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Sexo y dinero

Brevísima historia de la prostitución

Cordelia Callás

LD Books

Colección Conjuras

Edición Digital

Sexo y dinero

Conjuras

L.D. Books

Sexo y dinero © Cordelia Callás, 2017

LD. Books

D.R. ©Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2017 Batalla de Casa Blanca Manzana 147-A, Lote 1621 Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección C. P. 09310, Ciudad de México.

Tel. 5581 3202

www.lectorum.com.mx

ventas@lectorum.com.mx

Primera edición: febrero de 2017

ISBN edición impresa: 978-1976190674

Colección CONJURAS

D.R. ©Portada e interiores: Mariel Mambretti

Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.

Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor.

Índice

Introducción

Capítulo 1. La prostitución ritual

Capítulo 2. Si no sagrada, permitida

Capítulo 3. Del medioevo a la modernidad

Capítulo 4. En Oriente y Occidente

Capítulo 5. En el viejo y en el nuevo mundo

Capítulo 6. El siglo del arte y las reglamentaciones

Capítulo 7. Trata y esclavitud

Conclusiones

Apéndice fotográfico

Bibliografía

Introducción

Se ha dicho y se repite que es "el oficio más antiguo del mundo” aunque dicha afirmación sea, por lo menos, temeraria. Es verdad que la práctica de la prostitución se remonta a varios miles de años antes de Cristo. Pero, por entonces, no podía ser considerada ni como oficio ni como actividad prostituida, al menos tal como ambas cosas se conciben hoy.

El término "prostitución” deriva del latín prostituiré, que significa "poner en venta”, con lo cual la prostitución que se conoce de tiempos remotos poco tiene que ver con la práctica comercial que hoy se despliega entre la meretriz y su cliente.

Tres o cuatro mil años antes de Cristo, en antiguos pueblos como los babilonios, los fenicios, los armenios o los chipriotas, por ejemplo, se practicaba lo que se conoció luego como "prostitución sagrada”. En los distintos templos dedicados a las diferentes diosas del amor, un grupo de sacerdotisas se unía sexualmente con los visitantes como forma de purificación sagrada. El dinero que los visitantes estaban obligados a pagar para participar de dicha ceremonia se destinaba a la mantención y mejoramiento del templo destinado a la diosa del amor, de la fertilidad o de ambas cosas. La fertilidad, el asombro y la gratitud del hombre ante los dones de la tierra, la renovación permanente de la vida, el deseo de festejarla y el temor a que el ciclo se quebrara motivaron muchos de los rituales en los que esa manifestación externa del milagro reproductivo, el sexo, se convirtiera en objeto celebratorio.

Se sabe que recién en la Grecia clásica la prostitución pasó a ser una actividad con la que lucraban mujeres y hombres. A diferencia de hoy y salvo un grupo relativamente pequeño de meretrices, quienes se dedicaban a vincularse sexualmente con desconocidos eran respetados y, por lo general, disfrutaban de una holgada situación económica.

Lo cierto es que la prostitución siempre fue una compañera del ser humano, ya fuera como ceremonia religiosa, como actividad respetada y lucrativa, o como una condenada socialmente y perseguida, como comenzó a ocurrir en el siglo ix en el ámbito de la Europa sometida al reinado de Carlomagno, o como pasó luego en la España de los Austrias, en la que a las jóvenes que decidían ingresar como pupilas a un burdel se les exigía acreditar frente a un juez haber perdido ya la virginidad y ser huérfanas, o haber sido abandonadas por su familia. La función social parecía ser reconocida sólo en términos caritativos hacia la practicante.

Observada con ojos diferentes según las distintas posturas ideológicas y las más diversas instituciones, la prostitución es definida por la sociología como "la forma en que una persona convierte su cuerpo en valor”. También se afirma, con dudosa solvencia documental, que esta práctica es un fenómeno social propio de las culturas machistas.

La prostitución no sólo ha satisfecho pulsiones sexuales de todo tipo a la lo largo de la historia, sino que ha sometido a un dilema a gobernantes de todo tipo. Ellos han debido lidiar con cuestiones como el desvío de la vista o la reglamentación, el libre ejercicio o la prohibición, y siempre fue una práctica que desató larguísimos, acalorados y, por general, infructíferos debates morales, éticos, sociales, psicológicos, médicos, etc.

Y si para la psicología las personas que ejercen la prostitución suelen ser seres con baja autoestima, con una educación deficiente, criadas en un ámbito familiar hostil o abandónico, para la Iglesia católica —que siempre la condenó, aunque muchos de sus fieles (o incluso ministros) disfrutaran de ella— es una actividad inmoral, promiscua y portadora de "la plaga del sida', el tráfico de personas y la corrupción de los niños.

Por alguna razón, empero, la "profesión más vieja del mundo” no hizo distingos entre lugares geográficos, épocas ni culturas. Estuvo siempre con ropajes acomodados a la ocasión, y hasta tuvo el honor de haber sido inspiradora de artistas en diferentes géneros del arte.

Así hubo prostitutas célebres en la Grecia clásica, como Friné, amante del escultor Praxíteles, quien la tomó como modelo para esculpir su "Afrodita de Cnido” y que fue luego retratada por grandes pintores de los siglos xix y xx, y también esculpida por cuatro escultores decimonónicos.

Tratando de hallar una razón profunda de su existencia, acaso, más allá de la satisfacción sexual que una meretriz o un prostituto puede ofrecerle a su cliente, la tarea más profunda de quien ejerce la actividad sea cubrir durante un breve tiempo la necesidad de afecto del otro, y mitigar la incomunicación y la soledad.

Sólo queda aclarar dos cosas antes de adentrarnos en este breve trabajo introductorio. Una, que, a lo largo de estas contadas páginas, más que atenernos a una cronología rigurosa (imposible con esta extensión) iremos hilando temas conexos entre sí. La otra, y fundamental, que este repaso de ningún modo trata de "naturalizar” esta práctica, más allá de que en numerosos países sea legal bajo ciertas condiciones. Tampoco avalar los delitos asociados a ella, para conocer los cuales recomendamos leer un excelente libro de la presente colección, Esclavos siglo xxi, de Dalia Goldman.

Se trata de poner sobre la mesa antecedentes, datos y circunstancias de una actividad que se pierde en los registros escritos de la Humanidad, y que sobrevive readaptándose, como algo que, se acepte o no, tiene, evidentemente, mucho que ver con el modo humano de ser y estar en el mundo.

Capítulo 1

La prostitución ritual

Inmortal Afrodita de polícromo trono, /

hija de Zeus que enredas con astucias, te imploro, /

no domines con penas y torturas, /soberana, mi pecho...”

Safo, “Canto a Afrodita”

P ara los antiguos egipcios, o sea, para los primeros pueblos que se asentaron en las riberas del cauce bajo y medio del río Nilo, el sexo fue un factor cultural determinante. Y también las diosas ligadas a su práctica.

Aquellos primeros habitantes que, unos 3,000 años a. C., se asentaron en el valle, al noreste de África, creían que el origen de todo había sido obra de Atum, el dios del Sol. Luego de una masturbación, esta deidad permitió que su semen se expandiese por el aire del universo, que así fecundado dio lugar a otras dos divinidades. Una fue la diosa Tefnut, a quien los antiguos egipcios consideraban la patrona de la humedad, del rocío y de los procesos corporales que producen la humedad, y a la que representaban como una mujer con cabeza de leona y con un disco solar a modo de corona. La otra divinidad fue Shu, el dios de la luz y el aire. A éste, los egipcios lo consideraban el responsable de los fenómenos atmosféricos no violentos, de la sequedad del aire, del abrasador sol del mediodía y del agobiante calor del verano. Se lo representaba como una figura masculina, con una suerte de corona en la cabeza que era, en realidad, una amplia pluma de avestruz, o con cuatro plumas segmentadas.

Shu y Tefnut se dedicaron casi exclusivamente durante sus primeros tiempos a mantener relaciones sexuales, engendrando así a otras divinidades masculinas y femeninas. Sus primeros hijos fueron Geb, divinidad femenina que representaba a la Tierra, y Nut, el dios que representaba al Cielo.

Éstos, a su vez, se unieron sexualmente entre sí y procrearon otros dioses, que volvieron a engendrar los nuevos seres que poblaron la tierra, haciendo de ella el lugar que los egipcios conocían.

Se sabe que la sociedad egipcia primitiva carecía, prácticamente, de tabúes sexuales. El sexo para ellos era una actividad cotidiana que no despertaba prejuicio alguno. Contraían matrimonio siendo muy jóvenes; a los 14 años las mujeres y a los 16 los hombres, y como convivían casi desnudos debido a las condiciones climáticas que regían en la zona que habitaban, el sexo era algo cotidiano y sin misterios.

Además de su particular cosmogonía, también el lenguaje de los antiguos egipcios estaba atravesado por el sexo. Por ejemplo, el ideograma que significaba "pasar la noche” mostraba un hombre y una mujer en la cama, copulando.

Josep Padró, egiptólogo sólido y prestigioso, doctorado en Historia, ha confirmado cada vez que fue consultado que el erotismo de las creencias religiosas de los egipcios hallaban su correlato en su vida cotidiana. Todas sus afirmaciones y las de otros especialistas se vieron ampliamente confirmadas con un hallazgo de la segunda década del siglo xix.

En 1824, en el poblado de Deir el-Medina, en Tebas, durante una excavación arqueológica se encontró un papiro egipcio que databa, aproximadamente, del año 1150 a. C.

Tenía un tamaño de 8.5 metros por 25 centímetros, y allí aparecían dibujadas diferentes parejas en distintas poses sexuales, tan explícitas y provocativas que sonrojarían al más pintado.

El papiro erótico, al que se clasificó con el número 55,001 y está en poder del Museo de Turín, fue calificado por algunos de los arqueólogos que lo vieron como "la primera revista para hombres del mundo”.

Las escenas de sexo, que ocupan los dos tercios del papiro, remarcan deliberadamente una gran diferencia entre hombres y mujeres. Los primeros aparecen desarrapados, panzones, calvos, de baja estatura y con unos penes enormes. Las mujeres, en cambio, son presentadas con figuras armoniosas, gráciles y bien proporcionadas.

El documento, que se conoce vulgarmente como "El papiro erótico de Turín” no sólo reveló muchos aspectos de la relación que los antiguos egipcios tenían con el sexo, sino que "habló', por primera vez de la prostitución ¡tres milenios antes de Cristo!

En una revista de divulgación madrileña, Muy Historia, la periodista Elena Sanz escribe:

"En el Papiro Erótico de Turín, uno de los escasos documentos que hablan de la conducta sexual de los antiguos egipcios, se puede apreciar una escena en la que una prostituta deja caer una especie de lira para copular con un excitadísimo cliente. Otro rudimentario dibujo realizado en un trozo de madera, encontrado en una tumba en el Imperio Nuevo de Tebas, exhibe a una mujer en pleno acto sexual con un hombre. Lo sorprendente es que, mientras hace el amor, ella sigue aferrada a un laúd. Estas imágenes parecen demostrar que las prostitutas utilizaban sus habilidades musicales para excitar a los potenciales clientes”.

La visión es machista a todas luces; claro, con los conceptos de hoy en día. Pero en esa época parecían tener claro qué era "lo importante”, y es, en todo caso, un documento invalorable para lo que estamos investigando, pues según continúa Sanz:

"También se han hallado figuritas que reproducen a arpistas que apoyan el instrumento musical en grandes y erectos penes. Otras pinturas muestran fiestas de la realeza en las que grupos de bellas bailarinas prácticamente desnudas ejecutan enigmáticas danzas”.

Los antiguos egipcios le dan el nombre de Kat Thaut a las prostitutas. Esos términos significan: "Vulva”, en el caso de Kat; y si bien sobre Thaut ha habido diferentes interpretaciones, se cree que significa: “prostituta”.

Tal cual ilustran ciertas figuras dibujadas en trozos de madera, según recordó la periodista de Muy Historia, en efecto, las meretrices egipcias solían ser buenas bailarinas, y ejecutaban con maestría determinados instrumentos musicales. Se rapaban la cabeza y usaban pelucas, además de pintarse exageradamente los ojos.

Las prostitutas que desarrollaban su actividad con clientela de las clases bajas solían ejercer su oficio en puertos, tabernas o en las calles mismas. Quienes, en cambio, contaban con una clientela acomodada, practicaban su actividad en banquetes y fiestas. Básicamente, nada nuevo bajo el sol.

En tierras mesopotámicas

La prostitución sagrada fue una práctica religiosa que celebraban algunos pueblos que habitaron la tierra unos 3,000 años antes de Cristo. Uno de aquellos pueblos fueron los sumerios, cuya civilización está considerada como la más antigua del mundo. El territorio en el que se habían asentado eran las planicies aluviales de los ríos Éufrates y Tigris, al sur de la antigua Mesopotamia.

Inanna, la diosa del amor y la fertilidad, era la divinidad más importante que habitaba el panteón de los sumerios. Inanna contaba con su propio templo en el que reinaba un grupo de sacerdotisas que gozaban de prestigio y reconocimiento social, y estaban dedicadas a copular con los visitantes del templo que pagaban para ser purificados por medio del coito ceremonial. El dinero recaudado se destinaba a la manutención del templo.

La diosa del amor, que además era la protectora de las prostitutas, era venerada por el pueblo de Sumeria porque fungía como cortesana de los dioses.

Pero una diosa semejante no existió sólo en Sumeria.

En Babilonia, Inanna era Ishtar, por cierto, con atributos diferentes de los que tenía la diosa sumeria, pero también con bastantes similitudes.

Dice la historiadora venezolana María Isabel Brito Stelling:

"En su forma de Ishtar, la diosa de la cultura sumeria se convierte en la diosa de la belleza y la sensualidad babilónica, a la que agradaban los actos de amor carnal y que para asegurar su veneración y culto se consagraban vírgenes al servicio del templo dedicándolas a la prostitución sagrada, es decir a la prostitución selectiva y puntual, cuyo provecho se dedicaba exclusivamente al servicio del templo”.

Y cabe aquí hacer un alto. Cuando hablamos hoy de prostitución y sus delitos conexos (explotación humana, denigración de la mujer, secuestros, trabajo esclavo), no dudamos en expresar un veredicto social condenatorio. Pero al volver la vista a formas históricas de esta práctica y a su evolución, debemos evitar una mirada anacrónica. Esto es: ver el ayer con los ojos de hoy, pues iremos viendo en ciertas formas de prostitución una honda raíz religiosa o de sostenimiento del culto, que no tiene por qué coincidir, desde luego, con el nuestro, particular y contemporáneo.

Pero volvamos a Brito Stelling:

"En el gran templo de Ishtar en Babilonia [...] moraban las sacerdotisas que se dedicaban al servicio de la diosa, es decir a efectuar actos de fornicación con los que pagan el precio del rito que se entrega en la caja del templo. Las sacerdotisas tienen horarios fijos de culto, no aceptan sino a aquel que ha pagado el precio a la diosa, y no aceptan desviaciones del acto sencillo y directo. Están reputadas como religiosas y se les acuerda un tratamiento honorable cuando salen al exterior de su templo”.

Agrega la historiadora caraqueña que cada adolescente estaba obligada a dedicar su primer acto sexual a Ishtar. Y debía hacerlo del mismo modo en que lo hacían las sacerdotisas: dentro del templo y con características rituales.

En verdad, en la antigua Babilonia, existían dos tipos de sacerdotisas dedicadas al sexo religioso. Unas eran las amtu, que significa “sierva”. Ellas estaban dedicadas en forma exclusiva al servicio de la diosa, y residían en el templo. Otras eran las naditu, 'sin cultivar”, que no vivían en el templo, y que podían casarse, pero no tener hijos. Para evitar el embarazo, los maridos solían recurrir al método anticonceptivo tradicional de la época: el sexo anal.

Propios y extraños; bellos y feos

Más allá del sexo ceremonial llevado a cabo en el templo de manera cotidiana, los babilonios practicaban la hierogamia, vale decir, la consumación de un matrimonio sagrado. Hierogamia deriva de la conjunción de dos términos griegos: hierós, “sagrado, y gamos, “unión”.

Como celebración del Año Nuevo, los babilonios realizaban una ceremonia en la que el rey, representando al dios Dumuzi, se unía sexualmente y en matrimonio a una sacerdotisa “naditu” que representaba a la diosa Ishtar.

La escenificación se llevaba a cabo en la parte más sagrada del templo, y tenía como propósito celebrar la resurrección anual de la vida y de la primavera.

Además de este tipo de relación sexual de carácter religioso, en Babilonia existía una ley que involucraba a todas las mujeres y que se relacionaba con un gesto de hospitalidad.

Al menos una vez en la vida, toda mujer nacida en Babilonia debía asistir al templo de Militta, una suerte de Afrodita babilónica, y tener sexo con algún extranjero, no pudiendo regresar a su casa hasta que dicho rito no se hubiese llevado a cabo.

El gran historiador griego Herodoto de Halicarnaso, con una mirada de repudio a las tradiciones “bárbaras”, dio cuenta de aquella ceremonia en el capítulo 199 de su Libro I:

"La costumbre más infame que hay entre los babilonios, es la de que toda mujer natural del país se prostituya una vez en la vida con algún forastero, estando sentada en el templo de Venus. Es verdad que muchas mujeres principales, orgullosas de su opulencia, desdeñan mezclarse en la turba, con las demás, y lo que hacen es ir en un carruaje cubierto y quedarse cerca del templo, siguiéndolas una gran comitiva de criados. Pero las otras, conformándose con el uso, se sientan en el templo, adornada la cabeza de cintas y cordoncillos, y al paso que las unas vienen, las otras se van. Entre la fila de las mujeres quedan abiertas de una parte a otra unas como calles, tiradas a cordel, por las cuales van pasando los forasteros y escogen las que les agradan. Después que una mujer se ha sentado allí, no vuelve a su casa hasta tanto que alguno le eche dinero en el regazo, y sacándola del templo satisfaga el objeto de su venida. Al echar el dinero debe decir: 'Invoco a favor tuyo a la diosa Milita, que es el nombre que dan a Venus los asirios. No es lícito rehusar el dinero, sea mucho o poco, porque se lo considera como una ofensa sagrada”.

Más adelante, Herodoto da cuenta de una de las circunstancias más duras por las que debían atravesar las mujeres poco agraciadas para poder cumplir con la ley.

Dice el historiador griego:

"Ninguna mujer puede desechar al que la escoge, siendo indispensable que le siga, y después de cumplir con lo que debe a la diosa, se retira a su casa. Desde entonces no es posible conquistarlas otra vez a fuerza de dones. Las que sobresalen por su hermosura bien presto quedan desobligadas; pero las que no son bien parecidas, suelen tardar mucho tiempo en satisfacer a la ley, y no pocas permanecen allí por el espacio de tres y cuatro años. Una ley semejante está en uso en cierta parte de Chipre”.

Antes de referirse a esta ley a la que Herodoto considera “infame”, el griego hace referencia a otra a la que califica de "sabia" y que deja entrever el modo en que los griegos seguían viendo a las mujeres:

"Entre sus leyes hay una a mi parecer muy sabia, de la que, según oigo decir, usan también los Enetos, pueblos de Iliria. Consiste en una función muy particular que se celebra una vez al año en todas las poblaciones. Luego que las doncellas tienen edad para casarse, las reúnen todas y las conducen a un sitio, en torno del cual hay una multitud de hombres en pie. Allí el pregonero las hace levantar de una en una, y las va vendiendo, empezando por la más hermosa de todas. Después que ha despachado a la primera por un precio muy subido, pregona a la que sigue en hermosura, y así las va vendiendo, no por esclavas, sino para que sean esposas de los compradores. De este modo sucedía que los babilonios más ricos y que se hallaban en estado de casarse, tratando a porfía de superarse unos a otros en la generosidad de las ofertas, adquirían a las mujeres más lindas y agraciadas. Pero los plebeyos que deseaban tomar mujer, no pretendiendo ninguna de aquellas bellezas, recibían con una buen dote alguna de las doncellas más feas”.

Culto, amor, fertilidad

La prostitución sagrada no fue practicada exclusivamente por sumerios y babilonios, varios pueblos de la antigüedad rendían culto a sus diferentes diosas del amor en templos habitados y administrados por sacerdotisas que se prostituían en nombre de la diosa.

La encontramos entre los armenios, en Asilisena, en Ponto, en Fenicia y, como señalaba Herodoto, también en Chipre. Pero éstos eran sólo algunos puntos en la vasta extensión geográfica de esta práctica, sobre todo teniendo en cuenta que el mundo antiguo no estaba exento de grandes navegaciones, travesías comerciales, colonias y factorías, trasiego de costumbres y ritos.

Punta de Nao es un arrecife medio sumergido ubicado en la Caleta, en Cádiz. Allí se alzaba el templo de Astarté, la diosa del amor y la fecundidad de los fenicios. Pero Astarté, a la que se la relacionaba con la estrella de la mañana, tenía la particular capacidad de poder interpretar a los astros, lo cual le daba facultades de adivinación. Por ello, muchos de los que visitaban su templo y se unían sexualmente con las sacerdotisas luego de pagar el tributo, solicitaban que la diosa les anticipase el porvenir, aunque fuese el más inmediato.

El catedrático de la Universidad de Sevilla, especialista en prehistoria, José Luis Escacena, en algunos párrafos de su libro Entre Dios y los hombres: el sacerdocio en la antigüedad, describe prolijamente al personal que, dentro del templo, estaba al servicio de la diosa.

Dice Escacena:

"La tradición literaria mesopotámica ilustra la presencia de mujeres en el ámbito templar dedicadas a tiempo completo al ejercicio del culto. P. Negri Scafa ofrece una división tripartita de este sector, basada en la función, al margen de su condición servil o libre: personal ligado al culto; personal ligado a la administración y, por último, personal dedicado al mantenimiento de las actividades internas. Dentro del personal femenino del primer grupo, habría que situar a las sacerdotisas, en tanto 'administradoras' del culto, pero, junto a éstas, encontramos un sector más heterogéneo que incluye mujeres de condición servil y libre, participantes en los diversos actos del culto en un lugar secundario, o que desarrollan prácticas culturales no reguladas en la liturgia tradicional, como la prostitución sagrada. En tercer lugar se situaría el personal de servicio del templo, en el que se incluyen mujeres, de condición servil en su mayoría, desempeñando actividades económicas básicas”.

Como bien detalla el profesor Escacena, el templo dedicado a la diosa Astarté, al igual que los otros templos que veneraban a las diosas del amor y la fertilidad, eran estructuras importantes y que exigían una gran cantidad de personal a su servicio, lo que supone, además, que la recaudación diaria que lograban las sacerdotisas no era exigua.

Más adelante, Escacena enriquece la descripción a partir de papiros encontrados en el templo de Kition, en Chipre:

"Aparecen como dependientes o personal al servicio del templo, constructores, pastores, panaderos, barberos, porteros y vigilantes, escribas y los conocidos hieródulos (Hombres y mujeres esclavos al servicio de los dioses) y prostitutas sacras, todos ellos oficios análogos a los documentados en otras instituciones religiosas del mundo púnico”.

El rito de la prostitución sagrada, practicado en los distintos pueblos de la antigüedad, tenía, además de la veneración religiosa, propósitos más mundanos y prácticos. Babilonios, sumerios, fenicios y chipriotas creían que el acto sexual dedicado a la diosa habría de ser compensado por Astarté, o por Inanna, o por Ishtar, con una generosa ola de fertilidad, tanto para las mujeres cuanto para la tierra. En consecuencia, prosperidad para la ciudad y felicidad para las familias.

Otro de los templos alzados en honor a la diosa del amor, en este caso Afrodita, se situaba en la costa mediterránea a 16 kilómetros de la ciudad de Pafos. Hasta allí llegaba cada día una multitud de peregrinos que, para adorar a la diosa, caminaban a pie los 15 kilómetros que separan a la ciudad de Pafos del santuario.

El templo, del que aún quedan vestigios, había sido construido por los antiguos pobladores de la isla de Chipre a 25 kilómetros de la costa de Petra Tou Romiou, en cuyas aguas nació Afrodita según la leyenda.

La historiadora Lucía Santibáñez González repasa los comienzos del culto a la diosa del amor:

"El culto de Afrodita se establece oficialmente en Chipre alrededor del 1500 a. C., con la construcción de un templo en un lugar elevado, en la actual Kouklia en la zona de la Antigua Pafos. Sin embargo, ídolos de una diosa de la fertilidad datan de principios del 3800 a. C., encontrados en Palea Pafos. Este culto puede deber su origen a colonos aqueos, quienes adoptaron la devoción de una diosa de la fertilidad nativa llamada Astort (forma cananea de Ishtar) que helenizaron como Afrodita”.

Vemos una vez más el grado de relación, incluso a nivel de creencias, que tenían los pueblos antiguos. Finalmente, aclara la historiadora:

"El culto a Afrodita sobrevivió en Pale Pafos hasta el siglo iv d. C., cuando el emperador Teodosio declaró ilegal el paganismo. No se sabe cuándo el culto a Afrodita se suprimió por completo, o si acaso la población local se resistió al edicto”.

Y aquí vale un comentario sobre tan importante deidad. El sitio elegido por los antiguos pobladores de Chipre para construir un templo en el que adorar a la diosa del amor, se relaciona con lo que es la leyenda respecto del nacimiento de la diosa.

La mitología griega cuenta que Gea, la madre Tierra, engendró a Urano, el Cielo, y luego se unió a él para poder dar a luz a los Titanes, los Hacatonquiros y los Cíclopes.

Sin embargo, como Urano odiaba a sus hijos, los obligaba a vivir en lo más profundo del seno de Gea, la madre Tierra, hasta que un día ella decidió liberarlos y les pidió que matasen a su padre.

Los hijos, en tanto, se negaron a cumplir con el pedido de Gea porque le temían a la furia de Urano si fracasaban en la misión. Sólo uno de ellos aceptó el desafío, Cronos, el hijo menor. Gea, entonces, le entregó una hoz de metal como única arma para enfrentar a Urano.

Una noche, cuando Urano cubrió a Gea para copular con ella, Cronos desenfundó la hoz y le cercenó los genitales a su padre. La sangre y el semen de Urano cayeron al mar, cerca de la costa, y al entrar en contacto con el agua se formó una espuma, la cual engendró a Afrodita.

La diosa del amor, dice la mitología, no tuvo infancia. Nació siendo ya una muchacha adulta de infinita belleza, deseable, vanidosa y susceptible; dueña de un muy malhumor.

La costa que vio nacer a Afrodita se ubica a 25 kilómetros del lugar en el que los antiguos habitantes de Chipre construyeron el santuario destinado a la gran diosa del amor.

La abuela oculta

Desde luego, hay diferencias (unas sutiles, otras basales) entre las diosas del amor y la fertilidad veneradas por los pueblos de la antigüedad. Astarté representa todo aquello para los fenicios y cananeos. Pero también y algo alejada de sus congéneres, sobre todo en la parte ritual, estaba Ashera, la diosa más importante de la antigua tradición israelita y, tal cual subraya Xabier Pikaza, "una de las figuras más significativas de la mitología semita”.

En su libro La mujer en la Biblia judía, el teólogo español Xabier Pikaza rastrea lo que fue en principio la presencia de la diosa madre en la religión judía, y su posterior desaparición.

Escribe Pikaza:

"En el surgimiento del Israel bíblico influyeron por lo tanto (al menos) dos elementos principales. a) Algunos grupos cananeos autóctonos, básicamente pastores marginales, partidarios de la Diosa (el Dios/Diosa), con imágenes y lugares sagrados (templos) que habitaban en la tierra de Palestina. b) Los defensores de Yahvé, un dios guerrero sin imagen ni sexo, más propio de grupos nómades que vienen del desierto. Del enfrentamiento y fusión de esos grupos (a los que uniremos el recuerdo de los patriarcas/matriarcas trashumantes) ha surgido el monoteísmo judío posterior, propio de aquellos que terminaron expulsando (o recreando de otra manera) a la diosa, que se hallaba en el principio del proceso religioso de Israel, y después rechazada y borrada por los partidarios del 'sólo Yahvé, sin figura femenina”.

Sin embargo, señala Pikaza, entre los siglos x y el siglo vi a. C. Ashera (junto a Baal) fue la representación religiosa más frecuente de Israel, según las excavaciones arqueológicas.

Según la versión en la que la diosa ocupa un lugar junto al Dios masculino, Yahvé no tenía esposa cuando llegó desde el desierto para instalarse en Canaán y conquistarla con sus guerreros. Era, en efecto, un Dios solitario y celoso, incapaz de compartir su poder con una diosa. Pero, con el tiempo, optó por tomar una esposa, que fue Ashera.

¿Cómo se insertaba, entonces, Astarté en la antigua religión israelita? Leamos al teólogo español:

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