Читать книгу: «Otoño sombrío»

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Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-624-6

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Aunque exista el tiempo y, con ello, los años pasen,

la vida es eterna y está inserta en una infinita rueda evolutiva.

¡No bajes los brazos ante la adversidad porque todo

esfuerzo tiene su recompensa!

Prólogo

El Absoluto, fuente de toda la creación. El todo inmanifestado, siempre sumido en una oscuridad perpetua, inquebrantable e imperturbable. Este ha sido el único espacio atemporal compuesto por profusos espejos negros, temido por los misterios que posee y que, sin embargo, son fuente de sabiduría ancestral. Cuando el tiempo no existía, cuando la materia no era corpórea y cuando la energía aún no se desdoblaba, el todo permanecía apacible, silencioso y eternamente tenebroso debido a las sombras sepulcrales que reinaban, pero que eran parte de la realidad que siempre existió y que jamás fue creada.

El mundo de las tinieblas, compuesto por los primeros seres sombríos, en donde ni la luz ni el calor ni el sonido eran partícipes de él, ya que aún no existían, fue la manifestación más exaltada de todas y de la que surgieron múltiples existencias.

Esta dimensión estaba constituida por tres inteligencias superiores. La primera era conocida como antimateria, una partícula que giraba en espiral en dos direcciones opuestas otorgando la dualidad. La segunda se autodenominó materia oscura, conformada por lúgubres tinieblas en las que permanecían anclados los seres sombra a este profundo universo de penumbras. La tercera, siendo la más importante por los peligros que representaba para el orden natural establecido por su poder innato de expandir la existencia en múltiples realidades alternas, era la energía oscura.

Las sombras ancestrales permanecieron en esta realidad durante eones, manteniendo la estabilidad de su hogar hasta el momento acordado para continuar con la infinita rueda evolutiva. Siempre atentas a lo que las tres fuentes de conocimiento les instruían, mientras mantenían aquellas hipnóticas e interminables danzas en ese frío espacio oscurecido por el que transitaban con sus largas capas negras.

Cuando el día de la primera expansión llegó, las cuarenta y dos sombras tenebrosas se unieron en toroides que se movían en direcciones opuestas, tal como lo hacía la inteligencia dual, hasta formar dos vórtices espirales que giraban en sentidos opuestos. Debido a su constante movimiento, que aumentaba a cada viaje de regreso al origen, se produjo un colapso en cada extremo y se formaron dos cúmulos eléctricos en los que se acumuló la energía suficiente para generar unas potentes explosiones. Así se conformó la siguiente etapa, cuyas manifestaciones de vida fueron simbólicas y muy poderosas.

El mundo de las tinieblas quedó en el centro de las dos espirales, enviando la energía necesaria para mantener la creación de siete Davutrús con dos mundos nuevos compuestos por los polos femenino y masculino. Siete seres sombra fueron designados para instruir en estas nuevas manifestaciones energéticas, pero, cada vez que comenzaban a crear a su descendencia, estos nuevos seres efigies no eran capaces de pasar la prueba y perecían en su intento por sobrevivir. Muchos errores fueron cometidos. Sin embargo, el experimento continuó hasta conseguir el éxito, porque toda manifestación de vida debe encontrar el punto de equilibrio que le permita subsistir y así continuar al siguiente nivel evolutivo.

La sombra de la Justicia era la responsable del Davutrú seis, pero solían rotarse cada veintisiete llaves cósmicas para una nueva instrucción de sus ahijados. Justicia tenía un hijo que comenzó a acompañarla en su reinado, este era San. Cuando Sibuna, la triple inteligencia suprema, lo solicitó, ambos se deslizaron como espectros en este multiverso luminoso.

Como era habitual, Justicia, junto a su pequeña sombra amada, descendió en la intersección entre los mundos femenino y masculino, percatándose de que sus ahijados estaban acompañados por dos pequeños símbolos idénticos entre sí que corrían en círculos detrás de la sombra llamada Amor.

—Veo que han conseguido nuevas piedras filosofales —dijo Justicia.

—Tal como os advertí —le recordó Amor— y han sobrevivido trecientas cinco llaves cósmicas.

—Un excelente comienzo. —Suspiró, percatándose de que su acompañante observaba ansioso el juego de las gemelas—. Comparte un par de mini llaves con ellas.

La pequeña sombra se les aproximó en una rápida levitación que la dejó en medio de ambos símbolos e hizo que uno de ellos se detuviera frente al recién llegado para escudriñarlo con una tierna mirada infantil.

—¿Cómo has sido nombrado? —preguntó quien estaba atrás.

—Soy San —contestó con una dulce voz masculina—, ¿y ustedes?

—No lo sabemos aún —respondió la efigie a su derecha—, pero nuestros creadores se refieren a nosotras como piedras filosofales.

—Silencio —su gemela se le aproximó hablándole en tono de reprimenda—, no le digas eso.

—Es de confianza.

—No lo sabemos.

—Es hijo de Justicia, eso es más que suficiente para mí.

—Hermana, no es un tema de confianza, sino de hermeticidad —susurró. Luego, dirigió su atención al extraño—: Vuelve con tu creadora.

—¡Hermana! —la reprendió, luego se dirigió a la sombra—: Discúlpala, ella no está acostumbrada a compartir con extraños.

—No te preocupes —contestó mientras veía a la gemela alejarse—, ¿quieres jugar?

—¡Claro! —San sonrió al igual que su compañera simbólica—. Tú la llevas.

Lo empujó y se lanzó al espacio a máxima velocidad. Él la persiguió riendo por un largo trayecto. La capturó entre sus mantos sombríos en una especie de bola negra que rodó por un trecho y levantó energéticas hojas otoñales a su paso, hasta que chocaron contra un tronco. En ese momento, el escudo sombrío se desintegró y ambos recuperaron sus respectivas formas por separado, mientras reían sin control.

—Eres muy divertida.

—Tú igual, San.

—¡Hermana! —Su gemela se les aproximaba—. Sabes que a madre no le agrada que entremos a este bosque.

—¡Ya cálmate!

—Lo haré cuando vuelvas a comportarte —dijo colocándose entre ambos y obligándola a levantarse—. Hay que salir de aquí antes de que nos descubran.

—¡Chicas!

—Madre —musitaron ambas.

—La responsable es ella —la delató—, yo solo la encontré acá…

—Los tres, síganme —pronunció con voz escueta, apuntando con el extremo de su largo cuerpo escamoso fuera de ese lugar—. Ahora.

Los tres levitaron delante de Ida, la gran serpiente de energía blanca, hasta que llegaron al sitio en el que estaban sus otros padres.

—Los encontré en el bosque prohibido —anunció.

—¡San!

—Lo siento, solo jugábamos y no nos dimos cuenta de que ingresábamos en él.

—¡A casa! —Justicia lo apuntó con la palma derecha y la sombra de su hijo desapareció—. No volverá a ocurrir, hablaré con él y, por supuesto, no volverán a verse.

—Pero…

—No hay peros, señorita.

—¡No es justo!

—No debieron entrar a allí.

—¿Por qué no podemos entrar a ese bosque? —La enfrentó—. Explíquennos qué es eso tan peligroso que encierra.

—A tus aposentos.

—¡No! —Se impuso—. Primero dígannos la razón de esa estúpida prohibición. A mí me fascina ese bosque otoñal.

Pero no pudo seguir discutiendo, pues, como era habitual cuando sus creadores no querían responder a sus preguntas, la enviaron a su cuarto, compuesto por cúmulos celestes de energía que ella detestaba. Esperaba, en un futuro, ser lo suficientemente fuerte para cambiar el aspecto de su lugar de descanso, el cual también resultaba ser su centro de castigos cada vez que cuestionaba a sus mayores. Logró contar trece mil orbes antes de que su gemela apareciera para interrumpir su quehacer.

—Madre me ha enviado para ver si estás dispuesta a retractarte.

—¿De qué?

—De tu falta de respeto.

—Cuando ella esté dispuesta a responder mis preguntas, yo lo estaré para disculparme.

—Pero es la única manera de que salgas al mundo exterior. —Con sus puntas externas la sostuvo—. Además, estoy aburrida sin ti.

—Debiste pensar en eso antes de apuntarme como la responsable.

—Hermana, comprende que lo hice por tu bien.

—Lo hiciste porque te sentiste excluida. —Tiró un resoplido su interlocutora—. Sin embargo, tú sola te apartaste porque San no te agradó.

—No me agradó porque siento en él algo siniestro. —La otra rio—. ¿Qué te hace gracia?

—Él proviene del mundo de las sombras, genio. Obviamente va a tener ese toque sombrío —suspiró— que me parece tan atrayente.

—¿Cómo dices?

—¡Ash! —exclamó. Volteando, siguió—: Estoy harta de esta vida sin riesgos, hermana. Sé que hay un mundo por descubrir fuera de este Davutrú…

—No está permitido salir de Éter.

—Somos tan distintas. —Suspiró resignada—. Tú sigues las reglas, mientras yo estoy dispuesta al riesgo. ¿Segura que eres mi gemela?

—Lo hago por nuestro bien.

—Claro —tiró un resoplido—, puedes irte.

—Pero ¿te disculparás?

—No.

Su gemela desapareció y ella pudo retomar el conteo de orbes. Eso hasta volver a ser interrumpida, esta vez por su padre, la sierpe negra.

—Hija, ya es hora de salir de este cautiverio, ¿no crees?

—Podría ser, si me liberaran de este castigo.

—Debes entender que hay normas que cumplir.

—Las comprendería si me dieran una razón lógica para hacerlo.

—Este mundo no es lo que parece. Eso quiere decir que no es 100 % seguro para ustedes.

—¿Me explicarás qué tiene de peligroso ese bosque?

—Digamos que es un lugar con una inestabilidad energética que puede afectarlas, pues aún no están preparadas para estar allí.

—¿Qué nos puede pasar?

—¿Recuerdas lo que les conté de las pruebas para ser mayores?

—Sí.

—Pues ustedes aún no tienen la edad requerida para realizarla, por eso es peligroso que se encuentren en ese sitio. —Sonrió—. Mañana se celebrará su nombramiento oficial y necesito que te disculpes con tu creadora. ¿Lo harás?

—Está bien —aceptó resignada—. ¿Qué nombre tendré?

—Serás Elementaria.

En ese instante, aparecieron frente a ella Ida y su hermana, que la miraba sonriente.

—Lo siento, no fue mi intención entrar en ese bosque.

—Disculpa aceptada —dijo escuetamente Ida—. Ve con tu hermana.

De mala gana obedeció, pero en cuanto la atención de sus padres se centró en la sombra instructora se apartó de ella.

—¡Ey! ¿A dónde vas?

—Lejos de ti, traidora.

—Pero ¡Elementaria!

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Los escuché hablar, es lo que te he estado diciendo —la obligó a voltear—, ¿por qué no me prestas atención?

—Porque no tengo ganas de hacerlo.

—¡Vamos, arreglemos esto!

Elementaria aumentó su velocidad mientras era perseguida por su hermana. Se internaron en un frondoso bosque lleno de luz. Mientras esquivaba matorrales y árboles energéticos intentando perder a quien la seguía, traspasó una muralla invisible y reapareció en un lugar repleto de llamas azules que crepitaban en un espacio de penumbras.

—Hola —al voltear se encontró con su amigo—, espero no meterte en problemas por esto.

—San —lo abrazó, percatándose de que ella era una sombra de color azul con brazos terminados en unos alargados dedos—, te extrañé. ¿Qué es esto?

—He creado este lugar para que podamos estar los dos lejos de ellos.

—¡Me parece estupendo! —exclamó alzando las manos de felicidad—. ¿Qué es exactamente este sitio?

—Parte del todo, en una conexión directa con Éter.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó sorprendida—. Estos son conocimientos muy avanzados, yo no podría…

—Sí podrías, solo que no tienes los grimorios adecuados debido a que aún no te han nombrado.

—Mañana es mi nombramiento. —Volteó para mirarlo directamente—. Me llamaré Elementaria.

—Buen nombre —sonrió—, ¿puedo llamarte Eli?

—¡Claro! —exclamó efusiva—. ¿Irás mañana?

—No me está permitido.

—¿Por qué?

—Es el castigo impuesto por llevarte a ese bosque prohibido. Por eso creé este lugar —entrelazó sus dedos con los de ella—, para poder vernos y compartir todo el tiempo en que este castigo continúe.

—¡Me parece genial! —opinó alegremente—. Esto es arriesgado y me encanta el peligro. —San no pudo evitar reír—. ¿Podrías hacer algo para ir mañana?

—Por supuesto. Prometo asistir, pero de manera sutil. —Le guiñó un ojo—. Tú entiendes.

Al día siguiente, mientras estaban entre hermosas flores de color lila a la entrada de Acuario, Eli pudo ver la sombra de su amigo de manera tenue, la cual se difuminó con rapidez. En cuanto el ritual de nombramiento terminó, ella fue la primera en salir de entre las flores. Allí, entre el pasto marchito, se encontró con un trozo de pergamino amarillento que desplegó y leyó:

Nos vemos en nuestro lugar secreto cuando la gran llave cósmica esté de cabeza.

—Ele, ¿qué tienes ahí? —preguntó su gemela, a quien habían nombrado Natura.

—Nada —dijo Eli apretando el papel en su extremo inferior izquierdo, doblando ese lado de su símbolo hacia atrás.

—No es bueno que me escondas cosas —repuso Natura mientras intentaba quitarle lo que había escondido—. No seas así…

—¡Déjame! —Luchaba por apartarla de sí—. ¡Suéltame!

Una energía las separó y las mantuvo a cierta distancia una de la otra.

—¿A qué se debe esta desavenencia? —preguntó su madre.

—¡Natura me atacó sin razón! —soltó Eli—. ¡Yo solo intentaba quitármela de encima!

—¡No es cierto!

—¡Natura! —exclamó Ida en tono de advertencia.

—Solo quería ver qué estaba leyendo —se defendió—. Tiene un pergamino escondido y estoy segura de que San se lo envió.

Ambas figuras descendieron. La sierpe madre se ubicó a la izquierda de la acusada, esperando que mostrara lo que ocultaba. Elementaria, resignada, estiró aquella parte que mantenía doblada, mostrando que nada escondía. Aquello dejó boquiabierta a su hermana, mientras ella se recompuso rápidamente y cambió a una expresión triunfal.

—Natura, durante estas últimas trecientas llaves cósmicas siempre has hecho lo correcto —suspiró su madre—, pero esta vez has difamado a tu hermana y lo indicado es que te disculpes.

—¡Ella tenía un papel! —repitió apuntándola con su extremo inferior derecho—. ¡Yo lo vi y no era una caligrafía conocida!

—No continúes con esto, hija.

—¡Esa es la verdad! —Se lanzó en contra de Elementaria—. ¿Qué hiciste con el papel? ¿A dónde lo enviaste?

—Es suficiente —dijo Ida y la hizo desaparecer al instante—. No sé qué le sucede a tu hermana, pero me parece que le hará bien estar un tiempo a solas. Al menos hasta que se esfumen sus delirios.

El regreso a Éter fue silencioso. Sus padres la dejaron en sus aposentos, que esta vez estaban constituidos por el campo de flores moradas en el que habían realizado el rito. Aquello no le molestaba, aunque deseaba que su conformación fuera su bosque otoñal predilecto. Cerró los ojos con fuerza, esperando que al abrirlos aparecieran esos árboles caducifolios.

—Eli —escuchó un susurro—, Eli, estoy aquí.

—San —musitó sorprendida—, ¿qué haces acá?

—Mira a tu alrededor. —Alzó los brazos y ella pudo ver aquel bosque que tanto añoraba.

—¿Cómo llegué a aquí?

—Con tu imaginación creadora —dijo y le tomó de una mano. Entonces, Eli se percató de que su aspecto había cambiado al de la sombra azulina—, pero realmente nos encontramos en nuestro lugar secreto.

—¿Cómo?

—Cada vez que quieras estar lejos de algo que no te guste o simplemente desees un espacio en el que nadie te moleste, podrás ingresar acá.

—Me parece estupendo y debo darte las gracias por lo de hoy, me salvaste de un gran castigo.

—Deseaste que el papel desapareciera, eso fue obra tuya. —Sonrió—. Adivina a qué lugar fue aparar.

—¿Aquí? —Él asintió—. Debo saber qué es exactamente este espacio y no quiero que me escondas la verdad, o lo sabré.

—Eres muy intuitiva —sonrió coqueto—, eso lo supe el primer día en que te vi. Luego pasaron muchas llaves cósmicas en que no pude comunicarme contigo directamente.

—No evadas mi pregunta.

—No lo hago, solo déjame terminar. —Sacó un círculo negro de la pared, formándose en ese espacio un hoyo negro en movimiento—. El Absoluto está formado por estos espejos negros. A través de ellos podemos ver el pasado, el presente y el futuro de cualquier ser o acontecimiento. Gracias a este conocimiento pude verte. Sin embargo, no sirven para establecer una comunicación directa.

—Interesante —expresó quitándole el artefacto—, ¿me enseñarás a usarlo?

—Por supuesto —dijo apoyando su barbilla sobre el hombro derecho de su amiga—. Es un regalo para ti.

—Gracias, pero supongo que no puedo llevármelo.

—En otras circunstancias sí, pero, por todo lo ocurrido y lo entrometida que es tu hermana, lo mejor será que permanezca acá. Igualmente puedes invocarlo y aparecerá frente a ti.

Al despertar, Eli se encontró en su cuarto. No sabía cómo ni cuándo había regresado. Lo último que recordaba era el haberse sentado en posición de loto y que él la besó en el entrecejo. Entonces, todo a su alrededor se cubrió de un blanco enceguecedor.

Después de salir al exterior y ser instruida por Justicia, Eli se internó en el bosque. Para su suerte, Natura seguía castigada y no le era permitido estar cerca de ella. Dejó reposar su circunferencia en la verde hierba, observando la vegetación bajo el monte Lutnuruq.

—¿Has pensado en un nombre para este lugar?

—¡San! —Se abalanzó sobre él, consiguiendo envolverlo entre sus brazos.

—Que recibimiento más efusivo. —Rio—. Me encanta.

—También me encantas. —Ambos se miraron a los ojos—. Por otro lado, creo que el espejo me mostrará el nombre ideal.

—Sí —musitó y perdió el contacto visual con Eli, debido a que entre ellos apareció el artilugio mencionado—, seguro.

En el momento en que alcanzó el artefacto, Eli se percató de que poseía el aspecto de sombra. Supuso que, de alguna manera, había traspasado al lugar secreto. Pasó su palma derecha sobre el cristal ennegrecido y lo mantuvo firme con la otra.

—¿No te parece extraño tener esta forma?

—No —respondió Eli concentrada en el espejo—, supongo que me trasporté a nuestro lugar secreto.

—Debo comunicarte que aún permaneces en Éter.

—¡NIPU! —exclamó—. El nombre de esta comunidad será NIPU —dijo y luego le prestó atención a su interlocutor—. ¿Has dicho que seguimos en Éter?

—Así es.

—¿Cómo?

—Es un hechizo simple. —Entonces, un grimorio apareció sobre un pedestal al que ambos se acercaron, viendo lo que en esa hoja estaba escrito—. Lo hice antes de mostrarme ante ti.

—Eres maravilloso.

—Estoy intentando crear un mantra que nos dé un cuerpo parecido a lo tridimensional.

—Al interior de Nous se obtiene un cuerpo físico, podríamos intentar ir y…

—Yo no tendría uno —le confesó San—. He estado allá y nosotros conservamos nuestro aspecto sombrío.

—¡Oh!

—Mientras, seguiré intentando encontrar el mantra adecuado. —Le tomó de una mano, haciéndola girar hasta dejarla frente a él y entre sus brazos—. ¿Un vuelo en picada?

—¡Me encanta la adrenalina!

San se impulsó, quedando ambos a gran altura. Entonces se lanzó en picada, ciñendo a Eli contra sí. Mientras ella gritaba divertida y observaba todo a su alrededor, la velocidad aumentó al punto de formarse un vórtice que los condujo al bosque prohibido. Cayeron al suelo cubierto de energéticas hojas secas, en el que rodaron riendo, mientras se formaba una gruesa capa de estas sobre ellos hasta que chocaron contra un árbol. Entonces, iniciaron su ascenso entre las hojas hasta salir de ellas.

—Estamos en el bosque otoñal, ¡genial! —expresó una Eli efusiva—. Me encantan estos nuevos descubrimientos. ¡Contigo todo es divertido!

—Silencio —susurró San—, viene alguien.

Se deslizaron rápidamente, escondiéndose tras unos arbustos. Entonces, vieron aparecer a Justicia en compañía de Ida.

—Nuestras creaciones son ya adolescentes —decía la serpiente blanca—, creo que es tiempo de presentarles a sus consejeros.

—Sí, es el momento ideal —convino la sombra—. Cuanto antes comiencen a conocerse, más pronto tomarán el lugar que les corresponde y aprobarán la gran prueba.

—La primera en conocer a su complemento será Elementaria, así Natura sobrellevará su obsesión contra tu hijo.

En ese instante, ambas fueron succionadas por una energía en espiral a la entrada de una cueva.

—¿Complemento? —Eli salió de su escondite—. ¿A qué se refieren? ¿Y a dónde fueron?

—Complemento —suspiró San cabizbajo— es aquel ser con el que los albaceas nos unen por la eternidad para realizar creaciones. Tus padres, Ida y Pingalá, son complementos, por ejemplo.

—Eso quiere decir que nos impondrán su parecer —él asintió—. ¡No es justo!

—Lo mismo opino —aseguró—, pero todo debe ser perfecto según sus divinos caprichos.

—Jamás les daré en el gusto. Siempre seré un ser libre, capaz de tomar mis propias decisiones. —Tomó la mano de su acompañante—. Y mi elección eres tú.

—Eli —tartajeó sorprendido—, es un honor ser escogido por ti. —Entrelazó ambas manos con las de ella y las besó, haciendo un profundo contacto con los ojos de su amiga—. También te elijo como mi compañera.

—¿Te parece si hacemos el pacto de una vez?

—¿Cuál?

—El de la Ficus carica.

—¿Ficus carica?

—Ven, te lo mostraré. —Lo hizo desplazarse a su lado con una de sus manos entrelazadas, en medio del camino apareció un libro flotante—. Durante estas extensas llaves cósmicas que hemos compartido estudiando, encontré algo muy interesante.

—«Pactos de esencias complementarias» —leyó en voz alta, dibujándosele una sonrisa—, es un compromiso irrompible.

—Estoy dispuesta a hacerlo.

—No lo dudo, estás muy determinada. —La observó con coquetería—. Con esto cambiaremos nuestros destinos para siempre.

—¿Qué dices?

—Contigo por toda la eternidad —le besó el dorso de las manos—, es una promesa.

—A conseguir los ingredientes, entonces.

— Capítulo 1 —

Conjeturas de una aprendiz

Es difícil relatar esta historia porque siempre he sentido que he olvidado ciertos acontecimientos de mi pasado, pero intentaré recordar lo que más pueda. Para comenzar, pertenezco al inicio de los tiempos, cuando la energía se encontraba en su máximo estado de pureza. Durante aquella época era posible contemplar la belleza misma de cada átomo, partícula y molécula, porque aquello era algo normal y formaba parte de esa existencia, era algo intrínseco a cada ser viviente.

Mi mundo contenía su propio Egregor, el cual estaba constituido por las acciones que cada uno de nosotros realizábamos diariamente. En palabras más sencillas: con las energías que liberábamos en las actividades realizadas se formaba un halo de fuerza superior que conformaba el ambiente que nos rodeaba. Indudablemente, podíamos ver esa manifestación astral y vital vigorosa que solía recargarnos a cada instante, este era nuestro alimento. Como podrán comprender, no era físico, sino etéreo.

Aún recuerdo aquellos momentos, de los que puedo dar fe, que fueron los mejores de mi existencia, pues me sentía en un estado de parsimonia constante. Era, como le llaman ustedes, feliz, inmensamente dichosa porque estaba junto a mi familia, aunque mi hermana gemela era quien más me importaba. Ambas sentíamos una conexión infinita por la otra. Éramos capaces de sentir y ver lo que cada una hacía sin necesidad de estar en el mismo lugar. Éramos carne y sangre de una misma genética. Nuestro ADN era muy similar, pero, sobre todo, nuestro Egregor poseía una simetría y un nivel análogo. Eso, me parece, nos hacía ser un mismo ser en fuerzas separadas. Digo fuerzas porque, en ese mundo del que provengo, no estábamos constituidos de la densa materia física que ustedes conocen y de la que están hechos, por lo que esa palabra nos describe de mejor manera.

Este mundo estaba constituido por dos polos separados, pero unidos por la materia oscura que nos rodeaba. Mi mundo se podría definir como el polo negativo de lo inmanisfestado, el santo negar, la fuerza femenina NO de la creación. NO, como lo llamábamos, era nuestro hogar. Él conformaba el primer nivel del Absoluto, el mundo del Éter. Este permanecía cubierto por una cascada azulina muy brillante que caía suavemente rodeando a Nous, el segundo nivel del Absoluto inmanifestado, el polo positivo, la fuerza masculina de lo que aún no había sido creado.

Después de aclarar estos conceptos básicos sobre el principio del final del multiverso al que pertenecemos, aquel punto álgido al que se bautizó como Acuario, daré inicio a esta historia. Compuesta, mayormente, por partes de mi vida privada, pero que, sin duda, les ayudará a entender la manifestación de vida en el tercer plano o, mejor dicho, la tercera dimensión, de la que son semiconscientes en cuanto a vivir la realidad, su propia verdad, el vivir en el presente: el aquí y ahora.

— Capítulo 2 —

El mundo del Éter

En NO vivíamos la filosofía de la momentaneidad, por lo que no existía la palabra problemas, mucho menos las enfermedades psicológicas. La vida en este Absoluto de primer nivel era muy pacífica, libre de ataduras y no conocíamos el sufrimiento, porque nadie allí había desarrollado el ego, excepto yo debido a mi conformación. Sin embargo, ese término no era muy conocido aún.

Pertenecíamos a una sociedad de seres luminosos, etéreos, de una conformación energética muy sutil, con un sentido de comunidad y empatía que nos hacía estar constantemente atendiendo las necesidades de nuestros semejantes como si fueran propias. No había individualidad, consumismo ni competencias. Solo existía un compromiso por el bienestar común con una conciencia de libertad individual a la que denominamos como libre albedrío, pero que en ningún caso se parece al libertinaje que hoy viven los humanos en su tercera dimensión altamente tóxica en todos los sentidos.

Como mencioné anteriormente, NO estaba representada por la femineidad energética al interior de la Cascada del Éter, la entrada a nuestro mundo. Ella cumplía la función de protegernos y de mantener las leyes cósmicas de vida en ese lugar. Si algo, en algún momento, la desequilibrara sería el comienzo de la evolución hacia otras dimensiones. Nosotros sabíamos que eso podía ocurrir, porque toda manifestación de vida está en constante metamorfosis y nosotros no seríamos la excepción. Pero esa es una historia para más adelante, porque lo relevante ahora es que comprendan qué es el Éter y que puedan visualizar la expresión de nuestra existencia.

En la manifestación vital de la que era parte existían cuatro éteres, en la suya también, pero difieren en su actividad principal. El primero era el Egregor, el cual nos daba nuestro sutil alimento diario y era el responsable de mantenernos en constante actividad, porque nos recargaba de energía para poder vivir eternamente. El segundo correspondía al Iridiscente, que nos otorgaba la claridad para ver más allá de lo tangible y nos permitía estar conectados con otros multiversos que ya habían comenzado su proceso de expansión, pudiendo percibir sus frecuencias vibratorias y necesidades. Con ello, si requerían de ayuda la obtendrían rápidamente, pero solo durante su proceso de creación inicial y si es que sucedía algo que estancara su transformación.

El tercero era el de la Trascendencia, que solía estimular nuestra imaginación creadora y voluntad consciente. El cuarto se encontraba en nuestro cielo azul, en el que se movían, sin cesar, pequeñas brillantinas icosaédricas parecidas a perlas preciosas que resplandecían y nos otorgaban una luminiscencia perenne. Este era el Éter de la vida, responsable de nuestra subsistencia en ese plano energético y el gestor de futuros universos dentro de nuestro multiverso. Él sería quien daría inicio al desarrollo de la expansión cósmica creando vida en diferentes formas y planos, pero aquello dependía de las decisiones que tomasen Ida Akasha, nuestra madre Éter, y Pingalá Turiya, nuestro padre de conciencia solar. Aquello lo hacían en reuniones en el universo burbuja Nous, a las que nuestros padres, junto a los cuarenta y dos arcontes, podían asistir.

Ellos tenían la responsabilidad de cuidar a nuestras comunidades, tanto las pertenecientes a NO como las de Nous. Siempre velaban por mantener el equilibrio natural respetando las leyes de nuestro multiverso para que, llegado el momento de la gran expansión, toda la evolución se desarrollara dentro de los parámetros establecidos, teniendo en cuenta los errores cometidos en los multiversos vecinos que ya habían comenzado esos procesos.

Cada veintisiete llaves cósmicas se realizaba ese simposio. Eran días en los que mamá se retiraba y nos dejaba a cargo de las dos comunidades del Éter. Entonces, nos separábamos para permanecer concentradas en las necesidades de una provincia en particular.

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9788413866246
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