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CHILE 73

MEMORIA, IMPACTOS Y PERSPECTIVAS

CHILE 73

MEMORIA, IMPACTOS Y PERSPECTIVAS

Joan del Alcàzar y Esteban Valenzuela, eds.

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto, los autores, 2013

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2013

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es publicacions@uv.es

Fotografía de la cubierta: © Camilo Jara, 2013

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

ISBN: 978-84-370-9331-4

Edición digital

ÍNDICE

Prólogo

Introducción: El impacto y la re-lectura permanente del 73 Chileno .

El esquivo Bloque por los Cambios del siglo XX: Frente Popular, Frente de Acción Popular (FRAP), Unidad Popular (UP) y Concertación

Tomás Moulian, Sergio Valdés y Esteban Valenzuela

El impacto del 73 chileno en el debate político de la izquierda internacional

Joan del Alcàzar

¿Es la actual democracia de mejor calidad que la que existió antes de 1973? La democracia semisoberana, cuarenta años después del golpe de estado

Carlos Huneeus y Rodrigo Cuevas

Aciertos e «innovaciones» de la UP, aquello que perdura

Esteban Valenzuela y Guillermo Marín

El dilema epistemológico tras el golpe: miedo a la utopía o vigencia del sueño socialistab

Pablo Salvat y Natacha Romero

Las divergentes «lecturas» socialistas del 73. De Altamirano a Bachelet. La Unidad Popular: un pasado siempre presente entre los socialistas chilenos

Édison Ortiz

Superando el sesgo de la «primacía de los factores internos»: La Unidad Popular a la luz de las constricciones del sistema-mundo capitalista

Luis Garrido

Geomemorias del 73: mapas de las violaciones de los derechos humanos

Manuel Fuenzalida, Esteban Valenzuela, Paulo Contreras y Felipe Zúñiga

Pinochet vs. Allende, imágenes para la juventud del siglo XXI

Joan del Alcàzar y Berta Rodrigo

Autores

PRÓLOGO

La victoria de la Unidad Popular (UP) generó una gran ilusión en Chile, en toda Latinoamérica y también en España. Todo lo contrario sucedió con el golpe de Estado de septiembre de 1973, que liquidaría la democracia chilena, remitiría al terreno de la utopía el sueño de una nueva vía al socialismo y constituiría un auténtico trauma. De nuevo, por supuesto, y con las más terribles consecuencias para los chilenos, pero también para el conjunto de la humanidad democrática y progresista. Y de nuevo, también, para la España que luchaba por la reconquista de la libertad.

Mucho han cambiado las cosas en el mundo y particularmente en España y Chile en los últimos cuarenta años. Ambos países recuperarían la libertad y lo harían desde el protagonismo indiscutible –por más que muchos se empeñen en discutirlo– de sus pueblos. Hubo después, y entre tanto, nuevos países que recuperaron la democracia, hasta el punto de que esta, la democracia, aparece como una forma de gobierno consolidada y generalizada como no lo había estado nunca en la historia de la humanidad. No en todas partes, desde luego, pero sí en las suficientes para que se tienda a considerar todo esto como un dato de hecho, algo así como un proceso poco menos que predeterminado y al que todos, cada uno a su modo, habrían contribuido.

Todos demócratas, pues, ahora, y todos, digámoslo así, demócratas retrospectivos. No es de extrañar en consecuencia que a lo largo de las últimas décadas hayan surgido narrativas legitimadoras y justificativas respecto de actitudes que en el pasado no siempre fueron democráticas ni caminaban hacia la democracia. Y ello tanto en el plano internacional como en el de las distintas sociedades que hubieron de superar experiencias especialmente traumáticas.

En el plano internacional, desde luego, y conviene detenerse un tanto en ello. No hace falta que nos remitamos a construcciones tan idílicas como ya periclitadas a lo Fukuyama sobre el «fin de la historia». Pero sí conviene retener que hay otras más vigentes y operativas, como la famosa teoría de la «tercera ola» de Samuel Huntington. Toda una construcción ideológica, en apariencia neutra, objetiva y científica, a mayor gloria de la contribución de los EE. UU. de América a esa oleada democrática. Porque ni hubo ola ni ese fue el papel de la gran potencia hegemónica. Recordemos: la democracia cae en Chile en 1973 con la «colaboración» norteamericana; se recupera en Portugal en 1974 con una revolución, la de los «claveles», que encuentra la más hostil de las recepciones en esa misma potencia; cae en Argentina un año más tarde, y se recupera en España en 1977 sin que el pueblo español tenga absolutamente nada que agradecer al «amigo americano». Curiosa «ola», desde luego.

Podría pensarse que todo esto tiene poco que ver con otro tipo de narrativas como las que se producen en el plano interno en las sociedades postdictatoriales. Pero no es así. Primero, porque las visiones retrospectivas y legitimadoras se dan en todos los planos. Segundo, porque obedecen en todos ellos a un propósito de tergiversar, negar y hacer olvidar el pasado. Tercero, porque tienden a enlazar con sesudas construcciones, según las cuales las conquistas de la democracia obedecieron a casi todo –contexto internacional, «modernización», élites especialmente clarividentes...– antes que al protagonismo popular. cuarto, porque todo esto confluye en una gran narrativa según la cual este es el mejor de los mundos posibles, siempre y cuando, naturalmente, nadie lo altere adoptando posiciones, actitudes o políticas que desafíen el patrón de la «verdadera democracia», imaginando otros futuros o empeñándose en reabrir «viejas heridas».

No es otro el problema de la memoria histórica. En Chile, como en España, la batalla por la «memoria histórica» se libra desde presupuestos muy similares. Por una parte, están quienes, en nombre de la verdad y la justicia, apelan a la necesidad de realizar el necesario trabajo de memoria para reivindicar a las víctimas, recordar que la democracia no es un dato de hecho, «natural», y constatar que toda legitimación de la democracia debe pasar por la más completa, abierta, explícita y frontal ruptura con todo pasado dictatorial; hay quienes consideran, en suma, que desde la negación o tergiversación del pasado no se puede conformar una ciudadanía democrática, no se puede construir el futuro. Por otra parte, al otro lado, están aquellos que consideran que todo esto es un empeño inútil, más obsesionado por el pasado que abierto al futuro, a veces incluso «revanchista», peligroso siempre en tanto que reabre viejas heridas y perjudica a la convivencia. Y no faltan, por supuesto, quienes no encuentran mejor modo de combatir los movimientos por la «memoria histórica» que el de sacar a colación todos los errores y, presuntas o no, irresponsabilidades, que tuvieron lugar en aquellas experiencias democráticas –como el Chile de la UP o la España republicana– que fueron segadas por las sucesivas dictaduras.

¿Cuál es el papel del historiador y del científico social en todo esto? No falta quien contrapone en términos absolutos «memoria» e «historia». Y, efectivamente, no nos extenderemos en esto, no son lo mismo, pero tampoco compartimentos estancos. Porque la historia, o mejor, la historiografía, juega un papel esencial en la construcción de la/s memoria/s, sean estas del signo que sean; porque la historia tiene en la «memoria» una de sus fuentes y, por qué no decirlo, condicionantes; y porque, en fin, los procesos de construcción de la/s memoria/s son también objeto de estudio del historiador.

¿Cómo enfrentarse entonces al problema? Mi respuesta a esta pregunta no puede ser más clara: justamente como lo hace el libro que el lector tiene en sus manos. En efecto, los sucesivos textos que conforman el volumen responden en lo fundamental a algunos de los retos insoslayables a los que se enfrentan la historiografía y las ciencias sociales. Lo hacen desde una perspectiva interdisciplinar y la más rigurosa práctica del oficio –de historiador, de sociólogo, de politòlogo, de filósofo– que les es propio: fieles a su propia agenda, analizando los problemas en toda su complejidad, con todos los elementos de la crítica científica, sin relatos apologéticos pero sin descalificaciones acríticas. Lo hacen, también, ajenos a todo ensimismamiento, profundizando en las dimensiones internacionales de la experiencia de la Unidad Popular. Lo hacen estudiando las lecturas del pasado desde el presente y sus proyecciones de futuro. lo hacen, en fin, desde el firme convencimiento de que el respeto escrupuloso a las normas y prácticas de su propia ciencia no remite a los estudiosos a su peculiar «torre de marfil», sino que también hay una insoslayable dimensión cívica en su tarea, la que los identifica con los valores de la democracia en su sentido más amplio.

Este libro se refiere a Chile, a la historia y la memoria del Chile de 1973. Me caben pocas dudas, si alguna, de que será de extraordinaria utilidad para los estudiosos y ciudadanos chilenos; no me cabe ninguna de que, como la buena actividad académica, será de utilidad también para los historiadores y científicos sociales de otras latitudes y, en particular, para los españoles, enfrentados, como los chilenos, a un «pasado que no acaba de pasar»; identificados con los chilenos en tantos momentos de nuestra historia reciente.

ISMAEL SAZ CAMPOS

Director del Departamento de Historia Contemporánea

Universitat de València

INTRODUCCIÓN: EL IMPACTO Y LA RE-LECTURA PERMANENTE DEL 73 CHILENO

El 73 chileno no solo marcó a fuego la historia del país de Allende y Neruda. Se sumó a las fechas clave de las izquierdas y de los movimientos sociales del planeta: 1848, con las rebeliones europeas y el manifiesto de Marx y Engels; 1871, la comuna de París; 1891, la Rerum Novarum, que funda el social cristianismo; 1910, con la Revolución mexicana que hace la reforma agraria; el 1917 bolchevique, que comienza la construcción de los socialismos reales; la Guerra Civil española del 36, que muestra la polarización con el fascismo; los cubanos establecen la viabilidad de la vía armada en 1959; mayo del 68, las protestas contra la guerra de Vietnam, la abortada primavera de Praga y el despertar generacional de los que serán los nuevos movimientos de la izquierda ecologista, feminista y pacifista... Entre todos ellos, el Chile de 1970-1973 muestra la esperanza y la tragedia de una vía democrática que pretendía la construcción del socialismo.

La memoria, los impactos y las perspectivas históricas del 73 se abordan aquí de manera diversa y situada ya con distancia. Se cumplen cuarenta años del mayor trauma de la historia de Chile: el golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet, que acabó con el Gobierno y con la vida del doctor Salvador Allende. Aquel 11 de septiembre de 1973 marcó a fuego a toda una generación, lógicamente con mayor crudeza en Chile, pero también tuvo importantes efectos en la España que vivía la fase final de la dictadura franquista. En el país andino se había puesto en marcha lo que se llamó la vía chilena al socialismo, una experiencia de construcción de una sociedad que trascendiera el sistema capitalista mediante un proceso que había de producirse dentro del respeto a la legalidad republicana. Las importantes contradicciones que atenazaron a la coalición de partidos gobernante –la Unidad Popular (UP)– que la impulsaban, la férrea oposición que al Gobierno hicieron los partidos y organizaciones que se situaban en el espacio político del centro y la derecha y la confesada animadversión de los Estados Unidos de América, la gran potencia hemisférica, son variables que hay que tener en cuenta tanto para comprender lo acaecido en el Chile de Allende como para hacer lo propio con el golpe y la dictadura militar que acabó con la novedosa experiencia.

Todas no fueron, no obstante, las grandes variables geopolíticas internas y externas. Creemos que es necesario atender a una realidad social compleja a la vez que rígida, que desde mucho antes de que Salvador Allende y la Unidad Popular llegasen al Palacio de la Moneda configuraba lo que denominaremos una sociedad de peras y manzanas.

Tomamos la etiqueta de uno de los diálogos de la, quizá, más universal película chilena. Nos referimos a Machuca, un film de 2004 dirigido por Andrés Wood. La trama argumental es bien conocida por el público chileno, pero no necesariamente lo es para el español, así que los primeros nos perdonarán una breve digresión que ponga en antecedentes a los segundos.

Ambientada en 1973, en Santiago, durante la fase final del Gobierno de la Unidad Popular y las primeras semanas de la dictadura, la película cuenta la historia de dos amigos, uno de ellos muy pobre, Pedro Machuca, quien es escolarizado en un colegio para niños de clase alta, el Saint Patrick, del cual es alumno Gonzalo Infante, un tímido muchacho de clase media alta. El proyecto de integración social es encabezado por el director del centro educativo, el padre McEnroe. La trama de integración social está basada en los acontecimientos que ocurrieron en el Saint George’s College, un colegio católico de clase alta ubicado en el sector oriente de Santiago. Este proyecto fue liderado por el rector, Padre Gerardo Whelan, quien al implementar estas medidas dividió a los padres y tutores del centro, especialmente porque hubo de enfrentarse a los más conservadores. Tras el golpe de Estado, el Saint George’s volvió a la situación anterior a la llegada de los muchachos de origen popular y el Padre Whelan fue despedido.

Gonzalo Infante es un preadolescente tímido e introvertido. Pedro Machuca es un muchacho de la misma edad, más experto que Gonzalo en las cosas de la vida, incluso las más duras, que vive con sus padres en una chabola de una población callampa santiaguina, próxima en distancia física al barrio donde vive Gonzalo. Ambos se conocen y se hacen amigos cuando Machuca llega al colegio Saint Patrick. La realidad social y familiar de ambos niños no puede ser más distante, pero entre los dos, contra todo pronóstico, nace la amistad. Pedro y Gonzalo, además, descubrirán el amor juvenil y tendrán las primeras experiencias eróticas de la mano de una muchacha avispada y endurecida por la vida, Silvana, que vive con su padre en la misma población que Pedro Machuca y se dedica a ayudarle en la venta ambulante.

Patricio y María Luisa son los padres de Gonzalo. Él es un funcionario de la FAO que se dispone a ocupar una plaza como tal en Roma, lo que le permitirá abandonar Santiago. Ella, que se niega a trasladarse con Patricio a Italia, es una tópica mujer de clase alta, que escapa de una vida gris gracias a su amante, un maduro y acaudalado argentino. Ismael y Juana son los padres de Machuca. Él es un pobre alcohólico que advierte a su hijo de que esa amistad con el niño rico no tiene futuro. Ella es una mujer fuerte y valiente, prematuramente envejecida, que sostiene a la familia, incluso económicamente. Gonzalo descubre con Pedro y con Silvana una libertad de movimientos para él desconocida. Los acompaña en la venta ambulante, que se desarrolla, en buena medida, en las concurridas manifestaciones políticas de aquel momento. Silvana y su padre venden tabaco y banderitas socialistas y comunistas en las manifestaciones de la Unidad Popular; y tabaco y banderitas chilenas y de Patria y Libertad en las de la ultraderecha. Venden igual, como profesionales que son, pero su corazón está con la izquierda.

Gonzalo y Pedro vivirán la extrema polarización política del periodo, el desabastecimiento, el mercado negro y el clima de violencia que poco a poco va imponiéndose en el país. La película acabará trágicamente cuando la población callampa en la que vive Machuca sea tomada por los militares y reducida prácticamente a escombros. Los militares reparten culatazos y golpes a diestro y siniestro y detienen a mucha gente a la que hacen subir en camiones. Cuando descubren las banderitas izquierdistas en la chabola de Silvana, los militares se ceban con su padre. Al intentar defenderlo, la muchacha muere a causa de un disparo fortuito de un soldado. Todo sucede ante los ojos atónitos y horrorizados de los dos jóvenes amigos. La amistad entre ambos saltará hecha añicos cuando, ante el cadáver de Silvana, Gonzalo huya, horrorizado pero consciente, alegando que él no es de allí.

El film presenta muchas secuencias de gran interés, pero queremos centrarnos en una. Sucede en el colegio y recrea una tensa y politizada asamblea de padres y madres de alumnos, presidida por el director, el padre McEnroe, a la que han acudido los vecinos de la población callampa cuyos hijos han sido acogidos en el centro. En ella podemos rastrear las hondas y poderosas raíces de la dura realidad social chilena de principios de los años setenta, antes del golpe militar.

En el transcurso de la asamblea, un padre toma la palabra y afirma: «Aquí hay un solo culpable, y ese es usted, padre. Está concientizando a nuestros hijos y los está mezclando con gente que no tienen por qué conocer. Usted, padre, está manipulándolos, y no se lo vamos a consentir». Ante este ataque, el sacerdote director sentencia con voz tronante: «¡Al que no le gusta el colegio, se va del colegio!». Una madre colérica le responde de inmediato: «¡Váyase usted mejor, cura comunista!». Otro padre, del sector progresista de las familias tradicionales del colegio, sale en defensa del sacerdote: «El padre representa lo que sentimos un grupo importante de apoderados [padres o tutores] del colegio (...) que queremos una educación igualitaria y profundamente democrática para nuestros hijos». El sector popular de la asamblea, fundamentalmente las madres que han venido de la población, aplaude con fuerza esta intervención.

Es en ese momento cuando toma la palabra María Luisa, la madre de Gonzalo Infante. Haciendo caso omiso de los ruegos de su marido, que sintoniza desde la tibieza con el anterior padre progresista, insiste en una idea central de toda la secuencia y, en última instancia, de la película: que hay dos tipos de personas en Chile y que no hay por qué mezclarlas. Si el padre antes citado había afirmado que sus hijos no tenían por qué mezclarse con otros muchachos a los que no tenían ni siquiera que conocer, la madre de Gonzalo sencillamente no entiende qué es lo que está pasando: «Quiero hacer una pregunta. ¿Cuál es la idea de mezclar las peras con las manzanas? Yo quisiera saber por qué se empeñan tanto... No digo que seamos peores o mejores, ¡pero,pucha que somos distintos, pues, padre!». Dos clases de chilenos, peras y manzanas, que no tienen por qué conocerse siquiera. Esa es la tesis conservadora. ¿Cómo, pues, van a poder compartir pupitre?

El mundo ha cambiado mucho en los últimos cuarenta años, y Chile también. La dictadura acabó gracias a una actuación memorable de la ciudadanía que –mediante el plebiscito de 1988– dijo «no» al intento del régimen de alargarse en el tiempo con el aval popular. Chile recuperó la democracia, no sin dificultades desde los inicios de la década de los noventa del siglo pasado, y se han sucedido desde entonces gobiernos de distinto signo que han ido mejorando tanto la calidad democrática del sistema político chileno como, en general, las condiciones de vida y de trabajo de la ciudadanía, si bien todavía son perceptibles importantes desigualdades así como el estado de ánimo de desencanto que camina en paralelo a los avances macroeconómicos.

La derrota de la Concertación en el año 2009, las masivas protestas de los jóvenes en pro de la educación pública desde el año 2010 y la explosión de rebeliones regionales e indígenas (mapuches) hablan de Chile como un país de claroscuros. En él se critica a los antiguos partidarios de Allende, acusándolos de haberse convertido en una generación administradora del neoliberalismo, una suerte de socialistas del orden y de lo posible. Chile ha avanzado en ingreso per cápita y en políticas contra la extrema pobreza (bajó del 44% al término de la dictadura a un 16%), pero la desigualdad sigue intacta y la carga fiscal en el mismo rango de 18-20% de 1989. Esta falta de avances sociales y la ausencia de democratización relevante (sistema electoral proporcional, descentralización, participación de minorías) son el combustible de un malestar que lleva, una y otra vez, al 73: allí se acabó la utopía y la voluntad de transformación, comenzó la dictadura con un proyecto fundacional neoliberal, y provocó una renovación socialista que se reencontró con la democracia en la lucha antiautoritaria y en las dos décadas de gobiernos concertacionistas moderados.

Los jóvenes ya no enarbolan las banderas de los partidos; en sus manifestaciones se aprecia la bandera mapuche, la patagónica de los regionalistas y la figura de Allende que crece, como un superstar, rescatado como estadista y como luchador social consecuente. En los años ochenta se le respetaba, pero se le criticaba su falta de conducción de la Unidad Popular y el mal manejo de la economía. En 2013 se reconocen sus aciertos, como la nacionalización del cobre y las políticas contra la desigualdad, así como se debate la imposibilidad de gobernar de manera efectiva en medio de la feroz Guerra Fría y el desborde de un modelo social excluyente.

Subsisten, por tanto, las peras y las manzanas en cuanto hace a las memorias de lo ocurrido entre 1970 y 1998. Los problemas de las contradicciones entre las memorias del pasado –las de matriz más estrictamente política y partidaria– pueden verse agravados por la distancia social que separa a esos grupos que están en la parte de arriba y en la de abajo de la pirámide social. Hay, pues, una tensa relación entre la historia reciente y el presente político y social. En el caso chileno [como en el argentino] la aparición de las memorias militantes fue, quizá, el único espacio de actuación posible. En buena medida, pensamos, se produjo una contaminación, si se puede hablar así, de la memoria de la dictadura por la desilusión de la democracia. La baja calidad de la democracia recuperada frustró demasiadas expectativas, especialmente las de aquellos que se reconocían como víctimas directas de la dictadura militar, pero también de otros que habían imaginado (no sin razón, dada la simplificación extrema de los discursos partidarios que alentó grandes expectativas) que la democracia iba a mejorar su calidad de vida de forma casi automática. En ciertos sectores surgiría con fuerza una memoria militante, que propiciaría la politización partidista del pasado reciente como herramienta o arma antisistema [democrático]. Se trata, con frecuencia, de aquellos que siguen pensando, décadas después, que la democracia –peyorativamente adjetivada como burguesa- no es sino un disfraz de la clase dominante, que ahora dice repudiar la dictadura de la que se sirvió poco tiempo atrás.

En el libro no se escabullen las interpretaciones sobre la caída o derrota, desde las que enfatizan la intervención norteamericana (Allende quizá más peligroso que Cuba, porque era un socialismo por la vía electoral), los factores de radicalización excesiva de las élites, las fallas del sistema político para construir una mayoría sólida por los cambios (presidencialismo sin segunda vuelta electoral ni mayoría en el parlamento), el desborde del estado de compromiso que excluía a campesinos y pobladores sin casa ni empleo, hasta los análisis que enfatizan los propios yerros de la izquierda chilena. Una buena síntesis de dicho debate es el artículo de Luis Garrido, «La caída de la up en el sistema– mundo capitalista», el cual invita no solo a interrogarse por el poco apoyo soviético a la Unidad Popular, sino también a valorar los intentos de Allende en el Movimiento de los No Alineados y tercermundistas para crear su propia moneda y sus espacios de intercambio y cooperación.

En la dimensión perspectiva se inscribe el trabajo «El fracaso de la up y la esquiva construcción de un Bloque por los Cambios en Chile. Desde el Frente Popular a la Concertación», del connotado sociólogo Tomás Moulian, con la colaboración de Esteban Valenzuela y Sergio Valdés. El Frente Popular de los años treinta dejó intacto el latifundio y las relaciones semifeudales en el campo chileno, la UP no pactó con la Democracia Cristiana y la Concertación, como producto de las autocríticas del propio fracaso del 73, habría quedado atrapada en la administración, la Constitución de Pinochet y la falta de voluntad de transformación.

«El 73 chileno y su impacto en Europa y América Latina» es analizado por Joan del Alcàzar en esta sintonía histórica, mientras el eurocomunismo italiano buscaba el compromiso histórico con la DC, y los socialistas españoles y los franceses pretendían llegar al poder con moderación y realismo ante el trauma planetario por el fracaso chileno.

Huneeus y Cuevas se preguntan si la democracia postdictadura fue mejor que la previa al 73, como se preguntaban los alemanes por el balance entre la República de Weimar, destruida por los nazis, o la nueva, federal y moderna, tras la Segunda Guerra Mundial. En el caso chileno la respuesta parece ser negativa; más desigualdad, mayor concentración del poder, debilitamiento de las instituciones estatales y pérdida de la política, lo que lleva a la «democracia semisoberana». Este artículo constata, además, el deterioro de la imagen de Pinochet, que cayó a niveles mínimos, mientras en la sociedad chilena creció en la postransición la demanda por mayor igualdad.

En la misma lógica de analizar impactos más profundos, se inscribe el trabajo del filósofo Pablo Salvat con la colaboración de la politóloga Natacha Romero: «El dilema epistemológico tras el Golpe: miedo a la utopía o vigencia del sueño socialista». La violencia de la dictadura y su proyecto fundacional neoliberal, la «culpa» en segmentos de la izquierda y la destrucción de los movimientos sociales claves (la sindicalización bajó del 40 al 7%) habrían creado una suerte de socialistas liberales del orden, escépticos de utopía, dominados por el pragmatismo gestionario.

La Memoria del 73 es un espacio en disputa. Por eso el historiador Edison Ortiz grafica en el partido de Allende, el socialista, los estira y afloja, el uso y abuso, la valoración y la distancia con la figura del presidente y la Unidad Popular: «Las divergentes lecturas socialistas del 73», desde Carlos Altamirano, el secretario general para el golpe, hasta Michelle Bachelet, siguen en curso, conflictivas y polarizadas hasta hoy. Los partidarios de lo posible hablan de la responsabilidad de Allende, los críticos reivindican su mesianismo y el programa de las 40 medidas anticapitalistas. En esta perspectiva de relectura valora– tiva, rescatando reformas que han seguido remeciendo a la sociedad chilena, Esteban Valenzuela y Guillermo Marín sintetizan «Aciertos e “innovaciones” de la up, aquello que perdura»; cambios económicos, sociales y culturales signados por la pasión por la igualdad que han perdurado en sus efectos hasta hoy.

Hay que ser conscientes, sin embargo, de que en la otra orilla política también surge una memoria reivindicada por los partidarios del olvido, si se nos permite el juego de palabras. En el caso chileno los hay que consideran que no hay nada que reprochar al régimen militar, ni por supuesto al general Pinochet. Estos nostálgicos incluso consideran que al general habría que agradecerle a perpetuidad el haber evitado una guerra civil y haber modernizado Chile. Desde esa posición ofrecen, metafóricamente, una especie de propuesta de tablas en una imaginaria partida de ajedrez: los partidarios del olvido (los correligionarios o amigos de los verdugos) vendrían a decir a los partidarios de la memoria (los correligionarios o amigos de las víctimas) poco más o menos: vale más que dejéis de hablar del pasado y que miréis hacia el futuro, porque si hablamos del pasado todos podremos y deberemos hablar. Se trata de la llamada por Steve Stern memoria de la caja cerrada; esto es: no hablemos del pasado, que es peligroso. El artículo «Geomemorias del 73: mapas para no olvidar», del equipo encabezado por el geógrafo Manuel Fuenzalida, es un intento sistemático de poner en imágenes la memoria dolorosa, aquella que impacta. Y el trabajo de cierre del libro, «Pinochet vs. Allende, imágenes para una juventud», de los valencianos Joan del Alcàzar y Berta Rodrigo, nos muestra con intención pedagógica y sin falsas equidistancias el triunfo del presidente socialista sobre las sombras del dictador.

La propuesta del libro va justamente en el sentido de hablar del pasado, pero pensando en el futuro. Y es por ello por lo que se convocó a esta docena de participantes en esta obra, para que escribieran sobre memoria, impactos y perspectivas del Chile de 1973. El espíritu ha sido el deseo de contribuir a la formación de los ciudadanos en los valores de la democracia y la solidaridad, valores que siguen buscando su hegemonía en la vida social, política y cultural de Chile.

Este es un libro que nace de la colaboración entre personas e instituciones de Chile y de España. El nexo de unión originario es la Universitat de Valéncia (UV), institución con la que los editores del volumen tienen una vinculación explícita. Uno de ellos, Joan del Alcàzar, es catedrático en el Departamento de Historia Contemporánea, mientras que el otro, Esteban Valenzuela, obtuvo el título de doctor en sus aulas. La segunda de las instituciones que ha hecho posible la edición es la Universidad Alberto Hurtado (UAH), particularmente desde su Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, del que son profesores una buena parte del resto de los participantes que aparecen en el índice. El libro, una coedición de la UAH y la UV, por medio de su editorial (Publicacions de la Universitat de Valencia, PUV) es editado en ambos países y, por ello mismo, aspira a llegar a dos públicos diferentes: el chileno y el español. Entendemos, pues, estas páginas iniciales como un recurso obligado para acercarnos a ambos grupos de lectores potenciales.

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9788437093314
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