Читать книгу: «Encuentros de contextos desde la reflexión bioética», страница 5
Características de la responsabilidad
Como afirma Jonas, “solo quien tiene responsabilidad puede actuar irresponsablemente” (1995, p. 165). Este autor plantea la responsabilidad como característica que compete al ser humano, y la clasifica así: artificial, natural o autoelegida.
La responsabilidad artificial surge cuando se da un contrato entre partes y por lo tanto se compromete con lo prometido. La responsabilidad natural no depende de un asentimiento interior, esta es para Jonas irrevocable, irrescindible y es una responsabilidad global, es decir, se da a toda hora, no depende de una reciprocidad. La responsabilidad autoelegida, libremente elegida de manera que primero viene la elección y solo después, en razón de la responsabilidad elegida, se procura esa elección, el poder que es necesario para su apropiación y ejercicio, esta es la responsabilidad típica del político. (Gómez, 2012, p. 44)
Puede decirse que es el antropocentrismo el que invita al trato ético del ser humano consigo mismo y con sus iguales: la responsabilidad da lugar a la ética, pues esta no existe en las esferas de los animales no humanos, que no tienen consideración moral; por lo tanto, “toda ética tradicional es antropocéntrica” (Jonas, 1995, p. 29). Se hace necesario, entonces, entablar diálogos y relaciones en los cuales el ser humano conciba espacios de responsabilidad ante la vulnerabilidad de la vida, que se manifiesta en el medio ambiente amenazado por él, y “que no se sospechaba antes que se hiciese reconocible en los daños causados” (p. 2). Ante esta vulnerabilidad le corresponde al ser humano una responsabilidad extendida, si así puede llamarse, no solo frente a sus iguales sino frente al ambiente, como afirma Jonas: “La naturaleza, en cuanto responsabilidad humana, es sin duda un novum sobre el cual la teoría ética tiene que reflexionar” (p. 33).
Es importante señalar que se atribuye un nivel de responsabilidad no solo por las acciones, sino también por las omisiones. Avanzando un poco más en cuanto a la atribución de responsabilidad,
cuando se imputa de responsabilidad a un agente no solo se tienen en cuenta las condiciones reales de sus creencias y sus voliciones (lo que de hecho creía o tenía intención de hacer); también se considera lo que debería haber creído, lo que debería haber querido. (Thiebaut, 1998, p. 8)
La responsabilidad para con el otro
En teología, el otro se reconoce como el prójimo: otro ser humano u otros seres humanos, sin importar su condición física, social, económica, racial, política, etc. Pero la bioética posibilita ampliar la dimensión del otro para reconocer la vida en sí misma. Es decir, el otro es también el animal no humano con el cual se da un contacto; por tanto, el deber del ser humano como agente moral es ejercer un trato responsable del otro no humano, pues “es tenido por absoluto el deber para con el hombre, ese deber incluye el deber para con la naturaleza” (p. 228).
En su diálogo con Philippe Nemo, recogido en Ética e infinito (1991), Lévinas se refiere a la responsabilidad para con el otro, que entiende como “responsabilidad para lo que no es asunto mío o que incluso no me concierne; o que precisamente me concierne; es abordado por mí, como rostro” (p. 89). Creer que no me concierne el otro que no es humano parece eludir la responsabilidad frente al rostro del otro, más cuando al otro se le reconoce como rostro. No solo el rostro de los seres humanos, sino todo rostro con el que hago contacto y frente al cual por ende tengo responsabilidad. Y aunque hay otros sin rostro –el agua, la tierra, el aire, etc.–, el hombre no está eximido de responsabilidad ante ellos.
Desde el momento que el otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe. Es una responsabilidad que va más allá de lo que yo hago. Habitualmente uno es responsable de lo que uno mismo hace. Digo, en De otro modo que ser, que la responsabilidad es inicialmente uno para el otro. Esto quiere decir que soy responsable de su misma responsabilidad. (p. 90)
Por su parte, el reconocido sociólogo Bauman (2005) asigna al Yo personal el carácter de responsabilidad: solo al ser humano, al hallar significado del encuentro con el otro, se le presenta la manera de sentirse responsable. El ser humano implica “el rostro que confronta la responsabilidad” y que permite que “yo reconozca la presencia del rostro como mi responsabilidad” (p. 101).11 Es como si el rostro del otro hiciera responsable al hombre, o lo hiciera consciente de la capacidad de responsabilidad que se da en él como respuesta: “Yo soy yo, quien es responsable; él es él, a quien le otorgo el derecho de hacerme responsable. Es en esta creación de significados del otro, y por ende de mí, que nace mi libertad, mi libertad ética” (p. 101).
En este sentido, Lévinas (1991) concibe la responsabilidad para con el otro sin esperar de este ninguna respuesta; se trata de una responsabilidad capaz incluso de ofrecer la vida:
Yo soy responsable del otro sin esperar la recíproca, aunque ello me cueste la vida. La recíproca es asunto suyo. Precisamente, en la medida en que entre el otro y yo la relación no es recíproca, yo soy sujeción al otro; y soy sujeto esencialmente en este sentido. Soy yo quien aborta todo. (p. 92)
Una ética orientada al futuro
El artículo 2 de la Declaración universal de los derechos humanos de las generaciones futuras (Equipo Cousteau – Instituto Tricontinental de la Democracia Parlamentaria y los Derechos Humanos de la Universidad de La Laguna, 1994), adoptada por la Unesco, señala:
Cada generación, que recibe como herencia momentánea la Tierra, tiene solamente el mandato de administrarla, con el compromiso ante las generaciones futuras de impedir todo atentado irreversible a la vida sobre la Tierra y de respetar la libertad de opción, que debe permanecer total, en cuanto a su sistema económico, social y político.
Para Jonas (1995), las generaciones por venir cobran suma importancia; su propuesta ética está enmarcada en un contexto tecnológico moderno que amenaza el presente y el futuro: “La promesa de la técnica moderna se ha convertido en una amenaza, o (…) la amenaza ha quedado indisolublemente asociada a la promesa” (p. 15). Amenaza que no solo se cierne sobre la vida humana, sino sobre la no humana, pues al hablar de generaciones futuras se hace referencia al medio ambiente y a todos los modos de vida, es decir, al cosmos.
Jonas propone la guía del temor como una manera de percatarse del peligro en el futuro, aún no experimentado, y por lo tanto incierto. Es difícil prever de qué manera las acciones del presente ponen en riesgo a las generaciones venideras: “Mientras el peligro es desconocido no se sabe qué es lo que hay que proteger y por qué” (p. 65). Por lo tanto, la anticipación de la amenaza sobre el futuro genera un temor aquí y ahora que todavía no es real, pero que permite a la generación presente buscar de manera responsable otras vías de acción, pues “solamente la prevista desfiguración del hombre nos ayuda a forjarnos la idea del hombre que ha de ser preservada de tal desfiguración”.12
Para que las generaciones presentes se interesen responsable-mente por las generaciones futuras de seres humanos y no humanos, sumergidos en un ambiente de relaciones interdependientes, Jonas presenta dos deberes orientados a la ética del futuro:13
1 Procurar la representación de los efectos remotos, “donde lo que ha de ser temido no es todavía experimentado y no encuentra quizá ninguna analogía en la experiencia presente” (pp. 66-67). Esto que ha de ser temido consiste en posibilidades que se dan por medio de la representación, la cual permite calcular e imaginar los efectos posteriores de los desarrollos tecnocientíficos.
2 Apelar a un sentimiento apropiado de lo representado, el cual trae consigo la necesidad de experimentar las magnitudes amenazantes de aquellos efectos remotos que, al ser vividos, permiten prever el mal que se puede causar a las generaciones futuras. “Así, la ética orientada al futuro debe proponer como deber que por las generaciones futuras, las generaciones anteriores sientan lo ajeno como propio, lo futuro como presente, lo posible como lejano real” (Gómez, 2012, p. 49).
La responsabilidad para con el futuro de la humanidad y el futuro de la naturaleza
Estos dos futuros no están aislados, sino unidos de manera interdependiente, como lo expone Jonas (1995): “El interés del hombre coincide con el resto de lo vivo en cuanto es su morada terrena” (p. 227). Separar el futuro del ser humano y el futuro del medio ambiente, “reducir el deber únicamente al hombre, desvinculándolo del resto de la naturaleza, representa la disminución, más aún, la deshumanización del propio hombre y contradice así su supuesta meta, precisamente acreditada por la dignidad de la esencia humana” (p. 227).
Por lo tanto, es responsable admitir que las graves complicaciones ambientales de hoy no solo afectan a los seres humanos, sino también a los seres vivos no humanos, es decir, a la naturaleza en su forma animal y vegetal. Fenómenos como “destrucción sistemática de las selvas, efectos negativos sobre el clima, pérdida irreversible de especies biológicas, de-forestación que ocasiona erosión y desbordamiento de ríos, desertización y contaminación de suelos cultivables y el aumento de la población mundial” (Frías, 2006, p. 161) marcan un presente y un futuro en los cuales humanidad y naturaleza son comunidad, ya que comparten espacio, tiempo, vida y destino. Y la responsabilidad debe ser asumida por el hombre.
Frente a la relación entre los que viven aquí y ahora y los que todavía no están, Riechmann (2005) propone un principio de justicia, que él llama de igualitarismo diacrónico: “Los intereses de la generación presente no cuentan más que los de los humanos de generaciones futuras” (p. 196). Si pudiera decirse que la humanidad y el medio ambiente hoy comparten algo, es el peligro y el caos causados por el comportamiento de la primera sobre el segundo. Este siglo XXI necesita respuestas, pues “el hombre se ha colocado en situación de poner en peligro a todas las demás formas de vida, y con ellas, a sí mismo” (Jonas, 1995, p. 229) debido al antropocentrismo utilitarista y materialista, que cosifica lo que hay a su alrededor sin medir los daños irreparables que provoca. Dado que “el hombre ya no es simplemente el ulterior ejecutor de la obra de la naturaleza, sino también su potencial destructor, tiene que asumir en su querer un sí global e imponer a su poder un no al no ser” (p. 231). Como afirma Riechmann, la responsabilidad del ser humano sobre la biosfera en el siglo XXI cobra un impacto global:
En épocas anteriores nuestras intervenciones sobre la naturaleza tenían sobre esta un efecto comparativamente pequeño, y por lo mismo no era menester rompernos la cabeza con nuestras responsabilidades respecto a la naturaleza: esta se cuidaba a sí misma. Esto, hoy, ya no es así. Del aumento de nuestros poderes y de nuestra capacidad de previsión y conocimiento se deriva el aumento de nuestras responsabilidades. Hoy hemos alterado, y podemos alterar mucho más aún, la biosfera entera. Desde nuestro poder de “fuerza geológica planetaria”, la biosfera como tal es hoy objeto de nuestra responsabilidad. ¡Algo impensable para los seres humanos de épocas anteriores! (p. 169)
El medio ambiente
La tercera mirada es sobre el medio ambiente, y tiene en consideración conceptos relacionados, como ecología y ecosistema.
Se entiende por medio ambiente “el hábitat de la especie humana” (Gómez, 2012, p. 17), caracterizado por “el entorno vital, es decir, el conjunto de elementos físico-naturales, estéticos, culturales, sociales y económicos que se interaccionan con el individuo y con la comunidad en que vive” (Mora, 1998, p. 40). Por otro lado, cuando se habla aquí de ecología se la concibe como “una ciencia que trata de las relaciones de los organismos con el medio ambiente” (Vargas, 1995, p. 52).14 Finalmente, ecosistema se define como “cualquier unidad que incluya la totalidad de organismos de un área determinada que actúan en reciprocidad con el medio físico” (p. 53).
En estos términos, el medio ambiente puede ser visto como el hábitat de los seres humanos, aunque no en exclusiva, pues se evidencian relaciones ecológicas interdependientes con los seres vivos no humanos. Así, este representa la relación de todos los seres vivos –es decir, humanos y no humanos– y de la naturaleza en su conjunto. En este trabajo, la relación del ser humano con el medio ambiente no es asumida como una relación antropocéntrica utilitarista, ni biocéntrica, ni ecocéntrica, sino como una conexión antropocéntrica, pero interdependiente con los demás seres vivos.
Principales factores de la crisis medioambiental
El Informe Brundtland (ONU, 1987) da cuenta de una serie de dificultades medioambientales que no son ajenas a la humanidad, sino que están estrechamente ligadas a la supervivencia presente y futura de la vida humana y no humana.15 A partir de ese Informe se ha promovido la noción de desarrollo sostenible como una de las maneras de sustentar a las generaciones presentes sin privar de recursos a las generaciones futuras: “Está en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, duradero, o sea, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias” (art. 27). Además, “el concepto de desarrollo sostenible propone un nuevo orden económico y social a nivel nacional y planetario. El cual resulta de los análisis críticos y reflexivos de la historia de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza” (Negret, 1999, p. 7).
Vale la pena hacer memoria de otros avances en este ámbito. En junio de 1992 se celebró en Río de Janeiro la Cumbre de la Tierra, que trabajó en cuatro puntos clave:
1 La Declaración de la Tierra, conjunto de principios que deben guiar la conducta estatal e internacional con respeto al medio ambiente y el desarrollo.
2 La Agenda 21, programa dirigido a resolver los problemas planetarios más críticos con respecto al medio ambiente y el desarrollo.
3 “La Convención de Cambio Climático, dirigida a detener el sobrecalentamiento ocasionado por la combustión de materias orgánicas que ocasionan el efecto invernadero, y la irradiación solar excesiva de rayos ultravioletas causados a la tierra en los huecos de ozono por la emisión de gases sulfurados” (Cely, 1995, p. 14).
4 La Convención sobre la Biodiversidad, dirigida a detener los rápidos procesos de extinción de especies animales y vegetales y de destrucción de los ecosistemas, y a propiciar una relación digna entre Norte y Sur respecto de la apropiación comercial de geoplasmas (p. 14).
A continuación se exponen algunos de los factores de la crisis medioambiental global,16 con base en las cifras y comentarios de tres autores: Passmore, Gafo y Ruiz de la Peña.17
La contaminación
Passmore (1974) define basura como aquella materia que ocupa un lugar inadecuado. Por lo tanto, contaminar es depositar materiales donde no se debe. Por ejemplo, los fertilizantes de fosfato convienen a los cultivos de papa, pero son peligrosos en ríos y lagos; la sal del mar es inofensiva, pero no en los campos de regadío.
Por su parte, Ruiz de la Peña (1988) considera que la contaminación es una saturación de desechos y residuos tóxicos de los que la naturaleza ya no puede encargarse. Por ejemplo: las fábricas de Milán arrojan anualmente a la atmósfera cien mil toneladas de ácido sulfúrico; en Nueva York, la atmósfera contiene cuarenta toneladas de elementos químicos en suspensión por km2; París vierte diariamente al río Sena seiscientas toneladas de desechos.
Gafo afirma que los residuos radiactivos procedentes de las centrales nucleares, lo mismo que la importante degradación radioactiva del océano Índico debida a las pruebas nucleares, amenazan gravemente a los corales. El depósito de desechos radioactivos en fosas marinas constituye otro tema de profunda preocupación.
La superpoblación o explosión demográfica
De acuerdo con Ruiz de la Peña (1988), hasta el siglo xv la población humana tardó cincuenta mil años en duplicarse; se duplicó de nuevo en el periodo 1600-1800, y otras dos duplicaciones se produjeron en los periodos 1800-1900 y 1900-1965. Las previsiones de las estadísticas de población sufren constantes correcciones al alza, incluso en países como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en los que parecía que los cálculos podían resultar más fiables.
Es verdad, como dice Gafo (2003), que se ha operado en los últimos lustros una significativa ralentización: mientras que hace 48 años la tasa anual de crecimiento de la población era de 2 %, en 2002 fue de 1,4 %, y se observa un continuo descenso. Con este porcentaje, la población del mundo se duplicará en 49 años, con lo que llegaremos a los doce mil millones de habitantes en 2050. Muchos especialistas consideran que no debe superarse la cota de los doce mil millones y que no será fácil llegar a un crecimiento cero en el siglo XXI. Una disminución en el ritmo del crecimiento demográfico no aliviará necesariamente los problemas de los países en desarrollo, pero un crecimiento rápido sí los hará más graves, o al menos así lo considera Passmore (1974).
El agotamiento de los recursos
Los recursos del mundo son finitos, y se necesita que sean distribuidos y aprovechados eficazmente, sin despilfarro ni glotonería. Ruiz de la Peña (1988) sustenta con cifras el acaparamiento por los países industrializados, que representan la cuarta parte de la humanidad y el 40 % de la superficie terrestre, pero disfrutan del 82 % de los recursos naturales; por su parte, los países pobres o en vías de desarrollo representan las tres cuartas partes de la población mundial y el 60 % del territorio, pero solo disponen del 18 % de los recursos.
Los diez países más industrializados consumen el 75 % de la energía disponible (solo Estados Unidos acapara el 35 % del total). Las grandes multinacionales controlan la sexta parte del producto mundial bruto. Las cifras anuales de ventas de las cinco mayores compañías petroleras superan la suma del producto nacional bruto de todos los países del mundo, excepto cuatro. De la Peña cuestiona esta situación: ¿cómo pedir a millones de asiáticos y africanos que se contenten con su actual nivel de vida, mientras que las poblaciones más favorecidas retienen el suyo?
La carrera armamentista
Los países en vías de desarrollo duplican cada seis años sus presupuestos militares. El gasto global en armas se calcula en 750 mil millones de dólares y constituye uno de los rubros que más pueden contribuir a la bancarrota económica mundial. Con lo que Estados Unidos gasta al día se puede dar de comer a medio millón de niños al año; así lo expresa Ruiz de la Peña (1988). La portada de BBC Mundo del 19 de marzo de 2015 pregunta: ¿A qué países venden más armas EE. UU. y Rusia? La nota afirma que “entre los dos, exportaron 48 % de todo el armamento mundial entre 2010 y 2014”18 (Castedo, 2015, párr. 2).
La pérdida de biodiversidad
De acuerdo con Gafo (2003), el término biodiversidad saltó a la opinión pública con motivo de la Cumbre de la Tierra, para llamar la atención sobre la desaparición de un gran número de especies vegetales y animales, especialmente de los bosques tropicales, donde se calcula que viven el 90 % de ellas. Se estima que desaparecen entre cuarenta y trescientas especies diariamente. Esta disminución es particularmente dramática cuando existe gran interés por el valor farmacológico y agrícola de esas especies y cuando la biotecnología, basada en la manipulación genética, confiere un extraordinario valor a las reservas genéticas de la biosfera.
Бесплатный фрагмент закончился.