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Tóxicos Invisibles

Ximo Guillem-Llobat y

Agustí Nieto-Galan (eds.)

Tóxicos Invisibles

La construcción

de la ignorancia ambiental


ecología

Este libro ha sido editado en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosques sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorin Free), para colaborar en gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible

Esta publicación cuenta con la ayuda de:


© Stefania Barca, José Ramón Bertomeu-Sánchez, Clara Florensa,

Jesús María Galech Amillano, Antonio García Belmar, Judit Gil-Farrero, Ximo Guillem-Llobat, Sarah Hamilton, Arturo Hortas, Agustí Nieto-Galan, Marta Pujadas, Israel Rodríguez-Giralt, Ignacio Suay-Matallana, Manuel Tironi

© Icaria editorial, s. a.

Bailèn, 5, principal

08010 Barcelona

www.icariaeditorial.com

Fotografía de la cubierta: El salt, Idoia Calabuig Olcina, 2020

Primera edición: septiembre de 2020

ISBN: 978-84-9888-975-8

Fotocomposición: Maribel Crusat

Printed in Spain — Impreso en España.

Índice

Prólogo, Ximo Guillem-Llobat y Agustí Nieto-Galan

Introducción: Toxicidades, Invisibilidades e Ignorancias, Agustí Nieto-Galan y Ximo Guillem-Llobat

I. El vino español y el espíritu alemán: el debate sobre los alcoholes artificiales a finales del siglo xix, Ignacio Suay-Matallana y Antonio García Belmar

II. La (in)visibilización del riesgo de las fumigaciones cianhídricas al inicio del siglo xx, Ximo Guillem-Llobat

III. El escarabajo del marqués: Violencia lenta, plaguicidas arsenicales y cine agrario durante los primeros años del franquismo, José Ramón Bertomeu-Sánchez

IV. El Ministro en bicicleta: La invisibilidad de la contaminación en el Congreso de Naciones Unidas de Estocolmo (1972), Agustí Nieto-Galan

V. Bañadores, detectores e ignorancia nuclear en el accidente de Palomares (1966), Clara Florensa

VI. La restauración del paisaje como ocultación de toxicidad en el vertedero del Garraf, Judit Gil-Farrero

VII. Capitalismo químico y representaciones artísticas de Almadén y Riotinto, Jesús María Galech Amillano

VIII. Desempleo o miseria: El silencio de Flix, Marta Pujadas y Arturo Hortas

IX. Coreografías del abandono: Cuidado y toxicidad en zonas de sacrificio, Israel Rodríguez-Giralt y Manuel Tironi

X. Toxicidad e invisibilidad en la Albufera de Valencia, Sarah Hamilton

Epílogo: Antropoceno tóxico. La modernidad industrial y la lucha contra la violencia ambiental, Stefania Barca

BibliografÍa

Índice de nombres y temas

Sobre los autores/as

Prólogo

Ximo Guillem-Llobat y Agustí Nieto-Galan

«Vivimos en un mundo tóxico». Este fue el título de la Escuela de Primavera de Historia de la Ciencia organizada en Menorca en 2015 por algunos de los autores de este libro y uno de los múltiples resultados del trabajo conjunto del grupo de investigación «Toxic Spain». Este grupo, que reúne a historiadores/as de la ciencia de la Universitat Autònoma de Barcelona, la Universitat de Barcelona, la Universitat de València, la Universitat d’Alacant y la Universitat Miguel Hernández, ha analizado en los últimos años algunas de las razones históricas que nos han llevado a la contaminación actual.

La historia seguramente no soluciona los problemas del presente, pero nos proporciona claves para comprender la complejidad en la que nos movemos. En particular, las cuestiones medioambientales requieren, más allá de las estrictas explicaciones científicas, de la consideración de factores políticos, económicos y sociales. Una historia comprometida con el presente debe rescatar con rigor episodios del pasado con la intención de hacer reflexionar al lector sobre la toxicidad, pero también sobre la dificultad inherente a su identificación y gestión. Las historias que aparecerán en los próximos capítulos —riesgos alimentarios, pesticidas peligrosos, suelos radioactivos, minas y vertederos tóxicos, reuniones ineficientes, industrias contaminantes o espacios naturales enfermos— nos interpelan sobre el grave problema sanitario y ambiental que afrontan las sociedades contemporáneas y la debilidad de los científicos (o expertos, en general) a la hora de imponer determinadas actuaciones. La preocupación por la calidad del aire que respiramos, del agua que bebemos, de los alimentos que ingerimos o por las sustancias peligrosas que acompañan nuestras vidas cotidianas ha crecido en paralelo a la sensibilidad ambiental. Al mismo tiempo, no podemos tampoco ignorar los sutiles mecanismos de ocultación o invisibilización de esas toxicidades que el análisis histórico nos puede ayudar a desvelar.

Después de una introducción por parte de los editores, en la que se esbozan algunos conceptos analíticos, los capítulos del libro, ordenados cronológicamente desde finales del siglo xix hasta el presente, nos ofrecen historias fascinantes, llenas de controversias, conflictos y paradojas, que se hacen patentes a la hora de identificar, publicitar o esconder, determinados tóxicos en tiempos y espacios concretos. Precisamente en la intersección de los diez capítulos que componen el libro, junto con las ideas fuerza de la introducción y las conclusiones finales, es donde esperamos ofrecer un relato colectivo, quizás controvertido, pero al mismo tiempo atractivo para un público amplio.

Escribir un libro sobre ignorancia, invisibilidad o toxicidad requiere, evidentemente, de la utilización de un conjunto peculiar de fuentes de información. La dimensión política de muchos de los casos presentados y la connivencia de los expertos con las administraciones públicas y las empresas privadas silencian a menudo a testimonios subalternos: víctimas, trabajadores industriales, poblaciones intoxicadas, activistas reprimidos, etc. Para reconstruir muchos de los casos presentados, los autores de este libro (historiadores de la ciencia e investigadores sociales) han recurrido a entrevistas a víctimas de los tóxicos, activistas, militantes, y al público en general, además de a las publicaciones impresas. El libro se nutre también de materiales audiovisuales variados (documentales, films, fotografías, televisión), testimonios imprescindibles del siglo xx y herramientas útiles para evaluar la cultura de la toxicidad.

Los autores han utilizado también profusamente la prensa cotidiana, una fuente de una gran riqueza y complejidad que nos informa (o desinforma) a menudo de la percepción social de muchos de los casos de toxicidad. Cuando nos centramos en épocas dictatoriales, el uso de la prensa como fuente nos permite analizar los niveles de censura y de ocultación de información. En períodos democráticos nos ayuda a evaluar la salud de la esfera pública y la capacidad de establecer un debate suficientemente plural y diverso. En algunos casos, el periodismo especializado en temas ambientales se ha convertido en una fuente imprescindible para seguir determinadas controversias. Nos ayuda a comprender cómo las invisibilidades y las ignorancias sobre la toxicidad se construyen en un campo de batalla de intereses contrapuestos y a menudo enfrentados, bajo el silencio o la complicidad de determinados protagonistas, que este libro pretende rescatar.

* * *

Este volumen colectivo no hubiera sido posible sin la colaboración de muchas personas e instituciones. En primer lugar, la mayoría de autores forman parte de un grupo de investigación coordinado que lleva años trabajando en determinados temas relacionados con el papel de la ciencia y los científicos en la sociedad y en la dimensión cultural, social y política del conocimiento en general. Además de los colaboradores asiduos, debemos agradecer en especial en este volumen la participación de colegas expertos en estudios sociales de la ciencia y tecnología (sts en inglés) e historiadores ambientales.

Nuestra gratitud también se dirige a la editorial Icaria, en particular a Anna Monjo y Desirée Herrera, quienes desde el principio recibieron nuestro proyecto con mucho interés y se embarcaron en la aventura de convertirlo en el libro que ahora tiene el lector en sus manos. El proyecto no habría llegado tampoco a buen puerto sin la financiación que hemos obtenido del Ministerio de Economía y Competitividad (mineco) a través del proyecto coordinado «Toxic Spain», en sus dos subproyectos: «Natural vs. Artificial: Industrial Waste, Expertise and Social Responses in 20th-Century Spain» (har2015-66364-c2-1-p) y «Living in a Toxic World: Experts, Regulations and Public Controversies in 20th-Century Spain» (har2015-66364-c2-2-p). La investigación también se ha beneficiado de la pertenencia de algunos de los autores al «Grup de Recerca Consolidat» (2017 sgr 1138), así como de la concesión de un premio «icrea-Acadèmia» (2018) de investigación a uno de los editores (ang).

Nuestra intención es que la lectura de los capítulos que siguen, con sus historias de luces y sombras, proporcione al lector herramientas críticas para hacerle más llevadera la toxicidad del presente o, mejor aún, más efectiva su reacción ante la injusta y cotidiana exposición a los productos tóxicos.

Valencia, Barcelona, febrero de 2020

Introducción: Toxicidades, Invisibilidades e Ignorancias

Agustí Nieto-Galan y Ximo Guillem-Llobat

El historiador norteamericano Robert Proctor definió hace unos años el cáncer como una enfermedad consecuencia inevitable de nuestras sociedades industriales «desreguladas», incapaces de establecer una colaboración eficaz entre gobiernos, científicos, empresas y activistas para luchar contra la toxicidad de miles de productos sintéticos que invaden nuestras vidas (Proctor, 1995). En efecto, Proctor denunciaba la incapacidad de los poderes públicos y de la sociedad civil para regular y controlar la expansión creciente de los pesticidas, los aditivos alimentarios y los contaminantes en el agua y el aire, y así frenar las consecuencias negativas para la salud, asociadas a estos compuestos químicos.

Esta debilidad de lo público para enfrentarse a la toxicidad se agrava además con las estrategias de las élites económicas y políticas para desregular, crear incertidumbre o simplemente esconder e invisibilizar información relevante sobre los peligros de diversas sustancias. Naomi Oreskes y Erik M. Conway han acuñado el concepto «mercaderes de la duda» para referirse por ejemplo al papel de los expertos (científicos profesionales), contratados por la industria privada norteamericana, para sembrar incertidumbre sobre la existencia y los efectos del cambio climático, la lluvia ácida o la disminución de la capa de ozono. Expertos estos que también sembraron dudas sobre las consecuencias perniciosas del tabaco para la salud; empresas que subvencionaron campañas de desprestigio contra la bióloga Rachel Carson (1907-1964), quien, con su denuncia sobre los efectos de los pesticidas, y en particular del ddt, convirtió su libro Silent Spring (Carson, 1962) en un best-seller mundial y en uno de los pilares del pensamiento ambiental moderno (Oreskes, Conway, 2010).

De manera análoga, Proctor y Londa Schiebinger inventaron hace unos años el término «agnotología» para referirse a una nueva ciencia del estudio de la ignorancia, aquella que precede al conocimiento o que se construye en paralelo o como alternativa a dicho conocimiento; una ignorancia que, cuando afecta a la salud o al medio ambiente, acaba teniendo graves consecuencias para la vida de las personas y los lugares que habitan (Proctor, Schiebinger, 2008). Tradicionalmente, se ha prestado mucha atención al estudio de lo que conocemos, pero no ha existido la misma preocupación por la ignorancia. Proctor y Schiebinger intentaron en su libro hacernos reflexionar sobre las sutilezas de esta ignorancia y sobre las consecuencias que acarrean las ideas preconcebidas sobre este término a la hora de analizar conflictos relativos a la toxicidad como los presentados en este libro.

La ignorancia puede entenderse como algo inevitable, un estado original, natural, con el que conviven millones de personas, y que se vería progresivamente reducido en la medida que avanzase la investigación y la educación. Pero existe un segundo tipo de ignorancia que sería el resultado de un conjunto de decisiones tomadas de manera selectiva por toda o parte de la comunidad científica en un determinado contexto histórico. Dicha comunidad podría aceptar unos procedimientos y parámetros (a la vez que descartar otros) para, por ejemplo, evaluar el impacto ambiental y sanitario de un accidente, una nueva infraestructura o un proceso industrial. En dicho caso, la ignorancia se puede considerar como un acto pasivo, al ser el resultado lógico de la aplicación de unas determinadas normas o prácticas consensuadas.

Si en este tipo de ignorancia no se podía descartar una cierta intencionalidad, esta sería mucho más evidente en la tercera categoría indentificada por Proctor: la llamada «agnogénesis». Se refería así a una ignorancia, concebida como una construcción activa y premeditada —incluso maquiavélica—, producto de una estrategia calculada para crear informaciones dudosas, generar incertidumbre en la población, o manipular datos, a menudo presentados con una cierta apariencia de objetividad científica. Este tercer tipo de ignorancia está relacionado con los antes mecionados «mercaderes de la duda» y, en general, el libro de Proctor y Schiebinger se basa en ejemplos parecidos. Sin duda estos casos merecen una atención especial, pero, al poner el énfasis en ellos parecería que la ignorancia solo es el producto de una «mala» ciencia, de una ciencia desviada por fuerzas disruptivas externas como la industria o las administraciones públicas y sus científicos cautivos, que quizás podría llegar a compensarse con una adecuada política de divulgación científica. (Frickel, Edwards, 2014). Esta crítica ha llevado a otros autores a estudiar con especial interés los procesos de construcción estructural o pasiva de ignorancia, es decir, el segundo tipo de la taxonomía propuesta por Proctor (Elliot, 2015).

El hecho de que una cierta ignorancia se pueda derivar del normal funcionamiento de la ciencia no significa, sin embargo, que no podamos señalar su intencionalidad o identificar posibles alternativas. La frontera entre la negligencia deliberada y la involuntaria no siempre es clara. Cuando, por ejemplo, se evalúa la toxicidad de determinadas sustancias, los datos cuantitativos, impersonales, derivados de un tratamiento estadístico, que se ha hecho cada vez más habitual en la epidemiología, invisibilizan otras informaciones, que solo se pueden obtener con estudios comunitarios, testimonios personales e información más cualitativa, tal y como ocurre en el caso de la llamada epidemiología popular (Brown, 1997). Sin embargo, estos estudios alternativos o complementarios, aunque a menudo reivindicados, no siempre han sido viables.

Las preguntas que se formulan y aquellas que dejan de formularse en la investigación científica, y concretamente en la evaluación de riesgos, son también fuente de ignorancia. La selección puede responder a intereses diversos, a valores imperantes en contextos políticos y sociales determinados, así como a tradiciones científicas específicas. A lo largo del siglo xx, el establecimiento de valores estándares en la ciencia en general, y en el ámbito sanitario y ambiental en particular, ha constituido también una vía muy importante de construcción de ignorancia. Los procesos de estandarización de alimentos, fármacos, emisiones, etc., siempre han comportado complejos procesos de negociación y controversia. No obstante, con el paso del tiempo, estos estándares suelen presentarse como medidas «objetivas» de la toxicidad o inocuidad de una sustancia. Esto ocurre cuando, por ejemplo, deja de considerarse que el valor límite de un tóxico se calculó asumiendo datos siempre cuestionables de su biodisponibilidad, la exposición potencial de la población o incluso sus efectos sobre la salud (Elliot, 2015).

Otro elemento importante en la construcción de la ignorancia selectiva (la estructural o pasiva) es el relativo, no ya al procedimiento por el cual se evaluaba la toxicidad de una sustancia, sino a su comunicación a la sociedad. En este proceso divulgativo podían, y pueden, invisibilizarse muchos elementos presentes en los resultados de las evaluaciones expertas. Ante las evidencias de la toxicidad de suelos, aguas y aires, a menudo el dilema de las élites consiste precisamente en decidir qué tipo de información debe difundirse a través de los medios y qué aspectos del problema deben permanecer ocultos por razones de estado o intereses corporativos. Partiendo de la evidencia de que la información es poder y capacidad de control social, los detalles de determinados problemas de toxicidad que aparecen en la esfera pública son a menudo el resultado de complejas negociaciones entre lo político y lo científico, nunca exentas de determinados intereses. Incluso las actividades divulgativas, aparentemente inocuas o simplemente entretenidas, presentadas en diversos formatos —desde la prensa escrita, hasta documentales, radio, films o televisión— refuerzan una determinada posición dominante y hegemónica. Los teóricos de la comunicación científica han estudiado con todo detalle el poder y la influencia que tiene la propia divulgación en el reforzamiento de la autoridad y el estatus del propio experto, pero también en la capacidad de invisibilización de controversias o conflictos sobre la toxicidad de determinados espacios o sustancias (Hillgartner, 1990).

Estas últimas formas de ignorancia son claramente negativas, pero como ya comentábamos, Proctor también insiste en su obra en la existencia de una ignorancia natural que precede al conocimiento y que sería fuente y estímulo para futuras investigaciones. Tanto esta forma de ignorancia como aquella que de manera intencionada se produce en la ciencia cuando se opta por una evaluación anónima por pares o la creación de un grupo control en los ensayos clínicos, podrían percibirse como positivas y necesarias para el correcto desarrollo de la propia ciencia. Es evidente, por tanto, que no todas las formas de ignorancia son necesariamente problemáticas y que merecen ser tenidas en consideración desde todas sus manifestaciones. La ignorancia natural, sin embargo, no forma parte del objetivo de estudio de este volumen colectivo.

Autores como David J. Hess han popularizado en los últimos años una forma de ignorancia como consecuencia de la ciencia no hecha (undone science), que, normalmente, se da en contextos de fuerte desigualdad de poder en los conflictos entre movimientos sociales y élites políticas e industriales. En estas situaciones, suele observarse que, cuando los movimientos sociales se dirigen a la ciencia para avalar sus planteamientos con relación a la toxicidad de un espacio o una sustancia, encuentran un vacío en el conocimiento médico y ambiental y una falta de posibilidades para impulsar las investigaciones necesarias. Por el contrario, sus adversarios, capaces de movilizar recursos económicos mucho más abundantes, cuentan a menudo con investigaciones científicas que avalan sus posicionamientos. Por ello, Hess plantea que la undone science se debe entender como un no-conocimiento que se produce sistemáticamente por la desigual distribución de poder en la sociedad (Hess, 2017).

Toda esta taxonomía de ignorancias, más o menos flexible y adaptable a la complejidad histórica y a la casuística de los estudios que se presentan en este libro, no puede analizarse sin tener en cuenta su profunda dimensión política, en nuestro caso, asociada a la toxicidad o las toxicidades en plural, y en consecuencia, sin una apelación a la responsabilidad de los actores históricos concretos (expertos, científicos, funcionarios, políticos, periodistas, empresarios, las personas que sufren la lenta violencia de la toxicidad, las voces silenciadas, etc.). Nos referiremos a sustancias cuya toxicidad se ha evaluado de formas muy diversas en distintos contextos geográficos, culturales, profesionales, etc., teniendo en cuenta múltiples factores y complejos procesos de negociación. En efecto, la toxicidad, la evaluación de sus riesgos y sus estrategias para combatirla o invisibilizarla tiene su propia historia. A menudo vemos fuertes discrepancias en la evaluación de una determinada toxicidad en tiempos y lugares diferentes e incluso cercanos. Los procesos de visibilización e invisibilización de los tóxicos han dado lugar a regulaciones muy restrictivas en algunos casos y muy permisivas en otros. De ahí la riqueza y diversidad de los estudios de caso concretos y de su diversidad, que este libro trata de rescatar en los capítulos que siguen.

Autoras como Soraya Boudia y Nathalie Jas (2019) se han referido a tres modos diferentes de regulación: la regulación por la norma, por el riesgo y por adaptación. El primero implicaba la prohibición de uno u otro producto y el establecimiento de valores límite. El segundo comportaba estudios expertos sobre el riesgo de exposición a productos o espacios tóxicos y una valoración coste/beneficio (un nuevo contrato social que aceptaba el riesgo). Y el tercero todavía iba más allá para asumir que vivimos en un mundo tóxico y que por tanto solo podemos aspirar a reducir nuestra exposición con estrategias determinadas que eviten el contacto con el tóxico considerado. Cada uno de estos modos fueron surgiendo en diferentes momentos, en las últimas décadas, pero no se sucedieron unos a otros, sino que todavía coexisten en la actualidad. El hecho de que se priorizase uno u otro modo de regulación en las cuestiones tratadas en los sucesivos capítulos tuvo implicaciones importantes en las posibilidades de éxito y en las consecuencias finales de la exposición a tóxicos. En algunos casos, los modos aparentemente más restrictivos se convirtieron de facto en vías de desregulación efectiva, al establecerse valores límite, demasiado permisivos, o al llegar a conclusiones que resultaban inaplicables. La regulación por el riesgo planteaba muchos interrogantes en el cálculo del coste/beneficio y la cuantificación del riesgo, pero además se caracterizaba por mostrar una mayor preocupación por la eficiencia del mercado que por la salud. La regulación por adaptación también corría el riesgo de aceptar de manera casi resignada un determinado nivel de toxicidad y no hacer frente a las causas que lo generan. Más allá de su percepción e impacto sobre unas u otras poblaciones, los agentes químicos aquí estudiados causan, y han causado dolor, ejerciendo así una violencia lenta sobre las personas, cuyos mecanismos de protesta y resistencia suelen ser limitados, invisibilizados, y siempre asimétricos con relación a los grupos hegemónicos, que requieren de toda la pericia del historiador para desenmascarar sus estrategias.

En las siguientes secciones de esta introducción presentaremos los ejemplos históricos que el lector encontrará a lo largo de este volumen. Nos centraremos primero en estudios relacionados con productos químicos de potencial toxicidad como el alcohol, el ácido cianhídrico y los compuestos de arsénico, y en su circulación a través de la sociedad. Tal y como nos mostrará el cuarto estudio incluido en esta sección, estos y otros tóxicos acabaron por regularse con el establecimiento de valores límite debatidos habitualmente en el ámbito internacional, y apropiados con intenciones diversas en ámbitos nacionales y locales. Lo productos tóxicos específicos nos llevan a continuación a espacios problemáticos, tóxicos, que podríamos calificar de enfermos, a los que nos referiremos en la segunda sección de esta introducción. Se estudian espacios generados a partir de accidentes nucleares o de vertederos de residuos urbanos, pero también de proyectos industriales especialmente contaminantes. En las minas de Riotinto y Almadén y las zonas industriales de Flix, Huelva o Puchuncaví (Chile), el poder corporativo generó, y continúa generando zonas de toxicidad irreversible, o de «sacrificio». Por otro lado, la ambigüedad ambiental del parque natural de la Albufera de Valencia y la invisibilización de buena parte de sus vertidos tóxicos nos plantea en el último estudio incluido en este libro las limitaciones que presentan determinadas formas de protección de los espacios considerados como «naturales».

Productos peligrosos

Productos químicos como los alcoholes, los compuestos cianhídricos y los derivados del arsénico, pero también el ddt y otros organoclorados, los metales pesados, los residuos lixiviados, los elementos radioactivos, los derivados del cobre, e incluso los peces muertos, los malos olores, los insectos exterminados, las plantas liberadas de determinadas plagas, los suelos contaminados, entre muchos otros, se podrían considerar como agentes «no humanos», que nos hacen reflexionar sobre el papel activo de los tóxicos en su circulación a través de la sociedad, incluso ante determinadas estrategias, no siempre exitosas, para su invisibilidad (Latour, 2005). Aunque aparentemente hablamos de productos químicos de los que podemos estudiar sus propiedades de manera fría y objetiva, de hecho, nos enfrentamos a agentes de naturaleza profundamente política, estrechamente ligados a determinados protagonistas históricos que actúan en tiempos y espacios muy concretos.

En el capítulo inicial de libro se analiza cómo, en las décadas finales del siglo xix, expertos, productores y comerciantes vitivinícolas y responsables políticos articularon discursos sobre el riesgo de las diferentes especies de alcoholes empleados en la producción de vinos y licores, que fueron muy distintos y en gran medida contrapuestos. La defensa de la salud pública se convirtió en el argumento estratégico sobre el que sustentar los intentos por frenar las importaciones masivas de alcoholes artificiales procedentes de las industrias alemanas, que habían puesto en jaque la producción y comercialización del vino español en los mercados nacionales e internacionales. Diversos expertos (químicos, farmacéuticos, médicos y agrónomos) aportaron datos y argumentos, no siempre coincidentes, que fueron difundidos en la prensa y utilizados por los representantes del sector vitivinícola y las autoridades para reclamar y elaborar una respuesta normativa favorable a sus respectivos intereses económicos y políticos. Los esfuerzos por sustentar con datos y argumentos la supuesta toxicidad específica de los alcoholes artificiales fueron acompañados por esfuerzos similares por destacar la inocuidad cuando no los beneficios del vino y sus licores, en una estrategia en la que la visibilización de un riesgo pasaba por la invisibilización de otro (Suay-Matallana, García Belmar).

La dimensión inevitablemente política —en términos de lucha por el poder y la imposición de una determinada hegemonía— del caso del alcohol, se puede extrapolar también a otros productos tóxicos. De hecho, la contaminación con ácido cianhídrico y con arsénico (como pesticidas), o más adelante el uso del ddt, nos explican probablemente mucho mejor la Restauración borbónica, el régimen de Franco o el proceso de la Transición, que una clase tradicional de historia política o social. Los campesinos que fumigaban campos con ácido cianhídrico en las primeras décadas del siglo xx se vieron, por ejemplo, claramente perjudicados por una administración que primaba a la industria en determinadas políticas de salud laboral y descuidaba el mundo agrario y las clases populares rurales, que eran mucho más invisibles. Se trataba en el fondo de una violencia lenta que se extendió a buena parte del siglo xx, tal y como evidencia el sufrimiento de los campesinos que han convivido con pesticidas en el campo español. Un sufrimiento que se combinaba con ambiciosas campañas de publicidad, que alentaban el uso masivo, por ejemplo, del peligroso ácido cianhídrico. Así, los documentales de Leandro Navarro, los manuales de fumigación dirigidos a capataces o los artículos en la prensa constituían un arsenal para la invisibilización del riesgo en el mundo rural de los inicios del siglo xx (Guillem-Llobat).

La simple asociación de las plagas de insectos perjudiciales para la agricultura con las «plagas de rojos o marxistas» y la eficacia de los pesticidas, en particular, los compuestos de arsénico destinados a combatir la plaga del escarabajo de la patata, con el establecimiento de hecho de un nuevo orden social, constituyen ejemplos paradigmáticos de la simbiosis entre lo natural, lo sintético (o artificial) y lo social, y nos invitan a trazar, con mirada crítica, el itinerario de los tóxicos a través de una determinada sociedad. En contextos autoritarios, como la dictadura de Franco, la toxicidad sufrida por los campesinos reforzaba de manera explícita la propia represión social y política, como si se tratara de un fenómeno estructural. Los derivados del arsénico se convierten así en una especie de organismos sociotecnológicos, preciados desde la divulgación agraria de las élites y las campañas patrióticas y autárquicas del régimen, pero de nuevo dramáticos venenos de facto para la población rural (Bertomeu-Sánchez).

A pesar de los reiterados intentos de presentar la contaminación, la toxicidad y el conflicto ambiental como una cuestión «técnica» o «tecnocrática», reservada a los expertos y a las decisiones de las administraciones públicas, no es posible esconder su profunda dimensión política. La historia ambiental, la ecología política y la economía ecológica han mostrado de manera evidente en las últimas décadas cómo determinadas estructuras de poder, de dominación y explotación se esconden detrás de la circulación de los productos tóxicos, así como el alto precio social y económico de la contaminación y la degradación de recursos naturales que pagan las clases más desfavorecidas (Martínez Alier, 2019).

908,75 ₽
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440 стр. 17 иллюстраций
ISBN:
9788498889758
Издатель:
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Bookwire
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