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La ciencia no respeta nada

Biografía

Prólogo. La ironía de Monsieur Allais

Nota a la edición

La ciencia no respeta nada, o casi nada

Dios

Collage

El colmo del darwinismo

Extraña muerte

El lenguaje de las flores

Idilio moderno

La pipa olvidada

Una idea luminosa

El hijo de la bala

Una nueva iluminación

Nuevos usos del teatrófono

Toda la verdad sobre la Exposición de Chicago

Vegetales de paseo

Un poco de mecánica

Los árboles que temen a los corderos

Automoburlismo

Venturosa influencia del sistema decimal en la cuestión obrera

Una curiosa industria fisiológica

Secuelas en la embriaguez en los conejos

Fuera de temporada

Utilización de la Torre Eiffel para 1900

Un curioso asunto legal

Ebanoide

Sobre algunas reformas cósmicas

Charcutería estética

Vegetarianismo integral

Pauperomobilismo

Reclamación al señor al señor Mougeot

Pongámonos sobrios o el cabaret asesinado por la clínica

La agonía del papel

Reciclar ante todo

Mareo

¡Viva el emperador!

Per amica silentia lunae. La luna es un pez

Mortambulismo

¿Dónde se detendrá la ciencia?

En Serio,

13.


Edición en formato digital: diciembre 2020

© del prólogo: Francisco Ferrer Lerín, 2018

© de la traducción: Laura Fólica, 2018

© de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2020

© de la imagen de cubierta: Ana Rey, 2018

Corrección y revisión: Andrés Ehrenhaus

Diseño gráfico: Tactilestudio Comunicación Creativa

ISBN: 978-84-123107-3-3

Todos los derechos reservados:

La fuga ediciones, S.L.

Passatge de Pere Calders, 9

08015 Barcelona

info@lafugaediciones.es

www.lafugaediciones.es

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.

Alphonse Allais

La ciencia no respeta nada

Prólogo de Francisco Ferrer Lerín

Selección y traducción de Laura Fólica


Alphonse Allais


(1854-1905)

Pertenece a esa perdida estirpe mundana de hombres educadamente avanzados a su tiempo. Escritor de humor en el sentido más químico del término, precursor patafísico de Vian o Ionesco, admirado por Breton y los surrealistas, fue también un pionero de la fotografía, pintor monocromático, científico desaforado, inventor del café soluble y colaborador incansable de un amplio abanico de publicaciones periódicas entre las cuales el folletón bohemio Le chat noir. Su humor impropio, basado en el absurdo y en juegos de palabras, lo convirtió en uno de los personajes más famosos de la Belle Époque parisina. Murió en 1905 por una embolia pulmonar dejando una inmensa obra literaria, en mayoría inédita en castellano.

La ironía de Monsieur Allais

de Francisco Ferrer Lerín

Quizá una aproximación certera a la biografía de Charles-Alphonse Allais (1854-1905) debiera empezar diciendo que Allais fue un normando enterrado en el cementerio parisino de Saint-Ouen cuya tumba fue hecha trizas durante un rutinario bombardeo de la raf, a finales de la segunda guerra mundial, en 1944. Un hombre hecho para la ciencia a quien su pasión irrefrenable por el absurdo condujo al terreno del humor, a la escritura de textos breves que prefiguraron movimientos fundamentales en la historia de la literatura y, en general, de todas las artes. Un joven a quien su padre farmacéutico echa de casa al descubrir que elabora y vende falsos medicamentos, y que, huido a París, participa en la creación de varias sociedades literarias de ingeniosa filosofía y sorprendentes rótulos: Los Hidrópatas, por su aversión al agua, Los Fumistas, por su condición burlona, y Los Hirsutos, broncos e inconformistas.

Inteligente, algo misógino, de aspecto bonachón, publicó, durante un cuarto de siglo, un sinnúmero de historias y artículos de actualidad, todos ellos cuajados de un humor punzante que roza a veces el humor negro. Lo moderno, los avances científicos, la religión, los pobres, el ejercicio de la medicina, el ejercicio de la abogacía, el patriotismo, los movimientos obreros, los nuevos ricos, los negros, lo exótico, la tacañería empresarial, el chovinismo, el higienismo, el consumo de alcohol, el reciclaje, los vegetarianos, los animalistas, todos son tratados con gran desparpajo y suculenta ironía. A veces, por ejemplo en Una nueva iluminación, nos parece estar ante los bizarros Inventos del tbo, del Profesor Franz de Copenhague. Otras veces, como en La pipa olvidada y La agonía del papel, despliega su dimensión precursora, casi visionaria, en una sátira inversa del abuso de nuestros teléfonos móviles y en la crítica del consumo desaforado de papel como una de las principales causas de la deforestación.

La presente antología, titulada como el primero de los relatos recogidos, La ciencia no respeta nada, es una significativa muestra, tan desopilante como variada, de uno de sus temas favoritos. Se da en Allais una atracción inevitable por la contradicción que ya en sus tiempos suscitaba la idea de progreso y el vértigo con que los avances científicos parecían arrojar a la humanidad en los inciertos brazos del futuro. Esa embriaguez no podía pasar desapercibida para una nariz tan fina e irónica como la suya, más aún cuando él mismo aprovecharía su ingenio para meter las manos en la masa de la invención tanto científica como literaria. Esta luminosa selección incrementa aún más el carácter adictivo que tiene su lectura; los cuentos de Alphonse Allais enganchan por sí mismos y, aún más, cuando se benefician de una planificación rigurosa y ajustada.

Pero el lugar que ocupa Allais en la historia de la literaura no es sólo el de los humoristas, Allais encaja a la perfección en el lugar de las vanguardias; su manejo del absurdo iluminó a dadaístas y surrealistas hasta el punto de ser considerado por muchos de ellos como su gran padre nutricio. Jarry y Roussel, Breton y Duchamp, aprecian en Allais muchos de los recursos que ellos desarrollan: el retruécano, el calambur, la interpelación al lector, los mecanismos destinados a derribar las convenciones burguesas, convenciones que Allais ridiculiza, a veces mediante un discurso fingidamente serio, siempre partiendo de unos postulados disparatados pero por los que camina con una lógica aplastante. Quizá su aspecto apacible, dulce casi siempre, cobija intenciones perversas, su humor es más cruel de lo que pueda parecer en una lectura precipitada.

Además, en Alphonse Allais destacan, junto a su vertiente más conocida como escritor, otras dos vertientes, la pictórica y la musical. En 1883, en el Salon des Arts Incoherents, presenta un cuadro titulado Recolte de la tomate par des cardinaux apopletiques au bord de la Mer Rouge (Effect d’aurore boréal) [Recolección del tomate por cardenales apopléjicos a orillas del Mar Rojo (Efecto de aurora boreal)] que, como no podía ser de otra manera, no es más que una monocromía en rojo, un experimento que repite hasta seis veces más: el color negro de Combat de negres dans une cave pendant la nuit [Combate de negros en una cueva durante la noche], el blanco de Première communion de jeunes filles chlorotiques par un temps de neige [Primera comunión de niñas cloróticas bajo la nieve], el azul de Stupeur de jeunes recrues apercevant pour la première fois ton azur, oh Méditerranée! [Estupor de jóvenes reclutas percibiendo por primera vez tu azul, ¡oh Mediterráneo!], el verde de Des souteneurs, encore dans la force de l’age et le ventre dans l’herbe, boivent de l’absinthe [Proxenetas aún en la plenitud de la vida y el vientre sobre la hierba, beben absenta], el amarillo de Manipulation de l’ocre par cocus ictériques [Manipulación del ocre a cargo de cornudos ictéricos] y el gris de Ronde de pochards dans le brouillard [Ronda de beodos entre la niebla]. Precursor de los cuadrados de Malévich, de Cuadrado negro (1915) y Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918), puntos álgidos en la memoria de la Abstracción, Allais no disfrutó de la consideración que sí obtuvo el pintor ruso; Allais reinventó la literatura y las artes plásticas pero no obtuvo el reconocimiento debido, quizá, y de esto hablaremos ahora, por el tono gracioso, divertido, que otorgaba a todas sus manifestaciones.

También, Alphonse Allais es el autor de la Marcha fúnebre compuesta para los funerales de un gran hombre sordo, primera pieza minimalista de la historia de la música, que prefigura ventajosamente a Erwin Schulhoff y a John Cage. Un pentagrama en blanco, virgen, es el soporte de la epifanía perfecta del silencio. Pero su obra musical no ha trascendido, Alphonse Allais era humorista; Cage y Schulhoff, que alcanzaron la fama, eran músicos, iban en serio. ¿Es el humor la barrera infranqueable que imposibilita el acceso a la categoría de genio?

Como diría Jorge Luis Borges el humor sólo tiene sentido en su modalidad oral: el chiste. En la literatura escrita el humorismo que impregne cualquier obra la precipita en el abismo de la vulgaridad y el olvido. Así son, o mejor, así están las cosas, la comicidad está reñida con el rigor, con la calidad y, no digamos, con la excelencia. Cuentan que un destacado prenovísimo barcelonés fue entrevistado por un joven canario que años después se convertiría en un destacado postnovísimo y este, después de pasar revista a la producción del primero, soltó, de improviso, la pregunta que este más temía: ¿cómo es posible que usted utilice el humor a la hora de construir un texto, cómo es posible que escritos que aparecen en su último libro como pertenecientes al género poético tengan ese tono irónico? No sabemos qué pasó después, pero ya en 1971, queda muy claro, el humor no estaba bien visto entre los adalides de la la ortodoxia literaria. Tal como pontifica el propio Alphonse Allais en el relato El hijo de la bala, «nada me entristece más que no se me tome en serio».

Como resumen diremos que a los ironistas como Alphonse Allais les resulta insoportable la realidad, necesitan deformarla. Los ironistas no soportan a la generalidad de los individuos, los que a lo largo de sus vidas son incapaces de crear una historia nueva, un párrafo, siquiera una frase de su propia cosecha, los que, como mucho, repiten lo que otros han creado, en una estrategia repetitiva que consideran el colmo de la genialidad; esa masa que, en la actualidad, utiliza eslóganes publicitarios, expresiones formuladas en la radio y televisión, en las conversaciones de los bares.

Así, hoy, el perfecto ironista rechaza pronunciar cualquier frase que ya haya sido pronunciada y ante la dificultad creciente de ser original, dado el creciente número de individuos que nos rodean por culpa de la explosión demográfica, recurre a gritos, mugidos y alaridos, a la hora de expresarse. Allais recurre a su inmenso ingenio para desmantelar lo convencional, lo ramplón, lo trillado; se ensaña con los simples, con los memos. Alphonse Allais combina realidad y ficción, crueldad y humor. Y, para cerrar el círculo, se burla de sí mismo.

Nota a la edición

La presente antología no solo nos descubre la imaginación científica de Alphonse Allais sino que también nos ofrece un mundo de personajes con nombres propios. Algunos provienen de su risueño laboratorio de ficción, como el doctor Blagsmith, el joven ingeniero Brokenface, el coronel W. K. Slowly, el teniente de infantería Guy Surlaligne; otros pertenecen, en cambio, a personas que formaban parte del contexto político-cultural o del entorno del autor, hoy difíciles de reconocer para un lector de la obra en español.

Del fin de siglo xix francés, Allais menciona a la sazón algunas personalidades políticas como el político y diputado Joseph-Gaston Pourquery de Boisserin, el ministro de Marina Camille Pelletan, la reina consorte de Rumania Isabel de Wied, cuyo seudónimo literario era Carmen Sylva, o el coronel Georges Boulanger, que inflamaba a sus seguidores con su discurso antialemán poco tiempo después de la guerra franco-prusiana.

Asimismo, abundan en la antología las referencias a «Eminencias de la Ciencia», cuya posición acomodada en la Academia es tomada en solfa por nuestro autor. Algunas de estas personalidades son los botanistas Henri Ernest Baillon y Augustin Pyrame de Candolle, el cirujano Félix Guyon, el ingeniero Marcel Deprez o Max de Nansouty, el historiador y matemático Joseph Bertrand, el matemático Maurice Lévy, el astrónomo Maurice Lœwy, los médicos Valentin Magnan o Jean Baptiste Vicent Laborde, el historiador de medicina Charles Victor Daremberg o el psiquiatra Edgar Bérillon.

También hay menciones a inventores o descubridores, que poseían un espíritu más cercano al genio de Allais, como Charles Cros, creador del fonógrafo, Claude Chappe, inventor del telégrafo óptico, Étienne-Jules Marey, creador de la escopeta fotográfica, Henry Becquerel, descubridor de la radioactividad, y Gabriel Lippmann, inventor de un procedimiento para fotografiar en color.

Entre todas las ciencias destaca la farmacia. No olvidemos que el joven Allais se crió entre frascos medicinales en la farmacia familiar de Honfleur, ciudad que abandonó para ir a París a estudiar justamente esa disciplina en la universidad. Además de ser un motivo recurrente en su obra literaria, los boticarios aparecen a veces mostrando su lado más ominoso, como la referencia al farmacéutico Marin Fenayrou, asesino del amante de su mujer y cuya trama ocupó las páginas de policiales de la prensa de la época, o el más luminoso, con boticarios literarios como el Homais de Flaubert o el señor Fleurant de Molière.

Es posible que Allais colgara su bata de farmacia en un perchero del cabaret Le Chat noir cuando decidió dedicarse a escribir para periódicos como Le Sourire, Gil Blas o Le Journal y frecuentar los círculos literarios de los Zutistes, Fumistes, Hirsutes o Jemenfoutistes. De este ambiente recogió una ristra de compiches, amantes del humor como más fina expresión literaria, como Courteline, Jean Richepin, Jean de Bonnefon Octave Mirbeau, Georges d’Esparbès, Franc-Nohain, François Coppée, la poeta Marie Krysinska o incluso el periodista deportivo Pierre Giffard. Pero no todos eran amigos; Allais también tenía enemigos dilectos, o blancos contra quienes lanzar sus dardos, como el crítico teatral Francisque Sarcey, apodado el Tío, epítome del buen burgués, o el economista liberal-conservador Pierre Paul Leroy-Beaulieu.

También algunos pintores añaden color a sus páginas, como su amigo noruego Axelsen o los academicistas Paul Baudry y Charles Joshua Chaplin, este último conocido por sus agraciados retratos de niñas, si bien hoy nos resulte más curioso el parecido con el nombre del cineasta. Por último, no faltan algunas personajes de teatro como el clown inglés Little Tich, la diva Sarah Bernhardt o la bailarina y cortesana gallega Carolina Otero, quienes se movían entre dandis, a veces corteses y otras misóginos, que pululaban por los salones de la Belle Époque.

Dada la cantidad de nombres propios que aparecen en los textos de esta antología, hemos decidido explicar aquí las referencias en lugar de interrumpir la lectura con frecuentes notas, que no harían más que tornar eruditas o didácticas las ocurrencias de Allais.

Laura Fólica

La ciencia no respeta nada

La ciencia no respeta nada, o casi nada

El higienista, diría Courteline, es despiadado.

Yo, con inconmensurable ingenio, agregaría que es impío.

Y si el célebre William Draper aún existiera, podría añadir a su Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia un capítulo complementario donde abordar el desacuerdo que separa la higiene bien entendida del estricto cumplimiento de ciertos deberes religiosos.

...¡Ah! Por supuesto que respeto los derechos imprescriptibles de la higiene y nadie mejor que yo para propagar sus sanas doctrinas.

(Incluso no hace tanto tiempo yo mismo ponía las manos en la masa: mi monografía, hoy casi agotada, Sobre los inconvenientes que presenta el abuso de cianuro de potasio en la alimentación de los recién nacidos, ocupa el rincón más selecto en las bibliotecas de nuestras Eminencias de la Ciencia).

Volviendo a la cuestión, no cabe duda de que muy pocas de las damas y caballeros aquí presentes leen con asiduidad el periódico italiano intitulado Revista d’Igiene. (¡Qué ortografía, dios mío, usan estos transalpinos!)

La lectura del último número de esta publicación aflige bastante a los católicos practicantes como nosotros.

Resulta que a un tal Signor Abba (de Turín) no se le ocurrió otra cosa mejor que someter a examen bacteriológico el agua bendita de las iglesias.

¡El agua bendita!

¡Y asegura haber hecho grandes descubrimientos!

Démosle la palabra al erudito piamontés:

(Está claro que traduzco libremente pero sin cambiar ni un ápice el espíritu del trabajo).

«El agua es vertida en pilas, expuestas a todo tipo de polvo y a cualquier contacto, que, además, nunca se limpian.»

«Entre noviembre del 97 y marzo del 98 extraje 34 muestras de diversas iglesias de Turín.»

«Examinada al microscopio, el agua ha revelado una increíble riqueza de bacterias, sin contar los organismos ciliados y los más diversos corpúsculos.»1

«Estas aguas están tan contaminadas como el agua servida (sic).»

«Al inocularse este líquido a unos conejillos de Indias, todos acabaron muriendo.»

● ○

¡Triste! ¡Oh, cuán triste!

Ya estoy viendo desde aquí cómo sonríen y se mofan nuestras Mentes más brillantes.

En lo que a mí respecta, semejantes constataciones me parten en dos. ¿Qué creer? ¿Qué creer?

No recuerdo bien en qué libro de Huysmans se hacía referencia a unos industriales muy poco delicados que fabricaban hostias que, en lugar de pan ácimo, llevaban fécula de patata, y el bueno de Huysmans agregaba con convicción:

—¡A quién se le ocurre que Jesucristo, a pesar de su gran humildad, acepte encarnarse en fécula de patata!

¡Y ahora le toca el turno al agua bendita!

El próximo domingo, ya lo tengo resuelto, voy a llegar temprano a la iglesia de la Inmaculada, mi parroquia, y pertrechado de un aparato de pasteurización esterilizaré el contenido de las pilas.

Queda por saber si el agua bendita esterilizada conserva sus virtudes.

Tendré que preguntárselo a Bonnefon.2

Le Sourire, 23 de diciembre de 1899

1 El corpúsculo de los Dioses, diría Richepin.

2 El señor Jean de Bonnefon es nuncio papal ante el bar del Journal (en el número 100 de la calle Richelieu).

Dios

Al doctor Antoine Cros

Empieza a hacerse tarde.

La fiesta está en su apogeo.

Los alegres amigos están achispados, alborotados y ardientes.

Las bellas muchachas, desatadas, se dejan ir. Sus ojos se entrecierran con dulzura y sus labios que se entreabren permiten vislumbrar húmedos tesoros de púrpura y nácar.

Nunca llenas ni vacías, ¡las copas!

Las canciones revolotean, escandidas por el tintinear de los vasos y las cascadas de risa perlada de las bellas muchachas.

Y de pronto el viejo reloj del comedor interrumpe su monótono tic-tac para chirriar con rabia, como hace siempre que se dispone a dar la hora.

Es medianoche.

Los doce repiques caen lentos, graves, solemnes, con ese aire de reproche particular de los viejos relojes heredados. Parecen decir que ya han sonado muchas otras veces para nuestros ancestros desaparecidos y que sonarán otras tantas para nuestros nietos, cuando uno ya no esté más aquí.

Como era de esperar, los alegres amigos acallaron el bullicio y las bellas muchachas dejaron de reírse.

Pero Albéric, el más loco del grupo, levantó su copa y, en un tono cómicamente serio, dijo:

—Señores, es medianoche, hora de negar la existencia de Dios.

¡Toc, toc, toc!

Llaman a la puerta.

—¿Quién está ahí...? No esperamos a nadie más y los criados tienen el día libre.

¡Toc, toc, toc!

La puerta se abre y aparece la enorme barba plateada de un anciano de elevada estatura, vestido con una larga túnica blanca.

—¿Y usted quién es, buen hombre?

—Soy Dios.

Ante esta declaración, el grupo de jóvenes se sintió un poco incómodo pero Albéric, que decididamente tenía sangre fría, replicó:

—¿Supongo que eso no le impedirá brindar con nosotros?

Dios, en su infinita bondad, aceptó el ofrecimiento del joven y pronto todos estaban cómodos de nuevo.

Volvieron a beber, reír, cantar.

La mañana azul hacía empalidecer a las estrellas cuando pensaron en retirarse.

Antes de despedirse de sus anfitriones, Dios admitió, con toda la gracia del mundo, que él no existía.

Le Courrier Français,1 de septiembre de 1885

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121 стр. 3 иллюстрации
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9788412310733
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