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CUANDO ES REAL
ERIN WATT
Traducción de Tamara Artega y Yuliss M. Priego
CUANDO ES REAL
V.1: junio, 2018
Título original: When it's Real
© Erin Watt, 2017
© de la traducción, Tamara Arteaga, 2018
© de la traducción, Yuliss M. Priego, 2018
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018
Todos los derechos reservados.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: Sandra Cunningham / Stocksy
Publicado por Oz Editorial
C/ Mallorca, 303, 2º 1ª
08037 Barcelona
info@ozeditorial.com
www.ozeditorial.com
ISBN: 978-84-17525-05-7
IBIC: YFM
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Cuando es real
Fiestas, riqueza, fama y una historia de amor digna de Hollywood
El cantante Oakley Ford lo tiene todo: éxito, fama, premios, dinero, millones de seguidores… y una asombrosa habilidad para meterse en problemas. Ahora mismo su carrera está estancada y necesita desprenderse de la imagen de chico malo para que Donovan King, el mejor productor musical del país, acceda a trabajar con él.
Oakley se propone demostrar al mundo que ha madurado y la solución pasa por mantener una relación estable con una chica «normal y corriente». ¿Y quién mejor para ayudarlo que Vaughn, una camarera de lo más normal? Vaughn y Oakley fingirán ser pareja para que todos crean que el cantante ha sentado la cabeza, pero ninguno de los dos esperaba enamorarse de verdad.
Cuando la realidad supera la ficción, debes escuchar tu corazón
«¡Una novela divertidísima y adictiva!»
Katie Mcgarry, autora de Say You'll Remember Me
«Una historia llena de acción y muy ágil, de esas que te obligan a no cerrar el libro.»
School Library Journal
«En cuanto comencé a leer las primeras páginas, me enamoré del libro. Erin Watt tiene una voz fresca y adictiva que te obliga a seguir leyendo.»
Aestas Book Blog
CONTENIDOS
Portada
Página de créditos
Sobre Cuando es real
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Epílogo
Sobre la autora
Para Margo.
Te queríamos antes de que comprases el libro y te queremos todavía más después de ayudarnos a pulir este manuscrito hasta convertirlo en la joya que ahora es.
Gracias por ser nuestra editora, nuestra animadora y nuestra amiga.
Capítulo 1
Él
—Por favor, dime que todas son mayores de edad.
—Todas son mayores de edad —repito a mi agente, Jim Tolson, tal y como me había pedido.
La verdad es que no tengo ni idea de si es así. Cuando llegué a casa anoche del estudio, la fiesta ya había empezado. No me preocupé de pedir el carné de identidad a la gente antes de pillar una cerveza y hablar con varias chicas impacientes a las que, según decían, les gustaba tanto mi música que incluso cantaban mis canciones mientras dormían. Aquello sonaba como una invitación, pero no estaba interesado. Mi colega Luke me las quitó de encima y, después, deambulé por la sala e intenté reconocer a la gente que estaba en mi casa.
Solo conté a siete personas que realmente conociese.
Jim frunció los labios antes de sentarse en la tumbona frente a mí. Había una chica dormida en ella, así que tuvo que colocarse en el borde. Jim me dijo una vez que el mayor peligro de trabajar con una joven estrella del rock es la edad de sus groupies. Sentarse tan cerca de una adolescente en bikini le ponía nervioso.
—Acuérdate de esa frase por si los del programa de TMI te preguntan hoy en la calle —me advierte Jim.
—Me lo apunto.
También me apunto que hoy tengo que evitar cualquier lugar que frecuenten los famosos. No quiero que me hagan fotos.
—¿Qué tal anoche en el estudio?
Pongo los ojos en blanco. Como si Jim no hubiera llamado al técnico de sonido en cuanto me fui para que le contara todos los detalles.
—Sabes exactamente cómo fue. Una mierda. Peor que eso. Creo que un chihuahua ladrando cantaría mejor que yo ahora mismo.
Me echo hacia atrás y me toco la garganta. A mis cuerdas vocales no les ocurre nada. Jim y yo fuimos al médico para que les echaran un vistazo hace unos meses. Pero a las notas que entonaba ayer… les faltaba algo. Últimamente toda mi música me parece monótona.
No he grabado nada decente desde mi último disco. No soy capaz de dar con el problema. Podría ser la letra, el ritmo o la melodía. Es todo y no es nada a la vez, y por mucho que haya cambiado cosas, nada ayuda.
Paso los dedos por las seis cuerdas de mi Gibson, a sabiendas de que mi cara refleja la frustración que siento.
—Venga, vayamos a andar un rato.
Jim señala con la cabeza a la chica. Parece dormida, pero podría estar fingiendo.
—No sabía que te gustaran los paseos por la playa, Jim. ¿Nos recitamos poesía antes de que me propongas matrimonio? —bromeo. Pero probablemente tenga razón sobre lo de alejarnos de la groupie. No necesitamos que una fan chillona hable de mi bloqueo musical a la prensa. Ya les doy demasiado de qué hablar.
—¿Has visto las últimas cifras de seguidores de tus redes sociales? —Alza el móvil.
—¿Es realmente una pregunta?
Nos detenemos en la barandilla de mi terraza cubierta. Ojalá pudiéramos andar por la playa, pero es pública y la última vez que intenté poner un pie en la arena de la parte de atrás de mi casa, regresé con el bañador rasgado y la nariz ensangrentada. Eso fue hace tres años. La prensa lo convirtió en una historia en la que me peleé con mi ex y aterroricé a varios niños.
—Pierdes unos mil seguidores a la semana.
—Suena fatal. —De hecho, suena genial. Quizá así por fin pueda disfrutar de mi propiedad frente a la playa.
Su perfecta cara sin arrugas —gracias a los mejores cirujanos plásticos suizos que el dinero es capaz de contratar— refleja su irritación.
—Esto es serio, Oakley.
—¿Y qué? ¿A quién le importa que pierda seguidores?
—¿Quieres que te tomen en serio como artista?
¿Esta charla de nuevo? La he oído un millón de veces desde que Jim firmó un contrato conmigo cuando yo tenía catorce años.
—Sabes que sí.
—Entonces has de ponerte las pilas —vocifera.
—¿Por qué?
¿Qué tiene que ver «ponerse las pilas» con crear buena música? En todo caso, necesito ser más salvaje, extender los límites de todo en esta vida.
Pero… ¿no lo he hecho ya? Siento que en los últimos cinco años me he emborrachado, he fumado, ingerido y experimentado casi todo lo que puede ofrecer el mundo. ¿Soy ya una estrella del pop acabada antes de cumplir los veinte?
Un ramalazo de miedo me sacude al pensarlo.
—Porque tu discográfica está a punto de despedirte —me advierte Jim.
Casi aplaudo como un crío al oír la noticia. Llevamos meses en desacuerdo.
—Que lo hagan.
—¿Cómo crees que grabarás el siguiente disco entonces? El estudio ha rechazado tus dos últimos intentos. ¿Quieres experimentar con el sonido? ¿Que tus letras sean poesía? ¿Escribir otra cosa que no sea sobre desamor y chicas bonitas que no te quieren?
Miro al agua malhumorado.
Él me agarra del brazo.
—Presta atención, Oak.
Lo miro con ojos de «¿Qué demonios haces?» y él me suelta. Ambos sabemos que no me gusta que me toquen.
—No dejarán que grabes el disco que quieres si sigues perdiendo seguidores.
—Exacto —digo con una sonrisa burlona—. Entonces, ¿qué me importa que la discográfica me despida?
—Las discográficas existen para crear dinero, y no producirán tu próximo disco a menos que sea uno que puedan vender. Si quieres ganar otro Grammy, si quieres que te tomen en serio, tu única posibilidad es reformar tu imagen. No has sacado ni un disco desde que tenías diecisiete años, y eso fue hace dos años. Eso es como una década en el negocio musical.
—Adele sacó un disco a los diecinueve y otro a los veinticinco.
—No eres la puñetera Adele.
—Soy mejor —digo, y no es por presumir. Ambos sabemos que es verdad.
Desde que mi primer disco salió cuando tenía catorce años, he tenido un éxito increíble. Cada disco ha sido doble platino, y el titulado Ford, por mi apellido, llegó al rarísimo disco de diamante. Aquel año, mi gira tuvo treinta paradas internacionales, todos los conciertos se celebraron en estadios y se agotaron todas las entradas. Hay menos de diez artistas en el mundo que hacen giras en estadios, el resto quedan relegados a actuar en estadios deportivos pequeños, auditorios, discotecas o salas.
—Somos mejores —me corrige Jim sin rodeos—. De hecho, estás a punto de ser un artista olvidado a los diecinueve años.
Me tenso cuando menciona mi anterior miedo.
—Felicidades, chico. Dentro de veinte años estarás sentado en una silla en Hollywood Squares y un niño le preguntará a su madre: «¿Quién es Oakley Ford?» y la madre le responderá…
—Lo pillo —respondo con firmeza.
—No, no lo pillas. Tu existencia habrá sido tan breve que la madre se girará hacia su hijo y le dirá: «No tengo ni idea de quién es». —La voz de Jim se convierte en un ruego—. Mira, Oak, quiero que tengas éxito con la música que quieres hacer, pero tienes que poner de tu parte. La industria está liderada por un montón de viejos blancos hasta arriba de cocaína y poder. Les encanta machacar a los artistas, incluso les pone. No les des más razones para decidir que te despidan. Eres mejor que todo eso. Creo en ti, pero tú también tienes que empezar a hacerlo.
—Creo en mí mismo.
¿Le ha sonado tan falso a Jim como a mí?
—Entonces actúa como tal.
Traducción: madura.
Estiro la mano y cojo el móvil que me tiende. La cifra de seguidores al lado de mi nombre todavía tiene ocho dígitos. Millones de personas me siguen y se creen todas las cosas ridículas que mi equipo publica a diario. Fotografías de mis zapatos, mis manos… Tío, esa publicación llegó al millón de «Me gusta» e hizo que se publicara el mismo número de historias ficticias. Esas chicas tienen una imaginación muy vívida. Una imaginación vívida y sucia.
—¿Qué sugieres entonces? —murmuro.
Jim suspira de alivio.
—Tengo un plan. Quiero que salgas con alguien.
—No. Ya hemos intentado el plan de la novia.
Cuando se lanzó Ford, mi equipo me juntó con April Showers. Sí, ese es su nombre real, lo vi en su carné de conducir. April era una estrella televisiva en alza y todos pensamos que sabía cómo iba el juego. Una relación falsa para que nuestros nombres estuvieran en la portada de revistas y como titular en las páginas web de cotilleos. Sí, nos odiarían en ciertos rincones, pero la atención mediática ininterrumpida y la especulación servirían para que la visibilidad fuera ilimitada. Nuestros nombres estarían en boca de todos de aquí a China.
La estrategia de prensa funcionó a la perfección. No podíamos ni estornudar sin que nos hiciesen fotografías. Dominamos los cotilleos de famosos durante seis meses, y la gira de Ford fue un éxito arrollador. April estuvo en primera fila de más desfiles de moda de los que yo siquiera conocía y firmó un importante contrato de dos años como modelo con una empresa de renombre.
Todo iba genial hasta el final de mi gira. Lo que ni yo ni el resto vimos fue que, si juntabas a dos adolescentes y les decías que fingieran estar enamorados, algo pasaría. Y algo pasó. ¿Cuál fue el único problema? Que April pensaba que ese algo seguiría pasando una vez finalizada la gira. Cuando le dije que no, se enfadó, y contaba con una gran plataforma para contarle al mundo exactamente cómo se sentía.
—Esto no será como lo de April —me asegura Jim—. Queremos atraer a esas chicas que sueñan con caminar por la alfombra roja pero piensan que están fuera de su alcance. No queremos a una modelo o a una estrella. Queremos que tus seguidores crean que eres «alcanzable».
En contra de mi buen juicio, pregunto:
—¿Y cómo lo haríamos?
—Buscamos a una chica normal. Empieza a mandarte mensajes en tus cuentas de redes sociales. Tontea contigo por internet y, mientras, la gente os ve interactuar. Después la invitas a un concierto. Os conocéis, os enamoráis y ¡bum! De vuelta al estatus de rompecorazones serio.
—Mis fans odiaban a April —le recuerdo.
—Algunas sí, pero había millones que la adoraban. Muchos millones más de fans te querrán si te enamoras de una chica normal, porque cada una de esas chicas pensará que es su suplente.
Aprieto la mandíbula.
—No.
Si Jim idease una forma de torturarme sería esta, porque odio las redes sociales. Mis primeros pasos fueron fotografiados y vendidos al mejor postor. Mi madre afirmó después que era para la beneficencia. El público ya ve mucho de mí y quiero mantener partes de mi vida en privado, por eso le pago una fortuna a un par de personas para que no salgan a la luz cosas como esas.
—Si lo haces… —Jim se detiene para llamar mi atención—… King producirá tu disco.
Giro la cabeza tan rápido que Jim pega un bote de la sorpresa.
—¿En serio?
Donovan King es el mejor productor musical del país. Ha trabajado con todo tipo de música, desde el rap o la música country hasta discos de rock, y ha convertido a artistas en leyendas. Una vez leí una entrevista en la que decía que nunca trabajaría con una estrella del pop y su música comercial y sin alma, por mucho dinero que le pagasen.
Trabajar con King es uno de mis sueños, pero ha rechazado cada propuesta que he hecho.
Si no le interesó producir Ford, ¿por qué este último disco sí? ¿Por qué ahora?
Jim sonríe. Bueno, tanto como su cara artificial se lo permite.
—Sí. Dijo que si ibas en serio, le interesaría, pero necesita poder confiar en ti.
—¿Y una novia hará que confíe en mí? —pregunto, incrédulo.
—Una novia no. Es lo que significa salir con una chica normal, que no es famosa. Demostraría que eres un tío centrado, que haces música porque te gusta, no por el dinero ni la fama.
—Soy un tío centrado —protesto.
Jim responde con un bufido. Señala con el pulgar las puertas correderas detrás de nosotros.
—Dime una cosa, ¿cómo se llama la chica que está ahí dormida?
Intento no encogerme.
—No… no lo sé —murmuro.
—Eso pensaba. —Frunce el ceño—. ¿Quieres saber qué estaba haciendo Nicky Novak anoche cuando lo fotografiaron?
Me daba vueltas la cabeza.
—¿Qué demonios tiene que ver Novak con todo esto?
Nicky Novak es una estrella del pop de dieciséis años que no conozco. Su boyband acaba de lanzar su primer disco y, por lo visto, encabeza las listas de reproducciones. El grupo desafía a 1D.
—Pregúntame qué estaba haciendo Novak —insiste Jim.
—Vale, como quieras. ¿Qué estaba haciendo Novak?
—Jugar a los bolos. —Mi agente se cruza de brazos—. Lo fotografiaron en una cita en la bolera con su novia, una chica con la que sale desde primaria.
—Bueno, me alegro por él. —Vuelvo a poner los ojos en blanco—. ¿Quieres que vaya a la bolera entonces? ¿Crees que eso convencerá a King para trabajar conmigo? ¿Hacer rodar varias bolas sucias?
Me resulta difícil hablar sin ser sarcástico.
—Te acabo de decir lo que quiero —gruñe Jim—. Si quieres que King produzca tu disco, necesitas mostrarle que eres serio, que estás listo para dejar de montar fiestas con chicas cuyos nombres no conoces y sentar la cabeza con alguien que te centre.
—Se lo podría decir.
—Necesita pruebas.
Vuelvo a fijar la vista en el océano y permanezco así durante un rato, observando cómo las olas rompen en la playa. El disco en el que he trabajado durante dos años… no, en el que he intentado trabajar sin éxito, parece estar de repente a mi alcance. Un productor como King podría ayudarme a superar este bloqueo creativo que tengo para componer la música que siempre he querido.
¿Y, a cambio, todo lo que tengo que hacer es salir con alguien normal? Supongo que puedo hacerlo. Es decir, todo artista debe hacer sacrificios por su arte alguna vez en su vida.
¿No?
Capítulo 2
Ella
—No.
—No has oído lo que tengo que decir —razona mi hermana.
—No hace falta. Tienes esa mirada. —Saco el beicon del microondas y echo cuatro tiras en cada plato.
—¿Qué mirada? —Paisley observa su reflejo en la parte de atrás de la cuchara que he usado para remover los huevos.
—La que dice que no me va a gustar lo que me vayas a decir. —Me detengo al terminar de servir el resto del desayuno de los gemelos en los platos—. O que soy demasiado joven para entenderlo.
—Ja. Todos sabemos que eres más madura que la mayoría de adultos. Ojalá fueses más impulsiva. Facilitaría las cosas.
—¡El desayuno está listo! —grito.
El ruido de pisadas en la escalera hace que Paisley suspire. Nuestros hermanos pequeños son muy ruidosos, ingieren una cantidad de comida increíble y todo nos resulta bastante caro. Lo único que puedo decir es: gracias a Dios por el nuevo trabajo de Paisley. Apenas nos mantenemos a flote, aunque Paisley ha obrado milagros con el poco dinero del seguro de vida que nos dejaron nuestros padres. Yo aporto algo de dinero con mi trabajo de camarera en Sharkey’s, pero no nos sobra mucho. Spencer y Shane insisten en que no nos tenemos que preocupar por su matrícula de la universidad porque planean conseguir una beca deportiva que cubra los gastos por completo. Pero a menos que sea por una competición de comida, no cuento con ello.
Al tiempo que los gemelos devoran el desayuno, Paisley llena sus vasos de leche y coloca una servilleta junto a sus platos. Ojalá la usen en lugar del trapo de cocina, aunque tampoco lo espero.
Bebo de mi café con leche y mientras tanto, observo a mis hermanos de doce años devorar lo que será la primera de sus seis comidas al día. Mientras gruñen por las cortas vacaciones de Navidad, pienso en lo genial que es no haber tenido clase este año, no como ellos.
—Vaughn —me llama Paisley urgentemente—. Todavía tengo que hablar contigo.
—Ya te he dicho que no.
—Lo digo en serio.
—Vale. Habla.
—Fuera. —Señala la puerta de atrás con la cabeza a los gemelos.
—No vamos a escucharos —dice Spencer.
Shane asiente porque ese es su proceder; Spencer habla y Shane lo apoya, aunque realmente no esté de acuerdo.
—Fuera.
El movimiento de cabeza de Paisley parece doloroso esta vez, así que tengo piedad de ella.
—Tú primero.
La puerta con tela metálica se cierra tras salir. Doy un sorbo a mi bebida, la cual se está enfriando rápido, mientras observo cómo Paisley busca las palabras necesarias, lo cual me preocupa porque Paisley nunca se queda sin palabras.
—Vale, quiero que me escuches. No digas nada hasta que haya terminado.
—¿Has bebido demasiados Red Bull esta mañana? —inquiero. Ambas sabemos que Paisley es una especie de adicta a la cafeína.
—¡Vaughn!
—Vale, vale. —Hago el gesto de cerrar la boca con una cremallera—. No diré una palabra más.
Ella pone los ojos en blanco.
—Eso hay que hacerlo después de la última palabra, no antes.
—Detalles, detalles. Ahora, habla, que he prometido no interrumpirte.
Paisley toma aire.
—Vale, ya sabes que por fin me han dado mi propio cubículo en el trabajo y no tengo que compartirlo con esa otra asistente, ¿no?
Asiento. «Ellos» son sus jefes de Diamond Talent Management. Oficialmente, su puesto es el de asistente general de marcas, pero técnicamente es una recadera con pretensiones; va a por el café, hace un montón de fotocopias y pasa muchísimo tiempo programando reuniones. Juro que la gente para la que trabaja se reúne más que las Naciones Unidas.
—Bueno, pues mi cubículo tiene un pequeño tablón de anuncios en la pared. Se me permite poner fotos y ayer coloqué algunas. Ya sabes, como la de mamá y papá que nos encanta, esa en la que salen besándose en el paseo marítimo. Y aquella de los gemelos en el campamento de béisbol. Y también colgué la que te hice en la hoguera de la playa en tu cumpleaños el mes pasado.
Trato de evitar el impulso de sacudir la mano para decirle que se dé prisa. Paisley tarda mucho en ir al grano.
—¡Bueno, pues eso! Jim Tolson pasaba por al lado de mi cubículo…
—¿Quién es Jim Tolson? —pregunto, rompiendo mi voto de silencio.
—Es el hermano de mi jefe. Es el representante de algunos de los músicos más importantes del mundo. —Paisley está tan entusiasmada que tiene las mejillas sonrojadas—. Bueno, pues pasa y ve tu foto en mi tablón y me pregunta si la puede coger un momento…
—¡Uf! No me gusta cómo pinta esto.
Me mira mal.
—No he terminado. Me has prometido quedarte callada hasta que acabase.
Me trago un suspiro.
—Lo siento.
—Y yo le digo que vale, pero que la traiga de vuelta porque es mi foto favorita de mi hermana pequeña. Así que se lleva la foto y se mete en el despacho de su hermano durante un rato. Allí hay muchos asistentes y todos hablan de tu foto…
Vale, ahora es cuando no me gusta a donde conduce esto.
—Pasa algo gordo en la agencia —añade Paisley—. No sé qué es, porque soy una mera asistente, pero el señor Tolson no ha dejado de entrar y salir de la oficina, lleva discutiendo con su hermano toda la semana y hasta se reúnen en la sala de reuniones en secreto.
Juro que si no va al grano pronto me volveré loca.
—Entonces, al terminar mi turno, mi jefe, Leo, me cita en el despacho de Jim y empiezan a preguntarme sobre ti. —Ha debido de ver mi expresión de preocupación porque no tarda en tranquilizarme—. Nada muy personal. Jim quería saber cuántos años tienes, qué te gusta, si has tenido problemas con la justicia…
—Eh, ¿qué?
Paisley bufa en señal de molestia.
—Quería asegurarse de que no eres una delincuente.
Me da igual el voto de silencio. Me siento demasiado confusa como para mantenerme callada.
—¿Y ese agente por qué…?
—Representante —me corrige.
—Representante. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Por qué le intereso tanto a ese representante? Has dicho que representa a músicos, ¿acaso quiere ficharme? Le has dicho que no se me da bien cantar, ¿no?
—Por supuesto. Esa ha sido una de sus preguntas, si tenías «aspiraciones musicales». —Forma comillas con los dedos—. Se puso bastante contento cuando le dije que: a) no eres música y b) quieres ser profesora.
—¿Entonces es para que sea su pareja? Porque qué asco, ¿cuántos años tiene ese tío? —pregunto con incredulidad.
Hace un gesto con la mano.
—Tiene treinta y algo, creo. Y no es eso.
—¿Hay un eso? Porque me lo empiezo a preguntar.
Paisley se detiene un momento. A continuación suelta las siguientes palabras sin respirar.
—Quieren que finjas ser la novia de Oakley Ford este año.
Escupo saliva y café templado en las escaleras de hormigón.
—¿Qué?
—Te prometo que no es tan malo como suena.
Se pasa una mano por su pelo negro, cortado a la altura de los hombros, y me doy cuenta por primera vez de tiene el pelo de punta a los lados. Normalmente, Paisley tiene un aspecto impecable, desde su brillante coronilla hasta la punta de las bailarinas a las que saca brillo todas las noches.
—El señor Tolson cree que eres perfecta para el trabajo —me dice—. Comentó que eras guapa pero no de forma exagerada. Más como una chica natural y del montón. Te describí como una chica con los pies en la tierra, y él cree que eso complementará a Oakley, porque puede ser muy intenso a veces…
—Vale, rebobina —la interrumpo—. ¿Hablas de Oakley Ford, la estrella del pop? ¿Oakley Ford, el tipo con tantos nombres de mujeres tatuados en su cuerpo que parece una guía de las antiguas modelos de Victoria’s Secret? ¿Oakley Ford, el que trató de quitarle los pantalones a un monje de Angkor Wat y casi provoca un incidente internacional? ¿Ese Oakley Ford?
—Sí, ese. —Arruga la nariz—. Y solo tiene un nombre de mujer tatuado, el de su madre.
Alzo una ceja.
—¿Te lo ha dicho él o le has hecho una inspección personal?
Oakley tiene diecinueve años y Paisley, veintitrés, así que supongo que podría pasar, pero es un poco asqueroso. No porque él sea más joven, sino porque Paisley es demasiado guay como para ser una más en la lista de un celebridiota.
—Puaj, Vaughn.
—Mira, si lo dices en serio, la respuesta sigue siendo no. De hecho, hay tantas razones por las que negarme que no sé si tendré tiempo de enumerarlas todas. Pero te diré una: ni siquiera me gusta Oakley Ford.
—Pusiste su disco una y otra vez durante tres meses.
—¡Cuándo tenía quince años! Oakley Ford fue una fase. Como los colgantes de mejores amigas y Hannah Montana. Además, sus payasadas dejaron de resultarme atractivas. Después de la décima foto liándose con una tía cualquiera en una discoteca, empecé a verlo como un baboso.
Paisley se vuelve a pasar la mano por el pelo.
—Sé que es tu año sabático. Y quiero que lo tengas, te lo juro. Pero esto no te llevará mucho tiempo. Quizá una o dos horas cada dos días. Un par de noches. Un par de fines de semana. Es igual que tu trabajo de camarera en Sharkey’s.
—Esto… ¿no te olvidas de algo?
Paisley parpadea.
—¿Qué?
—¡Tengo novio!
—¿W?
—Sí, W.
Por alguna razón, Paisley lo odia. Dice que su nombre es estúpido y que él es estúpido, pero yo lo quiero de todas formas. William Wilkerson no es el mejor nombre que le puede tocar a alguien, pero eso no es culpa suya. Por ello lo llamamos W.
—Debe de haber docenas de chicas que quieran fingir salir con Oakley Ford. ¿Y por qué necesita una novia falsa? Podría caminar por el Four Seasons de Wiltshire, señalar a la primera chica que conduzca por su lado y tenerla en una habitación de hotel en cinco segundos.
—Ese es el problema. —Alza los brazos—. Ya han intentado antes lo de la novia de mentira, pero ella se enamoró de él y él le rompió el corazón. Creo que la mitad de la publicidad negativa que tiene es por ella.
—¿Te refieres a April Showers? —Doy un grito ahogado—. ¿Eso fue de mentira? Vaya, yo creía en ShOak. Mis sueños de niña a la basura —digo, medio en broma. Los quince fueron complicados para mí, y no solo porque fue cuando mis padres fallecieron.
Paisley me pega en el hombro.
—Acabas de decir que no te cae bien.
—Bueno, no después de que engañase a April con la modelo de bañadores brasileña. —Me muerdo el labio—. ¿En serio era una farsa?
—En serio.
Mmm. Puede que tenga que recapacitar sobre Oakley.
Aunque eso no significa que quiera ser su siguiente novia de mentira para que rompamos de mentira y me engañe de mentira.
—¿Entonces lo harás?
La observo.
—Gano doscientos dólares trabajando de noche en el Sharkey’s. Antes de Navidad dijiste que nos iba bien. —Entrecierro los ojos—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
El año pasado encontré llorando a Paisley en la mesa del comedor a las dos de la mañana. Admitió que papá y mamá no nos dejaron en una buena situación económica. El dinero del seguro nos mantuvo al principio, pero el verano pasado necesitó una segunda hipoteca para pagar las facturas y pensaba dejar la universidad para conseguir un trabajo. Sorprendida, me senté e hice que me enseñase todo porque solo le quedaba un año para graduarse. Yo terminé el instituto antes porque fui a clases de verano y di clases a distancia que complementé con las presenciales. Aparte, obtuve un permiso especial para asistir a clases avanzadas. Y después encontré trabajo. Servir chuletones y lechuga iceberg no es que sea muy sofisticado, pero paga las facturas.
O eso creía.
—No. Estamos bien. Es decir… —Se le apaga la voz.
—Entonces mi respuesta es no. —Nunca me ha interesado la otra cara de Los Ángeles. Parece tan artificial, y yo ya llevo fingiendo bastante.
Tengo la mano sobre el pomo de la puerta cuando Paisley suelta la bomba.
—Te pagarán veinte mil dólares al mes.
Me doy la vuelta despacio, boquiabierta.
—Es una puta broma, ¿no?
—No digas palabrotas —responde automáticamente, pero sus ojos brillan de entusiasmo—. Eso durante un año entero.
—Eso…
—¿Pagaría la universidad de los chicos? ¿Pagaría ambas hipotecas? ¿Nos facilitaría las cosas? Sí.
Soplo para quitarme el flequillo demasiado largo de la cara. La propuesta es una locura. Es decir, ¿quién paga tal cantidad de dinero a una chica cualquiera por fingir ser la novia de una estrella del pop durante un año? Quizá eso en la industria de la música y el cine sea normal, pero yo crecí con padres que eran profesores de primaria.