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CAMINANDO JUNTOS HACIA LA PLENITUD DEL Amor

El matrimonio y la familia

en la Sagrada Escritura



HOGARES NUEVOS EDICIONES

Distribuye:

Asociación “Hogares Nuevos”

Zona Urbana S6106XAE-Aaron Castellanos

(Santa Fe)- Argentina

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Zona Urbana S6106XAE - Aarón Castellanos

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García Guirado, FranciscaCaminando juntos hacia la plenitud del amor : el matrimonio y la familia en las sagradas escrituras / Francisca García Guirado ; ilustrado por Isabel Ortíz Núñez ; prólogo de Juan Diego Chica Maestre. - 1a ed. - Aarón Castellanos : Hogares Nuevos Ediciones, 2021.Libro digital, EPUB. - (Bodas de Caná / 1)Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-8438-06-11. Matrimonio Cristiano. 2. Libros Sagrados. 3. Análisis Bíblico. I. Ortíz Núñez, Isabel, ilus. II. Chica Maestre, Juan Diego, prolog. III. Título.CDD 248.4

Julio 2021

Industria Argentina.


ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Capítulo I

LOS ORÍGENES

1. El fundamento del matrimonio: La armonía conyugal originaria.

2. La ruptura de la armonía conyugal: la separación de corazones

3. La promesa de la restauración

Capítulo II

LA EXPERIENCIA AMOROSA EN LA ANTIGUA ALIANZA

1. Algunos ejemplos de matrimonios en el Antiguo Testamento

•Abraham y Sara: la confianza en el Señor (Gn 15,1-5; 18,10; 21,1-7)

•Isaac y Rebeca: un matrimonio según el plan de Dios (Gn 24)

•Rut y Booz: la bendición del Señor.

2. La experiencia del matrimonio en los Profetas

•Isaías: El amor eterno

•Oseas: El amor fiel que siempre perdona

•Jeremías: La imagen del adulterio

•Ezequiel: La ternura del esposo.

3. El amor matrimonial y la familia en los libros sapienciales.

•La elección de esposa

•Infidelidad y adulterio

4. La poesía sobre el amor

•Los Salmos: el ceamino hacia el bien

•La felicidad en la familia

•El Cantar de los Cantares

•El amor de atracción

•Amor de concupiscencia.

•Amor de benevolencia:

•El amor matrimonial, amor de comunión

SEGUNDA PARTE

EL NUEVO TESTAMENTO

Capítulo III

“Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS” (Jn 1,14).

1. La familia de Nazaret, primera Iglesia doméstica

2. Nacido de mujer, nacido bajo la ley (Gal 4,4)

3. El matrimonio de José y María

4. Áquila y Priscila: La Iglesia doméstica en la comunidad primitiva

Capítulo IV

EL CRISTO CONYUGAL

1. Los fundamentos del Cristo conyugal

•El “vino abundante y bueno”: Las bodas de Caná (Jn 2,1-11)

•Cristo el esposo

•Como Cristo amó a su Iglesia

2. Adulterio y divorcio

Capítulo V

EL AMOR CONYUGAL, CAMINO DE SANTIDAD

1. La preeminencia del amor

2. Nos examinarán en el amor

Capítulo VI

CAMINANDO JUNTOS EN COMUNIDAD

1. Crecer en el amor unos con otros

2. El ceñidor de la caridad

Capítulo VII

LA VOCACIÓN MISIONERA DE LA FAMILIA

1. Familias evangelizadas y evangelizadoras

2. “Desde la esquina hasta el confín de la tierra”

Capítulo VIII

MARÍA INMACULADA, LA GARANTÍA DE LA “PLENITUD EN CRISTO”

1. La nueva Eva

2. María, Reina de la familia.

3. María madre y mediadora

4. Llena de gracia

Capítulo IX

LA CULMINACIÓN DEL AMOR

1. La resurrección y el fin del matrimonio

2. El signo de las bodas del Cordero

CONCLUSIÓN

A mis padres, que me enseñaron la belleza

del matrimonio y la familia.

A Guillermo, mi esposo, con el que camino

hacia la plenitud del amor.

SIGLAS

AG: Decreto Ad Gentes

AL: Amoris Laetitia

CEE: Conferencia Episcopal Española

ChL: Christifideles Laici

CIC: Catecismo de la Iglesia Católica

DCE: Deus caritas est

EG: Evangelii Gaudium

EN: Evangelii Nuntiandi

FC: Familiaris Consortio

GS: Gaudium et Spes

LG: Lumen Gentium

NMI: Novo Millennio Ineunte

RC: Redemptoris Custus

RS: Relatio Sinodo

PRÓLOGO

Absolutamente estimulante un libro que como éste versa sobre la realidad que impulsa la que sin duda es la vocación más universal del ser humano: el amor conyugal y familiar. Este estímulo inicial deviene en verdadero interés cuando ya desde el propio subtítulo y en su Introducción advertimos que su propósito es hacer un recorrido a través de la Sagrada Escritura y de escogidos textos del Magisterio de la Iglesia para mostrarnos el papel que en la historia de la salvación juega la dimensión esponsal del amor, que abierto a la vida da paso a la familia, expresión humanizada del amor divino, verdadero rostro de Dios.

Iniciada su lectura, el interés se trasmuta en expectación al contemplar cómo la autora, con verdadero mimo y delicadeza transita los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamentos y de documentos magisteriales a partir del Vaticano II, para hilvanar una reflexión que nos hace descubrir cómo el matrimonio y la familia se inscriben y forman parte del Plan de Dios para con la Humanidad; una reflexión que a modo de auténtica filigrana compagina la hondura teológica con una claridad y sencillez expositiva, que la hace accesible a todo tipo de lector.

En efecto, esta fascinante inmersión en el océano literario que sustenta nuestra Fe, atrapará la atención de quienes se adentren en sus páginas, que desde el Génesis al Apocalipsis, desde el inicio de la Creación hasta las bodas del Cordero, deja entrever la huella y el latido humanos y divinos, acerca del sentido, significado y meta de la vida conyugal y familiar. El amor es contemplado en su plenitud, a la que sin ningún género de duda aspira el corazón humano y que vemos reflejado tanto en Isaías como en el evangelio de S. Juan, en el Cantar de los Cantares como en Amoris Laetitia.

Con naturalidad, este texto nos lleva a orillar el territorio de lo sublime al hacernos comprender que el Amor orientado desde Cristo y para Cristo pasa por el matrimonio consagrado, de manera que cuando se ama al cónyuge es a Cristo a quien se ama, y así el matrimonio se convierte en ‘embajador’ del Amor de Dios, audaz hallazgo expresivo con que la autora nos obsequia, al tiempo que define este trabajo como “el hermoso proyecto de caminar hacia la plenitud del amor en la vida conyugal y familiar”.

«Caminando juntos hacia la plenitud del amor» es una descripción, pero también una catequesis, y a la vez una exhortación a la mirada humana en general, y en particular cristiana, porque en todo corazón anida ese universal deseo de felicidad que sólo se ve saciado en la vivencia del amor pleno; constituye un gran acierto este título puesto que caminando y hacia reflejan el dinamismo intrínseco del amor que, en todo caso es impulso, movimiento; juntos nos remite al concepto de comunidad; caminando juntos, esposo y esposa, junto a los otros matrimonios y familias, junto a Dios; y plenitud ¿qué amor si no es pleno será capaz de henchir el corazón humano? Descubrir que hemos sido amados desde la eternidad y que ese amor que a la vez nos hace humanos y divinos nos remite a ella, no nos deja indiferentes porque la plenitud del amor dibuja en el horizonte la felicidad a la que estamos destinados.

La dimensión comunitaria, el crecimiento en el Amor junto a los otros; la relevancia de la Palabra que nos forja como instrumentos de la tarea misionera, cuya más plena realización apunta a la familia como protagonista, y que encuentra su mejor valedora en la advocación mariana de Reina de la Familia, son otros tantos aspectos que se resaltan a lo largo de las páginas de este precioso libro llamado a contribuir al fortalecimiento del amor conyugal, a robustecer a las familias, a hacer nuevos los hogares aupándolos a la santidad.

Por último, aunque su lectura aportará crecimiento y deleite a quien decida pasear la mirada entre sus páginas, hemos de recomendar este libro a matrimonios en general, con mayor insistencia a los que se encuentran en proceso de constituir familias, y muy especialmente a aquellos jóvenes cuya vocación está orientada al matrimonio o se hallan próximos a contraerlo.

Juan Diego CHICA MAESTRE

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INTRODUCCIÓN

“Que seáis llenos del conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual y os comportéis de una manera digna del Señor, intentando complacerle en todo… dando gracias, al mismo tiempo, a Dios, que nos ha invitado y hechos partícipes de la herencia de los santos en la gloria” (Col 1,9-10ª.12).

Con estas palabras de san Pablo quiero comenzar una reflexión sobre el matrimonio y la familia en la Biblia, que nos lleve a entender cuán importante son éstos en el plan de salvación de Dios para la humanidad; que nos lleve a descubrir cuál es el sentido de la vida conyugal y familiar y la meta a la que hemos sido llamados como matrimonios.

Vivir la vida conyugal para ser felices juntos es el motor que nos llevó a casarnos, a proyectar una vida en común. Una vida que fuera creciendo cada vez más en un amor profundo, amor que nos llevara a esa felicidad tan anhelada por todos los seres humanos.

Hoy constatamos, por desgracia, que muchos de los matrimonios que se casaron con esa ilusión, trascurrido un tiempo de vida conyugal, se han separado por múltiples motivos. Vemos cómo las familias se rompen y cómo los hijos, muchas veces, tienen que vivir la experiencia de unas segundas nupcias de sus padres.

Para todos los matrimonios católicos que hemos recibido el sacramento, esa situación no debería darse, pues nos hemos casado para toda la vida, sin embargo, la realidad es que sí se da y con mucha frecuencia.

Al abordar la tarea de este libro quise iluminar de manera sencilla la institución matrimonial y familiar a la luz de la Sagrada Escritura, desde el matrimonio natural de los orígenes hasta el matrimonio como sacramento en el Nuevo Testamento. Quise descubrir y hacer ver a los lectores cómo Dios creó al hombre y la mujer por amor y para el amor y, por tanto, para que fueran felices juntos. Y que la voluntad de felicidad del Creador para la humanidad va paralela a su voluntad salvífica y tiene en ella su mejor expresión.

Vamos a ver pues, a lo largo de las siguientes páginas, la maravilla que encierra la Palabra de Dios, sobre el designio de toda pareja humana, hombre y mujer, que han sido llamados a vivir juntos en una comunidad de amor abierta a la vida. La Sagrada Escritura nos va llevando poco a poco a descubrir la naturaleza humana, con sus grandezas y debilidades, con sus logros y sus fracasos. Nos va presentando parejas que han luchado por vivir la relación de amor a la que el Creador las llamó; relación que no ha sido siempre fácil, pero en la que ha triunfado el deseo de vivir juntos la felicidad.

Para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, casados por la Iglesia, conseguir ese ideal de felicidad es posible cuando tenemos como camino el Evangelio de Jesús, contamos con su gracia y nos alimentamos día a día del pan de su Palabra y del pan de Vida. Cuando tenemos una comunidad que nos acoge, nos anima en la andadura conyugal y nos invita a vivir la fiesta del amor, como dice repetidas veces el Papa Francisco.

Sólo así, entiendo que es posible mantener la fidelidad y la donación mutua en el matrimonio, en pos siempre de alcanzar la meta para la que hemos sido creados y llamados a la vida conyugal: crecer juntos hacia la plenitud del amor.

En Colosenses 1,16 vemos cómo el orden de la creación está determinado por la orientación a Cristo: “porque en Él fueron creadas todas las cosas… Todo fue hecho en Él y para Él”. En la pedagogía divina, el orden de la creación evoluciona en el de la redención, mediante sucesivas etapas. Así pues, es necesario comprender la importancia del matrimonio sacramental en continuación del matrimonio natural instaurado por Dios en los orígenes. Todo está comprendido en el plan de salvación de Dios, orientado desde Cristo y para Cristo, “hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser el hombre perfecto, con esa madurez que no es menos que la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

De ese modo, desde su inicio hasta el fin, la Biblia habla del matrimonio y de su Misterio, de su institución y del sentido que Dios le ha dado, de su origen y de su fin, de sus diversas realizaciones a lo largo de toda la historia de la salvación, de sus dificultades derivadas del pecado, de su renovación en Jesucristo y de la nueva Alianza que Él establece con la Iglesia.

En esta revelación del amor, que nos fascina, la luz de la Palabra nos hace ver el amor de Dios que sale a nuestro encuentro, que está de alguna forma presente en el amor que sentimos los cónyuges. Nos vemos introducidos en una historia de amor a la que somos invitados personalmente como protagonistas. Dios cuenta con nosotros y con nuestra familia para desvelar y realizar su Misterio de amor.

En la Biblia se pone de manifiesto cómo los matrimonios podemos y debemos llegar a la santidad. La Palabra de Dios nos ofrece los elementos necesarios para iluminar ese camino, consciente de las dificultades del mismo. En ella encontramos respuestas para nuestros más variados problemas conyugales y familiares, encontramos consuelo y fortaleza en las dificultades, pero, sobre todo, encontramos a un Dios Amor que no cesa de entregarse por nosotros, que se ha querido quedar a vivir en casa, en nuestro hogar, para que éste sea continuamente un hogar nuevo.

Por todo ello, animo a que nos adentremos en este mar maravilloso que es la Palabra de Dios para que a través de ella descubramos cómo crecer juntos, en el matrimonio y en la familia, hacia la plenitud del amor que es Cristo.

Para esta tarea, voy a seleccionar algunos textos pertenecientes a las distintas etapas de la Historia de la Salvación, Antiguo y Nuevo Testamento. No pretendo hacer un trabajo exhaustivo de exégesis bíblica, más bien todo lo contrario: quisiera iluminar de forma sencilla la realidad del matrimonio y la familia con algunos textos que nos ayuden a vivir mejor la vida conyugal y familiar, sabiendo que es Dios con su Palabra quien nos anima y fortalece en esta hermosa tarea.

Puesto que la fuente de los principios de la Buena Noticia sobre el matrimonio y la familia está no sólo en la Palabra de Dios sino también en la Tradición de la Iglesia, haré alusión de algunos documentos posconciliares (textos del Vaticano II, encíclicas, exhortaciones, sínodos de obispos, etc.) que nos ayuden a iluminar este hermoso proyecto de caminar hacia la plenitud del amor en la vida conyugal y familiar.

Nos dice san Juan Pablo II: “La Iglesia, iluminada por la fe, que le da a conocer toda la verdad acerca del bien precioso del matrimonio y de la familia y acerca de sus significados más profundos, siente una vez más el deber de anunciar el Evangelio, esto es, la «buena nueva», a todos indistintamente, en particular a aquellos que son llamados al matrimonio y se preparan para él, a todos los esposos y padres del mundo. Está íntimamente convencida de que sólo con la aceptación del Evangelio se realiza de manera plena toda esperanza puesta legítimamente en el matrimonio y en la familia”.1

1 SAN JUAN PABLO II. FC 3. 22-11-1981

PRIMERA PARTE

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Capítulo I

LOS ORÍGENES

1. El fundamento del matrimonio: La armonía conyugal originaria.

En el primer libro de la Biblia, en el Génesis, ya encontramos el proyecto de Dios para el hombre y la mujer: la armonía conyugal y la felicidad plena. Esta armonía y felicidad consisten en vivir en amistad y comunión con Dios, en vivir en paz cada uno consigo mismo, en vivir en amor y amistad el uno con el otro y, por último, en vivir en sintonía con la naturaleza. Lo vamos a ver a continuación, al desarrollar los textos de Génesis 1,26-30 y 2,18-25; ambos hacen referencia a la creación del hombre y la mujer y su destino en el mundo.

Estos dos relatos, aunque en apariencia son diferentes, no son en absoluto opuestos, al contrario, reflejan una misma realidad y son complementarios. Pertenecen a dos autores sagrados distintos, que han transmitido el mensaje divino de manera diferente. Este mensaje consiste en mostrar la armonía y felicidad originarias en que fueron creados el hombre y la mujer, y a la que estaban llamados a vivir para siempre.

Veamos con algún detalle ambos textos:

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo (Gn 1,26).”

Ya en la primera parte del versículo, aparece la idea clave de la plenitud del amor que conduce a la felicidad.

Dios es Amor, nos dice San Juan (1Jn 4,8), y Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, es decir como Él mismo es: Amor.

Dios habla en plural, “hagamos”, en una clara alusión a la Trinidad, a la comunidad de personas que constituye la esencia de Dios, un Dios amor que no es soledad, sino relación de Personas, que vive desde y en el amor: el Padre engendra al Hijo en el amor del Espíritu Santo. La Trinidad es, pues una comunidad de Personas cuya esencia es el amor. San Juan Pablo II dice: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo”.2

Así también es la pareja del hombre y la mujer que se aman y engendran: reflejo del Dios creador, Dios uno y trino, Dios familia.

El matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La Sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de esa auténtica imagen de Dios que el Creador ha querido imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en que está abierta al amor.

“Dios los bendijo, diciéndoles: Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1,28).

En este versículo vemos cómo Dios les da a nuestros primeros padres un mandato: Sed fecundos y multiplicaos. Según el texto, la plenitud de la relación de amor entre el hombre y la mujer está en dar vida. Esto completa la idea de “imagen y semejanza de Dios”. Dios que es “el Señor y dador de vida”, que es la vida misma, quiere que su criatura más perfecta, la que es verdadero reflejo de su ser divino dé frutos de amor: los hijos. Esta fecundidad de la pareja humana es “imagen” viva y eficaz del acto creador divino.

La diferencia sexual que comporta el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo: expresa esa forma del amor con el que el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.

Por tanto, Génesis 1,28 indica la fecundidad matrimonial. Consiguientemente los hijos acogidos con responsabilidad y generosidad asegurarán la permanencia de la imagen de Dios en el mundo. Por ello podríamos decir que gracias a los esposos Dios puede seguir teniendo hijos.

De este modo, el hombre y la mujer, brotados de la fecundidad de la Palabra de Dios, podrán a su vez convertirse en cooperadores conscientes de quien es el único que tiene el poder para dar la vida. Y así, desde esta perspectiva es justo afirmar que el Génesis presenta el matrimonio como ordenado a la creación.

¡Maravillosa tarea! ¡Preciosa misión la encomendada a nuestros primeros padres y que se perpetúa siglo tras siglos en todos los matrimonios!

“Entonces el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada… Entonces Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre” (Gn 2,18-22).

En este segundo relato del Génesis la mujer es definida como una “ayuda” para el hombre, en una igualdad absoluta de diálogo; alguien que le complementa, su otra parte. Es como si un hombre fuese una parte incompleta, hasta que se une con su mujer:

“La narración bíblica de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere dar una ayuda. Ninguna de las criaturas puede ser esa ayuda que el hombre necesita, por más que él haya dado nombre a todas las bestias salvajes y a todos los pájaros, incorporándolos así a su entorno vital. Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Adán encuentra la ayuda que precisa: ‘Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ (Gn 2,23)”. 3


La mujer fue tomada de Adán, del costado de Adán. El Cardenal Gianfranco Ravasi, recogiendo un texto del Talmud judío, dice: “la mujer salió de la costilla del hombre, no la tomó de su cabeza, para ser su superior o de sus pies, para no tener que ser pisoteada, sino de su costado para estar en igualdad con él; un poco más abajo del brazo, para ser protegida, y del lado del corazón para ser amada”.4 Este es exactamente el propósito de Dios al crearla: que fuese la otra parte del hombre. Una vez más vemos cómo la armonía, el equilibrio, la belleza y perfección del ser humano está en su complementariedad, una complementariedad que forma una unidad, un nosotros.

“Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada” (Gn 2,23).

Y vemos que, al contemplarla, el hombre expresa, maravillado, su admiración y entona el primer canto de amor: esta vez es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. La mujer proviene del hombre, de su misma naturaleza, en igualdad de dignidad. Con ella no va a ejercer dominio, como con el resto de la creación (Llenad la tierra y sometedla), sino que va a convivir en amor y equidad.

Concluimos con estas bellas palabras del Talmud: “¡Tened mucho cuidado en hacer llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas!”. Benedicto XVI dice que de la bondad del Creador brota el don del amor entre un hombre y una mujer.5


“Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Los dos estaban desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban” (Gn 2,24-25).

La reflexión de este texto la vamos a hacer de la mano de san Juan Pablo II, quien, como sabemos, dedicó muchas catequesis a la teología del cuerpo y al matrimonio.

“Podemos decir que la inocencia interior en el intercambio del don consiste en una recíproca ‘aceptación’…, de este modo, la donación mutua crea la comunión de las personas. Por esto, se trata de acoger al otro ser humano y de aceptarlo, precisamente porque en esta relación mutua de que habla Génesis 2,23-25, el varón y la mujer se convierten en don el uno para el otro, mediante toda la verdad y la evidencia de su propio cuerpo, en su masculinidad y feminidad. Se trata, pues, de una aceptación y acogida tal que exprese y sostenga en la desnudez recíproca, el significado del don.”6

“En Génesis 2,24 se constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el matrimonio: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne. La comprensión del significado del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de su libertad, que es libertad de don. De aquí arranca esa comunión de personas, en la que ambos se encuentran y se dan recíprocamente en la plenitud de su subjetividad. Así ambos crecen como personas-sujetos, y crecen recíprocamente el uno para el otro, incluso a través del cuerpo y a través de esa desnudez libre de vergüenza…. Si el hombre y la mujer dejan de ser recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el misterio de la creación, entonces se dan cuenta de que ‘están desnudos’. Y entonces nacerá en sus corazones la vergüenza de esa desnudez, que no habían sentido con el estado de inocencia originaria”. 7

En conclusión: aquí tenemos no sólo el relato más hermoso de la creación del hombre y de la mujer sino también de la institución del matrimonio natural. Vemos a una pareja a quien Dios había unido, y en esa unión inicial, antes de la caída, del pecado, radicaba la plenitud del amor, vivían felices juntos.

Los temas tratados en este capítulo son de suma importancia: la creación del hombre, su semejanza con Dios, varón y mujer; la llamada a la fecundidad y la comunión de los cuerpos en la donación recíproca, libre de prejuicios, en la inocencia originaria.

El Papa Francisco en la Amoris Laetitia insiste en esta idea, recordándonos que los dos grandiosos primeros capítulos del Génesis nos ofrecen la representación de la pareja humana en su realidad fundamental. En ese texto inicial de la Biblia brillan algunas afirmaciones decisivas. La primera, citada sintéticamente por Jesús, declara: Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. 8

Por tanto, esta identidad en el amor que debe haber entre el marido y su mujer, tiende a la plenitud del amor, que es la plenitud en Cristo Jesús, como veremos más adelante en el Nuevo Testamento, en el matrimonio sacramental. “Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).

2. La ruptura de la armonía conyugal: la separación de corazones

“Entonces la mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito, era una delicia de ver y deseable para adquirir conocimiento. Tomó fruta del árbol, comió y se la ofreció a su marido, que comió con ella. Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos” (Gn 3,6-7).

La armonía conyugal en la que el hombre y la mujer vivían en el paraíso se pierde. Todos constatamos que en nuestro propio matrimonio y en los matrimonios que nos rodean no se da siempre esa armonía conyugal, que es el ideal de la vida de los esposos. Con frecuencia detectamos un fenómeno, el de la separación de corazones, que en muchos casos puede llevar a la ruptura de la vida matrimonial.

El texto del Génesis que acabamos de leer nos da una primera clave para esta ruptura. Está en el “descubrieron que estaban desnudos”. ¿Qué quiere decir esto?

Al principio, el hombre y la mujer vivían en una desnudez revestida de la luminosidad del Creador; no era una desnudez impúdica porque les cubría la luz de la gracia, en la íntima relación con Dios. Esta relación se pierde por ese primer pecado y por ello experimentan la vergüenza de la desnudez en la que quedan al separarse de su Creador. En adelante, las relaciones hombre-mujer estarán afectadas por este acontecimiento.

En el Catecismo de la Iglesia Católica se hace una descripción de este hecho y sus consecuencias:

“Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal”.9

El relato de Génesis 3,1-19 nos proporciona la clave de porqué se ha llegado a esta situación.

Sigamos leyendo lo que nos dice el Catecismo:

“Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos; su atractivo mutuo, don propio del creador, se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia; la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan”.10

El problema de esta desarmonía tiene su raíz en el: “Se abrirán vuestros ojos y llegaréis a ser como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,5).

El árbol del que se les prohibió comer representa lo que la imagen vegetal es para la Biblia: signo de sabiduría. El término conocimiento en la cultura bíblica no es solo intelectualidad, sino un acto global de conciencia que implica la voluntad, el sentimiento y la acción. Por consiguiente, se refiere a una elección de vida. Finalmente, la expresión “del bien y del mal”, como es sabido, indican los ejes de la moral.

Se desprende de esto que la invitación del tentador a que coman del fruto prohibido es la de convertirse en árbitros del bien y del mal, de su vida moral. Esto es, hacerse como Dios.

Realizado este acto de soberbia, se produce la ruptura de la armonía originaria: la del hombre y la mujer con Dios, con la naturaleza y entre ellos mismos. Las dos señales principales de aquella armonía que vimos en los primeros capítulos del Génesis, amor y procreación, se convierten a causa de ese pecado de soberbia en relaciones sexuales oscuras y en dolor.

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