El temperamento y la naturaleza. Escritos sobre arte
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Lo que yo le pido al artista no es que me dé tiernas visiones o pesadillas espantosas, sino que se me ofrezca él mismo en carne y hueso, que proclame bien alto una mente poderosa y singular, y un natural que sepa atrapar con su mano a la naturaleza y nos la plante delante tal como la ve. En una palabra, siento el más profundo desdén por las pequeñas habilidades, la zalamería interesada, todo cuanto hayan podido enseñar el estudio y hacer del trabajo duro una costumbre, los teatrales golpes de efecto en las escenas históricas de este señor o los ensueños perfumados de aquel otro. Pero siento la más profunda admiración por las obras individuales, las que surgen de un solo golpe de una mano singular y vigorosa.
Así pues, no se trata aquí de complacer o no, se trata de ser uno mismo, de mostrar el propio corazón al desnudo, de formular con energía una individualidad.
No estoy por ninguna escuela porque estoy por la verdad humana, que excluye toda capilla y todo sistema. Me disgusta la palabra «arte»; lleva en sí no sé qué nota de disposición necesaria, de ideal absoluto. Y hacer arte, ¿no es hacer algo que queda fuera de la naturaleza y del hombre? Yo quiero que lo que se haga sea vida; que se esté vivo, que se cree de nuevo, al margen de todo, siguiendo solo a los propios ojos y al temperamento propio. En un cuadro busco ante todo un hombre, no un cuadro.
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