –hasta cinco veces– premios para ideas que fomentaran el comercio con América; una de las que se materializó después con más éxito fue la exportación de azulejos pero, como condición previa estaba la propuesta de ampliar y mejorar el Grao o puerto de la ciudad.

A partir de 1849 poseemos ya cifras concretas de estas exportaciones y es precisamente por estos años cuando el puerto de Valencia acomete por fin importantes obras de ampliación y acondicionamiento largamente esperadas; resulta decisivo para ello el crédito conseguido por José Campo en 1850 que permite llevar a cabo el proyecto Subercare de 185216, que le dio una configuración cerrada; es importante también la ampliación de García Sanpedro de 1867, que confirió gran longitud y capacidad al dique de Levante.


Quizá el conjunto más importante de azulejos de Valencia seriados de mediados del XIX (periodo en que por otra se inicia la fabricación en Onda), sea el de la Casa de Mateo Pedroso en la calle de Cuba, entre Cuarteles y Peña Pobre, frente al Malecón. Esta amplia residencia palaciega fue construida sobre 1780 por el regidor Pedroso pero en 1854 pasó a albergar la Audiencia Pretorial17 y al convertirse en un edificio público muy frecuentado fue necesario proteger sus muros interiores con una serie de arrimaderos cerámicos traídos desde Valencia y que estudiamos en el capítulo correspondiente según los diversos modelos allí utilizados.

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