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Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Bacca, Ramón Illán, 1938-

Tres para una mesa (cuentos) / Ramón Illán Bacca, Guillermo Henríquez, Clinton Ramírez. -- 1a ed. -- Santa Marta : Universidad del Magdalena, 2021.

(Colección Humanidades y Artes. Literatura y Estudios Literarios)

Incluye datos de los autores en la pasta.

ISBN 978-958-746-385-9 (impreso) -- 978-958-746-386-6 (pdf) -- 978-958-746-387-3 (e-pub)

1. Cuentos colombianos - Siglo XXI. I. Henríquez Torres, Guillermo, 1940- II. Ramírez C., Clinton, 1962- III. Título IV. Serie

CDD: Co863.44 ed. 23

CO-BoBN– a1074191

Primera edición, mayo de 2021

2021 © Universidad del Magdalena. Derechos Reservados.

Editorial Unimagdalena

Carrera 32 n.° 22-08

Edificio de Innovación y Emprendimiento

(57 - 5) 4381000 Ext. 1888

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Colección Humanidades y Artes, serie: Literatura y Estudios Literarios

Rector: Pablo Vera Salazar

Vicerrector de Investigación: Jorge Enrique Elías-Caro

Coordinador de Publicaciones y Fomento Editorial: Jorge Mario Ortega Iglesias

Diagramación: Luis Felipe Márquez Lora

Diseño de portada: Andrés Felipe Moreno Toro

Corrección de estilo: Clinton Ramírez

Santa Marta, Colombia, 2021

ISBN: 978-958-746-385-9 (impreso)

ISBN: 978-958-746-386-6 (pdf)

ISBN: 978-958-746-387-3 (epub)

DOI: 10.21676/9789587463859

Hecho en Colombia - Made in Colombia

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Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores y no compromete al pensamiento institucional de la Universidad del Magdalena, ni genera responsabilidad frente a terceros.

Y que nosotros, a nuestra manera, hagamos de la reunión presente banquete de palabras

Platón

A Germán Vargas

A la memoria de Ramón Illán Bacca y Guillermo Henríquez

ÍNDICE

BANQUETE DE PALABRAS

INTRODUCCIÓN

DON GERMÁN

RAMÓN ILLÁN BACCA

EN LA GUERRA NO HAY MANZANAS

SI NO FUERA POR LA ZONA, ¡CARAMBA!

GUILLERMO HENRÍQUEZ

UN DÍA ANTES…

LA NOCHE ES UNA BRUJA

EL JINETE AZUL

PARADA ANTE UNA ONDA OSCILATORIA

SONIDO

CLINTON RAMÍREZ C.

UNA VEZ EL PARAÍSO

EXTRAÑOS EN LA NOCHE

TE ENVIARÉ ROSAS DE BEIRUT

BANQUETE DE PALABRAS

Para Ramón Illán Bacca y Guillermo Henríquez,

In memoriam

Tres reconocidos narradores, procedentes del Caribe colombiano, nos ofrecen aquí una muestra de su valiosa labor, arraigada en estrategias del oficio, donde lo histórico se funde con lo cotidiano en un esfuerzo por afirmar el valor de la escritura como ejercicio estético y experiencia de mundo. Fallecido hace apenas unos días, Ramón Illán Bacca (Santa Marta, 1938 – Barranquilla, 2021) representa, sin duda, una personalidad literaria cuyo legado seguirá creciendo. Escritor prolífico y académico admirado, poseía la virtud del laborioso hombre de letras alejado de todo tipo de cofradías, refugiándose esencialmente en la riqueza de sus signos que, con disciplina y habilidad, reconocemos en su obra. Notable ejemplo de ello podemos ver en sus dos cuentos presentes en esta muestra: “En la guerra no hay manzanas”, y “Si no fuera por la Zona, caramba”. Por su parte, Guillermo Henríquez (Ciénaga, 1940 - 2021), cuya muerte ocurrida justamente hace unas horas nos llena de profunda tristeza, despliega sus habilidades de dramaturgo, ensayista, e historiador en las cinco narraciones que enriquecen esta muestra con la textura de sus relatos: “Un día antes…”, “La noche es una bruja”, “El jinete azul”, “Parada ante una onda oscilatoria”, y “Sonido”. Por último, Clinton Ramírez (Ciénaga, 1962), poseedor de una extensa y sólida obra que incluye el cuento y la novela, aporta con “Extraños en la noche”, “Una vez el paraíso”, y “Te enviaré rosas de Beirut” una inquisitiva mirada en la corriente histórica de un universo definido a partir de la condición humana revelada por las palabras.

Si algo sugiere el título mismo del libro, Tres para una mesa, es que se trata de un encuentro de invitados a dialogar, amparados en ese múltiple espacio que les ofrece la escritura: físico, histórico, sociocultural; al que se añade en cada caso la capacidad de exploración personal frente a una realidad que, sometida al impulso de la creación, solo permite ser abordada adecuadamente a través del lenguaje. Dispuesta así la mesa, el privilegiado lector colabora con su papel de testigo, convirtiéndose en un cuidadoso apuntador de ese intercambio de voces. Ciertos fantasmas históricos como la Segunda Guerra Mundial, o la huelga de trabajadores de la UFC en la zona bananera del Magdalena (1928), con su trágico final, se convertirán en material de relatos; añadiéndose en un particular caso el dinamismo audiovisual de cierto guion técnico que aparece insinuado. El cine europeo y norteamericano, el colorido de la música local abriendo paso a los innovadores compases del jazz, el inagotable recuerdo que les dejó a muchos personajes la excursión cultural que hicieron a Bruselas, etc., son componentes reveladores de un sentido de identidad cultural que será explorado por la escritura. Sobresaliendo, sin duda, el consciente y tenaz trabajo del escriba que asume su tarea como responsable de un ficticio engranaje de signos.

Estos son los señaladores verbales de esa ineludible verdad poética a la que nos conduce el espejismo de la historia narrada. Al fin y al cabo, lo que importa cuando leemos es esa ineludible imagen de mundo que proyectan ante nosotros las palabras. Semejante a esa verdad que descubre el narrador en “Te enviaré rosas de Beirut”, el texto inevitablemente se comporta como “la ciudad que sólo existía durante el crepúsculo a condición de que alguien estuviera en capacidad de sostener su arquitectura con un poco de imaginación”. Ramón y Guillermo, dos de las tres voces aquí convocadas, acaban de partir y -como siempre- quienes permanecemos en esta orilla tratamos ahora de sobreponernos a tan triste e inesperado acontecimiento. No obstante – y ese es el inestimable valor de la tarea que ellos llevaron a cabo- la mesa ante nosotros queda bien servida; es la herencia literaria que nos dejan. Sin olvidar que, sentado a espaldas del trío invitado, está también la valiosa e insustituible complicidad del lector. Disfrutemos del banquete.

Teobaldo A. Noriega, Ph.D

30 de enero, 2021

INTRODUCCIÓN

Tres para una mesa son los invitados a participar en esta aventura editorial bautizada por Clinton Ramírez C.

Tres escritores nacidos en el antiguo ámbito de la Zona Bananera del Magdalena, región al norte de Colombia -frente al mar Caribe y al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta-, más conocida universalmente como Macondo.

Aunque pertenecientes a generaciones distintas, todos a la vez muestran características fácilmente asimilables a una visión estética común, factor de cohesión derivado de la utilización consciente de atmósferas y sensibilidades afines.

Los tres se presentan en este libro juntos, en tácito homenaje a su amigo y mentor Germán Vargas Cantillo, recientemente fallecido en Barranquilla. Pero, por demás, como certeros diseccionadores de su realidad.

Guillermo Henríquez

Barranquilla, mayo de 1991

DON GERMÁN

Así lo llamaban. Título de dignidad que él merecía en justicia, por su nobleza de espíritu. Pero siempre insistió −sin conseguirlo− en que no le sumaran el Don. Él era un ser que poseía muchos dones: el don de la amistad sincera, el de la maestría bondadosa, el del consejo transparente, el de la gracia espontánea.

En Ciénaga él sentía fluir de una manera especial sus afectos y por ello era la tierra donde transitaba sin el Don. Siempre recordaba que en la antigua hacienda cienaguera de Papare había vivido por mucho tiempo uno de sus más queridos ancestros. Amaba ese pedazo del mar Caribe que en nuestras playas tiene un indefinible color provocado por la afluencia de ríos que bajan de la Sierra Nevada. Respiraba el encantamiento de las calles, las antiguas casas de acentuado estilo republicano y el Templete de la Plaza del Centenario, cuyos planos hizo el padre del admirado Alejo Carpentier. Disfrutaba nuestras tenidas donde nunca faltaban las historias de los fantasmas que según Gabito en Ciénaga aparecen a plena luz del día (a veces los mismos fantasmas no faltaban…Como aquel de Remedios la bella –o Rosario Barranco en la vida real− que le saludaban apagándole los focos de la estancia). Por todas partes veíamos al Nene Cepeda: sus relatos y los acontecimientos cotidianos se enlazaban entrañablemente en los corazones. Recordábamos a sus antiguos contertulios: Pedro Bonett y Armando Barrameda Morán. Y el ron caña, la literatura y el afecto corrían parejos.

Era que cuando Germán llegaba a Ciénaga se desataban los hechizos de esta ciudad, que al decir de Cepeda “es el único sitio que conozco donde el tiempo, obediente a los relojes, se mueve en círculos y no hacia adelante como en todas partes”.

Un 10 de julio de 1983 Germán bautizó el Grupo de Ciénaga y desde entonces sentimos que nos ha entregado el bastón tallado en la primera mitad del siglo por los ahora legendarios miembros del Grupo de Barranquilla. Nombres como los de Guillermo Henríquez y Clinton Ramírez, a los que se suma ese otro hijo adoptivo de Ciénaga que es Ramón Bacca, demuestran porqué Germán sintonizó tan fluidamente su espíritu con nosotros.

Nunca olvidaremos las conversaciones con Germán llenas de frases cortas y silencios. Amaba a estos como ninguno, y a través de ellos enseñaba que la literatura no solo se construye con palabras.

Para él va dedicado este libro con los mejores cuentos de tres escritores que le quisieron inmensamente.

Para Germán, el maestro y amigo, va este testimonio atribulado de quien en muchas mesas (de conferencias, recitales, lecturas de cuentos, bebidas y comidas) le sirvió de acompañante.

Javier Moscarella

Ciénaga, junio de 1991

RAMÓN ILLÁN BACCA

Santa Marta, 1938. Narrador, periodista. Dirigió en compañía de otros amigos, como Alfredo Gómez Zurek, el famoso “Suplemento del Caribe”, de Barranquilla. En este, por espacio de más de un lustro, adelantó una encomiable labor de difusión de las letras costeñas, luego del “boom” García Márquez. Fue profesor de la Universidad del Norte, de Barranquilla, durante más de tres décadas. Autor de la seis novelas, entre ella Deborah Kruel. En su producción cuentista destaca el volumen Marihuana para Göering (1980). Todos sus cuentos aparecen recogidos en el volumen Miss Catharsis (2017). Murió en Barranquilla el 17 de enero de 2021.

EN LA GUERRA NO HAY MANZANAS

Abandonó una de las ventanas que daban al supuesto jardín (un surtidor sin usar hacía por lo menos una década, un palo de grosella, el árbol pipón y algunas trinitarias y cayenas recostada a algo que debió ser columna, no eran suficientes para darle ese nombre) y decidió hacer una incursión prohibida a la alacena del comedor donde escondían el pan, pero cuando su mirada topó el bodegón colgado en la pared no pudo reprimirse y, mostrando al enemigo su posición al descubierto, preguntó:

—Abuela, ¿por qué no me das manzanas?

Fue un violento regreso a la realidad para ella, que en ese momento odiaba al primer ministro inglés porque se opuso al matrimonio de Wallis con el Rey. Y precisamente, cuando ahora, cuando los amantes lograban escaparse de la oscuridad pública para ir a bañarse en las playas de Yugoslavia, aparecía esta pregunta impertinente y mil veces respondida.

Cerró la revista Para ti, y, con un tono de voz en el que la rabia se deslizaba, respondió:

—¿Cuántas veces te lo he dicho? Estamos en guerra, y en la guerra no hay manzanas. ¿Acaso hablo en inglés?

Volvió Eduardo de Windsor a tomar las manos de Wallis Simpson, pero y ano era lo mismo, se había puesto furiosa por la interrupción, y esa no era la mejor forma para leer una historia de amor.

Benjamín comprendió que había cometido un grave error; ahora quedaría bajo la mirada permanente de la abuela por su estúpida pregunta.

La verdad es que las cosas se le presentaban muy confusas. Al principio, la guerra fue la aparición del dirigible. Lento, como un cigarrillo enorme, casi silencioso, apareció un viernes sobre ña bahía. Todos corrieron a la playa, y le dieron una interpretación distinta al hecho. Por último, prevaleció la explicación del tío Nicolás: “Busca submarinos nazis. Sale del Canal de Panamá y llega hasta el Cabo de la Vela”. Era una explicación tan geográfica que no discutieron más.

Desde entonces todos los viernes se modificaba el paisaje con la presencia de un dirigible sobrevolando la bahía, ante la total indiferencia del público.

Después fueron las reuniones por la noche para oír la radio. Empezaban con el tañido de una campana. Las noticias hablaban de alemanes que avanzaban y franceses que retrocedían. Siempre venía Gastón y Olga, los franceses dueños del Hotel Entre nous. Al principio era formidable, y Benjamín esperaba con impaciencia la llegada de la noche con el inmenso plato compuesto por “delikatessen” de la abuela, los chistes de Gastón y el rumor sobre la última excentricidad de Deborah. “Sale en bata de baño hasta la playa, pasa delante del Palacio Arzobispal, generalmente cuando monseñor Joaquín está rezando el breviario; usa un vestido de baño de dos piezas, se besa en público con el teniente”. Pero todo cambió cuando madame Olga empezó a llorar por las noticias, y se desmayó en una ocasión. ¡Eso era demasiado! No protestó ni le hizo ningún comentario a la abuela; después de todo, Gastón era formidable, a pesar de haberlo puesto en ridículo el día que repitió su comentario de que el pito de la fábrica de licores sonaba mejor que la campana del Big Ben

Lo que sí permaneció incomprensible, guerra o no guerra, fue lo de Benedetto. Solo era pronunciar su nombre para el tío Nicolás hiciera un guiño y una especie de ruido con su boca que podría tomarse como obsceno. Pero el dueño del único cine del pueblo y de la mejor tienda era alguien de importancia, porque al preguntarle la abuela quién era, contestaba con una amenaza de muenda si lo veía hablándole alguna vez. Mayor fue el misterio cuando, indagado Gastón, dijo que era alguien entre barroco y chévere, palabra que ayudaron a envolver el misterio en un enigma.

Por eso, el día que la abuela lo mandó a comprar un carretel de hilo, no sin antes hacerle la expresa advertencia de no estarse más tiempo del estrictamente necesario y de no –“óyeme bien, te lo prohíbo, eh?”- meterle conversación, salió el nuevo Magallanes hasta la esquina. Detrás del mostrador se agitaba el monstruo: hombre de edad mediana, robusto y de cara amable, con la camisa de flores más bella que hubiera visto en esta tierra de uniformidad –donde el pantaloncito de caqui y la camisa blanca eran de rigor- y un embriagador perfume emanando de su cuerpo; fue otra ruptura de moldes para alguien con una abuela que había dicho en el monte Sinaí: “Los hombres solo deben oler a ron, tabaco y pólvora”.

Posiblemente, la contemplación era un silencio mudo, porque Benedetto tuvo que preguntarle varias veces qué quería. Llegó hasta él el “pero, ¿es que el ratoncito Pérez te ha comido la lengua?”, que dio origen a la risa con grandes aspavientos de un grupo de muchachos que tomaban cerveza en un rincón.

Desde ese instante, la curiosidad se convirtió en odio, pese a las arrancamuelas que le encimó por la compra. Por eso no tuvo ningún reparo en mentir y decirle al tío Nicolás que sí, que era el italiano quien le había enseñado el saludo nazi, cuando este lo encontró ensayándolo frente al espejo. Nunca pensó que la cosa haría tanto ruido, pero su tío, iracundo, lo agarró de la oreja y a rastras lo llevó hasta la esquina, no sin que antes un montón de gente se le sumara a lo que ya era un principio de manifestación. En ese instante Benedetto pegaba un afiche donde Bette Davis sonreía sardónicamente en su papel de Jezabel y, al mismo tiempo, con la pierda impedía a una gallina el acceso al salón de cine.

Algunas vez pensó, años después, que nunca había visto una cara tan de sorpresa como la de Benedetto en ese instante. Lo que no le impidió, y con su mejor acento, preguntar qué cosa había hecho el “ragazzo” para arrastrarle así y allí. Pero no era el momento de las explicaciones sino de la victoria. Y cuando el tío le asentó un golpe gritando “¡fascista inmundo, corruptor!”, el gentío formó de inmediato un “ring” humano y movible.

Una cosa es gritar y otra hacer. Mal la hubiera pasado el tío si no llega Gastón a separarlos, ante la protesta de la gente. Todo concluyó en un ojo amoratado, el triunfo de las fuerzas del mal sobre las del bien, el desprestigio de nuestra raza crisol, en la que se funden las otras, y las burlas que le hacía Gastón al maltrecho tío.

Al día siguiente, después de un cuchicheo con la abuela y un comentario de “no seas canalla”, salió el tío, cosa curiosa, con el vestido y el bastón que habían permanecido ocultos en la cómoda –monumento permanente al viaje a Bruselas. Porque “nosotros también estuvimos en Europa. Usted sabe, ¿no?-. Así ataviado, la estatua viviente encaminó sus pasos a la alcaldía.

Esa misma tarde, cuando veía azul y crepuscular, a través de las gafas oscuras de mi tío, el rostro hondamente caviloso de una lagartija, pasó raudo un camión atestado de soldados. Su carrea, que veía llegar el retrasado viento, fue detenida por el feroz grito de la abuela: “¡No pierdas el tiempo, hay que hace tareas!” El desmedido afán por mi éxito en la escuela era solo un pretexto para que no supiera lo que ocurría. No hubo nada que hacer, y después, ante la tienda y el cine cerrados, encontré un mutismo total en la abuela y un rictus nervioso en el rostro del tío. Solo Gastón dijo unas frases enigmáticas, como “Fusagasugá” y “Campo de concentración”.

El misterio nunca fue revelado. En algún momento llegó feliz y jacarandoso el tío, con un par de llaves enormes, que no eran las de San Pedro ni las del paraíso, pero que para los efectos eran lo mismo. Las llaves indicaban que el tío era, ahora, el nuevo propietario del cine Rex.

***

Al principio Gastón dudaba sobre sus conocimientos en historia, pero al final tuvo que reconocer el exceso de imaginación de Benjamin. Con solo dejarla hablar, una larga estela de personajes se hacía presente. Los tres mosqueteros mataban al fundador de la ciudad en una pelea de espadas que sospechosamente se parecía a la última película de Errol Flynn, Aquí fue, y para confirmar su historia señalaba los escalones del castillo derruido frente al mar. “¿Se enredó en su capa?”, pedía aclaración Gastón, quien ya se había decidido a navegar en el proceloso mar del escepticismo y concluía que con este niño era inútil hablar de la decadencia del la mentira.

Para la abuela, sin embargo, todo esto revestía características de drama. “Se la pasa en el cine y leyendo, con la vista tan mal que tiene”. Un rotundo “Verboteen” a todas esas actividades fue instaurado. En cualquier momento, un auto de fe quemó la docenas de “Pif paf” y “Penecas” en el patio mientras Benjamín se sobrecogía de impotencia y rabia.

La lucha en la clandestinidad arreció. La abuela hubiera perecido de una embolia cerebral si hubiera visto al niño por las noches revoloteando por los techos, en una secuencia que ya envidiaría Lon Chaney en El Jorobado de Nuestra Señora de París, antes de llegar al gallinero del teatro. Pasó después a la ofensiva, y la represalia hizo desaparecer la revista Para ti con las fotos del matrimonio de Eduardo y Wallis. Su mutismo fue la respuesta a la pregunta ritual: “¿Pero alguien ha visto esa revista?”

Mientras tanto, en su refugio del castillo, Benjamín descubría que la brecha generacional existía y que el mundo de los adultos no le rozaba. “¿Es una historia de amor la que produce tanto alboroto a la abuela y a la madame Olga?” Bajo la piedra saliente que da al acantilado guardaba las joyas de la corona.

No importaba que el arcón fuera simplemente una cajita de acerco en cuya tapa se leía: “Caja de Ahorros”. Al abrirla salían monedas antiguas, francos nuevos, algunas medallas con la cara de Petain, que Gastón botó a un chiquero y que él recogió sigilosamente, fotos de Oliver y Hardy, un pedazo de pipa con la cara de Popeye, algunos suplementos dominicales de La Prensa y el máximo tesoro (hay que desdoblarlo con cuidado para que no se dañe), “¡un cartel de El Ángel Azul!” La pregunta vino del tío Nicolás. “Bueno, ¿y el afiche que tenía en el escaparate?”. Silencio absoluto, acompañado de una mirada cómplice de Gastón. Es que Marlene, a pesar del tiempo, la distancia y la exótica geografía, todavía hace estragos. Benjamín encontró, mientras la contemplaba, esa sensación deliciosa de frotarse hasta que irrumpe el abandono, confundido con el mejor arrebol o con el romper de la ola sobre la gran piedra del Este.

Su pasión se atemperó con el escozor del ojo izquierdo. Los graves doctores decidieron que la operación era impostergable. Y ahora allí estaba, enfundado e indefenso, con el olor del éter invadiéndolo todo y esa ácida y fría punta metálica oprimiéndole el ojo. Las estrellitas rojizas dan paso al desfile interminable de los monjes azules con capuchas que cubren sus rostros de fuego. Cuando vuelve en sí todo está negro. La abuela, cariñosamente le quita las manos de la venda.

—No te toques, no debe hacerlo. Quédate quieto para que puedas curarte.

Hay una reconciliación total y la abuela complace todos sus deseos. Pasan horas silenciosas acompañadas de su presencia solicita. Aprende a diferenciar los distintos chasquidos orgánicos de los muebles y disfruta con el golpear de un pequeño cucarrón en el vidrio de la ventana.

A veces interrumpía el silencio con acento consentido:

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ISBN:
9789587463873
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