Читать книгу: «Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)»

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Copyright © 2020 Guido Pagliarino

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Guido Pagliarino

Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30 (Una aproximación histórica)

Ensayo

sobre la historicidad de Jesús y la predicación apostólica y sobre la correcta formación del Nuevo testamento

Traducción del italiano al español de Mariano Bas

Copyright © 2020 Guido Pagliarino

Distribución Tektime


Texto mecanografiado redactado en el bienio 1996-1997

Ediciones de la obra en italiano:

1a edición, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: Un Approccio Storico – Saggio», publicación impresa en 1997 en solo 100 copias en papel por el propio autor para regalar a amigos escritores y a críticos literarios, con ocasión de la Navidad del mismo año. Copyright © Guido Pagliarino

2a  edición, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: Un Approccio Storico – Saggio», libro en papel, copyright © junio 2003 –  septiembre 2011 Prospettiva Editrice sas (obra premiada una Mención especial en el «PREMIO PER LA PACE 2004» del Centro Studi Cultura e Società)

Desde el 1 de octubre de 2011, todos los derechos literarios, cinematográficos, televisivos, radiofónicos, de Internet y relacionados con cualquier otro medio de difusión volvieron y permanecen en poder del autor en todo el mundo. Copyright © Guido Pagliarino

3a edición, en e-book y libro en papel, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: (Un Approccio Storico) Saggio sulla storicità di Gesù e della predicazione apostolica e sulla concreta formazione del Nuovo Testamento», publicado por la editorial Tektime, copyright 2019 © Guido Pagliarino

4a edición, en e-book y libro en papel, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: (Un Approccio Storico) Saggio sulla storicità di Gesù e della predicazione apostolica e sulla concreta formazione del Nuovo Testamento», publicado a través de Amazon, copyright 2019 © Guido Pagliarino


Cubierta: Rostro del Hombre de la Sábana Santa de Turín.

PRÓLOGO DEL AUTOR
(conforme al prólogo de la edición de 2003 Prospettiva Editrice)

Este es un libro de divulgación histórica, no de catequesis, y pretende dirigirse a todos, aunque lo haya escrito un cristiano. Eso no significa que se trate de una obra de parte: desafío a cualquiera a que sea verdaderamente objetivo. Contiene datos ignorados por muchos, incluso por creyentes, o más bien conocidos de modo superficial y distorsionado, lo que resulta peor: lo sé porque durante muchos años he realizado conferencias sobre el verdadero cristianismo y siempre he comprobado el asombro de muchos de los presentes.

En los últimos dos milenios, junto a innumerables casos de caridad, se han cometido por parte de miembros y colectivos de la Iglesia, clérigos y laicos, muchas maldades, como guerras santas y hogueras encendidas con igual diligencia por católicos y protestantes, como si el precepto hubiera sido: «Odiarás al enemigo» y Dios hubiera considerado como sus enemigos personales a los adversarios ideológicos de esos fieles. Aunque no fue menor el número de atrocidades realizadas por los no creyentes y los miembros de otras religiones, al ser el Dios de Amor lo esencial del mensaje cristiano, muchos hoy califican al cristianismo como «incoherente» y «oscurantista»: el mal aparece rápido y queda en la memoria, el bien, no. Es una lluvia de acusaciones a la «Iglesia», por otro lado, en parte, injustas. Aun así, lo que importa realmente es: O Cristo realmente existió, murió y resucitó y, por tanto, nos ha salvado, o no. Si es así, siempre tendrá sentido ser cristiano, aunque muchos creyentes usaron y usan su libertad para hacer el mal en lugar del bien; en caso contrario, no tendría sentido. No es en absoluto una novedad: ya el apóstol San Pablo afirmaba en la Primera Epístola a los Corintios, que es parte del Nuevo Testamento y, por tanto, Palabra de Dios, que sin una resurrección real no hay cristianismo: «Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15, 14) o, por decirlo de otra manera, se convertiría en una de las muchas religiones que el hombre ha imaginado, solo como consuelo y útiles para el orden social. Por esto, con la Ilustración y el Positivismo los críticos del cristianismo buscaron primero derribar la realidad de la Resurrección y, algunos de ellos, la propia historicidad de Jesús. Por esta vía se creyó además, equivocadamente, que se salvaría al cristianismo de los ataques de los racionalistas eliminando al Jesús histórico o manteniendo solo un Cristo de la fe.

Mi trabajo se ocupa de dos periodos históricos, aunque no está dividido en dos partes: el tiempo de Jesús y la primera Iglesia y la época que va de la Ilustración hasta hoy, con sus diversas escuelas de oposición al cristianismo. Contempla, en un enfrentamiento con esos críticos, la realidad histórica o no de Jesús y la de la predicación apostólica sobre su resurrección. También la formación concreta de los libros del Nuevo Testamento, obras literarias no dictadas desde lo Alto, sino sin contradicciones, como veremos, e inspiradas por Dios, en una época en torno a los años 50 a 90, en la cual, al menos en parte, los testigos oculares de Cristo resucitado todavía estaban vivos y activos en la comunidad cristiana. La hipótesis contraria, hoy todavía de moda, es que estos textos se escribieron mucho tiempo después, cuando hacía mucho que habían muerto los testigos y no era posible desmentirla.

Escribí en 1996-97 un primer borrador del ensayo, encargando imprimirla yo mismo y regalándola en diciembre de ese mismo año a una decena de amigos y colegas escritores, cristianos y no. Humildad y modestia son cosas distintas. La humildad es una virtud cristiana, que consiste en no envanecerse, sabiendo que se trata de dones del Espíritu Santo, pero, al tiempo, no disminuirse, lo que sería un desprecio de esos dones y una ofensa a la verdad que se conoce. La modestia, sin embargo, no es un valor, siempre temerosa del juicio de los demás y que, además, a veces, es cómplice silente de los presuntuosos, por lo que no oculto que los comentarios de esos lectores fueron positivos: entre los más gratos estuvieron los de Giorgio Bárberi Squarotti y Vittorio Messori (incluidos a continuación en dos imágenes fuera del texto y en italiano), expresados sobre la primera edición, todavía no integrados en el texto ni en las notas; además, no había encontrado aún nueva bibliografía, gracias a mis conferencias sobre el tema y por tanto no se había añadido a esta nueva redacción más amplia. Sobre ella he decido hacer una apuesta al presentar la obra a un público más amplio, a través de un editor: un ensayo que solo quiere presentar el argumento cristiano desde una aproximación histórica, teniendo en mente los métodos de la antigua escuela cristiana de Antioquía (de la que hablaré).


Guido Pagliarino

Imagen fuera del texto

Opinión de Giorgio Bárberi Squarotti sobre la primera edición de 100 copias, de 1997

[Traducción de la carta precedente]

Turín, 18 de marzo de 1998

Querido Pagliarino:

He leído su libro sobre Jesús y estoy completamente de acuerdo con todos sus comentarios y sus juicios justamente polémicos en los enfrentamientos contra quienes, sin tener ningún conocimiento de historia, ni de filología, ni de filosofía y sin haber leído nunca la Biblia, de improviso se convierten en sentenciadores acerca del cristianismo.

(Omitido)

Gracias por el envío. Con mis mejores deseos y saludos.

Giorgio Bárberi Squarotti


Imagen fuera del texto

Opinión de Vittorio Messori sobre la primera edición de 100 copias, de 1997

[Traducción de la carta precedente]

Querido Pagliarino:

Gracias por haberme enviado su «Jesús». Lo encuentro bien hecho, con un lenguaje ágil y comprensible. Es cierto que está algo sintetizado, solo un primer «bocado» sobre la historicidad del cristianismo. Pero creo que este era precisamente el objetivo de un opúsculo que genera ganas de profundizar en ello.

Advierto una recuperación «apologética», no solo en los movimientos, sino también en muchos «individualistas» que se entregan realmente para dar a conocer la verdad. Haría falta recurrir a coordinar estos esfuerzos. Incluso me lo han pedido. Pero ¿cómo se puede hacer todo? Hago todo lo que puedo con mis libros. ¿Ha visto mi Algunas razones para creer? En dos meses, ya se han vendido cincuenta mil ejemplares. Hay siempre sed de Jesucristo, incluso creo que siempre está aumentando. Tal vez de vez en cuando sea preciso encontrar la valentía de volver a hablar sin complejos y sin simplificaciones injustas.

Con una renovada amistad y contando con su recuerdo [cursiva escrita a mano]

Vittorio Messori

Enero de 1998

Capítulo I
A PROPÓSITO DEL ANALFABETISMO CRISTIANO

«Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»;

«¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»;

«Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»;

«El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»;

estas son algunas afirmaciones que he oído por televisión.

«La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico.

«¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro.

«¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo. Quién sabe qué doctos artículos escribirá.

Podría continuar durante un buen rato.


No hacer a los otros…


Yo también he querido leer ese ensayo de Citati1 y allí he encontrado, entre otras cosas, una admiración absoluta por el Tao, cuyo libro, de Chuang Tzu, es para el autor único y maravilloso. Muy bien, la libertad por encima de todo, pero libertad quiere también decir informarse bien. Cuando en un capítulo posterior el autor se enfrenta a la antigua cultura china y el cristianismo llevado a China por el misionero Matteo Ricci, a finales del siglo XVI, afirma que el principio cristiano (?) de «No hagáis a los demás lo que no queráis que os hagan» ya les resultaba familiar a los chinos, porque se encontraba en los Diálogos de Confucio. Ya, pero, si es por eso, ese principio se recoge también en el Antiguo testamento, por ejemplo, en el libro de Tobías y no es otra cosa que la síntesis de los mandamientos que van del cuarto al décimo y que se refieren al comportamiento hacia los demás seres humanos.2

Habla Tobit, padre de Tobías, recomendando al hijo: «No hagas a nadie lo que no te agrada a ti…» (Tb 4, 15); pero el conjunto de las recomendaciones es incluso mayor, por ejemplo: «Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tb 4, 7); aunque estas recomendaciones (estamos todavía en una época anterior a Jesús, en torno al siglo III-II a. de C.) no son a favor de los pecadores, sino solo de los justos: «Derrama tu vino y ofrece tu pan sobre la tumba de los justos, pero no lo des a los pecadores» (Tb 4, 17). Hay otro ejemplo en el Levítico, capítulo 19, versículo 17, que impone: «No odiarás a tu hermano en tu corazón». Se aprecia que la conocida orden de Jesús que leemos en el Evangelio de San Mateo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 19), se encuentra ya en el mismo Levítico (19, 18): «No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Sin embargo, tampoco en este libro se llega al precepto de amar al enemigo. El prójimo al que hay que amar es aún solo el amigo o como mucho al compatriota desconocido, no al adversario. Según el Eclesiástico (12, 4-5) a quien peca, no se le ayuda: «Da al hombre bueno, pero no ayudes al pecador. / Sé bueno con el humilde, pero no des el impío / rehúsale su pan, no se lo des». En resumen, se trata, en el fondo, del principio en vigor en cualquier sociedad organizada, por el cual quien crea desorden no debe ser tratado igual que quien actúa respetando la libertad de los otros, sino que, por el contrario, debe ser perseguido. Para el Salmo 139, 21-22, el «enemigo» de Dios es también enemigo del creyente: «¿Acaso yo no odio, Señor, a los que te odian / y aborrezco a tus enemigos? / Yo los detesto implacablemente / como si fueran mis enemigos»: así como en las diversas otras sociedades organizadas hay odio para los que son considerados como los enemigos de la patria, externos e internos, también era así en el antiguo Israel, y tengamos presente que este es un estado teocrático, del cual el verdadero y único rey es Dios.

No se trata solo de los antiguos hebreos y del confucianismo, ya que en otras culturas se encuentra el precepto de no hacer el mal al prójimo (pero no el de amar a todos) e incluso, en algunas de ellas, de tener compasión: véase, en los tiempos de Jesús y de los apóstoles, la ética de Séneca con su derecho humano. Era y es un principio general de convivencia, base de la moral y esencia de lo que se suele llamar la ley natural (que, para los creyentes está igualmente dictada por Dios), pero, y aquí viene lo bueno, no es aún un principio cristiano.

Cristo, según el Evangelio de San Juan, estando ya muy cerca de su crucifixión hace de la orden de amar al prójimo algo absolutamente más importante, pidiendo a los discípulos que amen «como yo os he amado» (es decir, incluso hasta la muerte), ya que «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15, 13). Hay que advertir que, como se deduce claramente del Nuevo Testamento, siempre por boca de Cristo, todos, pecadores o no, son hijos muy amados de Dios y por amigos debe entenderse a todos, incluidos los «enemigos». Por otro lado, el propio Jesús, agonizando, ruega desde la cruz para que sus perseguidores sean perdonados. Según los evangelistas Mateo y Lucas, Cristo habría afirmado claramente: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. 3 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores, porque sois hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos»;4 «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian. Bendecid a los que os maldicen, rogad por lo que os maltratan».5 Solo en la plenitud de los tiempos de la que habla el Nuevo Testamento, con Cristo, se llega a la revelación final de Dios con la enseñanza de que no basta con no hacer el mal, sino que hay que comportarse como en la famosa parábola, como el buen samaritano con el hebreo herido por los ladrones (hebreos y samaritanos eran adversarios), que tiene que socorrer al prójimo y además amar al enemigo, si se quiere ser cristiano.

No era «No hacer el mal» el principio cristiano que el padre Matteo Ricci había llevado a China, sino «Haced el bien y hacédselo también a los enemigos, considerando a todos los seres humanos, incluso a los que están socialmente más abajo, como hijos iguales de Dios y hermanos de Jesús», actitud esta seguramente alejada de la cultura china, y de la nuestra, en la que han vuelto a contar los roles sociales y no la persona en sí: el concepto de persona nace con el cristianismo.6 En el mismo capítulo, un poco más adelante, Pietro Citati afirma que el éxito del padre Ricci y los suyos fue escaso porque los chinos no veían diferencias esenciales entre lo Alto y lo bajo, mientras que los misioneros cristianos creían en un Dios trascendente. Cuidado: los cristianos creían y creen en un Dios encarnado en Jesús, un hombre verdadero. Por el contrario, son los hebreos y los mahometanos los que creen en la sola trascendencia de Dios y también los testigos de Jehová y otros similares: para estos últimos, Jesús no es Dios coeterno y consustancial al Padre, sino que es solo el primero de los creados.7


«Por qué no podemos no calificarnos como cristianos»


Creo que si todavía estuviera entre nosotros el agnóstico Croce vacilaría, él y su breve ensayo «Por qué no podemos no calificarnos como cristianos» (cristianos en sentido cultural), él que, en polémica con Bertrand Russell, a su vez no creyente, no expresaba opiniones superficiales y consideraba la civilización y la ética occidentales fruto, en parte notable, del cristianismo, de ese cristianismo que no se estudia. En su momento, el teólogo francés M. D. Chenu ha escrito, en la argumentación de la segunda edición de La teología como ciencia en el siglo XII:8 «Si tuviera que rehacer esta obra, prestaría mucha mayor atención a la historia de las artes, la literatura y todas las bellas artes, porque no son solo ilustraciones estéticas, sinos verdaderas expresiones teológicas». Dándole la vuelta: hay hoy en día personas que no saben reconocer el tema de una pintura religiosa, aunque sea elemental, que creen que caridad significa limosna, no amor a Dios y al prójimo y hay quienes piensan que el amor cristiano es un hecho sentimental, no fruto de la buena voluntad y que, por tanto, no hay culpa en no amar al prójimo. Hay…

Si estáis entre los bautizados que han dejado de estudiar el cristianismo desde niños, desde el catecismo para la primera comunión o incluso, no siendo cristianos, no sabéis lo que dicen periódicos y televisiones; peor aún: si solo lo habéis conocido por obras como el Diccionario filosófico de Voltaire y si pensáis que antes de hablar en una discusión es mejor conocer, al menos básicamente, algo de los argumentos sobre sus fundamentos históricos… ¿ya os he aburrido?

Si no os apetece seguir, tranquilos: libertad, ante todo. Aun así, ya sabéis que no tengo intención de convertir a nadie y tampoco sería capaz: es cristiano responder (en lo poco que se cree saber) a quien quiere saber, no imponer. Dios es también libertad absoluta y nos ha creado libres. No hay que confundir el catecismo con el estudio del cristianismo: el primero es para el creyente que desea profundizar en su fe, el segundo es indispensable para la cultura de todos.

Si os apetece, os aseguro que no os haré perder mucho tiempo. Tal vez ni siquiera os aburra. Este es un breve ensayo de alguien que, como tantos, tenía en la cabeza solo algunas astillas del cristianismo, que lo consideraba una fantasía y lo había abandonado por cosas que consideraba más serias, de alguien que se desconectó durante muchos años, quedando privado de esta parte esencial de la cultura occidental.

Así que intento dirigirme a no creyentes y a creyentes y, entre estos, de modo particular a quienes desde niños no han profundizado más y muchas veces se callan delante de las ínfulas anticristianas de ciertos intelectuales que, para empezar, saben realmente poco y mal del verdadero cristianismo. Naturalmente, esta breve obra será solo un pequeño paso: hay que conocer más para llegar a un conocimiento suficiente. Para vosotros y para mí, «la investigación no tiene fin», como escribía el que considero el más grande de los teóricos de la ciencia, Karl R. Popper.

Dado que, obviamente, me referiré sobre todo a documentos históricos cristianos, que algunos denuncian por «ser parciales», en primer lugar, explicaré por qué se trata de un prejuicio.

Capítulo II
A PROPÓSITO DE LOS DOCUMENTOS HISTÓRICOS CRISTIANOS

A propósito de los documentos cristianos, ya desde los libros del Nuevo Testamento, no es justo ni racional alimentar espontáneamente una menor confianza en ellos que en las fuentes históricas no cristianas: además, se considera que para los hechos narrativos unos y otros están esencialmente de acuerdo. La buena fe de los autores debe admitirse siempre, salvo prueba en contrario, es decir, el eventual descubrimiento de pruebas opuestas convincentes. Por ejemplo, ningún documento ha demostrado que sea falso el libro de San Lucas de los Hechos de los Apóstoles y, por tanto, es correcto pensar que la vida de la primera Iglesia se desarrollara, sustancialmente, como dice el autor.9 Además, si se asumiera la postura contraria, no habría ningún testimonio de la historia antigua, ya que todas las fuentes relativas son apologías, predispuestas hacia una parte, como saben los historiadores. Para los autores antiguos importaba sobre todo destacar la figura de la persona que era protagonista de un acontecimiento. En ciertos casos se trataba además de memoriales de los propios protagonistas, como los dos libros de Julio César sobre la guerra de las Galias y la guerra civil, que nadie puede excluir como fuentes históricas. Ponerse de un lado no significa, por sí mismo, tener mala fe, inventarse las cosas. Por otro lado, incluso en la historia más reciente cabe la manipulación, la mala fe, por ejemplo, montando un documental de tal manera que se cambia la cronología de los acontecimientos, pero también en estos casos se debe demostrar que el autor miente. No sería una actitud cultural, sino visceral, presuponer la mala fe de los autores cristianos solo porque no se acepta el cristianismo. Hay que advertir además que las copias de documentos neotestamentarios en nuestro poder, al ser las más antiguas de los siglos II y III, son las más cercanas en el tiempo a los hechos que narran con respecto a todas los hasta ahora descubiertas: de los originales, aparte de los documentos arqueológicos, no queda nada. Por ejemplo, el códice más antiguo relativo a Virgilio, el Veronensis, que contiene fragmentos de las Bucólicas, de las Geórgicas y de la Eneida, es solo del siglo IV; cinco siglos separan a Tito Livio de la copias más antiguas de que nos han llegado; cerca de novecientos años separan la época de César de las transcripciones más antiguas que nos han llegado de sus libros y hay casi mil quinientos años de distancia temporal entre Aristófanes y Sófocles y los manuscritos más antiguos de sus obras en nuestro poder. Además, los documentos neotestamentarios son bastante más numerosos: se han encontrado cerca de cinco mil. De entre estos, el más antiguo es el P52 Rylands, un fragmento de los años 120/130, de cerca de 6 centímetros por 9, que contiene algunos versículos del Evangelio de San Juan:10 así que lo separan unos 90/100 años de los acontecimientos narrados. Poseemos además algunos fragmentos escritos en torno al año 200, como el papiro P64 Magdalena (aunque este podría ser más antiguo: ver más adelante), el P65 Bodmer y P67 Fondazione San Luca. Del siglo III y menos incompleto, tenemos el P45 Chester-Beatty, compuesto por una treintena de pequeñas hojas que contienen largos fragmentos y capítulos enteros de los Evangelios. Todos los manuscritos citados son papiros, 11 un soporte no muy caro, pero fácilmente deteriorable. Los documentos que permanecen más completos se escribieron desde el siglo IV sobre un más resistente pergamino, cuando a la Iglesia, en tiempos de Constantino, se pudo permitir acumular bienes y, por tanto, entre otras cosas, proveerse con regularidad de esta base de escritura más cara. Entre otros documentos, y de gran valor para la investigación, poseemos, del siglo IV, el Vaticanus, que contiene casi toda la Biblia y el Sinaiticus, con el Nuevo testamento prácticamente completo, mientras que las hojas del Antiguo se han perdido en su mayor parte. Del siglo V y todavía más importante, porque reproduce todo el Testamento, tenemos, siempre entre otros, el Alexandrinus del Museo Británico, el Codex Ephraemi de la Biblioteca Nacional de París y el Códice de Beza de Cambridge (en latín además de en griego).

Es verdad que algunos fragmentos neotestamentarios se han datado todavía más próximos a los hechos, concretamente al hecho de Jesús, documentos considerados por algunos estudiosos de en torno a la mitad del siglo I.

Sobre todo, un fragmento clasificado como 7Q5, que contiene trece cartas todavía legibles, en varios renglones, que pertenecerían al capítulo 6, versículos 52-54 del Evangelio de San Marcos, los cuales, completos, dicen «… porque no habían comprendido el hecho de los panes, al estar su corazón endurecido. – Al acabar la travesía llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente lo reconoció». Para empezar, en 1972, José O’ Callaghan sugirió que esta coincidencia y también que otro fragmento recuperado, el 7Q4, se referiría al Nuevo Testamento y exactamente que se tratara de letras de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo, capítulo 4, versículo 1: esta segunda hipótesis ha sido contestada casi unánimemente, pero, según el estudioso y docente Harald Riesenfeld, luterano bultmaniano convertido al catolicismo, el fragmento incluiría realmente letras de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo, 4, 1, que, en su totalidad dice: «El Espíritu afirma claramente que en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas». También la hipótesis sobre el 7Q5 ha sido contestada por algunos, pero asimismo ha recibido la aprobación de no pocos estudiosos. El 7Q4 y el 7Q5 forman parte de los manuscritos del Mar Muerto, encontrados en unas grutas en Qumrán entre 1947 y 1955 y guardados en Jerusalén y son, en orden de recuperación, el cuarto y quinto documento descubiertos en la séptima gruta, gruta-custodia cerrada, como otras en la zona, para proteger de los romanos esos y otros escritos, antes del 68. Este es el año de la aniquilación de Qumrán por parte de la legión Fretensis, tras la revuelta hebrea que habría llevado en el año 70 a la destrucción de Jerusalén y su templo.

Además, tenemos tres fragmentos, que son parte del ya citado papiro P64, guardado en colegio universitario Magdalen, descubiertos en Egipto a finales del siglo XIX por Charles Bousfield Huleatt y que muestran seguramente frases del Evangelio de San Mateo, capítulo 26, versículos del 6 al 16, en los que se describe la unción de Jesús en casa del leproso Simón y la traición de Judas Iscariote. Según el investigador Carsten Peter Thiede, los fragmentos P64 Magdalen se escribieron entre el año 40 y el 70. Pero para este documento no hay, como en el 7Q4 y el /7Q5, un hecho bien datado, como la destrucción de Qumrán: como ya he indicado, otros investigadores establecieron en su momento, en el año 1950, que el P64 Magdalen era de finales del siglo II.12

1.Pietro Citati, La luz de la noche: Los grandes mitos en la historia del mundo.
2.Los primeros tres mandamientos se refieren a la actitud del hombre hacia Dios.
3.El precepto de odiar al enemigo no aparece en el Antiguo Testamento, al menos tal cual. Tal vez sea una remisión de Jesús al citado salmo 139, 21, expresado de una forma fuerte, en contraposición a su orden muy fuerte de amar al enemigo.
4.Mt 5, 43-45: Aquí queda claro que, según Jesús, la justicia divina no está en este mundo, lugar de la libertad del hombre de amar y de odiar, es decir, de seguir o no la voluntad del Padre del Cielo. Por tanto, no tiene sentido para un cristiano sorprenderse ante Dios porque a menudo los malvados triunfan y los justos son humillados. Pero todo cristiano ha recibido de Jesús la orden precisa de buscar la justicia en esta tierra y debe obedecerla, aunque nunca será posible conseguir un mundo perfecto, debido precisamente a la libertad dada al hombre para pecar, en su débil carnalidad (por cierto, este es el tema de fondo de mi novela histórica El juez y las brujas, Tektime, 2017). Por otro lado, el mismo Cristo, justo perfecto que ha predicado el amor y la justicia absoluta, sufre la suerte de la cruz: sin Resurrección, el mundo del hombre no tendría sentido. He tratado el argumento de la Resurrección en La vita eterna, saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003.
5.Lc 6, 27-28.
6.«Durante los primeros siglos de la era cristiana, la asamblea de los cristianos a la que, con Cristo al frente, se le suele llamar Iglesia, combate el absolutismo del estado romano, rechazando que la persona se defina por su dimensión pública. Pero está claro que tampoco en ese tiempo los cristianos rechazaban la autoridad estatal. La convivencia civil es para ellos algo natural: es necesario que la sociedad esté organizada, pero quien la manda no debe pretender, como hace el emperador, tener un poder absoluto, sin límites trascendentes. Es muy significativo que, entre 124 y 177, un grupo de cristianos, llamados los apologistas, Cuadrado, Arístides, Justino, Atenágoras o Melitón y desde 180 hasta los primeros años del siglo III, Teófilo, Tertuliano o Minucio Félix, escriba, con algunos dirigiéndose directamente a los emperadores, pidieron valerosamente libertad para los individuos y para el pueblo y, en particular, la exención de la obligación del culto al dios-emperador: es la idea de una sociedad, organizada, sí, pero que consiente la libertad de pensamiento y de expresión. Todos estos escritores no solo se esfuerzan por responder punto por punto a las críticas de los paganos, sino incluso por presentar, con muchos años de anticipación de lo que ocurrirá con el emperador Constantino, al cristianismo como garante religioso de la unidad del imperio. Sin embargo, se puede anticipar que, si bien hacia el inicio del siglo IV el imperio se hizo cristiano, el absolutismo no va a caer, sino que va a usar al cristianismo como ideología para reforzar su imperio. También los emperadores cristianos, sobre todo los del Oriente, tienden a darse un valor absoluto, contra las posturas de los cristianos que defienden la libertad de la conciencia personal. Tendrá que producirse la caída del Imperio de Occidente para que el pensamiento humanista cristiano se imponga completamente. El hombre para los cristianos es persona en cuanto hijo del Creador y no porque tenga cierta posición social bajo un poder, privado del límite de Dios: el poder político es para el hombre, no el hombre para el poder. Jesús dijo: “Quien quiera ser rey, que sirva a los demás”. El desaparecido mundo grecorromano, a pesar de que muchos hoy lo idealizan en este sentido, no resultaba dar al individuo su verdadero valor. Esta cultura, permeada de filosofía griega, separaba la búsqueda de Dios de la historia, e incluso consideraba a la historia, la sociedad, la materia, indignas de Dios y de la chispa divina presente en el hombre. La Iglesia, desde el principio, actúa en el tiempo de la sociedad, donde la persona, ya aquí, experimenta a Dios, según la Palabra encarnada en la historia en lo que San Pablo llama la plenitud de los tiempos: Dios ha revelado, encarnándose, la tarea y el Fin último (el propio Dios) del ser humano (…) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, a partir del ejemplo de Cristo, trata de construir, en la medida de lo posible, un mundo mejor. Todo verdadero cristiano ejercita una completa humanidad en sus relaciones con otros, eligiendo construir el bien según su propia buena conciencia. En el mundo grecorromano solo unos pocos elegidos esperaban, con ayuda de la filosofía, elevarse al Ser, huyendo de la despreciada materia. Para los demás, la vida estaba condicionada por poderes innumerables y caprichosos, dioses y demonios, tiránicos, como el poder político. Con el cristianismo, que afirma que Dios ama a todos y quiere salvar a todos los que lo deseen, que la vida en el mundo visible es un bien, porque es una prueba libre de elevación a Dios, la magia se pulveriza y entran en todos, no solo en unos pocos elegidos, el principio de lo sagrado y la Esperanza. Desaparece el ciego destino. Finalmente, la posición del hombre sobre la tierra tiene sentido para cada uno, las buenas obras sirven para sublimar para el Fin último, la alegría en Dios, alegría que en parte ya está aquí si se actúa de buena fe: es algo felizmente nuevo, antes inesperado. Ha nacido el concepto cristiano de persona. Esta palabra indicaba hasta entonces, en sentido estricto, la máscara del actor y hoy podríamos decir sociológicamente que el papel social: en un extremo del elenco el dios-emperador, en el otro, el esclavo y en medio diversas posiciones sociales, apreciadas más o menos o nada: las personas se estiman o desestiman, no por su valor intrínseco, sino solo por su papel social. Por ejemplo, si una persona altruista e inteligente caía en la esclavitud, a la sociedad no le importaban nada sus cualidades, como mucho las apreciaba el amo porque le servía mejor. Con el cristianismo ya no es así. San Pablo dice claramente que no hay ya griegos ni judíos, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. No tienen todavía fuerza política para abolir la esclavitud, sino que los cristianos son despreciados y perseguidos, pero el principio es muy claro y todo verdadero cristiano trata el esclavo que encuentra como hermano en Dios. En cuanto a las mujeres, San Pablo les pide que no hablen en la asamblea, pero se trata de prudencia, si no de necesidad, porque la sociedad de la época es todavía tan antifeminista que se arriesgaban a que las asambleas cristianas se vaciaran: la Iglesia, o por mejor decir, su cabeza, Jesús, quiere que los seres humanos se santifiquen, pero sabe que se dirige a personas normalmente colmadas de defectos y considera, por tanto, la prudencia (¡no la vileza!) como una virtud. Por tanto, finalmente, persona significa el sujeto humano que tiene un valor absoluto por ser hijo de Dios, creado a su imagen espiritual sobre el modelo del Adán perfecto y hermano Jesucristo. Antes que nada en este mundo está la persona dotada de conciencia libre y nadie delante de Dios, ni, por tanto, delante de sus hermanos en Cristo es superior a otro: como han evidenciado los historiadores y teólogos más atentos, entre ellos Luigi Negri, la humanidad debe al cristianismo este concepto de persona. Para poder elegir el bien, el sujeto humano debe ser libre, sin coacciones por parte de un Estado absoluto, en el sentido de privado del límite de Dios y para el que solo cuentan los papeles sociales. Los muchos mártires cristianos no aceptan la muerte por fanatismo, sino para testimoniar la libertad de elegir a Dios y rechazar el culto al emperador. Pero Cristo dijo claramente que, en el mundo, y por tanto en la Iglesia, habrá siempre grano y grama. Por tanto, la historia del cristianismo incluirá por dos milenios espléndidos ejemplos por una parte y actos negativos, en ciertos casos llegando a la atrocidad, por otra. He escrito ejemplos y actos y, de hecho, es necesario precisar que en el cristianismo el bien y el mal, el grano y la grama, conciernen a la conciencia de la persona y que, por tanto, pueden incluso ejercerse actos dañinos de buena fe. Más o menos en el segundo milenio, los actos dañinos o incluso atroces, serán, como es sabido, cada vez graves y extendidos, hasta la edad barroca y, en algunos lugares, como en España, llegando hasta la Revolución Francesa. [Extracto del ensayo de Guido Pagliarino, La volontà di coscienza, saggio storico-sociale]
7.Muchos piensan que los testigos de Jehová son una iglesia cristiana, pero en su momento la Unión de las Iglesias Cristianas Evangélicas no quiso admitir a su iglesia en su organización, porque no la juzgaba cristiana, pues los testigos de Jehová no creen en la divinidad de Jesús, aunque lo honren por considerarlo un mandato de Jehová. Si se les pudiera definir como cristianos, también lo serían los creyentes islámicos, puesto que también para ellos Jesús es un personaje venerado, el profeta que anuncia la venida de Mahoma, pero no es Dios eterno no creado, pero, con razón, nadie los llama cristianos. Bueno, al menos para evitar equívocos, que se defina como cristiano solo quien crea que Jesús es también Dios. No creemos confusiones con los calificativos.
8.Segunda edición en italiano, La teologia del XII secolo; Milán, Biblioteca di cultura medievale, Jaca Book, 1999.
9.Puede ser interesante saber que los Hechos de los Apóstoles parecen constituir la segunda parte de una sola obra, de la cual la primera se transmitió como el Evangelio de San Lucas. Según Luciano Canfora, esta idea no se ve afectada por el hecho de que tengamos un proemio dedicado a un tal Teófilo (tal vez, añado, un personaje simbólico para indicar a cualquier amante de Dios, es decir, cualquier creyente): el proemio al principio de los Hechos de los Apóstoles, afirma este estudioso, es «según la práctica de la historiografía helenística (Polibio, Diodoro, etc.), un enlace entre el libro precedente y el siguiente», mientras que «el proemio que leemos al principio del Evangelio de San Lucas (es decir, el primero de los dos libros) se refiere a ambos libros», cfr. Luciano Canfora, Storia della Letteratura greca, pp. 657 y ss.
10.Exactamente de Jn. 18, 31-33 y 37-38.
11.La letra P con la que se designan indica precisamente que se trata de un documento sobre papiro y el número da el orden de descubrimiento.
12.Fuentes: C. P. Thiede y Matthew D’Ancona, Testimone oculare di Gesú; AA.VV., Il Cristianesimo questo sconosciuto; Michel Quesnel, La storia dei Vangeli; y, para la noticia del códice relativo a Virgilio, Sebastiano Saglimbeni, «Sulle Bucoliche virgiliane e i luoghi della natura», en la revista Le Muse, 1, 2002, A.G.A.R Editrice.
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
17 августа 2020
Объем:
193 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9788835407362
Правообладатель:
Tektime S.r.l.s.
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