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Sinopsis

El ministerio profético de Hageo se desenvuelve, como refiere el autor de este libro, en medio de circunstancias desalentadoras derivadas al parecer, de una prolongada sequía que arruinó las cosechas, de desastres financieras y de la falta de consecuencias provocaron desolación, abatimiento, frustración y desmoralización e incidieron peligrosamente en la espiritualidad del pueblo de Dios.

Muy atento al contexto social en que el menaje del profeta Hageo fue registrado, el análisis e interpretación del texto que el autor nos ofrece nos invita a tener presente que la razón de ser el pueblo de Dios –Israel en el pasado, la iglesia presente- es la gloria de Dios. Pero cuando la iglesia es ganada por la indiferencia, que cede a la tentación de seguir prioridades alejadas de la voluntad de Dios, se conforma con el exitismo y las comodidades del presente, y que siembra mucho, pero cosecha escasamente, es necesario y urgente volver al mensaje de Dios expresado en palabras de Hageo.



Hageo

Reconstruyendo nuestra espiritualidad

Caleb Fernández Pérez

© 2016 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

ISBN N° 978-612-4252-14-3

Primera edición digital: abril 2016

Categoría: Estudios bíblicos - Comentarios

Primera edición impresa: setiembre 2015

ISBN N° 978-612-4252-06-8

Editado por:

© 2015 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

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Salvo indicación expresa de otra versión, las citas bíblicas corresponden a la versión Reina Valera 1960

Hecho en Perú

Made in Peru

A mis hijas, Paula y Rebeca.

Agradecimientos

A mi esposa, Ester, por su amor incansable y al mismo tiempo paciente; por sus esmerados cuidados y preocupación. Sobre todo, por ser mi amiga y compañera en el primer ministerio que tenemos: nuestra familia. Por no dejar de animarme a escribir, y ayudarme en la revisión del texto final de la presente obra. Su propio proceso de renovación espiritual hizo más real este libro, para nosotros como familia. Te amo…

A mis padres, Oswaldo y Kelit, por ser incansables y apasionados en su amor a nuestro Dios y su reino. Son ejem­plo de aquellos que priorizan la gloria de Dios por sobre cualquier otra cosa. Su ministerio me hace sentir privile­giado y, a la vez, pequeño, por tener aún mucho que crecer en mi vida personal y ministerial.

Particularmente, agradezco, la ayuda de mi padre, por sus observaciones teológicas y exegéticas. Sus aportes y comentarios enriquecieron el texto final.

A la Primera Iglesia Presbiteriana de Valparaíso por su amor, dedicación y paciencia. El libro de Hageo nos habló, en ella muy especialmente, en una época en la que teníamos que fortalecer la santidad y el servicio de la iglesia. Los frutos inmediatos que vimos venir fueron sorprendentes. Esperamos que el Señor, mediante su Palabra, siga afirmando a su iglesia cada vez más.

También agradezco por los comentarios y observacio­nes recibidos en la Iglesia. Ellos enriquecieron, semana a semana, la Serie de mensajes en Hageo predicados entre enero y julio de 2010.

A la Séptima Iglesia Presbiteriana Príncipe de Paz, de Santiago de Chile, por el privilegio de acompañarla pas­toralmente en el proceso de reconstrucción de la realidad eclesial y ministerial de su congregación. Le agradezco especialmente por su generosidad y amor en la caminata que emprendimos juntos.

Y, principalmente, agradezco a Dios, de quien escribo, y a quien debo toda mi vida. A Él sea toda la gloria por siempre.

Prólogo

El autor, nuevamente, en este su tercer libro, nos conduce a una voz profética del Antiguo Testamento. Tal como antes lo hizo con Habacuc y Rut, hoy nos lleva al tiempo del profeta Hageo. El libro de este profeta es breve, de sólo dos capítulos; mas, a pesar de su brevedad, encierra un profundo mensaje, el cual el pastor Caleb consigue extraer para aplicarlo a la vida y espiritualidad de la iglesia actual.

En adición, la lectura del libro del pastor Caleb nos conecta con la exposición bíblica de los púlpitos, como la que se da en su congregación, la Iglesia Presbiteriana de Valparaíso.

Haciendo un aparte pertinente, cabe resaltar que es una experiencia gratificante la que nos ofrece el protestantismo actual cuando le da continuidad al mensaje de la iglesia y lo expone con fidelidad al texto sagrado, de manera sencilla y asequible al lector común. Además de ofrecer una interpretación para la reflexión, y aplicaciones prácticas y eficaces.

En el caso de la presente obra, que está a tono con lo anteriormente expresado, la historia de la reconstrucción del templo de Jerusalén le sirve al pastor Caleb para hacernos ver y sentir la necesidad de reconstruir la espiritualidad de los creyentes, en nuestros tiempos críticos para la fe.

Estamos frente a un texto de lectura fácil y útil tanto para el lego en la comprensión de la historia bíblica del exilio y el retorno del pueblo de Dios, como para el estudioso de las Sagradas Escrituras. El autor revela conocimiento, dominio del sentido del texto y de su contextualización; ellos lo ayudan a la claridad expositiva.

Un acercamiento fructífero al texto hebreo le ha per­mitido entregarnos un trabajo hermenéutico adecuado y certero, que nos sirve para una aplicación eclesial, pastoral y personal. Por otro lado, es de resaltar, el autor consigue entre­tejer personajes, hechos cotidianos, procesos y teología como se podría hacer con cualquier historia de la humanidad.

Este es, pues, remarcamos, un estudio para quien se inicia y para quien quiera seguir estudiando el texto bíblico, sin perder su sentido del discipulado y la militancia en el evangelio de Jesucristo.

Permítanme referirles que, desde mi experiencia de lector concienzudo de la Biblia, al comenzar a leer la presente obra, me intrigó lo que podría decirse sobre la reconstrucción en días tan especiales como los nuestros. Honestamente, me alisté para ser inquisitivo; sin embargo, lo que puedo decir luego de leer el libro es que estamos frente a un texto de lectura fluida y dinámica, que cautiva el interés desde el comienzo. El desenlace de la historia, al que nos conduce el autor, muestra la relación entre la profecía y las expectativas religiosas por los acontecimientos futuros. Y todo esto es presentado con sencillez y calidez para convo­carnos a la reflexión.

En tiempos posmodernos hay temáticas que provocan tensiones en las creencias y que interpelan la vigencia de nuestros valores, como las que enfrenta el profeta Hageo.

Finalmente, en el presente estudio se evidencia cómo las creencias se van fusionando con elementos religiosos ajenos que las llevan al consumismo y a un mercado religioso, en el cual la espiritualidad tiene una oferta al gusto, sin reflexión alguna.

Pastor Daniel Vásquez Ulloa

Moderador Sínodo Iglesia Presbiteriana de Chile

Viña del Mar, enero 2015

Introducción

Una de las mayores tragedias de nuestros días es la carencia de sueños e ideales. La tarea de reconstruir ideales o gestarlos parece tan grande, tan difícil, que nos abando­namos a la apatía, la resignación, al letargo espiritual y aun existencial.

Hemos perdido la capacidad de soñar. Hoy vivimos el hedonismo, el placer como fin supremo y filosofía portátil. Estamos inmersos en medio de un inmediatismo patoló­gico. Deseamos y nos incitan a ser felices ¡ya!; nos dicen que “lo merecemos”. Sólo cuenta lo que vivo ¡aquí y ahora! Intentamos vivir sin raigambre, sin los grandes relatos que nos vinculan, sin los nobles ideales de nuestros antepasados. El único anhelo que soñamos cumplir es el de tener “nuestro metro cuadrado feliz”, olvidándonos de la construcción de una sociedad mejor en el futuro. Y ese, entre otros, era un problema del pueblo de Dios.

Hageo es el profeta que habla con voz del cielo, la cual corre y fluye rápidamente por las sendas oscuras que deja nuestra época. La Palabra profética de Dios no es ajena a nuestros tiempos; ella siempre dice algo oportuno. Su voz transversal en la historia se escucha entre las grietas que dejan la sequedad de un camino obstinado que se aleja cada vez más de Dios. Un camino en el que se ha transitado peligrosamente, donde la falta de integridad en la interpre­tación bíblica ha llevado a muchos a predicar discursos religiosos distorsionados que conducen semanalmente a congregaciones enteras hacia la frustración y el abandono progresivo de la fe en Jesucristo. Porque una doctrina teoló­gica tiene el poder de convencer y afirmar nuestra fe en el Dios de la historia; pero, también, puede distraer, confundir, y hacer tambalear proyectos divinos de transformación de circunstancias.

Nuestra realidad actual es parecida a la del tiempo del profeta Hageo, en la que el pueblo de Dios abrazaba una teología aferrada a la idea de que mientras tuviera el templo nada le podía pasar. Tenían una confianza mística asombrosa que consideraba al templo casi como el único lugar de habitación de Dios1. El templo se había tornado en un amuleto para ellos, sería por esa razón que Dios lo puso en manos del rey caldeo Nabucodonosor, quien gobernó Babilonia entre los siglos vi y vii a. C.

Ser el pueblo de Dios no tiene que ver con tradiciones, corrientes y denominaciones que intentan sobrevivir, con­servar vigente su teología y mantener en pie sus tradiciones que con el pasar de los años se van perdiendo en una continua frustración. Jesús ya nos decía que el que perdiere su vida y renunciare a sus circunstancias internas y externas por la gloria de Dios y por el bien de su causa, encontraría el verdadero sentido de la vida.2

El pueblo de Dios tiende a resignarse, reconoce que “siembra mucho y recoge muy poco”. Trasplanta modelos eclesiales y de misión que terminan generando conflictos con la misión de Dios. La revitalización es principalmente espiritual; por ello, cuando movimientos religiosos y ecle­siales con prácticas contradictorias respecto del evangelio de Jesucristo desenfocan el sentido de la misión de Dios y de la iglesia, contribuyen muy poco a la extensión del reino de Dios. El cristianismo histórico se resiste a una renovación teológica de la mano de una revisión constante de sus tradiciones a la luz de las Escrituras; sin embargo el pueblo de Dios en algunas épocas se siente necesitado de un despertar espiritual; lo malo es que se equivoca cuando sigue modelos exitosos individuales, en detrimento del servicio a los demás y al reino de Dios.

Dios habla al pueblo a través de Hageo, le dice que ahora sí tendrá buenas cosechas, que lo va a bendecir, y que la recuperación del espacio de culto para la adoración y el punto de partida del servicio serán una realidad. Los sueños del pueblo de Dios tendrán que encajar con esta Palabra de Dios.

Hageo no profetiza para que el pueblo busque prosperidad, sino para denunciar el orden de sus prioridades y su lujoso nuevo estilo de vida. No predica para calmar la conciencia adormecida, sino para hincar el alma con la Palabra divina. Hageo no era un costurero de lo efímero, sino un escultor de lo permanente y eterno.

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1 Jeremías 7.1–4.

2 Mateo 16.25. Vida aquí es psique, y tiene que ver con lo corporal y la vivencia de los sentimientos, la racionalidad y la voluntad ante a lo interno y el entorno.


En los días de Hageo y en los nuestros

Los eventos que fueron sucediendo en la época de Hageo debieron ser de gran importancia. Dios, por primera vez, después del exilio, habló a su pueblo nuevamente. Una vez más Dios, a través de la voz profética, rompe su silencio de largos años con un mensaje claro.

El Imperio babilónico, controlado por la dinastía caldea, tenía en cautividad al pueblo de Dios desde el año 597 a. C.; sin embargo, no se sostuvo durante mucho tiempo tras la muerte de Nabucodonosor en el año 562, y su decadencia fue rápida. La sucesión en el Imperio babilónico hizo que se desmoronara su organización política, y la enemistad con los sacerdotes de Mardük, el dios imperial de Babilonia, no se hizo esperar.

En 539 a. C., el ejército del rey persa Ciro ii el Grande entró a la ciudad de Babilonia, aprovechando el momento de debilidad interna por el que atravesaba en aquellos días, y acabó con ella. Así, el dominio del mundo pasó del Este al Oeste, ya que los imperios de Asiria y Babilonia fueron semitas, pero no el nuevo Imperio medo-persa, que era de origen indoeuropeo-iraní.

Frente a los sucesos, los exiliados judíos sabían que nuevos tiempos se iniciaban para ellos. Ciro ii estaba dispuesto a establecer ciertas políticas que permitirían concretar proyectos elaborados tanto para los que quedaran en Jerusalén —el pueblo de la tierra, de los sectores bajos— como para los sectores medios que estaban en Babilonia. En este nuevo tiempo bajo el Imperio persa las condiciones habían cambiado; entonces el pueblo de Dios obtuvo nuevas características.

Debemos suponer que el pueblo de Dios estaba ansioso por regresar a Jerusalén, pues habían pasado cincuenta años desde el exilio. Sin embargo, la palabra profética de Jeremías de establecerse en Babilonia, construir casas, sembrar huertas, contraer matrimonio y criar sus familias, cinco décadas antes, se había arraigado firmemente en el corazón del pueblo.3 De hecho, algunos tuvieron éxito en los negocios, los niños llevados al exilio ya tenían más de cincuenta años, los adultos habían envejecido y eran, además, abuelos con nietos. Se habían instalado, habían recibido de la cultura y aportado a ella. No todos los jóvenes querían regresar a una tierra que nunca habían conocido. Frente al ofrecimiento de Ciro ii para el retorno a Jerusalén, en el año 538 a. C., apenas cincuenta mil judíos regresaron en la primera oportunidad que se presentó.4 Una considerable comunidad judía permaneció en Babilonia por siglos, convirtiéndose en un centro de erudición que produjo, entre otras cosas, el Talmud babilónico.

Entre los exiliados de Jerusalén, migrantes forzados, no obstante sobrevivía una teología, una forma de ver su propia historia y espiritualidad, que permanecía latente en las mentes y corazones. Ellos albergaban la esperanza de la restauración plena del pueblo de Dios, como lo había profetizado Isaías. Y, aunque la realidad por la que atravesaban era otra, pues no sufrían en Babilonia la cruel esclavitud que antaño el pueblo de Dios había sufrido en Egipto, el profeta Isaías había hablado de la liberación que efectuaría el Señor. Esperaban que Ciro ii llevara a cabo la restauración de los judíos, elevando esta esperanza muy por encima de la idea popular de un simple retorno físico a Palestina y el resurgimiento del Estado davídico. Isaías aguardaba nada menos que una repetición de los sucesos del Éxodo, la reconstitución del pueblo de Dios y el establecimiento del gobierno real de Jehová en el mundo.5

Como vemos, la promesa convertida en esperanza ya estaba instalada en algunos. Así miles de judíos decidieron regresar, pues parecía ser inminente la nueva era gloriosa y un luminoso futuro de redención. La historia continuaba y en ella Dios tenía un rol especial de redención que solo Él podía realizar; esa es la salvación de la que hablaba el profeta Isaías y que Jesús la haría realidad, mediante la historia judía más allá de un mero espacio de adoración.6

En un contexto de expectativa, Ciro ii firmó un decreto que revertía la política de desarraigar de sus hogares a los hombres y mujeres de los pueblos conquistados por los asirios y babilonios. Esto resulta llamativo, pues en lugar de aplastar el sentimiento nacional por medio de la brutalidad o la deportación, como solían hacerlo los anteriores gober­nantes babilonios, su aspiración era permitir que los pueblos sometidos gozaran de cierta autonomía dentro de la estruc­tura del Imperio, respetando sus costumbres, protegiendo y alentando los cultos establecidos por ellos, y confiando la responsabilidad del gobierno local a príncipes nativos.

De esta manera, Ciro favoreció al pueblo judío orde­nando la restauración de la comunidad y el culto judío en Palestina.7 El decreto que firmó para los judíos estipulaba que el templo fuera reconstruido y los gastos subvencionados por el tesoro real. Ordenaba también que los utensilios tomados del templo por Nabucodonosor fueran devueltos a su debido a su lugar.

Palestina era una tierra relativamente lejana no sólo geográficamente, sino también de los sentimientos de los más jóvenes, quienes hablaban más arameo. Aunque ellos estaban entusiastas por el viaje y por conocer la tierra de la que habían oído hablar a sus padres que aún conservaban el idioma hebreo, no podían dimensionar lo que experimen­taban los más ancianos, lo que para ellos significaba el retorno. No sabemos casi nada de la suerte del grupo inicial, pero lo poco que conocemos ha sido significativo para nuestra historia.

En los registros de esta profecía queda claro que si bien el primer paso fue alentador, en los siguientes años la empresa del retorno y la restauración experimentaría amargas desilusiones, no produciendo apenas otras cosas que frus­tración, desaliento y resignación. Parecían incumplidas las ardientes promesas de Isaías, de hacía dos siglos atrás. Una frase los concientizaría de la realidad: Sembráis mucho, y recogéis poco.

En medio de aquellos años desalentadores, de ánimo opacado y de baja moral en la comunidad, que incidían peligrosamente en la espiritualidad del pueblo de Dios, surge el ministerio profético de Hageo.

Se conoce poco acerca de este profeta que vivió en Babilonia y retornó en la primera oportunidad de migración hacia Jerusalén. La gran duda sobre él se centra en su edad a la hora de ejercer su ministerio. Dos tradiciones judaicas entran en disputa para aclarar la dificultad. La primera afirma que Hageo fue un joven entusiasta dispuesto a rescatar el valor histórico de la religiosidad de su nación, que convivió con Daniel y retornó a Palestina con el primer grupo. En la otra tradición, se tiene como referencia lo que se podría sugerir a partir de Hageo 2.3,8 que el profeta conocía las glorias del templo salomónico. Entonces, de acuerdo con esta segunda tradición judaica, él habría vivido la mayor parte de su vida en Babilonia; de esta manera, el hecho de ser un hombre de más de ochenta años cuando profetizaba sería el factor que daría cuenta de su breve pero significativo ministerio. Sea por el ímpetu de su juventud o por la experiencia de su vejez, Dios lo llamó y su edad no fue impedimento para que levantara la voz profética en Jerusalén.

El nombre Hageo significa ‘festivo’; en hebreo, hag quiere decir ‘fiesta’. Esta palabra se encuentra asociada usualmente a las tres fiestas de peregrinación del calendario religioso judío. Probablemente, el profeta nació en uno de los días de fiesta, y por esto lo llamaron “Mi fiesta”.

Según parece, el profeta Hageo provenía de una familia de origen humilde, ya que no se menciona el nombre de su padre ni la ciudad en donde nació. Lo que sabemos es que fue un hábil predicador, capaz de urgir al pueblo a actuar sin dilación, ya que una cosa es predicar un mensaje tibio, y otra muy distinta predicar de tal modo que el auditorio se sienta impelido a pasar a la acción. Dios lo usó y capacitó para este ministerio porque seguro vio en él un hombre capaz de recibir el mensaje divino y, con todo, permanecer humilde.

Hageo, cuyos oráculos se gestaron entre agosto y diciembre del año 520 a. C., fue contemporáneo de Zacarías, quien comenzó a hablar en otoño del mismo año9. Ambos fueron los promotores de la reconstrucción del templo. Los cinco meses en los que se ubica la profecía de Hageo, comienzan con la fiesta del Año Nuevo de la tradición judía.10 El Año Nuevo que celebraban en Babilonia se iniciaba en nisán, abril. Le seguía la Fiesta del Perdón o de la Expiación, el Yom Kipur,11 en el mes de tishri, setiembre, y en el mismo mes se daba la Fiesta de las Enramadas o de los Tabernáculos. En esta última fiesta se entregaba una ofrenda voluntaria y debían recordar que antes habían tenido que habitar en tiendas12; incluso el templo había sido un tabernáculo, una carpa.

Es posible que veamos a Hageo obsesionado con la construcción de un edificio; pero la Fiesta de las Enramadas, al final del tiempo de sus profecías, algo nos dice en relación con lo que comienzan a revivir los que retornan del exilio. Ellos llevan dentro de sí un pasado digno de recordar, toda una historia de la manifestación de Jehová a su pueblo, y la expectativa de que lo siga haciendo en el templo de forma especial.

Los profetas Amós e Isaías ya habían criticado la ofrenda de sacrificios superficiales como inaceptables delante del Señor. Y Miqueas y Jeremías habían predicho la destrucción del templo. Entonces, ¿por qué Hageo insiste en que el templo debía ser restaurado para que la bendición de Jehová llegara con mayor gloria? El profeta es guiado a seguir la línea profética de Ezequiel con la que Jehová había proyectado el futuro de su reino. Este profeta anunciaba que la gloria de Jehová, que había abandonado el templo, regresaría y resplandecería la tierra13 para dar paso a la “Edad Mesiánica”.

Hageo, al igual que Ezequiel, no podía imaginar la gloria de Dios sin un espacio de culto; y a su pueblo sin un lugar sagrado de adoración. Sabía que el Señor no estaba satisfecho con las circunstancias y creía que el templo debía ser reconstruido para que, a partir de éste, la gloria del Señor pudiera regresar y habitar en su pueblo.14

En todo esto apreciamos una razón escatológica que hacía que el templo fuera imprescindible. La reconstrucción del templo, en ese momento, era una condición para esclarecer el advenimiento de la era mesiánica y la manifestación de la gloria de Dios en la historia.15 Hageo establecía en su profecía que el templo era un símbolo de la continuidad entre el pasado y el presente. En esa continuidad se perfilaba el sentido profético, orientado siempre hacia el futuro, reconociendo a Jehová como soberano de la creación y asegurando que Él iba a hacer algo a gran escala en la historia.

Por lo tanto, no se puede estudiar a Hageo y evitar la reflexión sobre la relación que existe entre el “templo de Jehová” y la “gloria de Dios”. Si el templo del Antiguo Testamento existía para la gloria de Dios, la paralización del proyecto de reconstrucción no era apenas el abandono de las obras de un edificio, era la indiferencia del pueblo de Dios hacia la presencia de Jehová, y la manifestación de su gloria en medio de ellos.

El pueblo de Dios, ya sea antes como Israel u hoy como iglesia, existe y existirá para la gloria de Dios. Pero cuando vemos a la iglesia indiferente, colocando prioridades ajenas, viviendo el exitismo del presente, sembrando mucho pero cosechando escasamente, advertimos la necesidad urgente de estudiar el mensaje de Dios a través de Hageo. Tal como sucedía con el pueblo de Dios cuando regresó del cautiverio babilónico, el pueblo está mirando, pero a sí mismo. Construye casas artesonadas, y padece, al parecer sin notarlo, de la parálisis de la reconstrucción de su espiritualidad. Va sin anhelos de la presencia y de la manifestación gloriosa del Dios de la historia.


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3 Jeremías 29.5–7.

4 Esdras 2.64; Nehemías 7.66.

5 Isaías 43.9–15.

6 Juan 4.21–22; Isaías 9.11.

7 Esdras 1.2–4; 6.3–5.

8 ¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?

9 Esdras 5.1; 6.14.

10 Levítico 23.23–35.

11 Levítico 16 y 23.26–32.

12 Levítico 23.33–43

13 Ezequiel 43.1–2

14 Ezequiel 1.8–9, 2.17.

15 Ezequiel 2.6–9.

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9786124252143
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