Читать книгу: «Damnare silentium»

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© del texto: Adrián Misichevici-Carp

© con ayuda de Tania Ayelén Sejudo

© Texto original en Rumano

© diseño de cubierta: Johnier Alberto Bermúdez

© corrección del texto: Equipo Mirahadas

© de esta edición:

Editorial Mirahadas, 2021

Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,

41018, Sevilla

Tlfns: 912.665.684

info@mirahadas.com

www.mirahadas.com

Producción del ePub: booqlab

Primera edición: noviembre, 2021

ISBN: 978-84-18996-66-5

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»


Quiero agradecerle a Tania Ayelén Sejudo Pérez, por confiarme la historia de Emma y por toda su ayuda para que este proyecto vea la luz. Espero con ansias la novela que va seguir a “Damnare silentium” y comienza al final de esta. (Argentina 1998).

También quiero agradecerle a mi esposa por todo su apoyo.

Índice

(Silencio maldito) prólogo

Cartas

La partida

El hijo de Jacob

El matrimonio

La juventud hitleriana

El alistamiento

El nido de los cuervos

Fin de curso

Deambulaciones

Los estudiantes de la Biblia

El poder de la manada

Bergen Belsen; el principio del fin

Tenemos la misma sangre

Tan cerca y tan lejos

El encuentro

«Mi mundo»

Los últimos meses

Abril 1945

Notas

(SILENCIO MALDITO)
PRÓLOGO

Me despierto cada mañana sabiendo que un día duro me espera, esto sucede desde que tengo uso de razón y supongo que así será el resto de mi vida. Esta es mi normalidad, no voy a decir que me sea fácil o que la disfrute todo el tiempo, pero la acepto e intento disfrutar esos momentos que son más felices que otros. Pero no siempre fue así, cuando era joven creía que mi vida era la más difícil de todas las que conocía y solía lamentarme en mis pocos ratos libres hasta que ella me dejó conocerla realmente.

Emma fue valiente hasta el último de sus días, en el ocaso de su vida contó su historia para aliviar el alma cansada de una persona en la que se veía reflejada, marcó la vida de una joven quien, como ella, rompía los esquemas de su familia.

Durante mi infancia solía mirar su casa, se veía como un lugar de paz, con su césped bien cortado, su banco bajo el árbol en el que solía sentarse a la sombra, desde donde me saludaba cuando yo pasaba de camino a mi casa que me esperaba con un caos asegurado. Envidiaba la tranquilidad de su vida y deseaba ser ella en ese momento.

En un barrio donde todos provenimos de Europa, pero nadie cuenta el motivo de su llegada, ella fracturó las creencias preconcebidas (luego terminé entendiendo que lo había hecho toda su vida). Marcó mi vida, tanto que le di a mi hija su nombre. Hay un antes y un después de ella.

Esta es su historia, merece la pena conocerla... merece la pena contarla. A Emma y a esas mujeres que pasaron por mi vida demostrando el verdadero significado de la palabra valentía, a las que han sido mi familia por opción, maestras de vocación y amigas por decisión, gracias.

Tania Ayelen Sejudo Pérez

Me gustaría decir que escribir este libro ha sido una empresa agradable; pero no lo ha sido ni un solo momento en los dos años que me ha llevado terminarlo.

Philip Zimbardo. El efecto Lucifer.

Más o menos, lo mismo pasó con mi novela. En abril de 20191 conocí la historia de Emma, una biografía que me dio un fuerte impulso para adentrarme en el período más terrible de la humanidad. Una era de la que me mantuve alejado durante mucho tiempo, como si no quisiera creer que existió. Empecé a buscar información muy activo, y cuando saqué la Crónica del holocausto de la biblioteca, mi vida ya no ha vuelto ser la misma. Setecientas páginas de horribles asesinatos convirtieron mi sueño tranquilo en uno inquieto. Comencé a darme cuenta de que estamos obligados a no cerrar los ojos ante estos hechos, a no escondernos de ellos, porque tenemos el gran talento para olvidar la historia y repetirla. Al mismo tiempo, entendí que no solo los alemanes han sido los culpables de aquellos terribles hechos, sino todos aquellos que pudieron echar una mano y no lo hicieron. Solo si la conferencia de Evian hubiera tenido otro resultado, además de muchas charlas, se podría haber salvado mucha gente; la pasividad de todos empeoró la situación.

A través de este libro pretendía contarle al mundo la historia de una chica alemana, con una vida nada envidiable. Además de ella, traté de sacar de los estantes de la historia también otros terribles ejemplos, especialmente para aquellos como yo, que evitaron este período. Es muy difícil, pero estamos obligados a no olvidarlos y a no repetirlos, a recordar adónde nos puede llevar el odio.

Si durante la lectura, además de una creciente tristeza, aparecerán y aquellas preguntas que me las hice yo, consideraré que he alcanzado mi meta.

Adrián Misichevici-Carp

CARTAS...

En el fondo, toda religión es una religión de amor para sus fieles y, en cambio, cruel e intolerante para aquellos que no la reconocen2.

S. Freud. Psicología de las masas.

Era una noche fría de noviembre en 1938. El aire húmedo y frío penetraba hasta los huesos de los pocos transeúntes que se escondían apresuradamente en sus cuevas artificiales. La luna, como una linterna sucia y símbolo del amor eterno, aparecía de vez en cuando entre las nubes. Su rostro pálido y lleno de manchas de un morado enfermo, ahora, como hace miles de años, miraba impasible y fría las atrocidades humanas. Si tuviera lógica alguna, no la encontraría en lo que estaba sucediendo allí abajo; la gente continuaba odiándose y matándose en su lucha por una supremacía inventada. Para demostrarse el uno al otro quién es el más preponderante, utilizaban los argumentos más ridículos, así como: la raza, la sangre, la religión, el idioma, la ascendencia, la forma de la nariz, el color de los ojos o del cabello, etc. Lo hacían durante miles de años, engullidos por la esfera de la historia que ellos mismos habían construido, de la que no querían salir para nada. En otras palabras, hacían un trabajo sisifico: pisando todas las mañanas el mismo rastrillo. Cada generación se llamaba a sí misma más civilizada que la anterior, sin darse cuenta de que no había ganado nada en comportamiento; eran iguales o incluso peores, porque en las guerras modernas no morían miles, sino millones. Continuaban rompiéndose las cabezas unos a otros, pero modernizando continuamente sus armas. Desde Caín y Abel en adelante, nada nuevo: el mismo odio fraterno indómito...

Emma Muller, era el único ser que rompía el silencio asfáltico con sus pasos apresurados. Algún tiempo atrás, había atravesado algunos charcos con profundidades impredecibles y sentía los pies escabechados y endurecidos de frío. Un flis-flis que salía de sus zapatos a cada paso la habría molestado hasta la médula en un día normal. Pero ahora estaba feliz, muy feliz; estaba segura, de que pronto terminarían todos los problemas. Ella y David tenían planificada una nueva vida: lejos de la Alemania de Hitler, donde solo tenían lugar los rubios y sus fanáticos.

Cuando llegó a casa, se levantó sobre las puntas de los dedos y pasó rápidamente a su habitación, donde después de cambiarse de ropa, se acostó en la cama. Se sentía poseída por una energía desconocida, una alegría extraña e incomprensible porque no venía de lo material. La impresión de una fuerza sobrenatural le hizo pensar que no iba a poder dormir en toda la noche, y el deseo de confesarle a alguien todo lo sucedido, se volvía insoportable. El único que sabía escucharla y al que le habría contado todo, era su padre, que ahora dormía sentado en una silla de la cocina, con la cabeza encima de la mesa y con la mano aferrada a una botella volcada de shnaps. Desde que lo trajeron herido del frente de la Gran Guerra, ya no era el mismo, y después de la crisis de 1924 entró del todo en el mundo del falso mejoramiento del alcohol. A su madre no podía decírselo, porque hacía mucho tiempo que no hablaban como amigas. Esta, hasta cierto punto, apoyaba la política del Führer. Según lo que decía el padre cuando se mareaba, era: «la única de la casa que puede cambiar la Biblia con la Lucha del poseído y viceversa».

Soñaba con los ojos abiertos; planeaba un futuro lleno de alegría, puro y hermoso. De repente, se le ocurrió una idea. Abrió el cajón de la mesita de noche, de donde sacó una hermosa libreta envuelta en cuero; la había recibido como regalo hace unos años y en la que todavía le costaba empezar un diario. Estaba sentada en la cama, con la punta del lápiz entre sus labios y el cuaderno en las rodillas. Sus pensamientos volaban caóticamente y no podía captar ninguno para comenzar. En la primera página escribió en mayúsculas: CARTAS PARA LOS NIÑOS. Borró «los niños» y escribió al lado, con las mismas letras caligráficas: EL FUTURO.

Este comportamiento primitivo, de querer compartir con alguien los sentimientos más profundos, buenos o malos, de euforia o desastre interior, nos persigue todo el tiempo. Ya sea Dios, un pariente, un amigo, un sirviente de la Iglesia, un psicólogo, un animal o simplemente una hoja de papel, simplemente necesitamos a alguien a quien descargar nuestros sentimientos internos que, de no ver la luz, triturarían nuestra alma. Siempre estamos esperando una respuesta que nos anime en nuestros sueños, pero muchas veces, esta nos devuelve a la tierra, nos lleva a la verdad. Visto desde otra perspectiva, tiene el poder de destruir los muros falsos que hemos construido nosotros mismos. En ausencia del oyente de confianza, un lápiz y una hoja pueden reemplazarlo. Parece que, al releer las notas, repasamos con la mente más fría nuestra explosión interior, revivimos el momento en una dirección diferente, y cuando iniciamos la confesión, dejamos algunas de las dificultades en el papel.

Emma estaba en la cama y quería traspasar el flujo de su conciencia sobre el papel, pero como nunca lo había hecho antes, no sabía por dónde ni con qué empezar. Luchó con sus ideas durante unos minutos, después de lo cual, se dio cuenta que el diario es algo personal, y puede traspasar sus preocupaciones sobre el papel como quiere ella misma, sin grandes exageraciones de escritor. Empezó...

CARTAS PARA EL FUTURO

¡Dios, estoy tan feliz! Parece que, al final, habrá cambios para mejor en mi vida y en la de David. Vislumbro una luz tenue al final del túnel. Nos falta un día más y nos vamos de este país de fanáticos locos. Nos casaremos en la primera religión que nos reciba e intentaremos olvidar esta terrible pesadilla por la que pasamos. ¿De verdad es importante para ti en qué iglesia oramos, siempre que seamos sinceros? ¡No lo creo! Este hábito de demostrar todo tipo de supremacías, solo la tenemos nosotros, los humanos. Por culpa de ellos, Señor, de los que se creen una raza superior, debemos huir de nuestro país.

¿Y si alguien encuentra mi diario antes de salir de Alemania? ¡Estamos perdidos! ¿Significará esto que nuestros planes han fracasado, o todavía tendremos alguna oportunidad? En el mejor de los casos, (tú, aquel, alguien) puedes seguir siendo mi cómplice silencioso, o para protegerte, chivarte de mí al sistema, considerándome su enemiga. Si hicieras esto último, tendrás razón. Lo odio con todo mi corazón, y David, igual está destinado a la perdición en este régimen despótico. Tal como están las cosas, no veo ningún rayo de esperanza. Así que, «querido» amigo (la ausencia o la presencia de las comillas, depende completamente de ti) en busca de un futuro mejor, necesitamos salir de aquí lo antes posible.

¿De qué me acusarían estos servidores del nuevo orden? ¿Que amo a un enemigo del pueblo alemán, un «parásito», que nos odia de todo corazón y trata de destruirnos, desde la más vieja antigüedad? ¿Que encontré mi felicidad en algo estrictamente prohibido por un paranoico, seguido por una multitud aún más loca? ¿Violé, la llamada ley para la protección de la sangre y el honor alemán? ¡Dios, qué estúpido y falso suena! ¿Qué pueden tener en común la sangre y la ciudadanía? David, el pobre, me ama tanto a mí como a este país que lo margina cada vez más. Donde ya no cabe él, tampoco me detengo yo...

Sí, tú, el que encontrará mi diario, decides ser mi amigo, conoce por lo que he pasado y saca tus propias conclusiones. Si decides lo contrario, que sepas que odio a todos los nazis (incluyéndote a ti) y amo a un judío. Sí, amo a un «enemigo» del pueblo y por eso me «merezco» que me dispares, con picardía, junto a un muro agujerado por balas, lleno de historias tristes, como la que ahora escribo.

¡Si nuestra huida falla, ni siquiera sé qué hacer! Lo que sé es que estoy cansada de vivir en este miedo impuesto. Me pregunto, ¿por qué soy tan pesimista?

¡Futuro, te dejo un poco de información sobre mi pasado! Nací el 21 de marzo 1919 en esta ciudad alemana, en una familia una vez feliz (antes de la Gran Guerra, es decir, antes de mi nacimiento). Unos meses después de mi llegada a este mundo, el 28 de junio de 1919, se firmó el Tratado de Versalles. Un jaque mate de varios países contra nosotros. Un tratado devastador para el pueblo, que lo obligaba pagar una gran compensación a los aliados. Querían 1 132 000 marcos de oro, y nos declaraban culpables de todas las atrocidades de la guerra. Encontraron a su chivo expiatorio. Que sepas que no se conformaron solamente con el oro, recibían de todo, desde: vagones de tren, locomotoras, barcos, caballos, vacas, ovejas, hasta nuestro último abrigo. Está claro que yo no me acuerdo de todo esto, lo aprendí: en la escuela, de los mayores, de los libros y los periódicos y de lo que me lo contó mi padre. Hasta el momento del tratado, Alemania estaba de rodillas, y después de él, la pusieron con la cara en el barro, bajo un pesado zapato en la nuca. Por ejemplo: en 1923 ibas a por una barra de pan por la mañana y pagabas 7000 marcos, por la tarde la comprabas por 140 000 marcos y al día siguiente pagabas el millón. Mientras hacías cola, los productos podían subir de precio unas cuantas veces. El pueblo estaba sufriendo terriblemente y mi familia tampoco se encontraba mejor.

Mi padre luchó los dos primeros años en el frente, hasta que a fines de 1916 lo trajeron herido y con inicio de gangrena, en una pierna. No demoraron en cortársela, volviendo un poco a la vida, solo después que yo naciera. Aunque esta chispa de responsabilidad no duró mucho, volviendo a encontrar la paz en la botella. Hacia 1924, con la culminación de la crisis económica en nuestro país, tuvieron que vender la casa donde nací. Una grande, ubicada en pleno centro. La misma suerte corrieron todas las tierras agrícolas, que estaban en nuestra posesión. Compraron esta casa tranquila al borde de la llamada civilización. Mi padre era el que peor la llevaba, no podía salir del pasado glorioso. Se sentía impotente y una boca extra en la familia. La pensión de los veteranos se redujo a nada y el dinero que quedaba de la casa y la tierra vendida, pronto dejó de tener valor. En 1928, empezó la recuperación y mi padre, junto con el país que comenzaba a salir de una crisis impuesta. Entonces, nos hicimos muy buenos amigos.

Inmediatamente después del final de la guerra, los verdaderos culpables comenzaron a buscar chivos expiatorios de todas las desgracias del pueblo alemán. Fueron acusados de alta traición: los judíos (todos, desde los más jóvenes hasta los más mayores), los socialdemócratas y los empresarios. Luego, lento pero seguro casi toda la culpa pasó a los judíos, especialmente con la ayuda de la actual dirección nacionalsocialista. Lo peor es que la mayoría se lo creyeron y lo siguen creyendo, especialmente lo que concierne a los judíos. Pocos son los que piensan como mi padre que dice: «un hombre que realmente conoce al menos un judío, no puede creer tal cosa»...

Dejó cuidadosamente el diario y el lápiz sobre la cama y enseguida abrió el cajón de la mesita de noche, de donde sacó una pila de papeles, la mayoría de ellos cortados de periódicos. Desde que estaba enamorada de David, ha tratado de reunir la mayor cantidad de evidencia del odio del pueblo alemán hacia el pueblo judío: «Cuando esto termine y vivamos todos en paz y armonía, mostraré a nuestros hijos por lo que debía pasar su padre. Este adoctrinamiento absurdo del pueblo alemán, como dice mi padre, no puede durar mucho, se despertará de una vez y será muy doloroso por todos aquellos que lo alimentan con mentiras y lo incitan al odio». Se lo decía Emma, cada vez que cortaba frases antisemitas, de diversas fuentes de propaganda nazi. Creía sinceramente que este odio no iba durar mucho.

Eligió algunas citas de la pila de papeles, solo aquellas de hasta 1933, y pensó: «Las pegaré en mi diario, para el futuro». Comenzó con uno de 1918:

«Ahora nos gobierna nuestro enemigo mortal: Judas. Todavía no sabemos cómo terminará este caos, pero podemos adivinarlo. Vendrán tiempos de huidas, de grandes penalidades, ¡tiempos de peligro! Todos nosotros, los que estamos en esta lucha, corremos peligro, porque el enemigo nos odia con el odio infinito de raza judía. Es la hora del “ojo por ojo y diente por diente”3». Rudolf von Sebottendorff, 1918.

El odio infinito es nuestro, del pueblo alemán, y lo llevamos dentro desde los tiempos más antiguos. Aproximadamente desde que nos llamamos civilizados y nos reunimos en las iglesias, reanudó su escritura Emma. Desde que tengo memoria, en la iglesia se nos dice que el pueblo judío es culpable de la muerte de Jesús. Repiten y repiten lo mismo, sin cansarse nunca. ¿Es decir que mi David, el que no mata una mosca, es culpable de crímenes cometidos hace miles de años por quién sabe quién?... Igualmente, con todo el pueblo judío, ¿cuál es su culpa? El mayor enemigo del pueblo de David es el poder actual liderado por Hitler. Este último no se avergüenza en absoluto de acusarlos de todas las desgracias del mundo, por todos los medios posibles: «Hay que impedir que el judío socave nuestro Volk, si es necesario, confinando a sus instigadores en campos de concentración. En suma: hay que limpiar de veneno el Volk, de arriba abajo4». Hitler, marzo 1921, periódico Volkischer Beobachter.

Este hombre desalmado no ama a nadie y se venga de los judíos. Llama toda la atención hacia ellos, para que no veamos sus verdaderos planes. El pueblo alemán se queda en silencio, o aún peor, lo está ayudando. De su libro, publicado en 1925, si eliminamos el odio del pueblo de David, no queda casi nada. Es solo una aversión a todo lo que no sea «puramente alemán» y especialmente a los judíos, que, como dije antes, son acusados de todos los problemas de la humanidad. A mi madre, como a muchos de los alemanes, este libro reemplazó la Biblia. ¿No se dan cuenta que está loco de atar y que se cree la diestra del Señor? Cree que nos está haciendo un favor, que nos está ayudando a sobrevivir a una batalla imaginaria.

«De débil ciudadano del mundo, que era, me convertí en un fanático antisemita». O: «La naturaleza eterna sabe vengar en forma inexorable cualquier usurpación de sus dominios. De aquí que yo me crea en el deber de obrar en el sentido del Todopoderoso Creador; al combatir a los judíos, cumplo la tarea del Señor»5. Mein Kampf.

¡Dios, qué loco está!... y mi madre... ¿Qué puedo hacer?... ¡Es mi madre!...

En aquel momento, una lágrima cayó sobre la palabra judíos. Quiso borrarla rápidamente, pero solo logró convertir la palabra en una mancha gris de la que no se entendía nada. Se quedó helada, miraba la mancha con los ojos llenos de lágrimas e, involuntariamente, se estremeció al pensar en el futuro. Por un momento lo vio como aquel sucio rastro en la hoja de papel: feo, incomprensible y terrible, para nada como se imaginaba en sus sueños. A la realidad la devolvió el reloj: dio las 00:00. Secó sus ojos, dejó caer el diario y el lápiz, se arrodilló pegada a la cama, juntó las palmas de las manos y murmuró una oración, como los marineros que se preparan para salir al mar. Cuando se calmó un poco, volvió a la escritura:

En unas horas huiremos de este país y construiremos nuestro futuro como dos personas normales. Dos personas que se aman independientemente de su: raza, religión, idioma y otras fronteras inventadas. Inicialmente queríamos huir a Polonia, al tío de David, pero hay todo tipo de rumores terribles sobre la situación de allí. Al final elegimos Holanda, donde vive mi tía. Por supuesto no le dije nada, si nos ayuda, bien, si no, nos arreglaremos...

¿Te aburrí con mis lamentos de chica enamorada? ¡Que sepas que no es fácil amar cuando te lo prohíbe hasta la ley! ¡Bueno! Volveré a la autobiografía. En 1935, cumplí dieciséis años y solo dos años después de que se estableciera el nuevo régimen, mi madre y yo tuvimos que buscar trabajo. Mi madre trabajaba desde casa, era costurera. Yo estaba lejos de este arte, así que tuve que buscar otra cosa. Finalmente conseguí un trabajo en un café, en la zona industrial de nuestro pueblo, con la ayuda de un conocido de un conocido de mi padre.

Éramos frecuentados por los trabajadores de las fábricas y los almacenes de la zona. En aquellos tiempos terribles, era un trabajo bastante monótono, todos los días la misma gente, las mismas bebidas y casi las mismas conversaciones. El primer año pasó desapercibido.

En 1936 empecé a interesarme por una mesa en particular. Me atraía cada vez más. Era la mesa de los zapateros, así la llamaba porque eran los trabajadores de la pequeña fábrica de zapatos dirigida por su jefe Jacob. Este era un hombre serio y muy amable al mismo tiempo. Lo conocían y lo respetaban todos los que frecuentaban nuestro café. Incluso la mayoría de los habitantes hablaban muy bien él. Si por casualidad entraba en el bar mientras las discusiones, de los de adentro, tocaban el tema del judaísmo, la discusión cambiaba de inmediato. Y si, calentado por el vapor del alcohol, alguien todavía seguía hablando de los judíos frente a él, inmediatamente se disculpaba: «Disculpa Jacob, tú eres normal, no tenemos nada en tu contra, estamos hablando del judaísmo internacional. De los que intentan destruir nuestro país».

¿Por qué esta mesa especialmente me atraía? Porque de vez en cuando, con Jacob, venía su hijo David. Después de todas las prohibiciones contra ellos, no le quedaba otra opción que aprender el oficio de su padre.

Cada vez que me acercaba a su mesa, sentía cómo se me subía la sangre a las mejillas. Mis mejillas rojas me delataban y me empezaban a temblar las manos, en las cuales las tazas de café bailaban caóticamente. Hice todo lo posible para no esparcirlos por el suelo, ¡pero nada! Un día, con mucho esfuerzo, llegué a la mesa con tres tazas de café. Nada más sencillo: el me miró, y yo, toda emocionada, las esparcí por el suelo. Me quedé como una piedra, no sabía qué hacer, solo deseaba tener el don de desaparecer. Me salvó David. Era la primera vez que me hablaba como persona, no como cliente: «Yo voy a recoger los fragmentos, usted busque un trapo para limpiar el café del suelo». Nunca hubiera imaginado que necesitaríamos una situación tan estúpida para hablarnos por primera vez. Estaba tan feliz y ni siquiera sabía por qué. Estábamos recogiendo fragmentos del suelo... Después del incidente, retomó su tono diario: una sonrisa educada cuando me acercaba a su mesa y nada más. El tiempo pasaba y su grupo disminuía continuamente. De los ocho, quedaron solamente tres: David y Jacob, acompañados por Oliver, uno de los pocos trabajadores «alemanes» que no pasaba del lado de los nazis y todavía aparecía en nuestro café. También fue el último valiente que quedaba en la pequeña fábrica de zapatos de Jacob.

Aquí tengo que hacer un pequeño paréntesis y recordarte que con la llegada al poder de los nacionalsocialistas (NS), la vida de los judíos en Alemania se volvía cada vez más difícil. Por ejemplo, una vez llegados al poder, empezaron a lanzar leyes cada vez más absurdas. Si el 30 de enero de 1933 Hitler asumió el mando del Estado alemán, en abril (que yo sepa) comenzaron a aparecer restricciones contra los judíos. Se les prohibió el ritual de la carne, el número total de estudiantes judíos no podía superar el 5 %, a los médicos judíos se les prohibió entrar en los hospitales estatales, se les prohibió sacar licencias para las farmacias, se les excluyó a todos de las asociaciones deportivas, los abogados eran muy limitados en sus movimientos, etc. Lo peor era que nuestro pueblo no era mejor que sus líderes. Las humillaciones públicas estaban a la orden del día. He oído casos en los que a los judíos ortodoxos se les cortaban las barbas en plena calle, y a las mujeres se les obligaba limpiar las calles con su ropa interior... Y después de todo esto nos llamamos civilizados.

Los camisas pardas, esta herramienta del diablo, no tienen ningún sentimiento humano. Aparte del odio por todo lo judío, ya sea anciano, mujer o niño, no saben nada. Nuestro pueblo los imita cada vez más. Azotar a una persona en la calle, solo porque es judío, se ha convertido en algo normal. Fui testigo el año pasado en Berlín, cuando llevé a mi padre a un médico. Un ciudadano tenía que recibir 50 latigazos por ser comunista y otros 50 por ser judío. Se desmayó el pobre después de los 30. Lo dejaron así inconsciente y extendido en la calle. Los niños del lugar le tiraban piedras, ante la orgullosa mirada de los padres. No pude dormir en toda la noche. ¡Dios, cuánto lloré! Lloraba y oraba por aquel pobre hombre y por todos los que corrían su misma suerte.

En septiembre del 33 se intensificaron las restricciones. Están excluidos de la prensa, el arte, la literatura, la música, así como de la profesión de agricultor, etc. ¡No tengo ni idea cómo resistió Jacob tanto tiempo!

Un día, mientras pagaba la consumición, Jacob me sonrió amablemente y me dijo: «Emma, cuídate mucho y gracias por todo. Para que no os traigamos problemas, no volveremos por aquí, ¡buen día!». Se dio la vuelta y se acercó a su hijo, que le estaba esperando junto a la puerta. David le abrió cordialmente la puerta y antes de irse, echó una última mirada hacia atrás. Nunca olvidaré aquel momento; nuestras miradas se encontraron. Durante unos segundos experimenté una sensación extraña, desconocida hasta entonces. He tocado un mundo sin sufrimientos inventados, un mundo buscado por los yoguis a través de largas meditaciones, un mundo interior fantásticamente hermoso. ¡Cómo y por qué, yo no puedo explicártelo! Te lo diré así: me tocó un ángel. A la dura realidad nos devolvieron: a mí los clientes impacientes y a David le despertó Jacob, quien aparentemente le llamó por su nombre varias veces.

Siguieron días de total decepción. Jacob no entraba más, así que David tampoco. Las discusiones políticas, de nuestro café, se intensificaban con cada día que pasaba. Algunos participantes, de los que no tenían opiniones «correctas» desaparecían. ¡Sí, estaban desapareciendo! Se dice que incluso fueron sacados de casa, en medio de la noche, por las «fuerzas del mal». Algunos regresaban sin personalidad, silenciosos y con la mirada en el suelo, y otros se disolvían sin dejar rastro alguno. Un amigo de mi padre fue sacado de casa, acusado de traicionar a su pueblo y no se sabe nada más de él. La esposa, en busca de la verdad, fue enviada de un tribunal a otro, y así durante varios meses. Sin embargo, no se acercó ningún paso hacia la verdad.

Yo me estaba poniendo cada vez más triste. No le podía ver a David en absoluto y ni siquiera podía buscarlo. En primer lugar, todavía éramos desconocidos; no nos acercamos más que algunas miradas fugaces. En segundo lugar y lo más importante, cualquier relación entre un «ario» y un judío estaba totalmente prohibida, desde el 15 de septiembre de 1935, por las leyes aprobadas en Nuremberg. Nos habríamos comprometido sin ningún sentido. Debo decir que, al aprobar esas leyes, nuestros líderes se han empeñado oficialmente en proteger sus intereses raciales y la marginación aún mayor de los judíos. Aprobaron dos leyes: la ley sobre la ciudadanía del Reich y la ley sobre la protección de la sangre y el honor alemán. Decidieron quién puede ser ciudadano alemán y quién no: la primera condición siendo la sangre (por supuesto, solo alemana) y la segunda, la lealtad al Reich. Dos cosas totalmente diferentes, pero si no eres leal a Hitler, tu sangre tampoco ayuda. Con la segunda ley, hicieron esfuerzos para asegurar la eternidad y la pureza de la raza germánica. Es decir, prohibieron las relaciones entre los «arrianos» y especialmente los judíos. El 14 de noviembre agregaron el primer decreto a la ley de ciudadanía del Reich: se hizo la clasificación legal, quién es judío y quién no. Después de eso, a los culpables se les dividieron en tres categorías: judíos plenos, mischlinge de primera y de segunda clase...

1936 fue el año en que me enamoré y el año de los Juegos Olímpicos en nuestro país. Los líderes políticos dirigieron casi todas las fuerzas en otra parte, tratando de enmascarar su gran odio por todo. Nosotros, la población, recibimos uno de los roles principales. Tuvimos que mostrar a los extranjeros lo felices que éramos, que bien estaba nuestro país bajo el liderazgo del Führer. Nos pusimos todos nuestras máscaras de alegría y a «pedido» de la dirección, aminoramos un poco la propaganda antijudía: de la radio, de los periódicos y sobre todo de las calles principales. Ya no aparecían los carteles o las frases escritas, sobre negocios judíos, así como: Sara, empaca tus maletas, eres un judío maldito, repugnante, mata a los judíos, lárgate de aquí, judío, etc. El ambiente era igual de falso, pero un poco más agradable. Las secuelas de este evento no tardaron en llegar a mi vida.

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9788418996665
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