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Antonio Bezjak

SUELTA CADENAS

Novela basada en hechos reales que muestra el caso

de los vencidos en la Segunda Guerra Mundial


© Antonio Bezjak

© Suelta cadenas

Octubre 2020

ISBN papel: 978-84-685-5268-2

ISBN ePub: 978-84-685-5269-9

Editado por Bubok Publishing S.L.

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A mis hijos Dragica, Josip, Nelson, Sarah…

Y especialmente a Danica, que siempre me alentó a escribir esta Historia.

Índice

Presentación

Prólogo

Capítulo 1 Vientos de guerra

Capítulo 2 Elizabeth mía

Capítulo 3 Tiempos de guerra

Capítulo 4 Palabras de mi madre

Capítulo 5 Elizabeth

Capítulo 6 Alemania se ha rendido

Capítulo 7 Escape del campo de concentración

Capítulo 8 Vida en soledad

Capítulo 9 El viaje a una tierra lejana

Capítulo 10 El encuentro con mi «madre»

Capítulo 11 Regreso a Valparaíso

Capítulo 12 Una nueva vida

Capítulo 13Tito en Chile

Capítulo 14 Un milagro

Capítulo 15 Extrañas circunstancias

Epílogo

Breve reseña histórica

Sobre el autor

Presentación

La historia la escriben los vencedores.

George Orwell

Entre mayo y julio de 1945, unas 300.000 personas entre soldados y civiles, entre los que había muchos niños, mujeres y ancianos de origen croata, esloveno, bosnio y otras etnias, a los que se sumaron un grupo menor de militares alemanes italianos, rusos blancos, húngaros, rumanos, españoles, georgianos, norcaucásicos, marroquís, argelinos y tunecinos, fueron cruelmente asesinados en lo que se llamó la «Masacre de Bleiburg». Esta interminable columna de prisioneros comenzó en Bleiburg y fue diezmada a medida que avanzaba, a manos del Ejército Popular de Liberación Yugoslavo, que comandaba el Mariscal Josip Broz «Tito» en el peor genocidio cometido por Yugoslavia al término de la Segunda Guerra Mundial.

Antun Bezjak, el protagonista de esta novela, formó parte de esta «Marcha de la Muerte» en la que cientos de miles de personas, soldados y civiles entre ellos muchos niños, mujeres y ancianos fueron obligados a caminar sin descanso por huellas de grava para líneas del ferrocarril con los pies descalzos y sangrantes sin agua ni comida, sometidos a constantes humillaciones, violaciones, palizas y torturas y a presenciar los fusilamientos diarios o las muertes que se sucedían en el camino por las heridas y el agotamiento.

Retenido en un campo de concentración, expuesto a toda clase de vejámenes y trabajos forzados, con apenas algo de comer y un suelo en el que reposar logró escapar e iniciar un largo y doloroso periplo, recorriendo cientos de kilómetros a pie, por senderos impracticables y cubiertos de nieve por el crudo invierno que azotaba la región.

Tras una fuga cinematográfica continuó su viaje desde su lejana y desgarrada Croacia hasta Italia y, tiempo después, hasta el puerto chileno de Valparaíso, a bordo de la motonave Antoniotto Usodimare. Su madre, su hermana y amigos mencionados no tuvieron la misma suerte.

La historia empuja a los seres humanos a alinearse en un bando. La elección no siempre se hace con plena conciencia y menos cuando la juventud enarbola la bandera de lucha. Antun Bezjak era muy joven cuando el llamado patriótico a formar una Croacia liberada golpeó a su puerta. Era joven y pleno de ideales. La historia le empujó hacia el bando perdedor de una cruenta guerra, la Segunda Guerra Mundial. Esta es su historia.

El autor es hijo de nuestro protagonista. Los retazos de largas charlas con su padre fueron anidando en su memoria. Pacientemente, ha esperado el momento adecuado para recuperar esos recuerdos y reconstruir su historia.

La intención de esta novela, así lo entendamos, no es reivindicar los bandos ni las banderas de lucha. Antes bien, es rescatar a los seres humanos que, más allá de los bandos, se nos hacen hermanos, porque a veces no saben por qué ríen, ni por qué sufren, ni por qué viven. Sus dolores y sueños nos hacen semejantes y nos permiten descubrir que una sola humanidad late en nuestros corazones.

Prólogo

Contemplando el puerto de Valparaíso junto a mi padre, le asaltaban continuos recuerdos, cuando bajábamos los cerros o al ayudarle a reparar una vieja máquina. De noche en cambio, le asaltaban sueños perturbadores, lo otros recuerdos que oprimían su alma, no sé bien cuántos rostros asomaban a esa ventana.

¿Sería Elizabeth?

¿Serían su padre y su madre, mis abuelos?

¿Serían sus amigos, sus familiares y tantos otros que se desvanecieron en el tiempo?

El dolor, muchas veces, es sabiamente acunado por el olvido.

Pero en este caso, es imperativo para mí rescatar los recuerdos y los rostros principales que forman parte del relato. No merecen permanecer en el olvido, merecen vivir a través del recuerdo.

Sea este mi pequeño homenaje a un hombre inclaudicable.

Antonio Bezjak


Antoniotto Usodimare. El barco en que el que viajaron los refugiados croatas.

Capítulo 1 Vientos de guerra


Corría el mes de febrero de 1940, una vez más Europa había perdido la paz y la libertad, los sentimientos de amor y bondad en el infierno de las trincheras no podían aflorar.

El ser más inteligente de la tierra carecía de humanidad.

Los silbidos y las palmas, los instrumentos folclóricos sonando con gran algarabía y entusiasmo de los músicos… la polka croata invitaba a bailar. La danza no se hizo esperar, con sus trajes llenos de color, un paso adelante las mujeres, y los hombres brincando atrás, pie izquierdo arriba y las palmas al son del compás.

Era la última noche de fiesta que pasaría en mi tierra natal, los rumores de guerra en mi patria no iban a terminar, pronto seríamos una nación independiente libre y próspera. Nuestro líder estaba haciendo todo lo necesario por nuestra libertad.

Se formaron grupos a beber y conversar, yo reparaba en una hermosa mujer, coqueta y curvilínea, con un caminar muy sensual, su vestido ajustado a las caderas y diseñado para llamar la atención. Volvía loco a cualquiera, pero a mí, más… Creo que había bebido unas copas de más y yo no la había dejado de observar, creo que me había visto pero se hacía notar con su indiferencia.

Un compatriota de avanzada edad y bien bebido grita:

—¡¡De la guerra no podremos escapar!! ¡¡De la guerra no podremos escapar!! —insistió, mirando y buscando cómplices que confirmaran sus sospechas.

De pronto ella gritó:

—¡¡Basta ya!! ¡¡Ese momento aún no llega!! ¡Música, música! ¡Música! —gritó, girando y brincando, dando silbidos y palmas mientras los hombres la animaban. Esa mujer y su baile improvisado y original brindaba un espectáculo alegre e inusual. El ritmo empezó a aumentar y ella cada vez más rápido debió girar, la velocidad del giro elevó horizontalmente su vestido y dejó ver generosamente, a los ojos de los hombres, sus contorneadas piernas y bien formada figura. Yo permanecía estático con mi vista clavada en ella y siguiendo su danza. Nuevamente aumentó el ritmo y ella giraba rápido otra vez, ¡pero qué hermosas piernas!, si las viera Miguel Ángel, seguro haría una réplica en mármol de ella en plena danza.

¡Oh!, de pronto cayó y tendida en el suelo con el vestido cubriendo su rostro, casi desnudo su cuerpo quedó en posición fetal… Se detuvo la música. Todos, dudando, miraban su actuar. Su cuerpo lentamente comenzó a mover, hasta quedarse boca abajo, levantó el tronco y con brusquedad echó su cabeza atrás.

Aplausos y silbidos la volvieron a animar. La danza, ahora más recatada, volvió a iniciar y avanzando como bailarina de ballet con cortos brincos llegó al bar, cogió una botella y bebió un sorbo. Luego extendió el brazo con la botella en la mano, miró al público invitándoles esa noche a embriagarse. Entonces avanzó y se detuvo frente a mí, llevó su mano a la cintura, me miró fijamente, levantó su ceja izquierda y doblegándome con su mirada, me lanzó un hechizo dejándome aprisionado bajo su mirada. Me pasó la botella de licor, se la recibí y sin pensarlo la vacié en mi garganta devolviéndosela vacía. Quería hacerme el macho dominante de la manada, a pesar de mi corta edad y poca costumbre de beber.

En Croacia abundan las mujeres bellas, pero ella no tiene comparación, su figura coqueta, su mirada insinuante me obligó a desnudarla con la mirada, quedando su imagen congelada en mi mente por largo tiempo. Yo, desde ese momento, haría cualquier estupidez por ella. La que fuera. Luego se alejó. Y me dejó deseándola. Tiene una forma de posar cuando se sienta, camina o mira que parece que no quiere pasar desapercibida ante nadie, hasta su vestido parece que fue diseñado por ella para llamar la atención, o para encarnar a una diosa desconocida.

Pero de algo estoy seguro, ella no es princesa, es ¡reina! Y yo quiero ser su súbdito. Y la quiero para mí. Pero el largo sorbo de licor que había bebido me dejó muy mareado, y ya estaba comenzando a sentir náuseas y ganas de vomitar, así que antes de hacer el ridículo decidí irme.

Me acerqué a ella para despedirme, preguntándole su nombre:

—Elizabeth —me dijo—, ¿y tú?

—Antun —le respondí.

—¿Pero ya te vas? Y ni siquiera hemos hablado, y yo quiero conocerte.

—Bueno, nos veremos entonces. ¿Cuándo? —pregunté.

—Cuando el destino lo quiera. —Y me acercó su mejilla.

—Destino, no me falles —dije, y ella rio. Sé que la veré.

—Mañana a las siete de la tarde en la plaza te esperaré.

Al día siguiente en mi anticipada llegada, sonaron por tercera vez las campanas de la iglesia y ella no llegó. Dos horas esperé y maldije al destino.

Llegué a mi casa desilusionado y me encerré en mi cuarto, mi madre entró y dijo:

—¿Hoy tenías que verla? ¿Y ella no fue? Descansa, mañana sí irá y las verás, y te acordaras de mí.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté, y ella solo sonrió abandonando mi cuarto.

Capítulo 2 Elizabeth mía


Ayer el destino no quiso que conociera a Elizabeth, pero no pierdo las esperanzas, hoy fui nuevamente a la plaza, después de todo si ayer no vino es porque tuvo algo más importante que hacer y a mí no me conoce aún, pero pronto pasaré a ser importante para ella, de eso estoy seguro.

Luego a medida que pasaba el tiempo, y ella no llegaba mis pensamientos empezaron a traicionarme, ¿pero por qué ayer no vino?, ¿será que se está burlando de mí?, en la fiesta estaba un poco ebria y además es bastante mayor que yo, por lo menos debe de tener unos veinticinco, y yo solo dieciocho, ¿pero la edad no debería tener mucha importancia?

Miraba a las mujeres al pasar, la reconocería desde lejos, lo sé.

Es tan diferente, recordaba su baile, su mirada, sus palabras… ¿ya te vas? Y yo que quería conocerte, ¿pero por qué ayer no vino?

Mi madre dijo que hoy la veré, ella es intuitiva y siempre acierta, en cambio a mí me traiciona la mente.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por las primeras campanas de la iglesia llamando a los fieles a la misa de las siete de la tarde, otra vez había pasado el tiempo en angustiante espera, ¿pero qué hizo esta mujer para meterse tanto en mi cabeza?, si no sé nada de ella. Pero existe el destino, es por eso que yo estoy aquí, y esperaré hasta el atardecer, hasta que vea renacer la primera estrella de la noche, no hoy no me iré, esperaré que llegues. No me iré.

De pronto un perro vago, chascón y sucio con la chasquilla que le cubre los ojos, olfateó la pata de la banca en la que estaba sentado, la bordeó y se dio vueltas para orinar, luego lanzando el chorro me mojó el pantalón y el zapato, yo salté y lo correteé, «¿no podías apuntar a otro lado», le grité al perro cuando sentí una risotada de mujer que había visto la escena, mientras yo golpeaba el pie contra el piso para eliminar las gotas de orina de mi brillante zapato, y ella seguía riendo. ¡Era Elizabeth! Parecía gitana húngara con su rojo vestido ajustado a las caderas y su escote que deja entrever sus blancos pechos. Me quedé paralizado, rojo y mudo, mientras ella se acercó, me abrazó y besó en la mejilla. Yo sentí el aroma de su perfume y el calor de su cuerpo que traspasaba su ligera ropa y provocaba placer en mí al sentir su contacto.

—¿Qué pasa? ¿No te alegra verme? —dijo mirándome a los ojos.

—¡Sí! —respondí abrazándola—. Te esperé ayer horas. Y no viniste.

—Es que pensé que tú no vendrías.

—Pero cómo no iba a venir si yo… —Y me quedé mudo otra vez.

—¿Tu qué? —dijo sonriendo con su mano en la cadera y su ceja levantada, mirándome fijamente a los ojos y dominándome como la primera vez que se acercó a mí.

Después de un instante sin decir palabras, la abracé y nuestras bocas se unieron en un largo beso, muy suave y delicado. No existía nadie a nuestro alrededor y parecía que el tiempo se había detenido para que disfrutásemos de ese momento. Aquel beso casi eterno me pareció que estaba sellando un compromiso hasta la eternidad con ella, y así fue, porque ese primer beso permaneció para siempre en el recuerdo, durante toda mi vida. Luego nos separamos y nuestros ojos quedaron clavados casi sin parpadear en un largo éxtasis de embobada contemplación, el dorso de mi mano se deslizaba en la suavidad de su rostro sonriente. Se cumplía la fantasía de cuando yo era adolescente y quería tener a la más bella mujer en mis brazos. No sé cómo describir este momento, para mí el mundo se había transformado, me sentía muy feliz. Pero no duraría mucho. La quietud de la tarde que se había confabulado para que fuéramos el uno para el otro fue interrumpida.

A lo lejos empezaron a oírse gritos, bombos y platillos que fueron aumentando en estridencia al aproximarse. Era un grupo de manifestantes que agitando las manos con los puños cerrados gritaban consignas contra los alemanes y los italianos. Hicieron que volviéramos a la realidad que Europa estaba viviendo, de la que yo, al igual que los inocentes que jugaban en los columpios del parque, no era muy consciente. Y menos aún en este momento en que se había apoderado la magia del primer amor marcado por ese tierno sentimiento y el sabor de aquel beso. No éramos más que Elizabeth y yo.

—¡FUERA LOS ALEMANES! ¡FUERA LOS FACISTAS ITALIANOS!

—¡NO A LA OCUPACIÓN DE NUESTROS TERRITORIOS!

La manifestación aumentaba.

—¡BASTA DE ABUSOS NAZIS! ¡VIVA TITO! ¡VIVA TITO!

Elizabeth dijo:

—Ese bullón de Tito, está a favor del estado Yugoslavo y no de una Croacia libre, es un mal croata, pero pronto dejará de serlo. Ya no bastan las guerrillas y las incertidumbres en este país, además todos los países fronterizos nuestros están a favor de Alemania, Croacia se unirá a Alemania y seremos libres, ¡ya lo verás!

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.

—Estás un poco joven para entenderlo. Pero fíjate. Italia, Hungría, Austria, Rumanía y Bulgaria unidos con Alemania. Falta reconstruir el reino de los croatas, ¡no escuches a los bullones! Muy pronto estaremos en guerra. ¡Abrázame y bésame otra vez! No pierdas el tiempo.

Nuevamente se juntaron nuestros labios, pero la estridencia de los alborotadores nos separó otra vez. Los manifestadores reunidos en la plaza habían aumentado en número y un dirigente se subía a una banca dirigiéndose a la muchedumbre reunida.

—COMPATRIOTAS… No negociaremos con fascistas ni con nazistas. —El orador hace una pausa y un gesto y se acercan tres partidarios disparando una seguidilla de tiros al aire—. ¡A LAS ARMAS! Sin asco repeleremos a los invasores —y un grito eufórico salió de sus entrañas—: ¡A LAS ARMAASS!

Yo me quedé atónito contemplando la escena y en ese momento Elizabeth se despidió:

—Anda a tu casa pensando en mí, mañana nos volveremos a ver en este mismo lugar y haremos planes para nuestro futuro —dijo marchándose.

—Espera, ¡te acompaño a tu casa!

—No, ve a tu casa ahora —dijo y rápido se marchó.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no se presagiaba nada bueno.

Quedaron en mí el sabor de sus labios y la calidez de su cuerpo, me sentía muy feliz y a la vez un poco triste, el bienestar que me había producido la proximidad de su cuerpo iba desapareciendo y aumentando la preocupación.

La tarde empezaba a enfriarse, ¿entraremos en guerra? ¡Oh, no! No nos separaremos, siento que me perteneces, mil pensamientos perturbadores pasaban por mi mente.

De pronto me detuve contemplando la catedral y ya imaginando a ella vestida de blanco y al sacerdote preguntándome «¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa?». Y yo respondiendo mil veces que sí, después de todo ella al despedirse dijo que mañana haríamos planes, ¿qué otros planes podían ser?

Me marché a mi casa rezando y pidiendo en silencio que pronto la volviera a ver, no quería que ese sentimiento que había brotado en mi se desvaneciera, quería que creciera día a día y durase hasta la eternidad.

Cuando llegué a casa, mis padres estaban muy atentos escuchando las noticias de la guerra en la radio.

¿Por qué Inglaterra y Francia luchaban contra Alemania? No lo entendía, solo sabía que Alemania había atacado a Rusia porque quería recuperar territorios que le pertenecieron en un lejano pasado y ahora Rusia lo estaba pasando muy mal. Alemania era muy poderosa y avanzaba dominando y conquistando territorios. ¿Pero por qué las manifestaciones de hoy en Yugoslavia? No me interesaba, solo me interesaba Elizabeth.

Dos días después se habían roto los acuerdos diplomáticos, Alemania había solicitado libre tránsito por fronteras de Yugoslavia y no se había respetado el primer tratado por parte de Yugoslavia. Alemania invadía Yugoslavia. Ese fue el comienzo del cambio de curso de Croacia. La guerra pronto comenzaría, y sería como dijo Elizabeth: Croacia se uniría a Alemania.

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9788468552699
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