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La Vida en la Casa

del Padre

Un Manual para Membresía

en la Iglesia Local

Dr. Wayne A. Mack

David Swavely

Con Guía de Estudio

Publicaciones Faro de Gracia P.O. Box 1043Graham, NC 27253

Publicado por:

Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043 Graham, NC 27253 www.farodegracia.org

ISBN 978-1-629462-36-3

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por el Dr. Wayne Mack y P & R Publishing, (P.O. Box 817, Phillipsburg, New Jersey, 08865) para traducir e imprimir este libro, Life in the Father’s House, al español.

© 1994 Todos los Derechos Reservados, Wayne A. Mack Traducido por David Rivera

Ninguna parte de esta publicación se podrá reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio – electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro – excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Este libro está dedicado a mi hijo, Josué Mack, que ha sido mi amigo durante muchos años y mi co-pastor en la Fellowship Church de Lehigh Valley desde 2000 a 2005.

Wayne Mack

Este libro está dedicado a la Faith Church en Sonoma, California, que fue mi familia espiritual, mi rebaño amado, y mis mejores amigos durante seis años maravillosos.

Dave Swavely


Contenido

Prefacio

Introducción

1 Comprendiendo la Importancia de la Iglesia Local

2 Comprometiéndonos con la Membresía de la Iglesia

3 Escogiendo una Buena Iglesia

4 Relacionándonos con los Líderes de la Iglesia

5 Cumpliendo Nuestras Funciones como Hombres y Mujeres

6 Participando en los Cultos de Adoración

7 Usando Nuestros Dones Espirituales

8 Corrigiéndonos los Unos a los Otros en Amor

9 Preservando la Unidad en el Cuerpo

10 Orando los Unos por los Otros

Conclusión

Guía de Estudio

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Prefacio

En estos días cuando muchos que profesan ser cristianos piensan solamente en su relación personal con Jesucristo y, en consecuencia, vagan libremente sin ninguna consideración de su relación con la iglesia, es de suma importancia tratar el asunto del cristianismo corporativo.

Dios ha ordenado que estemos unidos no sólo a Él, sino también a Su iglesia. Las metáforas del Nuevo Testamento que describen la iglesia son muy instructivas al manifestar la importancia de este énfasis. Dios ha llamado y ha puesto a todos los redimidos dentro de Su iglesia, la cual Él ha definido como:

• Un sacerdocio santo y real que ofrece a Dios sacrificios espirituales

• Una raza escogida que pertenece a Dios

• Una nación separada cuyo rey es el Dios eterno

• Un templo habitado por el Espíritu de Dios

• Un conjunto de ramas conectadas a Jesucristo como la vid

• Un rebaño guiado por el Buen Pastor

• Una casa o familia que comparte la vida común del Padre eterno

• Un cuerpo del cual el Señor Jesús es la cabeza.

Todas estas metáforas muestran las características comunes de unidad, vida compartida y comunión.

Los creyentes componen un sacerdocio, una nación, una raza, un templo, una planta, un rebaño, una familia, y un cuerpo. Todos nosotros hemos sido hechos uno espiritualmente, estamos hechos el uno para el otro en comunión, para vivir esa unidad en iglesias locales.

Se nos ordena “no dejar de congregarnos”, de tal manera que podamos “estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24-25).

Ha habido una gran cantidad de enseñanza sobre lo que los creyentes deben ser en sus propias vidas con el Señor, y hay abundante material sobre el llamamiento y los deberes de los líderes de la iglesia. Lo que se ha echado de menos es la instrucción necesaria para los creyentes acerca de cómo deben conducirse en la iglesia a la cual pertenecen eternamente y donde expresan localmente su fe.

Este libro tan práctico expone el modelo crucial para la conducta en la asamblea de creyentes que lleva al cumplimiento del deseo de nuestro Señor en la iglesia que Cristo “compró con su propia sangre” (Hechos 20:28).

John F. MacArthur, Jr.

Grace Community Church

Sun Valley, California

Introducción

El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española define la palabra “iglesia” como:

1. Congregación de los fieles cristianos en virtud del bautismo. 2. Conjunto del clero y pueblo de un país donde el cristianismo tiene adeptos. Iglesia latina, griega. 3. Estado eclesiástico, que comprende a todos los ordenados. 4. Gobierno eclesiástico general del Sumo Pontífice, concilios y prelados. 5. Cabildo de las catedrales o colegiatas. 6. Diócesis, territorio y lugares de la jurisdicción de los prelados. 7. Conjunto de sus súbditos. 8. Cada una de las comunidades cristianas que se definen como iglesia. Iglesia luterana, anglicana, presbiteriana. 9. Templo cristiano.

Estas definiciones de la palabra iglesia revelan la confusión que existe en nuestros días con respecto a esa institución. Nosotros reflejamos estas definiciones cuando decimos cosas como: “ya es hora de que pintemos la iglesia”, “hoy disfruté mucho de la iglesia”, “mi iglesia es la iglesia luterana”, o “yo creo en la separación de iglesia y estado”. Pero ninguno de esos significados se puede encontrar en la Biblia. Por el contrario, la palabra griega traducida de esa manera (ekklesia) es usada más de cien veces en el Nuevo Testamento, y siempre se refiere a “un grupo de adoradores”, que es [en parte] la primera definición del Diccionario de la Lengua Española.

La iglesia, según la Escritura, no es un edificio, una denominación, o una actividad; es un grupo de personas. Esto es cierto tanto de la iglesia universal (o invisible), que es el que grupo de personas que por todo lo largo y ancho del mundo creen verdaderamente en Jesucristo (Mateo 16:18; Efesios 5:25-27), como de la iglesia local (o visible), que es el grupo de personas que profesan conocer a Cristo y se reúnen en un lugar particular para la adoración (Mateo 18:17; 1 Corintios 1:2). La palabra ekklesia se usa en ambas maneras en el Nuevo Testamento, pero el segundo significado es mucho más frecuente. Así que a lo largo de este libro nos referiremos a “la iglesia” en ese sentido: el cuerpo local de creyentes que se reúnen para adorar a Dios y servirse unos a otros.

Técnicamente hablando, esas personas no adoran “en una iglesia” o participan “en la iglesia”; ¡ellos son la iglesia! Y si tú eres un miembro del cuerpo de Cristo, tú no “vas a la iglesia”, ni “te sientas en la iglesia”; tú eres una parte de la iglesia que se reúne para adorar con el resto del cuerpo. Es importante entender esto porque la calidad de una iglesia no se mide, por lo tanto, por la condición de su edificio o lo atractivo de sus cultos, sino por el estado de la propia gente. Ellos son la iglesia, así que la iglesia sólo es tan buena como ellos.

Esta es la razón por la que este libro es “una guía para los miembros de la iglesia local”. La mayor parte de las personas en una congregación particular no son líderes de la iglesia; son simplemente miembros de la iglesia, o “laicos” como se les ha llamado con frecuencia. Pero casi todos los libros escritos acerca de la iglesia local han sido orientados hacia los líderes. Uno tendría que investigar por todas partes para encontrar otro libro como éste que hable directamente y de manera extensa de las responsabilidades de la gente “común” que son parte de una iglesia local.

Puesto que este libro está escrito para satisfacer esa carencia específica, no contiene, por lo tanto, ninguna discusión sobre ciertos asuntos sobre los que los líderes de la iglesia deben decidir, tales como el modo del bautismo o la forma del gobierno de la iglesia. La verdad contenida aquí se aplica a los miembros de cualquier cuerpo local que trata de obedecer las Escrituras, sin tener en cuenta a qué denominación están afiliados ni otros distintivos.

En nuestros días no sólo se entiende de manera equivocada la palabra “iglesia”, sino que muchos cristianos son ignorantes o están confundidos con respecto a su papel y sus responsabilidades en un cuerpo local. Por ejemplo: ¿Sabes por qué la mayor parte de las iglesias tienen un procedimiento para la membresía? ¿Hay una diferencia sustancial entre un “miembro” y “una persona que asiste regularmente”? ¿A que qué clase de iglesia debe asistir un cristiano, y que buenas razones hay para dejar una iglesia por otra? ¿Qué clase de relación deberías tener con los líderes de tu iglesia, y qué papel deben desempeñar ellos en tu vida? ¿Cómo puedes evitar que los cultos del domingo se conviertan en una rutina? ¿Y cómo puedes tú causar o evitar una “división de iglesia”?

Estas preguntas y muchas otras son respondidas concienzudamente en las páginas siguientes. Esperamos que para cuando hayas terminado de leer este libro, entiendas completamente lo que Dios quiere que tú hagas como una parte de la iglesia local, y cómo Él quiere que lo hagas. Nuestra oración también es que pongas en práctica cada verdad que aprendas, de tal manera que tu Vida en la casa del Padre le sea agradable a Él.

1
Comprendiendo la Importancia de la Iglesia Local

“¡JESÚS SÍ! ¡IGLESIA NO!” Así decía un cartel que llevaba un estudiante. En esta edad espiritualmente hambrienta, el interés en la persona de Jesús es inconfundible... Al mismo tiempo la imagen popular de la iglesia es la de edificios vacíos y deteriorados, congregaciones femeninas y avejentadas, y un clero deprimido e irrelevante. Así el entusiasmo creciente por Jesús parece trágicamente contrarrestado por el desencanto casi total con la iglesia.1

Esas palabras escritas hace dos décadas por el pastor inglés David Watson captan con precisión el espíritu de nuestros tiempos en el mundo evangélico. El “Movimiento Jesús” de los años sesenta y setenta, ha generado cientos de organizaciones paraeclesiales dedicadas a proclamar el Evangelio y la enseñanza de la Biblia, y en la mayoría de los casos, esas organizaciones han desviado la atención de los creyentes lejos de la iglesia local. Toda una generación de líderes estaba ejercitando sus dones espirituales en otros contextos paralelos a las asambleas a las que asistían los domingos. Este “robo” paraeclesial y una sociedad que corre aceleradamente hacia el secularismo a una velocidad vertiginosa, se combinan para reducir la asistencia en las iglesias locales hasta un mínimo sin precedentes.

El final de los ochenta y los noventa, por el otro lado, han traído tanto buenas como malas noticias para la institución llamada la iglesia local. Las buenas noticias son que el interés en la iglesia es mayor de lo que ha sido durante muchos años (especialmente en América), y muchas iglesias pueden presentar un crecimiento tremendo en el número de personas que asisten a sus cultos. Las malas noticias son que este “movimiento para el crecimiento de la iglesia” se ha acomodado ampliamente al uso de técnicas de mercado y ha mantenido una tendencia desafortunada a diluir o camuflar los rasgos más polémicos del mensaje bíblico.2 Por lo tanto tampoco ha conseguido producir un compromiso con la iglesia en las vidas de muchos, como ha indicado recientemente William Hendricks en un libro enigmático, Exit Interviews, (Entrevistas de Salida).

Hendricks hace una crónica del fracaso del “movimiento para el crecimiento de la iglesia” en mantener a las personas en la iglesia, como explica la contraportada del libro:

Hay un lado oscuro en los informes recientes sobre el vertiginoso aumento de la asistencia a la iglesia en Norteamérica. Mientras que un número incontable de personas “de fuera de la iglesia” pueden estar acudiendo en masa a la puerta delantera de la iglesia, un flujo constante de los “de dentro de la iglesia” está abandonándola por la puerta trasera. ¡Se estima que 53.000 personas dejan las iglesias cada semana para no regresar jamás!3

El libro documenta estas afirmaciones por medio de estadísticas actuales y numerosas entrevistas con individuos que han dejado la iglesia. La tendencia que describe es verdaderamente triste, pero lo que es más alarmante aún acerca del libro son las propias opiniones del autor acerca de la importancia de la iglesia local, que están intercaladas a todo lo largo de sus interpretaciones de las entrevistas. Aunque hace varias afirmaciones en el sentido de que él no quiere minimizar la importancia de la iglesia, está claro que considera que ésta es sólo una de las muchas opciones para el crecimiento espiritual de los creyentes.

A pesar del entusiasmo en los informes sobre el aumento vertiginoso en la asistencia a la iglesia, más y más cristianos en Norteamérica se están sintiendo desilusionados con la iglesia y otras expresiones institucionales del cristianismo.

Esto no quiere decir que estos “creyentes de la puerta de atrás” han abandonado la fe. Por el contrario, pueden estar muy articulados con respecto a los asuntos espirituales. De hecho, algunos tienen vidas espirituales extraordinariamente vibrantes y amistades conmovedoramente íntimas con una o dos personas del mismo espíritu. Pero por regla general, tienden a nutrir sus relaciones con Dios aparte de los medios tradicionales de iglesia y para-iglesia.

“¡Imposible!” responderá alguno. “Uno simplemente no puede crecer como cristiano a menos que sea parte de una iglesia, un cuerpo local de creyentes.” Así lo expresaría la sabiduría convencional…4

¿Por qué sacar a relucir algo que pone una nota negativa al cristianismo [es decir, las entrevistas]? Como creyentes, ¿No deberíamos ahondar en lo positivo, en las cosas edificantes que Dios está haciendo entre Su pueblo y por medio de Su pueblo? Sí, pero las preguntas asumen que no está sucediendo nada edificante, cuando en muchos casos eso es exactamente lo que está sucediendo: Dios está haciendo Su maravillosa obra en la vida de alguien, incluso aparte de la iglesia, lo creamos o no.5

Refiriéndose a aquellos con quienes él ha hablado que han dejado la iglesia completamente, el autor dice:

Después de languidecer por un tiempo donde estaban, escogieron salir y encontrar un camino mejor…6

Con mucha frecuencia se describían a sí mismos como: ¡trasladándose más cerca de Dios pero más lejos de la iglesia! 7

Finalmente, dedica un capítulo a dirigirse a los “marginados” (los que han abandonado la iglesia), a los cuales ha entrevistado y a cualquiera de sus lectores que también han dejado la iglesia. He aquí su reflexivo mensaje para ellos:

Yo soy extremadamente reacio a sacudir el dedo delante de ti y decir: “¡Date la vuelta y vuelve a una iglesia!” Yo no conozco tus circunstancias. Podría ser que hubiera montones de alternativas alrededor de ti, en cuyo caso te animaría ciertamente a explorarlos diligentemente hasta que encontraras algo que funcione…8

La tradición sostiene que tú no puedes crecer aparte de una iglesia. Entonces, ¿cómo has de seguir adelante (asumiendo que quieras seguir adelante)? Unas pocas de las personas a las que he entrevistado han dado un paso adelante al poner la tradición patas arriba y recibir el sostenimiento espiritual de cualquier lugar donde han podido encontrarlo: en libros, en revistas, en los ministerios de la radio y la televisión, en uno o dos amigos comprensivos, tal vez en las artes y la música, tal vez en la obra voluntaria. Con el paso del tiempo, han llegado a ser muy ingeniosos para hallar maneras de encontrar a Dios aparte de una iglesia local…9

No os culpo por haberos echado fuera.10

El libro, Entrevistas de Salida, fue escrito por un autor cristiano respetado y bien conocido, y publicado por una editorial cristiana conservadora. También se ha mantenido durante algún tiempo en lo más alto de la lista de los diez libros cristianos más vendidos. A la luz de estos hechos se puede decir sin temor a equivocarse que el concepto general de la iglesia local entre los que profesan ser cristianos no ha mejorado mucho desde los sombríos años 60 y 70. Y esta indiferencia contemporánea hacia la iglesia representa un cambio descomunal desde los valores mantenidos desde antiguo sostenidos a lo largo de la historia por aquellos que se han considerado a sí mismos el pueblo de Dios.

Entrevistas de Salida hubiera sido escrito en cualquier otro siglo distinto del nuestro, muy probablemente se hubiera encontrado con un coro de protestas justamente indignadas por parte de los líderes cristianos del momento. Nuestros antepasados, que llamaban apóstatas a las personas que dejaban la iglesia en lugar de llamarlos “creyentes de la puerta de atrás”, incluso lo habrían etiquetado como una “herejía”.

Considera, por ejemplo, algunas afirmaciones de tres de los nombres más reconocidos en la historia de nuestra fe. Agustín dijo: “nadie puede tener a Dios como su padre sino tiene a la iglesia como su madre”.11 Martín Lutero describió: “aparte de la iglesia, la salvación es imposible.” Y la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino, que es la obra más ampliamente leída y atesorada desde la era apostólica, contiene unas afirmaciones tan vehementes acerca de la iglesia local como las siguientes:

Mi intención es tratar aquí de la iglesia visible, y por eso aprendamos ya de sólo su título de madre qué provechoso y necesario nos es conocerla, ya que no hay otro camino para llegar a la vida sino que seamos concebidos en el seno de esta madre, que nos dé a luz, que nos alimente con sus pechos, y que nos ampare y defienda hasta que, despojados de esta carne mortal, seamos semejantes a los ángeles (Mat.22:30). Porque nuestra debilidad no sufre que seamos despedidos de la escuela hasta que hayamos pasado toda nuestra vida como discípulos. Anotemos también que fuera del gremio de la iglesia no hay remisión de pecados ni salvación... Con estas palabras se restringe el favor paternal de Dios y el testimonio de la vida espiritual a las ovejas del aprisco de Dios, para que advirtamos que el apartarse de la iglesia de Dios es pernicioso y mortal.12

Porque tanto aprecia el Señor la comunión de su Iglesia, que tiene como traidor y apóstata de su religión cristiana a todo el que de manera contumaz se aparta de cualquier compañía cristiana en que se hallare el ministerio verdadero de su Palabra y de sus sacramentos.13

Agustín, Lutero, y Calvino, simplemente representan a los miles de líderes cristianos que a lo largo de los siglos han creído que la iglesia era absolutamente indispensable para nuestro crecimiento como cristianos. Aparentemente nuestros días han traído un cambio tremendo en la manera en que la gente ve la iglesia local, especialmente cuando un libro de gran éxito de ventas da a entender repetidamente que podemos crecer de la misma manera sin ella. ¿Pero, qué dice la Palabra de Dios con respecto a la iglesia de Dios? Nuestra autoridad no es ni la corriente del pensamiento actual ni el dogma de teólogos falibles. Por el contrario, nosotros debemos averiguar lo que Dios piensa acerca de esta institución que Él ha diseñado, por el Libro que Él nos ha escrito.

¿Es posible tener una vida espiritual vibrante y nutrir satisfactoriamente nuestra relación con Dios aparte de una iglesia local? ¿Es simplemente la “sabiduría convencional” la que nos dice que debemos formar parte de una iglesia local? ¿Es posible acercarse a Dios y alejarse de la iglesia? ¿Existen “montones de alternativas” a la iglesia en lo que respeta a nuestro crecimiento espiritual? Y ¿aquellos que abandonan toda relación con la iglesia están verdaderamente libres de culpa por esa decisión?

La respuesta a todas esas preguntas, según la Escritura, es un sonoro ¡no! Lejos de ser sólo una de entre muchas opciones para el cristiano, la iglesia es el medio principal por el cual Dios lleva a cabo Su plan en el mundo. Es el instrumento ordenado por Él para llamar a los perdidos a Sí mismo en el contexto en el que Él santifica a aquellos que son nacidos en Su familia. Por lo tanto, Dios espera (e incluso demanda), un compromiso con la iglesia de todo aquel que afirma conocerle.

Incluso una lectura superficial del Nuevo Testamento deja clara la centralidad de la iglesia en el registro bíblico. Jesucristo proclamó que Él edificaría Su iglesia (Mateo 16:18), le otorgaría la autoridad para actuar con el imprimátur del cielo (Mateo 18:17-20), y en última instancia reveló que Su plan era llenar el mundo con cuerpos locales de creyentes (Mateo 28:18-20). La mayor parte de las epístolas están escritas a iglesias locales, y tres de las otras escritas a individuos (1 y 2 Timoteo y Tito), analizan cómo debe funcionar la iglesia local. Finalmente, las maravillas del Apocalipsis estaban dirigidas expresamente a siete iglesias locales en Asia menor, y fueron enviadas a ellas por el apóstol Juan siguiendo el mandato del Cristo resucitado (Apocalipsis 1:4,11).

Ningún otro versículo proclama la importancia de la iglesia local de una manera más poderosa que 1 Timoteo 3:15, y ese versículo nos servirá como marco de trabajo para una discusión de esta doctrina en la Escritura. Allí Pablo le dice a Timoteo: “Esto te escribo... para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.” Pablo quería que su joven aprendiz entendiera la importancia y el significado de sus instrucciones, y por ello se refiere a la asamblea local de creyentes con cuatro términos descriptivos que tienen el propósito de enfatizar la importancia que Dios le da. Estos términos siguen siendo designaciones apropiadas para la iglesia, y entenderlos nos ayudará a compartir el amor y el respeto de Pablo por esta santa institución.

La Casa de Dios

La palabra “casa” viene del griego oikos, que puede significar un edificio para habitar o una familia integral. En la Escritura se aplican ambos significados a la iglesia, y ambos proveen un testimonio profundo de su origen divino y su significado.

La Iglesia Es la Morada de Dios

Si Pablo usó la palabra en el sentido de una vivienda, entonces esto da testimonio del hecho de que Dios mismo vive en Su iglesia y entre Su iglesia. La iglesia misma es la casa de Dios. Hay que entender que no estamos hablando del edificio de la iglesia. Las mismas palabras “casa de Dios” traen a la memoria imágenes de un viejo diácono mirándonos por encima del hombro cuando éramos niños y diciendo: “¡Jovencito, no se puede correr en el santuario, esta es la casa de Dios!” (Por supuesto, podíamos correr en el gimnasio o en las clases, que formaban parte del mismo edificio, pero había algo especialmente santo respecto de la habitación con el púlpito y los bancos.)

Aquel viejo diácono estaba usando incorrectamente el término “casa de Dios”, porque no se refiere en absoluto a un edificio, excepto en un sentido metafórico. El término es una alusión al tabernáculo y al templo del Antiguo Testamento, los cuales son llamados de esa manera con frecuencia en la Escritura (ej. Juan 2:16; Hechos 7:47). Por lo tanto se refiere al hecho de que, a todo lo largo de la historia, Dios ha decidido trabajar con grupos de personas y manifestar Su presencia de una manera especial cuando ellos se congregan.

En 1 Corintios 3:16-17, Pablo dice a toda aquella iglesia (no a individuos): “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.” También le dice al mismo grupo: “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16). Y en Efesios 2:19-22 dice que nosotros somos “miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”

La aplicación de estos versículos a nuestra discusión debería ser obvia: Si queremos estar donde Dios está, necesitamos estar en Su iglesia, porque allí es donde Él mora. Y la manera en que nosotros nos relacionamos con Él depende en buena parte de la manera en que nos relacionamos con Su iglesia, pues es la casa que Él ha construido con Sus propias manos (1 Pedro 2:5).

La Iglesia Es la Familia de Dios

El significado más probable de la palabra “casa” en 1 Timoteo 3:15 es el de una familia, porque Pablo lo usó de esa manera en los versículos 4, 5, y 12 del mismo capítulo. La idea de ser una parte de la familia de Dios no es nueva para la mayoría de los cristianos; nosotros hablamos a menudo de ser “nacidos de nuevo” en ella, nos referimos a Dios como nuestro Padre celestial, y Le alabamos por adoptarnos como hijos, y por hacernos Sus herederos (Romanos 8:15-17). También cantamos: “estoy tan contento porque soy parte de la familia de Dios.” Rara vez (si es que lo hacemos alguna vez), pensamos en esa “familia de Dios” como la iglesia local, pero eso es exactamente lo que la frase significa en este versículo.

Sin duda Pablo usó esta frase con el propósito de convencer a Timoteo de la importancia de una conducta correcta en la iglesia. Si se les demanda a los ancianos y diáconos que tengan sus casas en orden (vv. 4,5, y 12), ¡cuánto más necesita estar en orden la propia casa de Dios! Pero su lenguaje nos deja con una lección adicional pertinente para esta discusión. No sólo necesitamos estar en Su iglesia si queremos estar donde Dios está, sino que también necesitamos estar en Su familia si queremos considerarle a Él nuestro Padre. Con las palabras de Pablo en mente, ¿cómo podría la gente llamar a Dios su Padre mientras rehúsan ser parte de Su familia? Sin embargo, esa clara contradicción describe esencialmente la posición de aquellos que dicen que tienen fe y salvación aparte de la iglesia.

La Iglesia del Dios Viviente

El énfasis en esta segunda descripción de la iglesia recae en las palabras “del Dios viviente.” La iglesia procede de Dios y pertenece a Dios. Este Creador y Dueño de la iglesia es el Dios; el único Dios verdadero. Y en contraste con los templos de los ídolos paganos muertos, Pablo dice que esta iglesia es del Dios viviente. Así que en todo momento, Él está involucrado personal y activamente en la operación y las actividades de la iglesia.

A lo largo de todo el Nuevo Testamento, Dios nos deja bien claro que la iglesia es Su creación y posesión más querida. De hecho, cada miembro de la Santísima Trinidad es descrito repetidamente como atesorándola por encima de todas las demás instituciones terrenales.

Dios el Padre ha revelado Su amor por la iglesia por medio de Su elección soberana de ella antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-5; Apocalipsis 13:8) y por las promesas que Él dio a Abraham y a los otros patriarcas, muchas de las cuales han sido cumplidas al menos parcialmente en la iglesia del Nuevo Testamento (Hechos 2:39; Gálatas 3:6-9). El Padre pagó el precio final por la iglesia enviando a Su Hijo amado a morir (Juan 3:16; 1 Juan 4:14), de tal manera que se dice que ha sido comprada “por su propia sangre” (Hechos 20:28). Él participa continuamente en la comunión de la iglesia (1 Juan 1:3), y ella funciona principalmente con el propósito de darle gloria a Él (Efesios 3:21).

El Hijo de Dios también “amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25; cf. Tito 2:14). Él dio Su propia vida por Sus ovejas (Juan 10:11-16). Por lo tanto Dios Le ha hecho la “cabeza de la iglesia” (Efesios 5:23; cf. 1:22), y se le llama repetidamente “el cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12; cf. 1 Corintios 12:12). Jesús ha prometido estar presente personalmente cuando la iglesia se reúne para aprobar Su proceso de disciplina amante (Mateo 18:20) y cuando va adelante para llevar a cabo Su mandamiento de hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19-20). La iglesia es también donde se observa regularmente Su amada ordenanza de la comunión en conmemoración de Su muerte (Lucas 22:17-20; 1 Corintios 11:23-26).

Finalmente, el Espíritu Santo inició la iglesia del Nuevo Testamento en Pentecostés por medio de señales y milagros maravillosos (Hechos 2:1-4) y confirmó la inclusión de los gentiles con una actuación semejante (Hechos 10:44-48). Él introduce a cada miembro en el cuerpo de Cristo por medio de Su milagro de la regeneración (1 Corintios 12:13; Juan 3:6-8) y garantiza su glorificación final (Efesios 1:13-14). En cumplimiento de las promesas de Cristo en Juan 14, el Espíritu le otorga poder a los miembros de la iglesia, habita en ellos, e ilumina sus mentes a la verdad de las Escrituras, que Él mismo ha producido por medio de los profetas y apóstoles (vv.16-17, 26; cf. 2 Pedro 1:21; Hebreos 2:4). Él también obra para promover unidad y paz en el cuerpo (Efesios 4:3) y provee los distintos dones espirituales que la capacitan para funcionar adecuadamente (1 Corintios 12:7-11).

1 Pedro 1:1-2 menciona a los tres miembros de la Trinidad cuando dice que las iglesias por toda Asia Menor fueron elegidas “según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.” La entera Deidad está profunda e íntimamente involucrada en el origen y el funcionamiento de la iglesia. Por lo tanto, nosotros, que deseamos ser “llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9:26) debemos estar involucrados en Su iglesia. Y sin duda, las duras advertencias del libro de Hebreos se aplican hoy a aquellos que desdeñan el involucrarse en la iglesia: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (Hebreos 3:12) y: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31). Haríamos bien en recordar que este celoso Dios viviente es Aquél a quien pertenece la iglesia.

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