Читать книгу: «Blasco Ibáñez en Norteamérica»

Шрифт:

BLASCO IBÁÑEZ EN NORTEAMÉRICA

BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS

http://puv.uv.es/biblioteca-javier-coy-destudis-nord-americans.html

http://bibliotecajaviercoy.com

DIRECTORAS

Carme Manuel

(Universitat de València)

Elena Ortells

(Universitat Jaume I, Castelló)

BLASCO IBÁÑEZ EN NORTEAMÉRICA

Emilio Sales Dasí

Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans

Universitat de València

Emilio Sales Dasí

Blasco Ibáñez en Norteamérica

1ª edición de 2019

Reservados todos los derechos

Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN: 978-84-9134-564-0

Ilustración de la cubierta: Fotograma de The Four Horsemen of Apocalypse (1921) Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Edición digital

Als qui sempre estan al costat en el viatge

ÍNDICE

PRESENTACIÓN

LA CONEXIÓN NORTEAMERICANA

«Ha llegado su hora»

«His life, a fascinating story of adventure»

Los largos itinerarios

Camino de Hollywood

En México

De nuevo en Nueva York

El águila y la serpiente

Marchar para volver

Las obras de asunto norteamericano

Blasco publicado y comentado en los Estados Unidos

La fascinación por el cine

Impulsado por un ideal

PALABRA DE BLASCO: COLABORACIONES PERIODÍSTICAS, ENTREVISTAS Y UN RELATO BREVE

The hermit of Amerongen (The Outlook, 23-7-1919, pp. 469-471)

Ben Franklin and diplomacy (Great Falls Daily Tribune, 27-7-1919)

American army amazed older nations (The Richmond Palladium and Sun Telegram, 5-9-1919)

America before the eyes of Europe (Hearst’s, noviembre 1919, pp. 28 y 88)

C. Montoliu, «Oyendo a Blasco Ibáñez» (Nuestro Tiempo, nº 252, 12-1919, pp. 263-268)

Your mistakes in South America (Hearst’s International, enero 1920, p. 29)

Francisco José Ariza, «El cinematógrafo es la novela de las imágenes: Blasco Ibáñez» (Cine Mundial, enero 1920, pp. 86-88)

Emilio Uribe Romo, «La visita de Blasco Ibáñez a Guadalajara: una interesante entrevista» (El Informador, 6-4-1920)

Agustín Rasave, «Algunas opiniones de V. Blasco Ibáñez» (El Informador, 18-4-1920)

Wars for fire, for coal, for oil (The New York Times, 8-9-1920)

Bolchevism as a tiranny (The New York Times, 26-9-1920)

What I have learned about you Americans (The American Magazine, octubre 1920, pp. 7-9 y 152-161)

Latin Quarter becoming Americanized (The Chattanooga News, 3-12-1920)

Novelists as business men (The New York Times, 2-1-1921)

La vida nocturna de París (La Prensa, 3-3-1921)

The future of the novel (The New York Times, 15-5-1921)

Trembling Europe (Hearst’s International, septiembre 1922, pp. 53-54 y 130-131)

The great inventors (Hearst's International, septiembre 1923, pp. 118-120)

Are we Don Quixotes or Sancho Panzas? (The Literary Digest, 15-12-1923)

Ariadne (The Green Book Magazine, agosto 1919, pp. 33-34 y 109)

PRESENTACIÓN

De forma semejante a como los grandes libros suscitan numerosas interpretaciones con el paso del tiempo, hay artistas y escritores cuya biografía y producción literaria difícilmente pueden encapsularse en un número definido de páginas. Si se intenta, los biógrafos y estudiosos de la literatura desafían la perseverancia del lector con unos ingentes volúmenes donde, supuestamente, está recopilada toda la información que el más intrépido investigador ha podido recopilar después de muchos años de pugna con las más diversas fuentes y repertorios bibliográficos. Aun así, cuando el personaje del que se pretende ofrecer una visión de conjunto posee una naturaleza excepcional, siempre se corre el peligro de que cualquier descubrimiento ponga patas arriba los mismos cimientos del edificio levantado con teórica infalibilidad. Si esto puede ocurrir en los casos de autores con una vida pletórica en acontecimientos o con una prolija creatividad, la cuestión se torna más compleja cuando por unos motivos u otros tales criaturas desfilaron por el mundo generando, seguramente de manera inconsciente, polémicas que dividieron la opinión pública en dos bandos: el de los más devotos admiradores y el de los más acérrimos detractores.

Todo lo dicho podría aplicarse en el estudio de la vida y obra de Vicente Blasco Ibáñez, una figura que todavía hoy nos transmite la sensación de resultar inabarcable, pese a que su protagonismo en los manuales de historiografía literaria ha ido erosionándose por variadas circunstancias, muchas de ellas ajenas a las lógicas mutaciones en las preferencias del lector, hasta el extremo de privársele de los privilegios de la fama de que gozó antaño. ¿Estarían tal vez sugestionados por un extraño e inexplicable hipnotismo todos los miles y miles de lectores, de los más distintos países, que auspiciaron las continuadas reimpresiones de cada nueva obra del novelista valenciano? De lo que podemos estar convencidos es que la popularidad de Blasco Ibáñez no fue el fruto exclusivo de lo casual, de alguna moda de esas que arrecian con una fuerza arrolladora para declinar como un fenómeno efímero. Por el contrario, hubo un tiempo en que, por cuestiones de índole dispar, su nombre apareció con una frecuencia inusitada en la prensa nacional e internacional. Desde luego, no siempre como acreedor de los juicios más elogiosos, porque, en el entusiasmo con que defendió sus criterios, sus actuaciones y manifestaciones chocaban frontalmente con los intereses sancionados desde arriba.

Precisamente, la consulta de la hemeroteca de la época se revela como instrumento fundamental de este volumen, centrado en la reconstrucción de uno de los episodios biográficos más trascendentes en la biografía del escritor: el de su experiencia norteamericana. Ha sido este un capítulo obligado en las biografías más habitualmente citadas sobre Blasco: por ejemplo, las de José Luis León Roca1, Ramiro Reig2 y, más recientemente, Javier Varela3; fue motivo central de diversos artículos de especialistas en la obra del autor como Paul Smith4, Agustín Remesal5 o Fernando Millán6; pero, asimismo, la recepción de sus obras en los Estados Unidos ha interesado en los últimos años ediciones y tesis doctorales7. Deberá tenerse en cuenta, además, que el cotejo de los diarios y revistas norteamericanas publicados, aproximadamente, entre 1918 y 1928, suministra una información sobre el escritor de una riqueza asombrosa, de tal calibre que nos permite aventurar la viabilidad de nuevos estudios futuros que ahonden aún más en el predicamento alcanzado por Blasco tanto en prensa anglosajona como en los periódicos hispanos de aquel país. Y es que al novelista valenciano no solo se le prestó la atención que parecía exigir un escritor encumbrado a las cimas de la gloria literaria, sino que él mismo supo responder a las expectativas de la prensa estadounidense sobre aquello que se esperaba de él. Como señalaba Ramiro Reig, durante ese viaje de varios meses del que ahora se cumple el primer centenario, Blasco supo adaptarse sin problemas al papel que los medios y la agencia de conferencias que le había contratado le atribuyeron8. Merced a su talante llano y extrovertido, no le costó demasiado representar un guion a través del cual las partes contratantes obtenían un buen rédito de una celebridad publicitada como noticia.


Leila Usher, Retrato de medalla de Blasco Ibáñez, Lotus Magazine (julio 1919), p. 438

La presencia del nombre de Blasco en los medios periodísticos norteamericanos llegó a ser algo tan cotidiano, que se reivindica como un reto para todos aquellos que intentan seguir su recorrido por las más diversas ciudades de la república, aunque muchas veces dicho propósito pudiera verse comprometido por las confusiones cronológicas provocadas por el desajuste entre la recepción de un simple suelto y su posterior publicación. No obstante, la cantidad de referencias consultadas ofrece un testimonio perfecto del enorme impacto del viaje del primer español erigido en un triunfador entre los más variados sectores de la sociedad estadounidense: el intelectual, el de la industria cinematográfica, la política e incluso la economía. En algunos asuntos el contacto entre ambas partes resultó recíprocamente beneficioso. Este es el elemento vertebrador de los contenidos desarrollados en el primer bloque del presente volumen.

En el segundo bloque se ha querido aprovechar la oportunidad que al presente nos brinda la directora de la colección para cederle la palabra al gran protagonista de este libro. Si en las numerosas entrevistas concedidas por el escritor a los reporters norteamericanos podían existir circunstancias que pusieran en duda su completa exactitud, teniendo en cuenta que Blasco respondía a las preguntas que se le formulaban a través de un traductor, no ocurre lo mismo con las interviews dispensadas en México o con sus colaboraciones periodísticas. En estas últimas escribió sobre los asuntos sobre los que podía manejarse con mayor soltura, pues se vinculaban de un modo u otro a su experiencia personal, y, a su vez, eran del interés de los lectores estadounidenses. De ahí la selección de diversos artículos mediante los cuales se recuperan sus opiniones sobre los efectos de la Gran Guerra o sobre cómo deberían ser las relaciones entre la primera potencia mundial y los países sudamericanos, donde el autor se encara con las deficiencias del bolchevismo ruso o intenta corresponder a las atenciones recibidas transformándose en intérprete de las peculiaridades del pueblo norteamericano. Considerando que Blasco dominaba a la perfección las habilidades requeridas en todo buen comunicador y dado que tenía abiertas las puertas para colaborar con los grandes trusts periodísticos, la experiencia norteamericana colmó su sed insaciable para hablar sobre todo. Como ya había demostrado en sus crónicas de viajes anteriores, el contacto con otras geografías siempre le suministraba argumentos suficientes para explayarse. El secreto consistía en manejar los resortes necesarios para hacerse interesante. En el caso de no lograr tal objetivo, cuestión que deberá dirimir el lector, contaba a su favor con una credencial que pocos humanos podrían exhibir: la singularidad de una existencia que, un siglo después, todavía es capaz de atrapar la admiración de aquellos que, libres de prejuicios, reconocen en él al viajero empedernido, al moderno conquistador al que el éxito convirtió, en lo externo, en gentleman, al escritor que incorporaba en sus libros las peripecias de los grandes hombres porque, en el fondo, también ansiaba, con tendencia romántica, imprimir un sello distintivo, casi mítico, a su vida y a sus ficciones. ¿Cuáles acabarían sobreviviéndole?


Woman's Magazine (diciembre 1919)

LA CONEXIÓN NORTEAMERICANA

«Ha llegado su hora»

José Luis León Roca relataba los últimos instantes de Blasco Ibáñez como una sucesión de visiones que, quizá, tenían una justificación real. En una de ellas el moribundo decía algo así como: «¿Veis la carabela…? Yo la veo, la veo con sus velas hinchadas por el viento». Es posible, según el biógrafo, que se estuviese refiriendo al dibujo que días antes le habían pasado para la cubierta de En busca del Gran Kan9, novela cuyo protagonista era Cristóbal Colón, un personaje por el que Blasco pareció sentir un interés especial desde que leyó de joven el libro de Washington Irving Vida de Cristóbal Colón y de los primeros descubridores de América. Sea auténtico el sucedido o se trate de una de tantas fábulas que se gestaron en torno a la figura del novelista, lo traemos a colación para insistir en una idea que se antoja algo más que un mero paralelismo. En tiempos y circunstancias muy dispares, Colón y Blasco experimentaron la llamada del Oeste. El primero porque, ya es consabido, quería alcanzar las Indias trazando una ruta occidental. El segundo, cuanto menos, por dos razones: siempre admiró a las grandes repúblicas y, dado el protagonismo alcanzado por los Estados Unidos a nivel mundial, vislumbraba que el contacto con dicho país podía resultar sumamente provechoso en el plano privado e incluso también para España.

A este último respecto es muy esclarecedora la relación que ofrecía F. Gómez Hidalgo de un encuentro que mantuvo años antes, en París, con Gómez Carrillo y con Blasco Ibáñez. La evocación lo trasladaba hasta el otoño de 1912, tras el regreso del valenciano de uno de sus viajes a la Argentina. Durante la cena, Gómez Carrillo lamentaba que los españoles de la época carecieran de espíritu aventurero, siendo incapaces de ir más allá de la Puerta del Sol. Fue entonces cuando, al hilo de la afirmación de su amigo, Blasco le dijo a Gómez Hidalgo: «Si yo tuviera tu edad, ni volvería a Madrid ni me estacionaría en París. Aprendería inglés y me iría a conquistar los Estados Unidos»10. Ante la sorpresa de Carrillo por lo aparentemente excepcional del propósito, Blasco se reafirmó con rotundidad. No solo se sentía con aptitudes suficientes de moderno conquistador, sino que consideraba que un español que triunfase en los Estados Unidos abriría las puertas a una entente entre los dos países: «El futuro histórico de España está en una inteligencia política con los Estados Unidos». Dicho de otro modo, España era la nación europea más idónea para establecer una colaboración muy estrecha con los Estados Unidos, puesto que «¡toda la América! [había] nacido de la acción colonizadora de los españoles». A los escritores y no a los políticos o diplomáticos les estaba encomendada la misión de despertar el interés de los norteamericanos hacia España. Se trataba de una labor que no implicaría un distanciamiento entre España y Sudamérica, sino que, por el contrario, podría servir, además, como punto de partida para «un pacto triangular que constituyera la fuerza más grande que cabe en la Historia».

De acuerdo con esta versión suministrada por Gómez Hidalgo, Blasco se nos aparece como el hombre acostumbrado a mirar la vida en panorámica, el individuo que, confiado en su fortaleza, no temía a los grandes desafíos. A su vez, la anécdota referida contribuye a validar la hipótesis de que el novelista quiso extender su radio de acción hacia los Estados Unidos varios años antes de lo que tradicionalmente han supuesto sus biógrafos. De hecho, nos consta de la existencia de otros datos que permiten corroborar esta intuición. Pocas semanas después de volver de su lucrativa gira de conferencias en Argentina, más concretamente, el 6 de marzo de 1910, Blasco le formuló por carta la siguiente consulta a Archer Huntington: «siento con toda mi alma no saber inglés… ¿No sería posible dar ahí algunas conferencias sobre la España moderna y antigua? ¿Habría en Nueva York público para unas conferencias en español?». Seguramente quería reeditar el éxito de sus conferencias argentinas y empleaba una estrategia similar a la ya usada para proyectarse en el país sudamericano. Esto es, buscaba la complicidad de personajes vinculados al mundo de la prensa, la literatura o la política para conseguir una información, o por qué no su mediación, para conseguir sus objetivos. Y esta vez perseguía la connivencia de una figura de singular relieve como Huntington. El magnate norteamericano, ardoroso divulgador de la cultura hispánica desde la Hispanic Society of America, había sido quien propició la célebre exposición de Joaquín Sorolla en Nueva York, en 1909, precisamente en la que uno de los lienzos exhibidos fue el retrato Caballero español para el que Blasco había posado en 1906.

Huntington mantuvo correspondencia asidua con importantes personalidades de la cultura y la intelectualidad española: Gregorio Marañón, Zuloaga, Benlliure, Menéndez Pidal, Maeztu, el marqués de la Vega Inclán y Pérez de Ayala11. Blasco también formaría parte de esta pléyade. Mediante el cauce epistolar, hacia 1908, le recomendó como traductora a la que con los años se convertiría en su segunda esposa, Elena Ortúzar12. Más tarde, en febrero de 1910, el novelista sería nombrado socio de la Hispanic Society13. Sin embargo, para las fechas en que nos situamos, pese a la categoría de los contactos establecidos, todavía no se daban las circunstancias oportunas para emprender una gira de conferencias en los Estados Unidos. Este proyecto se fue cociendo a fuego lento. Mientras tanto, serían sus relatos los que empezaron a abrirse camino en aquella nación, aunque con modesta timidez.

La primera narración del autor conocida por los lectores norteamericanos fue uno de los relatos incorporados a sus Cuentos valencianos: «The Tomb of Ali-Bellus», que apareció en Transatlantic Tales, en el número de noviembre de 1906 (vol. 32/6). Curiosamente, a dicha publicación se refería el autor de la carta remitida desde Nueva York, el 7 de junio de 1907, con el membrete del Department of Romance Languages, de la Columbia University:

Sr. don Vicente Blasco Ibánez

Muy distinguido señor: Quiero exprimirle las gracias para la carta, los datos de biografía y la excelente fotografía que me mande. Haré lo posible para que sean conocidas sus obras y la personalidad de su autor. Le mando junto una revista de su Maja desnuda la cual he escrito hace poco para TRANSATLANTIC TALES. Como ve V. estimo la obra de un gran valor y además creo que no fuera tan difícil hallar un editor para la traducción en Ingles. Si V. quiere yo hablaré a algunos de los quienes conozco acerca del negocio y tal vez podamos llegar a condiciones favorables para sus intereses14.

Proseguía la misiva del indeterminado profesor de Columbia15 con unas rápidas instrucciones sobre el modo de gestionar los derechos de autor de una supuesta traducción al inglés de La maja desnuda, si bien esta aún tardó algunos años en concretarse. Sería La catedral la primera novela en acceder a las librerías estadounidenses, en 1909, versionada por la señora W. A. Gillespie y que la editorial E. P. Dutton & Company publicó con el título The Shadow of the Cathedral. Pese a que, en The Living Age, apareció una reseña donde se realizaba una síntesis de su argumento16, su repercusión en ventas fue más bien modesta. Ni siquiera las magníficas expectativas sobre su narrativa remarcadas un año antes por Havelock Ellis y R. H. Keniston sirvieron de aval para su presentación ante el público estadounidense17. Y eso que Ellis, aun advirtiendo en el estilo blasquista ciertas anomalías gramaticales, venía a concluir que «Blasco Ibañez is a great force in literature»18; mientras que Keniston, después de efectuar un esbozo biográfico del autor y haber repasado los rasgos de su producción novelística y los méritos de los títulos ya publicados, lamentaba la apatía del mundo de habla inglesa hacia su trabajo, debida «to a complacent sense of freedom and prosperity that makes us indifferent to the problems that confront the Continent»19, apatía más reprochable si cabe desde el instante en que «in Sr. Ibañez Spain has a leader whose courage is strong, an apostle whose faith in the future is firm».

En 1910, año en que Blasco recordemos que se planteaba impartir una serie de charlas en Nueva York, el mismo profesor Keniston prologó una traducción de La barraca (publicada por Henry Holt and Company), para estudiantes americanos de español; a la que seguirían dos más: The Blood of the Arena, en 1911 (A. C. McClurg & Co., 1911), con ilustraciones Margaret West Kinney and Troy Kinney, y Sonnica, en 1912 (Duffield), traducidas ambas por Frances Douglas. De estas tres ediciones, quizá la que despertó un mayor interés fue la protagonizada por el torero Gallardo, en cuyo desenlace se advertía la intención del novelista por erradicar el deporte nacional de las corridas de toros20. Asimismo, dicha obra contribuía a reforzar una filiación de la que ya se hablaba en Europa: la que convertía a Blasco en émulo privilegiado de Zola. Lo corroboraba el director de la librería neoyorkina Brentano: «at present the most popular Spanish novelist is Blasco Ibañez, who is frequently called the Spanish Zola»21. No obstante, a efectos de recorrido editorial, la situación apenas había mejorado. Por la versión en inglés de Sangre y arena, ni percibió un dólar ni siquiera recibió un ejemplar. Por si eso fuera poco, según confiaría años después en carta al editor John Macrae, de 11 de enero de 1919, se trataba de un trabajo poco respetuoso con el texto original, pues Douglas se había dejado sin traducir la mitad de la misma, «dando a los capítulos títulos de su propia invención; en resumen, un verdadero sacrilegio, un perfecto horror»22.

Hubo que esperar unos pocos años más para que el agua alcanzara el grado de ebullición perfecto, porque entonces, de forma repentina e inesperada, se encadenaron varias circunstancias coincidentes. En la correspondencia personal con sus socios de Prometeo, su yerno Fernando Llorca y Francisco Sempere, durante el período de la Gran Guerra, Blasco confesó estar urgido del dinero necesario para vivir23. La redacción de Los cuatro jinetes del Apocalipsis se desarrolló en unas condiciones, en ocasiones, bastante penosas. La publicación de la novela en España no alcanzó cifras desorbitadas de ventas. Sin embargo, ocurrió una historia que el escritor reiteró casi con una tendencia formulística. En 1917 vendió los derechos para la traducción de dicho libro a Charlotte Brewster Jordan, empleada en la embajada norteamericana en Madrid, por una cantidad de trescientos dólares, según declaró en entrevista de Ramón Martínez de la Riva24, o mil dólares, conforme le decía en carta a su amigo Gómez Carrillo25. En julio de 1918 veía definitivamente la luz The Four Horsemen of the Apocalypse. Nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder. En los Estados Unidos la novela se convirtió en auténtico fenómeno editorial, hasta el punto de que todavía hoy se alude a Blasco Ibáñez como uno de los inventores de la fórmula novelesca del best seller.


Troy Kinney, ilustración de The Blood of the Arena (1911)


Troy Kinney, ilustración de The Blood of the Arena (1911)

El propio escritor destacó haber quedado asombrado cuando empezaron a llegarle cartas de lectores estadounidenses y artículos elogiosos de la prensa de aquel país hasta su residencia en Niza. Con ellas podía verificar el éxito brutal logrado por su novela de la Gran Guerra, y, por tanto, una popularidad desconocida por cualquier otro literato español. En cambio, como las reimpresiones de The Four Horsemen se multiplicaban a un ritmo frenético sin que le reportaran un beneficio en metálico, se sintió víctima del engaño perpetrado por Charlotte Brewster. De ahí que en sendas cartas a John Macrae, de 14 de abril y 28 de junio de 1919, la acusara de haberle explotado, ocultándole además sus ganancias26. Aun así, la oportunidad de resarcirse le llegó por otras vías.

En plena efervescencia del impacto de Los cuatro jinetes en los Estados Unidos, en octubre de 1918, el novelista recibió la solicitud que le trasladaba el catedrático de la Universidad de Columbia Federico Onís. Dirigía una colección de libros para estudiantes de español, en la editorial Heath and Company, que se denominaba Contemporary Spanish Texts. En la misma podía publicarse un extracto de la exitosa novela. Blasco no solo aprobó la propuesta, que acabaría concretándose en el texto La batalla del Marne (1920)27, sino que obtuvo un aliado excepcional en la figura de Onís. Como miembro de la American Association of Teachers of Spanish, desde su fundación en 1917, y colaborador de la Hispanic Society en la organización de seminarios sobre literatura española en la Universidad de Columbia, pudo realizar una serie de gestiones para facilitar el viaje de Blasco a los Estados Unidos. Por eso, cuando, en la entrevista concedida a Martínez de la Riva, el novelista encarecía el favor de Huntington en su gira norteamericana: «A continuación una carta de mister Huntington, el hispanófilo ilustre: “Venga usted a Nueva York inmediatamente. Ha llegado su hora. No la desaproveche usted”»28, no hacía plena justicia al papel desempeñado en la gestación de la misma por el catedrático salmantino. A este le dirigió una carta el 18 de febrero de 1919 confirmándole que, en efecto, navegaría encantado hasta la otra orilla del Atlántico, a la vez que ya le adelantaba algunos de los temas sobre los que podrían versar sus conferencias29. En el mismo sentido, haciendo gala de una portentosa memoria, retomó la idea enunciada a Gómez Hidalgo y Gómez Carrillo en París, en 1912, según la cual adoptaría el papel de mediador entre el pueblo norteamericano y todos aquellos países de habla castellana que él había visitado y en los que persistía un temor ante el avance del materialismo estadounidense30.

En el mes de junio Blasco todavía recibió en Niza otra visita que reorientaría el alcance de su próxima gira por Norteamérica. El empresario James B. Pond, dueño de la agencia Pond Lecture Bureau, le brindaba la oportunidad de firmar un contrato para desempeñarse como orador al margen de los círculos exclusivamente académicos. Las ventajas de esta invitación resultaban evidentes. La familia Pond contaba con una sólida experiencia en la organización de conferencias literarias. El abuelo llevó a Charles Dickens a los Estados Unidos; el padre hizo lo propio con Kipling y Wells; ahora el hijo les proporcionaría a Maeterlinck y a Blasco ocasión para obtener unos suculentos ingresos, aunque ello supusiese un mayor esfuerzo y hubiese que ampliar el itinerario por diversos estados. Pero el novelista español nunca tuvo miedo a las distancias.

No deberá ignorarse que, mientras fueron convergiendo todas las circunstancias que propiciaron el anhelado viaje, Blasco se hallaba ocupado, desde enero a julio de 1919, en la redacción de Los enemigos de la mujer, título con que completaría su trilogía novelesca de la Gran Guerra. Sin duda, no fue mera casualidad el hecho de que, ante los atractivos reclamos que le llegaban del país de las barras y las estrellas, el autor tratara de corresponder a los mismos y rentabilizar editorialmente su nueva obra, incorporando en ella referencias laudatorias al rol desempeñado por el ejército norteamericano en el gran conflicto bélico, con mención especial al presidente Wilson. Con fino olfato comercial, Blasco quería aprovechar la tesitura tan favorable para sus intereses31.

A mediados de septiembre respondió con un telegrama a Huntington, aceptando la invitación formal que le había cursado la Hispanic Society para impartir una conferencia en la Universidad de Columbia. Inmediatamente, la prensa norteamericana y la española anunciaron al unísono la inminente salida desde Francia del escritor. Primero se informó de una lecture en Columbia32; pero pronto se fueron conociendo más pormenores de la visita: recorrería el país dando charlas sobre «El espíritu de los Cuatro jinetes del Apocalipsis», «La América que conocemos» y «Cómo escribo yo mis novelas»33. Estaba previsto que la gira durara al menos unos seis meses y permitiera la estancia en cien ciudades34.

Para los diarios españoles era un orgullo y un homenaje a la nación que Blasco se presentara en los teatros estadounidenses. Allí habían estado antes insignes escritores de otros países europeos: Gorki, por Rusia; Ferrero, por Italia; Bergson, por Francia. España no podía ser menos. Además las charlas de su hijo ilustre serían impartidas en la lengua de Cervantes, puesto que el valenciano desconocía el inglés. Un conferenciante americano explicaría brevemente de lo que trataría la exposición. Luego, Blasco se expresaría en el idioma de sus antepasados. Para el público que no compartía la misma lengua, lo importante era conocer personalmente al autor cuyas novelas ya había leído35. Y es que las editoriales estadounidenses, bien atentas a las demandas del mercado, entre 1918 y 1919 quisieron hacer caja reeditando traducciones anteriores o lanzando otras nuevas de las novelas firmadas por Blasco: señálense Sonnica y The Dead Command (Duffield, 1918 y 1919); The Shadow of the Cathedral, Blood and Sand, The Fruit of the Wine y Mare Nostrum (Dutton, 1919); y Luna Benamor (John W. Luce, 1919).

Difícilmente se podía encontrar en los anales de la literatura un ejemplo similar a la rapidez con que se fraguó la gloria de Blasco Ibáñez en los Estados Unidos. En apenas un año había pasado de ser un autor prácticamente desconocido, sobre cuya identidad se formularon curiosas teorías: ahora era un inglés que había vivido muchos años en Argentina y usaba seudónimo, ahora, un revolucionario ruso que intentaba ocultar su verdadera personalidad36, a tener más lectores incluso que los literatos norteamericanos más cotizados37. Por eso, porque sus novelas se vendían por miles, para ilustrar las reseñas que se realizaban sobre ellas los periódicos tuvieron que recurrir a la fotografía del retrato al óleo pintado por Sorolla y adquirido por la Hispanic Society, al mismo tiempo que en los clubs de lectura se procedía al comentario y estudio de sus narraciones: «The Reading Circle of the Spanish American Atheneum will meet in Eastern High School this evening at 8 o'clock. La barraca by V. Blasco Ibanez, has been selected for study»38.


New York Tribune, 19-1-1919


Literary Digest, 1919

716,66 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
431 стр. 52 иллюстрации
ISBN:
9788491345640
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают

Новинка
Черновик
4,9
149