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Читать книгу: «Un cuento de cal y otro de arena»

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© Enrique Arís Laborda

Foto de portada: Elyluz

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-339-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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A Georgina Guasch Medalla,

quien impulsó mi nueva etapa...

.

Asimismo, a los que me quieren,

a cuantos me han querido

y, por supuesto, a todos los demás,

sin ninguna distinción de edades.

Introducción

Alguien decía que los cuentos, para disfrutarlos y hallar su esencia, deben leerse igual que se lee la poesía: despacio… y de un solo tirón.

La polémica surge cuando se pretende armonizar los conceptos «cuento real como la vida» y «la vida es como un cuento». Por mi parte, siento la imperativa afirmación de que estos conceptos se superponen, sin duda… Por esto son importantes los cuentos, pues nos ofrecen retazos de la vida real. Unas veces, nos la muestran dulcificada; recrudecida, otras; las más, simplemente, desnuda; en el fondo, siempre para mostrar el auténtico relieve de las cosas, como hacen las sombra al resaltar la belleza que permanecía encubierta…

El reto de los cuentos está en intentar encajar en unos pocos párrafos lo mucho narrado por esa vida, aunque no siempre nos satisfagan los asuntos que nos relata: ¿así es la vida?, pues así deben ser los cuentos.

Confieso que al iniciar mis escritos, tengo la firme intención de trazar un auténtico cuento sin más… Pero empiezo riéndome con algún personaje o voy inquietándome con las historias que cuentan otros y acabo preocupado, perdido por lo que les pueda pasar…

Os deseo de corazón que localicéis las certezas encerradas en los cuentos para que cuando os topéis con ellas, sepáis reconocerlas y aceptarlas para siempre o soslayarlas definitivamente, puesto que en cualquier lugar que miremos, no solo hallaremos un cuento, sino la verdad que se oculta en él, como un claroscuro que nos acerca más a la ficción que representa vivir…

Os ruego que no perdáis la afición por los cuentos, porque es mejor leerlos con plena conciencia que vivir el desconcertante cuento de la vida sin llegar a percibirlo…

EAL

AMIGAS PARA SIEMPRE

Observó el mar desde la azotea de su vivienda. Su mirada se extendía más allá de la reluciente superficie. Nadie la observaba; no por falta de gente; sin más, nadie se preocupaba de ella… Desde la altura, alzó la mirada hacia el cielo interminable. Consideró otros lugares, otras gentes, otros mundos y… se arrojó al vacío exhalando un desesperado gemido…

Habían pasado seis meses desde que conoció a su mejor amiga. Fueron meses de entendimiento y bienestar, durante los cuales ambas sintieron que habían hallado a su auténtica alma gemela. Durante ese tiempo, transcurrido en una constante avenencia y colaboración, se inundaron de paz…

La vio aparecer cansada, en busca de un lugar donde reposar. Aunque ambas tuviesen un color parecido, al instante la percibió especial y, al observarla con detenimiento, la encontró, sin duda, hermosa. Su terso cuerpo relucía por el roce del sol deslizándose por su piel; su porte era muy distinguido, en cierta manera, afín al suyo. Deambulaba con tal soltura que se apropiaba del espacio, y las miradas de la gente, sorprendidas por su presencia, recaían sobre ella, obsequiándola con tiernas sonrisas.

Como su tamaño era bastante superior al suyo, se inquietó un poco al verla más de cerca.

—¿Cómo te llamas? —preguntó al llegar.

—Me llamo Palmira. Y tú, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Gala…

—Qué nombre más curioso. ¿Y de dónde vienes, Gala?

—La verdad es que vengo de tierras muy lejanas, a través del mar, sobre un enorme buque. Casi no entiendo cómo he podido llegar hasta aquí…

—¿Estás muy cansada? —se interesa Palmira.

—Pues sí. La verdad es que me encuentro bastante agotada.

Palmira se sintió bien junto a Gala desde el primer momento, y no dudó en ofrecerle su casa para que pudiese descansar.

—¡Oh!, estaría contentísima, Palmira. No esperaba algo tan agradable después de un viaje tan largo. Acepto encantada.

—A mí me harás feliz. Cuando hayas descansado, podremos hablar cuanto quieras.

—Te tomo la palabra; me encanta hablar y lo hago por los codos, como la gente dice.

Ambas marcharon a casa de Palmira con el presentimiento de que se iniciaba una muy buena amistad.

Al despertar, Gala tuvo una grata sensación de paz. En cierta forma, se extrañó porque siempre vivía a ras de suelo, como suele decirse; en cambio, la vivienda de Palmira estaba ubicada a bastante altura. Pero sintió tal hambre que no quiso darle más vueltas al asunto.

—¡Qué bien me siento! He dormido genial. El hambre me devora y agradecería poder comer cualquier cosa que tengas…

—Hola, bella durmiente. Me ha gustado verte descansar. Ahora mismo te traigo algo; en realidad, no tengo demasiadas cosas…

—Me da igual lo que sea. Cuando salgamos, yo misma te proporcionaré mi plato favorito: pescado.

—¡Uf!, no. El pescado no puedo ni olerlo.

—¿De veras? No me lo creo…

—Pues es cierto. Bueno, ya hablaremos de nuestras preferencias. Ahora te daré unas simientes que te van a gustar.

—¿Simientes…? ¡Vale!

Palmira, después de ver a su amiga literalmente engullir su comida, le propuso ir a deambular sin rumbo fijo para hablar con tranquilidad.

Durante el paseo, juguetearon y hablaron de cuanto se les ocurrió con el deseo de conocerse.

—¿Cuándo tienes pensado continuar tu viaje, Gala? —se interesó Palmira.

—Pues…, la verdad, no lo sé. Me gustaría volver con el mismo velero que me trajo aquí, pero van a repararlo y el trabajo les llevará varios meses. Si no puedo permanecer en este lugar, tal vez me vaya con otro barco.

—¡Gala, puedes quedarte en mi casa el tiempo que sea necesario si tú quieres; no hay ningún inconveniente!

—¿No te importunaré, Palmira? Me sabría fatal agobiarte.

—Me encantaría que lo hicieses, puedes estar segura. Y, si me molestas, simplemente, te echo —acabó diciendo entre las risas de ambas…

Puestas de acuerdo, las dos nuevas amigas continuaron con andanadas de preguntas de todo tipo. Estaban ávidas por conocer cosas la una de la otra mientras se explicaban con vehemencia, interrumpiéndose sin cesar o hablando a la vez. Iban juntas de un lugar a otro en un auténtico vuelo y se maravillaban de las diferencias existentes entre sus mundos. La iniciada amistad las iba a convertir en inseparables.

—¿Tienes pareja, Palmira?

—Pues no, ni tengo intención de tenerla de momento…

—¿Por qué?

—Porque en mi ambiente me obligan a ser muy sumisa y yo amo mi libertad. Aquí los machos son muy machos.

—Hablas con dureza de ellos. Pero te entiendo. En mi mundo las relaciones son muy ancestrales y yo también soy muy independiente. La ventaja es que, mientras yo no quiera, nadie tiene por qué meterse conmigo: de sumisión, ¡nada!

—Pues aquí, cuando te ponen el ojo encima, no hay forma, Gala: persiguen que te persiguen, como si fuesen tus dueños. Eso sí, con muchos arrumacos, muchas carantoñas y todo lo que se te antoje, pero no te dejan en paz ni un minuto…

Las amigas tenían en común el saber disfrutar de la naturaleza. Días en los que el sol, suavizado por una discreta brisa, desparrama su fuego sobre sus cuerpos, permitiéndoles planear sobre los sueños de alcanzar cuantos lugares quieran —como ocurre en este preciso momento—, serán días inolvidables para nuestras amigas. La serena quietud del ambiente en este pueblo próximo al mar es para ellas un bálsamo bienhechor que recordarán…

—Hay algo que me cuesta hacer, Gala.

—¿El qué?

—Todos sabemos el esfuerzo que representa lograr alimentarse, pero a mí me cuesta demasiado conseguirlo, soy más feliz al poder deambular en libertad y divagar por los aires. ¿Comprendes…?

—¡Claro que te entiendo! Pero, ¿sabes?, a mí me pasa todo lo contrario: la actividad física me hostiga de manera constante y esto es una gran ventaja a la hora de procurarme la subsistencia… No te preocupes, al menos nuestra amistad nos permitirá complementarnos. Mientras estemos juntas, me preocuparé de este asunto si a ti te parece…

Durante los meses que siguieron —sin querer plantearse las realidades que llegarían sin remisión— se pusieron de acuerdo para armonizar las diferencias que existían entre ellas, lo cual les permitió alcanzar no solo su mutua comprensión, sino una mayor amplitud de miras ante la vida.

—Gala, antes ya me ocurría, pero desde que hemos compartido tantas ideas me doy cuenta de la estrechez de conceptos de este lugar y abrigo más que nunca el deseo de marcharme, de navegar hacia otras oportunidades de libertad.

—No me extraña que te sientas así. Percibo que aquí estás encerrada en rutinas que tú misma te impones por el ambiente en que has vivido…

—Es increíble lo que he aprendido contigo, Gala. Nunca me había decidido a mirar de frente cuanto ocurre alrededor. Incluso mis intereses van más allá de lo que hasta ahora me había atrevido a desear…

Gala quería ver a Palmira más despreocupada, puesto que «juntas podríamos llegar allí donde nos propusiésemos» —le decía—, y la animaba a que tuviese fe en que era cierto. A Gala le parecía genial la idea de permanecer unidas; sí, genial y sorprendente. l

—¿Sabes lo que he pensado, Palmira…?

—Aún no, pero lo voy a saber dentro de un momento —bromea.

—¡Cada vez más perspicaz, amiga! —se burla—, pero tienes razón.

—¡Bueno, dímelo ya!

—Podría ser muy bueno para las dos que te vinieses conmigo cuando el barco esté en condiciones de zarpar.

Por extraño que parezca, Palmira no se había planteado esta posibilidad. Por un momento quedó suspendida en el aire, como si no fuese capaz de coordinar las ideas.

—¿No sería un inconveniente para ti, Gala? ¿Estás segura de lo que me dices? Casi no puedo creerlo…

—Pues créelo, porque te lo digo muy en serio. ¿Acaso no quieres que estemos juntas?

—¡Claro, claro que quiero! Es lo que he deseado todos estos meses. Solo buscaba el momento para proponerte lo contrario…

—¿Lo contrario…?

—Sí, que fueses tú la que se quedase conmigo…

—Yo estoy muy acostumbrada a la libertad; hasta tú misma, en el fondo, quieres marchar de aquí. Con sinceridad, creo que sería mejor que fueses tú la que cambiase de aires…

—Tienes razón… Sería mejor así, Gala… Ya hablaremos, ¿te parece…?

El sonido de las gaviotas atemperaba el ambiente soleado en el que Palmira se hallaba rumiando caminos, la proximidad a un mar que le retaba a tomar decisiones —que en lo más profundo ansiaba— la mantenían suspendida en un estado que se enrarecía a medida que sus dudas aumentaban…

La idea de partir con Gala hurgó las entrañas de Palmira al sopesar las diferencias que existían entre ellas. Gala era más fuerte, mucho más desenvuelta, más libre en todas sus manifestaciones, y ella temía frenar el transcurso de su amiga. «En realidad, ¿me atreveré a seguir a Gala? —se cuestionaba de manera obsesiva—. ¿Será bueno para ella que la siga?». Por más que lo desease, no sabía si sería capaz…

Tal como estaba previsto, el navío quedó en condiciones para emprender la singladura. Y un fatídico día, anuncian que la reanudación de la travesía está próxima.

Sí, fue fatídico porque, a pesar del tiempo transcurrido, Palmira no se decidía a abordar la larga travesía. Las condiciones de vida reales del mundo de su amiga la asustaban. A partir del día de la proposición de Gala, la inquietud se instaló en su quehacer y creó una zanja de tristeza entre ambas que no sabía cómo llenar. En verdad, la sensatez de Gala impidió malos entendidos, pues comprendió a la perfección las dudas de su amiga y no pudo recriminarle su indecisión. Ella tampoco sería capaz de quedarse en este lugar junto a Palmira… Ni siquiera estaba segura de si podría protegerla al emprender una nueva vida tan distinta de la suya. Su mutuo cariño las ayudó a comprender que, aunque se separasen, la amistad las había unido para siempre.

El bajel se veía impresionante; la altura de sus cofas parecía inalcanzable; el señorío de sus velas plegadas hablaba de la enérgica elegancia que iba a poderse contemplar en breve. La gente se arremolinaba en el muelle junto a la pasarela de embarque. La actividad desbordaba el ambiente de la partida. Infinitos sonidos entremezclados con el vocerío de los adioses entre lágrimas, pasarela fuera, se inicia la marcha. El barco se retira con lentitud del muelle como empujado por el ascendente griterío de la gente que obsequiaba a los pasajeros abocados a la borda. Los pañuelos inician su ondeo como auténticas palomas en vuelo o gaviotas o blancas páginas con escritos de deseos no llegados a expresar…

Poco antes, en medio de esta colosal y controlada confusión de trasiegos y despedidas, Palmira y Gala habían confirmado su sentir:

—Palmira, no lo dudes nunca, nuestra amistad es para siempre…

—Para siempre… —respondió abatida.

Palmira se alejó presurosa para no mortificarse ni afligir más a su amiga…

Llegó a su casa con semblante sombrío. Durante el camino había cavilado sobre los meses transcurridos con la entrañable amistad de Gala. Le dolía su propia falta de arrojo en una situación irrepetible, con certeza irrepetible. No estaba satisfecha de su actuación y se encontraba tan hundida como para no querer continuar así. Debía tomar una decisión.

Subió a la azotea de su casa, como lo había hecho en infinidad de ocasiones. Ahora todo le pareció muy diferente. En la punzante claridad de la mañana, el intenso olor a sal y pesca, la tibia acariciante brisa, el incierto murmullo de lejanos clamores, los colores... la mar, los sintió otros. Observó el esplendoroso mar, poblado de destellos de sol que brincaban en las menudas olas, como chisporroteos de bengalas en una fiesta diurna; enseguida distinguió el imponente navío que navegaba orgulloso, con sus tres palos guarnecidos ya de níveas velas. Agitadas en un enmarañado vuelo, las aves custodiaban el surcar de su ruta. De la algarabía de los cuerpos que alborotaban el aire, surgían secos gritos, como lanzados por niños en plena euforia por la reciente partida…

«¿Hasta dónde? ¿Hasta dónde…?», volvió a decirse Palmira...

Sí, ¿hasta dónde sería ella capaz de llegar al seguir la ruta que se lleva a su querida amiga?, ¿hasta dónde? Sabía que el mundo de su amiga no era el de ella. Sabía que su círculo social, sus costumbres, su estirpe, su manera de sobrevivir en la vida no eran los de ella. Vivió en la duda de caminar junto a ella y aún temía la incertidumbre de ese destino. Su amiga marchaba y ella volvería a la vida que llevaba antes de conocerla. Sí, sin poder evitarlo, esta idea la apesadumbraba: lejos de su amiga, sin otra perspectiva que los mismos límites de siempre.

Palmira, sumida en esta lucha, sintió partírsele el corazón. Presintió que con Gala marchaba también su esperanza, la que concibió el día que la vio aparecer. ¿Debía creer que algo así podría repetirse? ¿Dónde se hallaría dentro de poco tiempo su amiga…?

Fue incapaz de resistirlo más… Desde lo alto de la torre, alzó la mirada hacia el interminable cielo, consideró otros lugares, otras gentes, otros mundos, y se arrojó al vacío exhalando un desesperado gemido… con el deseo de que su amiga lo oyese…

Palmira extendió sus alas y revoloteó unos momentos, como despidiéndose del lugar donde había vivido tan hermosas experiencias; remontó su vuelo hasta la altura del tejado que albergaba su casa para ver de nuevo el engalanado navío, alrededor del cual hilvanaba cabriolas su amiga Gala y, a pesar de las diferencias, las dificultades y las dudas, se lanzó resuelta a perseguirlo… ¡La paloma se sentía feliz!

Allí, sobre el arrogante bajel con sus velas tendidas al viento, la gaviota Gala celebraría con alegres graznidos su contento ante la decisión de su amiga Palmira: ambas entretejerían con sus vuelos la esperanza de continuar unidas en el transcurso de sus vidas...

LA CASA POR LA VENTANA

Con seguridad, conocéis el dicho popular de «tirar la casa por la ventana». Nos sugiere de inmediato la imagen de un personaje manirroto… Pero yo quiero hablaros de una historia a la que se le puede aplicar la misma frase, sin que su significado tenga nada que ver.

Desde mi piso de la séptima planta, miraba una ventana del edificio de enfrente, la situada justo bajo el alero del tejado. Me llamó la atención porque un visillo, movido por el viento, parecía que me hiciese señas colgado en su dintel. Observé cómo iba y venía, tímido y vacilante, atravesando el marco de la ventana como una bandera situada en la frontera de dos mundos inasibles. No era la única ventana del edificio ni el único visillo visible, pero este había acaparado mi atención sin proponérmelo.

Sabía que era la casa de una vecina del barrio, la cual había fallecido de manera inesperada hacía poco tiempo. Se trataba de Caridad Robles, una persona muy querida que había ocupado su vida en procurar el bien de los demás. No pedía nada, no discutía por nada ni con nadie, no poseía nada, salvo la casa en la que vivió y el amor de quienes la habían tratado.

Cuantos pudieron entrar en su vivienda, como yo mismo hice en alguna ocasión, estaban de acuerdo en que esta, la vivienda, era como ella misma: silenciosa, impecable, sobria, acogedora en suma… Si a un paraíso aspiró la vecina, no sería muy diferente de su propia casa. Muchos consideraban que «tal para cual», porque Caridad había sabido imprimir a su apartamento esa sencillez y paz que todos deseamos…

Dicen que las casas son un reflejo de quienes las habitan y que devuelven lo que se les da, con el mismo talante. «¡Qué sola se quedará su casa el día que su dueña desaparezca!», decían todos, «¡Nadie cuidará de ella como Caridad!».

Enfrascado en estas elucubraciones, percibí un objeto ligero salir por la ventana desde detrás del visillo; la apariencia era la de una hoja de papel. A esta, siguieron otras. El instinto me movió a alargar mi mano en un imposible gesto de asir alguna de ellas: ¿qué llevarían escrito?, ¿cuántos planes?, ¿cuántos deseos? Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar que los pensamientos de la anciana volaban a buscarla. No quise alterarme ante la impresión, mejor, no quise sugestionarme…

A la expectativa de algo incierto, de un no sé qué indefinible que me tensionaba el estómago, no pude evitar quedarme donde estaba. No tuve que esperar demasiado: un hervidero de pétalos —a la distancia a la cual me hallaba tampoco podía precisar de qué tipo de flor se trataba— se precipitó al exterior por debajo del visillo, como temblorosas mariposas en busca de su libertad… Sentí todo mi ser en suspenso a la espera de algo más.

Ya dudaba de que el extraño asunto continuase cuando, del hueco custodiado por el visillo, empezaron a salir otros objetos: libros, fotografías enmarcadas, imágenes religiosas, velas, zapatillas, algún vestido, una lámpara de pie y un sinfín de objetos de varios tamaños, hasta que el propio visillo se decidió a salir disparado por la ventana con sinuosas contorsiones. Luego, en medio de un notable estruendo —como si de una épica sinfonía de Wagner se tratase—, un reclinatorio, una mesa, multitud de sillas, las piezas de una vajilla, cuadros, tazas, platos, cucharillas… intentaban ganar la carrera de salir por la ventana de la abundancia. Al final, se hizo el silencio.

Aferrado a la barandilla de mi balcón como estaba, asaltado por el temor de lo inexplicable, todavía no había superado mi estupor, cuando observé con claridad meridiana —como si de un ejercicio de relajación se tratase, cuando se retraen los brazos y se encogen los pulmones—, que las paredes de la habitación, sin aparente esfuerzo, casi con indolencia, se doblaban sobre sí mismas hacia el interior vacío y salían por la ventana, arrastrando tras ellas al liviano tejado… y a la propia ventana.

Queridos, tenéis que creerme si os digo que no supe contener mi llanto al pensar que, en efecto, las casas son lo que se les ofrece, y esta, sin poder resistirlo más, se había lanzado al completo a la conquista del infinito de su amada amiga…

LAS SANDALIAS

Cuando entré distraído en la tienda del zapatero remendón percibí de inmediato su presencia... Vi las sandalias sobre el mostrador, con seguridad, a la espera de que viniesen a recogerlas, como un confiado niño a la salida de la escuela… Su fino cuero marrón, no demasiado pálido, atrajo mi atención, como lo haría una extraña joya en la vitrina de una joyería. Sin tener demasiada conciencia de lo que me ocurría, quedé absorto al contemplarlas. Distinguí, muy bien esbozadas, las tenues marcas de unos primorosos dedos, y estas señales se me antojaron un mensaje celeste retenido en la plantilla del calzado…

Fascinado, observé el diseño de las huellas: su sutil apariencia, la graciosa redondez de su trazado, los espacios que mediaban entre las marcas de los dedos, el armónico dimensionamiento de sus dibujos y la cadencia de sus tamaños; todo, todo en absoluto, evocaba la presencia de las diminutas extremidades que las habían moldeado… Y, sacudido por los latidos desenfrenados de mi corazón, la dueña de las sandalias, como una ninfa, se fue alzando ante mí sobre esas improntas. Sus lindos pies, adaptados a la perfección a las plantas de las sandalias de avellanado cuero, sostenían livianos tobillos y tendones de Aquiles tensados de manera exquisita por la plástica de unas correctísimas pantorrillas formadas de la nada con inquietante nitidez… Arrastrada por la tenue brisa originada por el balanceo de sus caderas, una falda verde pastel se arremolinaba sobre sus esbeltas piernas, dejando entrever el perfecto modelado de unas bellas y sugestivas corvas. El breve talle oscilaba al compás del vaivén de su cuerpo secuestrando sentimientos y, en su danza acompasada, los brazos trazaban balanceos que daban ritmo a los hombros de la esfinge de cara de diosa. La blusa crema abrazaba al terso busto y modelaba su cuerpo, y la melena, agitada por sus gestos, acotaba la figura entera con el mismo color avellanado que iniciaron sus sandalias…

No he podido evitarlo: su estampa produjo en mí tan honda impresión que he merodeado, obsesionado, durante varios días por la tienda, con el fin de poder hablar con la propietaria de las sandalias. No he logrado mi propósito, pero no me ha importado demasiado, porque estoy seguro de que nuestra relación será algo muy hermoso.

Cada día transcurrido sin verla deja en mí un vacío persistente. Es natural, pues noto a faltar la sutileza de su persona y mis sentimientos se alteran en la espera. Sus ocupaciones diarias deben tener suficiente importancia como para no permitirle venir a buscar las sandalias. Debe ser delicioso observar cómo deambula de un lado a otro en su trabajo. O quizá ejerza una labor particular. Sí, seguro que es pintora o escritora o, quizá, tenga un establecimiento de flores, o algo más afín a su ángel… Tal vez sea músico; sí, esta profesión es la más apropiada para ella…

Cuando le hable, le pediré que salgamos con la mayor frecuencia posible para gozar juntos de paseos en plena naturaleza; charlaremos de todo y lo haremos sin cesar. Será encantador poder estar en su compañía.

A la espera de poder verla, paso por la tienda del zapatero con bastante inquietud. Quisiera prepararle algo especial para el día en el que nos conozcamos.

He comprado entradas para el concierto del Palacio Real. Estoy seguro de que le encantará el Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy, es una obra magnífica, y también podremos gozar de los Nocturnos, del mismo autor. He elegido un horario que después nos permita ir a cenar. Le gustará que lo hagamos. Qué hermoso será estar junto a ella en el concierto: nos tomaremos las manos mientras compartimos la música de su agrado.

Mi ángel no ha venido. Habrá tenido que quedarse a estudiar en su casa. Bueno, lo siento; ya nos veremos mañana. Iremos al cine. Las películas de amor o de contenido humano serán, con seguridad, sus preferidas. Al salir, cenaremos en un lugar muy especial que he escogido para los dos.

Lo sé, estoy demasiado pendiente; es porque me siento enamorado. Hoy, Ángel también ha tenido trabajo. Es lo natural con una profesión tan especial, pues los artistas no tienen horarios, pero siento no poder verla con mayor frecuencia.

Te preparo una excursión para ir a la nieve, Ángel, será genial. Podremos correr y revolcarnos sobre ella hasta hartarnos y gozar al contemplar paisajes de ensueño, y también aquel verde valle, que tanto te entusiasmaba, envuelto en su manto invernal. ¿Qué te parece? ¿A que es un buen plan?

Hoy tampoco hemos podido vernos.

Pasa el tiempo y he pensado que no podemos continuar tan separados, estamos solos con demasiada frecuencia. Ángel me quiere y yo la quiero a ella, ¿qué esperamos para vivir juntos? Se lo voy a proponer. Sí, esto será lo mejor.

Como hemos aplazado la salida a la nieve para dentro de una semana, antes me gustaría ir contigo a un acogedor restaurante que te va a encantar. Ya verás qué deliciosa velada para un hermoso ángel como tú... Quiero hacerte una propuesta definitiva. Pero esta vez preferiría que tú eligieses cuándo quieres que vayamos. Será más fácil para poder combinártelo con tus clases de música. Ya me dirás algo.

Ahora que iba a hablar con Ángel sobre nuestra boda, no sé dónde está.

Estoy bastante desesperado, pues no apareces. Lloro por ti todos los días, sin poder evitarlo. Me temo que te haya pasado algo grave; no es propio de ti desaparecer de esta forma. He decidido ir a la tienda del zapatero a recoger tus sandalias, Ángel; a fin de cuentas, eres la mujer que quiero, no tengo por qué dar explicaciones a nadie.

Ya tengo las sandalias y me siento más tranquilo, Ángel. No será necesario que te preocupes de recogerlas, porque ya lo he hecho yo.

¿Dónde estás, esposa mía, dónde estás?

Me siento muy deprimido; el único motivo para no poder encontrarte es que hayas tenido un accidente. Me duele pensarlo, pero creo estar en lo cierto.

Fui a la policía y me pidieron datos que yo no tenía. A pesar de cuanto hicimos juntos, a pesar de lo mucho que hablamos, aún nos quedaron cosas por decirnos. Ahora me doy cuenta.

Me parece increíble no saber dónde puedo encontrarte. Si hubieses muerto, yo no sabría qué hacer sin ti. Sí, quisiera saber en dónde reposas, Ángel, porque necesito poder ir a verte y hablarte como siempre. Ya sé, iré a buscarte al cementerio. Estoy seguro de poder hallar el lugar donde te encuentras al ver la señal que me permita localizarte.

Recorro este espacio con la apacible convicción de que descubriré un escueto y profundo mensaje tuyo. Este sembrado de tumbas es el lugar al que acudiré para tenerte junto a mí. Me gusta la brisa, el sonido, el ambiente. Me gusta saber que te encuentras acompañada por el aroma de estas flores, arropada por el bosque circundante, pleno de pájaros ofreciéndote su canto. Tú has sido mi bálsamo, tú mi bosque, tú has sido mi melodía durante el tiempo que hemos estado juntos. No ha sido demasiado, pero ha sabido a infinito…

¡Ah!, desde aquí, ya sé dónde estás. ¿Qué podía hallar a tu cabecera? ¿A quién mejor que un ángel, amor? ¿A quién mejor que a un ángel? Sí, aquel debe ser tu panteón…

No podía ser de otra forma, la lápida lo dice todo: «A mi sutil y único amor»… ¡Gracias, amor, gracias!

En pie ante tu sepulcro, recorro la senda de lo que ha sido nuestra vida en común. La suntuosidad luminosa de los entrañables días; la textura de esperanza que lo llenaba todo; el perfume de los pensamientos que dieron cuerpo a tu persona; la devoción de los juegos construidos de común acuerdo; los vacíos inexistentes entre nosotros; la infinidad de días en los que te esperé, en los que te ansié, en los que te amé…

Me siento reconfortado con estos recuerdos; me proporcionan una alfombra mágica por la que poder transitar por nuestro mutuo e intransferible edén durante el resto de mi vida, de manera confiada, sin siquiera tener necesidad de ver por dónde camino… Me gusta estar aquí, arropado en estas realidades; lo encuentro un lugar ideal para contemplar con serenidad cuanto mi espíritu anhela… En realidad, es todo tan hermoso…

El haberte encontrado aquí y poder estar contigo me devuelve a la vida… Veo cómo los cipreses bordean la interminable vereda y transforman el resplandeciente sol en infinitos hilos luminosos, dibujando las sombras que muestran sus imponentes cuerpos, enfrascados en una sutil danza a compás de la brisa, danza que fascina y enamora…

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140 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788413863399
Издатель:
Правообладатель:
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