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Читать книгу: «El Campesino Puertorriqueño»

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Os diré toda la verdad, porque es ella la que salva. Hombres hay que juzgan bueno ocultarla; estos son impostores ó tímidos que Dios rechaza, porque la verdad es Dios mismo y velarla es velar á Dios.

Lamennais.
El Libro del Pueblo.

PREÁMBULO

La Junta Directiva del Ateneo de Puerto Rico ha tenido á bien someter á estudio la interesante cuestión de El campesino puertorriqueño. Nosotros, más que por otro motivo, por sernos simpático el asunto, cuando el Certámen se anunció resolvimos redactar esta Memoria; pero algunas circunstancias individuales nos obligaron á suspender el trabajo, cuando aun no llegaba á la mitad. Sólo después de prorrogado el plazo de admisión por acuerdo del Ateneo, reanudamos la tarea comenzada, y la hemos seguido con una precipitación que, si no puede servir de disculpa á la deficiencia de este trabajo, servirá por lo ménos como excusa de su desaliño.

Sin pretensiones de ninguna especie, hemos procurado consignar hechos y apreciarlos con imparcialidad, estudiando las causas que según nuestro modo de ver los determinan; en ocasiones hemos tenido que refrenar nuestro provincialismo para conseguir aquel propósito; pero estamos seguros de haber hecho lo posible para mantenernos dentro del carácter imparcial que debe animar al que estudia esta clase de asuntos. Luego proponemos los remedios que estimamos convenientes para impedir el mal, porque mal y grande es por cierto que en una provincia como la de Puerto Rico, esencialmente agrícola, exista un considerabilísimo número de brazos, y brazos precisamente destinados á la agricultura, incapaces por sus condiciones físicas, intelectuales y morales de aportar, de una manera cumplida, su contingente á la obra del progreso.

Hemos seguido en la redacción de esta Memoria el mismo órden con que ha sido enunciado el tema que nos proponemos desarrollar. "Estado actual de las condiciones físicas, intelectuales y morales del campesino puertorriqueño y su familia, causas que lo determinan y medios para mejorar dichas condiciones." En la primera parte hacemos algunas consideraciones generales, sin profundizar en ellas, porque tienen su lugar en la sección correspondiente.

Al investigar las causas que determinan el estado físico del campesino, tratamos á grandes rasgos de las condiciones de la Isla, bajo sus aspectos, clima, suelo, etc., es decir, de todo aquello que deba tenerse en cuenta en la apreciación del medio; datos de los cuales no hemos creido que debíamos prescindir, pues su importancia es grande en el análisis de estos problemas sociales. Por eso entramos en él, bien que tratándole someramente, ya que á ello nos obliga la premura del tiempo, dada la brevedad del plazo que se concede para estudiar problemas tan árduos como el que motiva este trabajo.

El estudio de los caractéres intelectuales del campesino, se nos ha facilitado mucho por los trabajos recientemente publicados en el país, que se refieren á la cultura intelectual de nuestra Isla.

Los caractéres morales que ostentan nuestros jíbaros, encuéntranse sobradamente explicados por la historia de este pequeño trozo de tierra, en el que no por serlo se dejan de presentar los mismos problemas que en otras partes preocupan la atención; problemas que siendo nuestros, á nosotros principalmente nos interesa resolverlos.

Por eso, porque hemos visto en el tema propuesto por el Ateneo esa aspiración, nos hemos decidido á concurrir al Certámen, no creyendo resolver desde luego cuestión tan trascendental como la que envuelve el estado social del grupo rural puertorriqueño, sino aportando á la obra nuestro pobre trabajo, y sin buscar en ello otra cosa que el reconocimiento de la buena voluntad que nos guía. Lo primero es acopiar materiales para la obra; si ella resultase demasiado árdua para nuestras fuerzas, otras personas podrán, sin duda, hacer más, con mayor provecho. Por nuestra parte bástanos la satisfacción de haber coadyuvado en la medida de nuestras fuerzas á propósito tan laudable como lo es el mejoramiento de nuestras clases agrícolas.

ETNOLOGÍA

No tenemos la pretensión de hacer un estudio completo de etnología puertorriqueña. Agrupar en cuadros más ó ménos sencillos los variados elementos etnológicos que constituyen nuestra actual población no sería obra imposible, pero requiere una labor especial que no creemos sea de absoluta necesidad para el desarrollo del tema presente; aparte de que, asunto de tal interés no cabría dentro de la modesta extensión que pensamos dar á esta Memoria. Creemos, sin embargo, que será conveniente apuntar algunas ideas generales acerca de este asunto, las cuales son dignas de tenerse en cuenta, y nos importará recordar cuando estudiemos las causas que determinaron el modo de ser del campesino borincano.

Poblada la Isla de Puerto Rico hasta fines del siglo XV por la raza indígena – especie americana – raza originaria de las regiones del nordeste de Asia, que – ateniéndonos á la descripción que de sus caractéres físicos nos hacen los historiadores, y á la clasificación de Mr. de Quatrefages, – hemos de considerar como una raza mixta, de las aproximadas al tronco amarillo, vino el descubrimiento á cambiar radicalmente este estado de cosas, trayendo con los españoles, que desde el principio del siglo XVI ocuparon la Isla, el elemento blanco que poblaba el suelo de la península española, en el cual, como sabemos, existían confundidas razas mediterráneas distintas: vascos, semitas en sus dos ramas, é indo-europeos en su rama aryo-romana. Luego cuando la Real Cédula de 1513 autorizó la importación de esclavos, se introdujo en la colonia naciente la especie negra, y por último, una vez abierta la Isla al comercio universal, á ella han venido, aunque en poco importante número, distintas razas y aún otras especies que son un factor secundario en la etnología puertorriqueña.

Alguna influencia, aunque poca, debemos asignar al tronco indígena, como elemento etnológico; pues los españoles mezclaron desde los primeros dias de la conquista su sangre con la india. Este parentesco no es, sin embargo, de los más importantes, pues aunque la Historia asegura que cuando Don Juan Cerón pasó en 1509 á San Juan, la isla "estaba tan poblada de gente como una colmena," es lo cierto que en 1582, por haber emigrado los unos y sucumbido los otros, no había ya naturales en el país; cosa que había motivos para esperar que sucediese, en más ó ménos lejano plazo, desde que ocupó el limitado territorio de Borínquen una raza más viril y civilizada que la indígena, supuesto que los españoles sólo tenían en contra la naturaleza del clima, mientras que á su favor estaban todas las ventajas de la civilización. Es axiomático que la cultura de los pueblos invasores es siempre fatal para los pueblos salvajes invadidos.

Además de esta ley, que se cumple indefectiblemente en el combate de la vida, como quiera que la superioridad para el triunfo la preparan elementos varios, debemos anotar que el trabajo rudo á que se sometió á los indios, principalmente el de las minas, las nuevas costumbres impuestas á los indígenas, el abatimiento consiguiente á un pueblo dominado, que vé ocupado el querido suelo patrio por extraña gente, las enfermedades importadas y otras muchas causas, entre las cuales predominó, por desgracia, la explotación de los vencidos y el mal trato que se les dió, á pesar de las Reales recomendaciones que ordenaban lo contrario; son causas que contribuyen á justificar el hecho de la rápida extinción del primitivo habitante de Puerto Rico.

La falta de brazos que esta desaparición originó, hizo pensar á los conquistadores en los esclavos negros para satisfacer aquella necesidad. La raza etíope vino, pues, al suelo borincano; de modo que, si bien ésta nunca llegó á estar representada por un número de indivíduos superior al de los blancos, fué no obstante suficiente para que constituyera un factor tan fundamental como la raza caucásica de la población actual de Puerto Rico. De estos factores, por los inevitables cruzamientos, se ha originado el elemento mestizo, distinto de los anteriores.

Es sabido que en las costas, por su acceso al comercio, es más fácil el cruzamiento de razas que en los pueblos del interior, en donde el trato con extraños apénas tiene lugar. Obsérvase, además, que la mujer muestra siempre mayor repugnancia á mezclar su sangre con la de una raza inferior, y si tenemos en cuenta la degradación que la esclavitud imprime á los que la sufren, se explica el porqué la mujer blanca de los campos, aunque pobre, huyó por largo tiempo de contraer lazos amorosos con el negro. Las mismas circunstancias influyeron en que muchos blancos, aún los que se dedicaron á las mismas labores del campo que el esclavo, rehuyeran el matrimonio con las negras. Tales causas creemos que son bastantes para explicarnos el hecho de que hoy, en nuestra población rural, pueda distinguirse de las familias negra, mezclada de blanco y negro, y mestiza – en la que el sello indio es perceptible por caractéres físicos apreciables para todo el mundo – otra cuya filiación caucásica pura no es discutible.

Últimamente, después que el hábito y la vida en el mismo suelo han suavizado las asperezas que existían entre personas de razas tan opuestas, luego que las castas han desaparecido, rota la línea de separación por el blanco, ménos escrupuloso en solicitar á la mujer negra, sobre todo si el consorcio es transitorio y obedece á caprichos pasajeros, los cruzamientos se han generalizado más en todas formas y la pureza de razas va siendo cada dia más rara; por lo cual, á causa del predominio que siempre tuvo y sigue teniendo en Puerto Rico el elemento caucásico, y atentos á los datos que la observación nos suministra, puede asegurarse que la raza negra, no engrosada por la inmigración, está llamada á desaparecer de la Isla por fusión dentro de la raza superior que la absorbe, modificándose á su vez. En este cruzamiento que presenciamos, el aniquilamiento de la raza negra no se produce ya porque las enfermedades ó el mal trato la hagan menguar, sino porque la raza blanca renueva constantemente sus representantes, mientras que la abolición de la trata cortó la corriente inmigratoria del negro, corriente que siempre fué muchísimo ménos activa que la determinada por el mejor mercado de la Isla de Cuba, además de que la tendencia natural que inclina al hombre á mejorar las circunstancias de orígen, obra en el mismo negro y principalmente en la mujer de color, facilitando la fusión.

Aún estamos á mucha distancia de la resultante de esa mezcla de razas, pues los caractéres comunes que aquella deberá tener, caractéres que – como es sabido – para significar su posesión deberán ser trasmisibles de un modo regular por la herencia, sólo se adquieren con lentitud y á fuerza de siglos; pero indudablemente, la adaptación al medio, modificando al europeo que logró y logra resistir á las condiciones climatológicas del país, su influencia sobre el negro y sobre el mestizo, influencia que hoy se hace ya extensiva al interior de los campos, deberán al cabo producir en la sucesión de los tiempos, si estos cruzamientos persisten bajo el mismo suelo y en mejores circunstancias para la vida, una raza apropiada á las necesidades del clima ó mejor del medio; raza que bajo la saludable influencia de una educación ajustada á los progresos que la civilización ha realizado, se podría encontrar en condiciones físicas, intelectuales y morales buenas para subsistir, sin tener que mirar con recelo á la familia anglo-sajona vecina. Poner al habitante de Puerto Rico en condiciones favorables para la lucha por la existencia, no es una utopia; todo es obra de la educación. Únicamente por medio de ella se puede alcanzar esa "acorde armonía del organismo con su objeto", esa condición de vida sine qua non para el hombre de todas las regiones habitables del globo.

GRUPO RURAL

En tésis general, afirman los higienistas "que la salud y vitalidad de las gentes del campo son muy superiores á las del grupo urbano." Esta verdad, que tiene por fundamento circunstancias sobradas que la justifiquen, como más adelante veremos, tiene, no digamos de un modo absoluto, pero sí de una manera general, su excepción en Puerto Rico. Pero ántes de explanar esta idea, y con el fin de evitar confusiones, conviene precisar lo que entendemos por campesino, voz en la que comprendemos al jíbaro, que es á quien nos referimos en las líneas anteriores.

Y por jíbaro entendemos, para todo lo que digamos en este estudio, "el campesino puertorriqueño sin instrucción" como lo define un querido amigo nuestro, (en un libro que su galana pluma nos ofrecerá pronto)1 ó sea el rústico, gañán, paleto, aceptando en esto el mismo criterio de otro ilustrado publicista de grata memoria.2 Esta aclaración que un reputado escritor creyó con fundamento que debía hacer en su erudito estudio de reciente publicación,3 la repetimos y á ella nos atenemos, entre otras razones, porque creemos que el estudio solicitado por el Ateneo puertorriqueño, sólo puede referirse al jíbaro. Aplícase en general la palabra campesino á los habitantes del campo, pero la índole del estudio y el objetivo que es de suponer se propuso aquel centro en el tema elegido para el certámen de 1886, nos autorizan á limitar la acepción de la palabra al concepto expresado.

Del apuntamiento etnológico hecho anteriormente podemos deducir que entre los campesinos puertorriqueños los hay pertenecientes á la raza blanca, á la negra, y á la mezcla de las dos, por lo que habría necesidad de estudiar cada uno de estos grupos por separado; pero como el género de vida es igual para los indivíduos de las tres agrupaciones, ya pertenezcan á una ó á otra raza, y como el predominio de la blanca es todavía notable en el interior, sólo en conjunto estudiaremos las condiciones físicas, intelectuales y morales de los tres grupos étnicos referidos, pues algunas cualidades de estas les son comunes, sin perjuicio de señalar las características de raza y algún detalle que los distinga cuando así lo creamos necesario. Desde luego podemos decir, hablando en general, que el campesino blanco puertorriqueño de nuestros dias se parece bastante al criollo que describía Fray Íñigo Abad en su Historia de Puerto Rico, anotada por nuestro respetable amigo el conspícuo escritor Don José Julián Acosta. Decia Fray Íñigo: "los criollos son bien hechos y proporcionados, su constitución es delicada y en todos sus miembros tienen una organización muy fina y suelta, propia de un clima cálido; carecen de viveza regular en las acciones, y tienen color y aspecto de convalescientes; son pausados, taciturnos. Las mujeres son de buena disposición, pero el aire salitroso del mar les consume los dientes y priva de aquel color vivo y agradable que resalta en las damas de otros países… Los mulatos son de color oscuro y bien formados, más fuertes y acostumbrados al trabajo que los blancos criollos."

Muchas de estas cualidades caracterizan hoy todavía al criollo, pero pueden aplicarse de un modo más especial y concreto al campesino, pues por lo que respecta al habitante de las poblaciones, ya sean estas del interior y mejor si son de la costa, ha ganado en condiciones físicas desde que los progresos de la civilización le han dado medios de vivir mejores que en aquellos tiempos á que se refiere el discreto historiador citado. No queremos decir que hoy el criollo puertorriqueño viva dentro de las más exquisitas y apropiadas condiciones para su mejoramiento, sino que algo ha ganado, mucho tal vez, como era lógico esperar, desde aquella época hasta nuestros dias. Que necesita aun mejorar, es evidente; y á ello llegará, así lo esperamos, si el cultivo intelectual aumenta como debe; pero dejemos este asunto que nos apartaría por el momento del motivo principal de estas líneas.

Para ser exactos, respecto de las condiciones físicas, intelectuales y morales que ostenta el campesino puertorriqueño, conviene hacer una distinción dentro del grupo rural, distinción que no es arbitraria, y sobre todo que está justificada por ciertas diferencias de que haremos mención. Para nosotros el campesino de los alrededores de las poblaciones y haciendas se diferencia bastante del que habita en los barrios más lejanos, cultivando en pequeños predios de su propiedad los frutos menores y dedicado á la crianza de animales útiles, ó bien agregado á alguna heredad mayor.

El jíbaro del primer grupo, nómada por lo que respecta al lugar donde trabaja, no puede atender tan cumplidamente á su subsistencia, por razones que no son del caso examinar ahora; es un jornalero expuesto á todas las fluctuaciones del trabajo y con mayores necesidades y vicios.

El del segundo grupo, pequeño propietario, (si el suelo que ocupa no es estéril y si el fisco no le arruina) puede alimentarse, vestir y aposentarse mejor, por lo cual podemos distinguir mayor fortaleza de organización, más saludable aspecto en los últimos que en los primeros y un carácter moral más elevado.

Todo el mundo ha oido hablar de ciertos jíbaros que, aun viejos, montan á caballo, trabajan y cumplen todas sus obligaciones, siendo modelos de honradez; que viven internados, distantes de las poblaciones; jíbaros de color blanco por lo común, de aspecto sano, y cuya familia huirá de seguro al ver aproximarse una persona extraña y no aparecerá en la sala del bohío, dejando que el padre, ó la madre si aquél no está, reciba al visitante; si éste se detiene, verá, así que la desconfiada rusticidad de la familia cesa, cómo poco á poco irán apareciendo caras nuevas, muchas de ellas jóvenes bonitas, que le sorprenderá encontrar entre las selvas, no bien vestidas, acaso sin calzado, pero frescas y sanas, gracias á una alimentación medianamente regularizada, tal vez al ozono en que abunda la atmósfera sana que rodea á la casa, y á la dulzura de un clima distinto del de la costa, según tendremos ocasión de ver en las notas sobre climatología de Puerto Rico, que necesitaremos exponer en este trabajo. Desgraciadamente no es lo general encontrar en los campos puertorriqueños familias de esta clase en mayoría, pero las hay; mas no adelantemos las ideas.

El jíbaro de Puerto Rico es esbelto; si se le vé encogido no es por falta de gallardía en sus miembros, sino á causa de su natural reserva, que se revela hasta en este detalle. Es enjuto y le son aplicables todas las cualidades de un temperamento nervioso-linfático: aunque su viveza física no es notoria, su organización ligera le permite desarrollar cuando quiere toda la agilidad de que es capaz un habitante de los países insolados abundantemente: por lo demás, el campesino de todas partes, bien se sabe que es inferior en viveza al hombre culto. El vigor del campesino borinqueño ofrece particularidades dignas de notarse: si como cree Spencer "el grado de vigor depende esencialmente de la índole de la alimentación" – veremos cuando tratemos de las causas de esta carencia de vigor, que si á esa ley principalmente está sujeta la limitada vigorosidad de nuestro campesino, en resistencia para el trabajo no hay quien le supere. – "El jíbaro – ya lo dijimos en otra ocasión – trabaja tanto proporcionalmente á su alimentación como el mejor jornalero y más bien alimentado de otras partes."4

Sí; su vigor, limitado y todo, le permite trabajar con constancia las 10 ú 11 horas de labor diarias, cosa que no es explicable como no sea á causa de esa complexión enjuta y seca é increspatura general de fibras observadas por Fray Íñigo y dependiente, á su juicio, del uso frecuente del café entre los criollos, uso todavía general en el país.

Entiéndase que no sostenemos que el amor al trabajo sea cualidad dominante en el jíbaro, no; tenemos "en la climatología, en el estado político social del país y en el orígen histórico" del puertorriqueño, razones que explican esa negativa inclinación de una manera sobrada; pero nos parece que la acusación de haraganería recaida sobre el jíbaro tan en absoluto, exije que se demuestre al ser formulada, ó que se limite á sus justas proporciones el hecho consignado; exige además que se de cuenta de todas las causas del hecho, y estudiando así el asunto sus términos decrecen quizá más de lo que á primera vista pueda creerse.

Es preciso no juzgar por las apariencias; es preciso no contentarse con decir que el campesino es indolente y que le gusta la hamaca más que el trabajo; otros podrían decir que trabaja más de lo que podía esperarse, que su indolencia, entre otras muchas razones, tiene fundamento en que por desgracia el trabajo "no encuentra (como sucede en Sevilla según Hauser) suficiente estímulo en este país, donde prevalece el sistema del favoritismo" y donde – añadimos nosotros – el pequeño propietario no resiste la enorme contribución municipal que sobre él pesa, además de las otras cargas, y donde, como ya ántes hemos apuntado, en tésis general el pobre campesino está poco ó mucho enfermo; pero así y todo trabaja desde el amanecer hasta el anochecer á jornal ó á destajo (mal alimentado y mal resguardado por el vestido, de las influencias atmosféricas), trabaja decimos, cuanto le es preciso para ganar lo indispensable con que atender á sus escasas necesidades. Verdad es que ha limitado dichas necesidades hasta lo incomprensible, perjudicando su salud y sus energías; pero acaso en esta misma conducta no carezca por completo de justificación.

1.Don Manuel Fernández Juncos. – Estudio de costumbres.
2.Don José Pablo Morales. – Almanaque Aguinaldo.
3.Don Salvador Brau. – La Campesina.
4.Tres causas de atraso, artículos publicados en La Salud, por el autor.
Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
30 июня 2017
Объем:
184 стр. 7 иллюстраций
Правообладатель:
Public Domain

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